Historia del Islam en el III año de la hégira - La batalla de Uhud

Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)

Por: Aiatollah Yafar Sobhani

EL III AÑO DE LA HÉGIRA

LA BATALLA DE UHUD

Los sucesos ocurridos en el III año de la Hégira no fueron menos importantes que los de la batalla de Badr del II año. Luego siguió la batalla de Uhud en el tercero, ambos los más importantes combates del naciente gobierno islámico. Hubo, aparte de Uhud, varias saríahs y alguna pequeña operación comando. Veremos ahora solamente una de las saríah.

Saríah comandada por Muhammad Ibn Maslamah

La noticia del triunfo islámico en Badr fue adelantada en Medina por dos soldados musulmanes. Aún el ejército triunfante no había regresado a la ciudad cuando un hábil y elocuente poeta llamado Ka‘b Ashraf, de madre judía, enfurecido por la noticia, había comenzado a difundir informaciones falsas por todos lados. Ya era conocida su inclinación a componer poesías contra el Profeta y en elogio y estímulo de sus adversarios. Cuando se enteró del éxito de los musulmanes dijo: “Sin duda que debajo de la tierra se está mejor que sobre ella”. Seguidamente partió hacia la Meca y allí comenzó a recitar y difundir poemas instigadores. A su regreso a Medina sus incitaciones insidiosas no tenían límite. Era tal su furia que en muchas de sus diatribas llega hasta a ofender a las mujeres musulmanas. Un hombre así era el ejemplo vivo del “corruptor de la tierra”: “El único castigo para quienes luchan contra Dios y Su Mensajero y siembran la corrupción en la tierra consiste en que se le ajusticie o se le amputen la mano y pie opuestos, o se les destierre. Tal será para ellos una afrenta en este mundo y en el otro sufrirán un severo castigo.” (5:33)

Finalmente el Enviado de Dios decidió acabar con la maldad de Ka‘b. La ejecución del castigo estaría en manos de Muhammad Ibn Maslamah. Para eliminarlo este último concibió un astuto plan a cuya concreción ayudaría Abu Nailat, un hermanastro de Ka‘b.

Abu Nailat visitó a Ka‘b. Hablaron durante un rato y recitaron juntos algunos poemas. Luego dijo Abu Nailat: “Quiero confesarte algo que no debes revelar. El Profeta convirtió a nuestra ciudad en blanco de las tribulaciones. Los árabes se convirtieron en nuestros enemigos y todos están en nuestra contra. Ahora nuestras familias son pobres.” Ka‘b habló entonces corroborando lo dicho por su hermano: “Antes que tú yo ya lo había advertido. ¿Qué quieres de mí?” “Resulta que vine a comprar alimentos pero no tengo dinero”, dijo Abu Nailat, “espero que aceptes algo en garantía y seas bondadoso conmigo”. Ka‘b preguntó: “¿Estarías dispuesto a entregarme como garantía a tus mujeres?”. “¿Crees que sería correcto que las dejara en manos del más hermoso de Medina?”, inquirió Abu Nailat. “Entonces déjame a tus hijos”, dijo Ka‘b. “¿Pero es que deseas deshonrarme ante todos?”, fue la respuesta. Y Abu Nailat continuó comentándole que no sólo eran para él los alimentos sino también para otras personas que se encontraban en similar situación y que estaban dispuestos a empeñar sus armas. Ka‘b aceptó el trato. La intención de los musulmanes era que Ka‘b, al ver a los que serían sus deudores no descubriera sus intenciones ni se asustara al verlos armados. Abu Nailat se despidió de él y se dirigió a encontrarse con el grupo que debería ir a casa de Ka‘b y llevar a cabo el plan con la excusa de un préstamo para comprar alimentos. Esa misma noche el grupo fue a casa de Ka‘b, quien vivía en una fortaleza. Abu Nailat lo llamó desde afuera. Ka‘b salió aunque su mujer trataba de impedírselo, advirtiéndole que aquella voz le hacía presentir el peligro. Pero él no le dio importancia. Abrió la puerta e inició una conversación con los hombres que aparentaban estar interesados en una compra. Hablaron sobre varios temas y poco a poco la conversación adquirió un clima amistoso. En determinado momento Abu Nailat sugirió a todos los presentes, incluido Ka‘b, pasar la noche en el valle de Ayuz. Estuvieron de acuerdo y emprendieron la marcha. En el camino Abu Nailat colocó sus manos entre los cabellos de Ka‘b y le dijo que hasta aquella noche no había olido un perfume tan rico. Luego repitió la frase y finalmente tomó fuertemente sus cabellos y exclamó: “¡Maten al enemigo de Dios!” Las espadas se introdujeron en su cuerpo y sus exclamaciones fueron vanas. Los musulmanes lo abandonaron allí y prosiguieron su camino. Cuando arribaron al cementerio de Baqi' exclamaron en voz alta: “¡Allahu Akbar!”, anunciando así la ejecución del plan. El Islam se había librado de un peligroso elemento.

La ejecución de otro corruptor.

Abu Rafi', un judío que jugaba el mismo papel que Ka‘b y cuya dedicación a la instigación y el espionaje no era menor a la de aquél, fue ejecutado también poco tiempo después. El desarrollo de las circunstancias de este evento ha sido expuesto por el historiador Ibn Asír. Ambas ejecuciones mencionadas y otros factores fueron causales desencadenantes de la batalla de Uhud. A continuación pasaremos revista a este gran acontecimiento.

QURAISH PATROCINA LA GUERRA

La semilla del empecinamiento violento contra la verdad se habían sembrado en la Meca ya hacía tiempo. La prohibición de los lamentos y llantos por los caídos en Badr acrecentó más aún el deseo de venganza de Quraish. El cierre de sus rutas comerciales que el estado islámico de Medina había impuesto a los mequinenses también encendía las iras.

Ante esta situación Safuan Ibn Umaiiah y Akrama (hijo de Abu Yahl) propusieron a Abu Sufián lo siguiente: Que dado que los más grandes líderes de la tribu y muchos de los valientes guerreros habían muerto en Badr para defender la caravana comercial de la ciudad, todo el que hubiera tenido mercancías en ella debería abonar una suma determinada de dinero para solventar la guerra contra el Islam. Abu Sufián aceptó y ordenó la inmediata aplicación del plan. Los líderes quraishitas que habían tomado conciencia en Badr del poder de los musulmanes, de su sagacidad y espíritu de sacrificio, vieron indispensable formar un ejército ordenado, de soldados bien entrenados de todas las tribus árabes. Amru As y algunos otros se encargaron del reclutamiento en las tribus de Kanana y Zaqif entre otras. Les pidieron su apoyo e invitaron a los más fuertes a luchar contra Muhammad prometiéndoles que todos los gastos serían solventados por Quraish. Después de muchas tratativas consiguieron reunir un grupo de valientes soldados de las tribus de Kanana y Trama con lo que conformaron un ejército de 4000 hombres. Esta cifra cuenta solo los integrantes masculinos; si se sumaran las mujeres el número sería seguramente mucho mayor. No era costumbre de los árabes llevar a sus mujeres a la guerra, pero esta vez las idólatras quraishitas acompañaron a sus hombres. Ellas tenían por función tocar los tambores, recitar poesías y pronuncias dichos y frases que instigaran y estimularan a la venganza. Otro de los fines por el cual llevaron a las mujeres era el de evitar que los soldados desertaran, pues la deserción significaría entregar al enemigo a las esposas y los hijos, y un fuerte guerrero árabe no se sometería a semejante deshonor. En esta batalla participaron también numerosos soldados a quienes se hicieron muchas promesas. A Uahshí Ibn Harb, nativo, etíope que era esclavo de Mu'tim, un hábil lancero, se le había prometido que si mataba a algunas de las grandes figuras del Islam, como Muhammad, Alí o Hamza, sería libre. Finalmente, luego de un gran esfuerzo, lograron reunir un ejercito de 700 hombres con armaduras, 3200 montados en camellos, 1200 a caballo y otros que iban de a pie.

El Profeta es informado de los preparativos de Quraish.

Abbás, tío del Profeta (B.P.), musulmán que no revelaba su condición de tal y que permanecía viviendo en la Meca, informó a Muhammad de los planes bélicos de Quraish mediante una carta que escribió, selló y confió a un miembro de la tribu de Banu Qaffar, al que le ordenó entregarla en un plazo de tres días. El mensajero entregó la misiva al Profeta cuando éste se encontraba en las afueras de la ciudad. Muhammad (B.P.) la leyó pero no habló absolutamente con nadie de su contenido. Allama Maylisi relata del Imam As-Sadiq (P.) que el Enviado de Dios sabía leer pero no sabía escribir. Para alertar a todos de los planes del enemigo a su regreso a la ciudad leyó la carta delante de todos.

La partida del ejército quraishita.

El ejército reunido por Quraish partió y tras un largo viaje arribó a Abua, lugar en el cual se encuentra la tumba de Amina, la madre del Profeta (B.P.). Algunos necios jóvenes quraishitas insistieron en profanar la tumba, pero los más concientes entre ellos repudiaron tal actitud y señalaron que eso podía crear una costumbre, y que luego los enemigos de Banu Jazaet y Banu Bakr profanarían también las tumbas de sus muertos.

La noche del miércoles 4 de Shauual del tercer año de la Hégira el Profeta envió a Anas y a Munes, ambos hijos de Fazale, a las afueras de Medina en busca de información. A su regreso la patrulla notificó que el ejército quraishita se encontraba cerca de Medina y que habían dejado a sus animales cerca de los cultivos para que fueran apacentados. Hubab Ibn Munzar avisó luego al Profeta (B.P.) que el enemigo se había acercado aún más a Medina. El jueves por la tarde ya estaban en los declives de la montaña de Uhud. Los musulmanes temían que los quraishitas mataran al Profeta durante un ataque nocturno por sorpresa. Por tal motivo los líderes de las tribus de Aus y Jazray permanecieron en la mezquita para vigilar la casa del Profeta y las puertas de la ciudad, hasta que despuntara el alba y se iniciara el consejo para decidir como enfrentar al enemigo:

El distrito de Uhud.

