UNA BREVE HISTORIA DEL ISLAM

La migración del Profeta a Medina; Inicio del calendario islámico y formación del gobierno islámico

Por: Dr. Nazir Hasan Zaidi

En una noche muy oscura Muhammad se escondió en la cueva de Saur acompañado por Abu Bakr. Los infieles Quraishitas lo buscaron por tres días hasta desilusionarse. Luego, Muhammad salió de su escondite y se dirigió a Medina. Viajando cinco noches bajo la bella luz de una luna ascendente, Muhammad bajó de su camello en Quba, un suburbio de Medina, el 9 de Rabi-al-Awwal, el 21 de Septiembre de 622. Pasados tres días Muhammad entró a la ciudad, donde la gente le dio un gran recibimiento y dirigió la primera prédica del viernes, el 24 de Septiembre. Aquí, Muhammad compró un terreno donde construyó una sencilla casa de oración conocida actualmente como la Mezquita del Profeta. Junto a ella fueron construidas algunas casas para sus familiares. Estas casas tenían de diez a doce palmos de longitud, y estaban hechas de ladrillos secados al sol.

Mientras tanto, Alí, en La Meca entregaba a sus propietarios todas las propiedades que habían sido confiadas al manejo honesto de Muhammad. Esta práctica común deja ver el grado de confianza que tenían los infieles en la honradez del Profeta. Después Alí se dirigió a Medina a cargo de todas las mujeres de la familia. Uno a uno, otros musulmanes se unieron al profeta. Con el fin de ayudar a estos nuevos allegados sin hogar, el Profeta ubicó a cada migrante de la hermandad en la residencia de un medinés; estos medineses son conocidos en la historia como Ansār (“Auxiliares”). Este plan económico sabio, asequible y sin costo fue un milagro de la habilidad como administrador de Muhammad. Entre los dos grupos se creó una fraternidad llena de compañerismo y armonía de la cual no puede jactarse ningún movimiento social en el mundo. Durante estos días, el previsivo Apóstol acordó la promesa con las tribus judías locales de que no serían hostiles con los musulmanes, ni amistosas con sus enemigos.

Las noticias del firme progreso del Islam llegaron a oídos de los jefes de la Meca. Estaban furiosos al ver como la nueva Fe crecía como una fuerza religiosa amenazante; ¡ésta podría convertirse en una fuerza militar! “¡De seguro bloqueará nuestras caravanas hacia Siria!” Con el ánimo de terminar con este peligro, Abu Yahl formó un ejército de 1000 personas. Esta tormenta de odio y hostilidad campeaba en Badr, a unas ochenta millas de Medina. Se decidió que la caravana de Abu Sufian, la cual regresaba de Siria se uniría al ejército en Badr y desde allí se dirigirían a Medina a aplastar el Islam.

Estos peligrosos planes le eran comunicados al Profeta regularmente desde la Meca de parte de su disimulado tío Abbas, hijo de Abdul Muttalib. Al Mensajero de Al-lah no le gustaba la guerra, fue empujado a todas las batallas que le tocó librar durante sus diez años de estancia en Medina, y se levantó en armas sólo cuando vio que el Islam o los musulmanes estaban en peligro inminente. Como prueba irrefutable de lo anterior, sus oponentes pueden revisar el avance sin heridos sobre Tabūk. Luego el Profeta fue informado del agrupamiento hostil de los cristianos en esa frontera de Siria. Llegó allí en octubre de 630 D.C con un ejército de 30.000 bajo su mando. Pero cuando se cercioró de que el gobernador Cristiano no tenía intenciones bélicas entonces se retiró serenamente con su ejército completamente armado, y regresó a Medina.

Primera Batalla el 624 D.C., Las batallas de Uĥud y del Pozo

Abu Yahl también inició la batalla de Badr. En vista del peligro inminente, Muhammad organizó rápidamente una fuerza de 313 valientes guerreros. Abu Yahl no había llegado a Badr todavía, cuando un día antes de su llegada Muhammad ya había ocupado la zona costera. A la mañana siguiente vio la formación orgullosa de estos batallones. Ubicado en su tienda, desde una colina, Muhammad supervisó la operación, ordenando a sus hombres que avanzaran o que giraran hacia la derecha o la izquierda. Los arrogantes nobles de la Meca desafiaron a los musulmanes a enfrentarse con ellos. Como respuesta, los Auxiliares de Medina avanzaron para enfrentarlos; pero los altivos jefes de los infieles les dijeron que retrocedieran; ya que consideraban que estaba por debajo de su dignidad el luchar con esos granjeros y tejedores. Estos jefes hicieron un llamado en serio a sus pares de la ciudad, a los musulmanes nobles, a que se presentaran ante ellos. Esta demanda respiraba el espíritu de la Caballerosidad Árabe.

