Historia del Islam en el VII año de la hégira – Tras 7 años, los musulmanes regresaron a la Meca

Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)

Por: Aiatollah Yafar Sobhani

Por el acuerdo de Hudhaibiiah los musulmanes tenían derecho a entrar al año siguiente en la Meca y realizar, durante tres días, Al-Umra, debiendo luego abandonar el lugar. El acuerdo establecía además que nadie debía llevar más que una espada. Transcurrido un año de la firma del pacto llegó el momento de aprovechar lo convenido. Los muhayirún (emigrados de la Meca), que ya hacía siete años que habían abandonado sus hogares para radicarse en una tierra extraña por la causa del Islam, podrían ahora visitar la Casa de Dios, ver a sus parientes e investigar lo ocurrido con sus propiedades. Cuando el Enviado de Dios notifico la preparación del viaje se produjo un inusual alboroto. Lágrimas de alegría brotaban de los ojos de los musulmanes. El año anterior 1300 personas habían partido con el Profeta, pero este año el número ascendía ya a 2000. Entre ellos se contaban grandes personalidades de los emigrados y los ansár de Medina. Los musulmanes llevaban 60 camellos con el fin de sacrificarlos en los ritos. El Enviado de Dios se colocó la vestimenta blanca de la peregrinación y todos lo imitaron. Al son de “Labbaik” (“Aquí estamos” -Oh Dios-) los dos mil peregrinos salieron de Medina. La caravana que conformaban era tan majestuosa y extraordinaria que hizo que muchos inicuos que la veían tomaran conciencia de la espiritualidad y veracidad del Islam. Si afirmásemos que el viaje tenía también el propósito de la difusión del Islam no hablaríamos en vano, pues aquellos musulmanes constituían un verdadero ejército pacífico para la propagación de la verdad islámica. Pronto se conocieron los grandes efectos espirituales de esta peregrinación. Enemigos encarnizados del Islam, como Jalid Ibn Ualid y Amru AI-Ass, el astuto político árabe, tras observar aquella extraordinaria manifestación de fe y obediencia, se volcaron con sus simpatías hacia el Islam, y pronto se islamizaron.

El Profeta (B.P.) no estaba seguro del comportamiento que adoptaría Quraish cuando llegaran a la Meca. Pensaba que tal vez tanto él como sus compañeros serían sorprendidos y masacrados por su falta de adecuado armamento. Para evitar todo tipo de contingencias y aventar estas preocupaciones, Muhammad (RP.) ordenó a Muhammad Ibn Maslama partir hacia la Meca con doscientos soldados bien armados y 100 veloces caballos. El grupo armado debía partir antes que la caravana de la peregrinación y acampar en el valle de Marru Zahran, sitio cercano a las tierras del Haram. Los espías de Quraish, informados de la intención del Profeta, lo comentaron a sus jefes. Mukreiz Ibn Hafs, como representante de Quraish, se comunicó con el Profeta y le avisó que Quraish objetaba el envío de ese grupo armado. Muhammad (B.P.) le aseguró: “Mis seguidores y yo jamás procederemos contrariando el pacto. Entraremos en la Meca con las armas que nos están permitidas, y el grupo que sí porta armas no permitidas en el convenio permanecerán aquí, no ingresando en el Haram (el territorio sagrado que rodea a la ciudad de la Meca).” El Profeta (B.P.) les hizo entender así que, si aprovechando que iban desarmados eran atacados, rápidamente recibirían el auxilio de esta fuerza de apoyo, que les suministraría las armas necesarias para defenderse. Quraish, enterado de la previsión del Profeta abrió las puertas de la Meca a los peregrinos musulmanes. Los jefes de la incredulidad y sus compañeros evacuaron la ciudad refugiándose en dunas y montañas con el propósito de no tener que enfrentar al Profeta y vigilar desde allí el curso de los acontecimientos.

LA ENTRADA DEL PROFETA EN LA MECA

Montado en su camella y rodeado de numerosos compañeros el Profeta Muhammad (B.P.) entró en la ciudad de la Meca. El grito de “Labbaik” resonaba en toda su extensión. Su hermoso ritmo era tan cautivante que impresionó a todos los mequinenses despertando en sus corazones un especial cariño y atracción por los musulmanes. Al mismo tiempo, la unidad y orden que observaban en los musulmanes les provocaba un cierto temor. Cuando terminó el canto de Labbaik Abdullah Rauahah, el camellero del Profeta, recitó con melodiosa voz la siguiente poesía: “¡Hijos de la incredulidad!, abran paso al Enviado de Dios y sepan que él es la fuente de toda bondad y benevolencia. ¡Oh Dios! Creí en su palabra y sé de Tu orden sobre la admisión de su profecía”.

