La verdad sobre el Islam

Los profetas en el Corán - II

Por Abdun-Nabi Chaaban

8. JACOBO (AS) Y JOSÉ (AS)

La historia del profeta José (AS) se presenta en el Corán en un sólo capítulo y con mucho detalle, a diferencia de las historias de otros profetas, las cuales se narran, con diversos pasajes, en diversos capítulos. Por esta razón, en este caso específico del profeta José (AS), no se incluirán las referencias a capítulos y versículos del Corán; se tendrá como referencia única el capítulo 12 del Corán titulado con el mismo nombre “Youssef” (José (AS)).

Jacobo (AS) fue uno de los hijos de Isaaq (AS), y fue apodado -durante su vida- por “Israel”; en el Corán se refiere a él por ese nombre en algunos versículos. La palabra Israel –en hebreo- está compuesta de dos palabras: “Isra” y “El”, donde la primera significa siervo o “adorador”, y “El” significa Dios; es decir, se le apodó el siervo o adorador de Dios, ya que Jacobo (AS) se esmeraba mucho en sus actos de adoración de Dios. “Israel” es equivalente a la palabra árabe: “Abdullah”.

Los eventos de la historia de los profetas Jacobo (AS) y de su hijo José (AS) (Youssef) se desarrollan entre dos zonas: el sur de Palestina y Egipto. La narración comienza con un sueño que tuvo José (AS), siendo todavía un niño. Él le cuenta a su padre el sueño, indicando que vio el sol, la luna y once planetas o astros postrados ante él (de José (AS)). La única respuesta de Jacobo (AS) a su hijo José (AS) consistió en advertirle que no les contase este sueño a sus hermanos, evitando que le hiciesen daño, por envidia o celos, respondiendo a susurros de Satanás.

Los hermanos de José (AS) sentían –de todos modos- ciertos celos hacia él porque ellos percibían un trato diferenciado de su padre hacia él. Estos celos hicieron que sus hermanos acordasen desaparecerlo, bien sea matándolo, o alejándolo mucho de la casa, de tal modo que no pueda volver más nunca a la misma. Un día, le pidieron a su padre que dejase que José (AS), con apenas unos 10 años de edad (o 12), les acompañase a jugar en las afueras del pueblo. Jacobo (AS) presentía alguna maldad en la intención de sus hijos, por lo que les respondió que él temía por la vida de José (AS) ya que era pequeño y pudiese ser atacado o devorado por algún lobo. Sus hijos insistieron en llevárselo, indicando que ellos son numerosos y que podían proteger a su pequeño hermano José (AS) de cualquier peligro, a lo que Jacobo (AS) accedió.

La intención de los hermanos de José (AS) era matarlo. Sin embargo, uno de ellos (algunas referencias afirman que es Benjamín) les sugirió y les convenció que no lo matasen sino que lo arrojasen en un pozo de agua para que algunos de los viajeros que pasan normalmente –en su vía- por el lugar lo encontrasen y lo llevasen con ellos.

Los hermanos de José (AS) volvieron a la casa, llorando, y llevaron en sus manos la camisa de José (AS) (¡Entera!) manchada con la sangre de un cordero (o algún animal similar) que ellos mismos mataron para tal fin, y le informaron a su padre que José (AS) fue devorado por un lobo. Jacobo (AS), queriendo hacerles ver a sus hijos que él sabía que estaban mintiendo, les comentó con ironía, pero llorando, que era muy extraño de ese lobo “tan hábil” que hubiese devorado a José (AS), sin siquiera hacer rasguño alguno en su camisa. Jacobo (AS) les indicó a sus hijos que –definitivamente- ellos le hicieron daño a su hermano, y le pidió a Dios que le diese paciencia ante lo sucedido.

Mientras tanto, algunos viajeros o mercaderes egipcios pasaron por el lugar donde se encuentra el pozo de agua donde fue arrojado José (AS). Al intentar extraer agua con un tobo, se dieron cuenta que un niño se había aferrado al mismo; rápidamente lo subieron y lo llevaron con ellos a Egipto. Al llegar, éstos entregaron a José (AS) a uno de los ministros del rey, a cambio de un poco de dinero, vendiéndolo como esclavo.

El ministro le pidió a su esposa que criara bien a José (AS), ya que les pudiese ser útil o inclusive pudiesen tomarlo como un hijo. Con los años, José (AS) fue creciendo y volviéndose un joven adolescente, y luego un hombre maduro. Tanto el Corán como los dichos del profeta Muhammad (SAAWAWS) nos narran que José (AS) es el hombre con el rostro más hermoso de la historia de la humanidad; es un rostro angelical.

Al pasar los años, la esposa del ministro se fue enamorando de él, o sintiendo una fuerte atracción hacia él. Un día, estando José (AS) ya cerca de los 40 años de edad, es decir, después de haber pasado casi 28 años en la casa del ministro, esta mujer aprovechó su posición –de poder- e intentó forzar a José(AS) a tener una relación con ella. José (AS) rechazó tal insinuación, indicándole que el ministro, o sea su esposo, lo había tratado bien, criándolo desde pequeño, como si fuera su hijo. Al evitar José (AS) insistentemente tal pedimento, quiso finalmente escapar de ella y salir de la habitación donde se encontraban. La mujer, aún así, corría detrás de él, persiguiéndolo, y logró romperle su camisa por la espalda. En ese momento, llega su esposo, el ministro, y abre la puerta, encontrándose con esta situación. Ante esta sorpresa, la primera reacción de la mujer fue acusar a José (AS), indicándole a su esposo que él (José (AS)) quiso abusar de ella y que debiera tener su castigo, enviándolo a la cárcel o torturándolo. Quizás, se apresuró pidiendo este castigo, antes de que su esposo decidiera –más bien- la ejecución de José (AS). Ante esta acusación, José (AS) la desmiente y le indica al ministro que ella era la que se le insinuaba y que él –más bien- estaba intentando escapar. Un familiar cercano que estuvo presente en la casa, le sugiere al ministro que si la camisa de José (AS) fue rasgada por su parte delantera, entonces José (AS) estaría mintiendo, mientras que si la misma fue rasgada por la parte trasera, entonces José (AS) estaría diciendo la verdad. Con esto, le quedó claro al ministro cual era la verdad de lo ocurrido y la inocencia de José (AS). Para evitar el escándalo, el ministro le pidió a José (AS) que no mencionara lo ocurrido ante persona alguna.

A pesar de esto, un grupo de mujeres de la ciudad se enteraron de lo sucedido y comenzaron a “chismear” acerca de ello. Al enterarse la esposa del ministro de estos chismes, llamó a estas mujeres a su casa. Al llegar a la casa del ministro, su esposa acomodó a las mujeres y, luego, les ofreció a cada una de ellas una fruta y un cuchillo. Cuando todas ya tenían el cuchillo en sus respectivas manos, la esposa del ministro le exige a José (AS) que apareciera en la sala donde estaban reunidas. Apenas las mujeres lo vieron, se quedaron deslumbradas y perplejas ante su belleza (de José (AS)) y, sin darse cuenta, se cortaron las manos con los cuchillos que estaban usando para cortar las frutas; al mismo tiempo, todas comentaron –asombradas- que esta persona que estaba ante sus ojos no podía ser humana, sino un noble ángel. Con esto, la esposa del ministro quiso hacerles ver a este grupo de mujeres que su actuación (la de la esposa del ministro), si bien no era moralmente válida, era –al menos- comprensible.

A pesar de todo lo ocurrido, la esposa del ministro siguió luego con sus intenciones, encontrando siempre la negativa de José (AS), hasta que finalmente le exigió a su esposo que lo encerrase en la cárcel, lo cual José (AS) prefirió, en vez de caer en un acto de inmoralidad y de desobediencia a Dios.

En la cárcel, José (AS) tuvo dos compañeros de celda. Un día, ambos le pidieron a José (AS) que les interpretara dos sueños que tuvieron. Uno había visto en su sueño que estaba produciendo vino, mientras que el otro vio que tenía un recipiente colocado sobre su cabeza y que las aves se acercaban y se comían del pan que estaba en dicho recipiente. José (AS) les indicó a los dos, que uno de ellos trabajaría sirviendo vino a su señor (o su rey), y el otro sería crucificado y las aves comerían de su cabeza. Después de explicarles la interpretación de los dos sueños, José (AS) pidió que aquella persona que sería salvada, le hablara al rey sobre él (sobre José (AS)).

Un tiempo después, se cumplió de una manera exacta lo que José (AS) había explicado como interpretación de los dos sueños. Sin embargo, la persona que se salvó y se había puesto a trabajar en el palacio del rey, sirviéndole a éste el vino, se olvidó de hablarle sobre la historia de José (AS) y de su habilidad o capacidad de interpretar los sueños, tal como José había solicitado.

Años más tarde –y permaneciendo José (AS) en la cárcel- el rey tuvo un sueño, en el que vio que siete vacas flacas estaban tragando siete vacas gordas; igualmente, vio siete espigas verdes y siete espigas agostadas. El rey quedó preocupado con este sueño y pidió públicamente que le ayudaran a interpretar el mismo. Mientras todos reconocieron su falta de habilidad para interpretar sueños, la persona que se quedó a salvo de los dos ex-compañeros de prisión, se acordó en ese entonces de la habilidad de José (AS) de interpretar sueños. Allí, él se lo hizo saber al rey y le pidió que le dejara ir a la cárcel para hablar con José (AS) sobre el sueño. Cuando esta persona, le narró a José (AS) el sueño del rey y le pidió su interpretación del mismo, José (AS) le comentó –como su interpretación- que durante los próximos siete años sembrarían como de costumbre, pero deberían consumir de esas cosechas sólo lo estrictamente necesario para comer, dejando las sobras en sus respectivas espigas, ya que los siete años siguientes serían muy difíciles y malos para la siembra, y en los que comerían las sobras de las cosechas que debieran ahorrar y salvaguardar durante los primeros siete años. Es importante observar que, adicionalmente a la mera interpretación del sueño, José (AS) dio un plan operativo para poder sobrellevar los siete años difíciles, el cual consiste en guardar el trigo en sus respectivas espigas, sin extraerlo; esto evitaría dañar el trigo.

