Historias de los arrepentidos (III)

Por: Husain Ansâriyân

 “Hay en sus historias motivo de reflexión para los dotados de intelecto...” [Corán: 12:111]

El arrepentimiento de los hermanos de José

Cuando los hermanos de José (P) fueron por tercera vez donde su hermano, le dijeron: “la aridez nos ha afligido y reina en nuestras tierras. Estamos en gran dificultad. No somos capaces de darle una solución a nuestros problemas. Hemos traído escaso dinero para comprar trigo y sabemos que eres muy generoso para darnos más trigo por este escaso dinero. Danos lo que más puedas y se caritativo con nosotros. De verdad que Dios recompensa al caritativo”.

Cuando José (P) oyó esto, se enojó pues sabía que sus hermanos y el resto de su familia eran débiles y se desesperaban con facilidad. Primero les preguntó:

“¿Sabéis lo que, en vuestra ignorancia, hicisteis a José y a su hermano?”[Corán: 12:89]

Sus hermanos se asombraron con la pregunta y se cuestionaron cómo la máxima autoridad de Egipto sabía sobre este asunto, de donde sabía de José y su destino, cómo sabía que tenían un hermano si su comportamiento no mostraba nada que le revelara, si lo que había pasado con José era algo de lo cual sólo ellos sabían.

Se confundieron para responderle y pensaron por algún tiempo. Las memorias de sus previos viajes ante el rey de Egipto vinieron a sus mentes y le respondieron:

“¿De veras eres tú José?”[Corán: 12: 90]

El Rey de Egipto les contestó:

“¡Yo soy José y éste es mi hermano! Dios nos ha agraciado. Quien teme a Dios y es paciente...Dios no deja de remunerar a quienes hacen el bien”. [Corán: 12: 90]

Los hombres se llenaron de miedo y esperaban que José (P) tomara represalias contra ellos. José (P) tenía muchas influencias en Egipto, contrario a la debilidad de sus hermanos. El resultado era evidente el contraponer su poder con la debilidad de ellos.

Los hermanos de acuerdo con la religión del Profeta Abraham (P) merecían ser severamente castigados. Se tornaron ellos severamente temerosos. No tenían otro remedio sino confesar su pecado, así que dijeron:

“¡Por Dios! Ciertamente, Dios te ha preferido a nosotros. ¡Hemos pecado!”[Corán: 12:91]

Se quedaron en silencio esperado la respuesta de José (P). Escucharon de José (P) lo que nunca habían esperado:

“¡Hoy no os reprochéis nada! ¡Dios os perdonará Él es la Suma Misericordia”. [Corán: 12:92]

Así es la gente de Dios. Tienen el espíritu de perdonar y de olvidar. No toman venganza. No cargan rencor en contra de nadie. Le piden a Dios que tenga misericordia incluso con Sus propios enemigos. Sus corazones están llenos de amor por Dios.

José (P) les dijo a sus hermanos después de asegurarles que no iba a tomar venganza, párense y váyanse para su país. Tomen mi camisa y pónganla sobre el rostro de su padre para que recobre su vista. Entonces regresarán a Egipto a vivir cerca de mí.

Esa era la segunda vez que irían a ver a su padre con una camisa de José (P). La primera vez, la camisa era el símbolo de una maldad potente que envolvía muerte y separación. Era una carta desastrosa para el Profeta Jacob (P). Pero esta vez la camisa tenía un mensaje de vida, de esperanza y de reencuentro después de una terrible y prolongada separación. Era una carta de felicidad para el Profeta Jacob (P).

La camisa, al principio, le causó a Jacob (P) que perdiera su vista y a su vez fue la causa de que José (P) se convirtiera en esclavo después de ser rescatado de aquel pozo. Pero esta vez la camisa de José (P) era la causa de que el padre (P) recobrara su vista y se pusiera feliz.

La primera camisa tenía sangre falsa, pero la segunda tenía el olor de un milagro. ¡Qué gran diferencia hay entre la verdad y la falsedad!

Por tercera vez la caravana de los hermanos de José (P) se dirigió  hacia las tierras de Kan‘ân (Shâm) pero la esperanza alcanzó primero a Jacob (P). Les dijo a los que estaban presentes:

“Noto el olor de José, a menos que creáis que chocheo”. [Corán: 12:94]

Los presentes se burlaron de él y le dijeron:

“¡Por Dios, ya estás en tu antiguo error!”[Ya estás senil] [Corán: 12:95]

Este hombre de sabiduría no les respondió nada ya que sabía que su nivel intelectual no les permitiría comprenderlo.

No pasó mucho tiempo para que el hermoso presentimiento de este noble Profeta (P) se volviera realidad; la caravana llegó con la noticia de haberse encontrado con José (P). Le pusieron la camisa de José (P) en su rostro y así fue como recobró su vista. Luego se dirigió a sus hijos y les dijo:

“¿No os decía yo que sé por Dios lo que vosotros no sabéis?”[Corán: 12: 96]

Los hijos le pidieron a Jacob (P) que les perdonara y este les perdonó y les dijo que le pidieran a Dios que les perdonara su grave pecado. Les prometió también que pediría a Dios por ellos. Ellos reconocieron su pecado y se arrepintieron. Se disculparon con su padre y hermano. Tanto José (P) como Jacob (P) les perdonaron. Ambos le pidieron a Dios que perdonara a sus hijos y hermanos.

