La Paz Sea Con Ibrahim (13)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Narrado por Mustafa Harandí
Ibrahim estaba muy intranquilo; se le notaba la tristeza en su cara. Le pregunté:
— ¿Qué te pasa?
Desconsolado, me dijo:
— Anoche fuimos con los chicos a hacer un reconocimiento. Al regreso, el hermano Mashallah Azizí[1] se paró sobre una mina y alcanzó el martirio. Los iraquíes empezaron a dispararnos. ¡No tuvimos más remedio que retroceder!
Pude entender la razón por la cual Ibrahim estaba tan triste. Al oscurecer, Ibrahim se marchó.
A medianoche volvió. ¡Estaba alegre!
Gritaba sin parar: «¡Socorrista! ¡Socorrista! ¡Dese prisa! ¡Gracias a Dios está vivo!»
Los chicos estaban contentos. Nos subimos a una ambulancia. Ibrahim iba sentado en un rincón, pensativo.
Me senté a su lado y le pregunté:
— ¿En qué piensas Ibrahim?
Guardó silencio…. Después me dijo:
¡Gracias a Dios el hermano Azizí cayó en medio de las minas, cerca de las trincheras iraquíes, pero cuando fui a buscarlo no estaba ahí. Lo encontré en otro lugar, lejos de la vista del enemigo… sentado en un lugar seguro, y me estaba esperando.
***
«Perdí una gran cantidad de sangre, me desmayé. Los iraquíes estaban seguros que había muerto.
Tenía una sensación que no puedo describir. Repetía sin parar: ''¡Oh Dueño del tiempo ayúdame!''
El cielo estaba oscuro, un hombre con rostro luminoso se me acercó. Me abrió los ojos con dificultad, me levantó tranquilamente, me sacó del campo minado y me dejó sobre el suelo en un rincón seguro, apacible y placentero.
¡No sentía ningún dolor! El hombre me habló durante mucho tiempo… Posteriormente, me dijo: ''Un amigo nuestro te vendrá a rescatar''.
Unos momentos después llegó Ibrahim. Con la fortaleza que lo caracteriza me puso sobre sus hombros y empezó a caminar.
El hombre de rostro luminoso me había presentado a Ibrahim como su amigo. ¡Qué dichoso es Ibrahim!»
¡Esto lo había escrito en su cuaderno de memorias del Frente de Guilan-e Gharb!
***
Él vivió la guerra de principio a fin. Estuvo todos esos años en el frente de batalla. Era un maestro sincero y piadoso que participó en todas las operaciones realizadas en Guilan-e Gharb.
Cuando terminó la guerra sufrió un accidente que lo hizo unirse a sus compañeros mártires.
Narrado por Mustafa Harandí
Antes de la llamada a la oración del alba volvió. Traía el cuerpo de un mártir sobre sus hombros. El cansancio se dibujaba en su rostro.
A la mañana le dieron licencia, después partimos con el cuerpo del mártir. Ibrahim estaba cansado, pero también contento.
Decía: «Hace un mes tuvimos una operación en las alturas de Bazi Deraz y el cuerpo de este mártir era el único que no habíamos podido recuperar. Ahora que la zona está más tranquila, Dios ha querido que podamos recuperar su cuerpo».
La noticia sobre este mártir había llegado a Teherán y la gente estaba esperándolo. Al día siguiente miles de personas vinieron a despedirse de él.
Queríamos quedarnos unos días en la ciudad, pero nos avisaron que pronto se realizarían nuevas operaciones.
Acordamos reunirnos la noche siguiente en la mezquita, desde donde partiríamos rumbo al frente de batalla.
***
Estábamos parados frente a la mezquita con Ibrahim y otros compañeros; acabábamos de terminar la oración. Conversábamos y nos reíamos.
Un anciano se nos acercó. Sabía quién era: el padre del mártir que Ibrahim había traído desde las montañas. Lo saludamos; respondió.
Todos estaban callados; era un poco extraño, como si él quisiese decir algo aunque —realmente— nunca habíamos hablado con él.
Después de unos momentos rompió su silencio; dijo:
— ¡Muchas gracias don Ibrahim! ¡Usted hizo tantos esfuerzos por mi hijo! —Luego hizo una pausa, y en seguida continuó: — Don Ibrahim, mi hijo está molesto con usted.
