La Paz Sea Con Ibrahim (14)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
El milagro de la llamada a la oración
Narrado por Husein Allahkaram
Estábamos en las alturas de Anar, el cielo se había despejado por completo. El enfermero vendó la herida de Ibrahim, y empezamos a dividir las tropas mientras hablábamos por el transceptor de radio.
De repente, uno de los chicos vino corriendo y me dijo:
— ¡Señor! ¡Señor! Un grupo de iraquíes con las manos entrelazadas detrás de la cabeza en señal de rendición se dirige hacia acá.
— ¿Dónde? — Le pregunté sorprendido y después nos fuimos hacia una trinchera que estaba frente a la colina.
Eran casi veinte personas en la colina de enfrente, mostraban un pañuelo blanco. Les dije a los combatientes que se preparasen, que podía ser una trampa.
Momentos después, dieciocho iraquíes —entre ellos un oficial y un comandante— se rendían ante nosotros. Me alegré mucho porque además del triunfo de nuestra operación, llevaríamos prisioneros.
Pensé que lo certero del ataque de nuestros combatientes había provocado su rendición. Traje a la trinchera al oficial iraquí y llamé a uno de nuestros combatientes que sabía árabe.
Como si fuese un interrogador cualificado y adecuadamente entrenado, le ordené:
— Dígame su nombre, grado y cargo.
Se presentó, y agregó:
— Soy mayor y soy el comandante de las fuerzas que están en la montaña y sus alrededores. Pertenecemos a las Fuerzas de Prevención de Basora destacadas en esta región.
— ¿Cuántas personas están en la colina?
— Ya no hay nadie.
— ¿Nadie? — Le pregunté entre incrédulo y sorprendido. Me respondió:
— Nosotros mismos nos estamos entregando, y al resto de efectivos les ordené que se retirasen. Ahora la montaña está completamente vacía.
De nuevo lo miré sorprendido, y le pregunté:
— ¿Por qué les dijiste que se retirasen?
— Porque no quisieron rendirse.
— ¿Cómo? — Le pregunté, aún más sorprendido.
El comandante iraquí en vez de responderme, me preguntó:
— ¿Dónde está el muecín?
No necesité que me tradujesen; entendí muy bien. Quise saber:
— ¿El muecín? ¿Quieres ver a la persona que estaba recitando la llamada a la oración?
Su voz se quebrantó hasta las lágrimas, cuando empezó a narrar:
— Nos habían dicho que vosotros erais zoroastras y que adorabais el fuego. Nos habían dicho que estábamos atacando a Irán para salvar el Islam, que era esa la razón por la cual luchábamos contra los iraníes. ¡Creedme! Todos nosotros somos musulmanes chiitas, es por eso que cuando veíamos a nuestros comandantes ingerir bebidas alcohólicas y que no hacían la oración, nos quedábamos muy confundidos. — Hizo una pausa. El intérprete traducía simultáneamente cada una de sus frases. Luego el oficial continuó: — Hoy por la mañana cuando escuché a vuestro compañero hacer con una voz potente y bella la llamada a la oración, todo mi cuerpo empezó a temblar justo en el momento en que mencionó el nombre del Imam Alí (P). Entonces me dije: «Tú estás luchando en contra de tus propios hermanos, tal como sucedió en Kerbala».
En ese momento se le hizo un nudo en la garganta, pero después continuó:
— Por eso decidí que debíamos rendirnos y no cargar con este pecado. Entonces, ordené el alto al fuego. Reuní a mis fuerzas y les comuniqué que me quería rendir ante los iraníes. Y que cualquiera que quisiese podía venir conmigo. Las personas que me acompañan son mis amigos y son también musulmanes chiitas. Otros elementos de mi tropa se fueron por otro rumbo. Sin embargo, el soldado que le disparó al muecín ha venido con nosotros. Si vosotros ordenáis que lo ejecute, lo hago…. — Y finalmente, preguntó: — ¿El muecín está vivo o ha muerto?
Todos escuchábamos atentamente, estábamos realmente aturdidos. Después de un tiempo rompí el silencio:
— ¡Sí! ¡El muecín está vivo!
Salimos juntos de la trinchera y nos dirigimos hacia otra donde estaba Ibrahim.
Todos los 18 prisioneros iraquíes vinieron y besaron la mano de Ibrahim, la última persona se arrojó sobre los pies de Ibrahim y lloraba. Decía continuamente: «¡Perdóname, yo soy el que te ha disparado!».
A mí también se me había quebrantado la voz, era extraño, no pensaba más en la operación ni en los combatientes. Quería mandar a los prisioneros hacia atrás cuando el comandante iraquí me llamó y me dijo: «¡Vea hacia allá! Un batallón de comandos y algunos tanques se aproximan. Debéis apresuraros y tomaros la colina».
Envié algunos combatientes del Grupo Mártir Andarzgu hacia la colina, nos la tomamos, con ello nuestro control sobre la región de Anar se vio completado.