El arrepentimiento del morador de una isla

Se narra del Imam Zain-ul ‘Âbidin (P): cierta vez un hombre viajaba con su familia por el mar. El barco se hundió y nadie se salvó excepto la esposa del hombre quien flotó en un pedazo de madera hasta que llegó a la orilla de una isla. En aquella isla vivía un bandido que no dejaba pecado sin cometer. De repente vio una mujer que estaba parada frente a él. Alzó su cabeza y le preguntó: “¿eres una persona o un yin?” Le dijo, “soy un ser humano”. No le dijo ni una palabra más a la mujer. Trató de hacerle el amor. Ella se enojó y se asustó mucho. Él le preguntó: “¿por qué te asustas?” La mujer le dijo: “tengo miedo” y apuntó al cielo. El hombre le dijo, “¿has cometido algún pecado como este antes?”, ella respondió, “no, por Dios que no”. El hombre le dijo, “le temes tanto siendo que no has cometido un pecado como este. Yo quise forzarte a que lo hicieras. Por Dios que soy yo quien debería estar temeroso”. Se fue sin hacerle daño a la mujer y regresó a su casa sin pensar en nada más excepto en su arrepentimiento y en retornar a Dios. Mientras caminaba se encontró con un monje. Este le dijo, “Reza para que Dios nos mande una nube. Está haciendo un calor insoportable”. El hombre le dijo, “no creo que haya hecho nada bueno como para hacerle ninguna petición a mi Señor”. El monje dijo, “entonces yo le rezo a Dios y tú solamente dices amen”. Así fue como el monje empezó a rezar y al hombre dijo amen. En un momento llegó una nube y los cubrió. Así caminaron por un rato bajo la sombra de la nube. Llegó un momento en que se tenían que separar, así que el hombre tomó su camino y el monje el suyo. La nube por su lado siguió cubriendo sólo al hombre. El monje le dijo: “eres mejor que yo. Se ha respondido tu súplica más no a mí. Dime qué hiciste”. EL hombre le dijo acerca del suceso con aquella mujer.  El monje le dijo, “Dios te ha perdonado al sentirte temeroso por Él. Es más cuidadoso en el futuro”.

Al-Asma‘í y el beduino arrepentido.

Al-Asma‘í narró: un día salí de Basra después de hacer la oración del viernes. Me encontré en mi camino con un beduino sobre una camella y con una bayoneta en su mano. Cuando me vio me preguntó: “¿quién eres y de dónde vienes?” “Soy de la tribu Asma”, le dije. Me dijo entonces, “¿eres el que es conocido como Al-Asma‘í?”, “sí, yo soy”, le dije. “¿De dónde vienes ahora?”, me preguntó. “De la Casa de Dios”, le respondí. “¿Es que Dios tiene casa?”, me preguntó. “Sí, la Kaaba, la inviolable Casa de Dios”, le dije. “¿Y qué hacías allí?”, me preguntó de nuevo. “Estaba recitando las palabras de Dios”, le contesté. Me preguntó: “¿es que Dios tiene palabras?”. “Sí, y son hermosas”, le dije. “Recítame algo entonces”, me dijo. Le recité la sura Dâriât (los que Aventan) hasta que llegué a este versículo,

“Y en el cielo tenéis vuestro sustento y lo que se os ha prometido”. [Corán: 51: 22]

El beduino me preguntó, “¿esas son las palabras de Dios?”. Le dije, “Sí, se las reveló a Su siervo Muhammad (BP)”. Al oír mi respuesta, el hombre se quedó atónito, como si le hubiera caído un rayo invisible. Su estado emocional cambió severamente; esas palabras le habían afectado en lo más profundo de su ser. Tiró su bayoneta al suelo. Sacrificó su camella y la distribuyó entre la gente más necesitada. Se quitó la sospecha de su corazón diciendo: “¿piensas que Dios aceptará a alguien que no le ha servido en su juventud?”. “Si no aceptara, ¿por qué habría de enviar mensajeros con sus misiones?”, le dije. “Ellos son los responsables de regresar a fugitivo y de guiar al que está en la oscuridad”. Me dijo: “trátame con tu medicina y cura mis heridas con tus medicamentos”. Así que le recité la otra parte  de la sura que había iniciado…

“¡Por el Señor del cielo y de la tierra, que es tanta verdad como que habláis!” [Corán: 51: 23].

Al escuchar al Sura, el beduino se arrojó al suelo y lloró desesperadamente. No lo volví a ver hasta la temporada en que hacemos la peregrinación. Lo vi colgándose le las cortinas de la Kaaba mientras decía, “¿quién es como yo si Tú eres mi Señor…?”

Le dije, “con esas palabras y ese proceder estás previniendo a la gente de hacer la circunvalación”. Dijo: “Al-Asma‘í, la Casa es Su casa, y el siervo es Su siervo. Déjame rezar y llamarle”. Luego recitó algunos poemas y se desapareció entre la multitud. No lo encontré más. Me preocupé, perdí mi paciencia y comencé a llorar.

La sinceridad que causa el arrepentimiento

En cierta ocasión había un grupo de bandoleros que estaban esperando en la vía a que llegara una caravana o un viajero para hurtar su dinero. De repente vieron un viajero en la distancia. Lo atacaron y le dijeron, “¡danos todo lo que tienes!”. El viajero dijo, “todo lo que tengo son ochenta dinares. He pedido prestados cuarenta y debo gastar el resto en lo que necesito para llegar a mi país”.

El jefe de la banda dijo: “déjenlo. Los signos de su pobreza se le notan a leguas y parece cierto lo que dice”.

El hombre se fue y los ladrones siguieron en la espera de otro viajero. Pero este mismo viajero llegó a su país, pagó su deuda y se regresó por el mismo camino. Se encontró con los mismos ladrones que le dijeron: “¡danos lo que tienes o te mataremos!” El hombre les dijo, “sólo tengo cuarenta dinares. Fui a mi país, pagué mi deuda y lo que me quedó es para mis gastos del viaje”. “¡Requísenlo!”, les dijo el jefe de la banda a los otros bandidos. En efecto encontraron cuarenta dinares. “¿Qué te hace decir la verdad a pesar del peligro que estás corriendo?”, le preguntó el jefe de la banda. “Es porque le he prometido a mi madre que nunca diría mentiras y que nunca me dejaría contaminar por eso”, le contestó el viajero.

Los bandoleros no contuvieron la risa pero su jefe suspiró y dijo, “¡Qué extraño! Tú le has prometido a tu madre algo y lo has cumplido a cabalidad hasta ahora, en cambio yo no he mantenido mi promesa con Dios que me pone en la obligación de obedecerle”. Luego dijo, “Dios mío, desde hoy empezaré a cumplir con mi promesa. Me arrepiento, me arrepiento, me arrepiento…”

Un arrepentimiento maravilloso.

En época del Profeta (BP) había un hombre que vivía en Medina, cuyo comportamiento era de benevolencia y pureza ante la gente, como si fuera de los creyentes. Pero este mismo hombre en las noches iba de casa en casa a hurtar las pertenencias de los habitantes de la ciudad.