Como respuesta, Muhammad ordenó a ‘Ubaida, Hamza y Alí, sus parientes cercanos, que se enfrentaran con aquellos cultos jefes. Los tres avanzaron con paso solemne. Según la costumbre árabe, entablaron duelos personales. Los guerreros de Muhammad lucharon tan valientemente que el ejército infiel sufrió una vergonzosa derrota en la cual fueron asesinados Abu Yahl y otros líderes. La orgullosa idolatría mordió el polvo por primera vez. Seis miembros de la familia de Abu Sufian, incluyendo los tíos maternos y al abuelo de Mu’awiyah, así como su hermano Hanzala, sucumbieron ante la espada de Alí; esto sembró la semilla de la enemistad eterna entre el linaje de Mu’awiyah y la casa de Alí.

Este fue el primer encuentro en el que los combatientes del Islam derrotaron a los infieles en campo abierto. La habilidad militar y el mando de Muhammad fueron aclamados a lo largo y ancho. Todas las tribus árabes vieron que el Islam, el humilde movimiento religioso había ganado proporciones políticas. Fue luego de este afortunado suceso que el Profeta, cumpliendo órdenes de A-lah dio a su noble hija Fátima en matrimonio a Alí. Fue también en años posteriores que el Profeta, con miras a propagar el Islam en distintas tribus, tomó varias esposas de ellas; incluyendo a las hijas de Abu Bakr y Umar.

Abu Sufiân no participó en esta batalla, intencionalmente o por falta de una información oportuna. Al regresar de Siria, él le había enviado un mensaje a Abu Yahl, ordenándole no entrar en guerra con los musulmanes. Pero Abu Yahl recibió este mensaje haciendo caso omiso. El arrogante jefe, en lugar de abandonar el sitio humildemente, decidió enfrentarse con Muhammad y destruir a sus fieles seguidores. Abu Sufiân se alejó de ese lugar y llegó a la Meca de manera segura. Muy pronto oyó las noticias de que debido a la tonta prisa de Abu Yahl, tanto el ejército como el honor de la Meca habían perecido en Badr.

El experimentado jefe quedó atónito al escuchar estos acontecimientos. Durante un año estuvo ardiendo en deseos de vengarse; formó un ejército de 3000 guerreros y marchó hacia Medina. Estos combatientes eran avivados por la presencia de la esposa de Abu Sufiân (Hind), y otras damas de rango, que les cantaban canciones caballerescas. Muhammad salió de la ciudad con 700 seguidores y se encontró con este ejército al pie del Monte Uḥud. Este paso de la montaña era vital estratégicamente hablando. Muhammad ubicó un grupo de 50 arqueros allí y fue muy explícito en ordenarles que no abandonaran nunca ese punto tan importante.

En la mañana del 23 de Marzo del 625, D.C. se encontraron estos dos resueltos ejércitos. En poco tiempo fue que la fortaleza de los musulmanes repelió a los infieles quienes comenzaron a huir en tanto que los victoriosos creyentes se apresuraron a tomar el botín, lo que ocasionó que se desorganizaran. Los 50 arqueros, dominados por la codicia del botín ignoraron la orden del Profeta y abandonaron ese importante punto. Sólo el grupo que comandaba, con unos pocos arqueros de una gran obligación moral, permanecieron en su posición. Abu Sufiân, quien conservaba la calma y la compostura a pesar de su fracaso, vio la ocasión de triunfar después de la derrota. Le ordenó a Ĵālid ibn al-Walīd que aprovechara la oportunidad para derrotar a los musulmanes. Dirigiendo a sus jinetes, hizo que irrumpieran en el paso. El comandante Abdul-lah ibn Yubair, junto con los arqueros que quedaban, resistió el violento ataque con gran valentía; todos cayeron sellando el pergamino de la Fe con su sangre escarlata. ¡Que Dios se complazca con ese grupo de fieles!