Al escuchar el rey esta interpretación de José (AS) sobre su sueño, así como su aporte en relación a la idea para protegerse de las dificultades venideras, solicitó liberar a José (AS), con la intención de emplearlo como su ministro. Cuando la persona encargada de ejecutar esta orden se dirigió donde José (AS), que seguía encarcelado, y le indicó la intención del rey, José (AS) se negó a salir de la cárcel, sin antes se investigase bien su caso así como las causas de su encarcelamiento. Su intención era demostrar su inocencia, ya que esto para él era de capital importancia. El rey accedió a esta petición e interrogó primero a las mujeres que se habían cortado la mano y luego a la mujer del ministro sobre lo sucedido. En ese momento, todas reconocieron la honestidad y castidad de José (AS). Luego, la esposa del ministro confesó todo lo que había maquinado, y reconoció que ella fue la culpable y causante del encarcelamiento de José (AS) por éste habérsele negado a sus pretensiones e insinuaciones. Allí fue cuando José (AS) accedió a salir libre, ya que así no sólo estaría obteniendo su libertad física, sino su liberación de cualquier sospecha de inmoralidad o de desobediencia a Dios.

Así, una vez liberado y teniendo en cuenta que el mismo rey le ofreció a José (AS) que se encargase de un “ministerio”, José (AS) le pidió que lo designase como ministro responsable de manejar las arcas del reino de Egipto.

El sueño del rey comenzó a ser realidad, tal como José (AS) lo había interpretado. Durante los primeros siete años, José (AS) se encargaba de asegurar que todo el excedente de la siembra, después de consumir lo estrictamente necesario, fuese guardado en sus respectivas espigas. Con esto, después de estos siete años de bonanza, comenzó a surgir el problema con la siembra, no sólo en Egipto, sino en los territorios circundantes, tales como Palestina, donde residía la familia de José (AS). Como Egipto había tomado las precauciones necesarias, gracias a la gestión de José (AS), basada en el sueño del rey, hubo en ese país un superávit de trigo, mientras que en los países circundantes hubo escasez del mismo. José (AS) determinó que gente de estos países pudiesen venir a Egipto a intercambiar el trigo que necesitasen por mercancía diferente que trajesen consigo.

Así fue como llegaron los hermanos de José (AS) a Egipto en busca de intercambiar mercancía, traída consigo de Palestina, por trigo. Al llegar al sitio donde tenían que hacer dicho intercambio, José (AS) vio a sus hermanos, ya que era él mismo quien supervisaba esa actividad, pero ellos no lo reconocieron. José (AS) les preguntó sobre su familia, como un tema normal de conversación y se enteró que tenía otro hermano más pequeño que se había quedado en casa con su padre. Cuando se hizo el intercambio y los hermanos de José (AS) se aprestaron a volver a su tierra con sus provisiones, José (AS) les pidió que para el próximo viaje trajesen al pequeño hermano de ellos -que esta vez se había quedado en casa- como condición para efectuar el próximo intercambio. Al mismo tiempo, José (AS) instruyó a sus criados a colocar en las alforjas de sus hermanos la mercancía que habían traído, sin que éstos se dieran cuenta, ya que esto les motivaba a regresar otra vez, al tener mercancía con qué efectuar el próximo intercambio.

Cuando los hermanos de José (AS) volvieron a su casa, le contaron a su padre lo sucedido y le hicieron saber que tenían que llevarse consigo para el próximo intercambio a su pequeño hermano. Su padre, Jacobo (AS), les mostró su preocupación, ya que una vez les confió a un hermano pequeño y volvieron a casa sin él. Al percatarse que su mercancía se les había devuelto, insistieron más ante su padre para llevarse a su pequeño hermano, ya que tenían con qué efectuar otro intercambio. Jacobo (AS) accedió a su petición, luego de hacerles comprometer que –esta vez- tendrían sumo cuidado para proteger a su hermano y devolverlo sano a casa. Al mismo tiempo, él les pidió a sus hijos que, al llegar a su destino, entrasen por puertas diferentes el uno del otro. Esta petición responde a algún presentimiento que Jacobo (AS) tenía.

Al llegar otra vez donde José (AS), él apartó al pequeño, le reveló que él era su hermano y le indicó que no se preocupase por lo que iba a suceder. Cuando terminaron de efectuar el intercambio, José (AS) ordenó a sus criados a colocar –inadvertidamente- una copa de oro del rey en la alforja del pequeño hermano. Al aprestarse los hermanos de José a salir de regreso hacia su casa, uno de sus criados se dirigió a ellos y los acusó de ladrones, ya que la copa del rey se había extraviado, ante lo cual ellos quedaron perplejos porque estaban seguros que no habían hecho semejante fechoría. Por esa misma seguridad, ellos plantearon que al conseguir la copa robada dentro de la alforja de alguna persona, que esa misma persona reciba su merecido castigo. Así, al efectuar la búsqueda, se encontró la copa en la alforja del pequeño hermano, a quien ordenaron detener. En ese momento, sus hermanos le dijeron a José (AS) que si este pequeño hermano de ellos robó, es porque él había tenido a otro hermano (queriendo decir el mismo José (AS)) que también era ladrón. Seguidamente, le suplicaron a José (AS) a soltarlo y que detuviera –en sustitución- a otro hermano mayor, ya que su padre era un anciano y no iba a soportar la desaparición de su pequeño hijo. José (AS) no accedió a esta petición, indicándoles que él no podía ser injusto y que el castigo debe recibirlo la persona que –supuestamente- cometió el robo. Ante la negativa de José (AS), uno de los hermanos mayores decidió quedarse con el hermano menor, mientras los demás regresarían a casa, para darle la mala noticia a su padre Jacobo (AS).

Al recibir la noticia, Jacobo (AS) no les creyó a sus hijos, quienes insistieron en su inocencia y le pidieron a su padre que indagase con los otros caravaneros que venían del mismo sitio sobre la veracidad de lo dicho por ellos. Jacobo (AS) se entristeció, se acordó de José (AS) y se puso a llorar, hasta que se volvió ciego. Sin perder la esperanza, Jacobo (AS) les pidió a sus hijos que salieran en busca de José (AS) y de su pequeño hermano; él sabía, de alguna manera que José (AS) seguía vivo.

Los hijos de Jacobo (AS) volvieron a Egipto, con la excusa de efectuar otro intercambio, pero con la esperanza de que José (AS) soltara al pequeño hermano. Por supuesto, esta vez no tenían suficiente mercancía para canjearla por una ración completa de trigo. Aún así, le pidieron a José (AS) que les diese la ración completa, a pesar de la insuficiente mercancía que ellos traían. Allí, José (AS) les preguntó sobre lo que hicieron con José (AS) y con su hermano. En ese momento, lo reconocieron y gritaron todos: “¡Tú eres José!”. José (AS) les confirmó que estaban en lo cierto y que él era su hermano. Sus hermanos se pusieron a llorar, mostrando auténtico arrepentimiento por todo lo que habían hecho, cegados por los celos y la envidia. A pesar de todo lo sucedido, José no les reprochó; más bien, le suplicó a Dios que les perdonase y les tuviese misericordia.

Después de este feliz reencuentro, José (AS) les pidió a sus hermanos que regresaran a casa y trajeran a sus padres, para que todos vivieran en Egipto, junto a él. Antes de salir de regreso, José les dio su camisa para que se la pusieran en la cara de su padre y, con ello, recuperara su vista. Apenas la caravana de los hijos de Jacobo (AS) se estaba acercando al pueblo donde vivían, éste dijo que había en el ambiente un olor a José (AS). Cuando llegaron y pusieron la camisa de José (AS) en su cara, Jacobo recuperó la vista, y se llenó de alegría. Igualmente, él le suplicó a Dios perdonar la actuación de sus hijos.

Cuando todos llegaron a Egipto, junto con sus padres, entraron al palacio donde estaba José (AS). Al verlo, todos se postraron delante de él, como señal de agradecimiento a Dios: sus dos padres y sus once hermanos. Es muy importante resaltar aquí que la postración fue para Dios y no para José (AS). En ese momento, José (AS) le recordó a su padre que ésta era la interpretación de su sueño que había visto de niño, la cual acababa de cumplirse.

Finalmente, toda la familia de José (AS) (los hijos de “Israel”, o sea, de Jacobo (AS)) quedó viviendo con él, en Egipto.

9. JOB (AYOUB) (AS)

El profeta Job (Ayoub) (AS) vivía en Siria. Tenía muchos hijos y una muy buena posición económica, lo cual no le hizo alejarse de la obediencia y adoración de Dios. Job (AS) Jamás comía, sin estar acompañado por alguna persona huérfana o pobre. Él se caracterizaba por su honestidad, rectitud, devoción y paciencia.

Normalmente, Dios coloca a sus profetas en situaciones extremadamente difíciles, de pobreza, debilidad o enfermedad, con el fin de ilustrar a la gente que hasta los profetas se enfrentan a problemas en esta vida para que, de este modo, el común de la gente acepte sus propios problemas y los enfrente con paciencia.

Después de tantos años en los que gozaba de muy buena salud y gran bonanza –en hijos y dinero-, el profeta Job (AS) fue objeto de una fuerte enfermedad, que lo privó de su salud y consecuentemente de sus propiedades. Igual como Job (AS) le daba las gracias a Dios por cada una de sus bonanzas, le seguía dando las gracias por cada una de las desgracias en que iba cayendo, en un ejemplo de extrema fe; el agradecimiento a Dios es un deber, tanto en las buenas como en las malas.

Job (AS) estuvo con su enfermedad más de siete años (en algunas referencias, más de quince años) en los cuales había perdido toda su riqueza. Al estar enfermo, débil y pobre, la gente de su pueblo ya no lo tomaba en cuenta ni lo tenía en consideración, a diferencia de la situación anterior a su enfermedad. La única persona que se mantuvo a su lado, cuidándolo, fue su esposa “Rahmah”, hija (o nieta) del profeta José (AS). Una vez, su esposa le preguntó sobre por qué no le suplicaba a Dios por su curación, a lo que Job (AS) le respondió que no era justo suplicarle a Dios por una buena salud, después de sólo unos siete años de enfermedad, cuando Dios le había dado buena salud por más de setenta años.