El batallón iraquí realizó su ofensiva pero nosotros estábamos preparados por lo que no tuvieron éxito y la mayoría de sus efectivos murieron en el ataque. Al día siguiente con la Operación Muhammad Rasulul.lah (PB) en Mariván —destacado en otro sector de la zona— disminuyó la presión de Irak sobre Guilan-e Gharb. Así, la Operación Matla' al-Fayr alcanzó muchos de sus objetivos.
Fueron liberadas bastantes zonas de nuestro querido país, a pesar de que grandes hombres como Gholamalí Pichak, Yamal Tayik y Hasan Balash fueron martirizados durante las operaciones.
Algunos días después, cuando Ibrahim se sintió mejor se anexó al grupo. Ese mismo día se nos avisó que se había realizado la Operación Matla' al-Fayr con el código sagrado «Ya Mahdi Adrikni» (¡Oh Mahdi ayúdanos!), dejando un saldo de 14 batallones de las fuerzas especiales del ejército de Irak aniquilados, cerca de 2000 efectivos iraquíes muertos, cientos de heridos y 200 prisioneros. Además, nuestra artillería antiaérea derribó dos aviones enemigos.
***
Era el invierno de 1365, cinco años habían transcurridos desde la Operación Matla' al-Fayr, estábamos ocupados por la Operación Kerbala 5 en Shalamcheh.
Una parte de la coordinación de las divisiones del Ejército y la inteligencia estaba bajo nuestra responsabilidad. Fuimos a la base de las fuerzas Badr para ayudar en la organización y planificación.
Se acordó que uno de los batallones de esta brigada cuyos miembros hablaban árabe iraquí llevase a cabo una operación contra el ejército de Sadam.
Después de conversar con los comandantes del Ejército y los comandantes de los distintos batallones, se hicieron los preparativos necesarios para emprender la marcha.
Percibí que desde lejos uno de los comandantes de las fuerzas Badr me miraba fijamente y se aproximaba. Yo ya casi me iba cuando se acercó un poco más y me saludó.
La verdad es que me tomó un poco por sorpresa, respondí su saludo —tenía acento árabe— y sin mediar más palabra me dijo:
— ¿Usted estuvo en Guilan-e Gharb?
— ¡Sí! — Le dije realmente sorprendido. Pensé que era uno de los combatientes de la zona occidental. Después me dijo:
— ¿Recuerda la operación Matla' al-Fayr? ¿Las alturas de Anar, específicamente la última colina?
Hice memoria, pensé un poco, y le dije:
— ¡Claro que sí!
— ¿Se acuerda de los 18 iraquíes prisioneros?
— ¿Quién es usted? — Le pregunté desconcertado, y con alegría me dijo:
— ¡Yo soy uno de esos prisioneros!
— ¿Y qué hace aquí? — Le pregunté aún más sorprendido, me respondió:
— Los 18 iraquíes estamos en este batallón. Gracias a las gestiones del ayatolá Hakim fuimos liberados, él nos conocía bien a todos nosotros. Entonces acordamos que nos uniríamos a la lucha en contra de los baazistas.
Todo aquello era para mí verdaderamente asombroso, le pregunté:
— ¿Dónde está vuestro comandante?
— ¡Aquí! ¡También estamos bajo su responsabilidad en este batallón! Es más, ahora estamos marchando hacia el frente de guerra.
— Escriba el nombre de vuestro batallón y el nombre de todos vosotros en este papel; en este momento estoy apurado, después de la operación regreso y podremos hablar más tranquilamente. — Le dije, y mientras escribía, me preguntó:
— ¿Cómo es que se llamaba aquel muecín?
— ¡Ibrahim! Ibrahim Hadí.
— Todo este tiempo hemos querido saber de él, incluso le pedimos a unos comandantes que nos hiciesen el favor de localizarlo. Nos gustaría ver de nuevo a este hombre de Dios.
Guardé silencio y me puse muy nervioso. Levantó la vista y se me quedó viendo. Le dije:
— ¡Ojalá lo vean en el Paraíso!
Lo noté triste, me dio el papel donde había escrito los nombres. Yo me despedí rápidamente de él y me marché. Este encuentro inesperado había sido muy interesante.
La operación llegó a su fin en el mes de esfand de 1365, y a muchos combatientes les dieron licencia. Un día encontré —entre mis cosas— el papel donde el exprisionero iraquí de las fuerzas Badr me había escrito sus nombres. Entonces decidí ir a visitarlos. Al llegar a su base le pregunté a uno de los responsables por el batallón cuyo nombre estaba escrito en el papel. Me dijo:
— Este batallón ha sido disuelto
— Pero, ¿cómo puedo hacer para ver a sus miembros?
— Ese batallón sufrió un gran contraataque iraquí en Shalamcheh. Logró eliminar a muchos elementos enemigos. Sus combatientes resistieron sin dar un paso atrás, pero al final ni uno de ellos quedó vivo.
— Estas 18 personas eran exprisioneros iraquíes — Mientras le mostraba el papel, le dije: — Sus nombres están aquí. Yo vengo a visitarlos.
