Historia del Islam en el VIII año de la hégira – La Conquista de la Meca

Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)

Por: Aiatollah Yafar Sobhani

EL VIII AÑO DE LA HEGIRA

LA CONQUISTA DE LA MECA

El episodio de la conquista de la Meca es uno de lo tramos más felices y dulces de la historia del Islam, puesto que clarifica a un tiempo los elevados objetivos del Profeta y su noble carácter. En este capítulo quedará en claro la sinceridad y pulcritud con que el Profeta y sus seguidores cumplieron el pacto de Hudhaibiiah, y quedará también a la vista la hipocresía y la traición con que procedieron los inicuos quraishitas. Un análisis de todo este episodio mostrará también la habilidad, la inteligencia política y la buena administración e indulgencia que manifestó el Profeta (B.P.) al abrir la última y más encarnizada fortaleza enemiga. Pareciera como si él hubiera pasado toda una parte de su vida estudiando en las mejores escuelas militares pues dibujó el plano de la victoria como si fuese un poderoso comandante. Los musulmanes consiguieron su mayor triunfo sin dolor ni dificultades. Y se mostró también aquí, una vez más, la indulgencia y misericordia del Profeta para con sus más encarnizados opositores, a quienes respetó las vidas y los bienes, e incluso jerarquías. Veamos los detalles de lo ocurrido.

Como ya mencionamos en capítulos anteriores, en el sexto año de la Hégira se concluyó el pacto de Hudhaibiiah entre el Profeta y Quraish, cuyo tercer decreto decía: “Los musulmanes y los quraishitas gozan de libertad para establecer acuerdos con cualquier tribu”. En virtud de esta posibilidad que otorgaba el acuerdo los musulmanes establecieron un pacto con la tribu de Jaza'at. Por tal convenio el Enviado de Dios asumió la defensa de sus vidas y sus bienes y también su integridad territorial. A todo esto los quraishitas establecieron a su vez otro pacto con la tribu de Banu Kanana, antigua vecina y enemiga de Jaza'at. El pacto de Hudhaibiiah que debía otorgar a Arabia diez años de paz y seguridad, establecía que ninguna de las partes debía sublevarse ni instigar a sus aliados a hacerlo contra la parte oponente. Pasaron dos años de su firma y todo transcurría en paz, e incluso durante el segundo año los musulmanes pudieron satisfacer el derecho que les concedía una de las partes del acuerdo visitando la Casa de Dios en paz, y realizar los rituales de la peregrinación frente a los ojos de miles de enemigos idólatras.

En el mes de Yumada 1 del VIII año de la Hégira, como ya vimos, el Profeta despachó una fuerza expedicionaria de 3000 hombres al mando de tres comandantes con el objeto de reprender a los agentes del poder romano en Sham, que habían asesinado a un emisario y a un grupo dedicado a la difusión islámica. Tal fuerza expedicionaria, tras perder a sus tres comandantes y a algunos hombres retornó a salvo aunque sin obtener el triunfo que se esperaba. La divulgación de esta noticia entre los quraishitas aumentó su contumacia y osadía contra el Islam, pues vieron en ese hecho un signo del ocaso del poder militar musulmán y de su espíritu de lucha. Decididos a alterar el equilibrio y el ambiente pacífico que reinaba repartieron armas a la tribu de Banu Bakr y los instigaron a atacar durante la noche a la tribu de Jaza'at, aliada de los musulmanes. Los Banu Bakr mataron a algunos de su tribu rival y tomaron a cautivos a otros. También los quraishitas participaron del ataque, y de este modo violaron el pacto de Hudhaibiiah y dieron fin con su acto hostil y el derramamiento de sangre a los dos años de paz que se habían vivido. El ataque sorpresivo por la noche dejó como saldo varios muertos entre los Bani Jaza'at, quienes fueron asesinados algunos mientras dormían y otros mientras se encontraban orando. Algunos que lograron escapar al cautiverio y a la muerte se refugiaron en la Meca, considerada tierra segura para todos. Allí se dirigieron a la casa de Budail Ibn Uarqá', un personaje importante de la tribu que residía en la Meca y tenía 97 años de edad, a quien relataron el alevoso ataque que había sufrido su tribu. Para comunicar lo ocurrido al Profeta (B.P.) los perseguidos sobrevivientes fugitivos de Banu Bakr enviaron a su jefe, Amru Ibn Salim a Medina. Al llegar se dirigió a la Mezquita, se paró ante la multitud, y recitando tristes poesías convocó a los musulmanes a secundarIo y vengarse de la alevosía de los inicuos. Sus poesías terminaban con las siguientes frases: “¡Enviado de Dios! Los inicuos de Quraish, los firmantes de una década de paz, nos atacaron durante la noche mientras un grupo dormía y otro adoraba a Dios. Emprendieron la masacre con gente indefensa y desarmada”. Y para estimular los sentimientos y el espíritu combativo de los musulmanes repetía: “¡Los asesinaron cuando ya habían adherido al Islam!”

Sus sentidas poesías impresionaron tanto a todos, que el Enviado de Dios (B.P.) le dijo: “¡Te secundaremos, Amru!”. Esta promesa lo tranquilizó y le dio la certeza de que muy pronto el Profeta (B.P.) castigaría a Quraish por su agresión. Pero lo que jamás se le hubiese ocurrido que la venganza sería tal que llegaría a la conquista de la Meca y la definitiva destitución de su gobierno opresor. Tiempo después Budail Ibn Uarqá' y un grupo de los Jaza'at visitaron al Profeta (B.P.) para pedirle auxilio y le pusieron al tanto de la colaboración de Quraish con Banu Bakr en la matanza de la gente de su tribu.

QURAISH PREOCUPADO POR LA DECISION DEL PROFETA

Arrepentidos de su proceder y habiendo descubierto el grave error cometido al violar el pacto de Hudhaibiiah los quraishitas enviaron a Abu Sufián a Medina. Su propósito era atemperar la cólera del Profeta (B.P.) por lo ocurrido y reafirmar el pacto. En el camino, precisamente en Asfán, se encontró con Budail y le preguntó: “¿Acaso estuviste en Medina y le informaste a Muhammad de los últimos acontecimientos?”. “Fui a consolar a mi tribu, no fui a Medina”, fue la respuesta de éste. Pero Abu Sufián, por las heces del camello de Budail, se dio cuenta que había estado allí. Entró luego en Medina y se dirigió a la casa de su hija Umm Habiba, esposa del Profeta. Al entrar quiso sentarse sobre un almohadón pero su hija de inmediato se lo quitó. Su padre la interrogó: “¿Era el almohadón que no me merecía o era tu padre el que no merecía el almohadón?”. Ella respondió: “Sobre él suele sentarse el Profeta y tú eres un incrédulo. No quiero que un incrédulo se siente donde lo hace el inmaculado Profeta.” Esta respuesta muestra la firme fe y actitud de la hija del hombre que más se empeñó en contra del Islam, combatiéndolo durante 20 largos años. Liderando multitud de intrigas y guerras, culpable de muchas masacres. Esta señora del Islam, con su actitud, demostró que la fe y la educación islámica establecen vínculos más profundos y duraderos que los del afecto filial de una hija por su padre.

El proceder de su hija irritó a Abu Sufián, pues ella constituía el único refugio con que contaba en Medina. Abandonó entonces la casa y se dirigió a ver al Profeta (B.P.). Le habló de su deseo de que el acuerdo siguiera vigente. No obstante debió enfrentarse a un despreciativo silencio de parte del Enviado de Dios. Posteriormente quiso encontrar algún eco en alguno de sus compañeros pero tampoco le contestaron nada. Finalmente se dirigió a la casa de Alí y le dijo: “Tú eres el más cercano a mí en esta ciudad, nos une el parentezco. Te ruego que intercedas ante el Profeta”. Alí le respondió: “Jamás intervendré en la decisión del Enviado de Dios”. Cuando ya había perdido la esperanza divisó a Fátima Al-Zahra y sus dos hijos que jugaban a su lado y, con el fin de conmoverla le dijo: “¡Hija del Profeta! ¿Sería posible que le ordenaras a tus hijos ofrecerle la inmunidad a los mequinenses para que sean por siempre los señores de los árabes?” Al-Zahra, conciente de las malas intenciones de Abu Sufián, le respondió: “Esto le concierne al Profeta, y mis hijos, por el momento no tienen autoridad alguna”. Una vez más Abu Sufián fue en busca de Alí y le suplicó: “¡Querido Alí!, ¡oriéntame!” Le respondió: “No se me ocurre ninguna solución excepto que te dirijas a la mezquita y otorgues inmunidad a los musulmanes”. Abu Sufián preguntó entonces: “¿Obtendré algún resultado si lo hago?” “No mucho, pero es lo único que se me ocurre”, contestó Alí.

