Historia del Islam en el V año de la hégira - La batalla de Los Confederados

Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)

Por: Aiatollah Yafar Sobhani

 

EL V AÑO DE LA HEGIRA (CONTINUACION)

LA BATALLA DE LOS CONFEDERADOS

Durante el V año de la Hégira se produjeron distintos combates liderados por el Profeta, y también despachó éste algunas expediciones militares bajo otros mandos (saríah) para desbaratar algunos intentos guerreros.

El combate de Dumatu-l-Yandal.

Se supo en Medina que un grupo de hombres se había reunido en Dumatu-l-Yandal para atacar a los viajeros e intentar sitiar Medina. El Enviado de Dios abandonó entonces la ciudad con mil combatientes, viajando de noche y descansando de día, hasta llegar al lugar señalado. El enemigo en tanto, informado de su expedición, se retiró. El Profeta (B.P.) y sus hombres permanecieron algunos días en Dumatu-l-Yandal enviando patrullas a los alrededores para desbaratar todo posible levantamiento y maquinación. El día 20 de Rabi‘u-z-Zani ordenó el regreso a Medina. Posteriormente estableció un pacto con un integrante de la tribu de Fazzar, a la cual se le permitió sacar provecho de los campos de Medina, ya que habían tenido que soportar la sequía de ese año.

LA BATALLA DE LOS CONFEDERADOS (O DEL FOSO)

Ya hemos referido, al tratar los sucesos del IV año de la Hégira, que el Profeta expulsó de Medina a los judíos de Banu Nadir debido a su violación del pacto suscripto entre ambas partes. Banu Nadir al emigrar se estableció parte en Jaibar y parte en Sham (DamascoSiria). Los líderes de Banu Nadir, en plan de venganza, se empeñaron en conspirar contra el Islam. Una delegación viajó a la Meca e instó a los quraishitas a emprender la guerra contra Muhammad, formando una gran coalición en su contra. Sucintamente digamos que en esta batalla se formó una poderosa coalición integrada por los inicuos árabes y los judíos que sitió la ciudad de Medina durante un mes. Los musulmanes, dado que debían enfrentar una alianza más amplia que las anteriores, se atrincheraron en la ciudad y cavaron un foso o zanja alrededor de la misma, y es por este motivo que esta guerra se conoce con uno de dos nombres: batalla de los confederados” (Al-Ahzab), o bien “batalla del foso” (Jandaq).

Los principales promotores de este conflicto fueron los judíos de Banu Nadir y un grupo de los Banu Uail, y el motivo principal fue la revancha por la gran derrota sufrida por los primeros, que fueron obligados a dejar Medina. Idearon un plan extraordinario que enfrentó a los musulmanes, por primera vez, con diversos grupos simultáneamente, lo cual constituía una alianza sin precedentes en la historia de los árabes. En esta conspiración distintas tribus árabes estaban patrocinadas por los judíos. Salam Ibn Abi-l-Huqaiq y Huií Ibn Ajtab, jefe de Banu Nadir, fueron a la Meca a la cabeza de una delegación y se pusieron en contacto con los líderes quraishitas enemigos del Islam, a quienes concretamente expusieron: “Muhammad nos convirtió en su blanco, a vosotros y a nosotros, y nos obligó a abandonar nuestras tierras. ¡Quraishitas!, levántense y pidan auxilio a sus aliados. Nosotros les proporcionaremos 700 habilidosos con la espada de la tribu de Banu Quraiza (que aún vivían en las cercanías de Medina). Todos os auxiliarán. Sabemos (que esa tribu) es aliada de Muhammad, pero serán obligados a violar su pacto y aliarse a vosotros”. La propuesta y las palabras de los líderes judíos surtieron efecto en el ánimo de los quraishitas, cansados ya de soportar solos el peso de la guerra. Aceptaron la propuesta, pero antes les preguntaron: “Vosotros que sois la gente de la Escritura, que sabéis diferenciar la verdad de la falsedad (en lo atinente a lo divino), y que conocéis en qué discrepamos nosotros con Muhammad, ¿cuál es el mejor din (doctrina y religión), el suyo (de Muhammad) o el nuestro?” Y a estos ignorantes árabes sumidos en la idolatría, el pueblo que se preciaba de sostener el monoteísmo, y de seguir a Moisés (P.), con plena indiferencia, pensando sólo en sus intereses concretos, les respondieron: “Vuestro din es mejor que el de Muhammad. Permaneced firmes en vuestro camino y que no surja entre vosotros la menor tendencia hacia el Islam”.

Esta respuesta es un nuevo baldón en la ya negra historia judía. El acontecimiento es tan imperdonable desde el punto de vista religioso que autores judíos posteriores han expresado su desaprobación completa. El Dr. Israel, en su libro “La historia de los judíos y Arabia” dice: “Jamás pudo ser válida semejante equivocación; debieron decir la verdad aunque los quraishitas estuvieran desconformes. No fue correcto que el pueblo judío se refugiara en los idólatras puesto que tal procedimiento no concuerda con las enseñanzas de la Torá”. (Pag.297).

