La Emigración y el Yihad en el Islam (1)

Prof. Ayatola Murtada Mutahhari

 “Quien emigre por la Causa de Dios, encontrará en la tierra mucho refugio y espacio. Y quien salga de su casa como emigrado por la Causa de Dios y de Su Mensajero y le sorprenda la muerte, su recompensa incumbe a Dios. Sin duda que Dios es Indulgentísimo, Misericordiosísimo” (4:100).

La sagrada religión del Islam se asienta sobre dos importantes pilares que son la emigración y el yihad (la lucha por la Causa de Dios). Y el Sagrado Corán santifica ambos asuntos y elogia enfáticamente a quienes emigran.

Emigrar, en el Islam, significa dejar la propia morada y asentamiento para ir a radicarse en otro sitio a fin de poner a salvo la propia religión y fe. Muchos versículos del Generoso Corán se refieren a este asunto.

En los primeros tiempos del Islam los musulmanes se dividían en dos grupos: los emigrados y los auxiliares. Los auxiliares (árabe: ansár) eran los residentes de la ciudad de Medina, y los emigrados aquellos que dejaron su ciudad (La Meca, donde eran perseguidos), para radicarse en Medina. Estos dos mandatos, la emigración y el yihad, no pueden ser abrogados; son disposiciones permanentes bajo las especiales condiciones que cada época o circunstancia requiera.

Para remover malas interpretaciones déjenme decirles que se les ha dado también otro significado a la emigración y al yihad. Se ha dicho: “Emigrado es aquél que ha abandonado los pecados”. ¿Es correcto este significado? Si lo es, entonces todos los arrepentidos del mundo que evitan el pecado son emigrados. Se pueden dar dos ejemplos al respecto: Fudail Ibn Iyaz y Bushr Hafi.

Fudail era al principio un ladrón pero sufrió un cambio interior que lo llevó a rechazar todas sus faltas y a arrepentirse sinceramente. Posteriormente fue conocido no sólo como un hombre virtuoso sino como un guía y maestro de otros. Se narra sobre su conversión que cierto día trepó la pared de una casa para entrar a robar por la noche, y he aquí que vivía allí un hombre muy devoto que estaba despierto orando y recitando el Sagrado Corán. Al escuchar la melodiosa voz del hombre recitando un versículo del Libro Magnífico, Fudail se sentó sobre la pared que había escalado y pensó: “Es una revelación dirigida directamente a mí. ¡Sí Dios mío, ya es hora, este es el momento!”. Bajó entonces por donde había subido y abandonó su actividad delictiva, la bebida, el juego y sus otros vicios. Devolvió todo lo que pudo a quienes había robado y cumplió con los actos de devoción que había omitido. Fue así, sin duda, alguien que emigró del pecado.

En la época del Imam Musa Al-Kazim (P) había un hombre en Bagdad llamado Bushr Hafi, un aristócrata amante del placer. Un día el Imam pasaba por la puerta de la casa de este hombre cuando salió una sirvienta a arrojar basura a la calle. Al mismo tiempo podía escucharse música y jolgorio que provenían de la morada, signo evidente de que alguna orgía y francachela tenían lugar en su interior. El Imam le preguntó a la sirvienta quién era el dueño de la casa y si era un esclavo o un hombre libre. La doméstica contestó sorprendida: “¿No lo sabes? Esta es la casa de Bushr Hafi. ¿Cómo puede ser un esclavo?” Y el Imam afirmó: “Debe ser un hombre libre para ocuparse de esto. Si fuera un esclavo su conducta sería diferente”. Y a continuación siguió su camino.