Tomó el papel y se lo dio a otra persona que salió. Unos minutos después volvió, y dijo:
— ¡Todas estas personas están entre los mártires!
No sabía qué decir. Pensé: «Ibrahim con una vez que hizo la llamada a la oración logró liberar una montaña, que una operación terminase en victoria y que 18 personas saliesen de las profundidades del Infierno y alcanzasen el Paraíso, tal como le sucedió a Horr[1] en Kerbala».
Después recordé lo que le dije a aquel combatiente iraquí cuando me preguntó por Ibrahim: «¡Ojalá lo vean en el Paraíso!».
Las lágrimas recorrían mis mejillas sin que yo lo pudiese evitar. Salí.
Tenía certeza absoluta de que Ibrahim sabía dónde debía hacer la llamada a la oración para estremecer los corazones del enemigo y guiar a aquellos que aún no habían perdido la fe.
Narrado por Abbás Hadí
A finales de 1360 Ibrahim pidió licencia. Llegó a la casa una noche, conversamos un poco. Noté que tenía un rollo de billetes en el bolsillo. Le dije en tono de broma:
— La verdad hermano, me gustaría saber de dónde sacas tanto dinero. He visto que ayudas a la gente y gastas en cosas para la hey'at. Ahora veo que tienes mucho dinero en tu bolsillo. ¿Acaso has encontrado algún tesoro?
Ibrahim se echó a reír y me dijo:
— ¡No hombre! Todo este dinero me lo dan mis amigos y ellos mismos me dicen en qué utilizarlo.
En la mañana, fuimos con Ibrahim al bazar, pasamos por muchos negocios hasta que nos detuvimos en uno muy surtido.
Su dueño era un anciano; tenía varios empleados, entre ellos su hijo. Cuando vieron a Ibrahim, lo saludaron y abrazaron cordialmente. Pude entender que lo conocían muy bien.
Después de intercambiar un par de palabras, Ibrahim le dijo al dueño:
— Hach, mañana —si Dios quiere— parto para Guilan-e Gharb.
— ¿En qué te puedo servir? ¿Necesitas algo para los combatientes? — Le preguntó el anciano.
Ibrahim sacó un fajo de billetes y se lo dio, mientras le decía:
— Además de estas cosas, necesito una cámara de vídeo, porque todas estas hazañas y acontecimientos deben registrarse para que las generaciones venideras puedan ver cómo los combatientes lucharon para proteger esta religión y este país. —Hizo una pausa, y agregó: — ¡Ah! También necesitamos una gran cantidad de chafiye.
El hijo del dueño intervino, diciendo:
— Entiendo lo de la cámara de vídeo, pero ¿para qué tanta chafiye? ¿Acaso quieren andar como los vagabundos con un pañuelo en el cuello?
— ¡No hermano! La chafiye no es un pañuelo que solo se use en el cuello, los combatientes la utilizan como toalla después de hacer la ablución, como alfombrita para hacer la oración, como venda para sus heridas, como….
— ¡De acuerdo don Ibrahim. Vamos a conseguir todo lo que usted necesita! —Dijo el dueño, interrumpiendo a Ibrahim.
Antes del mediodía del día siguiente, estaba yo en la acera de nuestra casa cuando vi al anciano estacionar un pickup lleno de las cosas que Ibrahim le había encargado. Entré rápidamente, y llamé a Ibrahim.
El anciano le entregó la cámara de vídeo, otro par de cosas y el enorme cargamento de chafiyes. Después Ibrahim contó la forma en que los soldados iraníes habían utilizado las chafiyes durante la operación Operación Fath al-Mobín.
Poco a poco, el uso de la chafiye se volvió parte de los implementos de los combatientes.
Narrado por Alí Sadeqí y Akbar Noyavan
Ibrahim era muy serio cuando había que ser serio, pero cuando no, era un hombre muy agradable y jocoso; esto último era —sin dudas— una de las causas de su popularidad.
A la hora de comer, Ibrahim también era especial. Cuando había suficiente comida, pues comía bastante sin llegar a la glotonería, sino que decía: «Nuestro cuerpo necesita alimentarse muy bien debido al deporte y actividades que realizamos».
Una vez, Ibrahim y uno de los chicos de Guilan-e Gharb fueron a Kermanshah. En un pequeño restaurante de esa localidad, se comieron entre los dos tres cabezas de cordero.
Otra vez, un compañero invitó a Ibrahim a almorzar, en total eran tres personas y había preparado 6 pollos y una gran cantidad arroz, y no sobró nada.
***
Cuando Ibrahim estuvo herido, fui a visitarlo, después salimos en motocicleta y nos dirigimos a una reunión donde romperíamos el ayuno. Estábamos en el bendito mes de ramadán.
Llegamos. El dueño de la casa era uno de los amigos de Ibrahim, era muy cortés, les ofrecía a los invitados una y otra cosa, pero Ibrahim no necesitaba esta clase de cortesía. ¡En la habitación donde estábamos no sobró casi nada!
