La Paz Sea Con Ibrahim (V)

(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)

Derrotando el ego

Narrado por un grupo de amigos del mártir

Había llovido copiosamente en Teherán y el bulevar 17 de Shahrivar estaba inundado. Algunos ancianos querían atravesar la calle pero no sabían cómo.

En ese momento llegó Ibrahim. Se enrolló los pantalones y pasó al otro lado de la calle a los ancianos, uno por uno los cargó sobre su espalda.

Ibrahim hacía muchas cosas como esta y no tenía otro objetivo que vencer a su ego, especialmente cuando su nombre andaba de boca en boca entre los chicos.

***

Era una tarde de verano, estábamos con Ibrahim, llegamos a un callejón y vimos que un grupo de muchachos jugaba fútbol.

Íbamos pasando cuando uno de los chicos pateó fuertemente el balón, estrellándolo en el rostro de Ibrahim que cayó sentando en el suelo. La parte de su cara donde había impactado el balón estaba roja. Yo me enojé mucho, miré que los muchachos se escapaban para que no les hiciésemos nada.

 Ibrahim que aún no se ponía de pie, sacó de su maletín deportivo una bolsa de nueces, y les gritó a los chicos que continuaban corriendo:

— ¿Adónde vais? ¡Volved! ¡Venid a comer nueces!

Después dejó la bolsa de nueces a un lado de la portería improvisada donde los chicos jugaban, y nos marchamos.

En el camino, un poco sorprendido le pregunté:

— ¿Por qué hiciste eso?

— Esos jóvenes se asustaron… En ningún momento tuvieron la intención de golpearme con el balón. — Me respondió.

Después cambió el tema y seguimos conversando sobre otras cosas. ¡Pero yo sabía que los grandes hombres actuaban de esa manera!

***

Estábamos en el club de lucha preparándonos para entrenar, cuando Ibrahim entró. Algunos minutos después llegó otro de nuestros amigos que sin mediar palabra le dijo:

— ¡Ibrahim tu estilo y músculos te hacen ver interesante! Cuando venía, dos chicas estaban caminando detrás de ti y pude escuchar cómo hablaban de ti…. Con esa camisa y pantalones elegantes, y el maletín deportivo, es evidente que eres un atleta.

Me le quedé viendo a Ibrahim y pensé: «Seguro que se ha molestado». Y es que parecía que no quería continuar escuchando esas palabras.

En la siguiente sesión en el club, cuando vi llegar a Ibrahim empecé a reír. Vestía una camisa muy larga y un pantalón muy flojo, y en vez de maletín traía una bolsa de plástico donde se veía una amalgama de ropa. ¡Y así continuó viniendo al club!

Los chicos lo cuestionaban:

— ¿Cómo puedes venir en esas fachas?

Otros, le decían:

— Nosotros venimos al club para tener una figura escultural y nos vestimos bien, y tú a pesar de tu musculatura… ¿Cómo eres capaz de vestirte así?

Ibrahim no les prestaba atención, y les aconsejaba:

— Si hacemos deporte por Dios, ello es un acto de adoración, de lo contrario solo nos perjudicamos a nosotros mismos.

Un tiempo después, me interesé por el fútbol. Un día estaba jugando en una cancha cuando de repente vi a Ibrahim en el graderío, rápidamente fui hasta donde estaba y con entusiasmo le dije:

— ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces por aquí?

Tenía una revista en la mano, balanceándola me dijo:

— Tu foto sale en esta revista.

Me emocioné y la noticia me entusiasmó, quise arrebatarle la revista, pero no se dejó. Me dijo:

— Te puedo dar la revista con una condición…

— ¡Cualquiera que sea, la acepto!

— ¿Estás seguro?

— ¡Claro que sí! ¡Acepto cualquier condición!

Me dio la revista. Habían impreso mi fotografía: ¡Era el póster central! Habían escrito un pequeño artículo titulado «El nuevo fenómeno del fútbol juvenil», donde me elogiaban bastante. Me senté. Leí nuevamente el artículo, y hojeé el resto de la revista. Luego, le dije:

— Muchas gracias, querido Ibrahim, me has alegrado el día. Dime, por favor ¿cuál es tu condición?