Cuando la doméstica volvió al interior de la casa Bushr le preguntó por qué había tardado tanto y ésta le relató la conversación que había tenido con un hombre que, según ella, parecía muy virtuoso y religioso. Por su descripción, Bushr comprendió que no podía ser otro que Musa Al-Kazim. Sintió un súbito estremecimiento en el corazón y le preguntó a la criada en qué dirección se había ido. Cuando le respondió salió corriendo descalzo hasta alcanzarlo y cayó a los pies del Imam, sollozando y reconociendo su anhelo de ser un esclavo a partir de ese mismo momento, un esclavo de Dios. Se arrepintió de su conducta pasada y al volver a su casa se desprendió de todo lo que utilizaba en sus francachelas, comenzando desde ese momento una vida de virtud y devoción. Este es otro caso de alguien que ha emigrado del pecado.

Hay una interpretación similar acerca del yihad. Se dice que un muyáhid (alguien que emprende el yihad, la lucha por la Causa de Dios) es en verdad quien combate su propio ego y lucha contra sus vicios y su concupiscencia.

‘Alí, la Paz sea con él, dijo: “El hombre más valiente es quien vence a sus propias pasiones”. Cierto día el Profeta (BPD) pasaba por una calle de Medina y vio a un grupo de jóvenes ocupados en una contienda que consistía en ver quién levantaba la piedra más pesada. El Profeta les preguntó si les gustaría que él actuara como juez de la contienda, y ellos acordaron de inmediato. Entonces el Profeta (BPD) dijo: “No es necesario que levanten la piedra para ver quién de ustedes es el más fuerte. Puedo decirles que el más fuerte de vosotros es aquél que, ante el deseo de cometer una falta, se controla a sí mismo y la evita. Este es sin duda un bravo guerrero”.

También se relata una anécdota de Puryaveh Valí, considerado uno de los más valientes luchadores, y un verdadero símbolo de caballerosidad y hombría. Cierta vez había visitado otra comarca para tener una contienda con el campeón del lugar. En la calle se cruzó con una anciana que ofrecía dulces a la gente como caridad y les pedía que suplicaran por su hijo. Se aproximó también a Puryaveh y le ofreció los dulces, y entonces éste le preguntó por qué los daba, a lo que la mujer contestó: “Mi hijo es un campeón de lucha que ha sido desafiado por el campeón de otra comarca. Nosotros vivimos de la ganancia que él obtiene de la lucha y si pierde la contienda no tendremos de qué vivir”. Relata Puryaveh que sintió que estaba en una encrucijada sobre si mostrar o no su fuerza en la contienda del día siguiente. Y aunque era mucho más fuerte que su adversario, ese día finalmente luchó de manera tal que permitió que su oponente ganara. Narra que en ese momento su corazón fue abierto por Dios y que parecía como si estuviera rodeado por los ángeles. Combatió ese día contra sus propios deseos y alcanzó así la categoría de los santos.

Hay otra historia acerca de ‘Alí, la Paz sea con él, y Amr Ibn Abdawud, un fuerte y valiente caballero que se había enfrentado sólo contra mil hombres. En la batalla del foso[1] los musulmanes estaban de un lado de la trinchera y el enemigo del otro, por lo que éstos últimos no podían cruzarla. Unos pocos infieles, entre los que se contaba Amr, se las arreglaron para pasar del otro lado desafiando a los musulmanes (a combate individual), pero éstos temían enfrentarlo porque sabían de su fuerza. El Profeta (BPD) preguntó quién aceptaría el desafío pero nadie se movió excepto un joven de 23 o 24 años: ‘Alí (P). El Profeta (BPD) no le dio permiso para salir. Omar le dijo al Profeta (BPD) que nadie se ofrecía y que debía dejarse a ‘Alí proceder. ‘Alí salió entonces a enfrentar a este gran campeón y lo golpeó con fuerza haciéndolo caer y de inmediato se sentó sobre su pecho para acabar con él. Pero Amr en ese momento escupió en la cara de ‘Alí encolerizado por su derrota. ‘Alí quedó muy ofendido por esta indigna conducta, se levantó sin matarlo y se puso a caminar un momento para aplacar su ira. Cuando Amr le preguntó que le pasaba respondió: “No deseo matarte movido por la ira porque yo combato por la Causa de Dios y en ella no hay lugar para la ira (personal)”. Este es un bravo guerrero.