Una noche mientras saltaba el muro de una de las casas vio que había muchas cosas dentro de la misma y que no había nadie excepto una joven mujer. Se dijo a sí mismo, “ganaré dos trofeos hoy: lo que hay dentro de esta casa y el disfrute con esa mujer”.

En ese preciso momento los rayos de lo desconocido iluminaron su corazón y su mente. Se sentó en un rincón a pensar y se dijo: “¿es que no me voy a morir después de cometer tan terribles pecados y desobediencias?; ¿será que debo encontrar el camino que me saque del tormento y el castigo divino? El Día de la Resurrección podría estar afligido con la furia de Dios y muy seguramente me quemaré en el fuego eterno”.

Después de pensar por largo rato se devolvió para su casa con las manos vacías. En la mañana apareció de nuevo con la apariencia de los hombres de bien. Se fue a la mezquita y se sentó al lado del Profeta (BP). De repente vio a una mujer allí mismo. La mujer se le acercó al Profeta (BP) y le dijo: “soy soltera y tengo una gran fortuna. Nunca he querido casarme pero anoche sentí como si un ladrón se hubiese aproximado a mi casa y aunque no hurtó nada sentí mucho miedo. Ahora no me atrevo a vivir sola en mi propia casa. ¿Será que el Profeta (BP) puede conseguirme un esposo?”.

El Profeta (BP) señaló al ladrón y le dijo a la mujer: “si quieres casarte, te casaré con este hombre”. La mujer no tuvo ninguna objeción.

El Profeta (BP) concluyó el casamiento de la pareja y ambos se fueron a la casa. Él le dijo lo que había sucedido la noche anterior y le confesó que él era el ladrón. Le dijo que si hubiese entrado en su casa y hubiese abusado de ella habría cometido un grave pecado, pero que no lo hizo porque le temió a Dios y al Día del Juicio, y que fue Dios quien quiso que entraran juntos por esa puerta y vivieran juntos para siempre.

El arrepentimiento de Bishr Al-Hâfi

Bishr era un hombre hedonista. Un día el Imam Musa  Ibn Ÿa‘far al Kâdzim (P) pasó por la casa de Bishr en Bagdad y oyó voces de festejo y música que provenían de dicha casa. Luego una sirvienta salió de esa casa con algunos desperdicios y los tiró a la calle. El Imam (P) le preguntó a la mujer: “¿el dueño de esta casa es un hombre libre o un esclavo?”. “Es un hombre libre”, le respondió la mujer. “Es correcto”, le dijo el Imam (P). “Si fuese un esclavo, ¿le temería a su Señor?”

Cuando la sirvienta regresó  a la casa de su patrón, este, quien se encontraba en una mesa bebiendo licor, la indagó acerca de su llegada tarde. Ella le explicó que se había encontrado con un hombre y le contó lo que él le había dicho. Bishr salió corriendo descalzo hasta que se encontró con el Imam (P), ante quien lloró y se lamentó por sus malas acciones.

El arrepentido estará en el Paraíso

Mu‘âwiya Ibn Wahab narró: “una vez salimos de la Meca, nos encontramos con un anciano que adoraba a Dios pero no sabía nada acerca del asunto [que el Profeta (BP) había muerto y que la gente apóstata tomó el derecho al califato del Imam ‘Ali (P)]. El hombre ofrecía la oración completa siendo que era un viajero. Su sobrino, que era musulmán, estaba con él. El anciano se enfermó y le dije a su sobrino, “¿le dirás la verdad para que Dios lo salve?”, pero los otros dijeron, “déjalo que muera como está”. Su sobrino no soportó y le dijo a su tío: “la gente se ha volcado en contra de nuestro Profeta (BP) excepto algunos que proclaman el derecho del Imam ‘Alí al Califato…” El anciano dijo: “entonces yo soy uno de ellos”, y murió.

Cuando le contamos a Abu ‘Abdulah (P), este dijo: “ese es un hombre del Paraíso”. ‘Ali Ibn As Sari le cuestionó: “pero él lo aceptó sólo en el último momento de su muerte”. Abu ‘Abdulah (P) le dijo: “¿y qué más querías?; Por Dios que ese hombre estará en el Paraíso”.

El arrepentimiento de Abu Lubâba

Cuando la batalla de Jandaq llegó a su fin y el Profeta (BP) regresó a Medina, Gabriel se le presentó al medio día y le dijo que debía ir a pelear con los judíos de bani Quraida que habían roto el pacto con el Profeta (BP). El Profeta les ordenó a los musulmanes que se alistaran y que hicieran la oración de la tarde. Cuando el Profeta (BP) bloqueó a los judíos, ellos le dijeron: “envíanos a Abu Lubâba para conversar con él”. El Profeta entonces le dijo a Abu Lubâba, “ve con tus aliados”. Este se fue al sitio de los judíos y estos le preguntaron, “¿qué piensas si nos sometemos a Muhammad?”. Él les dijo, “sométanse pero sepan que morirán”, y señaló su garganta. Después se sintió apenado por lo que había dicho y se dijo: “he traicionado a Dios y a Su Profeta (BP)”. Se fue a la mezquita, ató una cuerda a su cuello y la amarró a una columna la cual fue llamada tiempo después la columna del arrepentimiento. Dijo, “no desataré esta cuerda hasta que Dios me perdone y acepte mi arrepentimiento o hasta que muera aquí”. Cuando el Profeta (BP)  fue informado de lo sucedido, dijo: “si ha venido a nosotros, rogaremos para que Dios le perdone, pero si se arrepiente verdaderamente, Dios le dará lo que se merece”.

Abu Lubâba ayunó durante el día y comió durante la noche sólo lo que podía mantenerlo vivo. Su hija le llevaba comida y lo desataba sólo cuando tenía necesidad de ir al baño. Algún tiempo después, Dios le reveló al Profeta (BP) mientras se encontraba en casa de su esposa Ummi Salama que el arrepentimiento de Abu Lubâba había sido aceptado. El Profeta (BP) le dijo a Ummi Salama: “Dios ha aceptado el arrepentimiento de Abu Lubâba”. “Mensajero de Dios, ve y dale las buenas nuevas”, le dijo ella. El Profeta le dijo, “ve y hazlo tú”. Así que ella salió y le dijo a Abu Lubâba,” ¡Dios ha aceptado tu arrepentimiento!”. “Alabado sea Dios”, dijo Abu Lubâba. Los musulmanes saltaron hacia su lugar para desatarlo más este les dijo, “no, por Dios, que el Profeta de Dios me desate”. El Profeta (BP) llegó al lugar y le dijo a Abu Lubâba:”Dios ha aceptado tu arrepentimiento y tu condición es como si hubieras acabado de nacer.

