La Paz Sea Con Ibrahim (12)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Una brigada del ejército en Cham Imam Hasan (P)
Narrado por Husein Allahkaram
Por primera vez estábamos preparados para realizar una incursión en las posiciones del enemigo, para ello se escogió a Ibrahim, Yavad Afrasiabí, Reza Dastvareh, Reza Cheraghí, otras cuatro personas y yo. Se nos agregaron otros hermanos kurdos, aldeanos de la zona que conocían muy bien los caminos. Llevamos provisiones casi para una semana, especialmente pan y dátil. Asimismo, teníamos armas, municiones, artefactos explosivos, minas antivehículos. Metimos todo en nuestras mochilas y emprendimos la marcha.
Atravesamos las alturas y después llegamos al río Imam Hasan (P), lo cruzamos. Entramos a una zona conocida como Cham Imam Hasan (P),[1] que estaba ocupada por una brigada del ejército iraquí. Nos escondimos en lo alto de una montaña.
El enemigo jamás se hubiese imaginado que las fuerzas iraníes pudiesen atravesar las montañas sin ser percibidos. Por tanto, desarrollamos cada paso de nuestra operación con mucha tranquilidad. Empezamos a dibujar y detallar el plano del campamento iraquí.
Nos quedamos tres días en esa zona; aunque los tensos combates nos detuvieron un poco, con el esfuerzo conjunto del equipo pudimos terminar el plano.
Posteriormente, fuimos a buscar la ruta de acceso; la encontramos e instalamos algunas minas antivehículos. Luego nos marchamos rápidamente.
Todavía no habíamos avanzado mucho cuando escuchamos las primeras explosiones: Eran los vehículos del enemigo envueltos en llamas.
Nos alejamos de la zona de peligro, después de algunos minutos nos dimos cuenta que la infantería y los tanques iraquíes nos estaban persiguiendo. Llegamos al río Imam Hasan (P) cruzando desde el interior de las trincheras y entre las montañas. Después de pasar el río, los tanques no pudieron perseguirnos. ¡Estábamos a salvo!
Cuando llegamos a un lugar más seguro, nos pusimos a descansar pero al poco tiempo escuchamos que venía un helicóptero. Se nos había olvidado este recurso de los iraquíes.
Ibrahim puso los planos dentro de una mochila que luego entregó a Reza, y nos dijo: «Yavad y yo nos quedaremos aquí pero vosotros marchaos cuanto antes».
No podíamos hacer nada, la mayoría de las municiones que habían sobrado nos las entregaron, incluyendo un par de granadas. ¡Con mucha tristeza nos separamos!
Básicamente, toda esta operación era para dibujar estos planos, pues eso era clave para obtener la victoria en futuras operaciones.
A lo lejos veíamos cómo Ibrahim y Yavad cambiaban regularmente sus posiciones, y le disparaban al helicóptero con sus G3, que volaba en círculos disparando ráfagas contra ellos.
Después de dos horas llegamos a las alturas. Ya no conseguíamos escuchar el combate. Uno de los jóvenes que quería mucho a Ibrahim, venía llorando en el camino porque no sabíamos si él y Yavad continuaban vivos.
Recordé que el día anterior mientras nos escondíamos en las trincheras y no teníamos nada que hacer, Ibrahim serenamente sugirió que hiciésemos una competencia y empezamos a jugar.
Después se puso a enseñar algunas palabras de persa a los kurdos que nos acompañaban. La estábamos pasando tan bien que olvidé que nos encontrábamos casi en el campamento enemigo.
Cuando llegó la hora de la oración, Ibrahim quería recitar la llamada a la oración en voz alta, pero insistimos en que lo hiciese en voz baja.
Entonces accedió tranquilamente; lo hizo en voz baja y empezó a realizar la oración con mucha devoción. Ibrahim demostraba tanta valentía que hacía que los demás perdiesen el miedo. Llegó la noche, habían pasado muchas horas desde la última vez que habíamos visto a Ibrahim.
Llegamos al lugar donde habíamos convenido reunirnos antes del amanecer con Ibrahim y Yavad.