Otra interpretación del yihad es el combate del propio ego. El Profeta lo llamó el Gran Yihad. Pero algunas personas han falseado esta interpretación suponiendo que la emigración es solamente apartarse de los pecados y el yihad es sólo combatir contra el ego. Olvidan así que emigrar es también abandonar los lugares indeseables y el yihad combatir a los enemigos externos. El Islam cree entonces en dos tipos de emigración y dos tipos de yihad. Si negamos uno en beneficio del otro, estamos falseando las enseñanzas del Islam.

Los santos de nuestra religión, incluyendo al Profeta, el Imam ‘Alí y los otros Imames, fueron todos combatientes y emigrados. Desde el punto de vista espiritual hay etapas que no pueden superarse si no es a través de estas acciones. Un hombre que no ha entrado jamás al campo del yihad no puede ser llamado muyáhid y alguien que no emigra no se ha ganado el epíteto de emigrado.

Desde el punto de vista del Islam, el matrimonio es algo sagrado en muchos sentidos (a pesar de que en el cristianismo ocurre lo contrario, y el celibato es preferible)[2]. ¿Por qué es esto? Una de las razones es la educación del alma humana. Hay un grado de madurez y perfección que no se alcanza sino es a través del matrimonio. Si un hombre o una mujer permanecen solos hasta el final de sus vidas, e incluso si esas vidas estuvieron dedicadas a la devoción, el ascetismo, la oración y el combate de las pasiones, se percibe todavía una cierta inmadurez presente en ellos. De ahí que el matrimonio sea tan recomendado y una costumbre necesaria.

Los factores que son eficaces en la educación del hombre lo son cada uno en su propio ámbito y ninguno de ellos puede ocupar el lugar de otro. La emigración y el yihad, también, son factores que no pueden ser reemplazados por ningún otro. Ni tampoco pueden estos dos reemplazarse entre sí.

Ahora bien, ¿cuál es el deber de los individuos bajo diferentes condiciones (que no requieren ni la lucha ni la emigración)? Porque no todas las condiciones permiten ejercitar estas dos acciones.

El Santo Profeta (BPD) percibió esto y nos enseñó que el deber de un musulmán es tener una seria y firme intención de emigrar o participar del yihad si las condiciones lo requieren. Por lo que una persona que jamás ha combatido ni pensó en combatir, dejará este mundo en un estado de hipocresía; mientras que aquellos que abrigaron la intención de emigrar o combatir en el yihad si se daban las condiciones, obtendrán (aunque no lo hayan concretado) el rango de los emigrados y los muyáhidín (combatientes en el yihad).

Dice el Sagrado Corán: “No se equiparan los creyentes que permanecen sentados (en sus casas), sin estar impedidos, con quienes combaten por la Causa de Dios con sus bienes y sus personas. Dios ha agraciado a los combatientes con sus bienes y sus personas con una categoría por encima de quienes permanecen sentados (remisos). Empero a ambos a prometido Dios lo mejor. Si bien Dios ha agraciado a los combatientes por sobre los remisos con una recompensa extraordinaria” (4:95).

Lo que Dios nos está diciendo aquí es que no son en absoluto iguales los musulmanes que combaten en el Yihad: los combatientes por la Causa de Dios que se empeñan con sus riquezas y sus personas, y aquellos que permanecen sentados en sus hogares sin justificativos (desobedeciendo al Corán), con el mero pretexto de que “los dispuestos a luchar son suficientes”. El Sagrado Corán no reprocha a aquellos que permanecen en sus hogares debido a alguna incapacidad, como la ceguera, la cojera o una enfermedad, pero que no obstante tienen la firme intención ir a luchar, y que si no fuera por su impedimento físico se habrían precipitado al yihad por la Causa de Dios. Estos también, quizás, obtengan la categoría de los muyáhidin (por su intención).