Conociendo la sinceridad del Comandante de los creyentes el líder de los quraishitas cumplió con su consejo. Salió luego de la mezquita y regresó a la Meca. Informando a los quraishitas sobre su viaje les dijo: “Ingresé a la mezquita y otorgué la inmunidad a los musulmanes, aconsejado por Alí”. Los oyentes le preguntaron: “¿Muhammad aceptó tu otorgamiento?” “No”, respondió. “Entonces la propuesta de Alí no fue más que una broma, visto que el Profeta no dio importancia a tus palabras y un pacto acordado por una sola de las partes no tiene valor”, le dijeron. Más tarde se reunieron con el objeto de encontrar una solución.

Un espía es arrestado.

La historia de la vida del Profeta muestra claramente que él siempre intentó que el enemigo se sometiera a la verdad, no teniendo jamás por meta la venganza ni la mera eliminación del adversario. Su objetivo tanto en las batallas en las que participaba como en las que no lo hacía era desbaratar las maquinaciones de los enemigos de la verdad, dispersándalos y desuniéndolos. Consideró siempre que si se eliminaban los obstáculos para la difusión libre del Islam, éste se expandería sólo por la verdad que encerraba, y que incluso sus enemigos, una vez desarmada su animosidad, llegarían con el tiempo a ser cautivados por su enseñanza y modo de vida. Y esto fue así, como ya hemos visto en numerosos casos de comunidades que pasaron de la enemistad al Islam, cautivadas por la verdad y el ejemplo mismo de los musulmanes. También en la conquista de la Meca se siguió este proceder, y allí podría decirse que se cristalizó de la mejor manera. El Enviado de Dios (B.P.) sabía que si tomaba la Meca y desarmaba a sus enemigos, estableciendo la tranquilidad y la seguridad, sin revanchismos ni rencores, no pasaría mucho tiempo que sus más encarnizados enemigos serían del número de los más fieles musulmanes. En este campo y por esta causa se impone el triunfo sobre el enemigo y no su aniquilación, y hasta debe procurarse lo imposible para evitar el derramamiento de sangre. El modo de lograr esto último es sorprender al enemigo, atacado y desarmarlo antes de que pueda organizar y preparar sus fuerzas para la defensa. Y esta táctica, como ya dijimos, sólo es posible si se guardan celosamente los secretos militares. De acuerdo con esto, Quraish no debía conocer si el Profeta tenía o no intenciones de atacar y en caso de saberlo no debía conocer ni el momento de su partida ni el rumbo que tomaría su ejército.

Con el fin de conquistar la Meca el Profeta del Islam convocó a una multitudinaria concentración. Quería tomar la más poderosa fortaleza de la idolatría y derrocar al despótico y opresor gobierno quraishita, que era la mayor barrera que contenía el avance de la doctrina de la Unidad divina. Suplicó para ello a Dios que los espías de Quraish no se enteraran de la partida de los musulmanes. A principios del mes de Ramadán se congregaron en Medina numerosos efectivos pertenecientes a los alrededores de la ciudad y de diversas comarcas a las que había llegado el Islam. Los historiadores nos proporcionan los siguientes detalles:

“Eran 700 emigrados con 300 caballos y tres banderas; 4000 ansar (medinenses) con 700 caballos y algunas banderas; 100 de la tribu de Muzaiiana con 100 caballos, 100 armaduras y tres banderas; 400 de la tribu de Aslam, con 30 caballos y dos banderas; 800 de la tribu de Yuhaina, con 50 caballos y 4 banderas, y 500 de la tribu de Banu Ka‘b con tres banderas. El resto del ejército lo constituían los integrantes de las tribus de Gaffar, Ashya‘ y Banu Salim”. (Maqazi Uaqidí, tomo 11, pág. 779/80).

Dice Ibn Hisham: “El número de soldados islámicos alcanzaba los 10.000”. Y agrega: “700 pertenecían a Banu Salim (algunos aseguran que eran 1000); 400 a Banu Gaffar, 400 a Aslam, 1300 a Muzaiianah y el resto a los emigrados (muhayirún), los ansár y sus aliados. Además había grupos de las tribus de Tamim, Geis y Asas”.

Para hacer posible la conquista debían ser vigilados todos los caminos y senderos de acceso a la Meca. Los encargados de la vigilancia serían los soldados del gobierno islámico. El tránsito por esos lugares sería controlado muy estrictamente. Cuando aún los soldados no habían partido, el ángel Gabriel informó al Profeta de que un musulmán había escrito una carta a Quraish y había establecido un pacto con una mujer llamada Sara, por el cual, a cambio dé dinero, revelaría los detalles del inminente ataque musulmán. Sara era una cantante que había trabajado en las reuniones de luto de Quraish. Tras la batalla de Badr perdió auge su profesión pues por la muerte de grandes líderes de la tribu y la tristeza y el dolor que se habían apoderado de la ciudad de la Meca, se dejaron de realizar festines. Recordemos también que, para que no amainara la cólera de los quraishitas encausándose en las reuniones de luto, las mismas habían sido prohibidas, intentando mantener viva la sed de venganza. Pasados dos años de aquel suceso de Badr, Sara viajó a Medina. Cuando el Profeta le preguntó si se había islamizado ella le dijo que no lo había hecho y cuando la interrogó sobre el motivo de su presencia respondió: “Soy de la tribu de Quraish. Un grupo de ella ha muerto, otro emigró a Medina, y tras la batalla de Badr no he podido conseguir trabajo. Vine entonces aquí por necesidad”. Inmediatamente el Profeta (B.P.) ordenó que se pusiera a su disposicón lo que necesitara de vestidos y alimentos. A pesar de haber recibido este trato bondadoso de parte del Enviado de Dios (B.P.) no dudó en ejercer el espionaje contra el Islam, entregando la carta a Quraish a cambio de diez dinares que le diera Hatib Ibn Abi Balta'a. Muhammad solicitó de inmediato la presencia de tres valientes hombres, a quienes ordenó dirigirse a la Meca de inmediato y arrestar a Sara en cualquier lugar que se encontrara para quitarle aquella carta. Los encargados de la misión fueron Alí, Zubair y Al-Miqdad, quienes encontraron a Sara en Rouzatojaj. Revisaron su equipaje pero no hallaron nada. La espía desmentía la tenencia de la carta categóricamente. Entonces le dijo el Imam Alí (P.): “¡Por Dios, que jamás el Profeta dice nada en vano! ¡Debes entregarla o te la arrebataremos!” En ese instante Sara se dio cuenta de que Alí no se iría sin ncumplir su misión. Pidió entonces a los hombres que se distanciaran, sacó una pequeña carta de entre sus cabellos y se las entregó.

Al Profeta (B.P.) le molestó mucho que un antiguo musulmán, que había secundado al Islam en sus momentos más difíciles, hubiera cometido semejante traición. De inmediato solicitó su presencia y le pidió explicaciones. Hatib juró por Dios y Su Enviado: “No he cambiado mi fe en lo más mínimo, pero como tú sabes, vivo sólo aquí en Medina mientras mis hijos y familiares están en la Meca siendo torturados por los quraishitas. Mi propósito al hacerles saber de tu partida era que disminuyeran la presión que estaban ejerciendo sobre ellos”. Como vemos por la disculpa de Hatib, los jefes quraishitas perseguían a los familiares de los emigrados que permanecían en la Meca como una manera de obtener información de los movimientos de los musulmanes. Aunque la disculpa no alcanzaba a justificar tamaño hecho, el Profeta (B.P.) en su gran generosidad la aceptó y lo dejó ir basándose en los beneficios que Hatib había otorgado a la causa del Islam y a su trayectoria como creyente. Umar le pidió al Profeta (B.P.) permiso para matarlo, pero él le respondió: “Hatib ha participado en la batalla de Badr, y un día estuvo bajo la merced divina, es por eso que lo dejo en libertad”. Y para que el suceso no se reiterara se revelaron las siguientes aleyas: “¡Creyentes! ¡No toméis por confidentes a mis adversarios y a los vuestros, demostrándoles afecto, desde que reniegan de cuanto os llegó de la verdad!” (60: 1)