Habiendo ocupado el paso, Ĵālid atacó a los creyentes desde atrás. Al perder su formación para la batalla, los creyentes se desorganizaron y este ataque súbito los forzó a una retirada desesperada. Algunos valerosos creyentes siguieron luchando hasta ser liquidados. Hamza, el tío del profeta, fue asesinado por un esclavo de Abu Sufiân. Todos los demás huyeron de ese fatídico lugar. ¡Tal era el miedo a la muerte! Muhammad, herido de consideración, seguía siendo protegido por un grupo de leales seguidores, como Abu Duyana, Sa’ad ibn Waqqas, Alí y otros miembros de la familia.[1]

Desesperado con sus heridas físicas y psicológicas, Muhammad le preguntó a Alí por qué no había huido como los demás. La respuesta que le dio Alí fue heroica: “No va conmigo abandonar la Fe y volverme un infiel.”

Sin embargo, los 14 héroes ya mencionados detuvieron la avalancha de infieles por un largo rato. Los enemigos salían de todas partes, y estas caballerosas almas, la esencia de la lucha, los dispersaron con sus desesperados ataques. Finalmente, los musulmanes desertores, avergonzados de su conducta regresaron a las directrices de su Profeta. Rápidamente se formaron en filas y rangos, lucharon, y la balanza de la guerra se niveló de nuevo. Abu Sufiân, regocijado con la victoria, había retirado su ejército del campo de batalla. Juzgando imprudente recomenzar la lucha partió para la Meca, amenazando con regresar dentro de un año.

No fue sólo una amenaza. Abu Sufiân, el solemne jefe de las tribus Quraishitas hizo preparativos militares. Una vez más, al mando de 10.000 infieles bien armados acampó cerca a Medina el dos de Marzo de 627 D.C. Con mucha inteligencia el Profeta había hecho un pacto con los judíos locales para que fuesen amigables con los musulmanes. Sin embargo, los 3000 creyentes de Medina no podrían resistir el ataque violento de esa multitud temerosa. Salmān Farsi sugirió oportunamente que cavaran trincheras alrededor de la ciudad como hacían los iraníes en momentos de peligro. Esta ardua tarea fue hecha rápidamente.

Cuando llegaron los infieles, quedaron perplejos de ver las extrañas trampas. Sus caballos, cruzando a todo galope, de repente se detenían cerca de las trincheras. Los dos ejércitos se miraban frente a frente, y permanecían inmóviles. Finalmente, Amr ibn Abd Wudd, el experimentado héroe de los infieles se impacientó. En un punto donde la trinchera era angosta, espoleó su caballo y cruzó al otro lado. En esos tiempos de hidalguía, los guerreros usualmente se desafiaban a combates personales. Algunas veces dichos combates decidían la derrota o la victoria de todo un ejército. Fue así como Amr gritó demandando un contrincante. Pero era un enemigo tan formidable que a pesar de las repetidas órdenes del Profeta nadie osaba enfrentarlo. Entonces Alí, quien había estado impaciente todo ese tiempo dio un paso al frente. El Profeta exclamó: “Allí va la toda la Fe a luchar contra toda la incredulidad.”[2]Los dos combatientes intercambiaron magníficos golpes con sus espadas, lo cual hizo que los ansiosos espectadores los aplaudieran. Al final, Alí, aunque seriamente herido por Amr, luego de un diestro golpe, su espada hizo un surco en la cabeza y cuello de Amr, y se alojó finalmente en sus costillas. El gigantesco adversario cayó. Gritos de victoria resonaron en las filas musulmanas. El Profeta dijo: “Este golpe de Alí hoy es superior a la adoración hecha por los hombres y los genios.” En este instante una tormenta de polvo comenzó a golpear la cara de los infieles, cegándolos. Sus tiendas colapsaron, sus cacerolas se volcaron, y se sentían congelados por el frio excesivo. Desconcertado, Abu Sufiân partió hacia la Meca, amenazando a los musulmanes como siempre con otra batalla. Las tribus judías, a pesar de la firmeza de los acuerdos habían mostrado su traición. El Profeta, al considerar la nefasta situación que habían provocado, castigó a Banu Nazir y a Banu Quariza con el exilio y la muerte. Esto también sirvió para darles una lección a los hipócritas.

