“...Y entonces fui guiado”

El viaje al Hiyaz y el comienzo de la investigación

Por Muhammad At-Tiyani As-Samawi

Llegué a Yiddah y encontré a mi amigo Al-Bashir, quien estaba muy complacido de verme; me llevó a su casa y me demostró el más alto grado de hospitalidad. Pasamos el tiempo paseando en su auto visitando lugares, hicimos la ‘Umrah y pasamos juntos algunos días plenos de adoración y de otros actos piadosos.

Le pedí disculpas a mi amigo por mi retraso debido a mi larga estadía en Irak, y le conté sobre mi nuevo descubrimiento, o mejor dicho, sobre la nueva creencia. Él era una persona abierta y bien informada, así que me dijo: “Eso es verdad, ya que escuché que ellos tienen algunos grandes sabios, pero también tienen muchos grupos desviados que nos causan considerables problemas durante la Peregrinación”.

Yo le pregunté: “¿Cuáles son estos problemas que ellos causan?”. Dijo: “Rezan alrededor de las tumbas y entran al cementerio Al-Baqi‘ en grupos, llorando y lamentándose, y llevan en sus bolsillos piezas de piedra sobre las cuales se prosternan, y si visitan la tumba de nuestro maestro Hamza, en Uhud, realizan una ceremonia fúnebre, golpeando sus pechos y lamentándose como si Hamza recién hubiera muerto. Debido a todo eso, el gobierno Saudita les prohibió entrar para visitar las tumbas”.

Yo sonreí y dije: “¿Es debido a eso que los juzgas de estar desviados del Islam?”. Él dijo: “Por eso y por otras razones. Ellos vienen a visitar la tumba del Profeta (BP), pero al mismo tiempo se detienen alrededor de las tumbas de Abu Bakr y de ‘Umar y los maldicen e insultan, y algunos de ellos arrojan basura e impurezas en su tumbas”.

Esto me hizo recordar lo que mi padre me había contado cuando él regresó de la Peregrinación, sobre que ellos arrojan basura en la tumba del Profeta (BP). No cabe duda de que mi padre nunca los vio con sus propios ojos, pues dijo: “Nosotros notamos que algunos soldados del ejército saudita golpeaban a algunos peregrinos con las macanas, y cuando protestamos en contra de su humillante trato hacia los peregrinos de la Casa de Allah, nos respondieron: “Estos no son musulmanes; son Shi‘as que vienen a traer basura para arrojarla en la tumba del Profeta (BP)”. Mi padre dijo: “Entonces los maldijimos y escupimos sobre ellos”.

Ahora yo escuchaba de mi amigo saudita que había nacido en Madinat-ul Munawwarah que ellos sí venían a visitar la tumba del Profeta (BP), pero que arrojaban impurezas en las tumbas de Abu Bakr y de ‘Umar.

Yo dudaba de las dos historias, pues había estado en la Peregrinación y había visto la habitación donde las tumbas del Profeta (BP), de Abu Bakr y de ‘Umar estaban cerradas con llave y nadie podía llegar cerca de ellas para tocar la puerta o la ventana, tanto menos para arrojar alguna cosa adentro, por dos razones:

Primeramente, no hay ninguna abertura, y en segundo lugar, hay una estricta guardia de robustos soldados vigilando, que cambia continuamente, y cada uno de ellos está en una puerta con una macana en su mano para golpear a los peregrinos que se acercan o que se arriman a mirar dentro de la habitación. Probablemente algunos de los soldados acusen de incrédulos a los Shi‘as para justificar su agresión hacia ellos y para incitar a los musulmanes a combatirles, o por lo menos, para callar ese mal trato, y al volver a sus países fomentar que los Shi‘as odian al Mensajero de Allah y arrojan basura en su tumba, y a sí, matan dos pájaros de un tiro.