LA PARTIDA DEL PROFETA

Por fidelidad al principio de sorprender al enemigo, ni la hora de partida ni el destino de la expedición habían sido notificados. El día diez del mes de Ramadán del octavo año de la Hégira se libró la orden de partida. El Profeta nombró a Aburham como su sucesor en Medina durante su ausencia. El ejército desfiló frente al Enviado de Dios. Al llegar a Kadid pidió agua y cortó su ayuno y ordenó a todos desayunar, pues el viajero no tiene por obligación ayunar, dado lo penoso en sí del viaje, debiendo recuperar luego los días que no hubiera ayunado. La mayoría acató la orden del Profeta (B.P.), pero hubo un pequeño grupo que pensó que si proseguía ayunando y luchaba en ese estado obtendría una mayor recompensa. No meditaron en su ingenuidad que el propio Profeta, que había dado la orden de ayunar durante el mes de Ramadán, era quien ahora establecía su anulación ante esta excepción. Y que si él era el Guía que conducía a la felicidad, y quien orientaba hacia la verdad, en ambas órdenes estaba procurando la felicidad de su comunidad sin contradicción alguna. A Muhammad (B.P.) le desagradó la insistencia en la abstención por parte de algunos de sus compañeros y dijo: “Ellos conforman el grupo rebelde y pecador, y su desobediencia para con el Profeta es una manera de desviarse de la verdad, y exhibe la falta de una fe completa en el Enviado y su mensaje”. El Sagrado Corán dice al respecto: “¡Creyentes! No os anticipéis a los juicios de Dios y Su Enviado, y temed a Dios; porque Dios es Omnioyente, Sapientísimo”. (49: 1)

Abbas Ibn Abdul Muttalib era uno de los musulmanes que todavía residía en la Meca, con la finalidad principal de mantener informado al Profeta de las decisiones de Quraish. Tras la batalla de Jaibar Abbás comenzó a manifestar su fe en la Meca, pero igualmente sus relaciones con los líderes de Quraish continuaban en vigencia. En la misma época decidió abandonar la Meca y dirigirse a Medina, iniciando su viaje por los mismos días en que el Profeta (B.P.) partía con su ejército hacia la Meca, y posiblemente lo hizo en virtud de una orden de éste. En medio del camino, en un sitio llamado Yuhfa, ambos se encontraron. La participación de Abbás en la conquista de la Meca fue muy provechosa para ambas partes, pues si no hubiera sido por su intervención no se hubiera producido la toma de la ciudad tan fácilmente y sin resistencia alguna.

Indulgencia y misericordia proféticas.

Los antecedentes éticos, de nobleza de espíritu, rectitud, honestidad, veracidad y fidelidad presentes en el Profeta eran algo evidente para todos. Sus parientes mejor que nadie sabían que a lo largo de toda su honorable vida, incluso antes de la profecía, jamás había ido en busca de un pecado, ni había tenido ni la más mínima intención de violar los derechos ajenos. Por eso mismo fue que, desde el primer día de su convocatoria a la Verdad divina la inmensa mayoría de su familia, los Banu Hashim, se convirtió en su protectora. Un justo orientalista considera esta adhesión de su familia un signo de su pureza cuando dice: “Ninguna persona, por más conservadora y precavida que sea, puede ocultar los detalles mínimos de su vida a sus parientes. Si Muhammad hubiese tenido mal carácter, si se hubiera comportado mal, jamás sus parientes lo habrían ocultado, y jamás le habrían creído”. Sólo unos pocos de Banu Hashim se rehusaron a aceptar su convocatoria. Además de Abu Lahab, podemos citar a Abu Sufián Ibn Haris Ibn Abdul Muttalib, y a Abdullah Ibn Abi Umaiiah, quienes tomaron el camino del capricho y la contumacia, y no solamente no creyeron en él sino que traspasaron todos los límites en sus intentos por molestarlo. Abu Sufián era primo y hermano de leche del Profeta (B.P.). Previo a la misión profética era íntimo amigo suyo, pero luego de ella se apartó de él. En cuanto a Abdullah, era hermano de Umm Salama, e hijo de Atika, tía del Profeta (hija de Abdul Muttalib).

Finalmente, la expansión del Islam en toda Arabia y su inminente triunfo los decidió a abandonar la Meca y adherir a los musulmanes. A mitad de camino se encontraron con el ejército islámico que se dirigía a tomar la Meca, en un lugar llamado Nabaqul Iqab, o Saniiatul Iqab. Insistieron en entrevistarse con el Enviado de Dios pero él no aceptó. Inclusive Umm Salama intercedió en el asunto. Pero el Profeta rechazó su intercesión diciendo: “Es verdad que Abu Sufián es mi primo, pero ya me ha molestado demasiado. En lo que se refiere a Abdullah, me ha hecho tontos pedidos para poder creer en mí, e incluso impidió a muchos que lo hicieran”. (*)

El Comandante de los creyentes, que conocía mejor que nadie el caracter del Profeta y el modo de conmoverlo, les dijo a ambos: “Vayan y deténganse frente a él y exprésense con la misma frase que pronunciaran los hermanos de José a fin de disculparse con él: “Le dijeron: ‘¡Por Dios! Sin duda Dios te ha preferido a nosotros, porque fuimos culpables’.” (12:91) Y agregó Alí: “Si se expresan con la primera frase el Profeta les responderá con la que le sigue, pues es de los que utilizan las más bellas expresiones”.

Ambos actuaron de acuerdo con lo aconsejado y, lo mismo que José, el Enviado de Dios los perdonó. En ese momento se colocaron la vestimenta de combate y permanecieron monoteístas hasta el fin de sus días. Para compensar sus errores del pasado Abu Sufián compuso una poesía que comienza así: “Te juro por tu vida, que el día que tomé la bandera y luché para que triunfara el ejército de Lat sobre tu ejército, me asemejaba a un viandante nocturno extraviado y desconcertado. Hoy en cambio me orienté y ya me cuento entre los guiados”.

Escribe Ibn Hisham: “Abu Sufián Ibn Haris, el primo del Profeta, le había comunicado a éste que si no aceptaba su fe, tomaría de la mano a su pequeño hijo y se iría al desierto”. A fin de conmoverlo Umm Salama dijo: “Reiteradas veces te hemos oído decir que el Islam borra todo lo pasado”. Entonces el Enviado de Dios (B.P.) concedió una audiencia a ambos”.

LA INTERESANTE TACTICA DEL EJERCITO ISLAMICO

Con su peculiar habilidad el Enviado de Dios dividió a sus diez mil hombres hasta llegar a las cercanías de la Meca, a Marru Zahrán, lugar situado a algunos kilómetros de la ciudad, sin que Quraish y sus espías se enteraran. Para infundir temor a los mequinenses y obtener su rendición sin resistencia y poder tomar la ciudad y su santo templo sin derramamiento de sangre, el Profeta ordenó hacer fogatas en las colinas del lugar en gran cantidad. Y ordenó además que cada uno de sus hombres se encargara de encender una franja que abarcara un distrito. Quraish y los mequinenses despertaron de su sueño iluminados por el fuego encendido en los alrededores, que por su número, les dio la pauta de la presencia de un enorme ejército sitiador, lo cual los atemorizó. En ese momento diversos jefes quraishitas, como Abu Sufian, Ibn Harb y Hakim Ibn Hazm salieron para investigar.

Abbás Ibn Abdul Muttalib, que acompañaba al Profeta y a sus huestes desde Yuhfa, pensó que si el ejército islámico se enfrentaba a la resistencia de Quraish morirían un gran grupo de estos últimos, y que lo más beneficioso era tratar de obligar a los quraishitas a rendirse, con lo que el asunto culminaría bien para ambas partes. Abbás montó en la mula blanca del Profeta (B.P.) y por la noche se dirigió a la Meca. A fin de informar a los jefes quraishitas del sitio de la ciudad por parte de los musulmanes y a anunciarles lo numeroso de su ejército, ante el cual no existía otro camino que la rendición. Al ir llegando oyó de lejos una conversación entre Abu Sufián y Budail Ibn Uarqá':

Abu Sufián:-Jamás he visto tantas fogatas, ni un ejército tan grande.

Budail:-Son de la tribu de Jaza'at, que se han preparado para el combate.

Abu Sufián:-No, los de Jaza'at no son tantos como para encender tantas fogatas y establecer semejante campamento.

En aquel instante Abbás los interrumpió y dijo: “¡Abu Hanzala! (apodo éste de Abu Sufián)” y éste al reconocer su voz le dijo: “¿Qué dices, Abu Fadl? (apodo de Abbás)”. Abbás entonces dijo: “¡Por Dios!, que estas fogatas son de los soldados de Muhammad. Vino ante Quraish con el más poderoso ejército al que no podrán resistir”. Esta noticia lo impresionó tanto que estremeciéndose dijo: “Be abi anta ua ummí (*) ¿Cuál es la solución?” Abbás le aconsejó entonces: “El único camino es que me acompañes, te entrevistes con el Profeta y le pidas la inmunidad. Si no lo haces la vida de Quraish corre peligro”. Luego, juntos, montaron la mula y se dirigieron al campamento. Los acompañantes de Abu Sufián regresaron a la Meca.

