Historia del Islam en el VII año de la hégira - El profeta del Islam notifica su misión universal

Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)

Por: Aiatollah Yafar Sobhani

EL PROFETA NOTIFICA SU MISION UNIVERSAL

El pacto de Hudhaibiiah amainó el cúmulo de preocupaciones que debía enfrentar el Profeta, y asimismo, como consecuencia de la libre difusión del Islam que hizo posible, varios jefes y tribus árabes se islamizaron. En esos momentos fue que el gran líder de los musulmanes aprovechó para comunicarse con los grandes reyes de su época, con los jefes de diversas tribus y con los líderes religiosos cristianos de ese momento, para presentar a todos los pueblos su mensaje, que trascendía así los límites de una sencilla religión para proponer un sistema de vida completo, que reuniera a toda la humanidad bajo los principios de la Unidad divina y revolucionarias enseñanzas sociales y morales. Ese fue el primer gran paso que pudo dar el Profeta tras 19 años de disputas con la contumaz tribu de Quraish. Y de no haber sido por las sangrientas guerras y persecuciones a que los incrédulos lo obligaron, con toda seguridad que mucho antes habría expandido el marco de su convocatoria por todo el mundo conocido. Una parte importante del tiempo de la misión se había consumido en la defensa de la integridad del naciente Islam contra la iniquidad.

Las cartas que el Profeta (B.P.) envió a las grandes personalidades de su época son una muestra acabada de su sabia táctica para la invitación al Islam. Los narradores de tradiciones y los historiadores se han encargado de recopilarlas. Todas ellas revelan que el método del Profeta era hacer llegar el Islam a través de la razón y no por la lucha.

El día en que el Profeta estuvo seguro de que Quraish ya no lo atacaría decidió enviar estas misivas a los diferentes lugares del mundo. Su texto, sus consejos, su delicadeza y humildad son un vivo testimonio que refuta las arteras opiniones de muchos historiadores occidentales y orientalistas que tratan de cubrir el verdadero rostro del Islam con sus mentiras. Nosotros esperamos algún día poder publicar la traducción de todas estas cartas en diferentes idiomas para que se conozca y aclare la táctica utilizada por el Islam para difundirse entre todas las razas y rincones de la tierra.

LA MISION DEL PROFETA ERA UNIVERSAL

Existe un grupo ignorante de estudiosos occidentales que observa la universal misión del Profeta Muhammad (B.P.) con duda e incertidumbre. Siguen en esta actitud de duda a las obras de autores mercenarios. El jefe de este grupo es un orientalista inglés llamado Sir William Muier, quien dice: “El tema de la universalidad de la misión de Muhammad surgió luego de su muerte, ya que desde su nacimiento hasta su fallecimiento sólo se preocupó por exhortar a los árabes y nunca conoció otro sitio que Arabia”. Es manifiesto que este autor sigue la táctica de sus predecesores ingleses que, pese a la multitud de versículos coránicos que aseguran que el Profeta convocó a todos los hombres hacia el Islam y la Unidad divina, aseguran, tratando de tapar la verdad, que “él sólo convocaba a los árabes”. En lo que sigue damos una lista de las aleyas coránicas que son prueba de la universalidad de su mensaje (obsérvese -que las exhortaciones iniciales no dicen” ¡Oh árabes!”, sino” ¡Oh humanos!

Dí: “! Oh humanos!, por cierto que soy el Mensajero de Dios para vosotros, de Aquel de quien es el Reino de los cielos y de la tierra”.” (7:158)

Y no te enviamos sino como universal Mensajero, albriciador y amonestador para los humanos, pero la mayoría de la gente lo ignora” (34:28)

A pesar de que este Corán no es más que un mensaje para todo el universo”. (68:52)

“Lo que te revelamos no es sino un mensaje y un Corán lúcido. Para amonestar al sensato y acreditar el castigo sobre los incrédulos”. (36:69/70)

El fue quien envió a Su Mensajero con la guía y la verdadera religión para hacerla prevalecer sobre todas las religiones, aunque ello disguste a los idólatras”. (9:33)

Ante estas evidencias directamente extraídas del Corán, le preguntamos al autor inglés: ¿cómo puede afirmar que el tema de la universalidad del Islam surgió después de la muerte del Profeta, si el Corán refleja en sus aleyas una verdadera convocatoria universal? ¿Acaso estas aleyas y otras tantas, más los viajes de los compañeros del Profeta a los territorios más alejados de Arabia, y los textos de las cartas enviadas por Muhammad y que guardan los registros de la historia no son suficientes pruebas de la universalidad del mensaje? ¿Puede haber dudas de esto? Digamos, por si alguien todavía duda, que incluso se conservan en algunos grandes museos del mundo cartas manuscritas del Profeta (B.P.) a este respecto.

Este desvergonzado ignorante escribe: “Muhammad no conoció mas que Arabia (el Hiyaz)”, a pesar de que es bien sabido y aceptado que a los 16 años viajó a Sham (Damasco, Siria, sede de una milenaria cultura), y que también lo hizo en su juventud, cuando manejaba los viajes mercantiles de Jadiya.

A propósito de esta empecinación en negar la universalidad del Profeta, acotemos que cuando leemos en la historia de un joven griego de nombre Alejandro Magno, que anhelaba ser el emperador del universo, o bien de Napoleón Bonaparte, que tenía la misma intención, no nos sorprendemos ni nos resulta difícil de comprender. Pero este grupo de orientalistas, cuando lee que el Profeta del Islam invitó a su religión, por orden de Dios, a los dos grandes imperios de su época (con los cuales, por otra parte mantenía relaciones comerciales), lo consideran imposible e irreal.