En ese momento se esfumó la sonrisa de Ibrahim y sus ojos denotaban una sorpresa absoluta, preguntó:
— ¿Por qué?
El nerviosismo se había apoderado del anciano, tenía los ojos llenos de lágrimas y con voz temblorosa y cansada, manifestó:
— Anoche vi en sueños a mi hijo, me dijo: «Cuando quedé tirado sobre la tierra en la zona de guerra como un desconocido, sin ninguna señal, cada noche me visitaba Fátima az-Zahra (P), la madre de los descendientes del Profeta Muhammad (PB), pero ahora ya no lo hace. Los mártires desconocidos son huéspedes especiales de Fátima az-Zahra (P)».
El anciano calló, nosotros tampoco dijimos nada. Me volví hacia Ibrahim y vi cómo sus lágrimas rodaban por sus mejillas. Podía leer su pensamiento. Había encontrado lo que buscaba: ¡Ser un mártir desconocido!
***
Después de ese suceso, la perspectiva de Ibrahim sobre la guerra y los mártires cambió mucho. Siempre nos decía: «No tengo ninguna duda de que los mártires en la guerra no son menos que los discípulos y compañeros del Mensajero de Dios y el Imam Alí (La paz sea con ambos)»
La posición de los mártires ante Dios es muy elevada. Muchas veces escuché que decía: «Si alguien ha deseado alguna vez haber estado en compañía del Imam Husein en Kerbala, este es el momento de que lo pruebe».
Ibrahim estaba seguro de que la Defensa Sagrada era el medio para llegar a la dicha y perfección humana. Es por ello que a cualquier lugar que iba hablaba de los mártires, describía las virtudes de los combatientes. Su moral y espiritualidad aumentaban cada día más.
En la misma base del Grupo Mártir Andarzgu normalmente dormía las primeras dos o tres horas de la noche y después se levantaba y salía.
Volvía hasta la hora de la oración del alba y llamaba a los combatientes para rezar. Me preguntaba: «¿Qué le sucede a Ibrahim que no pasa las noches aquí?»
Una noche seguí a Ibrahim: Se dirigió a la cocina del cuartel de los Guardianes de la Revolución.
Por la mañana le pregunté a un anciano que trabaja ahí, qué es lo que Ibrahim hacía en ese lugar. Pude entender que todos aquellos que trabajan en la cocina, realizaban la oración de la medianoche.
Eso explicaba todo: No quería que nosotros nos diésemos cuenta de que él hacía la oración de la medianoche.
Esta conducta de Ibrahim me hizo recordar lo que le dijo el Imam Alí (P) a Nawf al-Bikali:
«Mis seguidores son aquellos que en la noche son [dóciles] personas orantes y en el día son como [indómitos] leones».
Narrado por uno de los amigos del mártir
Fui a ver a uno de mis amigos que había sido herido en una operación en la zona occidental del país. Su pie había sido seriamente lesionado. A penas me vio se puso muy contento y me dio las gracias en reiteradas ocasiones, pero yo no entendía el motivo de su agradecimiento.
Me dijo:
— Querido seyyed hiciste tantos esfuerzos por mí. Si me hubieses dejado tirado en el campo de batalla, seguro me habrían llevado como prisionero.
— ¿Qué dices? ¡No sé de qué estás hablando! — Luego le expliqué: — Yo fui de los primeros que se marchó. Me fui en el vehículo cargado con pertrechos y luego me otorgaron licencia…
— Pero, ¿cómo se te ocurre? — Me interrumpió, sorprendido; y reiteró: ¡Fuiste tú mismo que me vendaste la herida y me cargaste!
Yo lo seguía negando, pero él insistía. Volví a decirle que no había sido yo, pero no pude convencerlo.
Pasó un buen tiempo, yo aún no olvidaba las palabras de mi amigo. De repente algo se me vino a la mente…
Aprovechando que Ibrahim estaba de licencia fui a verlo. Él también había participado en dicha operación.
Fuimos juntos a la casa de mi amigo. Al llegar le dije: «A quien debes agradecer es a don Ibrahim, no a mí, porque yo no tengo la capacidad de cargar y llevar ocho kilómetros a una persona sobre mis hombros. Especialmente sobre un terreno montañoso. ¡No he sido yo quien te ha rescatado!»