Un hombre virtuoso, en quien yo confío, hizo la siguiente observación. Dijo: “Nosotros hacíamos el tawaf (circunvalación ritual) a la Casa de Allah, cuando de repente un hombre joven sufrió un severo dolor de estómago y vomitó. Los soldados que estaban custodiando la Piedra Negra comenzaron a golpear al hombre. Lo sacaron de una manera deplorable y lo acusaron de traer impurezas para ensuciar la Ka‘bah. Luego testificaron en contra suya y fue ejecutado el mismo día”.

Todas estas dramáticas historias daban vueltas en mi mente y pensé por un momento en la justificación de mi amigo saudita para acusar de incrédulos a los Shi‘as, pero no pude encontrar nada aparte del hecho de que ellos golpean sus pechos y lloran, y se prosternan sobre piedras; además del hecho de que rezan junto a las tumbas.

Me pregunté a mí mismo: “¿Es eso prueba suficiente para acusar de incrédulo al que cree que no hay divinidad sino Allah y que Muhammad (BP) es Su Siervo y Mensajero, que reza, da limosna, ayuna en Ramadán, hace la Peregrinación a la Casa de Allah, ordena el bien y prohibe el mal?”.

No quise insistir con mi amigo y entrar en una larga discusión con él, por lo tanto sólo dije brevemente: “Que Allah nos guíe, y también a ellos, hacia el sendero recto, y que Allah maldiga a los enemigos de nuestra religión, que traman contra el Islam y los musulmanes”.

Cada vez que hice el tawaf alrededor de la Casa de Allah durante la ‘Umrah, encontré sólo a unas cuantas personas realizando el tawaf. Recé y pedí a Allah, Alabado sea, con todo mi ser, que abriera mis ojos y me guiara hacia la verdad. Me detuve en el Maqam -sitial de Ibrahim (P)- y recité la siguiente aleya del Corán:

«Y combatid denodadamente por la causa de Allah por la cual os eligió. Y no os impuso dificultad alguna en la religión, porque es el culto de vuestro padre Ibrahim. Él os denominó musulmanes antes, y en el Corán, para que el Mensajero sea testigo de vosotros y para que seáis testigos de los humanos. Observad, pues, la oración, pagad el zaqat y aferraos a Allah que es vuestro Señor. ¡Y qué excelente Señor! ¡Y qué excelente socorredor!» (Sagrado Corán 22:78)

Luego comencé a invocar a nuestro maestro Ibrahim, o a nuestro padre Ibrahim, como el Corán lo denomina:
¡Oh padre! Tú, que nos llamaste musulmanes, he aquí que tus hijos se han dividido después de ti y se hicieron judíos, cristianos y musulmanes. Los judíos se dividieron entre ellos en setenta y un grupos, los cristianos se dividieron en setenta y dos grupos, y los musulmanes se dividieron en setenta y tres grupos; todos ellos están en la oscuridad, según lo que dijo tu hijo Muhammad (BP), salvo un sólo grupo, que permanece fiel a su juramento, ¡oh padre!

¿Acaso la ley de Allah para Su creación es como dicen los fatalistas, que Allah, Alabado sea, asigna a cada alma su destino para ser judíos, cristianos, musulmanes, ateos, o idólatras? ¿O acaso es el amor a los mundano y el alejarse de las órdenes de Allah, algo inculcado por Él Mismo?

Mi intelecto se rehusa a creer en el fatalismo, y que Allah asigna un destino para cada individuo, sino que tiende resueltamente a creer que Allah nos ha creado e infundido tanto la impiedad como el temor (a Él), y nos envió Sus Mensajeros para aclararnos nuestras dudas y para mostrarnos qué es lo correcto y qué es lo equivocado.

Pero el hombre es seducido por la vida mundanal y sus atracciones. El hombre con su arrogancia, egoísmo, ignorancia, curiosidad, terquedad, obstinación, injusticia y tiranía, se desvió del sendero recto y siguió al demonio, distanciándose del Misericordioso; por lo tanto, él perdió su camino.
El Sagrado Corán describe esto de la mejor manera y lo resume en las palabras de Allah:

«Allah no oprime a la gente en absoluto, sino que es la gente la que se oprime a sí misma»(Sagrado Corán; 10:44)

¡Oh, Ibrahim, padre nuestro! No podemos reprochar a los judíos ni a los cristianos el no seguir el sendero recto después de que las evidencias les fueron mostradas, pues he aquí a la comunidad que Allah salvó cuando envió a tu hijo Muhammad (BP) hacia ella y a la que sacó de la oscuridad hacia la luz, y la transformó en la mejor comunidad en el mundo.