LOS MENSAJES DEL PROFETA A LEJANAS TIERRAS

El Profeta del Islam planteó en una reunión de la shura (consejo de consulta conformado por los principales creyentes) el tema de la convocatoria universal, de la misma forma en que lo hacía cuando debía abordar temas importantes. Dijo un día a sus discípulos: “Mañana preséntense ante mí, quiero comunicarles un asunto de importancia”. A la mañana siguiente, tras realizar la oración del alba, exclamó: “Aconsejen a los siervos de Dios. A quien está a cargo de multitudes y no procura orientadas ni guiarlas, Dios le ha prohibido el Paraíso. ¡Levántense!, sean los mensajeros (del Islam) en el extranjero y hagan llegar a todos los hombres la voz del Tauhid (el monoteísmo). ¡Jamás se me opongan (en ésto), como se opusieron los discípulos de Jesús!”. Los compañeros entonces le preguntaron: “¿Qué fue lo que ellos hicieron?” Respondió el Profeta (B.P.): “El (Jesús) como yo ordenó a un grupo la transmisión del Mensaje divino. Los que debían viajar a sitios cercanos a sus moradas obedecieron, pero los que debían dirigirse a lugares alejados de las mismas desobedecieron.” Luego de este relato el Profeta envió a seis hombres hábiles y experimentados a los distintos puntos del mundo civilizado: Persia, Roma, Habashe (Etiopía), Egipto, Yemen, Bahrein y Jordania. Más adelante veremos algunos detalles de las cartas enviadas.

Cuando se dio fin a la escritura de las misivas, los que conocían las costumbres de las cortes de aquellos días indicaron al Enviado de Dios que las cartas debían ser selladas pues de lo contrario los reyes no las recibirían (el sello equivalía a nuestra firma actual). Según una orden del Profeta se mandó a hacer un anillo de sello de plata con la inscripción “Muhammad Rasulu-l-láh” (Muhammad, el Mensajero de Dios). La palabra Dios abarcaba la parte superior del anillo, debajo se encontraba la palabra “rasul” (mensajero), y por último la palabra “Muhammad”. Esta forma especial de inscripción se utilizó para evitar cualquier intentó de falsificación de misivas del Profeta. Una vez terminadas fueron envueltas, cerradas y selladas (con lacre, y la marca del anillo mencionado).

La situación del mundo en el momento del arribo de las cartas.

En aquellos días dos grandes imperios se disputaban el dominio universal, Y una larga historia de rivalidad y conflictos los separaba. La disputa entre Persia y Bizancio, el imperio romano de oriente, comenzó en la época de los Aqueménidas Y terminó en la de los Sasánidas. Oriente se encontraba bajo la hegemonía del imperio Persa. Las regiones del Irak, Yemen y parte del Asia menor constituían colonias persas. En cuanto al imperio romano estaba divido en dos bloques, uno oriental y otro occidental, por la división que en el 395 DC hiciera Teodoro el Grande, partiendo el imperio entre sus dos hijos. En el 476 DC. el imperio romano occidental fue desmembrado por las invasiones bárbaras del norte de Europa. En cambio el imperio romano oriental, cuya capital era Constantinopla, permanecía unido y tenía bajo su poder los territorios de Siria y Egipto. En el año 1453 Constantinopla fue tomada por el Sultán Muhammad II.

Arabia en la época del Profeta era un enclave entre ambos imperios, pero como no presentaba tierras fértiles y sus habitantes eran nómades incivilizados ninguno de ambos bloques tenía intenciones de dominada. Su soberbia, los conflictos que los enfrentaban y las continuas batallas que libraban, les impidieron darse cuenta de la gran transformación y revolución que estaba sufriendo Arabia. Jamás imaginaron que un pueblo como ese, lejano a la civilización, terminaría con ellos conducido por una nueva fe que, radiante como el sol, terminaría por iluminar sus propios territorios, oscurecidos por la opresión de siglos.

Si se hubieran percatado de la fuerza de semejante transformación, la habrían con seguridad eliminado desde un principio.

EL MENSAJE DEL ISLAM A LA ROMA ORIENTAL

El César, emperador del imperio romano de oriente, con sede en Bizancio, había hecho por entonces una promesa de que si su estado triunfaba sobre los persas, peregrinaría a pie hacia la sagrada tierra de Jerusalem. Una vez obtenido el éxito se dispuso a cumplir su promesa y partió a la tierra santa.

Por su parte Dahiah Kalbi fue designado por el Profeta para llevar el mensaje al César. Este hombre ya había realizado antes varios viajes a Siria y Damasco, y conocía bien el territorio. Su bello rostro y su buen carácter y educación lo hacían la persona apropiada para tal tarea. Antes de abandonar Siria para dirigirse a Constantinopla, más precisamente en Busra (centro de la provincia de Huran, una colonia bizantina), supo que el emperador había partido hacia Jerusalem. Dahia se contactó entonces con el gobernador de Busra y lo puso al tanto de su misión. El autor del libro Tabaqat (tomo 1, Pág. 259) escribe: “El Profeta (B.P.) había ordenado entregar la carta al gobernador romano de Busra para que él mismo se encargara de hacerla llegar al César, esto debido a que, o bien Muhammad sabía de su viaje (del César), o porque consideraba lo difícil de la travesía (hasta Constantinopla)”. Finalmente Dahia se entrevistó con el gobernador y éste encargó a Adi Ibn Hatam acompañar al mensajero del Profeta hasta donde estaba el César. En la ciudad de Homs se encontraron con el emperador. Cuando Dahia se disponía a entrar en la corte le fue indicado que debería prosternarse ante el César, pues de lo contrario, su carta no sería recibida. Dijo entonces: “He soportado las peripecias del viaje precisamente para erradicar estas falsas costumbres. Vengo de parte de un profeta llamado Muhammad para comunicarle al César que la adoración a los seres humanos debe ser eliminada y que sólo se debe adorar al Único Dios. ¿Acaso poseyendo tal creencia puedo prosternarme ante quien no es Dios?” La poderosa y firme lógica del mensajero los sorprendió. Un bondadoso cortesano le aconsejó entonces: “Puedes colocar la carta sobre la mesa del César, nadie más que él tiene acceso a las cartas. Cuando la lea solicitará tu presencia”. Dahia le agradeció el consejo y lo llevó a cabo. El César abrió luego la carta y le sorprendió mucho el encabezamiento que decía “Bismi-l-láh” (En el Nombre de Dios). Dijo: “No sé de otras personas que hayan encabezado de este modo más que el rey Salomón”. Luego pidió a su traductor que le leyera el contenido de la misma, y éste le leyó: “De Muhammad hijo de Abdullah a Harqul, Emperador de Roma. La Paz de Dios sea con los que siguen la verdadera senda. Te invito al Islam, islamízate para tu salvación y Dios duplicará tu recompensa (*). Si rechazas el Islam los pecados de los “arisi” (**) recaerán sobre ti. “Diles: ¡Adeptos del Libro!, venid y comprometámonos formalmente que no adoraremos sino a Dios, que no le atribuiremos nada y que no nos tomaremos, unos a otros, por amos en vez de Dios. Pero si rehusaran, decidles: ¡Reconoced que somos musulmanes!” (3:64)

El César pide informes sobre Muhammad.