El Sr. Ya'far Yangraví, uno de nuestros amigos también estaba en la reunión, después de la comida se levantaba continuamente y entraba a la habitación contigua, en la que estaban varios de sus amigos que uno por uno venían a ver a Ibrahim, y Ya'far decía: «Este amigo quiere saludarte…».
Tal como se acostumbre en Irán, cada vez que venía una de estas personas a hablar con Ibrahim, él se tenía que levantar por respeto, estrechar su mano y besarlo en la mejilla. Sin embargo, esto le resultaba difícil debido al dolor que le causaba la herida que tenía en el pie, además de haber comido mucho. Ya'far que lo hacía a propósito se reía en voz baja a sus espaldas.
A penas Ibrahim se sentaba, Ya'far se levantaba y traía a otro de sus amigos para que conociesen a Ibrahim. Algo que hizo muchas veces.
Ibrahim que desde hace bastante había entendido la broma ya estaba molesto, pero le dijo con una gran tranquilidad: «Querido Ya'far, ya llegará mi turno»
Era casi medianoche, queríamos regresar a casa. Ibrahim subió a mi motocicleta y me dijo: «¡Vámonos rápido!»
Ya'far subió a la suya y venía atrás de nosotros, pero nos separaba una buena distancia. En el camino había un puesto de control.
Me detuve, Ibrahim le dijo en voz alta a uno de los militares: «¡Hermano venga por favor!»
Cuando se acercó, Ibrahim le dijo: «Querido amigo, yo soy un lisiado de guerra y esta persona que me acompaña es miembro de los Guardianes de la Revolución. ¡Quiero informarle que un individuo sospechoso en motocicleta nos está persiguiendo!» Después hizo una pausa y continuó: «Yo solo quiero que tengáis cuidado, puede estar armado».
Luego, se despidió y nos marchamos, avanzamos un poco y me dijo que me detuviese. Los dos nos reímos. Vimos a Ya'far pasar por el puesto de control. Cuatro militares debidamente armados lo rodearon; se bajó de su motocicleta.
Cuando lo revisaron le encontraron un arma, y con eso empeoró su situación: Los militares no le daban importancia a sus alegatos.
Pasó casi media hora, vino el responsable del grupo quien conocía a Ya'far, le pidió muchas disculpas, y le dijo a los jóvenes militares: «Él es Ya'far Yangraví, uno de los comandantes de la División Militar Seyyed al-Shohadá (P)».
Ellos se sintieron muy avergonzados y le pedían disculpas reiteradamente. Ya'far se veía muy molesto, y sin decir ni una sola palabra tomó su arma, subió a la motocicleta y se marchó.
Avanzó un poco y cuando vio que nos habíamos detenido y que Ibrahim se reía sin control, entendió lo que había sucedido.
Ibrahim se acercó a él, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Ya'far se relajó y también empezó a reír.
¡Gracias a Dios todo terminó en risas!
Narrado por Alí Sadeqí
Nos preparamos para asistir al funeral del mártir Shahbazí, iba a realizarse en una ciudad fronteriza. Según la tradición y las costumbres de sus pobladores, la ceremonia fúnebre comienza en la mañana y se prolonga hasta el mediodía cuando traen un recipiente con agua para que los huéspedes se laven las manos, concluyendo luego con un almuerzo.
Al llegar, cuando entré, vi al hermano Yavad sentando en un lugar destacado, e Ibrahim estaba a su lado. Me acerqué y me senté a la par de Ibrahim.
Ibrahim y Yavad eran muy amigos, eran como verdaderos hermanos. Las bromas que se hacían eran también muy interesantes.
Al final de la reunión, dos de los anfitriones trajeron el recipiente con agua y Yavad fue la primera persona a la que se acercaron para que se lavase las manos.
Ibrahim le dijo algo al oído sobre la manera en que se realizaba esta clase de ceremonias en esa ciudad, y Yavad sorprendido y en voz alta le preguntó: «¿De veras? ¿Así lo hacen?»
Ibrahim le pidió que bajase la voz; luego se volvió hacia mí y vi como no paraba de reírse en voz baja. Le dije: «¿Qué te pasa Ibrahim? ¡Es feo no te rías, la gente está de luto!».
Se me quedó viendo, y me contó: «Le dije a Yavad que cuando traigan el recipiente de nuevo, además de las manos tiene que lavarse la cabeza».
Algunos minutos después sucedió: Cuando trajeron el recipiente, Yavad después de lavarse las manos, empezó a lavarse la cabeza y mientras lo hacía miraba a su alrededor.
Le dije: «Yavad, ¿qué haces? ¡No estás en el baño! Luego, le entregué mi chafiye para que se secase.
***
Un tiempo después recibimos la noticia de que Ibrahim, Yavad y Reza Gudiní estaban volviendo después de algunos días de andar en una misión en la zona fronteriza, nos alegramos mucho al saber que estaban sanos y a salvo.
Nos reunimos todos frente a la base del Grupo Mártir Andarzgu, unos minutos después llegó el vehículo que los transportaba. Ibrahim y Reza se bajaron, los combatientes los recibieron con abrazos, y los rodearon conversando con ellos.