Así, Job (AS) aceptaba su enfermedad con una infinita paciencia, como un dictamen de Dios que tenía que respetar y con el que tenía que conformarse. Sin embargo, cuando la gente comenzó a burlarse de él, indicándole que lo que le había pasado era causado por su hipocresía: seguramente, él mostraba –según ellos- su devoción hacia Dios pero en realidad era una persona hipócrita; en el fondo de su corazón y alma, él no creía en lo que predicaba, ya que era imposible que Dios lo hubiese tratado así si fuese un auténtico devoto. Esto le dolió a Job (AS) mucho más que su propia enfermedad, y allí fue cuando le suplicó a Dios por su curación: “Y Ayoub (Job) cuando imploró a su Señor: El mal me ha tocado pero Tú eres el más Misericordioso de los misericordiosos * Y le respondimos apartando de él el mal que tenía; y le devolvimos a su familia dándole además otro tanto, como misericordia de Nuestra parte y recuerdo para los adoradores” (21:83-84). En ese momento, después de que Job (AS) le suplicara, Dios le indicó que golpeara el suelo con su pie, para obtener agua la cual podía usar para lavarse y beber y con ello se sanaría: “Y recuerda a Nuestro siervo Ayoub (Job) cuando clamó a su Señor: ¡Satanás me ha tocado con enfermedad y padecimiento! * (Dios le dijo) Golpea el suelo con tus pies y tendrás agua fresca para lavarte y bebida * Y le concedimos que recuperara a su familia y otro tanto más con ellos, como misericordia procedente de Nos y recuerdo para los que saben reconocer lo esencial.” (38:41-43). Job (AS) hizo lo que Dios le ordenó, golpeó el suelo y salió agua, con la cual se lavó y de la cual bebió. Inmediatamente, Job (AS) se curó y hasta recuperó su juventud.

Job (AS) vivió 93 años, después de darle a la humanidad magníficos ejemplos de paciencia y de devoción.

10. JETRO (CHU´AYB) (AS)

El profeta Chu´ayb (AS) es descendiente de Madyan, padre fundador de la tribu que lleva su nombre y la cual vivía en el lado oeste del Sinaí.

Dios envió a Jetro (Chu´ayb) (AS) como profeta, para guiar a la tribu de Madyan, cuya gente, en ese momento, había dejado la adoración de Dios, se había volcado a adorar ídolos y ejercía prácticas no acordes con sus mandamientos: “Y (Dios envió) a los Madyan, su hermano Chu´ayb (Jetro), quien dijo: ¡Gente mía! Adorad a Dios; no tenéis otro dios que Él; os ha llegado una evidencia de vuestro Señor; así pues cumplid con la medida y el peso y no menoscabéis (los derechos de) los hombres en sus cosas ni corrompáis en la tierra después del orden que se ha puesto en ella; eso es un bien para vosotros si sois creyentes * Y no estéis esperando al acecho en cada camino para intimidar, ni desviéis del camino de Dios a quien cree en Él, deseando que sea tortuoso; recordad cuando erais pocos y Él os multiplicó, y mirad cómo han acabado los corruptores” (7:85-86). Dios resalta, en estos versículos, varias prácticas desviadas de la gente de Madyan: (a) engañar con la medida y el peso, en sus transacciones de venta, (b) Corromper la sociedad e (c) intimidar a la gente, con el fin hacerlos desviar del camino de Dios. Ante ese llamado de Chu´ayb (AS), la respuesta de su gente consistió en una negativa de acudir a su llamado y fue acompañada con amenazas de expulsarlo del pueblo:

  • Dijeron: ¡Chu´ayb! No comprendemos mucho de lo que dices y realmente te vemos débil entre nosotros; de no haber sido por tu (descendencia de un reconocido) clan te habríamos apedreado; no eres importante para nosotros” (11:91)
  • Dijeron los ricos y principales, aquéllos de su gente que se habían llenado de soberbia: ¡Chu´ayb! Te vamos a expulsar de esta ciudad a ti y a los que están contigo, a menos que volváis a nuestras creencias; (Chu´ayb) dijo: ¿Aunque sea en contra de nuestra voluntad?” (7:88).

A raíz de la persistencia de la gente de Madyan en sus actos descarriados, Dios los castigó con una fuerte sacudida (terremoto), igual como había castigado a otros pueblos con castigos similares, salvando a aquellos que creyeron en, y siguieron a, Chu´ayb (AS):

  • Los alcanzó la gran sacudida y amanecieron en sus hogares caídos en cadáveres” (7:91)
  • Y cuando Nuestra orden llegó, salvamos a Chu´ayb y a los que junto a él creían, gracias a una misericordia procedente de Nosotros, y el Grito sorprendió a los injustos, que amanecieron en sus hogares caídos en cadáveres” (11:94).

Después de la destrucción del pueblo de Madyan, Chu´ayb (AS) se trasladó a otro pueblo cercano, llamado Al Aykah, cuya gente tenía prácticas similares a la gente de Madyan. Chu´ayb (AS) intentó guiarlos al camino de Dios, dándoles similares consejos a aquellos que él le había dado a la gente de Madyan: “Los habitantes de Al-Aykah negaron lo que decían los enviados * Cuando Chu´ayb les dijo: ¿No vais a temer? * Yo soy para vosotros un mensajero fiel * Así pues, temed a Dios y obedecedme * No os pido ningún pago a cambio; mi recompensa sólo incumbe al Señor de los mundos * Sed justos al medir sin perjudicar a la gente en ello * Y pesad con la balanza equilibrada * Sin menguar a la gente sus cosas; y no cometáis maldades en la tierra como corruptores * Y temed a Aquél que os ha creado a vosotros y a las generaciones primeras” (26:176-184). La respuesta de la gente de Al Aykah fue similar a la de la gente de Madyan; además le retaron a Chu´ayb (AS) a que hiciera caer un castigo sobre ellos, con el fin de demostrarles que no es mentiroso: “Dijeron: No eres más que uno de esos hechizados * Tan sólo eres un ser humano como nosotros y no te consideramos sino como uno de los que mienten * Haz que caiga sobre nosotros un trozo de cielo si dices la verdad” (26:185-187). Dios respondió al reto, dirigido a su profeta, e hizo caer su castigo: “Y lo negaron y los sorprendió el castigo del día de (la nube que les dio) sombra, ciertamente fue el castigo de un día grave” (26:189). Se narra que el castigo comienza con un terremoto en el pueblo de Al Aykah, seguido de calor insoportable, a raíz de lo cual las personas salen desesperadamente, y se dirigen para agruparse debajo de una nube, buscando sombra y sitio fresco. Una vez debajo de la misma, Dios hizo caer de ella un fuego muy intenso, que los quemó y los pulverizó a todos.

Cuando se narra la historia del profeta Moisés (AS), nos daremos cuenta que Chu´ayb (AS) casa a su hija con Moisés, transformándose así en su suegro.

11. MOISÉS Y AARÓN (AS)

En la historia del profeta José (AS) se mencionó que toda su familia, padres y hermanos, emigraron a Egipto para vivir con él, ya que José (AS) en ese momento tenía una buena posición –de ministro- ante el rey o faraón de Egipto, quien confiaba en él y había creído en lo que José (AS) predicaba en relación al monoteísmo.

Después de la muerte de ese faraón, su sucesor no creyó en el monoteísmo, aunque el profeta José (AS), quien se murió durante su mandato, era también cercano a él. Durante las décadas y siglos siguientes, la descendencia de Jacobo (AS), o sea, hijos de Israel (recordemos que Israel era el apodo del profeta Jacobo (AS)), quienes ya estaban viviendo en Egipto, iban aumentando y multiplicándose, de generación en generación. Los faraones siguientes fueron mucho más tiranos y opresores que los primeros, hacia la descendencia de Jacobo (AS) (o Israel), a quienes habían transformado en esclavos, y los habían obligado a realizar trabajos muy forzados.

Las referencias narran que, un poco antes del nacimiento de Moisés (AS), el faraón de turno vio, en un sueño, que venía un intenso fuego desde las tierras de Palestina hacia Egipto, quemando todo y todos a su paso, excepto a la descendencia de Jacobo (AS) (o hijos de Israel). El faraón llamó a los astrólogos para que le indicasen la interpretación de ese sueño, que le preocupó muchísimo. Los astrólogos le indicaron al faraón -como su interpretación- que nacería una persona de la descendencia de Israel que destruiría su reinado. El faraón tuvo extrema preocupación por ese sueño –y más por su interpretación- hasta el extremo que ordenó sacrificar a toda criatura varón que recién naciera de la descendencia de Jacobo (AS). Esta narración aparece en las referencias biográficas de los profetas, pero la misma no aparece en el Corán.

La señora que –posteriormente- sería madre de Moisés (AS) quedó embarazada con él, precisamente durante el período en que estaba vigente la mencionada orden del faraón de matar a todos los varones que nacieran de la descendencia de Israel (o Jacobo (AS)). La madre de Moisés (AS) logró permanecer oculta durante su embarazo. Al nacer Moisés (AS), su madre logró, igualmente ocultarlo unos días, durante los cuales su preocupación ante la inminente suerte de Moisés (AS) de ser sacrificado por orden del faraón, estuvo en su máxima expresión. En uno de los momentos de angustia de la madre, Dios le inspiró que pusiera a su hijo en una pequeña caja y que pusiera la caja en las aguas del río Nilo. La madre obedeció la orden de Dios; ella puso a su hijo Moisés (AS) dentro de una caja y puso la caja en las aguas del Nilo. Ella había recibido una inspiración de Dios, que Él lo protegería y, algún día, se lo devolvería y haría de él un Mensajero, tal como reza el versículo: “E inspiramos a la madre de Moisés: Amamántalo y cuando temas por él, déjalo en el río, y no temas ni te entristezcas porque te lo devolveremos y haremos de él uno de los enviados” (28:7). Además, ella le pidió a su hija que siguiera el trayecto de la caja para saber donde ésta iba a parar.