Como puede observarse la maniobra de Abbás Ibn Abdul Muttalib terminó favoreciendo la causa del Islam, pues atemorizó tanto al reflexivo líder quraishita, es decir a Abu Sufián, que éste no vio otra alternativa más que rendirse. Lo más importante es que Abbás con esto le impidió regresar en ese momento a la Meca. Si hubiera regresado, probablemente los más extremistas, fanáticos y recalcitrantes de Quraish lo habrían inclinado a ofrecer resistencia.

Abbás lleva a Abu Suftán por el campamento musulmán.

Montados en la mula del Profeta, Abbás y Abu Sufián transitaban entre un montó de fogatas y de soldados. Estos, que conocían a Abbás y al animal del Enviado de Dios, les abrían paso. Sin embargo, a mitad de camino, Umar divisó a Abu Sufián reconociéndolo, y de inmediato trató de matarlo. Pero debió desistir de su cometido cuando supo que Abbás le había brindado su protección. Finalmente ambos se detuvieron en las cercanías de la tienda del Enviado de Dios (B.P.). Tras pedir permiso Abbás entró en la misma y se produjo, en presencia del Profeta (B.P.) una intensa discusión entre aquél y Umar. Este último insistía en que Abu Sufián era enemigo de Dios y que debía ser muerto allí mismo. Contrariamente, Abbás reiteraba que debía ser respetado a raíz de la inmunidad que le había brindado. Por último el Profeta ordenó a su tío que lo protegiera hasta la mañana siguiente, y luego lo llevase ante él.

Abu Suftán en presencia del Profeta.

Cuando los primeros rayos del sol iluminaron el desierto Abbás llevó a Abu Sufián ante el Profeta, quien se encontraba rodeado de los emigrados y los ansár. Cuando vio a Abu Sufián dijo: “¿Acaso no ha llegado ya la hora de que aceptes de que hay un sólo Dios?” Este respondió: “¡Be abi anta ua ummí! ¡Cuán paciente, generoso y cariñoso eres con tus familiares! Ahora mismo acabo de darme cuenta de que si hubiera existido otro dios habría hecho algo por nosotros”. Entonces agregó el Enviado de Dios (B.P.): “¿No ha llegado por ventura la hora de que aceptes mi profecía?” Abu Sufián reiteró la frase antes mencionada y agregó: “Estoy meditando en tu profecía”. A Abbás le molestó su vacilación por lo que le dijo: “Si no te islamizas, tu vida correrá peligro. Atestigua la unicidad de Dios y la profecía de Su Enviado”. Entonces Abu Sufián lo hizo así, dio el testimonio de fe y se contó en el número de los musulmanes. A pesar de que Abu Sufián testimonió su fe movido por el temor, y ese no es el objetivo del Profeta ni de su doctrina, diversos factores exigían que se islamizara, cualquiera fuera el modo en que lo hiciera, pues de esa forma se eliminaba el mayor obstáculo para la islamización del resto de los mequinenses, pues tanto Abu Sufián como Abu Yahl ibn Akrama, desde hacía muchos años, habían creado entre los habitantes de la ciudad un medio ambiente de miedo y horror en lo que respecta al Islam. Si la aparente islamización de Abu Sufián no le era provechosa a él mismo, sí lo era para el Profeta, para quienes estaban bajo su dominio y para sus parientes. Una vez islamizado el Profeta no le dejó marcharse, pues no estaba seguro que podría hacer éste previamente a la toma de la Meca. Ordenó en consecuencia a Abbás que lo mantuviera cerca suyo. Abbás dijo: “Ya que Abu Sufián ama la jefatura y la grandeza y que su vida ha llegado a este extremo, concédele alguna autoridad, ¡oh Profeta de Dios!”. Aunque a lo largo de veinte años este hombre había atacado a los musulmanes con los más duros golpes, el Profeta le hizo una concesión histórica en ese momento, como nueva muestra de la grandeza de su alma. Dijo: “Abu Sufián tiene la autoridad para brindar la inmunidad a los que se refugien en la mezquita sagrada, a los que dejen sus armas en el suelo y notifiquen su neutralidad, a los que se queden en sus casas y a los que se refugien en casa de Abu Sufián (y según otra versión, en la casa de Hakim Ibn Hazam). Toda persona que se encuentre en cualquiera de estas situaciones estará a salvo de cualquier violación”.

 LA MECA SE RINDE SIN DERRAMAMIENTO DE SANGRE

El poderoso ejército islámico se aproximó a unos kilómetros de la Meca. El mayor deseo del Profeta (B.P.) para tomar la ciudad sin que se le opusiera resistencia, evitando así derramar sangre en la santa metrópoli. Uno de los factores que ayudó a la obtención de este propósito fue la acción acertada de Abbás, su tío, al llevar a Abu Sufián al campamento musulmán. Al permanecer allí Abu Sufián, era evidente que los jefes de Quraish no podrían emitir ninguna orden categóri_a por la ausencia de su líder. Cuando Abu Sufián, rendido por las circunstancias y la indulgencia del Profeta, expresó su fe, el Enviado de Dios (B.P.) quiso aprovechar al máximo la situación a fin de atemorizar a los inicuos. Ordenó entonces a Abbás que se ubicara en un sitio estrecho del valle (en compañía de Abu Sufián), e hizo que los batallones del gran ejército islámico se desplazaran como desfilando ante Abu Sufián, con todo su armamento y pertrechos, para que éste tomara conciencia del gran poder militar con que contaban los musulmanes. De esta forma, al regresar a la Meca, Abu Sufián haría desistir a su gente de todo tipo de resistencia.

A continuación veremos algunos detalles sobre la constitución de las distintas unidades de batalla del ejército islámico en esa oportunidad:

a) Un batallón estaba formado por mil soldados de la rama de Banu Salim, y era liderado por Jalid Ibn Ualid. Llevaba dos banderas, una de las cuales era portada por Abbás y la otra por Miqdad.

b) Dos comandos, constituidos por unos 500 hombres cada uno, que estaba al mando de Zubiar Ibn 'Auam. Llevaban una bandera negra y la mayoría de sus integrantes eran de los muhayirún (emigrados de la Meca).

c) Un batallón de 300 hombres de la tribu de Banu Giffár, liderado por Abu Dharr Al-Giffari, quien también portaba su estandarte.

d) Otro batallón de 400 hombres de la tribu de Bani Salim, que era liderado por lazid Ibn AI-Jusaib, quien portaba la bandera.

e) Otros dos batallones formados por quinientos combatientes de la tribu de Banu Ka'ab, bajo el mando de Bush Ibn Sufián, quien portaba la bandera.

f) El batallón de la tribu de Muzaiinah, que estaba constituido por mil hombres y llevaba tres banderas. Los abanderados eran Nu'man Ibn Maqran, Bilal Ibn Haris y Abdullah Ibn Amr.

g) El batallón de la tribu de Yuhaina, conformado por 800 hombres y con cuatro banderas.

h) Otros dos comandos de doscientos hombres, pertenecientes a las tribus de Banu Kanana, Banu Laiz y Zamarah, comandados por Abu Uaqid Al-Laizí, quien además era el abanderado.

i) El batallón de la tribu de Banu Ashya‘, integrado por trescientos hombres, cuyos abanderados eran Ma'qal Ibn Sanan y Nu'im Ibn Mas'ud.

Mientras las unidades desfilaban frente a Abu Sufián, éste interrogaba a Abbás acerca de la cantidad y el nombre de cada una de ellas. Lo que más impresionaba, era la extraordinaria disciplina, y las triples exclamaciones de “¡Alláhu Akbar!” que profería cada grupo de combatientes, todo lo cual no tenía precedente entre los árabes. Estas exclamaciones retumbaban en el corazón de los valles y montañas de la Meca, cautivando a los fieles y atemorizando al enemigo. Con impaciencia Abu Sufián aguardaba el momento de ver pasar al batallón del cual formaba parte el Profeta (B.P.). Tal era su impaciencia que a cada rato preguntaba si el Profeta (B.P.) se encontraba en cada grupo que pasaba. Abbás le respondía que no hasta que un gran cuerpo de ejército de 5000 hombres se acercó. Dos mil de ellos vestían armaduras y numerosas banderas eran portadas por sus diversos batallones, separados a distancias iguales. La atención de ambos quedó fija en el mismo. El nombre de la unidad era “Kutaibatu-l-Jadrá'a” (el ejército verde). Todos estaban muy bien armados, con armaduras calzadas que sólo dejaban ver los brillantes ojos. Llevaban numerosos caballos, veloces, y camellos rojizos.