Uno de los combatientes le preguntó:
— Don Ibrahim, ¿dónde está don Yavad?.
Todos se quedaron en silencio, atentos, esperando oír la respuesta.
Ibrahim, triste y con un nudo en la garganta dijo: «¡Yavad!»
Después lentamente dirigió su mirada hacia el asiento trasero del vehículo. Había una persona con los pies extendidos y cubierto por una sábana. El silencio reinaba en el ambiente. Ibrahim repetía continuamente: «¡Yavad! ¡Yavad!».
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, al verlo otros combatientes empezaron a llorar y se lamentaban diciendo: «¡Yavad! ¡Yavad!».
Todos se dirigieron hacia el asiento trasero del vehículo. De repente, mientras se lamentaban y lloraban, Yavad se levantó del asiento y se sentó, mirando a su alrededor preguntó asustado: «¿Qué ha pasado? Qué pasa?».
Los combatientes con los ojos llorosos y enojados miraban hacia todas las direcciones buscando a Ibrahim, pero él ya se había ido de ahí y entrado al edificio.
Narrado por Amir Monyer
Estábamos en los últimos días del año 1360, preparamos todos los pertrechos y provisiones necesarias para marcharnos hacia el sur. La comandancia general de la guerra planeaba una gran operación en Juzestán, por lo que la mayoría de las tropas de los Guardianes de la Revolución y los basīŷ, se habían trasladado a esa región.
El Grupo Mártir Andarzgu acompañando a los Guardianes de la Revolución de Guilan-e Gharb también se preparó para partir. En esos días los Guardianes de la Revolución de Kermanshah avisaron que Ibrahim Hadí había tomado una pistola Colt, y no la había entregado.
Ibrahim alegó que no tenía ninguna pistola, pero fue inútil. Yo le dije que tal vez había tomado la pistola y olvidado entregarla. Pensó un poco y me dijo: «¡Claro que la tomé pero se la di a Muhammad y le pedí que la entregase por mí!»
Fue cuando entendió que el arma aún debía estar en manos de Muhammad.
Vinimos a Teherán, con dirección en mano buscamos la casa de Muhammad, dimos con el lugar pero una persona nos dijo que ya no vivía ahí y que había regresado a Kuhpayeh, su ciudad natal, que está en el camino de Isfahán a Yazd. Ibrahim necesitaba realmente encontrarlo, pues debía resolver el asunto del arma, por lo que me pidió que lo acompañase a Kuhpayeh.
A la noche partimos hacia Isfahán, y desde ahí salimos hacia Kuhpayeh, llegamos muy de mañana, hacía frío, le dije a Ibrahim:
— ¿Y ahora? ¿A dónde vamos?
— ¡Dios mismo nos mostrará el camino! — Me respondió.
Nos adentramos, fuimos a varios lugares. Una anciana que estaba por entrar a su casa se nos quedó viendo y notó que éramos foráneos. Ibrahim la saludó.
La anciana le respondió amablemente, y preguntó:
— ¿Buscan a alguien?
— Madre, ¿conoce usted a un tal Muhammad Kuhpayí?
— ¿Muhammad qué?
— Un joven que recién ha vuelto del frente de guerra, tiene casi 20 años.
— ¡Venid aquí! — Dijo sonriendo, y después entró a su casa. Ibrahim me pidió que estacionase el automóvil.
Nos invitó a pasar y nos preparó un desayuno completo. Nos preguntó:
— ¿Vosotros sois soldados del Islam? — Y asumiendo que nuestra respuesta era afirmativa, nos dijo: — Debéis manteneros muy fuertes, entonces comed sin ninguna pena. — Después agregó: — El «Muhammad» que buscáis es mi nieto y vive en esta casa conmigo, pero no está… ha ido a la ciudad y volverá hasta la noche.
Ibrahim le dijo:
— Madre, perdone pero su nieto ha hecho algo que nos ha obligado a venir a buscarlo desde el frente de guerra hasta aquí.
— ¿Qué ha hecho?
— Le di una pistola que me había sido asignada para que la entregase por mí, y en vez de ello se la quedó. Ahora me la están pidiendo y bueno, debo lógicamente entregarla.
La anciana lamentó mucho la actitud de su nieto, e Ibrahim la calmó. Entonces, ella se levantó y nos dijo:
— ¡Venid conmigo! — La seguimos, entramos a una habitación, y nos explicó: — Todas las cosas de Muhammad están en este armario. Ahora, no se preocupen abran el candado como sea.
— Madre, no podemos ver sus cosas sin permiso. ¡Eso no está bien! — Dijo Ibrahim, a lo que la anciana replicó:
— Si pudiese, yo misma lo abriría.
Salió de la habitación y luego de unos minutos regresó con un destornillador, con el cual yo pude abrir el armario.
¡La pistola estaba ahí envuelta en una camisa blanca! La sacamos y salimos de la habitación.