Hoy día sin embargo, la misma actitud de desatender los principios por los fines es utilizada a diario por los políticos materialistas que buscan sólo obtener sus fines, no importa la licitud o ilicitud de los medios. Siguen en esto a Maquiavelo, el ideólogo de esta forma de actuar, quien afirmó: “El objetivo hace lícito los medios”. El Corán refiriéndose a este suceso dice: “¿No has reparado en quienes fueron agraciados con una parte del Libro? Creen en los ídolos y en el seductor y dicen de los incrédulos: ‘Esos están mejor encaminados que los creyentes’. ” (4: 51) El respaldo de estos seudo monoteístas terminó por decidir a los idólatras en favor de la acción conjunta contra el Islam. Se fijó entonces una fecha para la partida del ejército. Los que habían instigado a los quraishitas dejaron la Meca con gran alegría y se dirigieron al Nayd para contactar allí a miembros de la tribu de Gaftán, encarnizada opositora del Islam Tres de las ramas de esta tribu, Banu Fazzrah, Banu Murra, y Banu Ashya, les respondieron favorablemente pero impusieron como condición que, tras el triunfo, se les concediera la cosecha de un año de Jaibar. No terminó allí la conjura: Los quraishitas escribieron a sus aliados de Banu Salim, y la tribu de Gaftán a la de Banu Asad, invitando a sus integrantes a sumarse a la coalición. Ambas tribus aceptaron, y todos los grupos se dirigieron a Medina para sitiarla.

El Profeta recibe informes de la situación.

Durante toda su estancia en Medina el Profeta solía enviar emisarios a las distintas regiones para informarse a conciencia de la situación externa. Pronto esos emisarios le informaron de la constitución de una gran coalición militar en contra del Islam. Sus miembros partirían hacia Medina y la sitiarían. De inmediato el Profeta (B.P.) convocó a un consejo para decidir el rumbo a tomar, a raíz de las experiencias anteriores, particularmente la amarga de Uhud. Un grupo de los presentes prefería permanecer en la ciudad y luchar desde las torres. Pero ello no era suficientemente seguro pues un ataque de miles de combatientes tomaría fácilmente las torres y las fortalezas eliminando a los musulmanes. Era menester hacer algo para que el enemigo no se acercara a la ciudad. Salmán Al-Farsí, que conocía las tácticas militares persas, dijo: “En Persia cuando se debe enfrentar a un peligroso opositor se cavan zanjas alrededor de la ciudad. Debemos cavar una zanja en los sitios fáciles de atravesar, y además debemos disponer trincheras detrás de las mismas, y defendemos desde allí con flechas y piedras. Esta es una buena manera de impedir su asalto”. La propuesta de Salmán fue apoyada por todos y constituyó un medio importantísimo para el resguardo del Islam y los musulmanes. Junto con otros hombres el Profeta mismo inspeccionaba los sitios en los que se cavaría la zanja, y trazaba las líneas de su demarcación. La zanja debía extenderse de Uhud hasta Raatay. Para proceder disciplinadamente en el trabajo ubicó dos personas cada 40 codos. Muhammad mismo fue el encargado de sacar la primera palada. El cavaba y Alí lo ayudaba distribuyendo la tierra. Trabajaba, sudaba y decía: “La verdadera vida es la otra vida. ¡Creador nuestro! ¡Perdona a los emigrados y a los ansár!”. Con su trabajo Muhammad enseñaba que un verdadero líder espiritual comparte con sus seguidores el esfuerzo y el trabajo, como uno más de ellos. El fuerte empeño del Enviado de Dios aumentó el fervor de los musulmanes. Todos sin excepción comenzaron a trabajar. Los judíos de Banu Quraida les proporcionaban instrumentos de trabajo que ayudaban al progreso de la obra. En aquellos días los musulmanes pasaban por una gran pobreza. Las familias pudientes ayudaban a los combatientes del Islam. Cuando la excavación de la zanja se interrumpía por la aparición de grandes rocas que impedían el trabajo, todos apelaban al Profeta y él, con fuertes golpes, lograba partidas. Podemos estimar la longitud de la zanja conociendo el número de los que trabajaron en ella, que según versiones confirmadas ascendían a 3000. Teniendo en cuenta que 10 hombres cavaban 40 codos, podemos deducir que la longitud era de 12.000 codos, es decir aproximadamente algo menos de 5500 mt. Su ancho era tal que ningún caballo, aunque fuera conducido por expertos jinetes, podía atravesarla saltando. Es seguro que su amplitud haya sido de 5 metros y su profundidad también.

Un dicho famoso referido a Salmán.

Cuando se dividió a los muhayirún y a los ansár todos comenzaron a discutir: “Salmán es nuestro y debe venir con nosotros”. Entonces el Profeta (B. P.) dijo: “Salmán es de los nuestros, de la gente de la casa (profética)”.