Ella también entró en desacuerdo y se dividió en muchos grupos que se acusan de incrédulos entre sí, a pesar del hecho de que el Mensajero de Allah (BP) les había advertido e informado de esto y se enfadó con ellos hasta llegar a decir: “Está prohibido para un musulmán cortar las relaciones con su hermano musulmán durante más de tres días”.

Entonces, ¿qué le sucedió a esta comunidad que está dividida en muchos estados pequeños donde algunos son hostiles entre sí, otros llegan incluso a combatirse, otros se acusan mutuamente de incrédulos y otros ni siquiera se conocen y cortan sus relaciones durante toda su existencia? ¡Oh, Ibrahim, padre nuestro! ¿Qué le sucedió a la que solía ser la mejor de las comunidades y que dominó desde Oriente hasta Occidente, y que hizo llegar a la gente la guía, las ciencias, el conocimiento y la cultura?

Hoy ella ha llegado a ser la más insignificante y sumisa de las comunidades; sus tierras han sido violentadas, su gente ha sido expulsada, y su mezquita Al-Aqsa está ocupada por un grupo de sionistas sin que pueda ser liberada. Si uno visita sus países, no encontrará sino pobreza, miseria, un hambre desbastador, tierras áridas, enfermedades mortales, mala educación, atraso intelectual y técnico, tiranía, persecución, suciedad e insectos.

Es suficiente con comparar los baños públicos de Europa con aquellos de nuestros países, pues si el viajero entra a los baños de allá, los encuentra limpios, brillando como el cristal y oliendo agradablemente, mientras que el viajero no puede soportar entrar a los baños de los países islámicos a causa del olor fétido y la suciedad, siendo que el Islam nos ha enseñado que “la limpieza es parte de la fe, y la suciedad es del demonio”.

¿Se ha trasladado la fe a Europa y el demonio habita con nosotros? ¿Por qué los musulmanes llegaron hasta el punto de temer declarar su fe aún en sus propios países, y no deciden sobre su propia personalidad, puesto que ni siquiera son libres de dejarse crecer la barba, ni de usar su vestimenta islámica, mientras aparecen los corruptos consumiendo embriagantes, fornicando y fomentando el exhibicionismo, y los musulmanes no pueden resistírseles ni siquiera ordenando el bien y prohibiendo el mal? Incluso he sido informado de que en algunos países islámicos como Egipto o Marruecos, hay padres que envían a sus hijas a prostituirse a causa de su extrema pobreza, miseria y necesidad.

Ciertamente que no hay poder ni fuerza excepto en Allah, Altísimo y Majestuoso.

¡Oh Dios! ¿Por qué Te has alejado de esta comunidad y la has dejado en la oscuridad? No... no. Te pido perdón Dios mío, pues es esta comunidad la que se ha alejado de Tu recuerdo y ha elegido el sendero del demonio, y Tú, con toda Tu Sabiduría y Poder, dijiste, y Tu dicho es la verdad:

«A quien se cierre a la Amonestación del Compasivo, le asignamos un demonio que será para él compañero»(Sagrado Corán; 43:36)

Y también dijiste:

«Muhammad no es sino un enviado, antes del cual han pasado otros enviados. Si, pues, muriera o le mataran ¿os volveríais sobre vuestros pasos? Quien se vuelva atrás no perjudicará a Allah. Y Allah retribuirá a los agradecidos» (Sagrado Corán; 3:144)

No hay duda de que el deterioro de la comunidad islámica a este bajo estado de sumisión e indigencia es un signo de su desviación del sendero recto, y tampoco cabe duda de que una pequeña minoría, o un grupo entre setenta y tres, no puede influir en el destino de una comunidad entera.