Cuando nos estábamos despidiendo, Ibrahim le preguntó:
— ¿Cómo ha sido posible que haya confiado tan fácilmente en nuestras palabras?
— Los soldados del Islam no mienten. — Respondió y agregó: — Con ese rostro luminoso que tenéis no podíais estarme mintiendo.
Nos marchamos y nos incorporamos a la carretera que conduce a Isfahán, en el trayecto vi un cuartel de artillería del Ejército, y le dije a Ibrahim:
— Recuerdas en Sarpol-e Zahab a un señor que nos ayudaba mucho en las operaciones y era comandante de artillería.
— ¿Te refieres al Sr. Maddah?
— ¡Sí, ese mismo! Oí que ahora es comandante de artillería de Isfahán, es posible que esté en este cuartel.
— ¡Bueno, vamos a averiguarlo! — Me dijo Ibrahim entusiasmado, nos estacionamos frente al cuartel. Ibrahim bajó del auto y se acercó a un guardia de seguridad; le dijo:
— ¡As-salamu 'alaykum!! Disculpe, ¿se encuentra el Sr. Maddah?
El guardia de seguridad miró de pies a cabeza a Ibrahim que vestía una camisa de talla muy grande y —por supuesto— pantalones kurdos. Me imagino que se habrá preguntado cómo un hombre tan simple quería hablar con el comandante del cuartel.
Fue cuando me acerqué y le dije:
— Hermano, nosotros somos amigos del Sr. Maddah, venimos del frente de guerra y queremos hablar con él, si fuese posible
El guardia se comunicó, y proporcionó nuestros datos. Unos minutos más tarde vinieron dos jeeps, en uno de ellos venía el coronel Maddah, apenas nos vio nos abrazó e insistió en que pasásemos a su despacho.
Después nos llevó a la sala de reuniones, ahí lo esperaban 20 comandantes.
El Sr. Maddah iba a dirigir la reunión, trajeron dos sillas para que nos sentásemos y participásemos. El comandante comenzó a hablar:
«Amigos todos vosotros me conocéis, ya sea desde antes de la Revolución en la ''Guerra de los 9 días'', o ya sea desde el primer año de la ''guerra impuesta'', me han dado medallas de héroe y ascendido de grado.
Mi grupo de artilleros ha llevado a cabo de forma perfecta las más difíciles misiones, en todas las operaciones se tuvo éxito. He aprobado los cursos militares más difíciles y más importantes dentro y fuera del país.
Pero han habido personas de las que he aprendido mucho y que me han hecho cuestionarme muchas cosas, por ejemplo: Según los cánones bélicos si se quiere atacar al enemigo que tiene cien soldados, vosotros debéis tener 300, vuestras municiones tienen que ser más que las de ellos, y así sucesivamente».
El comandante hizo una pausa y luego continuó:
«Este Sr. Hadí y sus amigos hacían cosas realmente asombrosas. En una operación con menos de cien elementos realizaron una ofensiva contra el enemigo que contaba con muchos más efectivos, los cuales o morían o eran hechos prisioneros. Yo después los reforzaba.
Recuerdo que una vez querían atacar la región de Bazi Deraz, cuando vi y analicé el potencial tanto de nuestras fuerzas como las del enemigo, le dije a un compañero que de esa forma seguramente les esperaba la derrota.
Pero para mi sorpresa, en la operación además de tomar posesión de las posiciones del enemigo, hicieron prisioneros a muchos de sus efectivos».
Uno de los jóvenes oficiales dijo:
— Sr. Hadí, explíquenos por favor cómo llevó a cabo dicha operación, para que podamos tomar nota.
Ibrahim lo miró y le respondió:
— ¡No hermano, nosotros no hicimos gran cosa, todo lo que ocurrió fue obra de Dios!
El Sr. Maddah dijo:
«Lo que él y sus amigos nos enseñaron era que las armas y la cantidad de efectivos no son claves, sino que en una guerra lo que cuenta es la espiritualidad de las tropas. Esas tropas al decir al unísono «¡Al.lahu Akbar!», infundían mucho temor en el corazón del enemigo lo cual tenía más efecto que cientos de tanques y armas.
Ellos tenían un amigo de baja estatura, pero con una gran fuerza y espíritu valiente, el cual lo hacía más grande que cualquier otro. Se llamaba Asghar Vesalí.
En los primeros días de la guerra enfrentó a las tropas del enemigo que penetraban nuestro territorio y logró detenerlas, pero fue martirizado.
Yo aprendí de estos combatientes basīŷ el verdadero significado de la aleya:
«Si hubiera entre vosotros veinte hombres pacientes y contenidos, vencerán a doscientos».[2]
Una hora después salimos de la reunión disculpándonos y despidiéndonos de todos. Partimos hacia a Teherán. En el camino pensaba sobre todo lo sucedido.
Ibrahim entregó la pistola, explicó lo sucedido. Nos incorporamos al Grupo Mártir Andarzgu y emprendimos la marcha hacia Juzestán, en el sur del país.
Nuestra estancia de casi 14 meses en Guilan-e Gharb había finalizado, llevábamos un bagaje de recuerdos agridulces.