Tratado de Hudaibya, Batalla de Ĵaybar en 629 D.C.

En el sexto año de la Hégira (628 D.C) el profeta tenía la intención de visitar la Kaaba. Para realizar esta sagrada peregrinación lo acompañaban 1400 musulmanes con sentimientos de paz y sinceridad. Visitar y darle la vuelta a la Kaaba era un ritual sagrado, realizado comúnmente tanto por Los musulmanes como por los infieles; olvidando sus diferencias religiosas y sus odios. Pero las continuas guerras habían creado amargos prejuicios en los infieles. Los peregrinos se encontraban a unas pocas millas de La Meca cuando Urwa, un representante de los infieles salió a su encuentro. Con un discurso decente le dijo al Profeta que ellos no querían un enfrentamiento pero que no permitirían a los musulmanes entrar a la ciudad a hacer su peregrinación. Los compañeros del Profeta se, tan afectos a visitar la Kaaba, y sin embargo impregnados con sentimientos de Yihad si fuera necesario se enfurecieron. La situación era tan delicada que si el pacífico Profeta no se hubiese dignado a tener las debidas consideraciones los dos grupos se hubieran embarcado en una lucha terrible. Es así como el sabio líder acordó desistir del amado deseo de la peregrinación; pero hizo redactar a los infieles los términos de un tratado. La primera condición de este crucial tratado era que los musulmanes se regresarían sin visitar la Kaaba, pero que se les permitiría hacerlo el año entrante. La segunda condición, tan benéfica para la Fe, era que no habría guerra entre los musulmanes y los infieles por los próximos diez años. Hubo otros acuerdos también, los cuales fueron considerados por algunos compañeros del Profeta, con poca visión del futuro, como un insulto al Islam. Algunos de ellos, en medio de su furia, comenzaron a dudar si Muhammad era o no el Profeta de Alá. Entre estos estaba Umar ibn al-Ĵattāb, quien aconsejado por Abu Bakr, se arrepintió de su pecaminosa idea y la expió durante toda su vida.[3]

La verdad es que con el Tratado de Hudaibiya, con todas las consideraciones a la vista, el Profeta condescendió a aceptar algunas condiciones humillantes por parte de los mecanos. Aparentemente, los infieles sacaban ventaja, y de esta forma su vanidad fue satisfecha por el sabio Muhammad. Pero habiéndoles exaltado su orgullo y su júbilo interior, Muhammad hizo que estos arrogantes idólatras firmaran un pacto de No-Agresión, el cual hizo que no pudieran atacar a los musulmanes durante 10 años. Este tratado, de gran beneficio, dio al Profeta la oportunidad de llevar a cabo su misión en Medina sin interrupciones; además, le permitió incrementar su poder militar sin restricciones. Esta diestra estrategia de Muhammad, la cual produjo grandes éxitos, ha sido llamada “Victoria Obvia” de Dios. (Corán 48:1,2). Al regresar a Medina, el Profeta envió el mensaje del Islam a los gobernantes de Irán, Egipto, Constantinopla, Abisinia y a los jefes de Bahréin, Omán y Yemen. Casi todos ellos recibieron a sus mensajeros cortésmente y los enviaron de vuelta con valiosos regalos como muestra de veneración.

Algunos meses después se produjo un enfrentamiento con los judíos de Ĵaybar. Las tribus de Banu Quraiza y de Banu Nazir, quienes habían sido exiliados de Medina 3 años antes, se habían unido con los judíos de Ĵaybar. Conjuntamente se consultaron sobre como erradicar el Islam. Con el fin de acabar con estos grupos de raíz, el Profeta, en compañía de sus seguidores, fue a su encuentro. Los judíos tomaron posición en Qamus, un fuerte inexpugnable; y la resistencia que ofrecieron era tan grande que los seguidores del Profeta que pretendían tomarse este fuerte a diario con un nuevo comandante, eran continuamente repelidos.