— ¡Calma! Me has dicho que aceptarías cualquier condición.

— ¡Por supuesto! Entonces, dime cuál es tu condición.

Ibrahim guardó silencio y después me dijo:

— ¡Ya no juegues fútbol!

Me quedé mudo y con los ojos agrandados por lo que acababa de oír. Reaccioné:

— ¡Qué abandone el fútbol! ¿Qué quieres decir? ¡Apenas comienzo a ser conocido!

—No quiero decir que nunca juegues, sino que me refiero al fútbol profesional.

— ¿Por qué?

Ibrahim se aproximó, tomó la revista de mis manos, me mostró mi fotografía, y me explicó:

— Esta es una foto a todo color, mírala bien. Aquí luces unos pantaloncillos. No somos los únicos que estamos viendo la revista. Está en manos de toda la gente. Muchas chicas posiblemente la han visto o la van a ver… Si te digo todo esto es porque eres uno de los chicos de la mezquita. Si no, no te hubiese dicho nada. Te aconsejo que primero fortalezcas tu fe, solo después de ello puedes dedicarte profesionalmente al deporte. Así, no tendrás problemas.

Luego me dijo que tenía bastante trabajo que hacer, se despidió y se fue.

Me quedé boquiabierto. Me senté y pensé mucho en las palabras de Ibrahim. Oír todo eso de alguien que siempre bromeaba, que hablaba como una persona común, pues sinceramente nunca me lo hubiese imaginado.

Después de un tiempo entendí sus palabras, cuando vi a algunos chicos —que iban a la mezquita y rezaban pero que su fe era débil— dedicarse al deporte profesional, poco a poco el ambiente que frecuentaban terminaba alejándolos de la religión.

Yadol.lah[1]

Narrado por el Seyyed Abulfazl Kazemí

Don Ibrahim estaba trabajando en una tienda del bazar. Un día lo vi de una manera que me sorprendió mucho.

Tenía dos cajas de cartón grandes llenas de mercadería sobre sus hombros. Las colocó en el suelo, en la entrada de una tienda.

Cuando terminó de hablar con el encargado del negocio, me acerqué a él y lo saludé. Después le dije:

— Don Ibrahim este trabajo es muy feo para usted. Es para cargadores. ¡No es adecuado para usted!

Se me quedó viendo a los ojos y me contestó:

— Trabajar no es defecto, el defecto es no trabajar. Además, este trabajo es muy bueno para mí, porque me hace recordar que no soy más que otros. Así lucho contra mi ego, contra la vanidad.

— No es bueno que la gente lo vea haciendo esto. Usted es un deportista y mucha gente lo conoce. — Insistí. Pero Ibrahim solo sonrió, y agregó:

— ¡Eh! Siempre hay que tratar de hacer lo que a Dios le agrada, aunque a la gente no le guste.

***

Estábamos sentados con algunos amigos. Hablábamos sobre don Ibrahim. Saqué su fotografía para mostrarla, uno de mis amigos —que no lo conocía— me la arrebató de las manos, la miró detenidamente y nos preguntó:

— ¿Estáis seguros de que este es el mismo Ibrahim del que habláis?

— ¡Claro que estamos seguros!

— Hace un tiempo tenía una tienda en el bazar Soltaní. Este chico de la foto, venía dos días a la semana, se quedaba parado a la entrada del bazar con una mochila, y los comerciantes lo contrataban como cargador. Un día le pregunté: «¿Cómo te llamas?». Me dijo: «Llámeme Yadol.lah». Pasó un tiempo, y una vez uno de mis colegas vino al bazar, cuando vio a Ibrahim, me dijo sorprendido: «¿Sabes quién es ese?». Le respondí que no, y quise saber por qué lo preguntaba. Mi colega me dijo: «Ese hombre es campeón de voleibol y de lucha. Además, ¡es un hombre muy piadoso! Este trabajo que está haciendo es para luchar contra su ego. ¡Y te digo que es una persona muy importante!». Después de eso no lo volví a ver.