Abu Lubâba dijo: “Mensajero de Dios, ¿debo dar todo mi dinero en caridad?”, el Profeta (BP) le respondió: “no”. “¿Dos tercios del dinero?”, dijo el hombre. “no”, le respondió el Profeta (BP). “¿La mitad?”; “no”, le dijo el Profeta (BP)…” ¿un tercio?”. “Si”, le dijo finalmente el Profeta (BP)1

El arrepentimiento de un herrero

El narrador de esta historia dice: “cierto día fui a las herrerías  en Basra y vi a uno de los herreros que estaba tomando una pieza de hierro caliente con sus manos desprotegidas, la ponía en la mesa y su hijo la martillaba. Me quedé atónito al ver tal escena y le pregunté al herrero si el hierro caliente no afectaba sus manos y por qué lo tomaba sin protección. Me dijo: cierta vez hubo una sequía en Basra y la gente empezó a morir de hambre. Un día una mujer joven quien era mi vecina vino a mi casa y me dijo, “temo que mis hijos vayan a morir de hambre. ¿Podría usted regalarnos algo de comida?” Al ver su belleza quedé fascinado. Le sugerí que se acostara conmigo. Ella se avergonzó mucho y huyó a su casa.

A los pocos días la mujer regresó a mi casa y me dijo: “temo que mis hijos se mueran de hambre. ¡Témele a Dios y regálanos un poco de comida!'”Le propuse otra vez que se acostara conmigo pero de nuevo salió corriendo de mi casa.

Dos días después la misma mujer regresó a mi casa y me dijo: “me someto a lo que quieras para salvar la vida de mis hijos huérfanos, pero por favor llévame a un lugar donde nadie pueda vernos”. Así que la llevé a un lugar solitario pero cuando quería llevar a cabo mi cometido vi que la mujer estaba temblando terriblemente. Le pregunté, “¿cuál es tu problema?”. Me respondió: “me has prometido llevarme a un lugar solitario pero veo que quieres cometer tu pecado conmigo donde hay cinco que nos ven”. Le dije, “mujer, este es un lugar solitario, ¿dónde están las cinco personas que dices?”.Me dijo: “los dos ángeles que son responsables de ti, los dos ángeles que son responsables de mí y Dios Todopoderoso que ve nuestras acciones. ¿Cómo podemos cometer este pecado delante de todos esos seres?”

Sus palabras me conmovieron tanto que empecé a temblar y no me dejé contaminar por el pecado. La dejé que se fuera y le ayudé con la comida que necesitaba para sus hijos mientras pasaba la sequía. Les ayudé a sus hijos a no morir de hambre. Ella rezó esta plegaria: “Dios mío, ya que este siervo tuyo ha apagado el fuego de su lujuria por Ti, protégelo del fuego de este mundo y del otro”. Así que el fuego no me afecta en lo más mínimo.

El arrepentimiento de la gente de Jonás (P)

Sa‘id Ibn Ÿubair y un grupo de interpretadores dicen, al mencionar la historia de la gente de Jonás (P): “La gente del Profeta Jonás (P) vivía en una tierra llamada el Nínive, Mosul, Iraq. Se abstenían de creer en el Profeta Jonás (P)  quien los había invitado a creer en el Dios Único y a abstenerse de cometer pecados. Los invitó a ello durante treinta y tres años pero nadie le creía, excepto por dos personas, uno se llamaba Rubil y el otro Tanujâ. Rubil era de la casa de la profecía, de la sabiduría y el conocimiento y había sido compañero del Profeta Jonás por mucho tiempo. Tanujâ era un hombre débil. Era un asceta y un adorador sincero. Era aserrador de madera y se ganaba la vida cargando la madera sobre su cabeza. Cuando el Profeta Jonás (P) vio que la gente no le creía se enojó mucho y se quejó ante Dios, Dios mío, me has enviado a que le hable  la gente, que los invitara a creer en ti y en Tu Misión; los amenacé con Tu ira, sin embargo no me creen, niegan mi profecía y desacreditan mi misión. Me han amenazado y temo que me maten. Dios mío, infringe una tormenta sobre ellos, pues son incrédulos. Dios le reveló al Profeta Jonás (P): “hay fetos, niños, ancianos, ancianas y gente débil y yo soy el Justo. Mi Misericordia precede Mi Furia. No castigo a los niños por los pecados de los adultos de entre tu gente. Me gusta ser paciente con ellos y esperar su arrepentimiento. Te he enviado a tu gente para que los protejas, para que los trates con misericordia, con la magnanimidad de la profecía, para que seas paciente con ellos por medio de la prudencia de tu misión y para que seas para con ellos como un médico que les alivia sus males. Y tú, por tu impaciencia, me pides que los castigue. Mi siervo Noé fue más paciente con su gente y más serio en excusarlos que tú, por lo que Yo me enojé cuando él se enojó y siempre le respondí cuando Me llamó”.

El Profeta Jonás (P) dijo: “Dios mío, me he enojado con ellos por Ti y he suplicado en su contra porque te han desobedecido. Por Tu gloria que no seré más bueno con ellos y no seré compasivo con ellos después de no haberme creído y después de haber negado mi profecía. Dios mío, envía Tu tormenta sobre ellos pues nunca creerán'. Dios Todopoderoso le dijo: Jonás, responderé a tu súplica. Los afligiré con una tormenta. Una tormenta fuerte vendrá hacia ellos el día miércoles, a mediados de shawwâl después de la salida del sol. ¡Adviérteles!”

Rubil se quedó con su gente en la villa. Cuando el mes de shawwâl llegó, Rubil gritó sobre la cima de una montaña: “yo soy Rubil, quien es bueno y misericordioso con ustedes. El mes de shawwâl ha llegado. El Profeta Jonás (P) dice que Dios le ha revelado que una tormenta nos afligirá el próximo miércoles después del amanecer; Dios cumple Su promesa”.