En una noche oscura el Profeta anunció que a la mañana siguiente pasaría su estandarte a un guerrero que nunca se retiraba; que atacaba repetidamente; que amaba a Dios y a su Profeta y ellos lo amaban a su vez. Todos los jefes se retiraron a sus tiendas y se preguntaban quién podría ser tan envidiable campeón.[4]

Habiendo hecho la oración la mañana siguiente, el Profeta ordenó que convocaran a Alí. Debido al padecimiento que le estaban causando la fiebre y la inflamación de un ojo, nadie pensó que éste sería requerido para ir al campo de batalla. Alí salió de su tienda. Con el tacto sagrado que le hizo Muhammad, Alí se recuperó inmediatamente. Sosteniendo el estandarte del Profeta, el resuelto guerrero avanzó. Los campeones judíos Marhab y Antar lucharon contra él y fueron abatidos y lograron tomar el fuerte. Los judíos firmaron un tratado, e hicieron la paz con el Profeta; también le ofrecieron el estado de Fadak como un regalo personal.

Conquista de La Meca, Enero de 630 D.C.

Al año siguiente, los infieles de la Meca violaron el Tratado de Hudaibiya al asesinar cerca de 40 hombres de la tribu de Ĵuza’a, aliados protegidos por los musulmanes. Una delegación de esa acongojada tribu vino a Medina. El profeta estaba conmovido con su pesar. Considerando futuros temores, el Profeta decidió poner fin a los malvados. Organizó un ejército de 10.000 hombres y con gran discreción se dirigieron a La Meca. Luego de siete días de marcha este resuelto ejército acampó en las colinas a las afueras de la ciudad. Abu Sufiân supo estas alarmantes noticias en la noche y personalmente fue a examinar la situación. El sabio Muhammad ordenó a cada guerrero que hiciera una fogata por separado; estas diez mil fogatas iluminaban el horizonte y hacían que las dimensiones de ese campo formidable se ampliaran. Durante su inspección, Abu Sufiân, de repente se encontró con el tío del Profeta Abbas, amigo de infancia. Abbas se dirigió a él, diciéndole que un enfrentamiento con ese atemorizador ejército le costaría su vida y su capitanía ancestral.

El experimentado jefe de La Meca, muy versado en manejos políticos era un declarado enemigo de Muhammad y en su memoria estaban frescos los desastres que había sufrido en las batallas anteriores. La sola imagen de 10.000 guerreros golpeando a su puerta lo desconcertaba. Abbas, que todavía prevenía, más que asustar a Abu Sufiân, lo llevó a la presencia del Profeta quien lo recibió con la consideración debida y fue así como Abu Sufiân pasó la noche en la tienda de Abbas.

En la mañana, Abbas lo llevó de nuevo donde el Profeta; Abu Sufiân se convirtió al Islam con visible reticencia y disimulada incredulidad.[5] Muhammad, el Complaciente, el Considerado, aceptó su renuente ingreso a la Fe. Posteriormente lo enalteció al anunciar que todas las personas bajo la protección de Abu Sufiân estarían seguras y a salvo. ¡¿Quién puede adivinar la profundidad de la sabiduría del Profeta?! Su generoso comportamiento trajo a ese jefe respetable hacia la Fe, sin herir su orgullo, sin humillar su rango, y con amplia consideración de su dignidad. Con el conocimiento de estas cruciales noticias, todos los notables y los personajes importantes de La Meca se presentaron ante el Profeta. El despiadado grupo que había planeado asesinarlo o desterrarlo de su querida ciudad natal y que se alzó en armas para matar al Apóstol de Alá, ahora se encontraba postrado a sus pies. El Profeta preguntó: “¿Qué esperan hoy de mí?” “Tú eres el hijo de un noble Padre, eres nuestro clemente sobrino; venimos con la esperanza del perdón” fue su respuesta. Con gracias divinas, Muhammad, la efigie de la piedad los perdonó sin mencionarles sus crueles obras. Este augusto tratamiento ablandó sus corazones. Su jefe ya se había convertido al Islam; ¿quién podría dudar de pasarse a la Fe? Las personas se precipitaron en grupos y aceptaron el Islam al jurar en la mano de ese noble vencedor.