Descansamos algunas horas ahí, pero no había ninguna noticia de ellos. Poco a poco se acercaba la alborada y debíamos salir de ese lugar. Mis acompañantes hacían las alabanzas del tasbih de Fátima (P) y las súplicas a Dios. Nos preparábamos para marcharnos cuando escuchamos un ruido. Así que preparamos nuestras armas y nos quedamos a la expectativa.
Algunos momentos después vimos a Ibrahim y Yavad, era evidente la alegría de todos, fuimos a ayudarles y luego salimos rápidamente de esta zona.
Los planos, producto de este tipo de operaciones eran indispensables para la ofensiva futura contra el enemigo. Algo que solo se logró con las hazañas de jóvenes valientes como Ibrahim y Yavad. Al mediodía del día siguiente, ellos estaban preparados como siempre. Conversaban con los chicos, Reza y yo nos acercamos y le preguntamos a Ibrahim:
— Hermano, ¿cómo lograsteis escaparos del helicóptero?
Con su característica tranquilidad, dijo:
— ¡Dios nos ayudó! Yavad y yo nos separamos y nos movíamos continuamente de un lugar a otro... le disparábamos al helicóptero que volaba en círculos y que también nos disparaba.
Cuando se acabaron sus municiones, se vio obligado a irse. Nosotros nos marchamos hacia las alturas, antes de que fuesen a llegar las fuerzas de infantería del ejército enemigo. ¡Claro que algunos fragmentos de municiones nos alcanzaron, dejándonos en el cuerpo su recuerdo!
Narrado por Mahdi Faridvand y Morteza Parsayán
Una de las características de Ibrahim era respetar a todo el mundo, incluso a los prisioneros de guerra. Él siempre nos decía que la mayoría de nuestros enemigos eran gente sin formación y desinformada, que ya veríamos cómo se pondrían en contra del régimen de Sadam cuando comprendiesen que nosotros somos seguidores del Islam verdadero. Por eso, en la mayoría de operaciones antes de disparar pensaba mejor en hacer prisioneros a los enemigos. Ibrahim los trataba gentilmente.
Una vez trajeron a tres prisioneros iraquíes a la ciudad, pero todavía no había un lugar adecuado donde mantenerlos. Le dieron a Ibrahim la responsabilidad de encargarse de ellos. Cualquier cosa que nos traían o comíamos, Ibrahim lo distribuía en partes iguales entre todos, es decir, ¡entre nosotros y los prisioneros! Es por ello que tanto nosotros como ellos, nos quedábamos fascinados por su comportamiento. Él sabía un poco de árabe y cuando podía, se sentaba a conversar con ellos.
Dos días estuvo Ibrahim con los prisioneros, hasta que llegó el vehículo que se los llevaría a una prisión formal. Ellos le preguntaron a Ibrahim si los acompañaría. Ibrahim respondió que no. Se pusieron tristes y empezaron a rogar llorando que los dejasen con Ibrahim. Decían: «Cualquier cosa que se nos ordene la haremos, incluso estamos dispuestos a combatir contra las tropas de Sadam».
***
Comenzaron las operaciones en las alturas de Bazi Deraz, nosotros dos nos apartamos de nuestro grupo y escalamos un poco más. Llegamos a una trinchera en la que había algunos iraquíes. Les apunté con mi arma y les ordené que saliesen.
¡No pensé que fuesen tantos! Nosotros éramos solo 2 y ellos 15, les dije: «¡Moveos!» Pero ellos no me hicieron caso.
Sabía que existía la posibilidad de que en cualquier momento empezasen a dispararnos. ¡Quizás tampoco se imaginasen que éramos solo dos personas!
Les grité, de nuevo: «¡Moveos! ¡Salid de ahí!», pero esta vez tampoco me hicieron caso y se volvían hacia un oficial que estaba atrás de ellos, como esperando su consentimiento.
El oficial les hacía señales con sus cejas, ordenándoles que no se moviesen. Me asusté mucho, pues nunca había estado en tal situación. El miedo me provocó un sabor amargo en la boca. De repente me dije a mí mismo: «¿Por qué no los matas a todos?». Pero claro, no hubiese sido correcto.