Los musulmanes trabajaban día y noche. Los hipócritas en cambio se excusaban de hacerla sin causa valedera, retirándose del lugar. Sin embargo los verdaderos creyentes continuaban trabajando con voluntad firme y cuando necesitaban retirarse le pedían permiso a su jefe, y luego retornaban al trabajo. “Sólo son fieles quienes creen en Dios y en Su Mensajero y que cuando están reunidos con él para un asunto común, no se retiran sin antes haberle pedido permiso. Por cierto que quienes te piden permiso son quienes creen en Dios y en Su Mensajero.” (24: 62)

EL BLOQUEO PERPETRADO POR JUDIOS Y ARABES

El numeroso ejército inicuo partió hacia Medina. Esperaban enfrentarse con los musulmanes en los declives de la montaña de Uhud. Al llegar allí no los encontraron por eso prosiguieron su viaje hasta que llegaron al borde de la zanja. Una profunda zanja que había sido excavada sólo 6 días antes de su arribo. Al verla se sorprendieron. “Muhammad aprendió esta táctica militar de un persa”, se decían, “porque los árabes no tienen conocimiento de ella”.

El ejército de los impíos estaba formado por unos 10.000 hombres. Según el relato de Maqrizí, en la obra AI-Amta, Quraish acampó al borde de la zanja con 4000 hombres, 300 caballos y 1500 camellos. La rama de la tribu de Banu Salim, aliada de Quraish, se había sumado a ellos en Marruz-Zahran con 700 hombres. La de Banu Fazzarah con 1000 hombres y las de Banu Ashya‘ y Banu Murrah con 400 hombres cada una. El resto, 3500 hombres pertenecientes a otras tribus, acamparon más apartadamente. Los musulmanes no llegaban a 3000 y acamparon en los declives de la montaña de Sal', lugar desde el cual divisaban el Jandaq (la zanja) y sus alrededores. De esa manera podían observar las actividades del campamento enemigo. Un grupo de musulmanes estaba encargado de resguardar la zanja; ubicados en sus trincheras impedían el paso de cualquier enemigo.

El bloqueo de la ciudad duró un mes y, a excepción de un pequeño número de hombres, nadie más pudo atravesar la zanja. Todo el que intentaba hacerla era apedreado y entonces se volvía atrás. A lo largo de todo ese mes ocurrieron varios sucesos que quedaron registrados en la historia.

El peligro del frío y la escasez de alimentos.

La batalla de los confederados se libró durante el invierno y aquel año Medina se enfrentaba al gran problema de la sequía. Las provisiones del ejército inicuo no eran abundantes pues ellos jamás imaginaron que iban a ser entretenidos durante todo un mes al borde de un foso. Por el contrario, habían partido con la certeza de terminar rápidamente con las huestes del Islam retornando luego de haber perpetrado una masacre. Los que incitaron a esta guerra (los judíos) percibieron que la escasez de provisiones era un factor decisivo: con el transcurso del tiempo el espíritu de lucha del ejército disminuiría. El frío además iba debilitando su resistencia, agravado por la escasez de alimentos. En esta difícil situación los judíos pensaron en solicitar el auxilio de la tribu judía de Banu Quraida, que vivía en Medina. El objetivo era que ellos atacaran a los musulmanes por la retaguardia abriéndoles así el camino para terminar con ellos.

El ingreso de Huii Ibn Ajtab a la fortaleza de Banu Quraida.

Banu Quraida era la única tribu judía que convivía en paz junto a los musulmanes y que respetaba plenamente el pacto de paz establecido con Muhammad (B.P.). El hijo de Ajtab descubrió que el único camino para lograr el triunfo era solicitar su auxilio para los árabes. Entonces pidió a los judíos de Medina la ruptura del pacto. De ese modo el ejército de Quraish, aprovechando la distracción interna que se suscitaría, podría alcanzar la victoria. Con esta intención se presentó en la fortaleza. Kaab, el jefe de la tribu ordenó que no le abrieran la puerta. Huii insistió denodadamente: “¡Kaab! ¿Temes por tu agua y por tu pan que no me abres?” Esto hirió los sentimientos del jefe judío que ordenó que lo dejaran pasar. Entró Ibn Ajtab en la fortaleza y se sentó junto a su correligionario a quien le dijo: “Te traigo toda la grandeza del mundo: Los jefes de Quraish, las tribus árabes y los jefes de Gaftán acamparon al otro lado de la zanja con muchos hombres y armas para eliminar a nuestro enemigo común, y me prometieron no volver a sus casas hasta no masacrar al Profeta y los musulmanes”. Kaab dijo: “Por Dios que has venido con un mundo de humillaciones y vilezas. En mi opinión, el ejército árabe es como una nube que truena pero que no brinda ni una gota de lluvia. ¡Hijo de Ajtab!, ¡déjanos en paz! Las virtudes de Muhammad no nos permiten romper el pacto. No vimos en él más que veracidad, sinceridad, rectitud y pureza. ¿Cómo habríamos de traicionarlo?” Ibn Ajtab, igual que el camellero que doma a su feroz camello masajeando su joroba, habló extensamente preparando a Kaab para romper la alianza con Muhammad. Le prometió que si el ejército árabe no triunfaba sobre Muhammad él los acompañaría. En presencia de Huií, Kaab invitó a los grandes judíos para formar un consejo. Todos dijeron que aceptarían lo que él decidiera (*). Zubair Batá, un anciano, dijo: “Leí en la Torá que aparecerá un Profeta en la Meca, que emigrará a Medina y su doctrina será universal, que ningún ejército podrá resistir ante él. Si Muhammad fuera el Profeta prometido los árabes no podrán ganarle”. Ibn Ajtab dijo: “Ese profeta pertenecerá a Bani Israel y Muhammad es de Bani Ismael. Es por medio del engaño y la hechicería que reunió al grupo que lo sigue”. En ese momento pidió el texto del pacto y lo destruyó ante los ojos de todos diciendo: “Ya todo acabó. ¡Prepárense para la batalla!”