El extenso y amplio valle que rodea la ruta comercial que une Sham (Siria) y el Yemen se llamaba Uadiul Qura. A lo largo de esta ruta, en los puntos en que las condiciones climáticas lo permitían se habían asentado varias ciudades habitadas por tribus árabes y judías, las cuales se encontraban en general amuralladas. El centro de esta ruta era precisamente Yazrib, llamada Medina luego de la emigración. El que quisiese ingresar a Medina debía hacerla por el sur, pero como el suelo era rocoso e irregular por ese sector, lo que tornaría difícil el desplazamiento del ejército, Quraish se desvió hacia el norte ubicándose en Uadiul Aqíq, en los declives de la montaña de Uhud. Este era un lugar llano y sin vegetación, ideal para los combates y favorable a una fuerza bien pertrechada por que no había obstáculos que dificultaran los movimientos.

El día jueves el Profeta (B.P.) lo pasó en Medina y recién el viernes formó Un consejo para recibir las distintas ideas y opiniones sobre la manera de enfrentar al enemigo.

EL CONSEJO PARA LA DEFENSA

Al Enviado de Dios (B.P.) le había sido ordenado realizar un consejo en el cual sus compañeros pudieran participar y proponer sus ideas para enfrentar la situación. Esto además sentaba un precedente y una lección de gran importancia: favorecía la democracia y la libre expresión de las opiniones en busca del bien común. En cuanto al beneficio de estos consejos y la utilidad de las ideas en ellos volcadas se han expresado los sabios del Islam en diversas obras. Digamos por nuestra parte que estos consejos constituyeron un precedente de suma utilidad que se siguió aplicando con éxito luego del fallecimiento del Profeta (B.P.), lo que permitió que no se condujeran los asuntos absolutistamente. Los califas que siguieron inmediatamente al Profeta adoptaron incluso en ellos excelentes ideas sobre tácticas y estrategia bélicas propuestas por el Comandante de los creyentes, Alí Ibn Abi Talib.

En la reunión que se celebró, en la que participaron los más grandes hombres del ejército islámico, el Profeta (R.P.) comenzó exclamando: “Ushiru ilaiia”, es decir: “Proponedme (ideas y consejos sobre la manera de encarar la defensa)”.

Abdullah Ibn Ubai, uno de los hipócritas de Medina, opinó que lo más conveniente era permanecer en la ciudad, que los hombres lucharan en ella frente a frente y que las mujeres arrojaran piedras desde las terrazas. Agregó: “Siempre hemos utilizado esta táctica, y gracias a ella Iazrib nunca fue tomada. Si la seguimos podremos triunfar, de lo contrario saldremos perjudicados”. Los ancianos de los muhayirín y los ansar (emigrados y auxiliares) refrendaron esta opinión, pero los más jóvenes, especialmente los que no habían participado en la batalla de Badr y anhelaban entrar en combate por el Islam, se opusieron a esta propuesta. Arguían que este tipo de defensa redundaría en una mayor osadía del enemigo y que el honor obtenido en Badr por lo musulmanes se perdería. Exclamaban: “¿Por ventura no sería una vergüenza y un deshonor que nuestros valientes permanezcan en sus casas y esperan al enemigo en ellas? Nuestro poder en Badr era mucho menor y sin embargo obtuvimos el triunfo. Hace tiempo que esperábamos la llegada de este día y se aproxima el momento de afrontar la batalla”.

Hamza, el valiente tío del Profeta (B.P.), dijo entonces: “¡Por Dios que reveló el Corán!, que no comeré si hoy mismo no me dirijo a la lucha. El ejército debe salir de la ciudad y luchar con hombría.”

El sorteo del martirio.

Un anciano lleno de vida llamado Juzaima se levantó y dijo: “¡Enviado de Dios! Quraish se esforzó durante un año y finalmente logró reunir a las tribus árabes de su parte. Si nos quedamos aquí y no nos defendemos quizás ellos bloqueen la ciudad. Esto los enardecerá y en el futuro no podremos estar a salvo de sus acechanzas y ataques. Lamento no haber participado en la batalla de Badr. Tanto mi hijo como yo quisimos luchar pero finalmente él participó y yo no pude hacerlo. Le había dicho en esa oportunidad: Tú eres joven y estás lleno de ilusiones.

Usa la fuerza de tu juventud en el camino que complace a Dios. En cambio mi juventud se ha esfumado; mi futuro es incierto. Es preciso que yo concurra al Yihad (el combate por la Causa de Dios) y que tú ocupes mi lugar en la casa. La insistencia y el gran anhelo de mi hijo por salir a la batalla fueron tales que nos condujeron a decidirlo por un sorteo. El resultó sorteado y obtuvo el martirio en Badr. Anoche se hablaba del bloqueo a Medina por los quraishitas. Me dormí pensando en ello y soñé que mi querido hijo paseaba por los Jardines del Paraíso y comía frutas. Me dijo cariñosamente: ‘Querido padre, te estoy esperando’. ¡Enviado de Dios!, mi barba se blanqueó y mis huesos se han entumecido. ¡Ruega a Dios por mi martirio!”

Muchos ejemplos como éste, de hombres que llegan al máximo sacrificio, hay en las páginas de la historia del Islam. Una ideología que no se basa en la Unidad divina, en la fe y en la creencia firme sobre el Juicio Final, jamás forma soldados con este valor. Almas luchadoras como las de Juzaima, dispuestas al sacrificio por la Causa de Dios, y que lo reclaman vivamente, sólo se encuentran en la escuela de los Profetas.

La resolución del consejo.

Finalmente el Profeta (B.P.) aceptó la decisión de la mayoría que era salir fuera de la ciudad para combatir. No hubiera sido razonable que luego de la insistencia de los más valientes y firmes comandantes musulmanes, como Hamza y Saad Ibn Ibada el Profeta se hubiera decidido por la opinión de Abdullah Ibn Ubai, uno de los hipócritas. Por otra parte, los duelos desordenados en las estrechas calles de Medina, la participación de las mujeres en la defensa y la permanencia de los hombres en sus casas dejando el camino libre al enemigo, sería sin duda una señal de debilidad de parte de los musulmanes, y no condeciría con el poder y el prestigio ganados en la batalla de Badr. El bloqueo de Medina, el dominio de las calles de la ciudad por el enemigo, y una actitud pasiva ante estos hechos hubiera derrumbado su espíritu de lucha. Probablemente Abdullah Ibn Ubai, mal predispuesto para con el Profeta, propuso esta alternativa para perjudicarlo.

PREPARACION DEL EJÉRCITO CREYENTE

Después de determinar el plan de lucha a utilizar en el consejo el Profeta (B.P.) entró en su casa, se puso la armadura, tomó su espada y su escudo, colgó de un hombro el arco y sosteniendo la lanza con su mano partió para ponerse al frente de los musulmanes. Esta escena sorprendió a muchos. Algunos llegaron a imaginar que lo habían obligado a hacerlo y sugirieron: “No debemos seguir su opinión (de los que deseaban salir a dar combate fuera de la ciudad). Si salir (de la ciudad) no es conveniente, nos quedaremos aquí.” Pero el Profeta (B.P.) dijo: “Cuando un profeta toma sus armas no es apropiado que las deje sin haber luchado”.

El Profeta condujo la oración del viernes en Medina. y partió luego al frente de su ejército compuesto por mil combatientes. No aceptó la participación de Usamah, Zaid Ibn Hariz y Abdullah Ibn Umar por sus cortas edades. Sin embargo adolescentes, como Samara y Raafi', a pesar de no llegar a los 15 años de edad, participaron en la batalla, principalmente porque eran hábiles arqueros. Un grupo de judíos que había establecido un pacto con Abdullah Ibn Ubai quiso participar pero el Profeta no lo consideró conveniente.

A mitad del viaje hacia Uhud, en un lugar llamado Shut, Abdullah Ibn Ubai, con el pretexto de que el Profeta no había seguido su consejo, desertó del grupo. Junto con él desertaron otros 300 de su tribu, la de Aus. De esta forma ni los judíos ni el partido de los hipócritas participaron de esta batalla.

El Profeta (B.P.) y sus compañeros deseaban acortar el viaje pero para ello se veían obligados a pasar por el campo de un hipócrita llamado Marba. Este se enfureció y muy testarudamente impidió la entrada del ejército islámico en su propiedad, ofendiendo además al Profeta. Sus discípulos quisieron matarlo pero el Enviado de Dios dijo: “Dejadlo; es un impertinente”.

Dos soldados sacrificados.

Los rostros de los soldados del Islam brillaban bajo la luz de sus espadas en su firme y pura intención. Su disposición al sacrificio se reflejaba en sus miradas. El ejército que conducía el Profeta esta heterogéneamente conformado en cuanto a la edad: había en sus filas tanto ancianos como adolescentes de no más de 15 años. Lo que los impulsaba era el amor a la Verdad y la búsqueda de la perfección. Para confirmar esto que decimos expondremos el relato de dos casos; el de un anciano y el de un joven casado la noche anterior a la batalla.

1) Amr Ibn Yamuh era un anciano rengo. Ya estaba encorvado por los años y había perdido sus fuerzas. Tenía cuatro valientes hijos que habían participado en las luchas del Islam. Su corazón se enorgullecía cuando veía a sus hijos participar en la lucha por la Causa de Dios. Pensaba que no era justo que fuera privado de combatir él también. Comentó su anhelo con sus parientes pero éstos lo disuadieron poniendo mucho énfasis y argumentando que no estaba obligado (dado su estado) por las leyes islámicas. Finalmente fue ante el Profeta y le dijo: “Mis Parientes no me dejan participar en la guerra santa, ¿cuál es tu opinión?, pues mi ilusión es el martirio y marchar al Paraíso”. Muhammad le respondió: “Dios no te ha conferido ninguna obligación”, y citó la aleya coránica: “Esta dispensado el ciego; está dispensado el cojo, y está dispensado el enfermo (de participar en la lucha). Mas quien obedezca a Dios ya Su Mensajero, El le introducirá en jardines bajo los cuales corren los dos; en cambio, a quienes se rehúsen les castigará severamente” (48: 17)

No obstante el anciano continuó insistiendo, por lo que el Profeta les sugirió a sus parientes que estaban allí con él que no le impidieran salir a luchar por la Causa de Dios. El anciano satisfecho se retiró del lugar y rogó a Dios el martirio. Posteriormente, entre las escenas más conmovedoras de la batalla de Uhud se destacaron los fuertes embates de este hombre. A pesar de su discapacidad atacaba con denuedo al enemigo repitiendo la frase: “Mi ilusión es el martirio”. Uno de sus hijos luchaba a su lado. Sus esfuerzos finalmente fueron coronados con el martirio, así como el de un hermano suyo de nombre Abdullah.