La situación podría tener un desenlace nefasto en cualquier momento. En verdad, sentía mucho miedo. Apreté mi arma fuertemente y le pedí ayuda a Dios. De repente vi que Ibrahim se acercaba, y me sentí mejor. Cuando llegó sentí una tranquilidad sorprendente, mientras miraba a los prisioneros, le dije:
— Ibrahim, ayúdame con estos.
— ¿Qué sucede?
— El problema es ese oficial iraquí que no quiere que los demás salgan de la trinchera.
El uniforme y las insignias del oficial eran diferentes, era obvio que no era un simple soldado.
Ibrahim puso su arma sobre sus hombros, y se acercó a los iraquíes. Con una mano agarró el cuello de la camisa del oficial y con otra su cinturón, y lo levantó, avanzó con él un par de metros y lo puso al borde de un precipicio.
Todos los soldados iraquíes se asustaron mucho se pusieron de hinojos y levantaron las manos en señal de rendición. Por su parte, el oficial iraquí decía sin parar: «Al-Dajil! Al-Dajil!» (¡Busco refugio! ¡Busco refugio!). Y también: «¡Irham! ¡Irham!» (¡Tened piedad! ¡Tened piedad!)
Por mi parte, ya no sentía absolutamente nada de miedo, Ibrahim llevó al oficial junto a los otros soldados iraquíes. Aquel día Dios mandó a Ibrahim para que me ayudase.
Después, bajamos las montañas con estos prisioneros.
(Aniversario del natalicio del Imam Mahdi,
que Dios apresure su aparición)
Narrado por un grupo de amigos del mártir
Era la tarde del 15 de sha'bán, hacía ya horas que no sabíamos nada de Ibrahim. Cuando regresó, traía consigo un prisionero iraquí.
Le pregunté:
— ¿Dónde se había metido Ibrahim?... ¿Y quién es este?
Me respondió:
— A media noche fui hacia la zona del enemigo, me escondí a un lado del camino y observé detenidamente el ir y venir de los vehículos iraquíes. El camino se despejó, pero de repente vi que un jeep se acercaba, solo venía el conductor. Cuando pasó a mi lado salté, subí al vehículo, inmovilicé al conductor, lo hice prisionero y emprendí el regreso. En el camino me dije: «este es un presente para el Imam Mahdi (que Dios apresure su aparición)». Pero después me arrepentí de mis palabras y dije: «¿Quién soy yo para darle un presente al Imam Mahdi (P)».
Ese día todos los combatientes del grupo nos reunimos y hablamos sobre diversos temas. Uno de los chicos le preguntó a Ibrahim:
— ¿De nuestros comandantes, quiénes son los son mejores en el frente de batalla? ¿Y por qué?
Ibrahim pensó un poco, y luego respondió:
— Entre los Guardianes de la Revolución no conozco a nadie como Muhammad Boruyerdí, pues él hizo algo que nadie hubiese esperado en la región del Kurdistán, aún con todos los problemas que había, organizó a los combatientes y fundó el «Grupo de Musulmanes Kurdos Pishmarg» devolviendo con ello la tranquilidad y la seguridad al Kurdistán... Y entre los comandantes del Ejército no hay nadie mejor que el mayor Alí Sayad Shirazí. Él es aún más sencillo que los miembros de las fuerzas voluntarias; antes de ser militar, era un joven hezbol.lahí y creyente. Respecto a la Fuerza Aérea, no encontraremos a nadie que sea mejor piloto que el capitán Shirudí. Él mismo con su helicóptero le hizo frente en la ciudad de Sarpol-e Zahab a algunos contraataques iraquíes. Aunque era el comandante de la base aérea vivía de forma tan sencilla que no había nadie que no se quedase impresionado. Cuando llegó un cargamento de zapatos deportivos, enviados por la Organización de Educación Física, le entregué un par al capitán Shirudí, pues a pesar de ser el comandante no tenía zapatos adecuados.
La conversación se prolongó, después alguien propuso que cada quién expusiese un deseo, y la mayoría dijo que su deseo era el martirio.