El Profeta se entera de la ruptura del pacto.

El Profeta se enteró de la traición de Banu Quraida en ese momento tan delicado y se entristeció. Inmediatamente envió a Saad Ibn Ma‘ad y Saad Ibn ‘Ibadat, dos valientes comandantes musulmanes, jefes de las tribus de Aus y Jazray, para que obtuvieran información precisa de la situación. Si la traición se confirmaba debían informar al Profeta con las palabras claves Adhul y Qarrah, los nombres de las tribus árabes que solicitaron el envío de maestros para aprender el Islam y luego los masacraron. Si en cambio no se confirmaba la versión, debían desmentir públicamente la traición.

Junto a otros dos jefes musulmanes los enviados por el Profeta se acercaron a la fortaleza judía. En el primer encuentro con Kaab no oyeron más que insultos y ofensas dirigidos a Muhammad y a Saad. Este, que había tenido una corazonada de la situación, le predijo al líder de los judíos: “Por Dios que el ejército árabe deberá irse de aquí; tu tribu será desgraciada y el Profeta te cortará la cabeza”. Al regresar los enviados emitieron el resultado con las palabras claves que indicaban la traición. El Enviado de Dios (B. P.) dijo entonces en voz alta: “Dios es el Más Grande. Les anuncio la victoria”. Esta frase muestra la gran valentía Y el sentido político del Profeta del Islam, quien a un tiempo afirmó a los creyentes y salió al cruce de que la noticia los debilitara.

Las primeras violaciones de Banu Quraida.

La primera parte del plan de la tribu judía consistía en saquear la ciudad de Medina y asustar a las mujeres y los niños que se refugiaran en sus casas. La táctica se iría aplicando gradualmente. Los hombres de Banu Quraida transitaban las calles de la ciudad misteriosamente. Safiia, hija de Abdul Muttalib, narra al respecto: “Me encontraba en la casa de Hasan Ibn Zabit. Allí estaban él y su esposa. De pronto ví a un judío que rondaba misteriosamente la vivienda. Dije a Hasan: ‘Ese hombre no viene con buenas intenciones’ (ya estaban al tanto del plan de los judíos). El me respondió: ‘¡Hija de 'Abdul Muttalib!, no tengo la valentía suficiente para matarlo; temo que me hiera si traspaso las rejas’. Sin otra alternativa -continúa Safiia-, me levanté, tomé un hierro y lo maté de un golpe”.

El Profeta recibió la noticia de que Banu Quraida había solicitado a Quraish y la tribu de Gaftán 2000 hombres con el propósito de entrar a Medina a través de su propia fortaleza y comenzar el saqueo. Esta novedad llegó mientras los musulmanes protegían la zanja. De inmediato el Enviado de Dios (B.P.) encargó a Zaid Ibn Hariza y Muslim Ibn Aslam patrullar la ciudad con 500 hombres, e impedir cualquie violación de parte de Banu Quraida, tranquilizando de esta forma a mujeres y niños.

EL ENFRENTAMIENTO ENTRE LA FE Y LA IMPIEDAD

Previo a la batalla de los confederados tanto judíos como árabes impíos se habían enfrentado con el Islam, pero en todas esas circunstancias los musulmanes se habían trabado en lucha con grupos específicos y aislados, no enfrentando nunca a una coalición como la presente, que reunía prácticamente a toda la península arábiga. Esta vez el enemigo del Islam jugaba su carta más poderosa, empeñando todo su poder militar y económico. Si no hubiera sido por la precisas y sistemáticas medidas de defensa adoptadas por los musulmanes para proteger el núcleo de la naciente comunidad islámica, seguramente el enemigo habría triunfado.

De las huestes de Quraish formaban parte fuertes y prestigiosos caballeros en la batalla, como Amr Ibn Abdauud. La presencia de estos fuertes hombres, aguerridos en el combate, tenía por objeto acelerar la victoria intimidando a los musulmanes.