¿Dónde puede encontrar la historia una revolución tan grandiosa, tan pacífica, incruenta, ocasionada por la sabiduría proveniente del Dios de Muhammad? La Meca, la orgullosa metrópolis de Arabia, el bastión del paganismo se convirtió a la Fe de la noche a la mañana sin que una sola gota de sangre manchara el suelo de esa ciudad sagrada. Bilāl, el devoto abisinio hizo la llamada a la oración desde el techo de la Kaaba. El Profeta entró al sagrado santuario y tumbó todos los ídolos de su pedestal. Los que estaban en un lugar más elevado fueron desplomados por Alí quien jubilosamente se encontraba encima de los hombros del Profeta. Sin embargo, Algunas personas fueron asesinadas debido a un antiguo deseo de venganza de Ĵālid ibn Walīd. El apóstol de Alá estaba muy dolido. Muhammad reprendió al impulsivo comandante y le manifestó a Dios que se encontraba completamente disociado de lo que Ĵālid había hecho.[6]Muhammad comisionó a Alí para hacer las paces con la afligida tribu por medio de su discurso de arrepentimiento y las numerosas indemnizaciones. Poco tiempo después de la conquista de la Meca, los espías trajeron las noticias de que Hawāzin y Žāqīf, dos tribus paganas que se encontraban en Hunain, un sitio a 3 o 4 días de viaje desde La Meca se habían levantado en armas contra el Islam. El Profeta llegó con sus seguidores allí y se enfrentó con ellas. Desafortunadamente, los musulmanes corrieron con la misma suerte que en Uhud, es decir, huyeron al ver que estaban siendo derrotados. El Profeta siguió en el campo de batalla defendido por algunos devotos compañeros y por sus parientes y amigos.[7]

Abbas llamó tanto a los Migrantes como a los Auxiliares; emplazándolos otra vez a que ayudaran al Apóstol. Abu Sufiân, con gran júbilo por la victoria pagana, dijo: “Estos musulmanes fugitivos no se detendrán hasta que lleguen al mar rojo.” Sin embargo, por la gracia de Dios, los desperdigados musulmanes se reunieron de nuevo y formaron filas para dar una dura batalla y con una valentía inigualable pasaron de la derrota a la victoria. El Profeta permaneció allí por algún tiempo y las normas de dirección que formuló pueden ser adoptadas orgullosamente por las actuales naciones civilizadas.

Última Peregrinación

En el año 10 de la hégira = Marzo de 632, el Apóstol hizo una Hayy (peregrinación), acompañado por cien mil creyentes de distintos rincones de Arabia. En el vasto campo de “Arafāt”el Profeta pronunció elocuentes discursos, donde exigía de las personas compasión, caridad, perdón, piedad, y honrarse entre ellos.

Él les perdonó sus obras viles, la usura, la venganza y la parranda. ¿Su intuición penetrante podía ver a través de los corredores del tiempo? Porque inmediatamente los previno contra la corrupción, que después de su muerte ¿vendría como consecuencia de innumerables conquistas e incontables riquezas? Prohibiéndoles tomar el mal camino y un derramamiento de sangre mutuo, se dirigió a ellos con un tono solemne y les dijo: “Les dejo dos cosas dignas: el Libro de Alá, y mi progenie, la Ahlul Bayt (Alí, Fátima, Hasan y Husain).[8] Ellas estarán por siempre unidas, y nunca se separarán, hasta que vengan a mí en la Fuente Kauzar. Luego preguntaré a ustedes cómo los trataron después de mi muerte. Veré que respeten y obedezcan a ambas.”[9] Luego de esto, el Profeta se preparó para regresar a Medina.

Anuncio del Sucesor en Gadir Ĵum; 18 de Ďul Hiyya (16 de Marzo del 632 D.C.)