Algunos como Abulfazl Kazemí —que un tiempo después fue martirizado— bromeaban, diciendo:
— Dios se lleva a los siervos salvos y puros. No a nosotros por eso es que cometemos pecados: ¡Para que los ángeles no nos vengan a traer! ¡Todavía queremos vivir!
Al escucharlo, todos estallaron en risa. Llegó el turno de Ibrahim, todos hicieron rápidamente silencio. Tenían curiosidad por saber cuál era su deseo. Ibrahim hizo una pausa antes de hablar, y finalmente manifestó:
— Mi deseo es ser mártir; pero no ahora. Yo quiero ser mártir en la guerra contra Israel.
***
Era temprano por la mañana. Volví de nuestras trincheras hacia Guilan-e Gharb. Entré al cuartel de los Guardianes de la Revolución. Siempre había alguien ahí, pero encontré el lugar desierto.
Di un par de vueltas por el lugar para ver si encontraba a alguien, pero fue en vano. Me asusté mucho, y pensé que los iraquíes se habían tomado la ciudad.
Estando en el patio, grité: «¿Hay alguien aquí?
De repente, se abrió la puerta de una de las habitaciones y se asomó uno de los combatientes, que me llamó.
Fui hasta la habitación, entré. Todos estaban ahí sentados en dirección a la alquibla en silencio escuchando los himnos sobre el Imam Mahdi (P) que Ibrahim entonaba con una voz impregnada de tristeza.
Era tan triste su voz que todos los chicos lloraban.
Narrado por Qasem Shabán
Había terminado una de nuestras operaciones de penetración en la zona de occidente. Hicimos que los combatientes regresasen.
Una vez concluido el trabajo fuimos a inspeccionar las trincheras para evitar que nadie se fuese a quedar en el lugar. Fuimos cinco los últimos en abandonar la zona.
Era la 1:30 a.m., nosotros cinco habíamos caminado por un buen tiempo, así que le dije a Ibrahim: «Estamos fatigados, sería bueno que descansásemos un poco».
Él aceptó, buscamos un lugar adecuado y reposamos ahí.
Intenté dormir, aún no había cerrado bien los ojos cuando percibí un ruido, pensé que era el enemigo que se estaba acercando.
Me puse de pie rápidamente, me oculté y empecé a vigilar. ¡No me había equivocado! Bajo la luz de la luna vi a un soldado iraquí que cargaba sobre sus hombros a otro —aparentemente— herido, acercándose en dirección nuestra.
Llamé a Ibrahim en voz muy baja, mientras seguía observando la escena. ¡Parecía que venían solos!
Cuando estuvieron cerca, salimos de nuestro escondite y los encañonamos.
El soldado iraquí se asustó mucho. No dio ni un paso más, se tiró al piso.
Entonces, pudimos verlo muy bien y comprendimos que era un soldado iraquí que había venido cargando sobre sus hombros a un combatiente iraní de los basīŷ que se había quedado rezagado y estaba herido.
¡Eso sí me dejó sorprendido! Puse mi arma sobre mi hombro y con ayuda de los chicos levantamos al herido. Reza le preguntó:
— ¿Quién eres tú? Qué haces aquí?
El soldado iraquí dijo:
— Cuando os marchasteis, yo fui a inspeccionar vuestras trincheras, y ahí encontré a este combatiente retorciéndose del dolor y llamaba a Alí (P) —el Príncipe de los Creyentes— y al Imam Mahdi (que Dios apresure su aparición). Después me dije: «Mientras aún esté oscuro y nuestras tropas no vengan, voy a llevar a este joven cerca del campamento iraní, y después regreso».
Luego continuó:
— Nosotros estamos obligados a combatir contra vosotros, pero debéis hacer una diferencia entre los oficiales baazistas y nosotros los simples soldados. Nosotros somos musulmanes chiitas.
Nosotros escuchábamos admirados. Entonces, Ibrahim le dijo:
— Si quieres puedes quedarte con nosotros y no regreses más con tus tropas. Tú eres nuestro hermano chiita.