La mencionada caja, con Moisés (AS) adentro, fue llevada por las aguas del Nilo hasta llegar al frente del palacio del faraón. Al ver la caja, éste la abrió. Al darse cuenta que la misma contenía a un niño recién nacido, tuvo una fuerte sospecha de que el mismo fuese un descendiente de Israel (Jacobo (AS)) y, por ello, ordenó que fuese sacrificado. Rápidamente, su esposa (llamada Asiah) le pidió que no lo sacrificara y que -más bien- lo dejara para que lo criaran como si fuese su hijo: “Y dijo la mujer del faraón: Será un consuelo para mis ojos y para los tuyos; no lo matéis; puede ser que nos beneficie o lo adoptemos como hijo sin que ellos (la gente) se den cuenta” (28:9).

Más rápido de lo que la misma madre de Moisés (AS) esperaba, Dios cumplió su promesa y puso a su hijo, muy pocos días después, de vuelta en sus manos. Moisés (AS) tenía que ser amamantado, pero ninguna mujer conocida o cercana al palacio del faraón, de las que podían amamantar, logró realizar tal tarea, ya que el bebé Moisés (AS) las rechazaba a todas. Su hermana, quien era una jovencita y que lo había visto todo cuando Moisés (AS) fue dejado en la caja y como fue recogido en el palacio, se enteró del problema de su hermano y le indicó a la gente del palacio que ella conocía a una señora que amamantaba y que podía realizar esta tarea. Es bueno resaltar que –antiguamente- las mujeres podían estar amamantando, aunque no tuviesen un hijo en edad para ello, ya que se acostumbraba amamantar –por largos períodos- a diversos hijos de otras madres. La gente del palacio, incluyendo la esposa del faraón, accedió a hacer el intento, con la misma madre de Moisés (AS), no teniendo conocimiento de ese parentesco. Así, ella volvió a tener a su hijo en brazos, dándole de comer y cuidándolo, cumpliéndose –más temprano que tarde- la promesa de Dios: “Hasta entonces no habíamos permitido que ninguna nodriza pudiera amamantarlo; entonces (la hermana de Moisés) dijo: ¿Queréis que os indique una familia que puede cuidarlo para vosotros criándolo bien? * Y así se lo devolvimos a su madre para consuelo de sus ojos y para que no se entristeciera y supiera que la promesa de Dios es verídica; sin embargo la mayoría de ellos no saben” (28:12-13). Una vez culminada esta tarea, meses después, Moisés (AS) fue devuelto al palacio para seguir allí con su crianza y educación.

Así, Moisés (AS) fue criado en el palacio del faraón, como si fuera un hijo para él y para su esposa. Este hecho se considera realmente el primer milagro relacionado con la historia de Moisés (AS): mientras todos los judíos varones recién nacidos eran sacrificados, Moisés (AS), no sólo fue salvado por Dios, sino que fue criado por el mismo faraón, quien había dictaminado el sacrificio de estos recién nacidos, sin darse cuenta que esta criatura era precisamente la que él temía y que algún día le destruiría su reinado.

Moisés (AS), ya de joven maduro, estaba caminando por la calle y se encontró con dos personas peleando, siendo uno de ellos de su gente (descendiente de Israel). En un intento por defender a la persona que era de su gente, Moisés (AS) logra darle a la otra persona, siendo egipcia, un golpe, el cual fue –sin intención- mortal. Después de esto, Moisés(AS) estuvo a la expectativa y con cierto temor.

Días después, Moisés (AS) vuelve a encontrar al mismo hombre que es de su gente, peleando con otro egipcio. Por estar buscando pleitos, Moisés (AS) lo reprendió y se acercó luego –a pesar de esto- para defenderlo. Ese hombre creyó que Moisés (AS) venía a pelear con él, después de haberlo recriminado, y le gritó que él quiere matarlo igual como mató al egipcio, hace unos días, y lo acusó de ser un tirano: “Y amaneció en la ciudad temeroso y vigilante; entonces el que el día anterior le había pedido ayuda le pidió socorro a voces; Moisés le dijo: Eres un perdido, sin ninguna duda * Y cuando se disponía a agredir al que era enemigo de ambos, éste dijo: ¡Moisés! ¿Acaso quieres matarme como mataste a otro, días antes? ¿Es que únicamente deseas ser un tirano en la tierra en vez de ser de los virtuosos?” (28:18-19). Después de este evento, Moisés (AS) pensó que la noticia se propagaría rápidamente, por lo que se ocultó para prevenir que los egipcios lo mataran por venganza.

Al mismo tiempo, el faraón se enteró de lo sucedido y se percató que Moisés (AS) –definitivamente- se consideraba a sí mismo más como uno de los hijos de Israel que como egipcio, a pesar de ser prácticamente su hijo adoptado. Entonces, el faraón envió a un grupo de hombres para que lo matasen, como castigo por lo que había cometido y por su ingratitud. Sin embargo, una persona egipcia, pero creyente, se adelantó buscando a Moisés (AS) hasta que lo encontró y le informó lo que ya se estaba tramando en su contra, aconsejándole que escapara de Egipto: “Y vino un hombre corriendo desde la parte más alejada de la ciudad, y dijo: ¡Moisés! La gente está conspirando contra ti para matarte; escápate pues, yo soy para ti un consejero * Y salió de ella temeroso y alerta; dijo: ¡Señor mío! Sálvame de la gente injusta” (28:20-21).

Así, Moisés (AS) salió de Egipto, en dirección hacia Palestina, queriendo atravesar el desierto del Sinaí, escapando del faraón y de los egipcios, quienes habían ya dictaminado su muerte. Él estaba confiado en que Dios lo iba a guiar a un sitio seguro, donde podía permanecer sin que lo alcanzase la tiranía del faraón y la venganza de los egipcios. Después de varios días, soportando la inclemencia del desierto, el hambre, la sed y el calor del sol, llegó a la entrada del pueblo de Madyan, donde vivía el profeta Jetro (Chu´ayb) “Y mientras iba en la dirección de los Madyan, dijo: Puede que mi Señor me guíe al camino recto” (28:22).

Allí se encontró con dos mujeres jóvenes que estaban cerca de un pozo, donde había varios hombres dándoles a beber a sus respectivos animales. Moisés (AS) se les acercó a las dos jóvenes y les preguntó porqué tenían un largo rato allí, simplemente esperando. Las jóvenes le explicaron que los hombres, aprovechándose de su condición de más fuertes, no respetaban su turno y se les adelantaban a ellas; las mismas estaban solas, ya que su padre era un anciano y no podía venir a realizar este necesario quehacer: “Y cuando llegó a la aguada de los Madyan encontró a un grupo de gente abrevando a sus rebaños y apartadas de ellos a dos mujeres que mantenían a su ganado alejado; (Moisés) les dijo: ¿Qué os pasa? Dijeron: No podremos abrevar hasta que no se vayan los pastores, nuestro padre es muy anciano” (28:23). Entonces Moisés (AS) las ayudó, abriendo camino entre los hombres y extrajo el agua necesaria para darle de beber a las ovejas de las dos jóvenes. Las mismas le agradecieron su buen gesto. Al voltearse para dirigirse hacia su casa, las jóvenes escucharon a Moisés (AS), suplicándole a Dios por algo de comer: “Entonces abrevó para ellas y luego se retiró a la sombra y dijo: ¡Señor mío! Realmente me hallo en necesidad de que me hagas descender algún bien” (28:24).

Al llegar a su casa, las dos jóvenes hermanas le contaron a su padre (el profeta Jetro, o Chu´ayb (AS)) lo que había sucedido. Entonces Jetro (Chu´ayb (AS)) le pidió a una de sus hijas que fuese donde habían dejado a Moisés (AS), para invitarle a su casa, como agradecimiento por su ayuda. Moisés (AS) aceptó la invitación y acompañó a la joven a su casa. Estando allí, él le narró a Jetro (Chu´ayb (AS)) lo que le había sucedido en Egipto. Chu´ayb (AS) lo tranquilizó y le dijo que había hecho bien al escapar de la tiranía del faraón y de los egipcios: “Y vino a él una de las dos, caminando con pudor, dijo: Mi padre te invita para compensarte que hayas abrevado para nosotras; y cuando (Moisés) llegó a su presencia y le contó (a Jetro o Chu´ayb) su historia, (éste) dijo: No temas, estás a salvo de la gente injusta” (28:25).

Moisés (AS) se quedó un tiempo viviendo en la casa de Jetro (Chu´ayb) (AS) y trabajando para él, cuidando de su rebaño. Un día, Jetro (Chu´ayb) (AS) le ofrece a Moisés (AS) a una de sus hijas en matrimonio, con la condición de que trabajase para él entre unos ocho y diez años. Este ofrecimiento fue aceptado por Moisés (AS), casándose así con la hija del profeta Jetro (Chu´ayb) (AS) “(Jetro o Chu´ayb) Dijo: Quiero casarte con una de mis hijas a cambio de que trabajes para mí durante ocho años, aunque si culminas hasta diez será cosa tuya, no quiero hacértelo difícil; si Dios quiere, te darás cuenta que soy justo” (28:27). Es importante resaltar que el Corán, al narrar la historia de Moisés (AS), no menciona el nombre de Jetro (Chu´ayb) (AS). Sin embargo, narraciones transmitidas del profeta Muhammad (SAAWAWS), indican que el profeta Moisés (AS) se casó con la hija del profeta Jetro (Chu´ayb) (AS). Además, el Corán sí menciona que el pueblo donde llegó Moisés (AS) después de escapar de Egipto es el de Madyan, siendo este pueblo el mismo donde vivió el profeta Jetro (Chu´ayb) (AS), según su historia narrada en el Corán y expuesta en un punto anterior de este capítulo.

Al término del período acordado, Moisés (AS) emprende su mudanza, con su familia. Al alejarse de la casa de su suegro y del pueblo de Madyan, Moisés (AS) observó que había fuego en la ladera de la montaña. Ya era de noche y hacía frío. Entonces, él pidió a su familia que esperasen en el sitio donde estaban, para que él averiguase sobre ese fuego y les trajese algún tizón que les sirviese para calentarse y protegerse del frío: “Y habiendo Moisés concluido el plazo y partido con su familia, distinguió en la ladera del Monte un fuego y dijo a su familia: ¡Esperad! He visto un fuego y quizás pueda volver con alguna noticia o con algún tizón con el que podáis calentaros” (28:29).