La gente le dijo: Rubil, ¿qué nos aconsejas hacer? Tú eres noble y sabio Rubil les dijo: 'cuando llegue el miércoles, separen a los niños de sus madres y empiecen a llorar y a suplicar los jóvenes y los adultos. Pídanle a Dios, arrepiéntanse y digan: “Dios nuestro, hemos sido injustos con nosotros mismos y hemos negado a Tu Profeta. Hemos vuelto a Ti y hemos dejado nuestros pecados. Su no nos perdonas, de seguro estaremos entre los perdedores y los castigados. Tú que eres el Más Misericordioso, acepta nuestro arrepentimiento”.

“Toda la gente le creyó a Rubil. Cuando llegó el miércoles, Rubil se apartó de la villa y desde su lugar oyó los llantos de la gente. Cuando salió el sol, llegó una terrible tormenta. Al ver esto, le gente empezó a gritar y a llorar. Se arrepintieron y le pidieron a Dios que les perdonara. Los niños empezaron a llorar por sus madres. Cuando llegó el medio día y las puertas del cielo estaban aún abiertas, pero la Furia de Dios se calmó, Él tuvo misericordia para con la gente, respondió a sus súplicas, aceptó su arrepentimiento y perdonó sus pecados. Cuando la gente de Jonás vio que el peligro ya había cesado, bajaron de la montaña y se dirigieron a sus casas. Se unieron a sus mujeres e hijos y le dieron gracias a Dios por haber cesado Su Furia”.1

El arrepentimiento de un joven prisionero

El Shaij Saduq cuenta que el Imam Sâdiq (P) dijo: “cierta vez algunos prisioneros fueron llevados frente al Profeta (BP). Ordenó que se les matara excepto a uno de ellos. El prisionero le dijo al Profeta, Profeta de Dios, que tus padres se sacrifiquen por ti. ¿Por qué me liberaste de entre los demás prisioneros? El Profeta (BP) le respondió, Gabriel me ha dicho que posees cinco aspectos que a Dios y Su mensajero les gustan: cuidado hacia las mujeres, generosidad, buenas maneras, lealtad y coraje. Al oír esto, el hombre se hizo musulmán y se convirtió en un creyente sincero. Peleó al lado del Profeta (BP) con valentía hasta que fue martirizado”.1

El arrepentimiento del ayudante de un tirano

‘Abdullah Ibn Hammâd narra que ‘Ali Ibn Abi Hamza dijo: “yo tenía un amigo de los clérigos de los Omeyas. Un día me pidió que le consiguiera un permiso para verse con Abu ‘Abdullah (Imam Sâdiq (P)). Le conseguí el permiso. Cuando llegó a la casa de Abu ‘Abdullah (P) lo saludó y se sentó a su lado. Le dijo: he trabajado para los Omeyas y he conseguido mucho dinero. No me importaba si era legal o ilegal. Abu ‘Abdullah (P) le dijo: si los Omeyas no hubiesen encontrado gente que les escribiera (clérigos), que les recogiera los impuestos, que peleara por ellos y que fuera a sus oraciones comunitarias, no hubiesen usurpado nuestro derecho [Imamato]. Si la gente los hubiese dejado solos, no hubiesen tenido nada excepto lo que poseían en sus manos. El clérigo dijo: ¿existe alguna salida para mi situación? El Imam (P) le dijo: ¿harás lo que yo te diga?, el hombre le respondió, sí, lo haré. El Imam (P) le dijo: deshazte de todo el dinero que has obtenido. A quien conozcas devuélvele lo que le pertenece, y da el resto de dinero en caridad por aquellos dueños que no conozcas. Te aseguro que voy a interceder por ti ante Dios para que te lleve al Paraíso. El clérigo permaneció en silencio por un rato y después dijo: lo haré“.

“El hombre regresó con nosotros a Kufa. Se deshizo de todas sus propiedades, incluso de la ropa que llevaba consigo. Recogí algo de dinero para darle. Le compré algo de ropa y le di dinero para que sobreviviera por un tiempo. Después de unos meses se enfermó. Lo visitamos mis amigos y yo durante un tiempo. Un día fui a verlo pero se estaba muriendo. Abrió sus ojos y me dijo, Alí, tu amigo (el Imam (P)) ha cumplido con su promesa. Al decir esto murió. Preparamos todo para su funeral. Me encontré después con el Imam (P) y me dijo: Alí, hemos cumplido con la promesa a tu amigo. Le dije: 'es cierto. Por Dios que eso mismo fue lo que él me dijo antes de morir'“.1

Maravilloso arrepentimiento

Un día fui a predicar a la ciudad de Bandar Abbas (sur de Irán), la cual era el centro del gobierno de Hormozgan. Era el aniversario del nacimiento del Imam Mahdi (que Dios apresure su llegada), un viernes en la noche. Se decidió que yo debía recitar la Súplica de Kumail al final de la reunión. Como yo se me la Súplica de Kumail de memoria, podía recitarla incluso en la oscuridad. La reunión contó con un ambiente espiritual y la moral de los asistentes era hermosa.

Unos momentos antes de recitar la Súplica de memoria, un hombre joven que nunca antes había visto se me acercó y me entregó una carta.

Después de recitar la Súplica, me fui a mi casa, abrí la carta y la leí. Estaba ansioso por saber su contenido. Decía: “yo no era del tipo de gente que asiste a estas reuniones. El año pasado un amigo me dijo que vendría a recogerme a eso de las cuatro p.m. para llevarme a cierto lugar. Cuando estábamos en su carro le pregunté, ¿a dónde vamos?, me dijo: mis padres han ido de viaje así que la casa está sola. He invitado a unas amigas para que pasemos un rato con ellas. Nos están esperando.