El soldado iraquí sacó una foto del bolsillo de su camisa y mostrándola, dijo:
— Esta es mi familia. Si yo me uno a vuestras fuerzas, Sadam mata a mi familia.
Después se le quedó viendo detenidamente a Ibrahim, y le preguntó en idioma árabe:
— ¿Anta Ibrahim Hadí? (¿Eres tú, Ibrahim Hadí?)
Nos quedamos en silencio, e Ibrahim y yo intercambiamos miradas. Para el soldado eso debió haber sido una respuesta que no necesitaba ser verbalizada.
En los ojos de Ibrahim, se notaba la sorpresa. Le preguntó sonriendo:
— ¿Cómo sabes mi nombre?
Yo me adelanté al soldado iraquí y le dije en tono de broma:
— Hermano Ibrahim, no sabía que tenías amigos entre los soldados iraquíes.
El soldado iraquí respondió:
— Hace un mes todas nuestras bases militares recibieron una copia de las fotografías de los comandantes iraníes, y pues ahí vi la tuya. También se nos dijo que cualquiera que trajese la cabeza de uno de estos comandantes iraníes, recibiría un gran premio de parte de Sadam.
En esos días llegó la noticia de que la comandancia de los Guardianes de la Revolución en el occidente había elegido un comandante para el Grupo Mártir Andarzgu y que pronto llegaría el comunicado de las nuevas disposiciones a Guilan-e Gharb. Nos quedamos esperando, pero no llegaron noticias.
Al final, se supo que Yamal Tayik que llevaba trabajando un tiempo como basīŷ en la agrupación, era el comandante.
Ibrahim y yo fuimos a verlo; también nos acompañaban otros hermanos. Le preguntamos:
— ¿Por qué no nos habías contado que tú eras el comandante del grupo?
Yamal se nos quedó viendo y nos dijo:
— Mi responsabilidad es garantizar que el trabajo sea realizado y aquí gracias a Dios se realiza de la mejor manera posible. Para mí es un gusto estar aquí con vosotros. Le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conoceros… No le digáis a nadie que yo soy el responsable de la agrupación para que los combatientes no cambien su forma de tratarme.
Yamal Tayik fue martirizado un tiempo después en la Operación Matla' al-Fayr, donde era comandante de una división de vanguardia.
Narrado por Husein Allahkaram y Farayallah Moradián
A finales de 1359, llegó la noticia de que los combatientes habían realizado otra operación en las alturas de Bazi Deraz. Asimismo, se acordó que los chicos del Grupo Mártir Andarzgu hiciesen una operación de penetración en las posiciones del enemigo.
Para llevar a cabo esta operación, Ibrahim, Wahhab Qanbarí, [2] Reza Gudiní, y yo fuimos escogidos. También nos acompañaría Shahroj Nurayí y Heshmat Kuhpaykar, porque eran de los kurdos de la zona y conocían muy bien el camino.
Nos preparamos con todo lo necesario —alimentos, armas, algunas minas antivehículos— y cuando empezó a oscurecer emprendimos la marcha hacia las alturas. Al cruzar las altitudes, llegamos a la región de Dasht-e Guilán. Al amanecer, buscamos un lugar adecuado para acampar, y ahí nos quedamos a descansar.
Además, aprovechamos el día para realizar un reconocimiento de las posiciones del enemigo y las rutas que conducían al valle. Hicimos un mapa de las zonas controladas por el enemigo.
El valle —frente a nosotros— tenía dos vías de acceso, una asfaltada y otra de tierra que era utilizada específicamente para actividades bélicas.
Entre ambas había una distancia de cinco kilómetros. Una compañía del ejército iraquí se había desplegado por las colinas, por tanto tenía el control de estas vías y sus alrededores.
Al oscurecer y después de hacer la oración nos marchamos.
Reza Gudiní y yo fuimos hacia la vía asfaltada y los otros chicos en dirección del camino de tierra. Nos refugiamos en los alrededores, pero cuando el tránsito se había calmado, nos apresuramos e instalamos dos minas en unos baches, que luego cubrimos con un poco de tierra. Nos retiramos del lugar.