El Mensajero de Allah (BP) dijo: “Por cierto que, o ordenaréis lo bueno y en verdad prohibiréis lo malo, o Allah hará prevalecer sobre vosotros a los inicuos, de manera que vuestra gente buena suplicará, pero no les será respondida (la súplica)”.

¡Oh Dios! Creemos en lo que Tú nos enviaste y seguimos al Mensajero; regístranos entre aquellos que lo testimonian. ¡Oh Dios! Por favor, no desvíes nuestros corazones después de habernos guiado, y agrácianos con Tu Misericordia, pues Tú eres el Agraciador. ¡Oh Dios! Nos hemos oprimido a nosotros mismos y si no nos perdonas y no tienes misericordia de nosotros, entonces, ciertamente que nos contaremos entre los perdedores.

Partí hacia Madinat-ul Munawwarah con una carta de mi amigo Al-Bashir para uno de sus familiares, a fin de que pudiera residir con él durante mi estadía en Medina.

Al-Bashir ya había hablado con él por teléfono, y cuando llegué, me recibió calurosamente y me hospedó en su casa. Tan pronto como llegué, quise visitar la tumba del Mensajero de Allah (BP), por lo tanto me purifiqué y vestí mis mejores ropas.

Había sólo unos pocos visitantes en comparación a aquellos que vienen durante la época de la Peregrinación; es por ello que me fue posible detenerme ante las tumbas del Mensajero de Allah (BP), de Abu Bakr y de ‘Umar, algo que no pude hacer durante la Peregrinación a causa de la multitud.

Traté, pero fue en vano, de tocar una de las puertas por bendiciones, pues el guardia parado ante ella me alejó de malas maneras. Ante cada puerta había un guardia custodiandola; cuando permanecí allí por un largo tiempo para hacer las súplicas y salutaciones que me encargaron mis amigos, los guardias me ordenaron partir. Traté de hablarle a uno de ellos, pero fue inútil.

Regresé al bendito jardín donde me senté para leer el Corán embelleciendo su lectura con tartil (forma de recitación rítmica y lenta). Repetí la recitación varias veces, pues sentí como si el Mensajero de Allah (BP) estuviera escuchándome. Me dije a mí mismo: ¿Es concebible que el Mensajero de Allah (BP) esté muerto y sea como las demás personas muertas? Si es así, ¿por qué en nuestras oraciones decimos: “La paz, la misericordia y las bendiciones de Allah sean sobre ti, ¡oh gran Profeta!”, en la forma gramatical en que uno se dirige a la segunda persona?

Los musulmanes creen que nuestro maestro Al-Jidr (P) no está muerto, y que él devuelve los saludos de cualquiera. Además, los seguidores de las órdenes Sufis creen que sus Shaij, Ahmad At-Tiyani o ‘Abdul Qadir Al-Guilani, vienen a verlos y no en sus sueños, sino cuando están despiertos; así que, ¿por qué escatimamos esa distinción al Mensajero de Allah, siendo que él es definitivamente lo mejor de la creación? Pero me estoy precipitando, pues los musulmanes no le escatiman eso el Mensajero de Allah, sino solamente los wahabi, de quienes comencé a sentir aversión por ésta y por varias otras razones, entre ellas, la grosería que observé en ellos y la dureza con que tratan a los demás musulmanes que no están de acuerdo con sus creencias.

Visité el cementerio Al-Baqi‘ una vez, y mientras estaba invocando misericordia por las almas de Ahl-ul Bait, vi a un hombre anciano parado junto a mí llorando, por lo que me di cuenta de que él era un Shi‘a. Se dirigió a la Qiblah (orientación a la Ka‘bah) y comenzó a rezar.

Rápidamente un soldado fue hacia él, como si hubiera estado vigilando sus movimientos, y le pateó violentamente mientras estaba en posición de prosternación. El hombre cayó sobre su espalda y el pobre permaneció unos minutos inconsciente, y el soldado se lanzó sobre él golpeándolo, insultándolo e injuriándolo.