Me llevó  a uno de los cuartos con una de ellas y él se fue para el otro. Cuando llegué al cuarto para dormir con la mujer, recordé que tenía una propaganda acerca de su programa que decía “Súplica de Kumail el viernes”. Sabía que esta súplica había sido dicha por primera vez por Amir ul-Muminín Alí (P), pero yo nunca había ido a una de esas reuniones. Durante ese momento satánico me sentí muy avergonzado con el Imam Alí (P) hasta que me odié a mí mismo. Me levanté, crucé la puerta y me fui de esa casa. Estaba confundido caminando las calles hasta que llegó la noche. Llegué a la mezquita y me senté exactamente detrás de usted en la oscuridad. Empecé a llorar penosamente desde el principio hasta el final de la súplica. Le pedía a Dios que me diera la oportunidad de casarme para así salvarme de pecar. No pasaron más de dos o tres meses cuando conocí a una muchacha de una familia noble y honorable y me casé con ella, por sugerencia de mis padres. Nunca había visto una mujer tan bella. Ahora se que esa gracia es por haberme arrepentido de corazón y por haber participado en la Súplica de Kumail. Desde aquella vez he estado asistiendo a las reuniones y he escrito esta carta para usted como un ejemplo para la juventud”.

El arrepentimiento debido a una oración valiosa.

Cierto día uno de los estudiantes del ‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi le dijo a su maestro, “tengo un vecino que está corrompido por el pecado. Casi todas las noches hace fiestas en su casa las cuales no sólo me molestan a mí sino a otros vecinos. Él es orgulloso y vano, y temo invitarlo al bien y prevenirlo del mal. No puedo tampoco cambiarme de casa”.

‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi le dijo: “invítalo a comer un día de estos a tu casa y me invitas a mí para hablarle, para que Dios le tenga misericordia y cambie su comportamiento”.

El pupilo del ‘Allâma invitó a su vecino a comer. Su maestro también fue a la comida. Después de algún tiempo de absoluto silencio el vecino, sorprendido de ver a aquella eminencia frente a él, le preguntó: “¿qué piensa usted acerca de la vida?” El ‘Allâma le respondió con otra pregunta, “¿nos diría usted primero que piensa de la vida y qué quiere de ella?”. El hombre le dijo, “tengo mucho que decir al respecto. Por ejemplo, si uno come de la comida de otro, debe observar el derecho de esa comida. Uno no debe traicionar al que le brindó la comida”. El ‘Allâma le preguntó entonces, “¿cuántos años tienes?”. “Sesenta”, le respondió el hombre. El ‘Allâma le preguntó esta vez, “durante estos sesenta años, ¿no has comido de las bendiciones y la comida de Dios?, ¿has observado Su derecho tan siquiera por una vez?” El hombre se despertó de su inadvertencia. Agachó su cabeza y se le salieron las lágrimas. Se fue de la reunión pero no pudo dormir esa noche. A la mañana siguiente fue a la casa de su vecino y le preguntó quién era el sabio que estaba la noche anterior en la comida. El vecino le respondió, “era el ‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi” y le dió su dirección. El hombre, quien había dejado su orgullo, se presentó a la casa del ‘Allâma y se arrepintió frente a él. Se convirtió en uno de los más benévolos y piadosos de la época.

¿Podría usted cambiar el destino?

‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi se interesaba mucho en el tema de recomendar lo bueno y prevenir de lo malo al igual que de abstenerse del pecado. Cerca de su casa vivían unas personas orgullosas, licenciosas y de baja reputación. No se abstenían de beber vino, apostar y hacer fiestas.

El ‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi los amonestó por su comportamiento pero esto hizo que uno de ellos se enojara y esperara la oportunidad de deshacerse del ‘Allâma.

Un día estas personas se encontraron con uno de los estudiantes del ‘Allâma Maÿlisi. Era un estudiante de buen corazón, sincero y puro. Le dijeron, “saca a tus hijos y a tu mujer de tu casa el viernes en la noche, haz una comida e invita al ‘Allâma Maÿlisi y a nosotros a comer. Asegúrate que nadie sepa de esto, de lo contrario, pobre de ti”.

El ‘Allâma Maÿlisi no vio nada extraño y asistió a la invitación. Los villanos habían acordado reunirse en la casa del estudiante, y llevar con ellos a una bailarina. Tan pronto el ‘Allâma llegara y se sirviera la comida, aparecería la bailarina con un mandolín y un tamborín en sus manos y empezaría a bailar en frente de todos. Los villanos irían a contarles a los vecinos inmediatamente para deshonrar al ‘Allâma.

Cuando el ‘Allâma entró en la casa no vio a su dueño, sino a un grupo de villanos. Gracias a su percepción, notó que estaban armando un complot en su contra. De repente apareció la bailarina frente a él y empezó a cantar un verso que decía,

“No me dejes sola en el lugar de los no virtuosos,

Si no me aceptas así, cámbiame”

‘Allâma Muhammad Taqí Maÿlisi, quien era un hombre de gnosticismo y de amor al Creador, empezó a llorar y a repetir la frase de la cantante, dirigiéndose a Dios, “si no me aceptas así, cámbiame”.

Inmediatamente la bailarina cubrió su cabello y su rostro y se postró llorando ante Dios y dijo, “Dios mío, estoy arrepentida y me torno hacia Ti”. Los otros se despertaron de su inadvertencia y empezaron a llorar al ver esta escena. Se inclinaron y besaron la mano del ‘Allâma y se arrepintieron de sus pecados”.

El despertar del hijo de Hârun Ar-Rashid

El autor del libro Abwâb al-Ÿinân, y también Wâidz Sabzewâri en su libro Ÿâmi‘un-Nurain, p. 317, y el Ayatolá Nahâwandi en su libro Jazinat ul-Ÿawâhir, p. 291 cuentan que Hârun Ar-Rashid, el califa Abbasí, tenía un hijo bueno con naturaleza buena que era como una perla salida del agua salada y sucia. Este hijo amaba las reuniones de los ascéticos y los adoradores y dado a que se reunía con ellos su corazón no le prestaba atención a los placeres de este mundo y odiaba la autoridad y el trono de su padre. Le prestaba mucha atención a purificar su alma de cosas mundanales y de tendencias satánicas. Usaba ropa de lana y barata. Siempre se veía acompañado de gente buena y virtuosa. Su corazón amaba la pureza, los aspectos humanos y la verdad. Siempre visitaba los cementerios y lloraba allí.

Un día el wazir (ministro) de Ar-Rashid estaba presente en una reunión cuando el hijo de Ar-Rashid, Qâsim, se presentó. El ministro se rió al ver al muchacho allí presente. Ar-Rashid le preguntó por qué se reía y este le contestó: “me río de este muchacho que te hace quedar mal ante la gente. Ojalá no tuvieras un hijo así. Mira su estado, su vestimenta, y cómo se sienta con los pobres”.