Cuando ‘Alí (P) retornaba de la batalla de Siffín[3], alguien vino a verlo y le dijo: “Ojalá mi hermano hubiera estado contigo en este combate”. Y ‘Alí le contestó: “¿Cuál era su intención? ¿Dio alguna excusa válida (para no concurrir) o no?. Si no tenía ninguna excusa para no unirse a nosotros, mejor que no haya venido. Pero si su corazón estaba con nosotros aunque no pudo unirse a nosotros por alguna razón, puede considerarse que estuvo con nosotros”. El hombre dijo: “El tenía intención de unirse a tí”. A lo que ‘Alí contestó: “Entonces estuvo con nosotros tu hermano, y no sólo él, sino también todos aquellos que todavía están en los vientres de sus madres y en los riñones de sus padres puede considerarse que se han unido a nosotros”[4].

¿Qué significa “esperar el advenimiento”? Alguna gente supone que ello significa esperar que el Duodécimo Imam (P) reaparezca con sus trescientos trece comandantes y otros seguidores para destruir a los enemigos del Islam, y así establecer la paz, la prosperidad y la libertad perfecta para que nosotros la disfrutemos[5]. Lo que realmente significa esperar el auxilio (de Dios, a través de la aparición del Imam Al-Mahdi) es tener la esperanza de unirse al Mahdi cuando reaparezca y combatir a su lado en la gran lucha, y quizás obtener en ella el martirio. Este es el deseo de corazón de todo verdadero y esforzado musulmán. No significa en absoluto sentarse a esperar hasta que todo esté en orden y entonces beneficiarse de las bendiciones subsiguientes. Los compañeros del Profeta (BPD) le dijeron cierta vez: “No seremos (para contigo) como el pueblo de Moisés”. Esto se refiere a que cuando Moisés alcanzó con su pueblo la tierra de Palestina, su gente le dijo: “Tú y tu Señor vayan y combatan al enemigo, que nosotros permaneceremos aquí hasta que todo esté bien”. Y Moisés respondió: “¿Cuál pensáis que es vuestro deber? Vuestro deber es echar al enemigo que ocupa vuestra tierra”. En cambio los compañeros del Profeta (BPD) dijeron: “No somos como el pueblo de Moisés. Nosotros haremos lo que ordenes”. Por eso esperar el auxilio (de Dios) significa ayudar al Imam Mahdi en la lucha por reformar al mundo.

Muchos de nosotros, durante la oración, suplicamos haber acompañado al Imam Husain (P) para ser de los salvados[6]. ¿Se hace esta súplica con total sinceridad? En algunos casos sí, pero en otros no.

En la noche anterior a su martirio, el Imam Husain, con él sea la Paz, dijo: “No conozco mejores ni más leales compañeros que los míos”. Un gran erudito, un hombre de mucho conocimiento de la escuela shiíta, afirmaba que él no creía que el Imam hubiera realmente pronunciado esas palabras, porque según él los compañeros de Al-Husain no habían hecho gran cosa contra la crueldad del enemigo, y era el deber de todo musulmán ofrecer sus servicios al nieto del Profeta (BPD), hijo de ‘Alí(P). Aquellos que se abstuvieron de asistirlo deben ser considerados malvados sin remedio. Y este hombre de conocimiento dice que Dios le hizo comprender su error por medio de un sueño. Soñó que estaba en el campo de batalla de Karbalá y que había ido a ofrecerle sus servicios al Imam. El Imam le dijo que le daría instrucciones en su momento. Era la hora de la oración y el Imam le dijo que montara guardia por si el enemigo comenzaba a disparar mientras él y sus compañeros realizaban la plegaria del mediodía. De repente alguien del enemigo le disparó una flecha y entonces él se agachó para esquivarla y fue a herir al Imam. El hombre narra que se sintió en el sueño avergonzado y arrepentido de evadir la flecha y se prometió que no lo haría otra vez. Pero no obstante repitió la misma acción de esquivar con las tres flechas siguientes que le dispararon las que, nuevamente, fueron a herir al Imam.