Uno de los factores del fracaso de las huestes quraishitas y confederadas fue la sorpresiva presencia de la zanja cavada por los musulmanes. Tanto de día como de noche el enemigo trataba de atravesarla pero cada intento chocaba contra las enérgicas y precisas medidas de defensa transmitidas por el Profeta a sus combatientes. El frío invernal de aquel año, y también la sequía, eran una amenaza más contra el ejército árabe, que veía disminuir peligrosamente sus ganados. Huií Ibn Ajtab solicitó a Banu Quraida 20 camellos cargados de dátiles, pero la carga fue embargada por los musulmanes y repartida entre ellos. En uno de los días del largo asedio Abu Sufián envió una misiva al Profeta: “Vine con un gran ejército para erradicar tu doctrina. ¿Pero qué he de hacer? ¡Parece que no te quieres enfrentar con nosotros, ya que excavaste esta zanja que nos separa! No se de quien aprendiste esta táctica, pero te aseguro que hasta no librar una batalla directa como la de Uhud no me iré de aquí”. El generoso Profeta le respondió así: “De Muhammad, el Enviado de Dios, a Abu Sufián Ibn Harb: Hace tiempo que te ensoberbeces y te crees capaz de apagar la llama del Islam, pero ten por seguro que eres demasiado insignificante para lograrlo. Muy pronto te retirarás derrotado y en el futuro destruiré ante tus propios ojos los grandes ídolos de Quraish”. Esta respuesta, que trasluce la firme fe y decisión de quien habla, penetró como una aguzada flecha en el ánimo de los quraishitas, que en el fondo de su ser creían en la veracidad del Profeta (B.P.). No obstante no abandonaron su intento. Una noche Jalid Ibn Ualid decidió atravesar la zanja con un comando, pero al enfrentarse a 200 combatientes islámicos que estaban bajo la jefatura de Usaid Ibn Hazir debió echarse atrás. El Enviado de Dios (B.P.) por su parte, en ningún momento desatendía fortalecer y renovar el ánimo de los musulmanes. Con palabras y sermones llenos de fe y confianza en el futuro del Islam los fortalecía para luchar por la Causa de Dios. Cierta vez, durante el sitio, en una concurrida y entusiasta reunión, dijo a sus comandantes tras la alabanza a Dios: “Perseverad contra el enemigo, y sabed, soldados del Islam, que el Paraíso se encuentra bajo la sombra de las espadas que se utilizan en el camino de la verdad y la justicia.”

Algunos fuertes caballeros árabes cruzan la zanja.

Cinco destacados combatientes, con fama de aguerridos, a saber: Amr Ibn Abdauud, Akramat Ibn Abi Yahl, Hubairat Ibn Uahab, Nufail Ibn Abdullah y Zerar Ibn Al-Jattab, cruzaron la zanja provistos de armas y se enfrentaron a los hombres de Banu Kananah diciendo: “Prepárense para el combate, hoy conocerán a los verdaderos campeones del ejército árabe”. Cruzaron el foso por el lugar más estrecho atravesándolo con sus caballos, en un sitio que desafortunadamente estaba poco vigilado por los guardias. No obstante de inmediato fue bloqueado el sector para impedir el pasaje de más efectivos enemigos. Los incrédulos que habían cruzado, cuya intención era entablar duelos personales, se situaron entre la zanja y la montaña de Sal' -punto de concentración del ejército islámico-. Con arrogancia y altanería los jinetes maniobraban con sus caballos insinuando que esperaban rivales para el combate. Uno de ellos, famoso por su valentía y su osadía se aproximó a los musulmanes y solicitó rival. Minuto a minuto su voz subía de tono y exclamaba enardecido: “¿Dónde está mi rival?”. Sus gritos, resonando en el campo, hacían temblar al ejército del Islam. El silencio de las filas musulmanas aumentaba aún más su coraje. Preguntaba a voz en cuello: “¿Dónde están los que creen en el Paraíso? ¿No afirman que sus muertos irán al Paraíso y los nuestros al Infierno? ¿Es que ninguno está dispuesto a enviarme al Infierno o que yo lo envíe al Paraíso?” Y luego decía, versificando: “Me cansé de gritar y de pedir rival afónico ya estoy”. En las filas musulmanas reinaba un silencio absoluto. El Enviado de Dios (B.P.) esperaba que alguien terminase de una vez por todas con ese hombre. Nadie más que Alí se mostró dispuesto a enfrentarlo. El Profeta debía decidir, y finalmente entregó su espada a Alí y le colocó un turbante en su cabeza.. Luego suplicó: “¡Dios mío! ¡Protege a Alí de toda maldad! ¡Dios mío! En Badr perdí a Ubaidat Ibn Hariz y en Uhud a Hamza, ¡protege a Alí de cualquier daño!”. Y recitó la siguiente aleya: “¡Señor mío!, no me dejes solitario (sin descendencia), desde que Tú eres el mejor de los herederos” (21:89) Compensando la demora en responder al pedido de duelo, Alí se encaminó presuroso al campo. En ese momento el Profeta (B.P.) pronunció aquella histórica frase: “Toda la fe se enfrenta a toda la incredulidad”.