Hice una pausa, y continué explicándole: «… es por eso que entendí que quien te cargó ese día fue alguien que habla poco, tiene la misma estatura que yo y una fuerza física superior a la mía. ¡Entendí que solo pudo haber sido Ibrahim!»
Me le quedé viendo a Ibrahim que no decía ni una palabra. Lo insté: «¡Te juro por mi ancestro [el Profeta] que si no dices nada me enfadaré contigo!»
Pero Ibrahim seguía callado, parecía nervioso. Finalmente me preguntó:
— ¿Qué quieres que diga? — Hizo una pausa, y relató: — Ese día yo ya me retiraba del campo de batalla cuando vi que él estaba tirado. Ya no había nadie más, era tal vez la última persona… Estaba muy obscuro, le vendé el pie que sangraba mucho. En el camino me llamaba continuamente «seyyed», por lo que entendí que era uno de tus amigos, y no le dije nada… Lo dejé con el personal de enfermería.
Después de aquel día noté que Ibrahim estaba molesto conmigo, yo sabía la razón: Él siempre decía que todo lo que hacemos es por Dios, que no necesitamos andarlo contando por ahí.
***
Estábamos trabajando en una operación de reconocimiento de las posiciones del enemigo. De repente, vimos un rebaño de corderos.
El pastor se acercó y saludó. Nos preguntó:
— ¿Sois soldados del imam Jomeini?
Ibrahim se aproximó, y le respondió:
— ¡Somos siervos de Dios! — Después le preguntó al anciano: — Querido pastor, ¿qué hace aquí en este lugar tan aislado y peligroso?
— ¡Aquí vivo!
— ¿No tiene problemas?
El anciano sonrió y respondió en tono de broma:
— Si no tuviese problemas ya me hubiese ido de aquí.
Ibrahim se marchó y regresó —después de unos minutos— con una caja de dátiles, pan y otros comestibles que eran para nosotros, los soldados. Se las entregó al pastor, diciéndole:
— ¡Esto es un regalo del imam Jomeini para usted!
El hombre se puso muy contento, empezó a agradecer a Dios. Nosotros nos alejamos.
Algunos combatientes protestaron, diciéndole a Ibrahim:
— ¡Nosotros debemos quedarnos por lo menos una semana en este lugar y tú le has dado la mayoría de nuestras provisiones a ese viejo!
— En primer lugar, no sabemos cuántos días nos vamos a quedar aquí; y, en segundo lugar, daos cuenta que este anciano va a ser nuestro amigo. No lo dudéis. — Después, Ibrahim continuó explicando: — Cuando se hacen las cosas solo por Dios, Él responde a nuestras súplicas.
Pudimos terminar la operación de reconocimiento más rápido de lo que habíamos pensado, y aunque no contábamos con muchas provisiones, al final nos sobraron.
En presencia de grandes hombres
Narrado por Amir Monyer
Era el primer año de guerra, yo estaba de licencia. Conducía mi motocicleta, me dirigía hacia la plaza Jorasán. Me acompañaba Ibrahim.
De repente, él me dijo:
— ¡Detente, Amir!
— ¿Qué pasa? — Le pregunté mientras me hacía a un lado de la calle. Me respondió:
— ¡No pasa nada! Pero si tienes tiempo podemos visitar a alguien.
— No hay problema.
Me había pedido detenerme frente a una casa. Entramos. Algunas personas estaban sentadas en el piso y un anciano de capa negra en un lugar más elevado. Este conversaba con un joven. Saludamos y nos sentamos en un rincón de la habitación.
Cuando el anciano terminó de hablar con el joven, se volvió hacia nosotros y dijo sonriendo:
— Don Ibrahim, ¿qué le trae por aquí?
Ibrahim con un poco de vergüenza, le respondió:
— ¡Discúlpeme! No he podido venir a visitarlo.
Por sus palabras pude entender que ambos se conocían muy bien.
Después el anciano empezó a hablar con otras personas.
Un tiempo después algunas personas se marcharon, y el anciano con un tono de humildad dijo:
— Don Ibrahim aconséjenos un poco.