“No encontré jamás mejores y más leales compañeros que los míos”. Sus compañeros fueron hombres de acción, no de palabras. El 10 de Muharram la mayoría de los compañeros del Imam Al-Husain (P) habían sido muertos, y sólo unos pocos y algunos miembros de su familia vivían todavía al mediodía.

En la primera fase de la batalla se enfrentaron los dos bandos. El grupo del Imam contaba sólo con 72 hombres pero que lucían valientes y firmes. El Imam ordenó a su pequeño ejército colocando a Zahir ibn Alghin a la cabeza del flanco derecho, y a su bravo hermano Abul Fadl como su propio portaestandarte. Los comandantes pidieron entonces permiso para iniciar la lucha.

En el interín, Umar ibn Sa‘d, como comandante de las fuerzas enemigas, dudaba en comenzar la batalla, intentando satisfacer a ambos bandos, y escribió repetidas cartas al Imam proponiendo algún tipo de compromiso. Pero Ibn Ziad, comandante en jefe del ejército, se disgustó de esta conducta y le ordenó que atacara de una vez o que dejara el comando a otro.

Umar ibn Sa‘d, temiendo que su anterior dilación pudiera hacerle perder prestigio frente a sus superiores así como la oportunidad de ser designado gobernador de Rey, trató de enmendarla haciendo gala de la mayor crueldad y fue el primer hombre que disparó sobre la tienda del Imam (P), llamando a varios hombres para que lo vieran hacerlo y lo contaran después a Ibn Ziad.

El desaparecido Sheij Ayati solía decir en sus disertaciones que la batalla de Karbalá comenzó con una flecha, disparada por Umar ibn Sa‘d, y terminó con otra, cuando una flecha envenenada hirió al Imam en el pecho por lo que cesó de gritar su desafío al enemigo y sólo tuvo tiempo de rogar a Dios: “En el Nombre de Dios, en Dios y por la Causa de la Comunidad del Profeta de Dios”.

Uno de los compañeros del Imam Husain, llamado Abbas ibn Abu Shubaib, enfrentó valientemente al enemigo y los desafió (a combate individual, como era costumbre de los caballeros árabes). Pero ninguno de ellos se animó a aceptar el desafío. Irritado volvió al campamento y se sacó la armadura para volver de nuevo al campo de batalla, casi desnudo, y desafiar de nuevo al enemigo. Pero otra vez nadie se animó a enfrentarlo directamente, sino que traicioneramente le arrojaron piedras y espadas hasta que finalmente lo mataron.

Los compañeros del Imam (P) mostraron una sorprendente hombría y lealtad el último día de la batalla. Tanto hombres como mujeres protagonizaron escenas de valor y sacrificio que no tienen rival en la historia humana. Abdullah ibn Umar Al-Kalbí fue otro de esos valientes hombres, y había llevado consigo a su esposa y su madre. Cuando quiso salir para el combate su esposa (era recién casado) lo detuvo preguntándole que pasaría con ella si él moría. Su suegra entonces la interrumpió y le dijo que no prestara atención a su esposa porque ese era un día de prueba y que si él no se sacrificaba por el Imam ella como madre no lo perdonaría. Abdullah se unió al combate y fue muerto y decapitado. Su madre tomó entonces una estaca de la tienda y se precipitó hacia el enemigo. El Imam le gritó que volviera, que las mujeres no tienen obligación de pelear en el Islam. Ella tomó la cabeza de su hijo, la besó y la apretó contra su pecho diciendo: “Bien hecho, hijo. Estoy satisfecha contigo”. Y luego la arrojó hacia el enemigo gritando: “Nosotros no tomamos de vuelta lo que hemos ofrecido por la Causa de Dios”.