Mi corazón sintió compasión por el anciano y supuse que él podría haber muerto, por lo que no pude evitar intervenir. Se apoderó de mi la furia y le grité al soldado: “¡Es ilícito lo que haces! ¿Por qué lo golpeaste mientras estaba rezando?”. Él, con muy malos modales, me gritó diciendo: “¡Tú cállate y no interfieras, o te haré lo mismo que acabo de hacerle a él”.

Cuando me percaté, por sus ojos, que estaba lleno de agresión, me mantuve a distancia, pero me sentí indignado conmigo mismo, por haber sido incapaz de ayudar al oprimido, y con los sauditas, que tratan a la gente como se les da la gana, sin que haya quien lo evite, ni quien los censure (por sus acciones).

Había algunos visitantes que presenciaron ese ataque. Entre ellos había algunos que sólo decían: “No hay poder ni fuerza excepto en Allah”, y otros que decían: “Lo tiene merecido por estar rezando junto a las tumbas, pues eso es ilícito”.

No pude controlarme a mí mismo, así que increpé al que dijo eso, diciendo: “¿Quién te dijo a ti que rezar junto a las tumbas es ilícito?”. Él respondió: “El Mensajero de Allah fue el que prohibió eso”. Yo le respondí con enfado: “¡Ustedes están mintiendo sobre el Mensajero de Allah!”.

Temí que los presentes se levantaran contra mí o que llamaran al soldado para que me atacara, así que dije gentilmente: “Si el Mensajero de Allah nos previno contra orar junto a las tumbas, ¿por qué millones de peregrinos y visitantes lo desobedecerían y cometerían un pecado rezando junto a las tumbas del Profeta (BP), de Abu Bakr y de ‘Umar, en la Sagrada Mezquita del Profeta y en muchas otras mezquitas alrededor del mundo islámico? Incluso, si orar junto a las tumbas fuera un pecado, ¿es con esa grosería y dureza que lo vamos a remediar?, ¿o con gentileza y benevolencia?

Permítanme contarles la historia de un beduino que orinó en la mezquita del Mensajero de Allah, en su presencia y la de algunos de sus Compañeros, sin ninguna vergüenza ni inhibición. Cuando algunos de los Compañeros se levantaron contra él, desenvainando sus espadas para matarlo, el Mensajero de Allah (BP) los detuvo prohibiéndole hacer eso, y dijo: “Dejadlo ir y no lo interrumpáis. Verted luego un cubo de agua en el lugar donde orinó. Vosotros fuisteis comisionados para hacer las cosas fáciles y no difíciles, para albriciar con palabras buenas, y no para espantar a la gente”.

Los Compañeros obedecieron sus órdenes y el Mensajero de Allah (BP) pidió a aquel hombre que fuera y se sentase junto a él, y le habló y lo trató benevolentemente. Él le explicó que ese lugar era la Casa de Allah y que no debía ser impurificado. El hombre se hizo musulmán y después de eso sólo se lo vio llegar a la mezquita usando sus mejores y más limpias ropas. Allah es Veraz cuando le dice a Su Mensajero (BP):

«...Si hubieras sido áspero y duro de corazón, se habrían alejado de ti...» (Sagrado Corán: 3:159)

Algunos de los visitantes se impresionaron cuando escucharon la historia, y uno de ellos me retiró a un costado y me preguntó: “¿De dónde vienes?”. Yo dije: “De Túnez”. Entonces me saludó y dijo: “¡Hermano! Por Allah, cuídate y nunca digas tales cosas aquí. Este es mi consejo para ti, por la causa de Allah”.

Me llené de enojo y furia contra aquellos que se hacen llamar guardianes de Al-Haramain (los dos lugares santos de La Meca y Medina) y tratan a los huéspedes del Misericordioso con tanta crueldad; y no permiten a nadie expresar su opinión ni relatar hadices que no estén de acuerdo con lo que ellos dicen, ni creer en algo diferente a lo que ellos creen.