Ibrahim se había sonrojado por completo, levantó su cabeza y respondió:
— ¡Señor, por Dios no me diga eso! — Hizo una pausa, y continuó: — Somos nosotros quienes hemos venido a escucharlo a usted, y si Dios quiere vendremos a verlo también el día de la reunión semanal.
Después nos levantamos, nos despedimos, y salimos.
En el camino le pregunté:
— ¿Por qué no quisiste aconsejar al hombre y te pusiste tan nervioso? Además…
— ¿Qué estás diciendo Amir? — Me interrumpió molesto, luego me dijo: — ¡Tú ni siquiera sabes quién es él!
— ¡No! ¡La verdad no lo conozco!
— ¡Es un siervo de Dios muy piadoso, pero mucha gente no lo conoce! Es el hach Mirza Ismail Dulabí.
Pasaron muchos años para que la gente llegase a conocer al sheij Dulabí. Cuando leí el libro «Tūbaye Mohabbat»,[2] pude comprender que lo que le dijo a Ibrahim había sido algo muy significativo: «¡Aconséjenos!».
***
Acabábamos de terminar una operación importante en el oeste del país. La mayoría de los combatientes viajaron a Teherán para participar en una reunión con el imam Jomeini.
Aunque Ibrahim participó en la operación, no viajó a Teherán. Quise saber la razón, y me respondió:
— ¡No es bueno que todos se marchen y se quede el frente de guerra solo, algunos debemos quedarnos para garantizar la seguridad.
— ¿En verdad ese es el motivo por el que no has viajado? — Le pregunté asombrado; después de una pausa me respondió:
— Nosotros no queremos al líder de la Revolución solo para verlo, nosotros lo queremos para obedecerlo… Si no puedo ver al líder no es importante: lo importante es que lo obedezca y él esté satisfecho con mi trabajo.
Ibrahim era muy sensible respecto al tema de la Wilāyat ul-Faqīh, y admiraba mucho al imam Jomeini.
Solía decir que entre las grandes personalidades y sabios del pasado no había habido nadie con el corazón y el coraje del imam Jomeini.
Cada vez que era transmitido un mensaje del imam, lo escuchaba atentamente, y decía: «Si queremos la prosperidad de este y el otro mundo, debemos seguir las palabras del imam».
Ibrahim desde muy joven había tenido comunicación con la mayoría de religiosos de la zona donde vivía en Teherán.
Cuando al.lamah Ya'farí vivía en nuestro barrio, Ibrahim aprovechó su presencia y aprendió mucho de él.
Ibrahim también consideraba que los mártires como ayatolá Beheshtí y Morteza Motahharí eran modelos perfectos para las nuevas generaciones.
Narrado por Yabbar Sotudeh y Mahdi Faridvand
Era el primer año de la guerra, con los chicos del Grupo Mártir Andarzgu fuimos a las alturas del norte de Guilan-e Gharb desde donde podíamos ver la frontera. Era muy temprano.
El puesto fronterizo iraní estaba en manos de los iraquíes, cuyos autos transitaban sin problema de un lado de la frontera al otro.
Ibrahim abrió un librito de súplicas, los chicos y yo lo acompañamos en la recitación de la ziyarah Ashura, llegamos a experimentar una consternación intensa. Después fijos ahí, no quitábamos los ojos de las zonas controladas por el enemigo.
Le dije a Ibrahim: «¡Querido Ibrahim! Mira, esa es la carretera fronteriza… Los iraquíes van y vienen, sin ninguna dificultad».
Después me dije a mí mismo: «Llegará un día en que nuestra gente también la atraviese tranquilamente y viaje a sus ciudades».
Ibrahim parecía que no escuchaba mis palabras y todos sus sentidos se habían volcado hacia el horizonte. De repente sonrió y me dijo: «Más que eso… llegará un día en que multitudes de nuestra gente también la atraviese tranquilamente y viaje a Kerbala».
En el camino de regreso les pregunté a los compañeros por el nombre de la zona fronteriza. Uno de ellos me dijo que se llamaba «Josraví».
Veinte años después, viajamos a Kerbala y pude ver nuevamente esas alturas, y el mismo lugar donde Ibrahim había leído la ziyarah Ashura.
