La epopeya de Ashura

Un vistazo a la épica del Señor de los Mártires; Imam Huseyn (La paz sea con él)

Caravana de los prisioneros de Karbalá en Damasco, en la corte de Yazíd y el martirio de la noble Ruqayah (a.s.)

Un vistazo a la historia del Islam en el primer siglo

Por el Sheij Huseyn Ansarián

La entrada de la caravana de los prisioneros en Damasco

Seyed Ibn Táwuus[1] y Marhúm Alámah Maylesí, la misericordia de Dios sea con ambos, han escrito lo siguiente en relación con la llegada de Ahl ul-Bayt (a.s.) a la ciudad de Damasco:

“Cuando los mercenarios de Yazíd trasladaban a los miembros de Ahl ul-Bayt (a.s.) hacia Damasco, Umm Kulzúm (a.s.) pidió hablar con Shimr y le dijo: “Tengo que pedirte algo.”

Shimr dijo: “¿Qué cosa es?”

Ella dijo: “Allí está la ciudad de Damasco. Haznos entrar por una de las puertas de la ciudad que menos tránsito tenga para que nos vea el menor número posible de personas y haz que las cabezas cortadas de nuestros mártires vayan delante de nosotras para que las gentes, mirando sus rostros luminosos, no se preocupen de mirarnos a nosotras.”[2]

Pero Shimr, contrariando los deseos de la hija de Amir al-Muminín (a.s.), dio la orden de hacer entrar a los miembros de Ahl ul-Bayt (a.s.) por la puerta de las horas, que era la más concurrida de todas, y llevar las cabezas cortadas sobre las lanzas a los lados de los palanquines. Así fueron conducidos hasta llegar junto a la mezquita mayor, lugar destinado para albergar a los prisioneros.[3]

Un anciano de la gente de Damasco, al ver a los prisioneros, creyendo que eran enemigos del Islam, se adelantó hacia y ellos y dijo:

«الحَمدُلله الذي قَتَلَکُم وأهْلَکَکُم»؛ «وَأراحَ البِلادَ عَن رِجالَکُم»؛

“Alabado sea Dios que os ha matado y destruido y ha librado a los pueblos de vuestros hombres.”

Cuando, por fin, pararon, Imam Zayn ul-‘Abidín Ali (a.s.) preguntó al anciano:

«هَل قَرَأتَ القُرْآنَ؟»

“¿Has leído el Corán?”

El anciano respondió: “Sí, lo he leído.”

El Imam le preguntó: “Has leído este versículo:

(قُل لَّآ أَسۡ‍َٔلُكُمۡ عَلَيۡهِ أَجۡرًا إِلَّا ٱلۡمَوَدَّةَ فِي ٱلۡقُرۡبَىٰ)

Di: No os pido recompensa por ello excepto el amor a mis familiares.[4]

El anciano respondió: “Sí, lo he leído.”

El Imam le preguntó: “Has leído este versículo:

(وَاعْلَمُوا أَنَّمَا غَنِمْتُم مِّن شَيْءٍ). (فَأَنَّ لِلَّهِ خُمُسَهُۥ وَلِلرَّسُولِ وَلِذِي ٱلۡقُرۡبَىٰ)

Y sabed que, de los bienes excedentes que obtengáis de cualquier cosa, una quinta parte pertenece a Dios, al Mensajero y a su familia…[5]

El anciano respondió: “Sí, lo he leído.”

El Imam le preguntó:

“Has leído este versículo:

(وَآتِ ذَا الْقُرْ‌بَىٰ حَقَّهُ).

Y da a los familiares su derecho…[6]

El anciano respondió: “Sí, lo he leído.”

El Imam le preguntó:

“Has leído este versículo:

(إِنَّمَا يُرِ‌يدُ اللَّـهُ لِيُذْهِبَ عَنكُمُ الرِّ‌جْسَ أَهْلَ الْبَيْتِ وَيُطَهِّرَ‌كُمْ تَطْهِيرً‌ا).

Ciertamente, Dios quiere apartar de vosotros la impureza ¡Oh gente de la casa! y purificaros totalmente.[7]

El anciano respondió: “Sí, lo he leído.”

El noble Imam (a.s.) le dijo:

“¡Oh anciano! Estos versículos fueron hechos descender por nuestro derecho. Los familiares a los que se refiere somos nosotros, la gente de la casa a la que Dios Altísimo a purificado de toda impureza somos nosotros.”