Había sido un periodo en el que vivimos grandes hazañas, en el que tres brigadas mecanizadas del ejército iraquí no pudieron hacer nada contra nuestros pequeños grupos de combatientes basīŷ.
Narrado por un grupo de amigos del mártir
Ya estando en Juzestán fuimos a la ciudad de Shush para visitar la tumba del Profeta Daniel (P).
Ahí nos enteramos de que todos los basīŷ se preparaban para llevar a cabo una gran operación y habían sido organizados en batallones y brigadas.
Mientras realizábamos la peregrinación nos encontramos al hach Alí Fazlí. Cuando nos vio nos saludó muy contento y fue él quien nos dio la noticia. Posteriormente nos llevó a la Brigada al-Mahdi (P), donde estaban algunos batallones de los basīŷ y del Ejército.
El hach Husein también dividió el Grupo Mártir Andarzgu en batallones, y muchos de sus efectivos estaban encargados de recolectar y administrar la información sobre los diferentes batallones que participarían en la operación.
Reza Gudiní, Yavad Afrasiabí e Ibrahim estaban en distintos batallones. El trabajo de preparación de las fuerzas se realizó muy rápido, los responsables de inteligencia de los Guardianes de la Revolución habían trabajado durante muchos meses preparando esta operación.
Todas las regiones estaban bajo el control del enemigo. Se realizó un reconocimiento para ubicar los campamentos de los batallones y brigadas del ejército iraquí. El 1 de farvardīn de 1361 comenzó la Operación Fath al-Mobín con el código sagrado «¡Oh Zahra (P)!».
Por la tarde, los Guardianes de la Revolución llevaron a los comandantes a la zona de operaciones. Ahí explicaron detalles sobre la región y la manera en que se procedería. Una de las etapas más difíciles le fue asignada a los batallones de la Brigada al-Mahdi (P).
Cerca de la puesta del sol, se incrementó el ritmo de trabajo de las fuerzas; después de las oraciones del ocaso y de la noche se emprendió la marcha.
En ningún momento me separé de Ibrahim, finalmente nuestro batallón partió, pero él y yo nos atrasamos un poco. Era medianoche y aún no nos íbamos. Finalmente lo hicimos.
En la oscuridad llegamos al lugar donde los chicos del batallón se encontraban, para nuestra sorpresa estaban «descansando». Ibrahim les preguntó: «¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Por qué no estáis atacando al enemigo?».
Le dijeron que solo estaban siguiendo las órdenes del comandante, fuimos con Ibrahim a verlo e Ibrahim le preguntó:
— ¿Por qué ha hecho que los combatientes se detengan en este valle? Va a amanecer y no hay donde refugiarse ni tampoco trincheras, vamos a quedar expuestos y ser presa fácil para el enemigo.
— Estamos frente a un campo minado y no tenemos voluntarios para atravesarlo e intentar trazar la ubicación de las minas. — Explicó el comandante, y agregó: — Entonces nos comunicamos con el cuartel de operaciones y pedimos que viniese un experto en desminado. Nos dijeron que enviarían uno de inmediato, así que está en camino.
— ¡No podemos esperar! — Dijo Ibrahim, y fue hasta el lugar donde descansaban los combatientes y dijo en voz alta: — ¡Necesito algunos voluntarios! ¡Quienes de vosotros os sintáis listos para morir venid conmigo!
Varios combatientes lo siguieron, Ibrahim entró en el campo minado, pisaba firme con el pie derecho luego posaba el izquierdo en otro lugar de modo que avanzaba, el resto de voluntarios hacía lo mismo.
Mirábamos asombrados a Ibrahim y los demás. Yo sentía que en cualquier momento explotaría una mina, la aflicción no me dejaba respirar.
Yo estaba pálido, sabía que mi amigo Ibrahim de un momento a otro caería martirizado. ¡Eran momentos muy difíciles para todos! Pero, gracias a Dios lograron pasar, y se comprobó que ese camino estaba libre de minas.
Esa noche después de pasar ese campo, atacamos las trincheras y posiciones del enemigo, tomando control de la zona, sin embargo no avanzamos más allá.
Cerca del amanecer Ibrahim fue herido en su costado y unos combatientes lo llevaron rápidamente hacia la retaguardia.
A la mañana querían trasladarlo en avión a una de las ciudades, pero él insistió en quedarse y se bajó del avión. Finalmente vendaron y suturaron su herida y volvió de inmediato al frente de guerra.
En la primera noche de la ofensiva fueron heridos el comandante del batallón y varios de sus asesores. Alí Movahhed fue elegido como nuevo comandante.
Ese día se realizó una reunión en la que participaron varios comandantes —entre ellos Mohsen Vezvayí— para discutir los planes de la siguiente operación cuyo objetivo principal era apoderarse de la artillería pesada del enemigo y cruzar el puente Refayeh. Hace mucho tiempo que el personal de inteligencia del Ejército trabajaba en esta operación; la victoria final dependía del éxito de las etapas posteriores.