Regresé a la casa de mi nuevo amigo, cuyo nombre yo no conocía hasta entonces, y me trajo la cena y se sentó en frente mío, y antes de comer me preguntó dónde yo había estado. Le conté mi historia desde el principio hasta el fin y dije: “Hermano, francamente, comencé a sentir aversión por los Wahabi y he empezado a sentir simpatía hacia los Shi‘as”.

Rápidamente la expresión de su rostro cambió y me dijo: “¡Pobre de ti! ¡No digas algo como eso otra vez!”. Luego me dejó y no comió conmigo. Lo esperé por largo rato, hasta que me venció el sueño. Me levanté a la mañana siguiente con la llamada para las oraciones de la Mezquita del Profeta (BP) y vi que la comida aún continuaba en su lugar tal como la había dejado, lo que significaba que mi anfitrión nunca había regresado. Sospeché y temí que el hombre pudiera haber sido un miembro del servicio secreto, por lo tanto dejé la casa rápidamente, sin volver otra vez.

Fui a la Mezquita del Profeta (BP) y pasé todo el día rezando y adorando, y sólo salí para satisfacer mis necesidades y para realizar el wudu (ablución). Luego de la oración de la tarde escuché a un disertante dando una clase a algunos orantes. Fui hacia él y supe por algunos de los presentes que él era el Qadi (juez islámico) de Medina.

Le presté atención cuando estaba explicando algunas aleyas del Corán, y después de que terminó su lección y estaba por partir, lo detuve y le pregunté: “Por favor, Señor, ¿puede darme algunas indicaciones para la interpretación de la siguiente aleya coránica?:

«...Allah sólo quiere alejar de vosotros la impureza, oh Gente de la Casa (profética), y purificaros sobremanera» (Sagrado Corán; 33:32)

Pregunté: “¿A quién se refiere como Ahl-ul Bait (Familia o Gente de la Casa del Profeta) en esta aleya?”. Me respondió inmediatamente: “A las esposas del Profeta (BP), pues la aleya comienza mencionándolas:

«¡Oh mujeres del Profeta! Vosotras no sois como las otras mujeres. Si teméis (a Allah)...» (Sagrado Corán; 33:32)

Yo le dije : “Los ‘Ulama shi‘as dicen que son Ali, Fátima, Al-Hasan, y Al-Husain, pero por supuesto, yo no estuve de acuerdo con ellos porque el comienzo de la aleya manifiesta: «¡Oh mujeres del Profeta!...», pero ellos me respondieron de la siguiente manera:

“Cuando la frase se refiere a ellas (es decir, a las esposas del Profeta), la forma gramatical termina con la letra nun del femenino, pues el Altísimo dice: «Vosotras no sois..., si vosotras teméis a..., vosotras no seáis complacientes..., quedaos vosotras en vuestras casas..., vosotras no os acicaléis..., haced vosotras vuestras oraciones..., dad vosotras el zaqat (limosna)..., obedeced vosotras a Allah y a Su Mensajero...»

(Todos los verbos de arriba están, en árabe, en la forma gramatical femenina).

Y luego, cuando llega al pasaje de la aleya donde específicamente se refiere a Ahl-ul Bait, la forma gramatical cambia a segunda persona del plural masculino. Él dice: «...quiere alejar de vosotros la impureza... y purificaros a vosotros...»
(Aquí los pronombres están, en árabe, en la forma gramatical masculina)”.

Él levantó sus anteojos, me miró, y luego dijo: “Ten cuidado con esas ideas ponzoñosas; los Shi‘as cambian las palabras de Allah de la manera que quieren, y tienen muchas aleyas que se refieren a Ali y a su descendencia, que nosotros no conocemos. En realidad, tienen un Corán especial. Lo llaman El Corán de Fátima. Yo te prevengo que no seas engañado por ellos”.

