La formación de un estado sionista se colocó en la agenda de la política exterior británica a fines del siglo XIX, tomando como causas el colapso del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial y el establecimiento de los británicos en Palestina, que sirvieron de base para su implementación. En el año de 1917, Inglaterra anunció su apoyo al establecimiento del estado sionista en Palestina.
Con el apoyo de los británicos, una delegación sionista ingresó a Palestina quienes comenzaron a construir asentamientos mediante la compra de tierras, llegando a desplazar a decenas de miles de palestinos.
El 29 de noviembre de 1947, Naciones Unidas aprobó el plan de partición de Palestina en dos estados, uno árabe y el otro judío. En ese momento, los judíos constituían un tercio de la población y dominaban tan solo el 6% de la tierra palestina; sin embargo, el plan de la ONU les otorgaba el 55% del área de Palestina. Por ende, los palestinos y sus aliados árabes rechazaron el plan mencionado, pero el movimiento sionista estuvo de acuerdo con él desde un principio, porque este legitimaba la creación de un gobierno sionista en las tierras palestinas. Por supuesto, los sionistas no se detuvieron allí y ocuparon decenas de pueblos y aldeas palestinas en 1948 expulsando a los residentes originales.
Todos los batallones avanzaron, nosotros debíamos atravesar los obstáculos y trincheras que encontrábamos, pero a medida que aclaraba nuestro trabajo se volvía más difícil.
Una parte era sobre todo muy complicada, era la zona cercana al puente Refayeh en la que había una trinchera desde donde un iraquí disparaba con una ametralladora muy potente, impidiéndonos avanzar. Nuestros intentos por neutralizarlo, resultaban inútiles.
Llamé a Ibrahim y le mostré el punto donde estaba instalado el tirador. Observó detenidamente y me dijo que la solución era acercarse y arrojar una granada a la trinchera. Después, me pidió dos granadas, se lanzó al suelo y empezó a avanzar arrastrándose hacia la trinchera...
Estábamos en las alturas de Anar, el cielo se había despejado por completo. El enfermero vendó la herida de Ibrahim, y empezamos a dividir las tropas mientras hablábamos por el transceptor de radio.
De repente, uno de los chicos vino corriendo y me dijo:
— ¡Señor! ¡Señor! Un grupo de iraquíes con las manos entrelazadas detrás de la cabeza en señal de rendición se dirige hacia acá.
— ¿Dónde? — Le pregunté sorprendido y después nos fuimos hacia una trinchera que estaba frente a la colina.
Eran casi veinte personas en la colina de enfrente, mostraban un pañuelo blanco. Les dije a los combatientes que se preparasen, que podía ser una trampa.
Momentos después, dieciocho iraquíes —entre ellos un oficial y un comandante— se rendían ante nosotros. Me alegré mucho porque además del triunfo de nuestra operación, llevaríamos prisioneros.
‘Abdul Razzaq Nawfil, investigador contemporáneo egipcio, en el libro «El Milagro numérico del Corán», se ocupó en investigar las maravillas del Corán en lo relacionado al orden numérico. El Profesor ‘Abdul Razzaq escribe respecto a su propio libro: «De entre los favores de Dios Altísimo hacia mí está que mientras escribía el libro «El Islam, religión y vida mundana», me guió para que me diera cuenta que el término Dunia –vida mundana- en el Corán ha sido repetido en el Corán igual de veces que fue repetido el término Ajirah –el más allá-. Además cuando preparaba el libro «El mundo de los genios y los ángeles» me indicó que la expresión Malâ’ik -ángeles- se repitió igual número de veces en el Corán que Shaiâtin -demonios- y yo mencioné estas conclusiones en los dos libros mencionados. En esos momentos yo no sabía que esta armonía abarcaba a todo lo que el Corán mencionaba. Desde entonces, cualquier investigación que hacía en el Corán, llegaba a una conclusión maravillosa, ya sea que los temas de investigación fuesen semejantes o contrapuestos, ¡y eso es un milagro! Es una imagen de las diferentes imágenes de los milagros. Es algo superior a la fuerza humana y más elevado que los límites del intelecto del hombre y me pareció que aquello a lo que Dios me orientó debería ser propagado y divulgado para hacer conocer a la gente este nuevo aspecto del milagro coránico».