2) Otro caso es el de Hanzala, un joven de no más de 21 años. A él se aplica el versículo del Corán que dice: “El (Dios) extrae lo vivo de lo muerto” (30: 19), y que según los intérpretes tiene, como uno de sus significados, el de la posibilidad de que nazcan hijos creyentes de padres impíos. En efecto, Hanzala era hijo de Abu Amr, el acérrimo enemigo de Muhammad (B.P.), quien participó incluso en la batalla de Uhud del lado de Quraish. Fue un tenaz adversario del Islam y del Profeta mientras vivió, e incluso fue el principal fundador de la mezquita de Zerar, cuya historia veremos más adelante.

El amor filial no le impidió a Hanzala participar en la batalla contra su propio padre. La noche anterior a la batalla Hanzala había contraído matrimonio con la hija de Abdullah Ibn Ubai, un notable de la tribu de Aus y líder de los hipócritas. Cuando oyó la voz que pedía adeptos para la guerra santa quedó desconcertado y no encontró otra solución más que pedir al comandante, el Profeta (B.P.), permiso para partir a la mañana siguiente (luego de pernoctar con su esposa). Según Maylisí, la siguiente aleya coránica fue revelada con motivo de la actitud de Hanzala: “Sólo son fieles quienes creen en Dios y Su Mensajero y que cuando están reunidos con él para un asunto común no se retiran sin antes haber pedido permiso. Por cierto que quienes te piden permiso son quienes creen en Dios y en Su Mensajero. Pero cuando te pidan permiso para algunos de sus asuntos, concédeselo a quien quieras de ellos, e implora para ellos el perdón de Dios; porque Dios es Indulgentisimo, Misericordiostsimo.” (24:62)

El Enviado de Dios (B.P.) le concedió el permiso y a la mañana siguiente, sin haberse purificado de la cópula, el joven se dirigió presuroso hacia el campo de batalla. Al salir de su casa las lágrimas brotaron de los ojos de su esposa. Lo abrazó y le pidió esperar unos minutos antes de partir. Al punto se presentaron ante ellos cuatro personas que no habían salido con el ejército para dar testimonio de la consumación de su matrimonio. Hanzala partió. Su esposa se dirigió a los testigos y les dijo: “Anoche soñé que el cielo se abría, mi esposo entraba en él y luego se cerraba. Creo que su alma viajará al mundo superior, que obtendrá el martirio. ”

Unido al ejército en lucha, los ojos del joven Hanzala se fijaran en Abu Sufián que cabalgaba con arrogancia entre las filas de sus hombres. Intentó pegarle un golpe con su espada el cual, en lugar de caer en la cabeza de aquél pegó en su caballo. Abu Sufián cayó al piso, sus gritos atrajeron a un grupo de soldados quraishitas. Shaddad Laizi atacó a Hanzala y Abu Sufián pudo huir. Repentinamente un lancero de entre ellos lo lanceó. Herido y, todo Hanzala lo persiguió y mató a su atacante, para luego caer muerto por la herida recibida. Dijo el Profeta Muhammmad (B.P.): “Yo observé cuando los ángeles purificaban a Hanzala” (quien no lo había hecho de su contacto matrimonial). A partir de aquel día Hanzala pasó a ser recordado con el apodo de “Gásilul Mala'ika” (el purificado por los ángeles). La tribu de Aus solía decir, cuando relataba los honores alcanzados en el Yihad, “Hanzala, el purificado por los ángeles, era de los nuestros”. Y se narra que Abu Sufián afirmó: “Así como en la batalla de Badr mataron a mi hijo Hanzala, en la de Uhud los míos mataron al Hanzala de los musulmanes”.

La situación de esta pareja de jóvenes es excepcional y sorprendente, ya que ambos eran hijos de padres inicuos y enemigos empedernidos del Islam. El padre de la esposa de Hanzala era Abdullah Ibn Ubai, el famoso hipócrita, y en cuanto al padre de Hanzala, que ya mencionamos, siendo sacerdote en la época preislámica, se unió a los inicuos de la Meca y llegó hasta pedir a Harqul (emperador de Bizancio), ayuda para eliminar al joven estado islámico de Medina.

PREPARACION PARA LA BATALLA

En la mañana del séptimo día del mes de Shauual del año III de la Hégira las fuerzas islámicas se formaron frente al enemigo agresor. El ejército musulmán se ubicó delante de la montaña de Uhud, en cuya mitad tenía una abertura. Indudablemente tal abertura podía ser utilizada por el enemigo para sorprender por detrás a los musulmanes, por lo que el Profeta, teniendo en cuenta esto, ubicó dos grupos de arqueros sobre la duna próxima a aquella abertura. Dio instrucciones precisas al jefe de los mismos: “Espanten al enemigo con sus flechas, no permitan su ingreso al campo de batalla; que no nos ataquen de improviso. Cualquiera sea el resultado de la batalla, fracasemos o triunfemos, no abandonen sus puestos”. El curso final de la batalla demostró la gran importancia estratégica de este sitio. El fracaso que sufrieron los musulmanes después del triunfo inicial se suscitó precisamente porque los arqueros desobedecieron y abandonaron el estratégico puesto. En ese momento, mediante una rápida reacción, el enemigo derrotado y fugitivo los atacó desde atrás aprovechando el ahora desguarnecido pasaje entre la montaña.

La enfática orden dada por el Profeta muestra sus hábiles dotes de estratega y su pleno conocimiento de los principios del arte militar. Pero el prodigio militar no puede garantizar la victoria si se enfrenta a la desobediencia.

El Profeta consideraba de mucha importancia fortalecer el espíritu de sus seguidores antes de cada batalla. Esta vez eran 700 que se enfrentarían a 3000 de los inicuos. Muhammad (B.P.) pronunció en esa ocasión una especial arenga. Relata el gran historiador Uaqidí: “El Profeta ubicó 50 arqueros junto al pasaje (abertura) de Ainain. Iba ordenando las filas y ubicando a cada comandante en su lugar. Era tan preciso formando filas que cuando notaba un solo hombre desparejo lo acomodaba; y una vez ubicados todos les habló: ‘Os advierto con lo que Dios me ha recomendado, obedeced la orden divina y evitad el desacato... La lucha contra el enemigo es difícil y molesta y son pocas las personas que pueden tolerarla. Sólo son capaces aquellos a quienes Dios alienta y fortalece, pues El está con quienes Le obedecen y Satanás está con sus oponentes. Sean perseverantes en la lucha y háganse merecedores de la felicidad que Dios ha prometido. Gabriel me ha dicho que nadie se va de este mundo sin antes probar el gusto de todo lo que a uno le está destinado... Nadie ataque hasta no ser expedida la orden”.

El ordenamiento del enemigo.

Abu Sufián dividió su ejército en tres partes. A la infantería la ubicó en el medio del campo. Al grupo (de caballería) comandado por Jalid Ibn Ualíd lo ubicó a la derecha y al comandado por Akrama a la izquierda. Al frente del ejército colocó a un grupo especial entre los cuales se encontraban los abanderados y al que denominó “los iniciadores de la batalla”. Dijo a los abanderados que pertenecían a la tribu de Abduddar: “El triunfo de nuestro ejército depende de la constancia de los abanderados. En Badr fracasamos en este aspecto. Si la tribu de Abduddar no demuestra merecer su puesto, éste pasará a manos de otra tribu”. A Talhat Ibn Abi Talhat, el primer abanderado de la tribu mencionada, le dolieron las palabras de Abu Sufián por lo que sin demora alguna se dirigió hacia el campo rival.

Estimulando a los creyentes para el combate.

Previo al inicio de la batalla el Profeta (B.P.) tomó su espada y para estimular el espíritu de los valientes musulmanes les dijo: “¿Quién está en condiciones de usar mi espada?” Varios hombres se dispusieron a asumir la responsabilidad, pero Muhammad no se la concedió a ningún de ellos. Más tarde Abu Dayyana preguntó: “¿Qué significa para ti estar en condiciones de usarla?” Le respondió: “Significa que se debe luchar hasta que la espada se doble”. “Estoy dispuesto a tomarla dijo Abu Dayyana y de inmediato ató un pañuelo rojo a su frente al cual denominaba el pañuelo de la muerte y tomó la espada. Aquel pañuelo daba la señal de que él lucharía hasta derramar la última gota de su sangre. Caminaba como un tigre orgulloso y se sentía extraordinariamente satisfecho porque el Profeta le había concedido semejante honor. Aquel pañuelo rojo le sumaba aún más esplendor. Este es el mejor ejemplo del estímulo de un ejército que lucha por la verdad, la justicia y la imposición de doctrina sólo por el anhelo de la perfección.

La intención del Profeta (B.P.) no fue solamente estimular a Abu Dayyana, sino también avivar los sentimientos del resto de los combatientes y hacerles entender que su decisión y valentía debían alcanzar un nivel que mereciera tal distinción. Zubair Auam, que también era un valiente guerrero, se molestó por no haber recibido la espada. Se dijo: “Debo seguirlo para cerciorarme del grado de su valentía”. Relató luego Zubair: “Lo seguí por el campo de batalla y no se enfrentaba a él ningún poderoso enemigo que no terminara muerto. Vi a un hombre del ejército quraishita que degollaba a los heridos musulmanes con total sangre fría. Me enfurecí mucho al observar tal escena. De pronto aquel hombre se enfrentó con Abu Dayyana y tras intercambiar algunos golpes el fuerte quraishita cayó muerto”. Relató Abu Dayyana: “Vi a una persona que estimulaba al ejército de los impíos, me dirigí hacia ella pero cuando vio mi espada sobre su cabeza comenzó a lamentarse y a suplicar compasión. Descubrí que se trataba de Hind (la esposa de Abu Sufán). Fijé mi vista en la pura espada del Profeta y creí que no era justo ensuciarla con la sangre de una mujer tan malvada”.

LA BATALLA

La batalla la inició Abu Amr, fugitivo de Medina que pertenecía a la tribu de Aus y que a raíz de su oposición al Islam había buscado refugio en la Meca. Lo acompañaban 15 ausíes. Pensaban que si los ausíes de Medina los veían dejarían de secundar a Muhammad. Por esto fue que quiso tomar la iniciativa. Sin embargo cuando se enfrentó con los musulmanes se convirtió en blanco de ofensas y maldiciones. Luego de luchar unos minutos se apartó del campo.