Los principales y más destacados de los emigrados y los ansár de Medina rodeaban al Profeta y le hablaban. El porte majestuoso de este cuerpo de ejército atemorizó tanto a Abu Sufián que sin advertido dijo a Abbás: “Ningún poder podría resistir estas fuerzas. ¡Abbás!, la monarquía y la jefatura de tu sobrino han alcanzado su auge”. Y en tono de crítica Abbás le respondió: “La fuente del poder de mi sobrino es la profecía y la misión con que Dios le agració, la cual no se asemeja a los poderes materiales y superficiales”.

Abu Sufián se dirige a la Meca.

Hasta aquí Abbás jugó su papel maravillosamente. En ese momento el Enviado de Dios notó la conveniencia de liberar a Abu Sufián a fin de que se dirigiera a la Meca antes del arribo de las fuerzas islámicas para informar a los mequinenses sobre su extraordinario poderío y para indicarles la vía de su salvación. El Profeta deseaba que, al tiempo que los atemorizaba impidiendo una resistencia que sería muy costosa para ellos, que les indicara como hacer para ponerse a salvo del peligro y evitar de este modo incidentes inesperados; éste era su real objetivo.

Abu Sufián ingresó a la ciudad y los que habían pasado la noche sin saber qué decisión adoptar lo rodearon inmediatamente. Pálido, tembloroso, decía Abu Sufián mientras señalaba hacia Medina con su mano: “Las huestes del Islam han sitiado la Meca y nadie podrá resistir ante ellas. En minutos más harán su ingreso a la ciudad. Sin embargo Muhammad me ha prometido que quienes se refugien en la mezquita, alrededor de la Ka‘aba, quienes estén desarmados, quienes permanezcan en sus casas o permanezcan en la mía y en la de Hakim ibn Hazam, estarán a salvo”.

El Profeta (B.P.) no consideró suficiente con mandar a Abu Sufián para anunciar estas normas de seguridad e inmunidad, sino que tras entrar a la Meca entregó una bandera a Abdullah AI-Jazamí y le indicó proclamar que todo aquel que se reuniera bajo la misma también estaría a salvo. Con este mensaje Abu Sufián debilitó de tal modo el espíritu de los mequinenses que si en algunos todavía existía la idea de resistir, fue completamente aventada. Las medidas tomadas por Abbás dieron sus frutos y el anhelo de una conquista pacífica de la Meca iba camino de convertirse en realidad. La gente, atemorizada, se refugiaba en los lugares designados para mantenerse a salvo.

Con este inteligente plan el Profeta consiguió que Abu Sufián, el enemigo número uno del Islam, hiciera a éste un gran servicio. Su esposa Hind, por su parte, vociferaba clamando por resistencia y lo insultaba, pero ¿qué podía ya hacer? En ese momento sus incitaciones eran como clavar un puñal en la piedra.

Un grupo de extremistas contumaces y fanáticos, tales como Safuán Ibn Umaiiah, Akramat Ibn Abi Yahl y Suhail Ibn Amr (este último el principal representante de Quraish en el acuerdo de Hudhaibiiah) juraron impedir la entrada de las fuerzas islámicas a la ciudad. Un pequeno grupo se dejó engañar por ellos y cerró un camino con sus espadas al descubierto.

EL EJERCITO ISLAMICO ENTRA EN LA CIUDAD

Antes de iniciar el ingreso en la ciudad el Enviado de Dios solicitó la presencia de todos sus comandantes y les comunicó: “Mi único anhelo es apoderarnos de la Meca sin que haya derramamiento de sangre. Por lo tanto, no den muerte a los neutrales. Deben sí arrestar y ejecutar a los diez hombres y las cuatro mujeres que durante toda su vida se han ocupado de instigar contra nosotros a la guerra y los crímenes”. Los hombres eran: Akramat Ibn Abi Yahl, Habban Ibn Al-Asuad, Abdullah Ibn Sad, Abi Sarah Hubabe Al-Leizí, Huuairaz Ibn Nuqaid, Abdullah Ibn Jatal, Safuán Ibn Umaiiah, Uahshi Ibn Harb (el asesino de Hamza), Abdullah Ibn Zubarri y Hariz Ibn Talatele.

Los comandantes se encargaron de comunicar todo esto a sus hombres. A pesar del evidente estado anímico de los mequinenses el Profeta no dejó de tomar precauciones para evitar problemas. Todas las unidades debían dirigirse en columna a Dhi Tua (altura desde la cual se podían divisar las casas de la Meca y su templo). Cuando el Enviado de Dios (B.P.) vio la Meca lloró de felicidad y se prosternó en agradecimiento a Dios. Allí dividió su ejército. Una parte debía ingresar desde el norte y la otra desde el sur. Otros batallones debían ingresar por el resto de las vías que llevaban a la Meca. Casi todas las unidades ingresaron a la ciudad sin tener que experimentar enfrentamientos. La única excepción fue la unidad Comandada por Jalid Ibn Ualid que sufrió el ataque del pequeño grupo resistente que antes mencionamos. Tras sufrir doce o trece bajas los instigadores a la resistencia huyeron y quienes los combatieron los persiguieron. Con este ataque y sin advertirlo Abu Sufián volvió a actuar beneficiando al Islam. Lleno de miedo, sabiendo que la resistencia no daría resultado y a fin de evitar más derramamiento de sangre, exclamó: “¡Pueblo de Quraish! No pongan en peligro sus vidas. Luchar contra el disciplinado ejército de Muhammad no tiene sentido. Arrojen sus armas, diríjanse a sus casas y aseguren sus puertas o bien refúgiense en la Mezquita por su salvación.” Sus palabras surtieron efecto y de inmediato un grupo se dirigió a sus casas y otro grupo se encaminó a resguardarse en la mezquita. El Enviado de Dios (B.P.) había visto la luz que reflejaban las espadas de los soldados de Jalid en su enfrentamiento desde un sitio llamado Azajer. Cuando supo el motivo del enfrentamiento dijo: “Qada 'u-llá jairun” (Lo que Dios ha decretado es lo mejor). Con grandeza pero sin ostentación el Profeta entró en la ciudad y se dirigió a Hayun, lugar donde se encontraba sepultado su generoso tío Abu Talib. Una tienda fue levantada para que él descansara. A pesar de la insistencia de la gente no se hospedó en la casa de nadie.

LA DESTRUCCION DE LOS IDOLOS Y LA LIMPIEZA DE LA KA‘ABA

La ciudad de la Meca, que constituyera durante largos años la base del politeísmo y la idolatría en Arabia, se rindió ante la extraordinaria fuerza del Islam. Tras descansar unos minutos el Enviado de Dios se dispuso a visitar la casa de Dios. La vestimenta militar y el acompañamiento de los emigrados y los ansar (auxiliares) medinenses aumentaba aún más la grandeza de sus actos. Las riendas de su camello estaban en manos de Muhammad Ibn Maslamah. A los lados del Profeta transitaba gran número de musulmanes e inicuos. Algunos de éstos últimos estaban azorados, tenían miedo y sentían ira. Otro grupo, en cambio, hacía manifestaciones de alegría. El Profeta entró al recinto donde se encuentra el templo de la Ka‘aba y se ubicó frente a Hayarul-Asuad (la piedra negra). La señaló y exclamó: “¡Allahu Akbar!” (Dios es el Más Grande). Sus fieles repitieron la frase. El sonido del takbir llegó a oídos de los inicuos refugiados. Un especial alboroto y una gran euforia reinaban en la mezquita e impedían al Profeta realizar la circunvalación con el espíritu y la mente tranquilos. De inmediato pidió que se acallaran las voces y se hizo un absoluto silencio. Muhammad, convertido en el centro de todas las miradas, inició su circunvalación. En la primera vuelta divisó a los ídolos más grandes: Hubal, Usaf y Na'elat, que se encontraban a la puerta de la Ka‘aba. El Profeta los derribó con su lanza dándoles un fuerte golpe. Recitó entonces la siguiente aleya: “Llegó la verdad y la falsedad se ha desvanecido, porque la falsedad es deleznable”. (17:81) Por una orden suya Hubal fue hecho trizas ante los ojos de los inicuos. El “gran” ídolo que imperaba sólo en sus ideas se desvaneció frente a ellos. Burlándose Zubair le dijo a Abu Sufián:

“¡Hubal, el gran ídolo, ha sido destruido!” Muy triste Abu Sufián le replicó: “¡Déjanos en paz! Si Hubal hubiese tenido algún poder éste no hubiese sido nuestro fin”. Abu Sufián había finalmente descubierto la total incapacidad de ese pedazo de piedra.