El sagaz emperador vio la posibilidad de que el autor de la misiva fuera el Profeta anunciado por el Antiguo y Nuevo Testamento. Por tal motivo quiso recabar informaciones precisas acerca de su vida y prédica. Inmediatamente encargó a alguien que se dirigiera a Sham (Damasco) e hiciera averiguaciones a través de algún pariente o de alguien informado sobre Muhammad. Casualmente en esos días Abu Sufián y un grupo de quraishitas habían viajado a Sham por asuntos comerciales. El emisario del César se puso en contacto con ellos y los llevo al Palacio en que estaba el emperador en Jerusalem. Preguntó entonces Harqul, el emperador del imperio romano oriental: “¿Alguno de ustedes es pariente de Muhammad?” Abu Sufián respondió: “Yo soy su pariente”. Entonces el César le ordenó situarse frente a él, y al resto le pidió que se colocaran detrás, indicándoles que le avisaran cuando el jefe quraishita dijera alguna mentira. Luego le formuló a Abu Sufián las siguientes preguntas: “¿Cuál es la genealogía de Muhammad?”. “Sus ancestros fueron grandes y nobles”, respondió Abu Sufián. “¿Entre sus ancestros hubo alguien que dominara a los pueblos?”. “No, jamás”, fue la contestación. “¿Por ventura antes de comunicar su mensaje se cuidaba de la mentira?”. “Sí, era un hombre veraz”, respondió. “¿Qué clase de gente lo secunda y sigue?”. “La aristocracia se le opone, y los humildes y la clase media lo apoyan”, contestó. “¿Crece o decrece el número de sus adeptos con el correr de los días?”. “Su número crece día a día”, afirmó Abu Sufián. “¿Algunos de sus adeptos renegaron luego de haber creído?”. “No”, fue su respuesta. “¿Triunfa o fracasa en sus luchas contra el enemigo?”. “Unas veces triunfa y otras fracasa”, contestó.

El César dejó entonces de preguntar e indicó a su traductor que comunicara a Abu Sufián y a sus acompañantes que si lo que dijeron era cierto, se encontraban frente al último profeta anunciado por la Biblia. Y agregó: “Yo sabía que ese profeta iba a aparecer, pero no creí que pertenecería a la tribu de Quraish. Estoy dispuesto a humillarme ante él y a obedecerlo. Hasta sería capaz de lavarle los pies. Muy pronto su poder y su soberanía se extenderán sobre todo el imperio romano”. Un sobrino suyo entonces interrumpió para decir: “En la carta Muhammad anticipó su nombre al tuyo, querido tío”. Pero reprochándole el César le dijo: “Quien es visitado por el Ángel del Mensaje es más merecedor de que se anticipe su nombre”.

Narró Abu Sufián: “El inminente apoyo del César a Muhammad produjo desorden en la corte. Yo estaba enfurecido. No podía aceptar que la superioridad de Muhammad fuera tal que llegase a ser aceptada por los romanos. A pesar de que yo menosprecié a Muhammad antes de que el César comenzara el interrogatorio, diciéndole: ‘Muhammad es menos importante de lo que tú crees’, él no atendió a mis palabras y me sugirió que me limitara a responder a lo que él me preguntara”.

El efecto del mensaje en la persona del césar.

El César no se conformó con la información facilitada por Abu Sufián. Por eso comunicó el asunto a un sabio cristiano de Roma. Este sabio le aseguró que Muhammad era el mismo profeta que el universo estaba esperando. Más tarde, y con el propósito de conocer la opinión de los grandes del imperio, el César reunió a todos ellos en un templo.

Luego de leer el mensaje del Profeta les preguntó: “¿Están dispuestos a adherirse a su religión?”. En ese instante la reunión se convirtió en un caos. El César temió por su vida. De inmediato se puso de pie y a pesar de su sincera fe en el Islam, les dijo: “Mi propuesta la hice para probaros. Vuestra firmeza en el cristianismo es asombrosa, y al mismo tiempo admirable”. Luego envió por Dahia y le entregó una carta en la que reflejaba su gran fe y su sinceridad para con el Profeta, y además le envió un obsequio.

EL MENSAJE DEL PROFETA A LA CORTE DE PERSIA

En la época en que el Profeta envió sus misivas Persia estaba bajo la égida de Josrou Parviz. Era el segundo rey luego de Anu Shiravan. Asumió el trono 32 años antes de la Hégira. Durante todos esos años debió enfrentarse con acontecimientos gratos y desgraciados. Era un tiempo en que el poder de Persia estaba en desequilibrio. La influencia persa había llegado a abarcar el Asia menor y se extendió hasta Constantinopla. La cruz en la que según los cristianos había muerto Jesús y que tenía un carácter de reliquia sagrada para ellos, fue trasladada a Tisfún (Mada'en). El emperador de la Roma oriental sugirió la paz a Persia y envió un mensajero con el fin de establecer un acuerdo. El expansionismo sasánida había llegado a los mismos límites que el de la monarquía aqueménida. Posteriormente sin embargo, y a raíz de la arrogancia y el desenfreno de su gobernante, Persia quedó al borde del abismo. Los territorios que había dominado fueron librándose uno tras otro de su influencia. El ejército enemigo se adelantó hasta casi el corazón mismo del territorio persa, y por temor a los romanos Josrou Parviz huyó. Su vergonzoso proceder encolerizó al pueblo. Finalmente fue asesinado por su hijo Shiruieh. Los historiadores atribuyen la declinación del poder persa a la arrogancia, la soberbia y la vida licenciosa a que se entregó su rey y su corte. Si Josrou Parviz hubiera aceptado en cambio la propuesta del mensajero romano se habría preservado la influencia y el poder del país. Si la carta del Profeta, como veremos, no afectó en nada a Josrou Parviz, la causa no radicaba en la misiva ni en su portador o autor, sino en el mal carácter y bestial soberbia de este soberano que no le permitieron sopesar la invitación que le hacía el Mensajero de Dios. Las crónicas históricas nos narran que pese a que el traductor no había terminado de leer la misiva, a los alaridos Josrou Parviz la tomó y la hizo pedazos. Veamos los detalles del acontecimiento:

A principios del VII año de la Hégira el Profeta (B.P.) encomendó a uno de sus comandantes, Abdullah Ibn Hudhafa AI-Sahmí, hacer llegar su mensaje al rey de Persia. La traducción de la carta enviada es la siguiente: “En el Nombre de Dios, el Graciabilísimo, el Misericordiosísimo. De Muhammad el Enviado de Dios, a Kisra (Josrou), rey de Persia. La Paz de Dios sea con quienes buscan la verdad y creen en Dios y en su Enviado, y atestiguan que no hay dios sino Dios, que no tiene a El asociado, y cree que Muhammad es Su siervo y Enviado. Te convoco hacia Dios por una orden Suya. El es Quien me envió para orientar a la humanidad, para que la amoneste sobre Su ira, y para acabar con las excusas de los incrédulos. ¡Islamízate por tu salvación! Si te rehúsas, el pecado del pueblo zoroastriano recaerá sobre ti”.

Un elocuente poeta persa compuso la siguiente poesía inspirándose en la carta anterior y lo ocurrido:

“¡Incapaz que te llamas Josrou!

No seas egoísta porque el egoísta no ve.

Ten fe en Dios, el egoísmo no es ningún arte.

Atestigua que este universo tiene un Dios,

El mismo Dios que privilegió al ser humano sobre otras criaturas,

y mandó un amonestador para la humanidad.”

Cuando el mensajero del Profeta ingresó en la corte se le pidió que entregara la misiva que llevaba, pero éste manifestó que debía entregarla personalmente y así lo hizo. De inmediato Josrou solicitó un traductor y éste se presentó y leyó: “Es una carta de Muhammad, el Enviado de Dios a Kisra (Josrou), el rey de Persia”. Al escuchar esta frase el rey se enfureció y antes de que el traductor terminara su lectura la tomó y la rompió exclamando: “¡Miren lo que hizo ese hombre! ¡Poner su nombre antes que el mío!”, y de inmediato ordenó expulsar a Abdullah del palacio. El mensajero salió y se dispuso a partir hacia Medina. Cuando llegó le informó al Profeta de lo acontecido. Entristecido por su falta de respeto y soberbia el Profeta (B.P.) suplicó a Dios: “ ¡Dios mío! Derroca su reinado”.

La opinión de la ‘qubt'.

Ibn Uazih AI-Ajbarí, más conocido como Ia’qubí, expresa en su obra la siguiente opinión, que es contraria a las otras versiones en este asunto: “Josrou Parviz escuchó la lectura de la carta y muy respetuosamente envió al Profeta (B.P.) sedas y almizcle. Muhammad (B.P.) repartió el almizcle entre sus discípulos y agregó: ‘Las sedas no son lícitas para los hombres’. Luego acotó: ‘El Islam entrará a su tierra’.” (*) Sin embargo ninguna de las versiones del resto de los historiadores concuerda con este relato de Ia'qubi, salvo con lo escrito por Ahmad Ibn Hanbal, quien dice: “Josrou Parviz envió obsequios al Profeta”. (**)

La orden de Josrou Parviz al gobernador del Yemen.

El Yemen es un fértil territorio ubicado al sur de la Meca. Sus gobernadores fueron siempre designados por los reyes sasánidas. En aquella época lo gobernaba Bazán. Acicateado por su soberbia el rey sasánida envió al Yemen una carta que decía: “Me informaron que un hombre de la tribu de Quraish se hace llamar Profeta. Envía dos comandantes para que lo arresten y me lo traigan”. Y según lo relatado por Ibn Hayar en su libro “AI-Isabat”, Bazán ordenó a los comandantes obligar a Muhammad a volver a profesar el credo de sus ancestros, que si no lo hacía debían cortar su cabeza y enviársela. Obviamente esta orden muestra la escasa información que manejaba ese gobernador, pues ignoraba que desde hacía seis años el Profeta había emigrado de la Meca a Medina, y además que no era posible que sólo dos comandantes pudieran arrestar a una persona que aseguraba tener tal misión y que buscaba expandirla por todo el mundo.

Munidos de la orden, los dos comandantes de nombres Firuz y Jarjasré partieron rumbo al Hiyaz. Al llegar a Taif se pusieron en contacto con un quraishita que les informó que el hombre que buscaban residía ahora en Medina. Se dirigieron entonces a Medina y al llegar allí entregaron la carta de Bazán al Profeta (B.P.) diciéndole: “Por orden de la corte, somos encargados de llevarte con nosotros. Bazán informará de esto a Josrou Parviz y ello le dará satisfacción. De lo contrario la guerra se desatará entre vosotros y nosotros y el poder de Persia los aniquilará”. El Profeta (B.P.) escuchó sus palabras con tranquilidad y antes de responderles los invitó al Islam. La tolerancia y el porte majestuoso del Profeta los sorprendieron y atemorizaron. Cuando fueron invitados al Islam sus cuerpos comenzaron a temblar. Luego les dijo el Profeta (B.P.): “Hoy pueden irse... Mañana les daré una respuesta”. En ese preciso momento el ángel de la revelación informó al Profeta del asesinato de Josrou Parviz. Al día siguiente cuando se volvió a entrevistar con los mensajeros les dijo: “El Creador del universo me ha informado que anoche el rey de Persia fue asesinado por su hijo Shiruieh, y que éste asumió el gobierno”. Esa noche fue la del lunes 9 de Yumada Al-Ula (año VII de la Hégira).

Al escuchar esta noticia los comandantes se horrorizaron y sorprendieron y no atinaron sino a decir: “La responsabilidad de estas palabras tuyas es mayor que la de atribuirse la profecía que encolerizó al rey”. Y luego continuaron: “Estamos obligados a comunicarle a Bazán lo que acabas de decimos, él mismo se encargará de informarle al rey”.