Rashid dijo: “lo hace pues no le hemos dado ningún rango aún. Sería mejor que lo designáramos como el responsable de una de las provincias”. Le ordenó a su hijo que se sentara a su lado y empezó a decirle, “quiero que te encargues de una de las provincias, ¿cuál quieres?”. El joven le dijo, “padre, déjame. Quiero adorar a Dios más que estar envuelto en esto. Haz de cuenta que no me tienes por hijo”.

Su padre le dijo, “¿no es posible que adores a Dios además de gobernar? Debes aceptar la posición en una de las provincias y te nombraré un buen ministro para que te ayude a manejar los asuntos; así podrás manejar la adoración y el mandato”.

Ar-Rashid no aceptaba que el gobierno era el derecho legal de los Infalibles Imames y no era permitido aceptar ninguna posición de gobierno de parte de los gobernantes opresores quienes habían usurpado el califato; finalmente los veredictos de Dios no podían ser ejecutados en un gobierno usurpado. Aceptar un mandato en tales condiciones era un pecado y por lo tanto era ilegal.

El joven dijo, “no acepto esto de ninguna manera”. Ar-Rashid dijo, “eres el hijo del Califa y el gobernante del gran estado, así que no te queda bien sentarte con los pobres y asociarte con la gente común. Eso me desgracia ante la gente y ante los notables”. El joven le respondió, “tú también, con tus acciones, me avergüenzas y me desgracias ante los santos y la gente virtuosa…” Lo que le dijo su padre y los demás asistentes no tuvo ningún eco en Qâsim.

Lo nombraron representante de Egipto y lo felicitaron por eso. Así que el muchacho escapó de Bagdad a Basra. A la mañana siguiente lo buscaron por todos lados pero no lograron encontrarlo. Un hombre que vivía en Basra, relató: “yo tenía una casa en Basra cuyas paredes estaban averiadas. Un día me fui en busca de alguien que las reparara. Pasé por la mezquita y vi a un joven concentrado recitando el Corán, con una pala y una canasta frente a él. Le pregunté, ¿trabajas?, me dio, sí. Dios nos ha creado para que nos ganemos la vida con el sudor de nuestra frente y con el trabajo de nuestras manos. Le dije, quiero que vengas conmigo a repararme las paredes de mi casa. Me dijo, primero, ¿cuánto es la paga? Un dirham, le dije. ¡Hecho! me contestó el joven”.

Se fue conmigo y trabajó conmigo hasta el atardecer. Vi que ese joven había trabajado más de lo que hacían doce hombres juntos, así que ofrecí pagarle más y me dijo, no tomaré más de un dirham.

Al día siguiente me fui a buscar al muchacho pero no lo encontré. Pregunté por él y se me dijo que no trabajaba a excepción de los sábados. Cuando llegó el sábado, me fui hacia la mezquita y allí lo encontré. Lo llevé a mi casa. Empezó a trabajar. Cuando llegaba la hora de la oración, hacía su ablución y rezaba. Al terminar su oración, seguía trabajando hasta el anochecer. Le pagaba y se iba. Como el trabajo no estaba terminado, esperé hasta el sábado siguiente. Fui a buscarlo pero no estaba en el mismo lugar. Pregunté y me dijeron que había estado enfermo durante dos o tres días. Pregunté a la gente dónde vivía el joven y me dijeron que habitaba en un viejo cuarto en un edificio arruinado. Fui a buscarlo y estaba postrado enfermo. Abrió sus ojos y preguntó, ¿quién eres? Soy el hombre para quien has estado reparando las paredes de una casa, soy ‘Abdullah al Basri. Me dijo te conozco. ¿Quieres conocerme? Soy Qâsim, el hijo de Ar-Rashid.

Me levanté de mi lugar y empecé a temblar de miedo. Mi rostro empalideció. Me dije, si Ar-Rashid se entera que su hijo estuvo trabajando para mí me castiga severamente y tumba mi casa. El joven notó mi miedo y me dijo, no temas, no le he dicho mi nombre a nadie excepto a ti. Si no estuviera viendo los signos de la muerte,  tampoco te lo hubiera revelado. Quiero que, cuando me muera, tomes mi pala y mi canasta y se la des a alguien que pueda cavar una tumba para mí. Entrégale este Corán a la gente del Corán. Me entregó un anillo y me dijo, mi padre aparece en público los lunes. Si vas a Bagdad, ve ese día y entrégale este anillo. Dile que su hijo Qâsim se fue de este mundo. Dile que le dejo dicho que ya que el tiene la habilidad de recolectar dineros de este mundo, le adicione ese anillo a su fortuna y le responda a Dios el Día de la Resurrección pues no tolero el tormento. Al decir esto trató de levantarse dos veces pero fue imposible. Así que me dijo, ayúdame, porque Amir-ul Mu’minin (P) ha venido por mí. Le ayudé a levantarse y de pronto su alma dejó este mundo”.

El arrepentimiento del zoroastriano

El gran jurisprudente y famoso filósofo Mulla Ahmad An-Narâqi dice en su libro Tâqdiss, “un día el Profeta Moisés (P) se dirigía hacia el Monte Tur cuando vio a un hombre que adoraba el fuego. El hombre, quien estaba corrompido por la incredulidad y la desviación, le dijo al Profeta Moisés (P), ¿a dónde quieres ir y con quién quieres hablar? El Profeta (P) le dijo, quiero ir al Monte Tur a hablar con Dios Todopoderoso y a pedirle que perdone tus desobediencias y pecados; quiero disculparme con Él por eso. El hombre le dijo, ¿puedes llevar mi mensaje a tu dios? ¿Cuál mensaje? Dile a tu dios que tu siervo el zoroastriano dice: debes sentirte avergonzado de todas estas tus criaturas. Si eres tú el que me da los medios para subsistir, ya no lo hagas. No quiero tu favor y no eres mi dios ni yo soy tu siervo.

El Profeta Moisés (P) se tornó muy irritado con tan estúpidas palabras y le dijo al hombre, voy a hablar con mi Dios pero no vale la pena mencionar tan absurdo comentario ante Su sagrada presencia. Si quiero respetar la Santidad de mi Dios y la Santidad del lugar, no debo mencionar tan insensatas palabras.