El Profeta terminó su circunvalación y se sentó en un rincón de la mezquita. En aquellos días Uzman  ibn Talha era el encargado de la Ka‘aba y como era costumbre, las llaves de la misma pasaban de generacion en generación en su familia. El Enviado de Dios (B.P.) ordenó a Bilál ir a la casa de Uzman y pedirle las llaves. Bilal le comunicó el mensaje del Profeta pero su madre le impedía la entrega diciéndole: “Esas llaves constituyen el honor de nuestra familia”. De inmediato Uzman llevó a su madre a otra habitación y le dijo: “Si no las entregamos por las buenas nos las arrebatarán”. Uzmán abrió la puerta de la Ka‘aba y el Enviado de Dios (B.P.) entró. Detrás de él lo hicieron Usamat ibn Zaid, Bilal y el propio Uzmán. El Profeta indicó que cerraran la puerta. Jalid ibn Ualid se quedó frente a la misma para impedir un amontonamiento. Las paredes de la Ka‘aba estaban adornadas con imágenes y cuadros de los Profetas. A fin de borrarlas el Profeta Muhammad ordenó lavar esas paredes con agua del pozo de Zamzam.

Alí sobre los hombros del Profeta (B.P.).

Relatan los narradores de tradiciones proféticas y los historiadores del Islam que parte de los ídolos instalados tanto en el exterior como en el interior de la Ka‘aba fueron derribados por Alí. El Profeta le había dicho: “¡Alí! Permíteme subirme sobre tus hombros para poder derribarlos”. Alí lo hizo pero se sintió débil, y por eso el Profeta (B.P.) bajó y dijo a Alí que esta vez fuera él quien se subiera sobre sus hombros.

Alí lo hizo y arrojó al suelo un gran ídolo de cobre. Luego derribó el resto. Dice en una poesía respecto de semejante privilegio el elocuente poeta de Helleh, llamado Ibnul Arandas (del siglo IX de la Hégira): “El hecho de que Alí se subiera sobre los hombros de Ahmad es un privilegio específico suyo y no se debe al parentezco ni a su compañía con el Profeta”.

Muhammad salió de la Ka‘aba, colocó sus manos sobre sus puertas y dijo: “Alabado sea Dios quien cumplió su promesa, auxilió a su siervo y derrotó a los coaligados en su contra”. En una aleya coránica Dios había prometido al Profeta reintegrarlo a la ciudad en la que había nacido: “Por cierto que quien te prescribió el Corán te repatriará”. (28:85) Con esta súplica pública el Profeta anunciaba el cumplimiento de la promesa.

El silencio cubría la mezquita, y en la mente de los presentes se cruzaban encontrados pensamientos. Los mequinenses recordaban las injusticias y opresiones que habían ejercido contra Muhammad y los musulmanes. El grupo de los que habían emprendido encarnizadas batallas en su contra, el mismo que había pintado con sangre a sus jóvenes seguidores y se había confabulado para asesinarlo en su propia casa una noche, se encontraba ahora en poder del Profeta, y sabían que éste podría hacer con ellos lo que deseara. Esta gente se decía: “Seguramente hará una masacre con nosotros, o ejecutará a un grupo y tomará cautivo a otro. Convertirá en prisioneros a nuestras mujeres y nuestros hijos”. Estaban inmersos en estas conjeturas cuando el Profeta (B.P.) rompió el silencio preguntando: ‘“¿Qué decís y que pensáis?” Con voz entrecortada, y a sabiendas de los profundos sentimientos del Profeta, dijeron: “No pensamos de tí más que eres generoso y bondadoso.

Te consideramos un generoso y grande hermano nuestro, hijo de otro generoso hermano nuestro”. Ante estas conmovedoras palabras se avino al perdón la naturaleza amable, compasiva y afectuosa de Muhammad quien dijo: “Les diré lo mismo que dijo mi hermano José frente a sus hermanos opresores: “Hoy no seréis recriminados, Dios os perdonará; porque El es el más Misericordioso de los Misericordiosísimos. (12:92)”

Previo a este pronunciamiento suyo ocurrió algo que había dado esperanzas a los mequinenses, y fue la intensa reacción del Profeta ante uno de sus comandantes que en el momento de ingresar a la ciudad de la Meca clamaba: “Hoy es el día de la batalla, y hoy vuestras vidas y bienes nos son lícitos”. Ante esto el Profeta allí mismo lo depuso y lo reemplazó por Alí. Otra versión asegura que el reemplazante fue su propio hijo. El comandante a que nos referimos era Sa‘d Ibn Ibadat, jefe de los jazrayíes. Este justiciero proceder del Profeta frente a los mequinenses había dado esperanzas a los derrotados de la posibilidad de una amnistía general.

El Profeta anuncia la amnistía general.

Dijo el Enviado de Dios: “Habéis sido patriotas ingratos, desmentisteis mi profecía, me expulsásteis de mi hogar y os levantasteis en mi contra hasta en el sitio mas lejano en el que me había refugiado, pero a pesar de todo los perdono y les anuncio que son libres”.

Bilál recita el adhán.

Llegó el mediodía y los musulmanes se dispusieron a realizar la oración de ese momento del día. Bilal, el muezzín del Islam subió entonces al techo de la Ka‘aba y con melodiosa y sonora voz hizo llegar a todos los congregados el llamado a la oración que contiene los principios de la unidad divina y la profecía de Muhammad (B.P.).

Por su parte, cada uno de los contumaces inicuos presentes murmuraba algo diferente. Uno decía: “¡Qué suerte la de fulano, que murió antes de tener que escuchar este llamado!” Y Abu Sufián decía: “Yo mejor no pronuncio palabra, porque la organización encargada de informar al Profeta es tan poderosa que temo que la arena del templo le haga llegar nuestras murmuraciones”. Este viejo contumaz en su rebeldía, en quien la luz del Islam no pudo penetrar hasta el día de su muerte, ponía en un pie de igualdad el conocimiento de lo oculto y lo invisible que poseen los Profetas con anuencia de su Señor, con el manejo de la información y el espionaje que realizan los déspotas de la tierra, sin tener en cuenta que el conocimiento de los Profetas, que proviene de lo invisible, está mucho más allá de los límites naturales de la información que manejan los políticos.

El Profeta (B.P.) realizó la oración del mediodía y solicitó la presencia de Uzman Ibn Talha. Una vez allí le entregó las llaves de la Ka‘aba y le dijo: “Este honor les pertenece a ustedes y seguirá en sus manos”. ¿Qué otra cosa se podía esperar del Profeta de la misericordia? El, que siempre ordenaba a la gente restituir lo debido a sus dueños, debe ser el primero en aplicar esa regla. Dice el Sagrado Corán al respecto:

“Por cierto que Dios os ordena restitutir lo confiado a su dueño y cuando Juzguéis a vuestros semejantes, que sea con equidad”. (4:58)

A pesar de su gran poder militar jamás violó el Profeta los derechos de la gente. Ya había anunciado: “La tenencia de las llaves corresponde a Ibn Talha”. Abolió además todos los títulos y oficios de la Ka‘aba excepto los que eran provechosos para la comunidad, como ser la tenenciIa de la llave, la cubierta de la Ka‘aba y la función de proporcionar agua a los peregrinos a la Casa de Dios.

EL ENVIADO DE DIOS HABLA CON SUS PARIENTES

Para hacer comprender a sus parientes que el lazo que mantenían con él no los eximía de sus obligaciones, sino que por el contrario redoblaba sus responsabilidades, el Enviado de Dios (B.P.) les dirigió un especial sermón. Les hizo saber entonces que bajo ningún pretexto podrían violar las leyes del gobierno islámico ni abusar de sus lazos parentales con él. Además condenó todo tipo de discriminación e indicó lo imprescindible de la justicia e igualdad de todas las clases sociales. Dijo: “¡Hijos de Hashim y Abdul Muttalib! También soy para vosotros el Enviado de Dios. Las cadenas del amor y el cariño que nos unen son irrompibles, pero no crean que el hecho de ser mis parientes los rescatará del Día del Juicio Final. Sepan que mi amigo es el más devoto y quien más teme a Dios de entre vosotros. Les anuncio que mi relación con quienes ese día se enfrenten a Dios soportando una gran carga de pecados, está cortada. Ese día ya nada podré hacer por ustedes. Sepan, por último, que tanto ustedes como yo seremos rehenes de nuestros propios actos”.

HISTORICAS PALABRAS DEL PROFETA (B.P.) EN LA SAGRADA MEZQUITA

Se realizó una gran reunión en la santa mezquita, alrededor de la Casa de Dios. El musulmán y el inicuo, el amigo y el enemigo, se encontraban uno junto al otro. Tranquilidad y silencio réinaban en el lugar. Había llegado el momento de que el Profeta mostrara a todos el verdadero rostro de su amonestación y continuara con la convocatoria que había comenzado a anunciar aproximadamente veinte años antes, y que no había podido continuar debido a la maldad de los inicuos.