Yo respondí: “No se preocupe señor, yo estoy prevenido, y conozco mucho sobre ellos, pero sólo quería confirmarlo”. Él preguntó: “¿De dónde eres?”. Dije: “De Túnez”. Preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. Respondí: “At-Tiyani”. Él sonrió con arrogancia y dijo: “¿Sabes tú quién fue Ahmad At-Tiyani?”. Respondí: “Él fue el Shaij de una orden Sufi”. Dijo: “Él fue un agente del colonialismo francés, y el colonialismo francés estableció su centro en Argelia y Túnez con su ayuda, y si visitas París, ve a la Biblioteca Nacional y lee por ti mismo en el Diccionario Francés en la letra “A”, y encontrarás que Francia otorgó la Legión de Honor a Ahmad At-Tiyani, quien les brindó ayuda incalculable”.

Yo estaba sorprendido por lo que él dijo. Le agradecí, me despedí y me marché.
Permanecí en Medina durante una semana entera, recé cuarenta oraciones y visité todos los lugares sagrados. Durante mi estadía allí hice observaciones muy cuidadosas, y sólo conseguí sentir más y más aversión hacia los wahabi.

Dejé Madinat-ul Munawwarah y fui a Jordania para ver a algunos amigos que yo había conocido durante la Peregrinación, que indiqué anteriormente. Permanecí con ellos por tres días, y los encontré llenos de rencor hacia los Shi‘as, mucho más del que siente la gente de Túnez.

Tenían las mismas historias y los mismos rumores, y cada uno al que yo le pedía pruebas, contestaba que “él había oído sobre ellos”, pero no encontré a nadie que hubiera tenido contacto con los Shi‘as o que hubiera conocido un Shi‘a en toda su vida.

Desde allí fui a Siria, y en Damasco visité la Mezquita de los Omeyas, a cuyo lado se encuentra el Mausoleo donde dicen que está la cabeza de nuestro maestro Al-Husain; además visité la tumba de Salah-ud Din Al-Aiiubi y la de nuestra señora Zainab bint Ali ibn Talib.

Desde Beirut tomé un buque que iba directamente a Trípoli. El viaje duró cuatro días, durante los cuales me relajé física y mentalmente. Repasé el viaje entero en mi mente y llegué a la conclusión de que yo había desarrollado una inclinación y respeto hacia la Shi‘a y al mismo tiempo comencé a sentir disgusto, aversión e indignación por el Wahabismo, del cual conocí sus intrigas. Agradecí a Allah el haberme agraciado y por Su cuidado, y le pedí a Él, Alabado y Elevado sea, que me guiara hacia el sendero de la verdad.

Llegué a mi patria con todo el deseo y el ansia de encontrar a mi familia y amigos, y los encontré a todos bien. Me sorprendí cuando al entrar a mi casa encontré muchos libros que habían llegado antes que yo... pero yo sabía de donde provenían.

Cuando abrí estos libros, que llenaban la casa entera, me sentí agradecido hacia aquella gente que no había roto sus promesas. En realidad, el número de libros que me enviaron por correo, era el doble de los que me habían dado como presente allí.

Me sentía muy contento por los libros, a los que organicé y guardé en un lugar especial, que designé como biblioteca. Descansé unos cuantos días, y para el comienzo del nuevo año académico recibí el plan de horarios de trabajo. Mi actividad en la semana era enseñar tres días consecutivos y descansar los otro cuatro.

Comencé a hojear los libros y leí Las Creencias de Al-Imamiiah y El Origen del Islam Shiíta y sus Principios. Sentí que mi mente estaba cómoda con las creencias y las ideas de la Shi‘a. Luego leí Al-Muraya‘at (Las Referencias), del Saiid Sharaf-ud Din Al-Musawi. Tan pronto como hube leído las primeras páginas, me cautivó tanto que no pude separarme de él. No lo dejaba a menos que fuera necesario, y a veces hasta lo llevaba conmigo al Instituto.

Estaba sorprendido por la claridad con la cual el sabio Shi‘a resolvía problemas que serían complicados para cualquier sabio Sunni de Al-Azhar. Encontré mi objetivo en el libro, pues no es como cualquier libro ordinario donde el autor escribe todo lo que quiere sin que se le presente ninguna oposición ni discusión, ya que Al-Muraya‘at es un diálogo entre dos sabios que pertenecen a dos madhhab diferentes, y cada uno es crítico con el otro, sin que se les escape nada, ni pequeño ni grande.