La valentía de algunos de los combatientes musulmanes de Uhud es narrada por los historiadores, y entre ellos los sacrificios de Alí fueron los mas destacados y meritorios. Narró Ibn Abbás: “En todas las batallas Alí era el abanderado, fuerte y perseverante en su función”. No obstante según el relato de la mayoría de los historiadores en esta batalla el Profeta entregó el estandarte a Alí recién luego del martirio de Mas'ab Ibn Amir. El motivo de que Mas'ab portara la bandera en primer lugar fue quizás debido a su origen, pues pertenecía a la tribu de, Abduddar, y los abanderados de los quraishitas también pertenecían a esa tribu. Talhat Ibn Abi Talhat (de Banu Abduddar, y primer abanderado de los quraishitas), llamado “el primero de los que inician la batalla”, ingresó al campo de batalla gritando: “¡Seguidores de Muhammad!, ¿creen que nuestros muertos están en el infierno y que los vuestros en el Paraíso? ¿Por ventura alguno de ustedes desea enviarme al infierno o que yo lo envíe al Paraíso?” Su voz resonó en el campo. Alí aceptó entonces el desafío, se le acercó y tras un breve cambio de golpes lo mató.

Sabemos por un sermón de Alí pronunciado en los días del Consejo que se realizó tras el fallecimiento del segundo califa, que el ejército de Quraish había designado nueve abanderados, para sucederse uno tras otro en caso de que murieran. Todos ellos pertenecían a la poderosa tribu de Banu Abduddar. Los nueve fueron muertos por la espada de Alí. Más tarde un esclavo etíope llamado Sau'ab, de fuerte físico y horrible rostro tomó la bandera, se dirigió al campo y solicitó un contrincante. El también fue muerto por Alí. Dijo el Imam Alí (P.) durante esa reunión que mencionamos, en la cual se hallaban presentes compañeros del Profeta (B.P.): “¿Recuerdan que acabé con la maldad de nueve hombres de la tribu de Abduddar y que uno tras otro pedían rival y gritaban?” Todos los presentes lo corroboraron. Y preguntó nuevamente: “¿Y recuerdan que luego Sau'ab entró al campo con el único fin de matar al Profeta, que estaba tan enfurecido que su boca echaba espuma, sus ojos estaban enrojecidos y que ustedes al ver el horroroso aspecto que tenía desertaron temerosos, y en cambio yo me le acerque, golpeé su cintura y lo maté?” Y otra vez los presentes confirmaron su dicho.

Las poesías que Hind y otras mujeres recitaban para estimular a sus hombres a derramar la sangre del adversario, incitándolos al rencor, y que acompañaban del tañido de panderetas, dan cuenta de un pueblo que no luchaba por su libertad ni por la purificación moral, sino que lo hacía procurando satisfacer sus más bajos instintos, sus pasiones materiales. Una de las canciones decía lo siguiente:

“Nosotras somos las hijas de Tarik,

Andamos sobre preciosas alfombras,

Si enfrentan al enemigo dormiremos con ustedes,

De lo contrario los abandonaremos.”

Indudablemente, un pueblo que lucha para satisfacer su erotismo, por vanos placeres del mundo, está muy lejos de poder compararse con aquellos que van al combate procurando la liberación y elevación del género humano, sobre todo la liberación de la idolatría, que ata al hombre a estatuas de piedra y madera.

Esta diferencia en los estímulos y propósitos, y los sacrificios y esfuerzo de los grandes creyentes, como Alí, Hamza, Abu Dayyana y otros, provocaron la derrota inicial del ejército inicuo que arrojó sus armas y se dio a la fuga humillado, sumando un nuevo honor a los musulmanes.

LA DERROTA QUE SIGUIO AL TRIUNFO

Si preguntamos por qué triunfaron inicialmente los musulmanes en Uhud, deberemos responder que fue porque esos combatientes del Islam no tenían otro objetivo a la vista que la Causa de Dios y la difusión de la Verdad y la Unidad divina, lo cual les dio el poder para sobreponerse a cualquier obstáculo de este mundo.

Si en cambio nos preguntamos por qué fracasaron luego del triunfo, deberemos decir que fue porque el objetivo de la mayoría de ellos cambió. La atención prestada a los trofeos y el botín abandonado por los soldados de Quraish en el campo al darse a la fuga disminuyó la sinceridad de un gran grupo, el cual olvidó las órdenes del Enviado de Dios (B.P.). Veamos ahora los detalles del suceso.

Al referimos a las condiciones geográficas del distrito de Uhud donde se desenvolvió la batalla, advertimos que en medio de la montaña existía un pasaje, y que el Profeta (B.P.) había confiado cubrir esa retaguardia a 50 arqueros. Además sabemos que el Profeta (B.P.) había ordenado a su comandante impedir el ingreso del enemigo en el campo por ese lugar, y mantener a los arqueros en sus puestos pasase lo que pasase.

Cada vez que, en momentos cruciales de la batalla, el enemigo trataba de filtrarse por ese pasaje en el campo, los arqueros los rechazaban con una lluvia de flechas. Pero en el instante en que los inicuos abandonaron el campo dejando sus pertenencias y huyendo para salvar sus vidas, sólo un grupo de los principales creyentes y comandantes los persiguió. El resto se apresuró a recoger el botín, imaginando que había terminado su obligación. Ante esta situación los arqueros de la montaña, que resguardaban el estratégico pasaje, decían: “De nada, sirve quedarnos aquí. Vayamos a recoger los trofeos”. Su jefe les advirtió: “El Enviado de Dios nos ordenó permanecer en nuestro puesto, sea que triunfáramos o fuéramos derrotados”. La mayoría sin embargo insistió: “No nos beneficia permanecer aquí. Además el Profeta se refirió a la batalla y no a este momento”. Acto seguido, 40 de los 50 arqueros descendieron de la montaña. Jalid Ibn Ualíd sabía desde el comienzo de la lucha que la llave del triunfo estaba en ese pasaje entre la montaña. Durante la batalla varias veces intentó atacar desde allí pero -los arqueros desbarataban su maniobra. Esta vez sin embargo, aprovechando la escasa vigilancia, orientó a su caballería sorprendiendo por detrás a las fuerzas islámicas. Desafortunadamente la resistencia de los pocos que habían quedado en la montaña no fue suficiente, y tras una ardua resistencia fueron martirizados por las fuerzas de Jalid y Akramat Ibn Abi Yahl. Súbitamente los desprevenidos musulmanes que se dedicaban a recoger trofeos se vieron en manos del enemigo. Inmediatamente de apoderarse del estratégico punto Jalid Ibn Ualid, mediante hábiles consignas, reagrupó al ejército de Quraish que estaba huyendo. Aprovechando el desorden en las filas islámicas los inicuos regresaron al campo y rodearon a los creyentes. La batalla que parecía terminada recrudeció otra vez.

La caballería de Jalid que había logrado ingresar al campo de batalla por la retaguardia ayudada por quienes habían abandonado sus puestos en procura del botín, fue secundada por Akramat. En esos instantes se creó un caos extraordinario en las filas del ejército musulmán. No tuvieron más remedio que defenderse dispersos. El contacto con el comando general se había roto y los musulmanes vieron desvanecerse el triunfo. Más aún, sufrieron muchísimas bajas. Sin intención incluso algunos de ellos fueron martirizados por sus propios hermanos en la fe.

Los ataques de Jalid y Akramat reavivaron el entusiasmo de los quraishitas. Volvieron a la escena de la lucha y provocaron muchas bajas en el bando creyente.

La falsa noticia de la muerte del Profeta.

Leizi, un fuerte soldado quraishita, atacó el abanderado del Islam, Masab Ibn Amir, y tras cambiar varios golpes esté último cayó mártir. Los rostros de los soldados del Islam estaban semi cubiertos. Creyendo que había matado al Profeta, el inicuo gritó: “¡Atención! ¡Muhammad ha muerto!” Esta falsa noticia se difundió de boca en boca entre el ejército inicuo. Los grandes de la tribu estaban tan alegres que sus alaridos retumbaban en todo el campo de batalla: “¡Han matado a Muhammad!”, exclamaban. La divulgación de esta noticia alentó la osadía del enemigo, que intentó incluso llegar al supuesto cuerpo del Profeta para cortar sus miembros. Más se difundía esta falsa noticia y más se fortalecía el ejército inicuo, a la par que se debilitaban los creyentes. Por este motivo muchos de ellos abandonaron la lucha y se refugiaron en la montaña. En el campo sólo quedó un grupo que podía contarse con los dedos de las manos.

¿Podemos negar la fuga de un grupo de los musulmanes? No, no podemos negar el hecho cierto de la deserción de un grupo de discípulos del Profeta del campo de batalla; y el hecho de que hayan obtenido luego renombre o el que sean compañeros del Enviado de Dios no debe ser un obstáculo para que aceptemos la verdad aunque sea amarga. Ibn Hisham, el gran historiador de los orígenes del Islam, escribe de Anas Ibn Nasr, tío de Anas Ibn Malik, quien dijo: “Cuando el ejército islámico se halló bajo la presión de Quraish y se divulgó la falsa noticia de la muerte del Profeta, la mayoría de los musulmanes pensó sólo en salvarse, y cada uno buscó un rincón donde refugiarse. Vi a un grupo de muhayirín y ansár entre ellos se encontraban Umar Ibn AI-Jattab y Talhat Ibn Ubaidillah. Les pregunté insinuantemente: ‘¿Por qué están sentados aquí?’ Respondieron: ‘El Profeta ha muerto, la lucha ya no tiene razón de ser’. Les dije: ‘Si el Profeta ha muerto, ¿qué importancia tienen nuestras vidas?, levántense y alcancen el martirio como él lo hizo’.” y según la versión de otros historiadores dijo: “Si Muhammad fue muerto, sepan que Dios está vivo”, y luego agregó: “Noté que mis palabras no los impresionaban, y entonces tomé mi arma y luche decididamente”. Relata Ibn Hisham: “En esta batalla Anas fue herido en 70 lugares del cuerpo. Sólo su hermana pudo reconocer el cadáver”. Algunos musulmanes estaban tan contrariados que hacían planes para salvarse; pensaban elegir como intermediario a Abdullah Ibn Ubai para que rogara la inmunidad a Abu Sufián.