Las palabras de mi amigo me hicieron pensar mucho porque para mí esto era algo muy extraño. Luchar contra el ego de esa manera, para mí no tenía ningún sentido.

***

Un tiempo después, vi a uno de mis viejos amigos. Nos pusimos a hablar sobre don Ibrahim y las cosas que hacía. Luego me contó:

— Una vez, antes de la Revolución Islámica, Ibrahim vino a buscarnos a mí, a mi hermano y a dos personas más. Nos llevó a un restaurante, y pidió el mejor platillo para nosotros. ¡Hasta ese día no había comido algo tan sabroso! Cuando terminamos, me preguntó qué me había parecido la comida. Le dije que había estado exquisita, y le agradecí. Entonces, me dijo: «Hoy en la mañana trabajé cargando bultos en el bazar y el buen sabor de esta comida se debe a la dificultad que pasé para obtener el dinero para pagarla».

El seminario teológico del clérigo hach Muytahidí

Narrado por Iraŷ Gueraiy

En los últimos años antes de la Revolución Islámica, Ibrahim además de trabajar en el bazar hacía otras cosas sobre las cuales casi nadie sabía.

Él mismo no hablaba con nadie al respecto, pero era evidente que había cambiado completamente su comportamiento. ¡Ibrahim estaba mucho más espiritual!

Por las mañanas se le veía con una bolsa plástica negra en sus manos en la que llevaba no sé qué cosa, e iba al bazar.

Un día pasaba en mi motocicleta cuando vi a Ibrahim en la calle. Le pregunté:

— ¿Adónde vas hermano?

— Al bazar.

Le dije que se subiese, y lo llevé. En el camino le dije:

— Hace un tiempo que te veo con esa bolsa, ¿qué es lo que llevas en ella?

 — Libros, nada en especial.

Cuando atravesábamos el callejón Naeb Alsaltaneh, me pidió que me detuviese. Se bajó de la motocicleta, me agradeció, se despidió y se marchó. Me quedé sorprendido, porque este no era el lugar donde trabajaba Ibrahim. Entonces, ¿adónde iba?

Decidí seguirlo sin que se diese cuenta. Estacioné la moto y me fui tras de él. Lo vi entrar a una mezquita, y pude ver cómo se sentaba en un salón con un grupo de jóvenes que estaban estudiando. Sacó un libro de la bolsa y lo abrió.

En ese momento entendí. Ibrahim estaba estudiando en el seminario teológico. Salí de la mezquita y le pregunté a un anciano que pasaba:

  • ¡Discúlpeme! ¿Cómo se llama esta mezquita?

— Este es el seminario teológico del clérigo hach Muytahidí. — Me respondió.

Sorprendido, di un vistazo a los alrededores. Nunca me hubiese imaginado que Ibrahim se había vuelto un seminarista.

En una de las paredes había un dicho del Profeta Muhammad (PB):

«Los cielos, la tierra y los ángeles piden día y noche el perdón para tres grupos de personas: los sabios, los que buscan el conocimiento, y los hombres generosos».[2]

En la noche cuando salíamos del zurjaneh, le dije:

— Hermano Ibrahim, no nos habías contado que estudias en el seminario teológico.

Sorprendido, se volvió hacia mí y se me quedó viendo. Entendió que yo lo había seguido, y lentamente me dijo:

— Es una lástima que el ser humano pase su vida solo comiendo, bebiendo y durmiendo. Oficialmente, no soy un seminarista, pero aprovecho las mañanas yendo a estudiar y por las tardes voy al bazar. Pero por ahora, no le cuentes a nadie.

La rutina de Ibrahim era esa hasta la victoria de la Revolución Islámica. Después, tenía muchas cosas que hacer que no le permitieron continuar ni en el seminario ni en el bazar.

Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

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[1] Yadol.lah [en persa: یدالله ‎], nombre propio de origen árabe cuyo significado literal es «la mano de Dios».

[2] Muwaiz al-'Adadiyah, pág. 111.

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