Durante el viaje de regreso, en Ĵum, cerca de Yuhfa, el Profeta se detuvo repentinamente según Dios se lo había pedido. Le ordenó a las masas que se reunieran; espero por los que estaban atrás y bajo la poca hospitalaria sombra de árboles de acacia improvisó un púlpito desde donde le comunicó a la gente la majestuosa orden que acababa de recibir de Alá.[10] Luego de recitar el himno formal de Dios, le preguntó a sus seguidores si él poseía o no autoridad sobre sus personas y sus almas más que ellos mismos. Todos respondieron: “Sí, tú tienes autoridad sobre nuestros cuerpos y nuestras almas más que nosotros mismos.” Entonces les dijo: “Es posible que pronto parta hacia el otro mundo. Dejo entre ustedes dos cosas preciosas: el Sagrado Libro de Al-lah, y mi sagrada progenie, mi Ahlul Bayt. Ellas no se separarán hasta que se reúnan conmigo de nuevo en Kauzar, la sagrada fuente. Allí les preguntaré a ustedes como se comportaron con ellas.”[11]

En este momento el Profeta ubicó a Alí a su lado. Puso su turbante en la cabeza de Alí y le alzó la mano; luego se dirigió a la audiencia, la cual había reconocido la autoridad del Profeta sobre sus cuerpos y sus almas, y les dijo: “Alá es mi Maula (Autoridad) y yo soy el Maula de ustedes. Alí es Maula de cualquiera que yo sea su Maula; Oh Alá, ama a quien ame a Alí, y se enemigo de quien sea su enemigo; oh Dios, haz que la verdad se dirija hacia donde sea que se dirija Alí.”[12]

En esta propicia ocasión, en la cual se había resuelto el asunto acerca de quién iba a suceder al Profeta, las esposas y los compañeros del mismo felicitaron a Alí. Este fue el último paso dado por el Apóstol para mantener a sus seguidores alejados de discordias. En una ocasión anterior, 23 años atrás, el Profeta ya había declarado a Alí como su sucesor cuando dijo en una fiesta, en el comienzo de su misión: “Alí es mi albacea, mi sucesor; todo creyente tiene la obligación de obedecerle.”

La razón por la cual el Profeta le daba gran importancia a este asunto es obvia: en todo gobierno o institución se postula al sucesor del fundador, rey, presidente o cabeza principal. Toda organización o estado sigue esta regla fundamental administrativa. Es inaceptable la maliciosa invención de que el Profeta no tenía autoridad para nombrar a su sucesor. Siempre que el Profeta dejaba Medina por un día o una semana designaba a un jefe temporal. Hasta el director de una escuela deja encargado, cuando tiene que ausentarse, a un r suplente. ¿Cómo podría el Profeta dejar a la nación abandonada a su suerte sin designar a su sucesor en propiedad? Afirmar que él no tenía autoridad para hacer esto no tiene fundamento. En este momento surge esta pregunta: ¿Si el Profeta no estaba autorizado para designar a su sucesor, quien le dio la autoridad a Abu Bakr en su lecho de muerte para designar a Umar como el suyo? ¿Y quién le dio el derecho a Umar para designar a Uzman como califa en este zigzagueante proceso?

De hecho, según la tradición, el Profeta había anunciado que habría 12 jefes de la Comunidad y que el último de ellos llevaría su mismo nombre (el doceavo Imam Muhammad al-Mahdi). (Ver Buĵāri, Kitāb al-Ahkām, Cap. 30; Tirmiḍi, I, 843; Musulmán, VI, 33; Abu Dawud, II 303). El Profeta había designado explícitamente sus sucesores para evitar que el Califato fuera sacrificado en el altar del ‘robo político’, lo que hicieron personas como Marwan, el Maldito, quien tomó el Sagrado Cargo en el 684.

Mubāhila en 22 de Marzo de 632 D.C., Muerte en 25 de Mayo de 632 D.C.

Después organizar todos los asuntos que demandaban su atención el Profeta se dirigió a Medina y allí se encontró con una delegación de cardenales cristianos, la crema y nata de toda la cristiandad, quienes habían venido de Yemen, dirigidos por Abdul Masih Aāqib. Ellos negaban la autenticidad del Islam. El Profeta estuvo de acuerdo en poner fin a la controversia invocando a Dios y pidiéndole que enviara su maldición a la parte que mintiera.

A la mañana siguiente el Profeta se dirigió a la venerable delegación; estaba acompañado por su sagrada descendencia: su hija Fátima, su esposo Alí, y sus hijos Hasan y Husain. Abdul Masih vio con asombro a este venerable grupo envuelto en un aura de luz celestial y le advirtió a su gente: “Veo a un grupo de personas que si las enfrentamos espiritualmente, de seguro nos destruirán. Este es el tipo de personas que mueven montañas bajo sus órdenes.” La delegación desistió entonces de su intención de una confrontación y se regresaron, no sin antes decidir que enviarían a Muhammad tributos y obsequios todos los años.