Varias aleyas coránicas aclaran una serie de verdades que rompen el velo de la ignorancia y el fanatismo que se cernió sobre ciertos hechos históricos, pues aclaran que un grupo de compañeros creyó que las promesas del Profeta con respecto a la victoria no tenían fundamento. Dios se refiere a ello del siguiente modo: “...Mientras que los otros, preocupados por su salvación, se pusieron a conjeturar ignominias acerca de Dios, como los de la era de la gentilidad, diciendo: ‘¿Acaso nos tocará algo de victoria’.” (3:154).

Y también, después de analizar las aleyas 121 a 180 de la Sura 3 (La familia de Imran), se pueden comprender la verdad oculta de esta batalla. Confirman las aleyas la creencia de la escuela shi‘ita con respecto a los compañeros de Muhammad, que opina que no todos sus discípulos eran verdaderos y sacrificados creyentes. Refiere en cambio la escuela shi‘ita que entre ellos existían hombres de fe débil y quizás hasta hipócritas, aunque abundaban los devotos y los sinceros siervos de Dios. En la actualidad un grupo de escritores de la escuela sunnita quiere ocultar la mayoría de estos hechos indebidos que están registrados en la historia de esta batalla, para resguardar el prestigio de los discípulos por medio de interpretaciones lejanas a la verdad. ¿Alguien puede refutar el contenido de la siguiente aleya?:

“Acordaos de cuando fuisteis, en desbandada, sin esperar a nadie, mientras el Mensajero iba a retaguardia incitándoos al combate. Fue entonces cuando El os infligió angustia tras angustia, para que no os lamentarais de lo que habáis perdido ni por lo fue habíais padecido; porque Dios está bien enterado de cuanto hacéis. (3:153), que se interpreta se refiere a aquellos hombres que se refugiaron abandonando la batalla y pensando sólo en su futuro. La aleya siguiente aclara aún más los hechos: “En verdad, quienes desertaron el día del encuentro de las dos huestes se debió a que Satanás les sedujo por lo que habían cometido; pero Dios ya les indultó, porque Dios es Indulgentísimo, Tolerante.” (3:154)

El Sagrado Corán reprocha la actitud de quienes abandonaron la lucha poniendo como pretexto la muerte del Enviado de Dios y pensando en la inmunidad que rogarían a Abu Sufián: “Muhammmad no es más que un Mensajero a quien precedieron otros Mensajeros. ¿Por ventura si muriese o fuese muerto volveríais a la incredulidad? Mas quien volviera a ella en nada perjudicará a Dios, y Dios remunerará a los agradecidos”. (3: 144)

LA AMARGA EXPERIENCIA

Analizando los hechos de Uhud encontramos experiencias dulces y amargas, y queda confirmado el poder y la resistencia de un grupo y a endebles y debilidad de otro. Considerando atentamente los hechos debemos concluir en que no es posible considerar creyentes devotos y justos a todos los compañeros del Profeta por el sólo hecho de haber sido sus discípulos, pues quienes abandonaron los puestos en la montaña, y quienes se refugiaron en ella en los momentos más difíciles de la batalla sin atender al requerimiento del Mensajero de Dios, eran justamente sus discípulos. Uaquidí, historiador de renombre, narra: “En Uhud hubo sólo 8 hombres que lucharon junto al Profeta (B.P.) con gran denuedo. Tres de ellos pertenecían al grupo de los muhayir (emigrados: Alí, Talhat y Zubair) y cinco a los ansar. Con excepción de estos, en el momento más crucial de la batalla todos huyeron”.

Escribe Abdel Hadíd: “En una reunión realizada en Bagdad en el año 608 de la hégira, leí un libro de Maqazi Uaquidi ante el gran sabio musulmán Ibn Ma‘ad Alaui. Llegue al tema que decía: “Relata Muhammad Ibn Muslima: “Vi con mis propios ojos en Uhud cuando los musulmanes trataban de refugiarse en la montaña y el Profeta los llamaba por sus nombres: “¡Fulano, ven conmigo”, pero nadie le respondía. Aquel sabio me explicó que la intención de Uaquidí en la frase era hacemos entender que las personas a las que el Profeta llamaba eran las mismas que obtuvieron el poder, y que Uaquidí no los nombró por temor y por no ser irrespetuoso con ellos. Pero Ibn Abdel Hadíd, en su interpretación del Nahyul Balaga dice que la mayoría de los historiadores coinciden en afirmar que el tercer Califa fue uno de los que no resistieron en el campo. En breve podremos observar de qué modo el Profeta (B.P.), refiriéndose a una mujer musulmana llamada Nasiba que lo defendió en esta batalla, disminuyó con la insinuación la categoría de algunos de sus compañeros. Sepa el lector que nosotros no tenemos mala predisposición para con los compañeros de Muhammad, nuestro único objetivo es la búsqueda de la verdad y su corroboración. Elogiamos no obstante el valor y la resistencia de otros.

Los intentos para matar al Profeta.

En los momentos en que el ejército del Islam se había desbandado el Profeta (B.P.) fue objeto de varios ataques a su persona. Cinco hombres de Quraish trataron de acabar con su vida: 1) Abdullah Ibn Shahab, quien lo hirió en la frente; 2) Utbat Ibn Abi Uaqas, que le arrojó cuatro piedras partiéndole los dientes derechos; 3) Ibn Qamiat Laizi, que le hirió el rostro. El golpe que recibió el Profeta de este inicuo fue tan intenso que los eslabones de su casco se introdujeron en sus mejillas. Más tarde Abu Ubaida Yarrah, para ayudar al Enviado de Dios, le extrajo con su boca los eslabones, operación en la que se le partieron cuatro dientes; 4) Abdullah Ibn Hamid.Cuando atacó al Profeta, Abu Dayyana fue en su auxilio y lo mató; y 5) Ubai Ibn Jalaf, que fue uno de los muertos a manos del Profeta (B.P.). El enfrentamiento con éste tuvo lugar cuando el Profeta se dirigía hacia la quebrada y un grupo de compañeros refugiados allí lo reconoció rodeándolo. El Profeta pidió a Hariz Ibn Samah su lanza y la arrojó al cuello de Ubai. La herida fue superficial pero se apoderó de él semejante temor que a pesar de que sus amigos lo consolaban diciéndole que no había pasado nada, decía: “Pero es que, cuando en la Meca lo amenacé de muerte me respondió: ‘¡Si yo no te mato antes!' Mi temor radica en que él jamás miente”. Y ocurrió lo increíble, el temor que lo embargaba agravó la herida recibida y murió a mitad de camino de vuelta a la Meca. Esta historia destaca la vileza e iniquidad de Quraish: reconocían su veracidad y sinceridad, pero no obstante ello se valían de cualquier medio para derramar su sangre.

El Profeta del Islam (B.P.), firme como una montaña, continuaba defendiéndose y defendiendo al Islam, y a pesar de que la posibilidad del martirio lo acechaba a cada instante no hizo ni dijo nada que diera cuenta de temor o desconcierto en su persona. Sólo cuando limpiaba la sangre de su frente decía: “¿Cómo pueden prosperar aquellos que pintan con sangre el rostro del Profeta que los convoca hacia Dios?” Esta frase es una demostración más de su misericordia y compasión, incluso para con sus enemigos. Uno de los factores que garantizaron su sobrevivencia en aquella batalla fue su propia defensa, y otro el sacrificio de sus más fieles compañeros, quienes lo defendieron con toda su fuerza, cuidando que no se apagara la luminosa antorcha de su ser. El Enviado de Dios luchó denodadamente el día de Uhud; lanzó tantas flechas que su arco se partió. Sus defensores no fueron más que unos pocos. A continuación haremos un relato de la defensa.

UNA DEFENSA EXITOSA Y UN NUEVO TRIUNFO

Si denominamos “nuevo triunfo” a este tramo de la historia del Islam no estamos contradiciendo la realidad, porque nuestra intención es aludir a los musulmanes que, a pesar de la fuerza del enemigo, pudieron resguardar de la muerte al santo Profeta. Este es un nuevo triunfo del ejército islámico. Y si atribuimos el triunfo al ejército en su totalidad es por respeto a los combatientes; pero en realidad la pesada carga del triunfo se cargó sobre los hombros de unos pocos que exponiendo sus propias vidas salvaron la del Profeta. La continuidad del gobierno islámico fue así el resultado del sacrificio de un pequeño grupo. Veamos una breve reseña de los acontecimientos:

1. -a) El primer hombre firme en la resistencia fue el valiente comandante del Islam que apenas si contaba 26 años. Aquél que desde su más tierna infancia y hasta la muerte del Profeta permaneció a su lado, sin cesar de apoyado ni siquiera un instante. Este veraz en el sacrificio, a quien se apodó Imam de los temerosos de Dios, y también Comandante de los creyentes: Alí Ibn Abi Talib. En las páginas de la historia hay suficiente testimonio de sus servicios y luchas por la causa del Islam. Este nuevo triunfo que aquí mencionamos, así como el primero (del inicio de la batalla de Uhud), se debieron por igual en gran medida a su esfuerzo y denodada valentía y abnegación. Una de las causas claves por las cuales los guerreros quraishitas retrocedieron fugando la primera vez en la batalla fue por la muerte de todos sus abanderados a manos de Alí, como ya vimos. El hecho sembró el miedo en sus pechos y les quitó todo deseo de resistir.

b) Escribe Ibn Asír en su libro: “El Profeta se había convertido (en Uhud) en el principal blanco de Quraish. Alí combatía a cada grupo que se le acercaba, haciéndolos huir. Esta situación se repitió varias veces. En un momento dado descendió Gabriel y elogió el desempeñó de Alí ante el Profeta, y este asintiendo dijo: “Yo soy parte de Alí, y Alí es parte mía”. Luego se escuchó una voz que venía del mismísimo cielo exclamando: “La fata illa ‘Alí, la saif illa dh ul fiqár” (No hay joven caballero como Alí, ni espada como Dhul Fiqár así se llamaba la espada de Alí-).” Ibn Abil Hadid relata que los grupos que ansiaban matar al Profeta estaban compuestos de unos 50 guerreros, y que Alí, que estaba de a pie, los hacía retroceder. Luego el historiador se refiere al ángel Gabriel y corrobora lo antes relatado.

c) Dijo Alí en un sermón que pronunció frente a algunos de sus seguidores: “...Cuando Quraish atacó (en Uhud), los ansar y los muhayirún se fueron a sus casas y yo, pese a mis muchas heridas, defendía al Profeta”. Luego les mostró las cicatrices de algunas de ellas. Según el relato de Saduq en su libro “Elalu sharaie”, Alí defendió de tal manera al Enviado de Dios que su espada se partió y Muhammad debió alcanzarle una de las suyas. En su minuciosa obra Ibn Hisham nos facilita el número de bajas del enemigo (22 hombres), y además da sus nombres y los de sus tribus. Doce de ellos fueron muertos por Alí, pero para ser breves no los nombraremos.