Al llegar al sitio del fuego, Moisés (AS) escuchó una voz que le estaba hablando, pero no podía ver quien le hablaba, lo cual le asustó mucho, hasta que finalmente escuchó con claridad: Yo soy Dios, el Señor de los mundos: “Y cuando llegó a él, una voz lo llamó desde el margen derecho del valle en el lugar bendito donde está el árbol: ¡Moisés, Yo soy Dios el Señor de los mundos!” (28:30). Moisés (AS), perplejo del susto, se muestra con mucha confusión; ¡No podía creer lo que estaba sucediendo! Enseguida, Dios le ordena a Moisés (AS) que quitara sus sandalias, al encontrarse en un sitio bendito y sagrado: “Yo soy tu Señor, quítate las sandalias pues estás en el sagrado valle de Tuwa” (20:12). Después de esta introducción, lo primero que le resalta Dios a Moisés (AS), después de indicarle que lo ha elegido como Mensajero, es la importancia de practicar la oración o rezo, y de creer en el Día de la Resurrección: “Te he elegido, así pues pon atención a lo que se te inspira: * Yo soy Dios; no hay dios excepto Yo; adórame y establece la Oración para recordarme. * La Hora vendrá con toda seguridad, y casi la tengo oculta, para compensarle a cada quien con base en lo que haya hecho * Que no te aparte de ella aquél que no cree en ella y que sigue sus pasiones, pues te perderías” (20:13-16). Entonces, para darle un signo a Moisés (AS), Dios le indica que tire el bastón que tiene en la mano; inmediatamente Moisés (AS) obedeció. Más sorpresa y espanto tuvo cuando vio que su bastón se transformó en una víbora viviente, que le hizo correr, tratando de prevenir que le hiciera daño:

  • “¡Tira tu bastón! Y al verlo reptar como una víbora (Moisés) se apartó espantado sin volverse atrás; (entonces Dios le dijo): “¡Moisés! Ven y no tema; tú eres de los que están a salvo” (28:31)
  • “(Dios) Dijo: Tómalo y no temas, lo devolveremos a su forma original” (20:21)

Luego, Dios le pide que introduzca su mano dentro de su bolsillo y la vuelva a sacar. Al hacerlo, Moisés (AS) vio que su mano se había vuelto de color blanco, pero sin daño alguno: “Desliza tu mano por el escote y saldrá blanca sin que tenga mal alguno; y apriétate el pecho con la mano para vencer el miedo; estas son las dos pruebas de tu Señor para el faraón y su corte; realmente son gente corrupta” (28:32).

Lo expresado al final del versículo (28:32), es una orden de Dios, indicándole a Moisés (AS) que regrese a Egipto, y le muestre estos mismos dos signos al faraón y a su corte, con la esperanza de que reflexionen y dejen de seguir cometiendo actos de tiranía y de injusticia. Moisés (AS) le dijo a Dios que él tenía cierto temor, por dos razones: (a) él había escapado de Egipto, por haber matado a uno de sus ciudadanos, y (b) él no tenía una soltura verbal comunicándose con los demás. Por estas razones, y teniendo toda la intención de obedecerle, Moisés (AS) le pidió que sumara a su hermano Aarón (AS) (Haroun) con él en esta misión, solicitud favorecida con el beneplácito de Dios: “Dijo: ¡Señor! Maté a uno de ellos y temo que me maten * Y mi hermano Aarón se expresa con más soltura y claridad que yo; envíalo conmigo como ayudante que confirme mis palabras, pues realmente temo que me desmientan * (Dios) Dijo: Te fortaleceremos con tu hermano y os daremos autoridad de manera, que gracias a Nuestros signos, no podrán haceros daño; vosotros y quien os siga seréis los vencedores” (28:33-35). Dios tranquiliza a Moisés (AS) y le da seguridad, prometiéndole que el faraón no le haría daño alguno ni a él ni a su hermano y que tanto él como su hermano, así como aquellos que les seguirían, vencerían –al final- al faraón y a su gente.

Así, Moisés (AS), junto a su familia, emprendió su viaje de regreso hacia Egipto. Una vez allí, lo primero que hace es dirigirse a la casa de sus padres, contarles lo sucedido e indicarle a su hermano Aarón (AS) que Dios lo había seleccionado para acompañarlo (a Moisés (AS)) en la misión encomendada. La misma consiste, adicionalmente a solicitarle al faraón que reflexione y que siga los mandamientos de Dios, en el sentido de creer en Él y dejar las prácticas de injusticia y tiranía, en liberar a los hijos de Israel de la esclavitud y dejarlos volver hacia Palestina, desde donde el profeta Jacobo (AS) salió con su familia en la época de su hijo, el profeta José (AS): “¡Id a él! (al faraón) y decidle: Somos mensajeros de tu Señor, deja ir con nosotros a los hijos de Israel y no los castigues, hemos venido a ti con un signo de tu Señor; y que la paz sea con quien siga la guía correcta” (20:47).

Siguiendo el mandato de Dios, y para cumplir con su misión, Moisés (AS) y su hermano Aarón (AS) se dirigieron al palacio del faraón. Al llegar, ellos le transmitieron el mensaje de Dios, quien les había ordenado iniciar la conversación con el faraón con un llamado a la recapacitación, con un tono moderado: “Y habladle de manera suave, tal vez recapacite y se vuelva temeroso” (20:44). Al solicitarle al faraón que libere a los hijos de Israel (de Jacobo (AS)) y que los deje ir hacia Palestina, el faraón le reprochó a Moisés (AS) el hecho de que él (el faraón) y su esposa lo habían favorecido y criado hasta su juventud, y que había escapado, sin castigo, después de matar a uno de los egipcios: “(el faraón) Dijo: ¿Acaso no te criamos con nosotros cuando eras niño y permaneciste entre nosotros años de tu vida * e hiciste lo que hiciste convirtiéndote en un renegado?” (26:18-19), a lo que Moisés (AS) respondió: “Dijo: Cuando lo hice estaba entre los extraviados * Y al sentir miedo huí de vosotros; entonces mi Señor me concedió juicio y me hizo uno de los enviados * ¿Y éste es el favor que tú me hiciste: esclavizar a los hijos de Israel?” (26:20-22). El faraón, en ese momento cambia la conversación y le pregunta a Moisés (AS):

  • Dijo el Faraón: ¿Y quién es el Señor de los mundos?” (26:23), a lo que Moisés respondió: “Dijo: El Señor de los cielos y de la tierra y de lo que hay entre ambos, si quisieras tener certeza” (26:24)
  • Dijo: Es vuestro Señor y el Señor de vuestros primeros padres” (26:26)
  • Dijo: El Señor del oriente y del occidente y de lo que hay entre ambos, si comprendierais” (26:28)

El faraón, quien por su arrogancia y el poder que ejercía se creía el ser supremo, le dijo a Moisés (AS), en tono de advertencia: “Dijo: Si tomas otro dios que no sea yo, te dejaré entre los prisioneros” (26:29). En reacción a ello, Moisés (AS) le dijo: “Dijo: ¿Incluso si te muestro una evidencia?” (26:30). Allí el faraón le retó: “Dijo: Muéstralo, si eres de los que dicen la verdad” (26:31). En ese momento, Moisés (AS) le mostró al faraón los dos signos que Dios le dio (a Moisés (AS)) cuando éste estaba en el valle bendito: transformación del bastón en una serpiente y el cambio del color de su mano al ponerla en su bolsillo y volver a extraerla. El faraón, por temor a que la gente presente creyera en Moisés (AS) y en su predicación, comentó ante todos que esto era una simple magia y, para demostrar y contrarrestar la misma, decidió traer a los mejores magos de Egipto y reunirlos con Moisés (AS), en una competencia de magia, con el fin, o con la esperanza, de que estos magos hagan descubrir la falsedad de la predicación de Moisés (AS) y de sus “supuestos signos”.

Cuando llegó el día acordado, se reunieron todos, en presencia de las multitudes, y comenzó la competencia de magia entre Moisés (AS) y los magos del faraón. Estos comenzaron lanzando sus respectivos bastones, los cuales, por efecto de su magia, son vistos por la multitud como serpientes. Moisés (AS) fue el último en lanzar su bastón, el cual se transformó en una gigante y real serpiente, la cual se tragó a todas las demás “supuestas” serpientes. Al ver lo sucedido, y conscientes sobre la realidad de los hechos y de las limitaciones de la magia, los mismos magos se postraron ante Moisés (AS) (no para Moisés (AS)), como señal de creencia en Moisés (AS) y en su mensaje; ellos sabían que lo sucedido es un fenómeno sobrenatural que va mucho más allá que cualquier simple efecto de magia y que esto confirmaba la existencia de Dios, de quien Moisés (AS) hablaba: “Entonces cayeron los magos postrados * Dijeron: Creemos en el Señor de los mundos * el Señor de Moisés y de Aarón” (26:46-48). El faraón, muy molesto con este acto de arrepentimiento de los magos y su creencia en lo predicado por Moisés (AS), los amenazó fuertemente: “Dijo: ¿Creéis en él sin mi permiso? Él es, en verdad, vuestro cabecilla, el que os ha enseñado la magia, pero vais a saber: Os cortaré la mano y el pie cruzados (la mano derecha y el pie izquierdo, o viceversa) y os crucificaré a todos” (26:49). Los magos hicieron caso omiso a las amenazas del faraón, quien –posteriormente- los castigó, tal como les había advertido.

Por supuesto, el faraón no les permitió a los descendientes de Jacobo (AS) salir de Egipto, en compañía de Moisés (AS) y de Aarón (AS); más bien él encarceló a aquellos que creyeron en Moisés (AS) y en su predicación, y comenzó a torturar y matar a muchos otros, a pesar de los signos que le fueron mostrados. Los descendientes de Israel (de Jacobo (AS)) comenzaron a quejarse ante Moisés (AS), diciéndole que su retorno no les ha salvado y que su situación con el faraón seguía igual o peor. Moisés (AS), les exhortaba a tener paciencia y que –al final- ellos serían salvados, tal como Dios lo prometió: “Dijeron: Hemos sufrido antes de que tú vinieras a nosotros y también después; (Moisés) dijo: Puede que vuestro Señor destruya a vuestros enemigos y haga que les sucedáis en la tierra para ver cómo actuáis” (7:129).