Fue como si lo viese nuevamente, como si él nos acompañase, ya que estas alturas estaban frente a la zona fronteriza Josraví. Ese día los autobuses iban y venían tranquilamente de un lado al otro de la frontera. ¡Multitudes de nuestra gente yendo en peregrinación a Kerbala por ese mismo camino!
Cuando estábamos en Teherán lo que Ibrahim hacía en las noches de viernes era visitar el santuario de hazrat Abdul Azim en Ray. Solía decir: «La noche del viernes es la noche de la misericordia de Dios. Es una noche para visitar al Imam Husein (P). Todos los amigos de Dios y los ángeles peregrinan a Kerbala. Nosotros también vamos a un lugar acerca del cual Ahl ul-Bayt (P) ha dicho que su visita equivale a la peregrinación a Kerbala».
Ahí, Ibrahim leía la súplica de Kumayl y regresaba una hora después de la medianoche. Cuando los basīŷ activaron su programación, después de realizar la visita al santuario venía directamente a la mezquita para reunirse con los jóvenes basīŷ. Una noche fuimos juntos al santuario, yo tenía prisa y desde ahí me vine hacia la mezquita en la motocicleta de uno de mis amigos, pero Ibrahim llegó unas tres horas después. Le pregunté:
— ¿Por qué vienes tan tarde?
— Empecé a caminar por el santuario y de repente tuve la intención de visitar la tumba del sheij Saduq, porque en el pasado la gente de Teherán decía que el Imam de la Época (que Dios apresure su aparición) lo viene a visitar las noches de viernes, y así seguí caminando hasta llegar aquí.
— ¿Pero qué necesidad tenías de venir caminando?
No me dio una respuesta correcta. Le recordé:
— También me habías dicho que tenías que venir rápido a la mezquita; seguro has tenido un buen motivo para venirte caminando.
Después de tanto preguntarle, me dijo:
— Cuando salí del santuario un hombre muy necesitado se me acercó. En mi bolsillo tenía un rollo de billetes y se lo di al pobre hombre. Cuando quise abordar un taxi, me di cuenta que no me había quedado nada de dinero por lo que me vi obligado a caminar.
***
Los fines de semana íbamos a la medianoche a visitar las tumbas de los mártires en el cementerio de Behesht-e Zahra (P), ahí hacíamos una lectura religiosa.
Algunas noches se metía en una de las sepulturas en preparación, y recitaba fervorosamente la súplica de Kumayl, y lloraba.
Narrado por Alí Moqaddam
Antes de la Operación Matla' al-Fayr se realizó una reunión en la base del Grupo Mártir Andarzgu con el objetivo de tener una mayor coordinación entre los comandantes de los Guardianes de la Revolución y el Ejército.
Ibrahim, yo y otras tres personas —comandantes— de los Guardianes de la Revolución, estábamos en dicha reunión. Algunos jóvenes combatientes realizaban prácticas militares afuera en el patio.
Hacia la mitad de la reunión, mientras estábamos en lo mejor de discutir, una granada entró por la ventana.
Cayó exactamente en el centro de la pequeña habitación, me quedé pálido y en cuestión de segundos sin levantarme de donde estaba sentado puse mi cabeza contra mi pecho y la cubrí con mis manos, me viré hacia la pared, cerré los ojos y contuve la respiración esperando el estallido. Los demás habían hecho lo mismo.
Fue un momento difícil, pero —gracias a Dios— la granada no explotó. Deslicé mis manos hacia mi rostro y abrí muy despacio los ojos, entre los dedos miré hacia el centro de la habitación.
¡Lo que veía era realmente increíble!
Bajé las manos y con los ojos engrandecidos por la intensa sorpresa grité: ¡Ibrahim!
Al oírme, los demás poco a poco abrieron sus ojos y también miraron anonadados hacia el centro de la habitación.
Era una escena sorprendente porque mientras todos nos habíamos virado hacia la pared, Ibrahim se había arrojado sobre la granada.
Aún no pronunciábamos palabra cuando el responsable de las prácticas militares entró a la habitación y dijo:
— ¡Estoy muy avergonzado, disculpadme, la granada cayó por error en la habitación pero es solo una granada para prácticas, no hay peligro!
Al oír eso, Ibrahim se levantó. Era el primer año de la guerra y la primera vez que sucedía algo como esto.