El Profeta (B.P.) les dijo: “Me parece bien que se lo informen. Y díganle que mi religión y mi poder llegarán a los sitios a los que lleguen los más veloces vehículos, y que si adhiere al Islam su gobierno permanecerá intacto”. Luego, y para estimularlos y mostrarles su buena disposición y generosidad les obsequió bellos cinturones trabajados en oro y plata que le habían sido regalados a su vez por los jefes de algunas tribus. Partieron ambos mensajeros del gobernador del Yemen hacia su país y al llegar informaron a Bazán de lo dicho por Muhammad. Enterado dijo: “Si es verdad lo que dice de seguro es un profeta divino y debemos seguirlo”. No mucho después llegó una carta de Shiruieh al Yemen que decía: “Entérate que maté a Josrou Parviz. La ira de mi pueblo fue lo que me instó a ello. Había asesinado a la nobleza de Persia y enemistado entre sí a los poderosos. Cuando mi carta llegue a tus manos pide al pueblo que le otorgue su consentimiento. Y jamás maltrates al hombre que se llama profeta y al cual mi padre repudió, hasta tanto no te llegue una orden de mi parte”. La carta de Shiruieh preparó el terreno para la islamización de Bazán (y luego del Yemen). Al tiempo éste notificó a la corte de Persia su conversión al Islam y la de sus funcionarios.

EL MENSAJE DEL ISLAM A EGIPTO

El territorio egipcio, cuna de antiguas civilizaciones, tierra de los imperios faraónicos y asiento más reciente de los coptos cristianos, había perdido su independencia en la época en que surgió el Islam en el Hiyaz. Muqauqas había aceptado del emperador romano de Constantinopla la responsabilidad de administrar el gobierno egipcio a cambio de 19 millones de dinares anuales.

Hátib Ibn Abi Balta'a, un fuerte y hábil caballero que protagonizaría luego un conocido suceso de la historia del Islam que luego veremos, fue uno de los seis mensajeros designados por el Enviado de Dios, precisamente el encargado de dirigirse a Egipto. La traducción de la misiva que portaba para Muqauqas, gobernador de Egipto, es la siguiente: “En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo. De Muhammad, hijo de Abdullah, a Muqauqas, jefe de los coptos: La Paz de Dios sea con los que siguen la verdadera senda. Te invito al Islam, acéptale, por tu salvación! (de la cólera divina). Islamízate para que Dios te conceda doble recompensa. Si rehusaras los pecados de los coptos recaerán sobre ti. “Diles: ¡Adeptos del Libro!, venid y comprometámonos formalmente que no adoraremos sino a Dios, que no Le atribuiremos nada y que no nos tomaremos, unos a otros, por amos en vez de Dios. Pero si rehusaran, decidles: ¡Reconoced que somos musulmanes! (3:64)”.

Hatib partió rumbo a Egipto. Cuando llegó se le informó que el gobernador permanecía en un palacio ubicado en un muelle en Alejandría. Se dirigió allí y procurándose un bote pudo llegar hasta el palacio. El gobernador lo recibió, abrió la carta y la leyó. Luego de meditar un rato levantó su rostro e interrogó: “Si Muhammad es verdaderamente un Enviado de Dios, ¿por qué sus opositores pudieron expulsarlo del lugar donde nació y debió alojarse en Medina? ¿Por qué no los maldice para que su Señor los aniquile?” El inteligente mensajero musulmán respondió: “Jesús también fue un profeta de Dios, tú aceptas su mensaje. Sin embargo cuando los hijos de Israel tramaron su muerte, ¿por qué Jesús no los maldijo para que su Señor los aniquilase?”

El gobernador, que no esperaba semejante respuesta, se rindió ante esta sabia lógica y admirado dijo: “Excelente. Eres un sabio que vino de parte de un sabio”. Hatib comenzó a hablarle del Islam diciendo: “Antes de vosotros este país estuvo dominado por el Faraón que se consideraba un dios, pero Dios lo derrotó para que su vida sirviera de ejemplo para vosotros. Por todo eso debéis tratar de que no ocurra lo mismo con vosotros. Nuestro Profeta nos convocó hacia una religión inmaculada. La tribu de Quraish luchó encarnizadamente contra él y el pueblo judío se alzó con peculiar rencor. Los más cercanos a él son sin embargo los cristianos. ¡Juro por mi vida que del mismo modo que Moisés anunció la profecía de Jesús, Jesús albrició la profecía de Muhammad! Os exhortamos a uniros a la divina religión del Islam y al Sagrado Corán, del mismo modo que vosotros exhortasteis a la gente de la Torá hacia la Biblia... Los pueblos que oyen la convocatoria de un profeta tienen la obligación de seguirlo. Yo he traído el mensaje de este profeta a tu tierra, y tú y tu pueblo deben seguir sus pasos. No os exhorto de ninguna manera a abandonar el cristianismo, más bien os aconsejo seguir el din del Islam que constituye la continuación y corroboración de la prédica de Jesús.”

La entrevista terminó sin que el gobernador diera una respuesta definitiva. Hatib debió aguardar unos días, y finalmente Muqauqas solicitó hablarle a solas para que le diera detalles sobre el Islam. El mensajero explicó: “Muhammad convoca a los hombres a adorar a un Unico Dios, les ordena orar cinco veces al día, ayunar en el mes de Ramadán, visitar la Casa de Dios, cumplir las promesas, abstenerse de consumir carroña, sangre...”Y continuó dándole detalles de la vida del Profeta. Entonces el gobernador dijo: “Lo que me acabas de decir demuestra la veracidad del mensaje. Yo sabía que el sello de los Profetas aún no había aparecido, pero siempre creí que surgiría en Sham (Siria y Palestina), la tierra de aparición de los profetas, y no en el Hiyaz. ¡Mensajero de Muhammad! Ten certeza de que si acepto vuestra doctrina el pueblo de los coptos no me acompañará. Espero no obstante que algún día el poder del Profeta se extienda hasta las tierras de Egipto, y que sus fieles se afinquen en nuestra tierra, que se apoderen de los poderes locales y que derroten a las creencias paganas. Te ruego que mantengas en secreto esta conversación que acabamos de tener: que ninguno de los coptos se entere de esto.”