Ambos basan su análisis en las dos referencias importantes para todos los musulmanes: El Sagrado Corán y la Recta Sunnah que está de acuerdo con Sihah-us Sunnah1. Encontré que había algo en común entre la idea del libro y yo, pues soy un investigador buscando la verdad, que la acepta donde sea que la encuentra. De este modo encontré este libro inmensamente provechoso y que me beneficiaba bastante.

Me quedé atónito cuando vi que hablaba sobre las desobediencias de algunos de los Compañeros a las órdenes del Profeta (BP) y daba muchos ejemplos, incluyendo el incidente de “Raziiatu iawm-ul Jamis” (La Desgracia del Jueves), pues yo no podía imaginar que nuestro maestro ‘Umar ibn Al-Jattab se hubiera opuesto a las órdenes del Mensajero de Allah (BP) y lo hubiera acusado de hayr (delirar), y pensé al principio que era sólo un relato de los libros Shi‘as.

Me asombré mucho más cuando leí que el sabio Shi‘a refería el incidente a Sahih Al-Bujari y Sahih Muslim.

Viajé a la Capital, y allí compré Sahih Al-Bujari, Sahih Muslim, Musnad Al-Imam Ahmad, Sahih At-Tirmidhi, Muwatta Al-Imam Malik y otros libros famosos (de la escuela Sunnah). No pude esperar regresar a casa y leer estos libros, por lo tanto, a través del viaje entre Túnez y Qafsa, mientras estaba sentado en el ómnibus, comencé a hojear las páginas del libro de Al-Bujari buscando el incidente de “La Desgracia del Jueves”, deseando jamás encontrarlo.

A pesar mío, lo encontré. Lo leí muchas veces; y allí estaba, exactamente como había sido citado por el Saiid Sharaf-ud Din.

Primero traté de negar el incidente en su totalidad, pues no podía creer que nuestro maestro ‘Umar hubiera desempeñado un papel tan grave; pero, ¿cómo podía negarlo desde que estaba mencionando en nuestros Sihah, en Sihah-us Sunnah, en cuyos contenidos nos hemos obligado a creer y cuya veracidad atestiguamos, pues si dudamos o negamos alguna parte de ellos, exigiría alejarse de los mismos, lo que al final significaría abandonar todas nuestras creencias.

Si el sabio Shi‘a se hubiera referido a sus libros, yo no habría creído lo que decía, pero él se estaba refiriendo a Sihah-us Sunnah, para nosotros irrefutables. Estamos convencidos de que son los libros más auténticos después del Libro de Allah.

El asunto llega a tener muchas consecuencias, pues si dudamos de estos Sihah, no nos quedaría ninguna regla ni regulación del Islam en qué apoyarnos, porque las normas que están mencionadas en el Libro de Allah toman la forma de conceptos generales no especificados.

Nos encontramos lejos de la época del Mensaje, y hemos heredado las reglas de nuestra religión a través de nuestros padres y abuelos con la ayuda de estos Sihah, que no pueden, de ninguna manera, ser ignorados.

Yo, que me había introducido en esta búsqueda larga y difícil, me prometí basarme sólo en los hadices correctos en los que estén de acuerdo tanto la Shi‘a como la Sunnah, y que ignoraría todos los dichos que fueran mencionados exclusivamente por un grupo o por el otro.

Sólo a través de este justo método, podría mantenerme alejado de factores emocionales, del fanatismo sectorial o de tendencias nacionalistas; al mismo tiempo, podría saltear el camino de la duda y alcanzar la cima de la certeza, que es el sendero recto de Allah.

  • 1. Las seis colecciones de tradiciones proféticas de la escuela de pensamiento Sunnah.

Fuente: Libro “...Y entonces fui guiado” Escrito por Muhammad At-Tiyani As-Samawi; Traductora: Lic. Sumeya Younes

www.islamoriente.com; Fundación Cultural Oriente

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