El ir y venir de las fuerzas enemigas significaba que todavía estaban combatiendo en Bazi Deraz. La mayoría de vehículos iraquíes iban hacia esa montaña. No nos habíamos alejado mucho cuando a nuestras espaldas escuchamos una terrible explosión. Nos detuvimos y miramos hacia atrás.
Vimos que era un tanque iraquí —que había pasado sobre la mina— en llamas. Después de un momento, los proyectiles y demás municiones que transportaba empezaron a explotar uno tras otro. Todo el valle se había iluminado por el incendio y las explosiones, parecía de día. El pavor se había apoderado de los corazones de los iraquíes que disparaban a lo loco.
Cuando regresamos, Ibrahim y los otros chicos ya habían hecho lo suyo. Entonces, partimos hacia las alturas. Ibrahim dijo: «Falta mucho para que amanezca y tenemos suficientes armas y provisiones, así que atrincherémonos e infundamos más miedo al enemigo».
Todavía no había terminado de hablar cuando escuchamos otra gran explosión: Había estallado al paso de un vehículo iraquí una de las minas instaladas en el camino de tierra. Estábamos contentos de que nuestra operación fuese un éxito. Los iraquíes intensificaron sus disparos, pues habían comprendido que habíamos penetrado en sus posiciones. Comenzaron a lanzar bengalas al aire.
Corrimos hacia la montaña, pero un jeep iraquí nos alcanzó. Estaba atrás de nosotros, tan cerca que no nos dio oportunidad de decidir.
Los chicos se pusieron a salvo y empezaron a dispararle al jeep. Después de unos momentos nos acercamos. Un oficial de alto rango y el conductor habían muerto. Un operador de radio estaba herido, se quejaba: Una bala había penetrado su pierna.
Uno de los chicos puso el dedo en el gatillo y lo encañonó. El operador de radio pedía en voz alta por su vida, diciendo: «¡Al-Aman! ¡Al-Aman!» (¡Dadme seguridad! ¡Dadme seguridad!).
Ibrahim le gritó a nuestro compañero:
— ¿Qué estás haciendo?
— ¡Nada, solo quiero que descanse en paz!
— ¡Detente! —Y mientras se acercaba, enfatizó: — En el momento en que este nos disparaba era un «enemigo», ahora es apenas nuestro «prisionero».
Entonces levantó al radio operador y lo cargó sobre sus hombros y empezó a caminar. Todos miraban sorprendidos a Ibrahim, uno de nosotros le dijo:
— ¿Qué está haciendo don Ibrahim? Desde aquí hasta nuestro campamento hay trece quilómetros. Además, tenemos que atravesar senderos estrechos para poder llegar.
Ibrahim también le respondió:
— ¡Dios ha preparado este cuerpo fuerte para estos días!
Tomamos todo lo que estaba en el jeep, incluyendo el transceptor de radio portátil. Nos marchamos. Caminamos largo tiempo. Bajamos, finalmente estábamos al pie de la montaña. Descansamos un poco y cerramos la herida del iraquí. Posteriormente, continuamos nuestro camino.
Después de siete horas de escalar la montaña, llegamos a la primera línea de fuego. En el camino, Ibrahim hablaba con el prisionero que le agradecía continuamente. Cuando se dio la hora de la oración del alba nos detuvimos en un sitio seguro y rezamos en forma colectiva. El soldado iraquí hizo la oración con nosotros. Entonces, entendí que él también era un musulmán chiita.
Después, cominos un poco. Todo lo que teníamos lo repartimos en partes iguales entre nosotros y el prisionero iraquí que no se esperaba tan buen trato.
De repente, empezó a presentarse: «Me llamo Abu Ya'far y soy un musulmán chiita. Vivo en Kerbala. No sabía que fueseis así...»
Dijo varias cosas, unas las entendimos otras no. Todavía no había amanecido cuando nos desplazamos hacia la cueva de Ban Sirán. Descansamos en las proximidades. Reza Gudiní se fue en busca de apoyo.
Una hora después volvió junto a un par de jóvenes combatientes, le pregunté:
— ¿Qué hay de nuevo?