Nos disculpamos por no exponer los múltiples logros obtenidos en esta batalla por Alí, tal como lo detalla minuciosamente el libro “Bihar AI-Anuár” (Los mares de las luces), pero basta lo citado para dar testimonio de que nadie fue tan firme y paciente como él.

2.-Luego del Comandante de los creyentes Alí, Abu Dayyana fue el segundo defensor del Profeta (B.P.), fue como un escudo para él. Sepehr, historiador fallecido, escribe en “Nasejuttauarij": “Cuando el Profeta y Alí fueron rodeados por los inicuos, el primero divisó a Abu Dayyana y le dijo: ‘Te autorizo a que te vayas. No repares en Alí por que él es parte de mí y yo soy parte de él’. Abu Dayyana se hecho a llorar y exclamo: ‘¿A dónde iré? ¿Con mi esposa que morirá algún día? ¿A mi casa que algún día se derrumbará? ¿Con mi riqueza que seguramente se acabará? ¿Huiré de la muerte que algún día llegará?’ Viendo las lágrimas en sus ojos el Profeta entonces lo autorizó a luchar. Tanto él como Alí defendían al Profeta. Existen versiones que dicen que otras personas, tales como ‘Asim  Ibn Zabit, Sahl Hanif y Talhat Ibn Ubaidillah también secundaban al Profeta en esa instancia. Algunos otros llegan a nombrar 36 personas, pero lo más evidente y seguro es que hayan sido cuatro los defensores de Muhammad. La participación del resto es dudosa.

3) Hamza Ibn Abdul Muttalib, tío del Profeta, fuerte y valiente caballero. El era quien había insistido en que el ejército islámico saliera a presentar batalla fuera de la ciudad. Fue quien protegió al Profeta del acecho de los mequinenses antes de la emigración, e incluso referimos como golpeó en la cabeza a Abu Yahl en represalia por las ofensas que éste había proferido contra su sobrino. Nadie era capaz de resistirse ante él. Fue quien mató a Shaibat, poderoso quraishita, en la batalla de Badr. Hind, la esposa de Abu Sufian le guardaba un profundo rencor por la muerte de su padre y buscó los medios de vengarse. Uahshí, el esclavo de Yubair Ibn Mut’am (que había perdido a su tío en Badr), fue el encargado de hacer realidad el deseo de Hind. Esta le propuso al esclavo matar (a cambio de su libertad) a uno de estos tres: Muhammad, Alí o Hamza. Uahshí replicó: “A Muhammad no podré alcanzarlo jamas porque sus compañeros lo protegen continuamente en el campo de batalla. A Alí tampoco ya que es muy vivaz en el combate. Sin embargo la furia de Hamza llega a un nivel tal que no presta atención a lo que sucede a su derredor. Tal vez así pueda sorprenderlo”. Hind quedó satisfecha y le prometió al esclavo que si obtenía su cometido lo libraría. Otra versión afirma que el trato lo cerró el propio Yubair con su esclavo, para vengar a su tío, también muerto en Badr. Narró el esclavo etíope: “En la etapa del triunfo de Quraish en Uhud, yo buscaba a Hamza, quien atacaba el corazón del enemigo como un león dando muerte a quien se le acercara. Yo me oculté detrás de los árboles y las piedras. El no podía verme. Luchaba con denuedo. Salí de improviso de mi escondite y, como soy etíope, sabía que no erraría el tiro. Le arrojé la lanza que se clavó en su cuerpo. Quizo atacarme pero la intensidad de su dolor no se lo permitió. Muy pronto halló el martirio. Para cerciorarme de su muerte me aproximé a él, extraje mi lanza de su pecho y regresé al campamento quraishita para recibir mi libertad. Luego de la batalla de Uhud continué viviendo en la Meca pero cuando los musulmanes la tomaron huí a Taif. Poco tiempo después el Islam llegó también allí. Supe entonces que si una persona pecadora, cualquiera fuera el grado de su falta, si se arrepentía y se convertía al Islam el Profeta lo perdonaba. Aprendí la shahadat (el testimonio de fe islámica) y me dirigí a ver al Profeta. Al llegar sus ojos se clavaron en mí. Me preguntó: ‘¿Eres tú el mismo Uahshí, el etíope?’ ‘Sí, el mismo’, le respondí. ‘¿Cómo fue que mataste a Hamza?’, me preguntó. Yo le relaté lo acontecido y el se entristeció mucho. Luego añadió: ‘¡Me duele ver tu rostro! Esta desgarradora tristeza que siento la debo a tus manos’.”

Este es uno más de los ejemplos de la nobleza y compasión del Profeta (B.P.). Aunque sobraban motivos y medios para ejecutar al asesino de su tío lo dejó en libertad. Continúa Uahshí: “Me oculté de él durante toda su vida, y luego de su fallecimiento participé en la batalla contra Musailema Kazzab. En ella usé la misma lanza que había usado para matar a Hamza y, secundado por un ansar, maté a Musailama. Luego, si bien con esa arma maté al mejor de entre las gentes, o sea a Hamza, sepan que también con ella ultimé al peor de entre las gentes”.

La participación de Uahshí en la citada batalla se basa en su propio relato, pero Ibn Hisham escribe: “En los últimos años de su vida Uahshí se asemejaba a un ganso negro, y a raíz de su continua borrachera era odiado por los musulmanes. A menudo se le aplicaban las sanciones correspondientes a quien bebe embriagantes. Estas hicieron que su nombre se borrara del ejército del Islam. Solía decir Umar: ‘El asesino de Hamza no prosperará en la otra vida’.”

4.-Umm Amír. La lucha frontal (no la defensiva) está prohibida para las mujeres en el Islam. Una delegada de Medina visitó a Muhammad y le habló respecto de la prohibición objetando: “Nosotras somos las que garantizamos que nuestros esposos participen en la lucha con las mentes tranquilas y sin embargo nos vemos privadas del gran privilegió de participar en la lucha”. El Profeta envió entonces con ella un mensaje destinado a las mujeres que decía: “A causa de una serie de factores sociales e innatos han sido privadas de este gran honor, sin embargo pueden recibir la misma recompensa atendiendo sus hogares”. A menudo algunas mujeres expertas partían con los hombres a la batalla para ayudarlos. Su función consistía en dar de beber a los sedientos, lavar la ropa de los soldados y curar sus heridas. Afirma Umm Amir (Nasibah): “Participé en la batalla de Uhud. Mi función era la de proporcionar agua a los combatientes. Observé que la brisa del triunfo acariciaba a los musulmanes, y poco después la página dio una vuelta. Los musulmanes huían derrotados. De repente la vida del Profeta quedó en peligro. Consideré que era mi responsabilidad defender el Islam hasta la muerte. Dejé mi cantimplora en el suelo y con una espada que había conseguido comencé a rechazar los ataques del enemigo. En algunos momentos utilicé también el arco y la flecha”. Nasibah mostraba una profunda herida en su hombro y decía: “En el momento en que todos daban la espalda al enemigo el Profeta divisó a alguien que huía y le dijo: ‘Ya que huyes déjanos tu escudo’. Aquél lo arrojó y yo lo tomé. De pronto Abi Qamiah exclamo: ‘¿Dónde está Muhammad?’ Y al reconocerlo se le acercó e intentó matarlo. Masab y yo le cortamos el camino y él para hacerme a un lado me golpeó el hombro. A pesar de que le dí varios golpes no logré herirlo porque llevaba puestas dos armaduras. Mi herida era muy profunda. Cuando el Profeta vio la sangre que fluía de la misma llamó a uno de mis hijos y le pidió que me curase. Una vez cerrada la herida continué defendiéndome. En aquel preciso instante descubrí que otro de mis hijos estaba herido. Inmediatamente tomé un par de vendas y lo atendí. Luego, cuando vi que la vida del Enviado de Dios se encontraba en peligro, le dije: ‘¡Levántate hijo mío! ¡Lucha!’.” Muhammad se sorprendió bastante de la valentía de aquella mujer, por eso cuando divisó a quien había herido a su hijo, lo dejó en sus manos. Esta madre, impulsada por la herida de su hijo, que daba vueltas alrededor del Profeta como una mariposa, lo atacó al inicuo como lo haría un león. Le golpeó la pierna y éste cayó al suelo. Y esta vez el asombro del Profeta fue tal que sonrió hasta que se le vieron las muelas. Le dijo a Nasibah: “¡Has vengado a tu hijo!”

Al día siguiente el ejército islámico partió hacia Hamraul Asad. La mujer quiso hacerlo también pero su herida no se lo permitió. Cuando llegó, el Enviado de Dios preguntó por su salud. Le informaron que se encontraba bien y esto lo puso contento. Nasibah le pidió al Profeta que, en recompensa de su sacrificio en Uhud, le permitiera estar a su lado en el Paraíso, y él se lo concedió. El heroísmo y valentía de aquella mujer halagaron tanto al Profeta que refiriéndose a ello dijo: “Ciertamente el valor de Nasibah la hija de Ka‘b es mayor que el de fulano de tal, fulano de tal,...” Escribe Ibn Abul Hadid: “Quien transmitió este dicho traicionó al Profeta pues no menciona en él los nombres de aquellos a los que designa como fulano”. Este autor dice: “Creo que las palabras ‘fulano’ esconden el nombre de los compañeros que llegaron al califato tras el fallecimiento del Profeta (B.P.), y que quien transmitió el dicho lo hizo en forma incompleta por respeto y temor de la situación”.

