El Islam no es un simple  cuerpo de ideas en el mundo de la especulación metafísica; ni ha venido simplemente para ordenar la vida social del hombre. Es una forma de vida tan extensamente significativa que eleva la educación, la sociedad y la cultura a alturas no conocidas hasta ahora.
Si negáramos el principio de libertad y no asignáramos ningún rol positivo a la voluntad humana, no habría ninguna diferencia entre el hombre y el resto de la creación. Si los deberes impuestos al hombre y las instrucciones que le han sido dadas no ponen a prueba su libre voluntad y su capacidad de obedecer y responder ¿Para qué sirven? Si los estados espirituales del hombre y las acciones exteriores están determinadas mecánicamente todos los esfuerzos incansables de los educadores morales para redimir a la sociedad humana e impulsarla en dirección a la creatividad y a los valores más elevados son totalmente inútiles.
El espiritismo, la práctica de comunicarse con los espíritus de los muertos, alcanzó su mayor auge durante el siglo XIX en que se convirtió en una disciplina codificada. Numerosas personalidades en todo el mundo han observado la posibilidad de tal comunicación, que puede ser considerada una de las pruebas vivas sobre la autonomía e inmortalidad del espíritu.
Es cierto que no es el objetivo del Noble Corán descubrir y exponer fenómenos científicos, ni establecer las leyes específicas que rigen todo el acontecer en el mundo, ni tampoco explicar las propiedades o modus operandi de la naturaleza. No debemos esperar del Corán que discuta de una manera organizada, las distintas ramas de la ciencia y que analice los tópicos vinculados a cada una de ellas, o que resuelva los problemas que se planteen en los distintos campos bajo estudio.