El anciano se sintió terriblemente disgustado y levantando sus manos hacia el cielo dijo:

«اللهمَّ إنّي أتُوبُ إلَيک»  «اللهمَّ إنّي أبرَءُ إلَيکَ مِن عَدُوِّ آلِ مُحمَّد وَمِن قَتَلَةِ أهْلِ بَيْتِ مُحمَّد»؛

“¡Oh Dios! ¡A Ti me vuelvo arrepentido! ¡Oh Dios! ¡Ante Ti manifiesto mi enojo contra los enemigos de la familia de Muhammad y contra los que mataron a la gente de la casa de Muhammad!”

Después dijo:

“¡Oh hijo del Mensajero de Dios! ¿Será aceptado mi arrepentimiento?”

El noble Imam le dijo:

«إنْ تُبْتَ تابَ اللهُ عَلَيکَ وَأنتَ مَعَنا»؛

“Si te arrepientes Dios acepta tu arrepentimiento y estarás con nosotros.”

Cuando la noticia de este hecho llegó a oídos de Yazíd, dio orden de que matasen inmediatamente a aquel anciano.[8]

Sahl Sá’edí, uno de los compañeros del Mensajero de Dios (s.) dice:

“Viaje a la Casa Sagrada por cuestiones laborales, desde allí fui a Damasco y me encontré toda la ciudad adornada. En las puertas y en las paredes colgaban banderas de colores, las mujeres cantaban melodías festivas.

Quedé muy sorprendido. ¿A qué se debía tanta alegría y fiesta? Pregunte a un habitante de la ciudad:

“¿Es hoy fiesta y yo no lo sabía?”

El hombre anciano me respondió:

“¿Es que no sabes? ¿Llegas de tierras lejanas después de un largo viaje?”

Yo le dije:

“No. Juro por Dios que soy Sahl Sá’adí, uno de los compañeros del Mensajero de Dios (s.).”

Entonces, él me dijo:

يا سَهل ما أعجَبَک السَّماءُ لا تَمطَرُدَماً وَالأرضُ لا تَنخَسِفُ بِأهلِها»؛

“¿No te sorprende que del cielo no esté lloviendo sangre y que la tierra no se abra y se trague a todos sus habitantes?”

Yo dije:

“¿Por qué tendrían que suceder tales cosas?”

Él dijo:

“Hoy están trayendo la cabeza cortada de Huseyn (a.s.) en Iraq al palacio de Yazíd.”

Dije:

“¡Qué ironía! ¿Están llevando la cabeza cortada de Aba Abdellah (a.s.) a Yazíd y las gentes se alegran? ¿Por qué puerta están entrando?”

Él dijo:

“Por la puerta de las horas.”

Fui hacia la puerta de las horas y pude ver como llevaban las cabezas de los mártires en la punta de las lanzas. La cabeza de Aba Abdellah (a.s.), que era la persona más parecida al Mensajero de Dios (s.), la llevaban clavada en lo alto del astil de una bandera. Detrás de la bandera vi a una niña montada sobre un camello sin angarillas. Me fui hacia ella y dije:

“¡Oh hija! ¿Quién eres?”

Ella me dijo:

“Soy Sukaina la hija de Huseyn”

Yo le dije:

“Yo soy Sahl Sá’edí, un compañero de tu abuelo. Ordéname lo que desees.”

Ella me dijo:

“Diles que se lleven esa cabeza cortada más lejos de nosotros, para que las gentes la observen a ella y presten menos atención a las mujeres de la familia del Profeta (s.).”

Fui junto a uno que estaba junto a la cabeza y le dije:

“Toma estos cuarenta dinares de oro rojo y aléjate esa cabeza cortada de las gentes de la familia profética.”[9]

El autor de la obra Tadkirat ush-Shuhadá, escribe:

El Imam Zayn ul-Abidín Ali (a.s.) le dijo a Nu’mán ibn Mundar Madáiní: “No he visto una tragedia más grande que cuando nos llevaron a la ciudad de Damasco.”

Yo le pregunté: “¿Cómo fue esa tragedia?”

Él me dijo:“Aquellos opresores nos infligieron, en esa situación, siete humillaciones que no habían cometido desde que nos habían hecho prisioneros.