El faraón se mantuvo con su negativa, a pesar de seguir presenciando muchos otros sucesivos signos que Dios mostraba para hacerlo reflexionar. Sin embargo, estos otros signos no eran –como los primeros- simples actos inofensivos, sino que lastimaban al faraón y a Egipto. Estos signos fueron: (1) Una fuerte y prolongada sequía, que afectaba la siembra, (2) un diluvio que dañó las casas y las propiedades, (3) langostas que se comían todas las siembras, (4) piojos, (5) ranas que invadían las casas, (6) transformación de las aguas del Nilo en sangre, cuando éstas se ponían en manos de los egipcios, por lo que ya no podían beber de las mismas.

El milagro en estos signos consiste en: (a) que todas estas manifestaciones le hacían daño únicamente a los egipcios, más no a los hijos de Israel, y (b) que toda vez que ocurría una de estas manifestaciones, el faraón le pedía a Moisés (AS) que le suplicara a “su” Dios para que la misma cesase, con la promesa (del faraón) de que dejaría libres a los hijos de Israel y los dejaría salir hacia Palestina; cada vez que Moisés (AS) solicitaba a Dios que la manifestación cesase, la misma cesaba.

Sin embargo, el faraón no cumplía su promesa; esto se repitió una vez tras otra, excepto la última manifestación o el último signo:

  • Y castigamos a la familia del faraón con los años de sequía y esterilidad y la falta de frutos para que tal vez recapacitaran” (7:130)
  • Y enviamos contra ellos el diluvio, las langostas, los piojos, las ranas y la sangre como signos claros, pero se llenaron de soberbia y fueron gente de mal * Pero cuando hubo caído sobre ellos el castigo, dijeron: ¡Moisés!: Ruega por nosotros a tu Señor según lo que acordó contigo; si apartas de nosotros este castigo, te creeremos y dejaremos ir contigo a los hijos de Israel * Pero cuando los libramos del castigo durante un tiempo fijado y al cumplirse el plazo, ellos no cumplieron” (7:133-135)

A pesar de todos estos signos, el faraón quería demostrarle a su gente que el dios de Moisés (AS) (Dios) no existía, y que él era el único dios de los egipcios. Para ello, él le pidió a uno de sus ministros más allegados, llamado “Hamán”, que le construyera una torre altísima, para ver si logra ver a Dios. Por su incredulidad, él sabía que no iba a ver a Dios; sin embargo, esto fue con toda la intención de mostrarle a su gente –como, por supuesto, no iba a ver a Dios- que Dios de quien Moisés (AS) predica, no existe: “Y el faraón dijo: ¡Consejo de nobles! No sé que tengáis otro dios que yo, así pues, Hamán, cuece barro para mí y hazme una torre para que pueda subir hasta el dios de Moisés, pues realmente lo tengo (a Moisés) por mentiroso” (28:38). Después de esto, el faraón fue mucho más lejos en su intento de engañar y descarriar a los egipcios, a quienes él quería convencer que él era su –único- dios:

  • Y el faraón llamó a su gente, dijo: ¡Gente mía! ¿Acaso no me pertenece la soberanía de Egipto y estos ríos que corren a mis pies? ¿Es que no lo veis? * ¿Acaso no soy yo mejor que éste (Moisés), que es insignificante y apenas puede explicarse? * ¿Cómo es que no ha recibido ningún brazalete de oro o han venido con él los ángeles en grupo? * (el faraón) Buscó el punto débil de su pueblo y le obedecieron, realmente era gente descarriada” (43:51-54)
  • Pero negó la realidad y desobedeció * luego se desentendió y siguió con lo suyo * Y convocó y proclamó * diciendo: Yo soy vuestro señor supremo” (79:21-24)

Después del último signo, el faraón no tuvo más duda alguna en cuanto a que todo lo que estaba sucediendo en Egipto, era motivado –de alguna manera- por Moisés (AS). Con el fin de terminar con esta cadena de catástrofes o desgracias que agobiaban a su pueblo, el faraón accedió a liberar a los hijos de Israel y dejarlos salir de Egipto. Sin embargo, cuando estos ya estaban cerca del mar (el Mar Rojo), el faraón decide, otra vez, incumplir su promesa y se preparó a salir con su ejército tras ellos para obligarlos a volver a Egipto, o para aniquilarlos. Al avistar desde lejos que el ejército del faraón venía persiguiéndolos, los hijos de Israel tuvieron un enorme temor por sus vidas, ya que conocían la tiranía del faraón, y en ese momento ellos estaban frente al mar, sin contar con medios que les permitiesen avanzar. Ante esta situación de desespero y de extremo miedo de los hijos de Israel, Moisés (AS) le suplica a Dios para que ayude a su pueblo. Finalmente, Dios le inspira a Moisés (AS) que golpee las aguas del mar con su bastón. Al hacerlo, el mar se abrió, formándose una senda de tierra, la cual usaron los hijos de Israel para seguir avanzando y escapar del ejército que venía hacia ellos. Algunas referencias mencionan que el mar se abrió en doce sendas, un número igual a los hijos directos de Jacobo (AS). Al llegar este ejército, junto con el faraón, tomaron la senda de tierra que se había formado entre las aguas del mar con el poder de Dios. Cuando todo el ejército ya estaba en la mencionada senda, la misma comenzó a inundarse con las aguas del mar, que volvieron a tomar su cauce original, pero sólo en el trayecto que los descendientes de Israel (Jacobo (AS)) iban dejando detrás de ellos. Finalmente, todos ellos llegaron a la otra orilla del mar, a salvo, mientras que el ejército del faraón fue totalmente ahogado. El único que quedó con vida de todo el ejército fue el mismo faraón, quien finalmente –estando a punto de ahogarse- le pidió a Dios que lo salvara, después de expresar su arrepentimiento. Sin embargo, Dios no le aceptó este arrepentimiento, ya que el mismo fue expresado justo al momento de enfrentarse con la muerte. A pesar de esto, Dios lo salvó en cuerpo, más no en alma, sólo para que fuese otro signo más para el resto de la humanidad: “Hicimos que los hijos de Israel cruzaran el mar y el faraón y sus ejércitos los persiguieron con hostilidad e injusticia, hasta que al ver que las aguas lo ahogaban, dijo (el faraón): Creo que no hay otro dios sino Aquél en el que creen los hijos de Israel y soy de los que se someten (a Dios) * (Dios le dijo) ¿Ahora?, ¿cuando antes desobedecías y eras de los corruptores? * Hoy arrojaremos tu cuerpo a tierra firme con el fin de que sea un signo para los que vengan después de ti; pero es cierto que muchos de los hombres son indiferentes a Nuestros signos” (10:90-92).

Es justo resaltar que, a pesar de que el faraón era un tirano y no creía en Dios, su esposa Asiah era una mujer creyente en Dios, y creía en lo que Moisés (AS) predicaba. El Corán nos da una constancia de ello: “Y Dios les pone un ejemplo a los que creen: La mujer del faraón cuando dijo: ¡Señor mío! Haz para mí una casa, junto a Ti, en el Paraíso, y sálvame del faraón y de sus actos; y sálvame de la gente injusta” (66:11).

Los signos de Dios siguieron manifestándose después de la salvación de los hijos de Israel del faraón. Al cruzar el mar y llegar al otro lado, sanos y salvos, los descendientes de Israel (Jacobo (AS)) se encontraron a sí mismos en un desierto, sin agua, sin comida, sin casas, y con mucho calor. Como respuesta a las súplicas de Moisés (AS), Dios siguió manifestando sus signos, esta vez para salvarlos de la inclemencia del desierto, del hambre, de la sed y del calor:

  • Y os cubrimos con la sombra de la nube e hicimos que bajaran el maná y las codornices: ¡Comed de las cosas buenas con las que os sustentamos!....” (2:57)
  • Y los dividimos en doce tribus; y cuando Moisés pidió dar de beber a su gente, le inspiramos: ¡Golpea la piedra con tu vara! Y brotaron de ella doce fuentes; cada uno supo de dónde debía beber; y extendimos sobre ellos la sombra de la nube y les bajamos el maná y las codornices: ¡Comed de lo bueno que os proveemos!....” (7:160)

Cabe resaltar que no todos los descendientes de Israel (Jacobo (AS)) habían creído en lo que predicaba Moisés (AS); sólo pocas personas eran los creyentes. Esto es sumamente notorio, más después de que ellos habían presenciado y vivido en Egipto los nueve signos que Dios puso de manifiesto, para apoyar a su profeta Moisés (AS), y los cuales fueron decisivos para su salvación del faraón y de la vida de servidumbre a la que estaban sometidos. A pesar de esto y a pesar de la manifestación de más signos, estando ya a salvo en el Sinaí, los cuales fueron decisivos para su supervivencia, los descendientes de Jacobo (AS), al pasar por un pequeño pueblo, donde vieron que su gente le rendía culto a las estatuas, le pidieron a Moisés (AS) que les hiciera una estatua especial para ellos, con el fin de venerarla y rendirle culto: “E hicimos que los hijos de Israel cruzaran el mar, hasta que llegaron a una gente entregada a la devoción de unos ídolos que tenían; dijeron: ¡Moisés! Queremos que nos busques un dios, igual que ellos tienen dioses; (Moisés) Dijo: Realmente sois gente ignorante * La verdad es que aquello a lo que están dedicados es perecedero y es inútil lo que hacen * Dijo: ¿Deseáis tener otra divinidad que Dios cuando Él os ha preferido sobre los demás? * ¿Y cuando os salvó de la gente del faraón que os atormentaba con el peor de los castigos al matar a vuestros hijos y dejar con vida a vuestras mujeres? Ahí sí que teníais una gran prueba que vuestro Señor os ponía” (7:138-141).

