Enseñanza de la Doctrina Islámica

Fatalismo y libre albedrío

Por Aiatollah M. T. Misbah

Introducción

 Como hemos señalado anteriormente, el monoteísmo en el efecto independiente es uno de los conocimientos de mayor valor por el rol que desempeña en la educación y formación de los hombres. Es por eso que ha sido objeto de un gran énfasis en el Sagrado Corán, en donde se lo enuncia de formas diferentes a fin de asegurar su correcta comprensión, relacionando, por ejemplo, todos los fenómenos con la Anuencia (o Permiso), la Voluntad, el Querer, la Determina­ción y el Decretos divinos.

Sin embargo, el correcto entendimiento de este tema requiere, por una parte del desarrollo del pensamiento y el intelecto, y por otra de una enseñanza y explicación correctas. Aquellos que han carecido de un desarrollo intelectual suficiente, o no han recibido las enseñanzas de los guías infalibles (el Profeta y los Imames de la Descendencia), o bien no han aprovechado las interpretacio­nes de los verdaderos exégetas del Sagrado Corán, han caído víctimas del desvío y han sostenido que todas las causas y efectos pertenecen con exclusivi­dad a Dios Altísimo, oponiéndose así a un gran número de versículos del Corán que hablan de la causalidad y el efecto de medios e instrumentos. De este modo han sostenido que, cuando se enciendo el fuego, Dios es quien produce el calor, y cuando comemos o bebemos, es Dios quien produce en nosotros la saciedad. El fuego, la comida y el agua en sí mismos no tienen ningún efecto sobre el calor, la saciedad o la sed.

Las consecuencias de este modo de pensar en lo que hace a las ·acciones humanas, es que éstas se atribuyen a Dios directamente, y su realización por parte del hombre queda totalmente negada. Por lo tanto nadie es responsable de sus actos. En otras palabras, una de las devastadoras consecuencias de este desvío del pensamiento es el fatalismo y la negación de la responsabilidad humana en las acciones, lo cual implica negar la más importante de las cualidades humanas (la libertad), a la vez que vuelve vano y fútil todo sistema educativo, moral y jurídico, entre ellos la misma educación, moral y jurispru­dencia islámicas. En caso de que el hombre no ejerza la voluntad en sus acciones no tendrán sentido la responsabilidad ni el deber, ni aconsejar el bien y vedar el mal, ni la recompensa y el castigo. Más aún, ello significaría la futilidad del sistema existencial en sí, puesto que tal como se desprende las nobles aleyas coránicas, las narraciones (hadices) del Profeta y su Familia (P), y los argumentos racionales, el objetivo de la creación del mundo es preparar el terreno para la creación del hombre, a fin de que con su empeño y acciones voluntarias, su adoración y sumisión a Dios Altísimo, alcance el más alto grado de perfecciones posibles y la mayor cercanía a Dios, haciéndose merecedor, entonces, de las gracias especiales del Señor.

En el caso de que el hombre careciera de libre albedrío y responsabilidad, no merecería las recompensas y gracias eternas ni la complacencia de Dios (pues sus bellas obras no serían en realidad suyas). Esto estaría también en contradicción con los objetivos de la creación.

Según la tesis del fatalismo, toda la creación no sería más que un amplísimo escenario teatral y los hombres meras marionetas sin voluntad que intervienen en diversas acciones, algunas reprochables que atraen sobre ellas el castigo, y otras elogiables que les deparan la recompensa.

Lo que más contribuyó a la expansión de esta peligrosa doctrina fue la ambición política de los tiranos opresores, que la apoyaron para justificar con ella sus malas conductas y obras, obligando al pueblo desinformado a resignarse a su dominio y administración, anulando su resistencia y oposición.

Es correcto considerar al fatalismo como un factor decisivo en el adormecimiento de los pueblos.

Por otra parte, aquellas personas que más o menos habían entendido los puntos débiles de esta doctrina, no supieron como unir el más perfecto monoteísmo con la negación del fatalismo, y tampoco se beneficiaron de las enseñanzas de la Gente de la Casa (P), la purificada e infalible Descendencia del Profeta Muhammad (B y P).

También se presentó el otro extremo desviado, es decir la tesis de que el mundo fue abandonado a sí mismo tras su creación, sosteniendo que las acciones voluntarias del hombre están absolutamente fuera del área del domi­nio divino (doctrina del tafuid, o absoluto libre albedrío, extremo opuesto del fatalismo), lo cual contradice las profundas y elevadas enseñanzas islámicas.

Aquellos que tenían la capacidad suficiente para comprender estos temas y conocieron a los maestros y verdaderos intérpretes del Sagrado Corán, perma­necieron a salvo de estos desvíos. Aceptaron el libre albedrío en las acciones humanas bajo la influencia del Poder que Dios Altísimo les había otorgado, aceptando la responsabilidad en sus acciones, y la Causalidad Suprema e independencia Divina en el más alto grado.

En las narraciones que nos han llegado de la Familia del Profeta (BPD) pueden encontrarse explicaciones aclaratorias sobre este terna, que pueden hallarse en los libros de hadices bajo títulos como “El Poder y la negación del fatalismo", "El abandono de los asuntos del mundo tras su creación", "La Anuencia divina (idhn)", "Voluntad", "Querer (divino)", "Decreto y Determinación divinos". También se encuentra en los hadices la prohibición de ahondar en estas cuestiones sutiles a quienes no posean la capacidad suficiente, a fin de que no se desvíen o equivoquen.

La cuestión del fatalismo y la libertad divina posee otras dimensiones cuyo análisis excede el marco de la presente obra, pero debido a la importancia de este tema explicaremos de un modo simple algunas de sus cuestiones más necesarias, y a aquellas personas que tengan interés en investigar sobre el tema les aconsejamos que realicen previamente los estudios lógicos y filosóficos introductorios que un mejor entendimiento de estas cuestiones requiere.