Primero, desnudaron sus espadas y levantaron sus lanzas y nos rodearon manifestando su victoria sobre nosotros y nos mostraron ante toda la gente de Damasco, hasta que reunieron a las gentes amantes de la diversión, los juglares y los que tocan laudes y flautas, que comenzaron a celebrar y a tocar sus panderetas y guitarras.

Segundo, trajeron las cabezas de nuestros mártires y las colocaron entre nuestras mujeres e hijos.

Tercero, Tiraron agua y fuego sobre nuestras cabezas desde lo alto de los tejados de las casas de Damasco. Cuando el fuego cayó sobre mi turbante, como tenía atadas las manos al cuello, no pude apagarlo, mi turbante ardió y el fuego llegó a mi cabeza y la quemó.

Cuarto, nos estuvieron paseando por las calles desde la salida del sol hasta el anochecer con sonido de guitarras y panderetas, mientras iban proclamando: ¡Oh gentes! ¡Matad a estos extranjeros que no muestran ningún respeto hacia el Islam!

Quinto, nos bajaron de los camellos, nos ataron a una cuerda y nos pasearon por el barrio de los judíos y el de los cristianos y les decían: “Estas son gentes de la familia que mataron a vuestros padres y destruyeron vuestros hogares. Hoy es el día de vuestra venganza.” Así que quienes quisieron lanzaron contra nosotros tierra, piedras y palos.

Sexto, Nos llevaron al mercado de venta de esclavos para vendernos como esclavos y esclavas, pero Dios no lo permitió.

Séptimo: Nos alojaron en un lugar que no tenía techo, de manera que no pudimos descansar, de día por el calor y de noche por el frío, y el hambre y la sed nos torturaban.”

Después de eso, podemos entender el secreto que encerraban las palabras del Imam As-Sayyad (a.s.) cuando fue preguntado dónde fue mayor la tragedia que tuvieron que soportar y respondió:

“¡Damasco! ¡Damasco! ¡Damasco!”[10]

¿Qué sucedió en el descampado de Damasco? Las circunstancias del martirio de la noble Ruqayah (a.s.), la hija de tres años del Señor de los Mártires (a.s.)

Una de las dificultades dramáticas que la familia profética tuvo que soportar en Damasco fue el descampado en el que les alojaron al llegar a Damasco y el fallecimiento de la hija de tres años del Señor de los Mártires (a.s.). Este acontecimiento ha sido recogido en las obras que tratan la épica de Karbalá.[11]

El Imam Yafar as-Sádiq (a.s.) dijo:

 “Llevaron a la gente de la familia profética (a.s.) a una casa medio derruida cercana a la mezquita mayor de Damasco y a la casa de gobierno de Yazíd, pero como era una casa que no reunía condiciones para ser habitada, les trasladaron de allí al descampado mencionado.[12]

Cuando llevaron a los miembros de la casa profética (a.s.) a aquellas ruinas, sin respeto alguno a su grandeza, a la nobleza y a la dignidad que poseían, ellos se dijeron:

«إنَّما جُعِلنا فی هذا البيت لِيَقَعَ عَلَينا فَيَقْتُلُنا»؛

“Sin duda, nos han traído a este lugar para que el tejado de esta casa se derrumbe sobre nosotros y nos mate.”[13]

Sheyj Sadúq, en su obra Al-Amálí[14] y Seyed Ibn Táwuus, la misericordia de Dios sea con ambos, en la obra Al-Luhúf, escribieron:

 “La casa en ruinas que dieron a Ahl ul-Bayt (a.s.) en aquel lugar, no les ofrecía ninguna protección del calor del día y del frio de la noche, hasta tal punto que, al poco tiempo, el rostro de las mujeres, de las hijas y de los niños, se peló.