Dos años después de llegar a Medina el Profeta fue presa de fiebre y dolores de cabeza. Su salud empeoraba. Pidió que le dieran los implementos necesarios para escribir una guía, pero Umar, quien había llegado a la casa lo impidió a propósito diciendo: “el hombre está delirando”28. Al día siguiente reunió un ejército para vengar la derrota en Muta, alistó su estandarte y estrictamente les ordenó a todos en Medina a unírsele a dicho ejército y marcharse inmediatamente, con excepción de Alí quien debía quedarse junto a él. El ejército partió, pero fuera de la ciudad se detuvo por órdenes de experimentados compañeros como Abu Bakr y Umar quienes astutamente manifestaron que la condición del Profeta era precaria. En síntesis, la explícita orden del Profeta fue desobedecida a causa de que un plan de larga preparación estaba en progreso. El 25 de Mayo de 632, mientras estaba reclinado sobre Alí, el Profeta expiró, diciendo: “Prefiero al Amigo Más Elevado.”[13]

Los miembros de su familia bañaron su sagrado cuerpo. En esa misma habitación Abu Ubaida dispuso la sepultura de ese noble apóstol. Un pequeño grupo de sus parientes y sus más fieles compañeros participaron en la oración de su sepelio dirigida por Alí. Toda la comunidad, apabullada por la triste noticia quedó perpleja después cuando Umar les dijo que el Profeta no había muerto sino que había ido a tener una breve charla con Dios. También amenazó con su espada desenfundada matar a quien se atreviera a decir que el Profeta había muerto. 30 El velo gris de la tristeza envolvió a toda la ciudad mientras que en una re conocida casa comunal de la ciudad de Medina dos grupos poderosos se disputaban quien debía ser electo como sucesor o heredero de la religión y el estado de Muhammad.

Fuente: Libro UNA BREVE HISTORIA DEL ISLAM (Desde sus inicios hasta 1995)”; Editorial Elhame Shargh

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente


[1] Tabari, I, 213; William Muir. Life, 297; Ibn Khaldun. History, I, 340.

[2] Damiri, Hayat, I, 236; Aryahul Matalib, 348.

[3]  Bujari, Parte II, Hadiz 4; Tabari, I, 336; Madāriy, II, 365.

[4] Tabari, III, 93; Ibn Sa’ad, Tabaqāt, I, 453; Buĵāri, Capítulo Yihād, 561

[5] Ibn Sa’ad, Tabaqāt, I, 480, Ibn Ĵaldun, I, 386.

[6] Washington Irving, La vida de Muhammad, 291; Madaariyun Nubuwwah, II, 484

[7] Tabari, II, 442; Ibn Katheer, Tafseer, II, 42.

[8] Como es señalado en el Corán 3:61; Mishkāt 2,255; Tirmiḍi, 2, 396.

[9] Muslim, Sahih, VII, 122; Abu Dawud, Sunan, II, 307; Ahmad Hanbal, Musnad, III, p. 14, 17; Ibn Sa’ad, Tabaqāt, IV, 8; Ibn Katheer, Tafseer, IV, 113; Ibn Athir Kaamil, II, 12.

[10]  Corán 5:67, comentado por Zamakhshari & Razi, etc.

[11] El Profeta repite seguramente con la intención de dar un mayor énfasis.

[12] Hakim, Mustadrak, III, 139; Ahmad, Musnad, IV, 372; Ďurr al-Manzūr, II, 298; Rāzi XII, p. 49, Tafsir en el capítulo 5:67; Mishkāt, III, 247; Nesāi. Khasā’is, 4; Kanzul Ummāl, VI, 155; Ibn Hayar, Sawāi’iq, 26. Tirmiḍi, Sunan II, 460, etc.; Bujari, parte 14, Capítulo 391, “Mi vida depende de Alí, su vida depende de míMusulmán, Ii, 328.

[13] Bukhāri, Sahih, Wafaat an-Nabi; Ibn Atheer, Kamil, II, 529 Gibbon, Declive &Caida, V, 398.

Article_image