Al acercarse Alí le replicó a Amr Ibn Abdauud utilizando las mismas rimas que él usara: “No te apresures. Un hombre fuerte vino a responder tu pedido”. Alí llevaba el cuerpo cubierto por una armadura y en su cabeza un casco que dejaba ver sus brillantes ojos. Amr, que no distinguía bien a su rival, le preguntó: “¿Quién eres?”. “Soy Alí Ibn Abi Talib”, fue la respuesta. Amr dijo entonces: “No derramaré tu sangre pues tu padre fue un viejo amigo mío. Me sorprende que tu primo te haya enviado a enfrentarte conmigo sabiendo que puedo levantarte con la punta de mi lanza y sostenerte entre el cielo y la tierra, ni vivo ni muerto”. Relata Ibn Abdel Hadid, sabio de la escuela sunnita, de su maestro de historia Abul Jair: “En realidad, Amr temía luchar contra Alí, pues había presenciado las batallas de Badr y Uhud observando allí su gran valentía; deseaba realmente que Alí desistiera de su decisión”.

Alí dijo: “No te preocupes por mí. Sea que muera o te mate seré feliz, y mi morada será el Paraíso. En cambio el Infierno te espera en ambos casos”. Amr sonrió y dijo: “¡Alí! Haces un reparto injusto. Que el Infierno y el Paraíso sean para ti”. En ese preciso instante el Comandante de los creyentes le hizo recordar una promesa que éste había hecho a Dios frente a la Ka‘aba. Por la misma estaba obligado a aceptar una de tres propuestas que le hiciera su rival. Basado en ella Alí le propuso islamizarse, pero él respondió: “¡Eso es imposible!”. Entonces le dijo Alí: “Te propongo que abandones la lucha y dejes en paz a Muhammad”. Amr contestó: “Sería un deshonor para mí aceptar tu propuesta. De seguro en el futuro los poetas árabes me criticarían o ofenderían imaginando que acepté por temor”. Alí le dijo entonces: “Ahora tu rival está de pie, baja de tu caballo y luchemos frente a frente”. “Tu propuesta es insignificante, jamás imaginé que un árabe se atrevería a exigirme esto”, respondió Amr.

La lucha entre ambos campeones.

Se inició entonces un intenso duelo. El polvo que levantaban los envolvía al punto que los que observaban no sabían que pasaba y sólo oían los golpes de las espadas chocando contra armaduras y escudos. Amr intentó golpear la cabeza de Alí y aunque éste trató de parar el golpe con su escudo, resultó de todos modos herido. Alí le dio a continuación un fuerte golpe de espada en las piernas y su rival cayó al suelo. El takbír (¡Allahu Akbar!: Dios es el Más Grande) sonoro que se elevó de la polvareda anunció el triunfo de Alí. La escena de la derrota y muerte de Amr infundió gran temor en los cuatro inicuos que aguardaban rival. De inmediato cruzaron la zanja regresando con sus tropas. Uno de ellos, Naufal, no logró traspasar el foso pues su caballo cayó en él y se golpeó fuertemente. Los guardias de inmediato comenzaron a apedrearlo. Entonces Naufal exclamó: “¡Esto no es de hombres! Que baje uno de vosotros a luchar conmigo”. De inmediato Alí bajó a la zanja y le dio muerte. El temor y el desconcierto ofuscaron al ejército inicuo. Abu Sufián estaba estupefacto y pensaba que los musulmanes despedazarían el cuerpo de Naufal para vengar a Hamza. Envió entonces a alguien para que lo comprara por 10.000 dinares. Pero el Profeta (B.P.) dijo: “Devuélvanles el cuerpo y no tomen el dinero, pues no es lícito vender un cadáver.”

El mérito de un solo golpe.

En apariencia Alí sólo había matado a un fuerte campeón de los incrédulos, pero en realidad lo que hizo fue mucho más, pues levantó el ánimo de los que temblaban cuando Amr exigía un rival. Además atemorizó a un ejército de 10.000 hombres empeñados en destruir la naciente comunidad y gobierno islámicos. Si el triunfo hubiera sido de Amr habríamos podido aquilatar el valor del proceder de Alí. Cuando el Imam se dirigió al Profeta (B.P.) éste le dijo: “El mérito de tu reciente golpe es mayor que la adoración de toda mi comunidad, pues con la derrota del más fuerte hombre de la incredulidad los musulmanes se engrandecieron, y el pueblo inicuo resultó humillado.

A pesar de que la armadura de Amr era muy valiosa la hombría de Alí no le permitió tomarla como trofeo. El que sería el segundo califa del Islam reprochó a Alí su proceder en este duelo personal, pero la hermana de Amr, al enterarse de lo ocurrido, dijo: “No lamentaré la muerte de mi hermano porque lo mató un hombre valiente y generoso. Si no hubiera sido así lo lloraría el resto de mi vida”.