El Profeta era hijo de aquel ambiente y tenía pleno conocimiento del dolor y el remedio que requería la sociedad árabe. Conocía los factores que habían provocado la decadencia de los mequinenses, y por lo tanto decidió poner su mano sobre los males de esta sociedad, y curar esas dolencias que amenazaban el bienestar social. En lo que sigue transcribiremos algunos párrafos de su pronunciamiento ya que en cada uno de ellos se refiere a la curación de un mal en especial.

1.-La jactancia por pertenecer a un árbol genealógico determinado.

El tema de la competencia por la familia, los ancestros y las tribus eran uno de los males arraigados en la sociedad árabe. El mayor honor para alguien era pertenecer a una tribu famosa, como por ejemplo la de Quraish. Para erradicar este vano principio discriminador dijo el Enviado de Dios (B.P.): “¡Gentes! A través del Islam Dios eliminó los honores de la época de la gentilidad y la jactancia por pertenecer a tal o cual árbol genealógico. Todos provenimos de Adán y él fue creado de barro. El mejor de entre vosotros es el que más se aleja del pecado y de la desobediencia a Dios”.

A fin de destacar con total claridad de que el criterio para determinar la superioridad y el privilegio sólo tiene en cuenta la piedad, en una parte de su sermón divide a los hombres en dos bloques, anulando así los criterios imaginarios de la superioridad. Dijo: “¡Gentes!, ciertamente entre los hombres existen dos clases: una es la de los creyentes, la de los devotos amados por Dios, y la otra es la de los corruptos desafortunados y humillados por Dios”.

2.-EI nacionalismo árabe.

El Profeta (B.P.) sabía que su pueblo consideraba uno de sus mayores honores el de ser árabe y pertenecer a esa raza. Ese orgullo se había albergado en sus venas y en lo más profundo de sus corazones. Les dijo para erradicar ese mal: “Ciertamente la lengua árabe no es parte de vuestra esencia, sólo es una lengua expresiva y elocuente, y los honores de los padres no harán llegar a nada ni compensarán las faltas de aquel que no cumpla con su deber”.

3.-La igualdad de los seres humanos.

El vocero de la verdadera libertad dijo para consolidar la igualdad de los seres humanos y las comunidades: “Ciertamente desde la época de Adán hasta nuestros días los seres humanos son iguales como los dientes del peine del tejedor, no hay privilegio del árabe sobre el no árabe ni del rojo sobre el negro, excepto en lo que respecta al temor a Dios"Y así eliminó todo tipo de indebidos privilegios de entre las comunidades del universo, una obra que las organizaciones de los derechos humanos y sus iguales no han concretado a pesar de sus extensas propagandas y su gran publicidad, y que el Profeta consiguió hace ya muchos años en el Islam.

4.-Las guerras centenarias y los antiguos rencores.

A causa de guerras internas y contínuos derramamientos de sangre el pueblo árabe se había convertido en un pueblo rencoroso y por diversos motivos contínuamente se encendían entre ellos infinidad de conflictos. Tras haber conquistado la península arábiga el Enviado de Dios se vio enfrentado a este problema. Para poder resguardar la paz en los territorios islámicos era preciso sanar el mallo más pronto posible. La unica solución posible era que la gente se abstuviera de vengar la sangre derramada en la época de la gentilidad y diera por terminados todos los juicios. Les dijo: “Sepan que pongo bajo mis pies todas las querellas referentes a las vidas, los bienes y los privilegios vanos de la época de la ignorancia y les anuncio su abrogación”.

5.-La fraternidad islámica.

En una parte de su sermón se refirió a la unión de los musulmanes y a los derechos de cada musulmán sobre su hennano en la fe. Su propósito al expresar tales privilegios era atraer los corazones de los no musulmanes cuando vieran semejante lazo de cariño y unión entre ellos. Había dicho: “El musulmán es hermano de otro musulmán y todos los musulmanes son hermanos entre sí. Ellos son como una sola mano que va contra los inicuos. La sangre de uno es idéntica a la del otro y la palabra de uno vale lo mismo que la de otro.”

Los principales criminales son arrestados.

Evidentemente el Enviado de Dios (B.P.) dio un maravilloso ejemplo de sentimiento, cariño, perdón e indulgencia cuando a pesar de los sentimientos de un grupo extremista de sus seguidores anunció la amnistía general. Sin embargo entre los inicuos existían personas sobre las que pesaban grandes cargos y no era de ninguna manera correcto dejarlos caminar tranquilos entre los musulmanes luego de haber cometido tantas vejaciones. Además era muy probable que en el futuro abusaran de esta amnistía y retornaran a instigar contra el Islam. Algunos de ellos fueron ejecutados. Dos se habían refugiado en la casa de Umm Haní, la hermana del Imam Alí. Este se acercó armado a su casa. Umm Haní abrió la puerta y vio a alguien armado y cubierto por la armadura que no podía distinguir. De inmediato le dijo: «He dado protección a dos hombres y el refugio brindado por una mujer musulmana es igual al otorgado por el hombre”. Alí descubrió su rostro y los ojos de la mujer reconocieron a su hermano, al cual los acontecimientos habían apartado de su lado durante largos años. Sus ojos se llenaron de lágrimas y enseguida lo abrazó. Juntos se dirigieron a casa del Profeta quien respetó la inmunidad concedida por ella.

Abdullah Ibn Abi Sarh, quien fue un hombre que tras adherir al Islam renegó de él, se contaba también en el grupo citado, y fue salvado por la protección que le brindara Uzmán.

Los casos de Akrama y Safuán.

Akramah Ibn Abi Yahl, gran instigador de las batallas contra el Islam que siguieron al combate de Badr, intentó huír al Yemen pero obtuvo la inmunidad a través de la intercesión de su esposa. En cuanto a Safuán Ibn Umaiiah, además de contar con pesados cargos, como ya relatamos había crucificado a un musulmán en la Meca en pleno día y los ojos de los transeúntes para vengar a su padre que había sido muerto en la batalla de Badr. Por esta causa el Profeta lo contó entre las diez personas a ejecutar. Cuando Safuán lo supo decidió huír del Hiyaz por vía marítima. Por su parte Umair Ibn Uahab rogó al Enviado de Dios que lo indultara. El Profeta accedió y en señal de inmunidad le entregó el turbante con el cual había hecho su ingreso en la Meca. Umair se dirigió a Yedda y llevó consigo a Safuán. Cuando los ojos del Profeta (B.P.) vieron al criminal le dijo con total generosidad: “Tu vida y tus bienes serán respetados, pero mejor sería que adhirieras al Islam”. Entonces el hombre pidió dos meses para pensarlo. El Profeta le dijo: “En lugar de dos te daré cuatro meses de plazo para que aceptes esta doctrina llena de conocimientos”. Cuando aún no habían transcurrido los cuatro meses Safuán se islamizó.

Un análisis de estas circunstancias y del tratamiento que recibieron los más acérrimos enemigos del Profeta no deja lugar a dudas sobre el verdadero rostro del Islam, que algunos orientalistas critican y contrarían con gran empeño. La realidad, como vimos, es que los jefes de la incredulidad tenían plena libertad para elegir la religión islámica y no existía ninguna presión ni amenaza en ese sentido, por el contrario, se procuraba que admitieran el mensaje divino a través de la meditación y la reflexión, y no mediante amenazas o miedo.

Hasta aquí hemos transmitido los acontecimientos más destacados y ejemplares de la conquista de la Meca. Sólo nos resta referir dos sucesos interesantes que reflejaremos en breve.

LAS MEQUINENSES REALIZAN LA BA'IAT

Tras el ba'iat (juramento de lealtad y fidelidad) de ‘Aqaba, realizado antes de la Hégira y en el cual aproximadamente 70 hombres y tres mujeres juraron fidelidad y obediencia al Profeta, por primera vez y formalmente el Enviado de Dios (B.P.) concretó el ba'iat con las mujeres. Por este juramento ellas se comprometían a observar los siguientes puntos: 1) No atribuir copartícipes a Dios; 2) no traicionar a sus esposos; 3) no ir en busca de la corrupción; 4) no matar a sus hijos; 5) no atribuir a sus esposos los hijos del adulterio; y 6) no contrariar al Profeta en las obras de beneficencia. La ceremonia fue realizada del siguiente modo: El Profeta (B.P.) pidió que le alcanzaran un recipiente con agua y le agregó perfume, luego introdujo su mano dentro del mismo y recitó la aleya coránica que disponía las reglas antes mencionadas:

“iOh Profeta!, cuando las creyentes se presenten ante tí jurándote fidelidad de que no atribuirán nada a Dios, ni robarán ni fornicarán ni serán filicidas ni se presentarán con calumnia que fraguaren intencionalmente (un expósito haciéndole pasar por hijo propio), ni te desobedecerán en causas justas, entonces acepta su compromiso e implora, para ellas, el perdón de Dios; porque Dios es Indulgentísimo, Misericordiosísimo”. (60: 12)

A continuación se puso de pie y les dijo: “Quienes estén dispuestas a hacer la proclamación conforme a lo estipulado antes que introduzcan sus manos en el recipiente y anuncien su fidelidad al pacto”.