A la noche siguiente se reanudó el desplazamiento de las tropas, El grupo para remover y destruir minas iba en la vanguardia con otras fuerzas. Atrás de ellos venían Alí Movahhed, Ibrahim y el resto de tropas.
¡No importaba cuánto avanzásemos, no llegábamos a los terraplenes y posiciones de artillería del enemigo! Después de seis kilómetros nos detuvimos en una zona del valle, estábamos muy cansados.
Alí Movahhed e Ibrahim fueron de un lado a otro tratando de localizar el lugar donde se encontraba la artillería del enemigo, pero no hallaron señales de ella. ¡Estábamos perdidos en el valle entre las posiciones del enemigo!
Pese a ello, reinaba entre los combatientes una tranquilidad sorprendente, de modo que casi todos se quedaron dormidos durante media hora.
Después de mucho tiempo, en una entrevista con la revista «Mensaje del Islam», edición farvardīn de 1361, Ibrahim declaró: «Aquella noche en el valle, dondequiera que fuésemos no encontramos nada más que desierto. Por eso, en ese lugar nos prosternamos y nos quedamos así durante un buen tiempo. Le juramos a Dios en nombre de hazrat Fátima az-Zahra y los Imames infalibles. Estábamos en aquel desierto y solo llamábamos al Imam Mahdi (que Dios apresure su llegada), le pedíamos ayuda. Especialmente, porque no sabíamos qué hacer, así que lo único que se nos ocurría era pedir la intercesión del Imam Mahdi (P)».
***
Nadie entendió lo qué sucedió esa noche con aquella prosternación prolongada, ¿qué le decían los combatientes a Dios? Pero después de algunos minutos, Ibrahim fue al flanco derecho de las tropas que descansaban en medio del valle.
Después de caminar alrededor de un kilómetro llegó a un gran terraplén. Cuando miró detrás del terraplén, vio muchos cañones y armas pesadas.
Las fuerzas iraquíes estaban descansando tranquilamente, solo se veían unos cuantos guardias alrededor. Ibrahim volvió rápidamente.
Le contó a Alí Movahhed lo que había visto. Trajeron las fuerzas a la parte posterior del terraplén. En el trayecto se les dijo a los combatientes que mientras no se diese la orden nadie fuese a disparar y que durante el combate era importante la toma de prisioneros.
El Batallón Habib bajo el mando de Mohsen Vezvayí emprendió el ataque.
Esa noche nuestros combatientes se apoderaron de la artillería iraquí, no por la intensidad del ataque, sino por la gran cantidad veces que gritaron «¡Al.lahu Akbar!» y «¡Oh Fátima az-Zahra!».
Asimismo, pudieron tomar muchos prisioneros. Esta operación fue un golpe mortal para el ejército de Irak en Juzestán. Después de este triunfo los chicos inmediatamente viraron los cañones hacia Irak, pero como no había ya nadie no los utilizaron.
Así se tomó la artillería, luego comenzamos a limpiar de minas los alrededores. Unos minutos después vi que Ibrahim traía a un oficial iraquí como prisionero.
Se lo entregó a los chicos del batallón. Le pregunté:
— Ibrahim, ¿quién es el prisionero?
— Andaba caminando por los alrededores de la base y de repente se me acercó. ¡Pobrecito, no sabía que toda esta zona ya estaba bajo nuestro control! — Me respondió y luego continuó: — Le dije que lo tomaría como prisionero, así que aunque no tenía armas me atacó, por ende luché con él hasta derribarlo y neutralizarlo. Le até las manos y lo traje.
Todos hicimos la oración del alba alrededor de la artillería. Con la llegada de los refuerzos continuamos nuestra marcha en el desierto, pues todavía quedaban algunas posiciones del enemigo.
De súbito aparecieron dos tanques iraquíes que venían en nuestra dirección, pero al divisarnos cambiaron el rumbo y huyeron. Ibrahim empezó a perseguirlos, corría a gran velocidad, saltó y se subió a uno de ellos, abrió la escotilla de la torreta y dijo algo en árabe. El tanque se detuvo y sus tripulantes se bajaron y entregaron.
Todavía no había amanecido, las tropas se formaron nuevamente y marchamos hacia el frente. Mientras caminábamos le dije a Ibrahim:
— Te fijaste que atacamos desde atrás la artillería del enemigo.
— ¿Cómo? — Preguntó sorprendido.
— El enemigo estaba esperando que nosotros los atacásemos por el frente, pero Dios hizo que nos perdiésemos y viniésemos por la parte de atrás de la base de la artillería. ¡Por eso fue que tuvimos tanto éxito, tomamos prisioneros y nos apoderamos del armamento! — Hice una pausa, y continué: — Una parte de las tropas del enemigo estaba totalmente preparada, por lo que descansaban tranquilamente. ¡Fue en ese momento que atacamos!
Reunimos a los prisioneros iraquíes y los enviamos a la retaguardia junto con algunos combatientes. Después avanzamos con el resto de las tropas para terminar la última etapa de la ofensiva.
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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