Cuando Moisés (AS) y su gente se acercaron al sitio donde recibió la revelación por primera vez, Dios le ordenó a Moisés (AS) que se fuera -otra vez- al mismo sitio, y que se preparara para quedarse allí unos 40 días. Moisés (AS) obedeció la orden de Dios, después de delegar en su hermano Aarón (AS) el cuidado y la guía de su gente durante su ausencia: “Emplazamos a Moisés durante treinta noches que completamos con diez más, de manera que el tiempo que determinó su Señor fueron cuarenta noches; dijo Moisés a su hermano Aarón: Ocupa mi lugar entre mi gente, pon orden y no sigas el camino de los corruptores (7:142).

Una vez en el sitio de la primera revelación, Moisés (AS) le pidió a Dios que Lo dejara ver. Esta petición no fue concedida, ya que Dios no puede ser visto por los ojos, ni por la imaginación de las personas; su “descriptibilidad” es imposible, ya que va mucho más allá de lo que los sentidos del ser humano puedan palpar y de lo que su mente pueda comprender: “Y cuando Moisés vino a Nuestra cita y su Señor le habló, dijo: ¡Señor mío! Muéstrate ante mí para que pueda verte; dijo: No Me verás, pero mira el monte y si permanece en su sitio entonces Me verás; y cuando su Señor se manifestó al monte lo pulverizó y Moisés cayó fulminado; al volver en sí, (Moisés) dijo: ¡Gloria a Ti! A Ti me vuelvo y soy el primero de los creyentes” (7:143).

Después de esto, Moisés (AS) comenzó a recibir los mandamientos de Dios: “Y escribimos para él (Para Moisés), en las Tablas, toda clase de exhortación y dilucidación de todas las cosas; recíbelas, pues, con fervor, y encomienda a tu pueblo que observe lo esencial de ellas; pronto os mostraré la morada de los pervertidos” (7:145). El compendio de los mensajes, mandamientos y leyes recibidos por Moisés (AS), conforma el libro sagrado “la Torah”. Aquí se observa que el que recibía las revelaciones y mensajes de Dios era Moisés (AS) y no Aarón (AS). Esto es un ejemplo de la diferencia entre un Mensajero y un Profeta (SAAWAWS). Moisés (AS), siendo profeta, es también Mensajero, mientras que Aarón (AS) es sólo Profeta. Algunas referencias indican que lo recibido por Moisés (AS) en ese encuentro con Dios, durante los 40 días son “Hojas”, mientras que el libro sagrado “la Torah” fue recibido por Moisés (AS), después de ese encuentro, de una manera sucesiva, hasta su muerte.

Al completarse los 40 días del encuentro de Moisés (AS) con Dios, Él le hace saber que su pueblo había sido descarriado en apenas estos 40 días, porque ha dejado llevarse por una persona cuyo apodo es el “Samaritano”. “(Dios) Dijo: Es cierto que, en tu ausencia, hemos puesto a prueba a tu gente y el Samaritano los ha extraviado” (20:85). Moisés (AS), apenado, vuelve al sitio donde dejó a su pueblo antes de irse al encuentro con Dios, y les reprocha, por su descarrío: “Entonces Moisés regresó a su gente enojado y dolido, y dijo: ¡Gente mía! ¿Acaso no os hizo vuestro Señor una digna promesa? ¿El tiempo os pareció largo o es que quisisteis que el enojo de vuestro Señor caiga sobre vosotros? Habéis incumplido lo que me prometisteis” (20:86). Su gente le respondió con una vulgar excusa: “Dijeron: No hemos faltado a la promesa que te hicimos por iniciativa propia sino que nos hicieron cargar con el peso de las alhajas de la gente y las arrojamos (al fuego) como hizo el Samaritano * Y les hizo la figura de un becerro que mugía; luego dijeron: Este es vuestro dios y el dios que Moisés olvidó” (20:87-88). Moisés (AS) les reprochó el hecho de que no hayan reflexionado: “¿Es que no veían que no les contestaba, ni tenía el poder de perjudicarles o beneficiarles?” (20:89). Luego se dirigió a su hermano Aarón (AS), a quien había dejado para cuidar de ellos y servirles de guía, durante su ausencia, y le recriminó por lo sucedido: “Dijo: ¡Aarón! ¿Qué te impidió, al ver que se extraviaban * Seguirme?; ¿Es que desobedeciste mi orden?” (20:92-93). Aarón (AS) le respondió a su hermano Moisés (AS): “Dijo: ¡Hijo de mi madre! No me agarres por la barba ni por la cabeza (o sea, no me recrimines); de verdad que temí que dijeras: Has creado separación entre los hijos de Israel y no has esperado mi palabra” (20:94). De hecho, Aarón (AS) le había advertido a su pueblo que estaban siendo descarriados, y se estaban desviando de las órdenes de Moisés (AS): “Aarón ya les había advertido: ¡Gente mía! Con esto sólo se os está poniendo a prueba; realmente vuestro Señor es Misericordioso, seguidme y obedeced lo que os mandó * Dijeron: No vamos a cesar de estar dedicados a su culto hasta que no regrese Moisés a nosotros” (20:90-91). Luego, Moisés (AS) se dirigió al Samaritano para, también, recriminarlo por lo que había hecho: “Dijo: Y tú Samaritano, ¿Cuál era tu intención? * (El Samaritano) Dijo: Sabía lo que ellos ignoraban, así que he tomado un puñado (de la tierra) en la que el mensajero dejó sus huellas y lo he arrojado; esto es lo que me ha sugerido mi alma * (Moisés) Dijo: ¡Vete! Durante toda tu vida tendrás que decir: ¡No me toquéis! Y tienes una cita a la que no faltarás; mira a tu dios (el becerro), ése al que te entregaste; lo quemaremos y esparciremos sus cenizas por el mar” (20:95-97). Lo dicho por Moisés (AS) al Samaritano que tendrá que decir durante toda su vida “no me toquen”, se refiere a que el Samaritano sería castigado, por Dios, con una enfermedad, con la cual él no podría soportar que nadie lo tocara; la misma duraría toda su vida.

Después de este evento, Moisés (AS) le suplicó a Dios que le perdonara a él y a su hermano. En cuanto a su pueblo, especialmente aquéllos que tomaron al becerro como un objeto de adoración, éstos mostraron arrepentimiento por lo que hicieron; sin embargo, para aceptar dicho arrepentimiento, Dios ordenó que fuesen matados, por aquéllos que se mantuvieron fieles a la adoración de Dios, castigándoles así en la vida temporal, y aceptando su arrepentimiento para la vida eterna: “Cuando Moisés dijo a su gente: ¡Pueblo mío! Habéis sido injustos con vosotros mismos habiendo tomado el becerro (como dios); volveos a vuestro Creador y que unos den muerte a los otros; eso es lo mejor para vosotros ante vuestro Creador; Él os ha aceptado de nuevo, porque Él es el que se vuelve en favor de Sus siervos, el Compasivo” (2:54).

Moisés (AS) iba con cierta frecuencia a dirigirse a Dios, en el mismo sitio donde recibió la primera revelación. Una vez, varias personas le dijeron a Moisés (AS) que ellos querían escuchar directamente a Dios, tal como él Lo escucha. Moisés (AS) seleccionó a unas setenta personas, entre su pueblo, para acompañarle al sitio mencionado. Allí, Dios hizo que todos ellos escuchasen Su voz cuando le hablaba a Moisés (AS). A pesar de su perplejidad, esto no les fue suficiente para reforzar su creencia o fe, por lo que le dijeron a Moisés (AS) que ellos querían ver a Dios, para terminar de eliminar cualquier duda en torno a su fe y creencia en Dios. Moisés (AS) les indicó que Dios no puede ser visto; sin embargo, ellos insistieron con su pedimento. Como respuesta a esto, Dios hizo que todos ellos se muriesen en el acto. Moisés (AS) le suplicó a Dios que los perdonase y que los reviviese. Dios accedió a la petición de Moisés (AS) y los revivió, después de perdonarlos: “Y cuando dijisteis: ¡Moisés! No creeremos en ti hasta que no veamos a Dios abiertamente, el rayo os fulminó mientras mirabais * Luego, después de muertos, os devolvimos a la vida para que pudierais agradecer” (2:55-56).

Moisés (AS) había recibido de Dios la instrucción, no sólo de salvar a su pueblo del faraón y sacarlos de Egipto, sino también de llevarlos hacia la Tierra Santa, en Palestina. Llegado el momento, Moisés le informó a su pueblo que ya era tiempo de seguir el viaje, hasta llegar a Tierra Santa: “Y cuando Moisés dijo a su gente: ¡Pueblo mío! Recordad las bendiciones que Dios os dio cuando hizo surgir entre vosotros profetas, os hizo reyes y os dio lo que a nadie en los mundos le había dado * ¡Pueblo mío! Entrad en la Tierra Santa que Dios ha destinado para vosotros y no retrocedáis, porque entonces seríais desventurados” (5:20-21). Los descendientes de Israel (o sea, de Jacobo (AS)) se negaron a seguir la instrucción de Dios, comunicada a ellos por Moisés (AS), ya que se habían enterado que en Tierra Santa había personas de tamaño gigante y eran guerreros. A pesar de que un par de personas creyentes, de mucha fe, intentaron animar al resto diciéndoles que una vez que entrasen, ellos serían los vencedores, los descendientes de Jacobo (AS), temiendo por sus vidas, por lo frágil de su fe, le respondieron a Moisés (AS) con una rotunda negativa: “Dijeron: ¡Moisés! En ella hay un pueblo de gigantes y no vamos a entrar hasta que no salgan de allí; y sólo cuando hayan salido entraremos * Dos hombres de los que temían a Dios y a los que Él había favorecido, dijeron: Apareced ante ellos por la puerta, y cuando hayáis entrado por ella, seréis vencedores, y encomendaos a Dios si sois creyentes * Dijeron: ¡Moisés! Nosotros no vamos a entrar mientras ellos sigan ahí, así que id tú y tu Señor y luchad vosotros, que nosotros nos quedamos aquí * (Moisés) Dijo: ¡Señor mío! Yo sólo tengo autoridad sobre mi propia persona y la de mi hermano; apártanos de la gente depravada” (5:22-25). A causa de esta negativa del pueblo de Moisés (AS), de seguir la instrucción de Dios, Él le informó a su profeta que, como castigo a su pueblo por su débil -o casi inexistente- fe, la Tierra Santa les sería prohibida por cuarenta años, durante los cuales estarían vagando por el desierto, con el norte perdido: “(Dios) Dijo: Estará vedada para ellos, y durante cuarenta años vagarán por la tierra; no te entristezcas por la gente descarriada” (5:26).