Parece que este acontecimiento vino a probar que tan valientes éramos. Por un buen tiempo este asunto de la granada siempre salía a relucir en las conversaciones de los combatientes.
Narrado por Husein Allahkaram
Había pasado un tiempo desde la destitución de Banisadr de la comandancia general de las Fuerzas Armadas. Se planeó una serie de operaciones en los frentes norte y sur, para impactar fuertemente al ejército enemigo.
El día 8 de āzar, se llevó a cabo la primera gran operación —la cual fue llamada Tariq al-Qods— para la liberación de la ciudad de Bostán. Esta fue la primera gran derrota de las fuerzas baazistas.
De acuerdo a lo planificado por los comandantes, la segunda operación se realizaría en la región de Guilan-e Gharb y llegaría hasta Sarpol-e Zahab que era el frente más cercano a la ciudad de Bagdad. Es por ello, que desde hace un buen tiempo se había iniciado el reconocimiento de la zona y campamentos enemigos.
La responsabilidad de la operación estaba a cargo de la comandancia de los Guardianes de la Revolución de Guilan-e Gharb. Todos los combatientes del Grupo Mártir Andarzgu estaban colaborando. Ibrahim era el responsable del reconocimiento de la zona controlada por el enemigo. Este trabajo se realizó completamente en poco tiempo. Ibrahim fue detrás de las fuerzas enemigas con uno de los hermanos kurdos para recopilar información. Viajaron a la ciudad de Naft-e Shahr en una semana.
La información recolectada por Ibrahim fue valiosa, además trajo consigo a cuatro iraquíes que había capturado durante el reconocimiento.
Después de interrogar a los prisioneros, Ibrahim completó los planos y los mostró en una reunión que sostuvo con los comandantes.
El coronel Alí Yarí y el mayor Salamí de la Brigada Zulfiqar del Ejército también se unieron a las operaciones en coordinación con los Guardianes de la Revolución. Nuestras fuerzas cuyos miembros eran en gran parte gente de Sarpol-e Zahab y Guilan-e Gharb fueron divididas en batallones. La mayoría de comandantes pertenecían al Grupo Mártir Andarzgu.
Varios batallones de los Guardianes de la Revolución y los basīŷ iban en la vanguardia, tenían como misión romper las líneas del enemigo.
Durante la última reunión, los comandantes eligieron a Ibrahim, al hermano Safar Josh Ravan y al hermano Daryush Rizehvandi como comandantes del frente central, izquierdo y derecho, respectivamente. El objetivo de esta operación era «limpiar» las alturas al oriente de Guilan-e Gharb, y tomar control de las alturas a lo largo de la frontera, los pasos de Hayian y Gurak, así como el puesto fronterizo.
La zona de operaciones tenía una longitud de setenta kilómetros. Del regimiento llegó la noticia que seguido a esta operación se realizaría un tercer ataque en la región de Mariván. Así se había coordinado.
Algunos días antes de comenzar, la comandancia del Ejército informó que Irak había preparado a sus fuerzas para realizar un contraataque para tomarse la ciudad de Bostán, por lo que nosotros debíamos comenzar cuanto antes la operación y así lograr que los iraquíes renunciasen a sus intenciones. Se eligió el 20 de āzar de 1360 para dar inicio a la operación.
Había llegado el momento, estábamos muy emocionados, pues era la primera operación militar a gran escala en el occidente del país y también la primera en las alturas. No se podía predecir nada. Esa noche, la despedida de los jóvenes combatientes fue algo espectacular.
En el día tan esperado, nuestra ofensiva a gran escala en los diferentes puntos logró liberar muchas zonas importantes y estratégicas, entre ellas los pasos de Hayian y Gurak, la región de Barr Aftab, las alturas de Sartatán, Charmián, Dizehkush, y Fereydun Hushyar, así como una parte de las alturas de Shiakuh y todas las aldeas de Dasht-e Guilán.
En el frente central, con la ocupación de algunas colinas y ríos, nuestras fuerzas se desplazaron hacia las colinas de Anar; el enemigo abría fuego como loco.
Algunos batallones llegaron a las alturas de Shiakuh, habían incluso alcanzado la cima de estas colinas. El enemigo sabía que perder Shiakuh significaba perder la ciudad de Khaneqin en Irak. Por eso envió muchas fuerzas a las alturas y a las zonas de combate.