EL FINAL DE LA BATALLA DE UHUD

La vida del Profeta se pudo poner a salvo en Uhud gracias al esfuerzo de una minoría de creyentes. El enemigo, que lo creía muerto, buscaba su cadáver entre los cuerpos esparcidos por el campo de batalla. La resistencia y ofensiva finales estuvieron a cargo de un grupo que estaba al tanto de que el Profeta vivía, a saber Alí y Abu Dayyana, y probablemente dos o tres personas más. No resultaba conveniente en ese momento desmentir la noticia que se había propalado en las filas de ambos ejércitos. El Profeta y quienes lo acompañaban se dirigieron hacia la quebrada. En el camino Muhammad cayó en un pozo y de inmediato Alí lo tomo de la mano y lo rescató. El primer musulmán que reconoció al Profeta fue Ka'ab Ibn Malik, quien exclamó: “¡Musulmanes!, el Profeta está vivo. ¡Dios lo ha salvado!”. Como la divulgación de su salud podía provocar un nuevo ataque enemigo, el Profeta le ordenó guardar silencio. Finalmente llegó a la quebrada. Los allí refugiados se contentaron de verlo con vida, pero al mismo tiempo se sintieron avergonzados y acomplejados. Abu Ubaida Yarrah extrajo del rostro del Profeta (B.P.) dos eslabones incrustados. Alí fue en busca de agua para limpiar la cabeza y rostro del mismo. Mientras Muhammad se aseaba decía: “La Ira de Dios se intensificó para con el pueblo que llenó de sangre el rostro de Su Enviado”.

Un enemigo oportunista.

En ese momento en que los musulmanes se enfrentaban a una gran derrota, el enemigo aprovechó la oportunidad para difundir su posición y creencias con consignas contrarias a la Unidad divina. Pretendían con esto conmover a los más débiles de los creyentes. Según afirma un escritor contemporáneo, ninguna oportunidad es mejor para influir en los corazones de la gente que el momento del fracaso o la tribulación. Cuando una calamidad azota al hombre éste se debilita tanto que pierde poder y determinación en lo que cree justo y razonable. Esta es la oportunidad en que la propaganda influye fácilmente en los corazones de los pueblos fracasados. Abu Sufián y Akramah portaban grandes ídolos y con gran demostración de alegría gritaban: “¡Exaltado sea Huba1!” Intentaban demostrar con ello que su triunfo se lo debían a sus ídolos, y que si la doctrina de la Unidad divina hubiese sido verdadera los musulmanes no habrían sido derrotados. El Enviado de Dios, olvidando todos sus dolores, le ordenó a Alí y a algunos otros responder del siguiente modo: “Allahu A'la ua Ayall” (Dios es el Más Sublime y Majestuoso), queriendo significar con ello que la derrota no se debió a los ídolos de los inicuos sino a la desobediencia de los musulmanes.

Abu Sufián continuaba lanzando sus insidiosas consignas, y gritaba: “Nahnu lanal uzza ua la ‘Uzza lakum” (Nosotros tenemos a ‘Uzza -famoso ídolo mequinense-, y ustedes no tienen poder -lo cual constituye un juego de palabras, pues ‘Uzza también significa “poder”). El Profeta ordenó entonces responder con una frase rimada (con la anterior) que decía: “Alláhu maulána ua la maula lakum” (Dios es nuestro Protector, y vosotros no tenéis protector).

Un vocero de los inicuos dijo entonces: “Hoy fue la represalia de Badr”. Los creyentes respondieron: “Jamás se compararán esos dos días, nuestros muertos están en el Paraíso, y los vuestros en el Infierno”. Abu Sufián, irritado por la categórica respuesta de cientos de musulmanes, exclamo: “¡Nos encontraremos el año que viene!”

Más tarde los quraishitas abandonaron el lugar y emprendieron el retorno a la Meca. Los musulmanes por su parte, con muchas heridas y 70 muertos entre sus filas, debían cumplir con el mandato divino de las oraciones del mediodía y la tarde. La extrema debilidad en que se encontraba el Profeta (B.P) no le permitió hacer las oraciones parado y debió cumplirlas sentado. Luego fueron enterrados los mártires de Uhud.

  Una vez apagado el fuego de la lucha y distanciados los rivales se notó que el número de bajas de los musulmanes triplicaba al de las bajas impías. Era preciso enterrar a los mártires y efectuar los ritos prescriptos. En esos momentos, aprovechando la distracción de ambas partes que siguió a la batalla, las mujeres quraishitas cometieron vergonzosos atropellos contra los cuerpos de los musulmanes martirizados, crímenes que no tienen precedentes en la historia humana. No les bastó el triunfo, sino que además cortaron los miembros de los musulmanes martirizados, con lo cual sumaron a su cuenta una nueva y vergonzosa mancha. Es un deber entre todos los pueblos del mundo el respeto de los muertos del enemigo. No obstante la esposa de Abu Sufián cortó orejas, narices y miembros de los cuerpos de los musulmanes caídos.

Llegó hasta confeccionar collares con las orejas de los mártires. Abrió el abdomen y sacó el hígado de Hamza. Quiso morderlo pero no pudo, se había endurecido. Su actitud era tan vil Y vergonzosa que su propio esposo le dijo: “No me hago responsable de tu proceder. No habría sido capaz de cometer semejante acto pero confieso que no me apenas”. Este vergonzoso antecedente hizo que Hind, la esposa de Abu Sufián, fuera conocida como “la devoradora de hígados”. A sus hijos se los llamó “hijos de la devoradora de hígados”.       

Cuando los musulmanes ingresaron al campo de batalla para llevar a cabo el entierro de sus setenta mártires, los ojos de Muhammad divisaron el cuerpo de Hamza. Su penoso estado lo entristeció mucho y levantó en su ser una tormenta de ira y furia. Dijo: “Jamás sentí la ira que estoy sintiendo”. La totalidad de los historiadores e intérpretes del Sagrado Corán escriben: “Los musulmanes acordaron hacer lo mismo con sus muertos el día en que volviesen a luchar con los inicuos. Pensaron vengar a cada musulmán profanando los cuerpos de 30 inicuos. Poco tiempo después de la decisión tomada fue revelado el siguiente versículo: “Cuando castiguéis, hacedlo del mismo modo que fuisteis castigados, pero si sois pacientes, ello será preferible para los pacientes”. (16:126) El Islam demuestra aquí una vez más su espíritu justiciero y tolerante, sentando a través de este versículo un principio jurídico que establece que la religión de origen divino no es vengativa.

En los momentos de más dificultad la ira domina al ser humano y no lo incita a la justicia. Pero el Islam establece la justicia en todas las instancias de la vida. Safia, hermana de Hamza, insistió en ver su cuerpo. Su hijo Zubair, por orden del Profeta, se lo impidió. Ella dijo: “Oí que cortaron los miembros de mi hermano. Por Dios que si me dejan verlo perseveraré y aceptaré el infortunio por la causa de Dios”. Y así fue. La educada señora se acercó al cuerpo de su hermano, oró por él, pidió por su perdón y se retiró. El poder de la fe, el más sublime y poderoso, es capaz de sofocar los peores tormentos y emociones, y brinda al infortunado tranquilidad y firmeza.

Luego de efectuar la oración del muerto, se enterró a los mártires de a uno o de a dos. Muhammad (B.P.) ordenó que a Ornar Yumuh y a Abdullah Amr se los enterrara juntos ya que habían sido íntimos amigos, y es mejor que continuaran juntos aún muertos.

Las últimas palabras de Sa‘d Ibn Rabi‘.

Sa‘d era uno de los firmes compañeros y discípulos del Profeta (B.P.), un hombre de fe y sinceridad. Cuando yacía en el suelo agobiado por doce heridas que había recibido en el combate, un hombre le dijo: “Dicen que Muhammad ha muerto”. El respondió: “Aunque fuera verdad, ¡el Dios de Muhammad está vivo!”. Y terminó diciendo:

“Nosotros luchamos por la difusión de la doctrina divina y por su defensa”. Cuando ya había finalizado el combate el Profeta (B.P.) recordó a Sa‘d y preguntó: “¿Quién me traerá noticias suyas?” Zaid Ibn Zabit se mostró dispuesto a hacerlo. Lo buscó entre los muertos y lo encontró cuando ya agonizaba. Le dijo: “El Profeta me envió para averiguar sobre tu estado”. “Dile que le envió mis saludos y que ya no me quedan más que unos instantes de vida. Dile también que ruego a Dios lo recompense con una recompensa mayor a la de los profetas (anteriores)”, respondió Sa‘d y también dijo: “Envíales mis saludos a los ansar, y diles que no permitan que el Profeta sea dañado en tanto estén vivos, pues sus excusas no serán válidas ante Dios”. Aún el emisario del Profeta no se había retirado del lugar cuando el alma de Sa‘d inició su tránsito al otro mundo.

El amor propio es en el hombre una motivación poderosa que echa profundas raíces en el alma humana. El ser humano jamás puede dejar de tenerlo en cuenta. Está dispuesto a sacrificarlo todo por sí mismo. No obstante el poder de la fe y el amor hacia una meta u objetivo espiritual es todavía más poderoso. Y lo vemos en este ejemplo que traen las crónicas históricas: este valiente comandante musulmán se olvidó de sí mismo y recordó al Profeta en una instancia en que sólo unos momentos lo separaban de la muerte. Consideraba que era mucho más importante y valioso proteger la vida del Profeta para que se hiciera posible el cumplimiento de su misión. Así, el único mensaje que envió con Zaid fue que los compañeros no desatendieran la protección de Muhammad (B.P.).

EL REGRESO DEL PROFETA A MEDINA

El sol se ocultó por occidente, yendo a iluminar con sus rayos la otra mitad del planeta, y el silencio y la oscuridad cubrieron el distrito de Uhud. Los musulmanes heridos y agotados se disponían a regresar a sus hogares para renovar sus energías. Se expidió la orden de partida. El Profeta entró en Medina junto a los ansar y los muhayirún, una ciudad cubierta por el llanto de madres y esposas que habían perdido a sus seres queridos. Muhammad concurrió a las casas de la tribu de Banu Abdul Ash-hal. Los llantos de sus mujeres lo entristecieron y las lágrimas asomaron a sus ojos. En voz muy baja dijo: “Lamento que nadie llore por Hamza”. Saad Ibn Ma‘ad y algunos que supieron de lo dicho por el Mensajero de Dios pidieron a un grupo de mujeres que llorasen por Hamza. El Profeta, informado del hecho, rogó a Dios por ellas y dijo: “Continuamente recibo ayuda de parte de los ansár”.