Moisés se fue al monte y empezó a hablar con Dios; las lágrimas le rodaban por las mejillas. Estaba a solas con Dios en un estado que no podía tener nadie más en la tierra. Cuando terminó su encuentro y se disponía a ir a la ciudad, escuchó, Moisés, ¿dónde está el mensaje de mi siervo? Moisés (P) dijo, me da vergüenza decírtelo. Tú sabes acerca de las palabras tan obscenas que a dicho ese hombre incrédulo que  adora el fuego. Se le dijo entonces a Moisés (P): ve como Mi representante, preséntate donde aquel siervo enojado, salúdalo cordialmente y dile, si estas avergonzado y piensas que ser tu dios es una vergüenza para ti, no considero que tú seas una vergüenza o una desgracia para Mi, y nunca he tratado de ser tu enemigo. Si no Nos quieres, Nosotros te queremos con toda la dignidad y el respeto y si tú no quieres Mi subsistencia, de todas formas te la doy desde la mesa de mi generosidad sin considerarlo como un favor. Mis Bendiciones y Mi Subsistencia son para todos, mi Misericordia y Mi Generosidad son infinitas y Mi Existencia es eterna”.

El ser humano es como un niño que vive de la mesa de Su generosidad y Su favor. Él es como una madre que amamanta a su hijo. Un hijo puede rehusarse a mamar del seno de su madre pero esta nunca corta su lazo que lo une a él. Ella incluso trata de poner su seno en la boca de su hijo para que este se alimente. El niño puede negarse y cerrar su boca pero aún así la madre lo besa con amor y le dice con misericordia, hijo mío, no tornes tu rostro. Mira este seno que está lleno de rica leche para ti. Ven hijo.

Cuando el Profeta Moisés (P) le mencionó al siervo enojado lo que Dios le había mandado a decir, aquellas palabras llenas de misericordia y bondad, le conmovieron y limpiaron su corazón de la suciedad de la falta de fe y de la desobediencia. La luz de tales palabras iluminó su alma.

El hombre se postró y empezó a llorar. Luego levantó su cabeza y dijo, Moisés, has prendido fuego en mi corazón. Has quemado mi alma. ¿Qué respuesta es esta que me has traído de mi Señor?; ¿cómo pude atreverme a enviarle tan grosero mensaje a mi Señor? ¡Ay de mí! Moisés, muéstrame la fe y enséñame la verdad. Se dirigió a Dios y le dijo, mi Señor, cuán desviado estaba, toma mi alma y libérame de esta pena. Así fue como Moisés (P) le enseñó los principios de la fe y de la sabiduría divina. El hombre las aprendió, se arrepintió y partió para el otro mundo.

El arrepentimiento y la paz con la verdad

En el año 1331 (calendario solar de la hégira), yo contaba con nueve años de edad y la gran autoridad Shi‘a de aquel entonces era el gran Ayatolá Boruÿerdi. En ese tiempo sucedió una hermosa historia de arrepentimiento que creo que es digna de ser contada.

Había un hombre que vivía en un barrio de Teherán. Era orgulloso y arrogante, tanto que los mismos villanos y gente arrogante le temían a disputar con él o a enfrentarse a su arrogancia. Tampoco se abstenía de beber, apostar, sobornar, causar terror, oprimir…

Estaba este hombre en la cúspide de su poder y orgullo cuando un rayo de misericordia divina iluminó su corazón.

El hombre de esta historia cambió todas sus propiedades por dinero, lo puso en una bolsa y se dirigió a la ciudad santa de Qom a anunciar su arrepentimiento. Se presentó ante el Ayatolá Boruÿerdi y le dijo, “he obtenido todo este dinero ilegalmente y ahora no sé de donde proviene. Se ha vuelto muy pesada esta carga para mi, así que lo traje ante usted para que usted me guíe”.

Ayatolá Boruÿerdi amaba las reuniones con la gente de buen corazón. Le dijo, “no es suficiente simplemente con que te deshagas del dinero. Debes quitarte toda tu ropa excepto por tu ropa interior y regresar a tu ciudad”. De inmediato el hombre hizo lo que el Ayatolá le dijo y se fue.

Cuando el Ayatolá vió que el hombre era un verdadero arrepentido, sus lágrimas le rodaron por las mejillas y mando a llamar al hombre para que se devolviera. Le dio cinco mil tumanes (moneda iraní) del dinero que le había entregado, lo abrazó piadosamente y lo despidió haciendo una plegaria por él.

Al regresar a  Teherán, el hombre ya era humilde y trataba bien a la gente. Empezó a trabajar con esos cinco mil tumanes y a vivir honestamente. Su vida era mejor cada día. Cada año daba su caridad. Empezó a asistir a reuniones religiosas hasta que él mismo estableció la suya.

Sucedió que cuando la primera conferencia religiosa organizada por este hombre tomó lugar, yo ya contaba con veintiséis años de edad y estaba estudiando en la Hauza de Qom; iba frecuentemente a Teherán a dar charlas en los meses de Muharram, Safar y Ramadán.

Conocí a este hombre por medio de esas reuniones. Uno de mis conocidos me conto la historia de su arrepentimiento y lo que le había sucedido con el Ayatolá. Nos hicimos amigos por mucho  tiempo. Un día, en el año 1367 H. S., se enfermó y me mandó a llamar. Decidí que iría a visitarlo el viernes, pero su esposa me llamó a contarme que había muerto la noche del jueves a las once. Su familia me contó que media hora antes de su muerte, este amigo mío había estado hablando con el Imam Husain (P), y que le dijo, “me he arrepentido de todos mis pecados anteriores y he servido sinceramente en las reuniones. He dejado en mi testamento que un tercio de mis riquezas sea donado para que los jóvenes puedan casarse. No tengo otro deseo que ver tu rostro en el último momento en este mundo”. Luego, saludando al Imam (P), dio su último suspiro y se fue de este mundo.

Extraído del libro El arrepentimiento, la cuna de la Misericordia, Editorial Elhame Shargh

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1 Tafsir al-Burhân, Vol. 2, p. 155.

1 Tafsir as-Sâfi, Vol. 1, p. 767. Lo hemos mencionado en forma de resumen.

1 Bihârul Anwâr, Vol. 71, p. 384.

1 Bihârul Anwâr, Vol. 47, p. 382.

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