LA DESUNION EN EL EJERCITO ARABE

Los objetivos de las huestes árabes y judías no coincidían. Los judíos temían la expansión de la nueva religión, pero en cambio lo que movía a los árabes a la lucha eran antiguas enemistades que mantenían con el Islam y los musulmanes. Tribus como las de Gaftán, Fazzarah y otras participaron en la batalla con el único fin del botín, la cosecha de Jaibar prometida por los judíos. Resulta claro que las motivaciones de estos últimos eran solo materiales y circunstanciales. Si los musulmanes les ofrecieran la misma recompensa seguramente volverían satisfechos a sus hogares, especialmente si se tiene en cuenta que estaban agotados por el frío y el largo y tedioso sitio, con sus ganados al borde de la muerte.

Conciente de esta situación el Profeta (B. P.) envió una delegación para discutir un convenio con las mencionadas tribus que consistía en entregarles un tercio de los frutos que se obtuvieran de la cosecha de Medina a condición de que se separaran le las filas de los confederados. El pacto fue redactado por los representantes del Profeta y los jefes de las tribus involucradas y fue llevado a Muhammad para ser aprobado. El Profeta puso en conocimiento del pacto que estaba por suscribirse a sus comandantes Saad Ibn Ma‘ad y Saad Ibn ‘Ibadat (de las dos grandes tribus medinenses) y ellos acotaron: “Si este pacto se lleva a cabo por orden divina, nosotros lo aceptamos. Pero si se realiza por decisión propia y deseas saber nuestra opinión, te diremos que no lo suscribas. Este proceder no es el mejor. Jamás entregamos nuestras cosechas a cambio de nada, y nadie nunca pudo llevarse por la fuerza ni siquiera un dátil. En este momento nos ampara la Misericordia divina y tu conducción. Nos hemos islamizado y somos queridos y respetados. Ahora menos que nunca podemos aceptar algo semejante.

¡Por Dios! que responderemos con la espada a sus viles exigencias, y que el asunto termine según la voluntad de Dios”. El Profeta (B.P.) les dijo entonces: “El motivo por el cual quise sellar este pacto es que vi a los creyentes como blanco de todos los árabes, acechados desde todas partes, y quise así provocar la desunión en el enemigo. Pero ahora, observando vuestra actitud (y determinación), no lo aprobaré.

Sepan que Dios no humillará a Su Mensajero y hará realidad la victoria del Islam sobre la incredulidad; ¡creo firmemente en lo que les digo!”. En aquel preciso momento Saad ibn Ma‘ad le pidió permiso al Profeta para romper el texto del pacto. Lo hizo y luego añadió: “Lo que quieran hacer los idólatras, ¡pues que lo hagan!”.

Factores que dividieron al ejército árabe.

1) Las conversaciones mantenidas entre los delegados del Profeta y los jefes de las tribus árabes. Aunque el pacto no llegó a ser aprobado, los árabes no estaban al tanto de ello. Siguieron manteniendo relaciones hipócritas con Quraish, y esperaban en cualquier momento el pacto para firmarlo. Cada vez que Quraish los llamaba a la lucha en masa se disculpaban con diferentes excusas; aguardaban que el pacto se consumara para retirarse.

2) La muerte de Amr. La mayoría de la soldadesca impía esperaba su triunfo frente a Alí. Su derrota entonces causó honda desazón y temor, lo cual se intensificó por la fuga de los otros cuatro caballeros que lo acompañaron en el cruce del foso.

3) Nuim Ibn Masud, recientemente islamizado, resultó también un importante instrumento que creó la desunión entre los árabes. Este nuevo musulmán fue a ver al Profeta (B.P.) y le dijo: “Hace poco he aceptado el Islam y una vieja amistad me une a aquellas tribus (que se aliaron para combatirte). Sus miembros no están enterados de mi conversión al Islam, luego si tienes alguna orden, Enviado de Dios, dámela a mí, porque estoy a tu servicio”. El Profeta le dijo: “Haz algo que los divida; planea algo que nos sea conveniente”. Nuim meditó unos minutos y se dirigió a la tribu de Banu Quraida, que formaba una quinta columna del enemigo en territorio de Medina, acechando a los musulmanes a sus espaldas. Logró ingresar en la fortaleza de los judíos por la amistad que los vinculaba a ellos, y una vez dentro no cesó de recordarles los vínculos que los unían. A continuación abordó distintos temas para ir ganando su confianza y haciéndoles creer que sólo deseaba su bien. Les dijo: “Vuestra situación no es la misma que la del resto de los confederados, puesto que Medina es el lugar donde vivís con vuestras familias, hijos y esposas; además todos vuestros bienes se encuentran aquí. Vosotros no podéis dirigiros a otro sitio. Sin embargo el resto de los confederados que vinieron a luchar con Muhammad tienen sus hogares, bienes y negocios lejos de Medina. Si ganan la guerra habrán cumplido su cometido, pero si fracasan regresarán a sus moradas y vosotros quedaréis en poder de los musulmanes. Como ya se han aliado con los confederados, lo conveniente es que esa alianza continúe vigente, pero he aquí una idea: Tomen a varios de sus jefes como rehenes a fin de no quedar solos, cualquiera sea el resultado de la guerra. Ellos no tendrán más remedio que luchar con Muhammad hasta el fin para salvar sus vidas”. Las palabras de Nuim surtieron efecto y su propuesta fue aprobada por todos como muy sensata. Una vez que Nuim estuvo seguro del efecto de su propuesta se retiró y se dirigió de inmediato al campamento de los confederados. Nuim también sostenía una antigua amistad con los jefes quraishitas. Se comunicó enseguida con ellos y les dijo: “La tribu de Banu Quraida está arrepentida de la ruptura del pacto con Muhammad y quiere compensar su falta de algún modo. Sus jefes decidieron entonces tomar como rehenes a algunos de vosotros y entregarlos al Profeta. De esta forma le probarían la veracidad de su arrepentimiento. Muhammad los matará de inmediato.