Durante esa vagancia del pueblo de Moisés (AS), descendientes de Israel (de Jacobo (AS)), se murió Aarón (AS) y luego se murió Moisés (AS), quien –antes- le había transferido a “Josué” (Yushá´a) (AS) la responsabilidad de cuidar a su pueblo. Este creyó en todo lo que Moisés (AS) había predicado y es –igual que Aarón (AS)- un profeta de Dios. Al cumplirse los 40 años, que conforman el período del castigo que Dios les advirtió, los hijos de Israel (de Jacobo (AS)), con una o dos generaciones siguientes, fueron conducidos por Josué (AS) hacia Palestina. En aquellos momentos, los hijos de Israel (de Jacobo (AS)) ascendían a más de 600 mil personas (según referencias históricas), cuando unos 400 años antes, cuando emigraron con Jacobo (AS) a Egipto, en la época del profeta José (AS), no pasaban de las 90 personas.

La primera ciudad a la que entrarían sería Jericó (Aríha), la cual está ubicada a la orilla occidental del Río Jordán, a unos 16 kilómetros al norte del Mar Muerto. Esto fue después de varias luchas entre los habitantes de dicha ciudad y los hijos de Israel, conducidos éstos por el profeta Josué (AS). Dios les pidió que entrasen a la misma, de una manera muy particular (postrados) y repitiendo unas palabras muy específicas (de arrepentimiento). Sin embargo, muchos de ellos desobedecieron este mandato, por lo que Dios les castigó fuertemente con una peste, a raíz de la cual -se narra que- más de cien mil personas se murieron, antes de entrar a la mencionada ciudad: “Y cuando se les dijo: Habitad esta ciudad y comed de (lo que haya en) ella donde queráis, y rogad: ¡Alivio (o Remisión para vuestras faltas)! Y entrad por la puerta en postración, que así vuestras faltas se os perdonarán; y a los que hagan el bien les daremos aún más * Pero los que de ellos eran injustos dijeron otras palabras (diferentes) de las que se les había ordenado decir y les mandamos un castigo del cielo a causa de la injusticia que habían cometido” (7:161-162). Así fue la entrada de los hijos de Israel (de Jacobo (AS)) a Palestina, después de su retorno de Egipto. Se observa que ni Moisés (AS) ni Aarón (AS) lograron entrar a Palestina, ya que se murieron durante el período en que Dios le había impuesto a su pueblo (de Moisés (AS)) la vagancia o la pérdida en el Sinaí.

El Corán nos narra –adicionalmente- algunas historias relacionadas con Moisés (AS), las cuales no aparecen dentro de la sucesión cronológica de los otros eventos ya mencionados. A continuación, se presentarán dos de estas historias.

 Moisés (AS) y la historia de la vaca

Entre los hijos de Israel (Jacobo (AS)) hubo una persona muerta por asesinato y no se lograba saber quien fue el asesino. Había varias personas sospechosas o acusadas de haber cometido el crimen. Finalmente, le pidieron al profeta Moisés (AS) que les ayudase a dilucidar este tema y sugerir como se tendría que descubrir el asesino, con el fin de darle su castigo: “Y cuando matasteis a uno y disputabais acerca de ello; Dios puso al descubierto lo que ocultabais” (2:72). Entonces Moisés (AS) les indicó, después de que Dios le inspiró, que tenían que sacrificar una vaca: “Cuando Moisés dijo a su pueblo: Dios os manda que sacrifiquéis una vaca; respondieron: ¿Te burlas de nosotros? Dijo: Que Dios me libre de estar entre los ignorantes” (2:67). La gente se sorprendió de la indicación de Moisés (AS), ya que no veían el porqué de sacrificar una vaca para descubrir a un asesino, y creyeron que Moisés (AS) se estaba burlando de ellos. A raíz de ello, en un intento de no seguir la instrucción de su profeta, le exigieron a Moisés (AS) que les indicase como sería esa vaca que tenían que sacrificar, ya que todas las vacas son muy parecidas. A continuación, se muestra la concatenación de las preguntas de la gente y las respuestas del profeta Moisés (AS): “Dijeron: Pídele a tu Señor por nosotros que nos aclare cómo ha de ser; respondió: Dice que sea una vaca que ni esté entrada en años ni sea prematura, sino intermedia; ¡Haced lo que se os ordena! * Dijeron: Pídele a tu Señor por nosotros que nos aclare de qué color ha de ser; y respondió: Dice que sea una vaca de color azafranado intenso, que alegre a quien la vea * Dijeron: Pídele a tu Señor por nosotros que nos diga cómo ha de ser, pues todas las vacas nos parecen semejantes y de verdad que, si Dios quiere, encontraremos el camino * Respondió: Dice que sea una vaca que no haya sido subyugada ni para arar la tierra ni para regar el campo, intacta y sin ninguna marca; dijeron: Ahora has traído la certeza, y la sacrificaron, aunque poco faltó para que no lo hicieran” (2:68-71). Una sola vaca tenía todas estas características que Moisés (AS) les indicó. La misma era propiedad de un joven, quien pidió una suma exorbitante, como compensación por tener que entregarle a ellos su vaca para ser sacrificada, siendo única en sus características. La gente reunió la suma solicitada, adquirieron la vaca, y la misma fue sacrificada. Entonces, Moisés (AS) les indicó que tomaran una parte de la vaca ya sacrificada, para golpear con dicha parte al cuerpo de la persona muerta. Una vez hecho lo indicado, el muerto resucitó y el misma hizo descubrir quien lo había asesinado: “Dijimos: Tocadlo con un miembro de ella; así es como Dios hace vivir lo muerto y muestra Sus signos para que podáis comprender * Luego, y a pesar de esto, sus corazones se endurecieron y se volvieron como las piedras o aún más duros, pues hay piedras de las que nacen ríos, piedras que se quebrajan y mana de ellas agua, y piedras que se derrumban por temor a Dios; Dios no está desatento a cuanto hacéis” (2:73-74). Esta historia es una muestra más de cuanto el pueblo de Moisés (AS) ha presenciado y vivido signos de Dios, los cuales son rápidamente olvidados u obviados, ya que su fe había sido sumamente frágil y volátil.

Moisés (AS) y la historia del profeta “Al Khodr” (AS)

Se trata de una corta narración sobre el encuentro de Moisés (AS) con uno de los siervos de Dios, a quien Dios lo había favorecido con un saber especial. Aunque no está mencionado en el Corán, las narraciones nos dicen que este siervo de Dios es llamado “Al Khodr” (AS) y algunas referencias afirman que es un profeta (SAAWAWS). Esta historia está contenida en unos 18 versículos consecutivos del Corán, por lo que vale la pena presentarla aquí tal como aparece en el mismo: “Y se encontraron (Moisés y Josué) con uno de Nuestros siervos al que le habíamos agraciado con nuestra misericordia y al que habíamos enseñado un conocimiento de Nuestra parte * Moisés le dijo: ¿Puedo seguirte para que me instruyas en la verdad que te fue revelada? * Dijo: Realmente eres demasiado impaciente para estar conmigo * ¿Cómo podrías tener paciencia con algo de lo que no puedes comprender lo que esconde? * Dijo: Si Dios quiere me hallarás paciente y no te desobedeceré en nada * Dijo: Si me sigues no me preguntes por nada hasta que yo te haga mención de ello * Así partieron hasta que cuando habían abordado una embarcación, le hizo un agujero; entonces (Moisés) dijo: ¿Lo has hecho para ahogar a los que van en ella? Realmente has cometido algo insólito * Dijo: ¿No te dije que eras demasiado impaciente para estar conmigo? * (Moisés) Dijo: No tomes en cuenta mi olvido ni me impongas algo difícil * Y se pusieron a andar hasta que dieron con un muchacho al que mató; (Moisés) dijo: ¿Has matado a un ser puro sin que él haya matado a otro? Realmente has cometido un hecho reprobable * Dijo: ¿No te dije que eras demasiado impaciente para estar conmigo? * (Moisés) Dijo: Si en lo sucesivo vuelvo a pedirte explicaciones no dejes que te acompañe más, mis excusas ante ti se han agotado * Y así partieron hasta que llegaron a la gente de una ciudad a las que pidieron algo de comer pero ellos se negaron a darles hospitalidad; allí encontraron un muro que estaba a punto de derrumbarse y lo restauró; (Moisés) dijo: Si hubieses querido habrías podido exigir un pago por ello * Dijo: Aquí tú y yo nos separamos; voy a decirte la interpretación de aquello con lo que no has podido tener paciencia: * En cuanto a la embarcación, pertenecía a unos pobres que trabajaban en el mar y quise estropearla porque los perseguía un rey que se apropiaba a la fuerza de todas las embarcaciones * El muchacho tenía padres creyentes y temíamos que les obligase al descarrío y a la incredulidad * Y quisimos que su Señor les diera a cambio uno mejor que él, más puro y más afectuoso * Y en cuanto al muro, era de dos muchachos de la ciudad que eran huérfanos y debajo del mismo había un tesoro que les pertenecía; su padre había sido de los justos y tu Señor quiso que llegasen a la madurez y pudiesen sacar su tesoro con el beneplácito de tu Señor; no lo hice por mi propia voluntad; ésta es la interpretación de lo que tú eres impaciente para ello” (18:65-82).

El nombre de Moisés (AS) fue mencionado en el Corán 166 veces, y partes de su historia fueron narradas en 34 capítulos del mismo.

Extracto de “LA VERDAD SOBRE EL ISLAM” Desmitificando falsos paradigmasñ Por Abdun-Nabi Chaaban

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