— Cuando me aproximaba a la cueva, vi que en la entrada estaba un hombre sentado, tenía un arma en las manos. —Me respondió, y luego continuó: — Al principio pensé que era uno de vosotros, pero cuando estuve lo suficientemente cerca vi que era Abu Ya'far, ¡el mismo prisionero iraquí! Me quedé helado del susto, sobre todo al ver el arma en sus manos. Sin embargo, él tranquilamente me entregó el arma, y me dijo en árabe: «Hace unos minutos mientras vosotros dormíais vi una patrulla iraquí en los alrededores. Entonces, tuve cuidado pues si se acercaban les disparaba».
Nos fuimos a la base, ahí tuvimos a Abu Ya'far por unos días. Ibrahim quedó hospitalizado por el fuerte dolor de cuerpo que tenía, debido a haber cargado sobre sus hombros y espalda tanto tiempo al prisionero.
Regresó unos días después, todos nos alegramos al verlo. Le conté que los chicos de los Guardianes de la Revolución habían venido para agradecerle.
— ¿Agradecer, por qué?
Le dije:
— ¡Acompáñame para que puedas entender!
Él y yo fuimos a la sede de los Guardianes de la Revolución. El responsable empezó a explicar:
— Abu Ya'far, el iraquí que habéis capturado, pertenece a la 4ª División del ejército iraquí. Los informes que nos ha entregado son realmente muy valiosos porque nos ha dado detalles sobre las fuerzas existentes, los campamentos y caminos por donde podemos penetrar sus posiciones. — Después continuó: — Este prisionero ha estado durante tres días proporcionándonos informaciones y todo lo que nos ha dicho ha sido correcto. Ha estado aquí en la zona desde el comienzo de la guerra. Nos ha mostrado todos los caminos utilizados por los iraquíes y nos ha revelado todas sus claves de radio. ¡Es por eso que te queríamos agradecer!
Ibrahim sonrió, y dijo:
— ¡No hombre! ¿Quién soy yo para eso? Esto ha sido obra de Dios.
Aquella mañana enviaron a Abu Ya'far a los campos de prisioneros. Ibrahim hizo muchos esfuerzos para conseguir que lo dejasen con nosotros, porque él mismo lo había pedido expresando también su deseo de combatir contra el ejército iraquí…. Los esfuerzos de Ibrahim fueron en vano.
***
Un tiempo después, escuché que un grupo de prisioneros iraquíes que se llamaba «Los Arrepentidos» se hicieron presentes en el campo de batalla junto con los combatientes de la Brigada Badr, para enfrentarse al ejército enemigo.
Era de tarde, uno de los chicos combatientes me vino a visitar y con mucha alegría me dijo:
— ¡Te tengo una buena noticia! He oído que Abu Ya'far está en el cuartel de la Brigada Badr participando en las operaciones.
Dicha base estaba cerca por lo que fuimos con unos amigos, y dijimos que sea como sea íbamos a hacer que Abu Ya'far se uniese a nuestro grupo.
Antes de entrar al edificio de brigada nos encontramos con una escena increíble: Las fotografías de los mártires de la brigada habían sido pegadas en la pared externa. Entre ellas pudimos ver la de Abu Ya'far.
Nos quedamos estupefactos, no sabíamos qué hacer. Vi fijamente la foto de Abu Ya'far y no quisimos entrar al edificio.
Salimos del cuartel. Por la noche, mi mente estaba inquieta, los recuerdos venían uno tras otro: El ataque al enemigo, el sacrificio de Ibrahim, el operador de radio iraquí, el campo de prisioneros en la Brigada Badr y el martirio. ¡Qué gran éxito para Abu Ya'far!
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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[1] Cham: El río y sus alrededores en la lengua local.
[2] Fue uno de los fundadores del ejército de Kermanshah. Era de los kurdos de la zona. Wahhab tenía educación universitaria y conocía bien el Corán y el Nahŷ ul-Balaghah. Muchos consideran que debido a su gestión y valor, Kermanshah no fue perturbada como Kurdistán. Wahhab recibió la recompensa por sus esfuerzos y se unió a sus amigos mártires.