El Imán As-Sayyád (a.s.) dijo: “Mantuvieron a los miembros de la casa profética (a.s.) en aquella casa en ruinas hambrientos por el día y por las noches lamentándose y rezando por Aba Abdellah (a.s.) hasta el amanecer.”[15]

Mantuvieron oculto a los niños el martirio de Aba Abdellah (a.s.) sus compañeros y los miembros de la casa profética, todo el tiempo que pudieron, pero algunos de los textos escritos sobre la matanza, relatan lo sucedido a uno de ellos, una niña de tres años, que denominan Ruqayah:[16]

“Esta niña amaba mucho al noble Imam Huseyn (a.s.) y estaba muy apegada a él. En aquella casa en ruinas en la que alojaron a Ahl ul-Bayt (a.s.) la niña se pasaba los días y las noches llorando y llamando a su padre. Por mucho que la decían que su padre se había ido de viaje, refiriéndose con ello al viaje que había emprendido a la otra vida, no conseguían que la niña se calmase hasta que, una noche, vio a su padre en sueños. Cuando despertó del sueño se encontraba muy alterada y por mucho que intentaron calmarla, su alteración era cada vez mayor.

Las mujeres y las niñas de la familia perdieron la contención y, contagiadas por sus llantos y lamentos, comenzaron también a llorar y lamentarse y a golpearse el rostro. Arrojaban la tierra de aquellas ruinas sobre sus cabezas y se mesaban los cabellos.

 Todos aquellos lamentos y llantos terminaron despertando a Yazíd, que preguntó: “¿Qué es lo que sucede?”

Le contaron el sueño que aquella niña de tres años había tenido y él dijo: “Llevadle la cabeza de su padre. Los niños no tienen uso de razón. Cuando vea la cabeza de su padre se calmará.”

Pusieron la cabeza del noble Imam (a.s.) en un recipiente de madera, lo cubrieron con un paño y lo pusieron junto a ella.

La niña dijo: “Yo no quiero comida, lo que quiero es a mi padre.”

Le dijeron: “Tu padre ha venido.”

Cuando levantó el paño vio la cabeza cortada, la tomó con sus pequeñas manos y la coloco en su pecho, mientras repetía:

“Oh padre! ¿Quién ha teñido tu barba con la sangre de tu rostro? ¿Quién ha cortado las venas de tu garganta? ¿Quién me ha dejado huérfana en la infancia?

¡Oh padre! ¿Quién calmará los gritos de los huérfanos? ¿Quién consolará este dolor? ¿Quién se apiadará de estas mujeres que han dado a sus mártires y que están prisioneras? ¿Quién cuidará de estos que gritan con ojos anegados en llanto?

¡Oh padre! ¿Qué mano será la que acaricie las cabezas de estos niños?

¡Oh padre! ¿Quién será después de ti nuestro apoyo y soporte?

¡Oh en qué estado estamos! ¡Oh que lejos de nuestra gente!

¡Oh padre! ¡Ojalá muriera por ti!

¡Oh padre! ¡Ojalá hubiera quedado ciega antes de ver esto!”

Después besó los labios de su padre y tanto lloró que perdió el conocimiento. Cuando quisieron despertarla vieron que había abandonado este mundo.[17]

¿Qué sucedió en la corte de Yazíd, el maldito por Dios?

Uno de los hechos sorprendentes que tuvieron lugar en Damasco fue el sueño de la noble Sukaynah.

Alámah Maylesí, Ibn Namái Hellí, Seyed Ibn Táwuus, Bahrání, Há’erí Mázandarání y Sheyj Abbás Qommí, la misericordia de Dios sea sobre todos ellos, lo han recogido en sus obras.[18]

La noble Sukaynah dijo a Yazíd, estando en su corte:

“He tenido un sueño. Si quieres escucharme te lo contaré.”

Yazíd asintió, indicando su disposición a escucharla.

Ella dijo:

“Ayer noche, después de rezar, suplicar, hablar con Dios y llorar abundantemente, me quedé dormida. Vi en el sueño que las puertas del mundo superior estaban abiertas. Me vi a mí misma en una luz que salía del cielo y llegaba a la tierra. De pronto, me vi en un jardín. En aquel jardín veía servidores celestiales y contemplaba un palacio. Entré en él acompañada de cinco personas.

Preguntaba a uno de los servidores: “¿De quién es este palacio?”

Él me decía: “Este es el palacio de tu padre el Imam Huseyn (a.s.) Dios se lo ha otorgado en compensación por la aceptación del decreto divino y la paciencia que mostró”

Yo preguntaba: “¿Quiénes son esas cinco respetables personas?”

Él me dijo: “El primero de ellos es el noble Adán, padre de la humanidad, la paz sea con él, el segundo es Noé, el tercero es Abraham el amigo de Dios, el cuarto es Moisés.”