El motivo principal que llevó al Profeta (B.P.) a adoptar este proceder fue la cantidad de mujeres corruptas que existía en la Meca. Si él no acordaba con ellas mediante algún firme pacto probablemente seguirían con sus actos vergonzosos en forma clandestina. Una de esas mujeres era Hind, esposa de Abu Sufián y madre de Mu‘auiah , que contaba con una oscura trayectoria. Dotada de un carácter fuerte e impulsivo solía imponerle sus pareceres a su esposo. Cuando Abu Sufián demostraba alguna tendencia pacifista ella lo contrariaba convocando a la gente a la guerra y la venganza. Sus instigaciones fueron, por ejemplo, las que desataron la batalla de Uhud en la cual el Profeta (B.P.) perdió a 70 de sus compañeros, entre los cuales se encontraba su tío Hamza. Con increíble crueldad aquella mujer abrió el vientre de Hamza y le extrajo el hígado partiéndolo por la mitad. Por todo esto al Profeta (B.P.) no le quedaba otra salida más que comprometerla a ella y a sus iguales con un juramento.

Cuando Muhammad (B.P.) recitó la aleya antes mencionada y llegó a la frase que decía “ni robarán”, Hind, que tenía su rostro cubierto, se puso de pie y acotó: “¡Profeta! ¿Ordenas a las mujeres no robar? ¿Qué hago yo entonces si mi marido es muy avaro? Por ello me he visto simpre forzada a hurtar sus bienes”. Abu Sufián le dijo: “Yo te perdono lo pasado, pero ahora prométeme que ya no lo harás”. La interrupción de Abu Sufián hizo saber al Profeta que aquella mujer era Hind y entonces le preguntó para cerciorarse: “¿Eres la hija de Utba?”. “Si”, fue su respuesta, y enseguida agregó: “¡Profeta! ¡Perdónanos para que Dios te agracie con Su misericordia! “

Cuando el Profeta (B.P.) llegó a pronunciar la frase de la aleya que dice “ni fornicarán” nuevamente ella se levantó y a modo de defensa pronunció una frase que, sin que lo advirtiera, revelaba su culpabilidad: “¿Por ventura es capaz la mujer libre de cometer adulterio?” Psicológicamente esta reacción suya era un claro indicio de su culpabilidad. Interrumpió con su pregunta pues presentía que al culminar la recitación de la aleya todos los rostros se volverían hacia ella. De todos modos, al llegar ese momento uno de los hombres que había mantenido relaciones ilícitas con ella durante la época de la gentilidad se asombró y se hechó a reír cuando la escuchó. La carcajada de éste y la defensa de Hind empeoraron más aún su reputación.

LA DESTRUCCION DE LOS TEMPLOS IDOLATRAS

DE LOS ALREDEDORES

En los alrededores de la Meca existían numerosos templos dedicados a la idolatría que eran respetados por las tribus del lugar. A fin de erradicar definitivamente la idolatría el Profeta envió comandos a todos los rincones de la Meca. A través de un comunicado se informó a los rnequinenses que todos los ídolos que hubiere en las casas debían ser destruidos.

A Amru Ibn Al-As se le encomendó la misión de destruir el templo que albergaba al ídolo Saua' y a Sa‘d  ibn Zaid, al que albergaba a Manat.

A la cabeza de otro grupo a Jalid Ibn Ualid le tocó la misión de convocar a la tribu de Yuzaimat Ibn Amer y derribar a Uzza. El Enviado de Dios le había ordenado no derramar ni una sola gota de sangre. Abdu Rahmán Ibn Auf lo acompañaba. En la época de la gentilidad la tribu de Yuzaima había asesinado al tío de Jalid y al padre de Abdu Rahmán justo cuando regresaban del Yemen, despojándolos además de sus bienes. Por esto Jalid les guardaba un gran rencor. Cuando el grupo comando llegó donde la tribu ésta estaba preparada para resistir. De inmediato Jalid exclamó: “¡Arrojen sus armas! La era de la idolatría quedó atrás. Ummu-l-Qura (la madre de las ciudades: la Meca) se sometió al Islam”. Un hombre sagaz descubrió que el comandante tenía malas intenciones y dijo a los jefes de su tribu: “El resultado de la rendición será el cautiverio seguido de la muerte”.

Finalmente la mayoría de los jefes decidieron rendirse y entregaron las armas. En ese preciso instante, de manera muy vil y contrariando las órdenes explícitás del Profeta (B.P.), Jalid ordenó encadenarlos y tomarlos prisioneros. En la madrugada de ese mismo día un grupo fue ejecutado y otro liberado. La noticia del brutal crimen de Jalid irritó sobremanera al Profeta (B.P.) quien de inmediato ordenó a Alí dirigirse al lugar y pagar los daños ocasionados y la indemnización por los crímenes. Llevó a cabo tan escrupulosamente esa tarea que llegó a abonar el precio de un recipiente que había sido destruido en el cual solían beber agua los perros. Luego solicitó la presencia de los desafortunados jefes de la tribu y les preguntó: “¿Consideran cumplido el pago de todos los daños y la sangre de todos los inocentes?” “Si”, le respondieron. Por las dudas Alí les entregó una suma más de dinero y regresó a la Meca. Cuando llegó visitó al Profeta (B.P.) y le informó sobre el cumplimiento de su misión. El Enviado de Dios (B.P.) admiró y elogió su proceder, y luego orientándose hacia la Ka‘aba, con voz triste, dijo: “¡Dios mío! No soy responsable de los crímenes de Jalid, jamás le ordené seguir semejante proceder”.

Además de satisfacer los daños concretos, el Comandante de los creyentes tuvo en cuenta la indemnización por los daños psicológicos, y entregó determinada suma de dinero a los que se habían asustado por el ataque de Jalid, y también los consoló. Cuando el Profeta supo de esta justa manera de proceder dijo: “¡Alí! Esta, tu obra, no la cambiaría ni por infinidad de camellos rojizos. Tú has conseguido mi satisfacción. ¡Alí!, tú eres el guía de los musulmanes. Feliz es quien te ama y te sigue y desafortunado quien se te opone y se desvía de tu camino. Tú eres para mí lo que Aarón fue para Moisés, a diferencia que después de mí no aparecerán más Profetas.”

Otros crímenes de Jalid.

El que referimos anteriormente no fue el único crimen que Jalid cometió durante su aparente vida islámica, puesto que durante la época del califato de Abu Bakr protagonizó actos de mayor criminalidad aún, como el que pasamos a referir. Tras el fallecimiento del Profeta algunas tribus se negaron a reconocer el califato de Abu Bakr, y se abstuvieron del pago del zakat (diezmo). Entonces el califa envió a un grupo que los reprendiera. Con esa excusa Jalid Ibn Ualid atacó a la tribu de Malik Ibn Nuuaira. Malik y sus hombres se prepararon para defenderse. Gritaban que eran musulmanes, que nadie tenía derecho a atacarlos ni tenían por qué ser blanco de los soldados del Islam. Jalid los desarmó engañosamente y asesinó a su jefe. ¿Por ventura una persona que ostenta tan oscuros antecedentes puede ser llamada “saifu-l-láh” (la espada de Dios), como lo hacen algunos historiadores, considerándolo un gran comandante del Islam?

Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com , Fundación Cultural Oriente

 

* Estos pedidos quedaron registrados en las siguientes aleyas del Sagrado Co­rán; “O a menos que poseas un jardín de palmeras y vides en medio del cual hagas brotar ríos caudalosos. O a menos que hagas caer el cielo a pedazos sobre nosotros, como pretendiste. O a menos que nos presentes a Dios y a los ángeles en persona. O a menos que poseas una casa de oro o que escales el cielo, jamás creeremos en tu ascensión hasta que no nos envies un Libro que podamos leer. Diles; ¡Glorificado sea mi Señor! ¿Soy por ventura algo más que un (hombre) mortal Enviado (a vo­sotros por Dios)?” (17:90/93)

* Frase de respeto entre los árabes que significa “tú eres para mí como mi padre y mi madre”.

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