La historia de los creyentes del Islam es admirable. Una mujer de la tribu de Banu Dinar que había perdido a su esposo, a su padre y a su hijo lloraba y las mujeres que la acompañaban se lamentaban. De pronto pasó cerca Muhammad. La infortunada mujer preguntó a sus acompañantes por el estado del Profeta (B.P.), y todas le dijeron que, gracias a Dios, se encontraba bien. Ella dijo entonces: “¡Me gustaría verlo!” Le indicaron entonces el sitio en que se encontraba. Cuando lo divisó se olvidó de todas sus tristezas y comenzó a exclamar frases que impresionaron a todos los allí presentes. Decía: “¡Enviado de Dios!, todas las tristezas y calamidades, por ti, son tolerables. Tú estás vivo y cualquier infortunio que nos sobrevenga será para nosotros insignificante”. ¡Qué magnífica la paciencia de esa mujer! La fe es, sin duda, como el ancla de los grandes barcos: protege al ser humano de la desestabilización y el desequilibrio en los momentos de tormenta.

Nos hemos referido ya al caso de Amr Ibn Yumuh, quien era cojo y por su minusvalía estaba exento de participar en la lucha, pero que no obstante pidió insistentemente el permiso al Profeta para participar en la guerra, y lo obtuvo. También participaron en este combate su hijo Jalaad y su cuñado Abdullah Ibn Amr. Los tres fueron martirizados. Su esposa Hind, hija de Amr Ibn Hazar y tía de Yabir Ibn Abdallah AI-Ansari (el famoso compañero del Profeta), se dirigió a Uhud (apenas supo del resultado del combate). Cuando llegó buscó a sus seres queridos, los encontró, oró por ellos y los puso sobre su camello. A la sazón en Medina se había divulgado la falsa noticia del martirio del Profeta. Sus esposas habían partido hacia Uhud para saber de su estado. En el transcurso de su viaje de vuelta Hind se encontró con las esposas del Profeta, quienes le preguntaron que sabía de éste: La mujer, que portaba los cadáveres de sus seres queridos, les dijo: “Tengo una buena noticia para daros (*). El Profeta está con vida, y sin duda que frente a esto, cualquier calamidad resulta insignificante. Y otra noticia es que: “Dios rechazó a los incrédulos por su furia que no sacaron ninguna ventaja. Dios basta a los creyentes en el combate, porque Dios es Potente, Poderoso.” (33:25)

Le preguntaron: “¿A quién pertenecen esos cadáveres?” “Todos me pertenecen”, dijo Hind. “Uno es mi esposo, otro mi hijo y otro mi hermano, y me los llevo para enterrarlos en Medina”. Nuevamente en esta escena de la historia del Islam se percibe el maravilloso efecto de la fe que hace posible soportar las calamidades y digerir los dolores en pro de una meta sagrada. Una ideología materialista jamás podrá formar mujeres y hombres tan sacrificados. La razón es que estas personas no luchan por un motivo personal, ni por poder o ambiciones mundanas. Y lo que sigue de esta anécdota que siguió a los sucesos de Uhud es todavía más sorprendente, y para nada concuerda con criterios materialistas, ni con los principios que emplean para analizar los sucesos históricos. Sólo los hombres con una fe firme en los milagros, con certidumbre de su veracidad, pueden actuar de este modo. He aquí el resto de la historia: La mujer sostenía las riendas del camello y lo arrastraba hacia Medina. El camello no obstante casi no avanzaba. Una de las esposas del Profeta sugirió que quizás se debía al peso de la carga que transportaba. Pero la mujer respondió: “Este animal es muy fuerte. Es capaz de transportar la carga de dos camellos. Esto tiene otro significado, pues cuando lo dirijo a Uhud corre, pero cuando lo quiero llevar a Medina se rehúsa y se sienta”.

Hind decidió entonces regresar a Uhud y poner al Profeta al tanto de lo que ocurría. Cuando fue a verlo el Profeta le preguntó: “¿Qué le pidió a Dios tu esposo al retirarse de su casa?” “Mi esposo alzó sus manos en súplica y dijo: “¡Dios mío!, ¡no me hagas regresar a mi casa!”, respondió la mujer. “La súplica de tu esposo ha sido respondida”, añadió el Profeta, “Dios no quiere que su cuerpo regrese a su casa. Debes enterrarlo en la tierra de Uhud. Sabe que estas tres personas estarán juntas en la otra vida”. A Hind le brotaron las lágrimas de los ojos. Le pidió entonces al Profeta que suplicara que ella también estuviera junto a ellos.

Cuando Muhammad regresó a Medina y su querida hija Fátima vio el rostro herido de su padre las lágrimas brotaron de sus ojos. El Profeta le entregó su espada y le indicó que la limpiara. Escribe Arbalí, un historiador shi‘ita del siglo VII de la Hégira: “La hija del Profeta llevó agua para limpiar la sangre que había en el rostro de su padre. Alí echaba agua y Fátima lo aseaba. Como la herida era profunda y la sangre no cesaba de manar, quemaron un puñado de paja y con la ceniza obtenida la detuvieron”.

LA PERSECUCION DEL ENEMIGO

La noche posterior a la batalla, en que los musulmanes dormirían en sus casas, era una noche muy peligrosa. Los hipócritas, los judíos y los seguidores de Abdullah Ibn Ubai estaban eufóricos por lo sucedido.

Desde la mayoría de las casas se podían oír los llantos y cánticos destinados a los mártires. El mayor temor en ese momento era que tanto hipócritas como judíos se unieran y rebelaran contra el Islam dando origen a una discordia que quebrara la unidad política y la firmeza que exhibía la comunidad islámica. El prejuicio de estas discrepancias locales sería mucho más peligroso que el ataque de los enemigos externos. Por todo esto era imprescindible que el Profeta atemorizara a los enemigos internos y les hiciera entender que la fuerza del Islam no estaba en desacuerdo ni derrotada, y que cualquier actitud hostil que amenazara sus fundamentos sería demolida de inmediato. Dios le ordenó al Profeta perseguir al enemigo al día siguiente. Muhammad envió a un mensajero para avisar a los que el día anterior habían participado en Uhud que debían prepararse para perseguir al enemigo. En cuanto a aquellos que no habían concurrido a la batalla no tenían derecho a concretar la persecución. Esta última limitación se apoyaba en una serie de conveniencias que no permanecen ocultas para los entendedores de la política. En primer lugar éste era un reproche para los que se habían abstenido de la lucha, y en cierta forma les demostraba su ineptitud. En segundo lugar era un castigo para los que participaron en Uhud, y por cuya desobediencia el Islam había recibido un fuerte golpe. Ellos mismos debían ser quienes indemnizaran por esta derrota, no incurriendo nuevamente en semejante indisciplina.

La voz del mensajero del Profeta llegó a oídos de un joven de la tribu de Banu Abdul Ash-hal que, herido, se encontraba descansando junto a su hermano. El bando lo impresionó tanto que, aunque no poseían más que un caballo y caminar les resultaba difícil, se dijeron: “No es justo que el Profeta concurra a la lucha y no le acompañemos”. Ambos hermanos, turnándose en el uso de su único caballo, se unieron a las filas islámicas.

Hamraul-Asad.

El Profeta nombró como su reemplazante en Medina a Ibn Umm Maktum y se dirigió junto a los soldados a un sitio distante ocho millas de Medina, donde acamparon. Maabad Jazaí, jefe de la tribu Jazaat, cuyos miembros siempre apoyaron al Islam, a pesar de ser un incrédulo, le dio el pésame al Profeta por lo ocurrido en Uhud. Para hacerle un favor se dirigió a Ruhaa, sitio en donde se encontraban las huestes de Quraish, y se entrevistó allí con Abu Sufián. Durante la entrevista se dio cuenta de que éste pensaba dirigirse a Medina para acabar con el resto de los musulmanes. Maabad lo hizo desistir entonces de su cometido diciéndole: “¡Abu Sufián! Muhammad se encuentra en Hamraul-Asad. Salió de Medina acompañado por fuertes soldados. Sabe que los que ayer no participaron en la batalla hoy se unieron a ellos. He visto rostros furiosos, rostros como jamás había visto. Los musulmanes están muy arrepentidos del desorden de ayer”. Este hombre insistió tanto en la decisión y presencia de ánimo y cohesión que había visto en los musulmanes que Abu Sufián desistió del ataque. El Profeta y sus compañeros pasaron la noche en Hamraul-Asad. El Profeta ordenó encender varias fogatas para que el enemigo creyera mucho mayores a las huestes islámicas Safuan Ibn Umaiiah dijo a Abu Sufián: “Los musulmanes están enfurecidos y dolidos, creo que es bastante con lo que obtuvimos. Volvamos a la Meca”.

El creyente no tropieza dos veces con la misma piedra.

Este título parafrasea uno de los dichos del Profeta (B.P.), y lo pronunció cuando Abu Arrah Yamhí le pidió la libertad por segunda vez. Este impío había sido tomado prisionero en la batalla de Badr y luego había sido liberado por el Profeta con la condición de no colaborar con los inicuos en contra del Islam. El aceptó el trato pero posteriormente, en la batalla de Uhud, lo rompió. Por casualidad, cuando regresaban a Medina, los musulmanes volvieron a tomarlo prisionero. Y esta vez también solicitó su libertad al Profeta. El no aceptó y pronunció este famoso dicho para luego ordenar su ejecución. De este modo, la batalla de Uhud, que fue un ejemplo instructivo para los musulmanes, terminó con un saldo de 70, 74 u 81 mártires, según distintas versiones. Los muertos de Quraish no fueron más de 22. En total la batalla, que se inició el sábado 7 del mes de Shauual, sumada a lo acontecido en Hamraul-Asad, duró hasta el viernes de la semana posterior y culminó el 14 de Shauual del mismo año.

Otro gran suceso del tercer año de la Hégira fue el nacimiento de la segunda estrella esplendorosa del Imamato, el Imam AI-Hasan Al Muytaba (P.), que nació el 15 de Ramadán. Su nacimiento y los detalles de su vida están expuestos en los libros dedicados a la biografía de los Imames (P.).

Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam

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