Yo dije: “Quién es el quinto que lleva su mano a la barba y que va tan sumergido en la tristeza y dolor que solo con verle dan ganas de llorar?”

Él dijo: “¡Querida Sukayna! ¿No sabes quién es?”

Yo dije: “No”.

Él dijo: “Es tu abuelo el Mensajero de Dios que va al encuentro de Imam Huseyn (a.s.).”

Me acerqué a mi abuelo a toda prisa y le dije:

«يا جدّاه قُتِلتْ وَالله رِجالُنا وَسُفِکَتْ وَالله دِماؤُنا وَهُتِکَتْ حَريمُنا وَحُمِلْنا عَلی الأقطاب مِن غَيرِ قِطاعٍ وَنِصابٍ إلی يزيد»؛

“¡Oh abuelo mío! ¡Juro por Dios que mataron a nuestros hombres! ¡Juro por Dios que derramaron nuestra sangre y nos despojaron de nuestros velos. Nos hicieron cabalgar sobre camellos sin sillas y nos llevaron ante Yazíd.”

 El noble Mensajero me abrazó, se volvió hacia Adán, Noé, Abraham y Moisés, la paz sea con todos ellos, y dijo:

«أما تَرَونَ ما صَنِعَتْ اُمَّتي بِوَلَدي مِن بَعدي»

“¿Veis lo que ha hecho mi comunidad con mi hijo cuando yo me fui?”

El servidor dijo: “¡Oh Sukaynah querida! No digas nada. Has entristecido enormemente a tu abuelo el Mensajero, le has llenado de dolor y de llanto.” Me tomó de la mano y me llevó al interior del palacio. Allí vi a cinco mujeres a las que Dios había dotado de una hermosa figura e incrementado su belleza con una luz resplandeciente. Entre ellas vi a una mujer especial que había revuelto el cabello de su cabeza, vestía un traje negro y llevaba una camisa llena de sangre en sus manos. Cuando se levantaba de su sitio todos se levantaban, cuando se sentaba todos se sentaban.

Dije: “¿Quiénes son esas mujeres?”

El sirviente dijo: “Son Eva, María, Jadiya, Háyar, Sara y la mujer que lleva la camisa ensangrentada en sus manos es la señora de todas las damas del universo, la noble Fátima Zahrá (a.s.)”

Entonces me acerque a mi madre Zahrá y le dije:

«يا جَدّتا، قُتِلَ وَاللهِ أبي واُؤتمتُ عَلی صِغَر سِنّي»؛

“¡Oh abuela! Juro por Dios que mataron a mi padre y me dejaron huérfana teniendo tan poca edad.”

Fátima Zahrá me tomó en sus brazos y me estrechó contra su pecho y lloró profusamente. Las otras cinco mujeres también lloraron con ella y dijeron:

 “¡Que Dios juzgue entre tú y Yazíd!”

Después, Fátima Zahrá me dijo:

«کُفّي صوتَک يا سُکينة»؛ «فَقَد قَطَعتِ نياط قَلبی هذا قَميصُ أبيکَ الحُسين»؛

«لا يُفارِقُني حَتّیٰ ألقَی اللهُ بِهِ»؛

“¡Oh Sukayna! ¡Contén tu llanto! ¡Mis siervos me han roto el corazón! ¡Ésta es la camisa desgarrada de tu padre! ¡No me separaré de ella hasta que me presente con ella ante Dios!”[19]

 

Extraído del libro La epopeya de Ashura, un vistazo a la épica del Señor de los Mártires; Imam Huseyn (P); Editorial Elhame Shargh, 2014

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com , Fundación Cultural Oriente

 

[1] Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p. 210 y siguientes.

[2] Maylesí, Bihár al-Anwár, t. XLV, p. 127, cap. 39.

[3] Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p. 210; Ibn A’zám Kúfí, Futúh, t. V, p. 129; Jawárizmí, Maqtal al-Huseyn (a.s.), t. II, p. 61.

[4] Sagrado Corán, 42:23.

[5] Sagrado Corán, 8:41.

[6] Sagrado Corán, 17:26.

[7] Sagrado Corán, 33:33.

[8] Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p.211-213; Sheyj Abbás Qommí, Muntaha al-Ámál, t. II, p. 974-975; Tabarsí, Al-Ihtiyáy, t. II, p. 120-122; Seyed Mohsen Amín, Lawáich al-Ashyán, p. 167-168.