El Enviado de Dios (B.P.) realizó la circunvalación y pidió al camellero que junto a los musulmanes recitara la súplica de la unión: “No hay dios sino Dios, un Dios Único ya El somos sumisos (estamos sometidos y entregados). No hay dios sino Dios, no adoramos nada sino a El sinceramente y para El es el Din aunque disguste a los idólatras. No hay dios sino Dios, nuestro Señor y Señor de nuestros primeros padres. No hay dios sino Dios, Único, Único, Único, que cumplió Su promesa, dio el triunfo a Su siervo, fortaleció a su ejército, y derrotó a los coaligados (en su contra) El solo, para El es el Reino y Suya es la alabanza. Da la vida y la muerte, y da la muerte y la vida, El es un Viviente que jamás muere. En Su mano está el bien y El tiene poder sobre todas las cosas”.

Aquel día la totalidad de los lugares santos estuvieron a disposición de los musulmanes. Las calurosas consignas sobre la Unidad divina fueron un fuerte golpe a la ideología de los jefes de la incredulidad y sus prosélitos. El triunfo final de Muhammad de esta forma quedó anunciado para toda Arabia. Llegó el mediodía y los musulmanes anhelaban orar en la sagrada mezquita de la Ka‘aba. Debía efectuarse el Adhán (llamado a la oración). Entonces Bilal de Abisinia, aquel esclavo negro que había sido durante mucho tiempo torturado por su fe en Dios, subió por orden del Profeta (B.P.) al techo de la Ka‘aba y alzando sus manos hasta los lóbulos de sus orejas recitó el llamado a la oración, pronunciando de este modo el testimonio de fe musulmana en un sitio en que, hasta hacía poco tiempo atrás, estaba prohibido hacerla. La bella cadencia del Adhán y la reafirmación a cada estrofa que hacían los musulmanes profiriendo” ¡Allahu Akbar!” (Dios es el Más Grande) llegaba a los oídos de los incrédulos y los irritaba.

Safuan Ibn Umaiiah dijo a Jalid Ibn Usaid: “Menos mal que nuestros padres ya han perecido y no escuchan la voz de este esclavo abisinio”. En cuanto a Suhail Ibn Amr, cuando escuchó el Adhán, verdadera síntesis del monoteísmo, enfurecido se cubrió el rostro. No los enojaba el ritmo de la voz de Bilal sino el significado del llamado a la oración, que contrariaba sus heredadas creencias falsas.

Muhammad realizó todos los rituales correspondientes y ordenó que 200 hombres se dirigieran a Marru-Zahran a reemplazar a la guardia de seguridad que todavía no había podido realizar los ritos de la peregrinación. Los emigrados fueron a sus casas y llevaron consigo a un grupo de los ansár de Medina como huéspedes, en respuesta a los sacrificios y atenciones que estos últimos tuvieron para con ellos cuando se alojaron en su ciudad. Además, visitaron a sus parientes de la Meca.

EL ABANDONO DE LA MECA

El impresionante espectáculo de miles de disciplinados y piadosos musulmanes surtió un profundo efecto en el ánimo y los corazones del pueblo de la Meca. Los jefes de la incredulidad presintieron que una estadía demasiado prolongada del Profeta (B.P.) y sus seguidores en la ciudad aumentaría aún más su prestigio e iría en desmedro de la autoridad de Quraish y su ideología idólatra. Temían que se tejieran lazos que unieran definitivamente a ambas partes. Por lo tanto, una vez culminado el plazo estipulado en el acuerdo, un representante de Quraish llamado Huuaitab se presentó ante el Profeta (B.P.) y le dijo: “El tiempo previsto para tu permanencia ha terminado. Abandonen nuestro territorio lo más pronto posible”. Algunos compañeros se irritaron por el accionar de aquel representante pero Muhammad no era de las personas que no cumplen los pactos al pie de la letra. Muy pronto la caravana de peregrinos abandonó el Haram.

Maimuna, hermana de Ummul-Fadl, esposa esta última de Abbás, quedó cautivada por los resultados del Islam y la conducta de los musulmanes, y le pidió a su cuñado que le transmitiera al Profeta que ella estaba dispuesta a casarse con él. El Profeta (B.P.) accedió.

El Profeta (B.P.) avisó que hasta el mediodía los musulmanes tendrían tiempo para abandonar la Meca. Sólo Abu Rafi' podía permanecer allí hasta el atardecer porque debía llevar a la esposa del Profeta. Tras la partida de los musulmanes los enemigos del Islam reprochaban el proceder de Maimuna, pero ella no prestó atención a sus palabras y de esta forma se cumplió la promesa que el Profeta (B.P.) había hecho a los musulmanes un año antes, por un sueño que había tenido. El Sagrado Corán se refiere a ello cuando dice: “En verdad, Dios confirmó la visión de Su Mensajero: Si Dios quiere entraréis tranquilos sin temor en la sagrada mezquita; unos con la cabeza rasurada y otros rapada. Mas El sabe lo que vosotros ignoráis, y os concedió fuera de esto una victoria inmediata”. (48:27)

Fin de los sucesos del VII año de la Hégira.

Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam

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www.islamoriente.com , Fundación Cultural Oriente

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