A medianoche, el operador de radio avisó que los señores Hasan Balash y Yamal Tayik habían llegado hasta el frente de Shiakuh y estaban pidiendo refuerzos. Un poco después Ibrahim se comunicó y dijo que todas las alturas de Anar estaban liberadas, y que solo en una de las colinas los iraquíes estaban resistiendo, pero que lamentablemente nuestras fuerzas no tenían los miembros ni las municiones necesarias para doblegarlos.
Yo le respondí a Ibrahim que antes de la mañana estaríamos con nuestras tropas uniéndonos a él y sus compañeros, y que por el momento continuasen —como pudiesen— tratando de liberar dicha colina.
Acompañé a un batallón de refuerzo hacia el frente central. En el camino, algunos comandantes nos dijeron que el ejército enemigo había desistido de contraatacar Bostán, pero que muchas de las tropas se estaban preparando para enfrentarnos. Y me insistieron en que debía resistir porque si Dios quería, las fuerzas de Mariván pronto darían inicio a una nueva operación comandada por el hach Ahmad Motevasselian. Asimismo, me agradecieron por la buena coordinación entre los combatientes del Ejército y los Guardianes de la Revolución, y me dijeron que según los últimos informes, las pérdidas que le habíamos infligido al ejército iraquí durante esta operación eran cuantiosas, y que la comandancia del enemigo había solicitado refuerzos.
El cielo se estaba aclarando, hicimos la oración del alba. Aún no habíamos llegado a la región de Anar cuando escuchamos la noticia sobre el martirio de Gholamalí Pichak en el frente Guilan-e Gharb, algo que nos puso muy tristes.
Uno de los jóvenes combatientes se acercó a mí, y con acento de Mashhad me dijo:
— Hach Husein, ¿ya se ha enterado usted de que atacaron a Ibrahim?
Al escuchar aquello, tragué saliva, mi cuerpo empezó a temblar levemente, le pregunté:
— ¿Qué ha sucedido?
— ¡Una bala rozó el cuello de Ibrahim!
Su respuesta me puso pálido, mis pensamientos se agitaron y sin pensarlo me dirigí a la trinchera donde estaba el puesto de socorro.
Mientras caminaba recordaba cada uno de los momentos que había compartido con Ibrahim. Seguí avanzando hasta que llegué a donde estaba.
En efecto, una bala había impactado el cuello de Ibrahim, sangraba mucho. Ahí también encontré al hermano Yavad, le pregunté:
— ¿Qué le pasa a Ibrahim?
Tras un silencio, me respondió:
— La verdad es que no sé qué decir.
— ¿A qué te refieres?
Y después de una pausa, me explicó:
— Hablábamos con los comandantes sobre cómo poder atacar las posiciones enemigas en la colina. Los iraquíes oponían fuerte resistencia, tenían muchas tropas ahí y en los alrededores. Hicimos varias propuestas pero ninguna fue aceptada. Los disparos se escuchaban por todas partes. Se acercaba el tiempo de la oración del alba y debíamos tomar una decisión pero no sabíamos qué hacer. ¡De repente Ibrahim salió de la trinchera y fue hacia la colina donde estaban los iraquíes y subió a una roca que estaba en dirección a la alquibla y en voz muy alta empezó a hacer la llamada a la oración! Todos nosotros le gritamos: «¡Ibrahim ven!», «¡regresa!». Pero fue en vano. Estaba terminando la llamada a la oración cuando sorpresivamente todo se sumió en el silencio, los tiroteos de los iraquíes ya no se escuchaban…. Entonces, de súbito, uno de ellos le disparó a Ibrahim, hiriéndolo en el cuello. ¡Corrimos hacia él y lo trajimos!
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.
www.islamoriente.com Fundación Cultural Oriente
[1] El honorable y veterano lisiado de guerra Mashallah Azizí (la persona de la izquierda en la fotografía) fue uno de los maestros sinceros y virtuosos en Guilan-e Gharb. Una descripción detallada de la historia de cómo quedó discapacitado se publicó en el libro «Vesal» del Grupo Cultural Mártir Ibrahim Hadí.
[2] El libro «Tūbaye Mohabbat» es la biografía del sheij Dulabí.