Explicación del libre albedrío

La capacidad de decidir e elegir es uno de los asuntos de mayor certeza para el conocimiento humano. Pues el hombre encuentra en su interior un conoci­miento e intuitivo a su respecto. Cuando tiene dudas sobre algo percibe la existencia de su duda de un modo directo, de manera que no puede negar dicho conocimiento en sí mismo. Toda persona con un poco de atención también ve que puede expresar una palabra o no hacerlo, mover o no su mano, comer o no, etc. La toma de decisión respecto de la realización de una acción a veces se corresponde con la satisfacción de deseos materiales o animales, como en el caso del hambriento que decide comer, o el sediento que decide beber. Y otras veces los actos están en correspondencia con imperativos racionales o con la satisfacción de aspiraciones intelectuales o elevados objetivos humanos, como el enfermo que para su salud toma una medicina amarga, o se abstiene de comer deliciosas viandas, o el estudiante que se impone molestias y se niega placeres por adquirir conocimientos, o el sacrificado soldado que entrega su vida por sus ideales.

El valor del ser humano se manifiesta cuando las diferentes aspiraciones entran en conflicto y se abandonan los bajos deseos o las satisfacciones meramente sensuales en pro de virtudes morales y perfecciones espirituales eternas, como el paraíso y la cercanía a Dios.

Cuanto más libres y conscientes son los actos, más efecto tienen en la perfección o decadencia espiritual de su agente, y más recompensa o castigo merecen. Por supuesto, el poder de resistir ante los deseos del alma no es el mismo en todas las personas y con respecto a todas las cosas. Pero todo hombre, en mayor o menor medida, goza del don divino del libre albedrío y cuanto más lo ejerce y práctica más lo refuerza.

Como ya hemos señalado, la existencia del libre albedrío es un principio evidente en todos los sistemas educativos, los códigos morales y las religiones reveladas. Sin este principio no tendrían sentido los derechos, deberes y obligaciones, ni las recompensas, premios y castigos. Lo que conduce al desvío de esta verdad evidente y la inclinación al fatalismo son algunos argumentos a los que es necesario refutar para aclararlos y cerrar el camino a posibles confusio­nes y errores. A continuación responderemos a ellos brevemente.

Respuesta a las objeciones de los fatalistas

Los más importantes argumentos de los fatalistas son los siguientes:

1- La voluntad del hombre se orienta según el estímulo de los deseos internos. Estos deseos escapan al control de la voluntad del hombre. Su estímulo obedece a la acción de factores exteriores. Por lo tanto, no hay libre albedrío en el hombre.

La respuesta es que la estimulación de los deseos internos prepara el terreno para la acción de la voluntad, no que el ejercicio de ésta es el resultado forzoso de la estimulación de los deseos sin poder resistirse a ellos. Prueba de ello es que en muchos casos se produce en el hombre un estado de duda e indecisión y salir de ese estado supone para el hombre reflexión y análisis del perjuicio y beneficio de la consiguiente acción, lo cual muchas veces se logra con gran dificultad.

2- De acuerdo con lo confirmado por distintas ciencias, existen factores como la herencia, las secreciones de algunas glándulas (que se ven alteradas sea por enfermedades, o por efecto de sustancias alimenticias y medicinales específicas), el medio ambiente y la sociedad, que afectan la toma de decisiones del hombre determinando diferentes tipos de conducta humana. En mayor o menor medida, esto es también reconocido en los textos religiosos. De esto infieren que las acciones humanas no surgen de una voluntad libre.

La respuesta a este argumento es que el hecho de aceptar el libre albedrío y el rol de la voluntad no significa negar el efecto que todos esos factores tienen en la vida humana, sino que a pesar de ellos el hombre puede resistirse y oponérseles, y cuando hay conflicto entre diversas motivaciones, decidir por una de ellas. Por supuesto que el poder de varios de estos factores dificultan la resistencia y la elección de una buena acción que se les oponga, pero de forma análoga este mayor esfuerzo conlleva un mayor mérito y recompensa. Por ejemplo, un delito cometido en un estado extraordinario de alteración emocio­nal tiene una sanción más leve en atención a las circunstancias que condiciona­ron la voluntad.

3- Otro de los argumentos de los fatalistas es que Dios Altísimo conoce todos los fenómenos del mundo, entre ellos las acciones del hombre (pasadas y por venir). El Conocimiento divino no yerra, por lo tanto todos los sucesos de los hombres ocurrirán según están en el Conocimiento de Dios, y es imposible contradecirlo, no queda entonces lugar para el libre albedrío y elección huma­nas.

La respuesta es que el Conocimiento divino conoce cada suceso tal como es en sí. En el caso de las acciones voluntarias humanas, las conoce juntamente con su cualidad de ser libres. Más bien si las acciones humanas tuviesen lugar según la fatalidad, ello se opondría al Conocimiento divino. Por ejemplo, Dios sabe que una persona en determinadas condiciones elegirá llevar a cabo un acto determinado y efectivamente lo realizará. Su Sabiduría o Conocimiento no se relaciona únicamente con el suceso de la acción sin tener en cuenta el vínculo de ésta con la voluntad y el libre albedrío de su agente. Por lo tanto la eterna Sabiduría de Dios no se contradice con el libre albedrío del hombre.

Otro de los argumentos que esgrimen los fatalistas es que el Decreto Divino se opone y contradice con el libre albedrío humano. Explicaremos esta cuestión en la siguiente lección.

Fuente: Enseñanza de La Doctrina Islámica, Editorial Elhame Shargh

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