[9] Maylesí, Bihár al-Anwár, t. XLV, p. 127-128; Abdellah Bahrání, Awálim al-‘Ulúm, p. 427-428; Sheyj Abbás Qommí, Muntaha al-Ámál, t. II, p. 976-977; Seyed Mohsen Amín, Lawáich al-Ashyán, p. 167-168; Jórazmí, Maqtal al-Huseyn (a.s.), t. II, p. 60.

[10] Muláq Habib ul-lah Káshání, Tadkirat ush-Shuhadá, p. 412.

[11] Sheyj Sadúq, Al-Amálí, p. 140-142; Maylesí, Bihár al-Anwár, t. XXXI, hadíz 3 y 4; Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p. 219; Maylesí, Bihár al-Anwár, t. XLV, p. 177, cap. 39, hadíz 25; Sheyj Abbás Qommí, Muntahá al-Ámál, t. II, p. 1002-1004.

[12] Ráwandí, Al-Jaráich wa Al-Yaráih, t. II, p. 753, cap. 15, hadíz 71.

[13] Muhammad Ibn Hasan Saffár Qommí, Basáir ad-Darayát, p. 358, cap. 12, hadíz 1; Muhammad Ibn Yarír Tabarí, Daláil al-Aimmah, p. 204, hadíz 15/125; Ráwandí, Al-Jaráich wa Al-Yaráih, t. II, p. 753, cap. 15, hadíz 71.

[14] Sheyj Sadúq, Al-Amálí, p. 142, sesión 31, hadíz 4.

[15] Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p. 219.

[16] Algunas veces han aparecido objeciones sobre la existencia de la noble Ruqayah (a.s.), alegando que su nombre no aparece en la mayoría de los textos históricos o que aparecen nombres compuestos y parecidos, con lo que no se puede afirmar de manera terminante la existencia de una niña con ese nombre. Se debe decir, respondiendo a esas objeciones, que el hecho de que su nombre no aparezca en algunas obras históricas no es argumento suficiente para afirmar su inexistencia, ya que era y es una costumbre de los árabes denominar a las personas por los nombres de sus padres y por apodos (kunia y laqab), añadiéndolos a sus nombres originales, por lo que se debe decir también que el nombre Ruqayah procede de “raqaya” que significa “subir” y “progresar”. Puede que el nombre Ruqayah fuera un apodo con el que se la conocía y que su nombre original fuera Fátima, ya que no parece plausible que Imam Huseyn (a.s.) pusiera de nombre Ruaqyah a una hija suya, y, conforme a algunas fuentes históricas, es posible que fuera esa misma Fátima bint al-Huseyn (a.s.) conocida como Fátima la pequeña (Fátima as-Sugrá) que en ellas se menciona, ya que algunos de los hijos del Imam Huseyn (a.s.) tenían dos nombres y también es posible que se diera un parecido entre algunos de los hijos del noble Imam. Aparte de esto, también existe pruebas históricas a favor de esta pretensión, ya que en las obras históricas correspondientes leemos: “Entre los hijos del Imam Huseyn (a.s.) había una niña pequeña de nombre Fátima, pues como el Imam amaba tanto a su noble madre Fátima Zahrá, le ponía su nombre a todas las hijas que Dios le dio.

En la obra Ma’álí as-Sibtayn, de Marhúm Háerí, leemos: “Tenía Al-Huseyn (a.s.) una hija pequeña… a la que llamaban Ruqayah y que tenía tres años”. La expresión “a la que llamaban Ruqayah” parece confirmar que ese no era su nombre original sino que, más bien, se la conocía por ese nombre.

[17] Imád ud-Din Tabarí, Kámil bahá’i, t. II, p. 179; ‘Adímí, Al-Íqád, p. 179.

[18] Alámah Maylesí, Bihár al-Anwár, t. XLV, p. 140-141, cap. 39; Ibn Namái Hellí, Mazír al-Ahzán, p. 104-105; Seyed Ibn Táwuus, Malhúf ‘ala qatli at-Tufúf, p. 188-189; Abdellah Bahrání, Awálim al-‘Ulúm, p. 440; Há’erí Mázandarání, Ma’álí as-Sibtayn, t. II, p. 204-209, sesión 10.

[19] Shey Abbás Qommí, Muntahá al-Ámál, t. II, p. 1004-1006.

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