Entre aquellos que le ofrecieron sus servicios al Imam Husain (P) estaba un niño de doce años que se había atado una espada a su muñeca y pedía que lo dejaran luchar como su padre, que ya había sido muerto. El Imam (P) dijo: “Temo que tu madre no esté de acuerdo”; y el muchacho respondió: “Fue mi madre la que me dejó venir y la que me dijo que si no ofrecía mi vida por la causa del Imam no me perdonaría”. Era costumbre que los árabes se presentaran al ingresar al campo de batalla (dando a conocer su linaje y desafiando a lucha individual), pero este niño no lo hizo y el recuerdo de su nombre se ha perdido. Su grito de batalla al enfrentar al enemigo fue original porque dijo: “Yo soy uno cuyo maestro es Al-Husain, ¡y qué buen maestro es, oh gente!”[7]. Consideró que esto era suficiente.

Para terminar, ruego a Dios ilumine nuestros corazones con la luz de la fe y nos haga verdaderos emigrados y combatientes por la causa del Islam, y nos dé la victoria sobre sus enemigos y nos permita obtener Su Complacencia.

Fuente: DISCURSOS ESPIRITUALES, Conferencias sobre la dimensión espiritual del Islam; Editorial Elhame Shargh

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente


[1] Esta batalla se denomina así porque los musulmanes fueron atacados en la ciudad de Medina por un fortísimo ejército de coaligados idólatras, y adoptaron la táctica de cavar una ancha zanja rodeando la ciudad para impedirle al enemigo aproximarse. Los musulmanes custodiaban por todos lados la enorme trinchera para evitar el cruce del enemigo. Los árabes no estaban acostumbrados a sitiar ciudades, y la táctica dio resultado pues desconcertó a los impíos. Finalmente una fuerte tormenta que arrasó su campamento (y que Dios se atribuye en la Revelación como Su auxilio para los creyentes), más el desánimo y la falta de apoyo logístico, provocaron la dispersión de los sitiadores. En esa oportunidad sólo hubo algunas pequeñas escaramuzas con algunos grupos que se animaron a cruzar el foso por los lugares más angostos desafiando las flechas de los creyentes. (Nota del Traductor al Español)

[2] Dijo el Profeta (BPD): “El matrimonio es la mitad del din (e.d.: de la religión y la vida buena)”. Y hay otras tradiciones al respecto, por lo que, en general, el Islam considera que el estado de casado es mejor que el de célibe o soltero. (Nota del Traductor al Español)

[3] En el Nahyul Balaga esta anécdota está relatada en realidad respecto de la batalla del Camello y no de Siffin. (Nota del Traductor al Español)

[4] Lo que quiere significar el Imam (P) es que aún los que no han nacido y los por nacer en el futuro, si conociendo la justicia de su causa, que era la Causa de Dios, desean unirse a él, es como si lo hubieran hecho. La expresión “en los riñones de sus padres” proviene del Sagrado Corán y designa a los aún no engendrados. (Nota del Traductor al Español)

[5] El advenimiento del Imam Mahdi (P), un sucesor del Profeta (BPD) que restablecerá sobre la tierra la justicia, la equidad y la religión de la Verdad, es una doctrina firme en el Islam basada en seguras tradiciones proféticas que aceptan todas las escuelas. Aquí el profesor Mutahhari se refiere a la actitud del creyente ante ese auxilio divino que encarnará el Imam esperado, que no debe ser una actitud de tranquila espera sino de activo compromiso con los problemas de la comunidad islámica y de la propia alma. (Nota del Traductor al Español)

[6] Se refiere a haber sido de los que lo acompañaron en Karbalá y fueron martirizados a su lado. Al-Husain es el señor de los mártires en el Islam, por el perfecto sacrificio que hizo de su vida por la Causa de Dios. (Nota del Traductor al Español)

[7] Entre las costumbres y normas de caballerosidad que tenían los árabes en la guerra estaba no sólo presentarse a sí mismos, sino también componer algún poema elogiando su causa o denostando al enemigo. (Nota del Traductor al Español)

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