Ambas partes ya han conversado sobre el tema y Banu Quraida prometió que de allí en más apoyaría al Profeta y lucharía contra vosotros hasta el último aliento. Por lo tanto, si los judíos solicitan rehenes no se los proporcionéis, pues ya sabéis el destino que les espera. Mañana pueden obtener una prueba de lo que digo. Pidan a Banu Quraida que ataque a Muhammad por detrás y verán que no lo aceptarán, poniendo cualquier excusa para no hacerlo”. Posteriormente Nuim se dirigió a la tribu de Gaftán, a la que pertenecía, y habló muy especialmente diciendo: “Vosotros sois de mi misma raíz y no creo que me condenen por lo que voy a decir, pero les pido que guarden el secreto”. Todos le prometieron guardar silencio y lo trataron amistosamente. A continuación Nuim les relató la misma historia que había contado a los quraishitas. De esta forma concretó su propósito del mejor de los modos. Más tarde entró cuidadosamente en el campamento musulmán y transmitió a los musulmanes que Banu Quraida intentaría tomar rehenes quraishitas para entregárselos a los musulmanes. Esta noticia se difundió para que, yendo de boca en boca, fuera escuchada también por los árabes allende la zanja.

Representantes de Quraish se dirigen donde Banu Quraida.

El viernes por la noche Abu Sufián decidió que se debía dar fin a la guerra, y quería empujar al asalto final de una vez por todas. Por tal motivo los jefes quraishitas y los de Gaftán enviaron sus representantes a Banu Quraida para comunicarles que el sitio de la ciudad se les hacía insostenible, pues el ganado estaba ya al borde de la muerte. Les pidieron entonces que atacaran al día siguiente por detrás a los musulmanes, mientras que ellos lanzarían un ataque frontal dando fin de esta manera a la guerra. El jefe de Banu Quraida les respondió: “Mañana es sábado y nosotros los judíos no realizamos ninguna tarea los sábados. Por no cumplir este mandato un grupo de nuestros ancestros recibió un gran castigo divino. Además, sólo lucharemos si algunos de vuestros jefes pasan a ser nuestros rehenes de modo que ustedes luchen hasta al final y no nos abandonen en medio de la batalla.” Los representantes se retiraron y comunicaron lo acontecido a sus jefes confederados. Todos dijeron ante la noticia: “El consejo de Nuim fue acertado. Banu Quraida nos quiere engañar”. Una vez más fueron a entrevistarse con los judíos y les dijeron: “Lo que ustedes solicitan no es posible de concretar, pues no estamos dispuestos a entregarles a ninguno de nuestros jefes, Si lo desean mañana mismo ataquen a los musulmanes que nosotros los apoyaremos”. Esta respuesta, y la aseveración de que no entregarían a ninguno de sus jefes cercioró a los judíos de lo correcto de los consejos de Nu'im. Se decían unos a otros que Quraish actuaba en su solo provecho, que los abandonaría y regresaría a la Meca.

Un último factor.

A los anteriores factores ya mencionados que causaron la desunión de los confederados, debemos añadir otro, al que podríamos llamar “el auxilio divino”. Una tormenta repentina se abatió sobre el lugar y se intensificó el frío. El viento era tan fuerte que volaba las carpas, volteaba las ollas que había sobre las fogatas, apagaba los candiles y extendía el fuego por todas partes. El Profeta envió a Hudhaifa al campamento enemigo para obtener información de la situación, y éste relata: “Me encontraba cerca de Abu Sufián y escuché que decía a sus comandantes: ‘El lugar en el cual acampamos no es apto para vivir, nuestros ganados están moribundos y la tormenta arrasó con las carpas y con el fuego. Tampoco contamos con el apoyo de Banu Quraida. Es conveniente que regresemos’. Luego montó su camello, que tenía las patas delanteras amarradas, y comenzó a azotarlo cuando notó que no avanzaba. Estaba tan atemorizado y humillado que ni siquiera había reparado en la situación del pobre animal.”

Aún no había asomado las primeras luces del alba cuando el ejército árabe abandonó el lugar. Era el día 24 de Dhul Qa‘adah del quinto año de la emigración.

Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam

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