Muqauqas escribe una carta al Profeta (B.P.).

El gobernador de Egipto ordenó a un traductor escribir en árabe la siguiente carta al Profeta (B.P.): “Esta es una carta destinada a Muhammad, hijo de Abdullah, de parte de Muqauqas, el grande de Qubt. La paz sea contigo. He leído tu mensaje, comprendido tu intención y descubierto la veracidad de tu invitación. Sabía que un Profeta aparecería pero creí que lo haría en Sham. He venerado la llegada de tu emisario.” Luego menciona los obsequios que le envía y culmina repitiendo la frase que dice: “La paz sea contigo”.

El respeto de Muqauqas para con el Profeta, el que hiciera preceder el nombre de éste al suyo propio en la carta, y la deferencia con que trató a su emisario, demuestran que en su interior él había aceptado la exhortación. No obstante el amor por el poder le impidieron manifestar su fe y ponerla en práctica.

Hatib ingresó a Sham acompañado y protegido por un grupo de soldados de Muqauqas. Más tarde se despidió de ellos y se dirigió a Medina en una caravana. Al serle entregada la carta el Enviado de Dios dijo: “El teme perder su poder y por eso no aceptó el Islam. Pronto sin embargo ese poder se le desvanecerá”.

Mugairat Ibn Shu'bat en la corte de Egipto.

Este hombre, que posteriormente adquiriría notoriedad en los acontecimientos políticos de Arabia, conocido por su habilidad, su inteligencia y experiencia, partió hacia Egipto junto a un grupo de los miembros de la tribu de Zaqif. El gobernador egipcio al recibirlos les preguntó: “¿Cómo lograron llegar a Egipto si el camino está ocupado por las fuerzas del Islam?” Respondieron: “Vinimos por el mar”.

“¿Cómo respondió la tribu de Zaqif a la exhortación de Muhammad?”, interrogó Muqauqas. “Ninguno de nosotros ha aceptado su religión”, le respondieron. “¿Y que hay de la propia tribu de Muhammad?”, inquirió el gobernador. “Los jóvenes de Quraish han sido cautivados por su palabra y su doctrina, pero los mayores han rehusado aceptarlo”, respondieron los viajeros. “¿Pueden relatarme brevemente algo de su religión?”, pidió. Mugaira explicó entonces: “Nos invita a adorar un Dios Único, y rechazar a nuestros grandes ídolos. Ordena orar, pagar el diezmo, ser bondadoso con los parientes, ser fieles a los pactos, alejarse del adulterio, el alcohol y la usura...”

Entonces afirmó Muqquqas: “Sepan, gente de Zaqif, que Muhammad es un profeta que vino de parte de Dios para orientar a la humanidad. Si su mensaje llega a territorio de coptos y romanos, sus habitantes lo seguirán. Jesús fue quien ordenó seguirlo. Lo que vosotros me relatáis de la enseñanza de Muhammad no es ni más ni menos que la prédica de los profetas que le precedieron. Al final el poder estará en sus manos y nadie se atreverá a enfrentarlo”. Las palabras del gobernador enfurecieron a Mugaira y sus acompañantes y con total soberbia y desvergüenza dijeron: “No lo aceptaremos aunque toda la humanidad decidiera aceptarlo”. Acotó entonces el gobernador: “No razonáis sino como niños”.

Una objeción a lo recién trascripto.

El suceso que acabamos de mencionar no concuerda con el resto de los documentos históricos en un punto, pues si tenemos en cuenta que la convocatoria del Profeta a los reyes tuvo lugar en el VII año de la Hégira y que Mugaira se había islamizado en la batalla de los confederados, teniendo el honor de acompañar luego a los musulmanes en Hudhaibiiah, llegaremos a una contradicción. Inclusive hay referencias que dicen que mantuvo una discusión con Uruat Ibn Masud., representante de Quraish, delante del Profeta, justamente durante las gestiones sobre el acuerdo de Hudhaibiiah. En el caso de que el relato anterior fuese verdadero, deberíamos omitir de él la participación de Mugaira.

Una versión errónea de la carta a Egipto.

Uaquidí ha transmitido un texto diferente de la carta a Egipto que el que traducimos más arriba, pero no se asienta en una base correcta pues asegura que en ella el Profeta amenazó a Muqauqas diciéndole: “Dios me ha ordenado difundir Su religión, y si no la aceptas, lucharé contra vosotros”. (*) Esta frase no tiene fundamento ya que los recursos de los musulmanes en aquellos días eran tan escasos que ni siquiera podían enfrentarse contra los mequinenses, ¿cómo habrían de hacerlo contra Egipto? Por otra parte el modo de expresarse no coincide con el del Profeta y su exhortación tolerante, ni con las otras misivas.

EL MENSAJE DEL PROFETA A ETIOPIA

Etiopía se halla ubicada en el Africa oriental, siendo su capital actual Adis Abeba. Era una región ya conocida por los árabes antes del Islam por más de un siglo, debido tanto al ataque de Persia durante el reinado de Anu Shiravan como por la posterior emigración de los musulmanes de la Meca. Ámru Ibn Umaiiah AI-Dhamri fue el encargado de llevar el mensaje del Profeta (B.P.) al Negus, rey de Etiopía. Esta misiva no obstante no era la primera que le remitía el Profeta, pues como ya vimos, anteriormente le había escrito para hablarle de los emigrados a esas tierras y pidiéndole su apoyo para ellos.