Fuimos juntos a la casa de mi amigo. Al llegar le dije: «A quien debes agradecer es a don Ibrahim, no a mí, porque yo no tengo la capacidad de cargar y llevar ocho kilómetros a una persona sobre mis hombros. Especialmente sobre un terreno montañoso. ¡No he sido yo quien te ha rescatado!»
Hice una pausa, y continué explicándole: «… es por eso que entendí que quien te cargó ese día fue alguien que habla poco, tiene la misma estatura que yo y una fuerza física superior a la mía. ¡Entendí que solo pudo haber sido Ibrahim!»
Me le quedé viendo a Ibrahim que no decía ni una palabra. Lo insté: «¡Te juro por mi ancestro [el Profeta] que si no dices nada me enfadaré contigo!»
Pero Ibrahim seguía callado, parecía nervioso. Finalmente me preguntó:
— ¿Qué quieres que diga? — Hizo una pausa, y relató: — Ese día yo ya me retiraba del campo de batalla cuando vi que él estaba tirado. Ya no había nadie más, era tal vez la última persona… Estaba muy obscuro, le vendé el pie que sangraba mucho. En el camino me llamaba continuamente «seyyed», por lo que entendí que era uno de tus amigos, y no le dije nada… Lo dejé con el personal de enfermería...
“Estudié filosofía con el célebre pensador Sayed Husain Bad¬kubei a lo largo de seis años, durante los cuales seguí los cursos de este gran sabio; aprendí y comprendí los escritos de Sabze¬vari, los dos de Mul-lâ Sadrā Shirazi, la serie de la obra “Shifâ” de Avicena, los libros de Ibn Tarké de la gnosis y de Ibn Maskuyé de la moral… Fue con este matemático que aprendí geometría plana y en el espacio, algebra deductiva y cálculo infinitesimal.”
Por primera vez estábamos preparados para realizar una incursión en las posiciones del enemigo, para ello se escogió a Ibrahim, Yavad Afrasiabí, Reza Dastvareh, Reza Cheraghí, otras cuatro personas y yo. Se nos agregaron otros hermanos kurdos, aldeanos de la zona que conocían muy bien los caminos. Llevamos provisiones casi para una semana, especialmente pan y dátil. Asimismo, teníamos armas, municiones, artefactos explosivos, minas antivehículos. Metimos todo en nuestras mochilas y emprendimos la marcha.
Atravesamos las alturas y después llegamos al río Imam Hasan (P), lo cruzamos. Entramos a una zona conocida como Cham Imam Hasan (P), que estaba ocupada por una brigada del ejército iraquí. Nos escondimos en lo alto de una montaña.
El Imam Hassan (la paz sea con él) fue también una floreciente y fragante flor de este jardín de virtud y perfección, que fue regado por el Todopoderoso con las aguas del conocimiento y la sabiduría. Solía florecer en la atmósfera iluminada de la misericordia y la generosidad. Estaba protegido por la infalibilidad y cuidado por la profecía. Este príncipe de los dos mundos había sido alimentado por la lengua de la profecía y se crió en el regazo del Imamato.
Cuenta Alamah Tabatabaii: “Mi esposa y yo éramos familiares cercanos de Alamah Qadhi. Él nos visitaba cuando estábamos en Nayaf. Nosotros tuvimos hijos, pero todos habían muerto en su niñez. Un día el Sayyed Qadhi fue a nuestra casa, mi esposa estaba embarazada y yo todavía no lo sabía; al despedirse le dijo a mi esposa: ¡Prima! Esta vez este niño tuyo sobrevivirá, es varón y no le llegará ningún daño; su nombre será Abdul Baqi (siervo del Eterno). Me alegré por lo que Qadhi había dicho; Dios nos otorgó un hijo y como él lo predijo no falleció como los otros y lo llamamos Abdul Baqi”.
Hombres y mujeres deben seguir una serie de condiciones al vestirse, según la religión islámica. Es bien sabido que las mujeres llaman la atención más que los hombres por el simple hecho de ser, en general, más bellas. Esta belleza es sinónimo de atracción y el hombre es más débil que la mujer frente a la belleza. Por este motive la mujer musulmana se cubre con el “hiyab” (atuendo que cubre el cabello y el cuerpo), una vestimenta equilibrada en la cual la mujer ni se esconde detrás de una cortina ni tampoco va semi-desnuda por las calles.
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