El día en que este mensajero al rey de Etiopía partió todavía permanecían algunos emigrados musulmanes en esas tierras, otro grupo en cambio había retornado estableciéndose en Medina, pero guardaban dulces recuerdos de aquel justo monarca. La tierra de Etiopía estaba llena de recuerdos para los musulmanes que allí se habían refugiado y su rey era considerado un líder veraz y justiciero. Si en la carta del Profeta (B.P.) descubrimos un trato especialmente amable y delicado es porque ya conocía su personalidad. En las misivas a otros reyes el Profeta los amenazaba con el castigo divino recordándoles que si no creían los pecados de sus pueblos pesarían sobre ellos. Pero en cambio en esta carta al Negus no encontramos signos de amenaza. Esta es la traducción: “En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo. Esta es una carta de Muhammad, el Enviado de Dios, a Nayyashí (Negus), rey de Etiopía. La paz sea contigo. Creo en el Dios que no tiene asociados a El. El Dios que es Rey, Santísimo, Salvador, Protector, Celador: Atestiguo que Jesús, hijo de María, es el Espíritu y la Palabra de Dios con que agració a María; la pura, la inmaculada. Con el mismo poder que creó a Adán, Dios creó a Jesús en el vientre de su madre, él no tuvo padre. Te exhorto a creer en un Dios Único, sin asociados. Te pido que obedezcas e intentes seguir mi credo. Cree en el Dios que me envió con el Mensaje. ¡Rey de Etiopía!, ten por seguro que soy el Enviado de Dios. Te convoco a ti y a tus huestes a aceptar al Dios Único, Majestuosísimo. A través de esta carta cumplo con mi obligación. La paz sea con quienes siguen la guía.”

Como podemos observar el Profeta comienza su carta saludando al Negus, en otras en cambio lo hace de manera general. Esa actitud muestra el especial respeto que le tenía. Muhammad habla en la misiva de algunos Atributos divinos, y luego rechaza la idea de Jesús como dios, que es un engendro de los viles intereses de la iglesia. También compara el nacimiento de Jesús con la creación de Adán y afirma que si no tener padre significa ser hijo de Dios o Dios mismo, también Adán debería serlo. Sin embargo no existe semejante idea respecto del primer hombre. Finalmente el Profeta (B.P.) pone a la carta un epílogo con consejos, y de esta forma evita ubicarse a sí mismo como alguien superior (lo que podría interpretarse como soberbia).

La entrevista del mensajero del Profeta con el Negus.

El mensajero del Profeta (B.P.) visitó al rey y le dijo: “Soy responsable de hacerte llegar una carta de mi líder. Sé que tu bondad te permitirá atenderme, ¡Oh rey justiciero! Tu ayuda y tu preocupación por los inmigrantes musulmanes perseguidos son inolvidables. Tu proceder nos satisfizo de tal forma, que te consideramos de los nuestros y confiamos en ti como si fuésemos tus compañeros. El Libro divino en el cual crees, la Biblia, es testigo firme e indubitable. Es como un juez justo que no oprime y que atestigua con énfasis la profecía de nuestro Enviado. Si lo siguen, sepan que alcanzarán una gran felicidad, pero si no lo siguen, sepan que su ejemplo será el mismo ejemplo de los judíos, que no aceptaron el cristianismo porque abrogaba al judaísmo. El Islam, al igual que el cristianismo, es abrogante, o mejor: es complemento (que corrobora y lleva a su exaltación a) las religiones anteriores”. El rey dijo entonces: “Atestiguo que Muhammad es el mismo Profeta que aguarda la gente del Libro. Creo que así como Moisés anunció la venida de Jesús, Jesús también dio los signos del sello de los Profetas. Estoy dispuesto a predicar esta profecía en todo mi pueblo, pero como aún el terreno no está preparado y mi poder no es grande, debemos esperar a que los corazones se vuelquen al Islam masivamente. Si me fuese posible me apresuraría a visitar al Profeta”. Y más tarde escribió la siguiente carta para el Enviado de Dios (B.P.): “En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo. Esta es una carta dirigida a Muhammad de parte de Nayyashí. La paz del Dios que no tiene asociados y que me orientó hacia el Islam sea contigo. Leí tu carta que hablaba de la profecía y de la igualdad de Jesús con el resto de los Profetas. Juró por Dios, Creador de los cielos y de la tierra, que lo que dices es la pura verdad, y no existe objeción alguna que pueda refutar tu afirmación, y si la hubiera no la compartiría. Me di cuenta de la veracidad de tu religión y por ello accedí a lo que me pidieron vuestros emigrados. A través de esta carta atestiguo que eres el Enviado de Dios, y el veraz que corrobora los libros sagrados. Te hago saber que pronuncié mi testimonio frente a tu primo (Ÿa‘far Ibn Abi Talib). Envío a mi hijo Rarha para que te haga llegar éste mi mensaje. Debes saber que no me hago responsable de la islamización del resto de mi gente. Iré hacia ti si es que me lo ordenas. La paz sea contigo, Enviado de Dios.” El Negus le envió con la misiva bellos obsequios. Al tiempo Muhammad le escribió dos veces más.

CARTAS DE MUHAMMAD A SHAM Y IAMAMAH

Quizás desde el punto de vista de los pensadores y políticos de aquellos días la convocatoria del Profeta a poderosos reyes y gobernantes constituía una actitud insólita. Sin embargo el transcurso del tiempo y los acontecimientos confirmaron el valor de esa obligación que el Profeta debió llevar a cabo.

Mal que les pese a los orientalistas, el envío de estos seis mensajeros hacia diferentes lugares del- mundo conocido cerró el camino de la duda a los detractores del futuro. Considerando este acontecimiento ya nadie puede dudar de la universalidad del Islam. Luego de las aleyas que explícitamente declaran la universalidad del Mensaje islámico, el envío de estos mensajeros constituye sin duda la principal prueba en este sentido.

En segundo lugar debemos decir que la mayoría de los destinatarios, excepto Josrou Parviz que era un déspota arrogante, se impresionaron por las cartas y recibieron a los emisarios con gran respeto. A partir de entonces la aparición del Profeta árabe se transformó en el eje de las conversaciones y discusiones en reuniones religiosas. Las cartas tuvieron el efecto de despertar del letargo y la somnolencia espiritual a muchos, de sacudir a los desatentos y aumentar la curiosidad por conocer más de aquél que era anunciado en la Torá y el Evangelio.

Los sabios de otras religiones, los sacerdotes y los rabinos sinceros se comunicaron con el Profeta de distintos modos. A raíz de estas misivas y la difusión e interés que provocaron gran cantidad de delegaciones religiosas se dirigieron a Medina en los últimos años de la vida del Profeta, e incluso tras su fallecimiento. Todo con el fin de analizar de cerca los signos de esta nueva doctrina y revelación divina. En los parágrafos anteriores nos hemos referido a los efectos causados por las cartas en la persona de los reyes; veamos ahora las consecuencias que tuvo la misiva al rey de Etiopía.

Tras la partida del mensajero de Muhammad, el Negus envió 30 sacerdotes a Medina con el propósito de hacerles conocer la veracidad del Islam; y la humilde y sencilla vida que llevaba el Profeta (B.P.). Con este proceder procuraba evitar que imaginaran que el Enviado de Dios vivía en palacios como si fuese un rey. La delegación visitó al Profeta y le pidió su opinión acerca de Jesús. Muhammad recitó una de las aleyas de la sura La mesa servida (5) que dice: “Y de cuando Dios diga: ‘!Jesús, hijo de Maria, acuérdate de mis mercedes para contigo y para con tu madre; cuando te conforté con el espíritu de la santidad; cuando hablabas con la gente, tanto en la infancia como en la madurez; cuando te enseñé la escritura y la sabiduría, la Biblia y el Evangelio, y de cuando con mi beneplácito plasmaste con barro algo semejante a un pájaro, y alentando en él se transformó, con mi anuencia, en un pájaro viviente. Cuando con mi beneplácito curaste al ciego de nacimiento y al leproso. Cuando con mi beneplácito resucitaste los muertos; cuanto contuve a los israelíes cuando les presentaste las evidencias y, los incrédulos de entre ellos decían: ‘Esto no es más que pura magia’.” (5:110)

Mientras oían la recitación, los ojos de los sacerdotes se llenaban de lágrimas. Tras completar una prolija investigación respecto de la exhortación del Profeta (B.P.) los sacerdotes regresaron a Etiopía y relataron lo ocurrido a su rey. Al igual que ellos el Negus comenzó a llorar cuando escuchó la lectura de la aleya coránica citada.

Ibn Azir relata este viaje de distinto modo. Dice: “Los integrantes de aquella delegación se ahogaron en el mar. El Profeta le escribió a Nayyashí una carta en la que le manifestaba sus condolencias”. No obstante el texto de la carta que este autor menciona no contiene ningún tipo de manifestación de dolor o condolencias (Cfr. Asadul Qabah, tomo 11, página 62).

LA CARTA AL JEFE DE GASSAN

Gassan era una rama de la tribu de Azud, a su vez perteneciente a la tribu de Gaftán, que permaneciera durante mucho tiempo en tierras del Yemen. Sus cultivos eran regados por el dique Ma'rab, pero luego de su destrucción esta tribu se vio obligada a salir de allí para dirigirse a Sham. Su gran influencia había impresionado a los nativos de aquellas tierras (Sham). Finalmente lograron constituir el gobierno de los gassaniiah, que se encontraba bajo la égida de los césares orientales. Cuando el Islam los destituyó, 32 hombres habían ya gobernado en las regiones de Youlan, larmuk y Damasco. Shuya' Ibn Vahb Al-Asadi fue uno de los seis mensajeros y el encargado de llevar la misiva a Haris Ibn Abi Shamr, rey de Gassán en Sham (Siria).

Al llegar a destino el mensajero supo que el gobernante se disponía a recibir al César, quien en cumplimiento de una promesa se dirigía a tierra santa. El enviado debió aguardar unos días hasta que el gobernante le concediera audiencia. Durante ese lapso entabló amistad con el jefe de ceremonias de la corte. Le habló de la vida del Profeta y su inmaculada enseñanza lo que produjo una extraordinaria revolución espiritual en esta persona. Sin advertirlo al hombre le brotaban lágrimas de los ojos. Decía: “Leí la Biblia en profundidad y también de las virtudes del último Profeta. Ahora creo en él, pero temo que Haris me mate pues teme al César. Aún cuando creyera en tus palabras no podría manifestar su fe pues él y todos sus predecesores han sido siempre súbditos del emperador”. El mensajero fue finalmente recibido por el rey vasallo quien estaba sentado en su trono y llevaba sobre su cabeza una corona. Shuya' le entregó la carta que decía: “En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo. Esta es una carta de Muhammad el Enviado de Dios a Haris Ibn Abi Shemr. La paz de Dios sea sobre quienes siguen la guía, que es orientación para los creyentes. ¡Haris! te exhorto a creer en un Dios Único sin asociados a El. Si te islamizas tu poder prevalecerá”. Esta última frase enfureció a Haris y exclamó:

“Nadie puede privarme del poder. Voy a apresar a ese profeta recién aparecido”. Posteriormente y con el propósito de atemorizar al mensajero alardeando con su poder militar, ordenó a su ejército desfilar ante él. Más tarde escribió al César una carta muy ostentosa en la que se refería al Profeta. Casualmente la misma llegó a destino cuando el César se encontraba frente a otro de los emisarios del Profeta, y cuando, procuraba conocer más acerca de la nueva religión. El César se irritó por el modo desconsiderado con que Haris había tratado al mensajero y le escribió: “¡Retráctate y visítame en Día! (Jerusalem)” Y siguiendo el refrán que dice “un pueblo cree en la religión de su rey”, Haris cambió de actitud para con Shuya', le hizo algunos obsequios y le comunicó: “Envíale mis saludos al Profeta y dile que soy uno más de sus reales servidores”.

Muhammad (B.P.) no dio mayor importancia a la diplomática respuesta de aquel hombre y advirtió: “En un futuro no muy lejano los eslabones de su poder se desligarán”. Un año más tarde Haris murió.

EL MENSAJERO A IAMAMAH

El último mensajero arribó al lamamah, región situada entre Nayd y Bahrein, y entregó el mensaje a su gobernante, Huzat Ibn Ali AI-Hanafí. El texto decía: “En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo. La paz de Dios sea sobre quienes siguen la guía. Sabe que mi din (religión y doctrina) se extenderá hasta los sitios a los cuales lleguen los más veloces vehículos. Llegará a oriente y a occidente. Islamízate por tu salvación y para que tu poder prevalezca”.

Dado que el gobernante de lamamah era cristiano el emisario elegido para la misión fue un musulmán que había vivido largo tiempo en Etiopía y que conocía por lo tanto el pensamiento y las diferentes sectas del cristianismo. Su nombre era Salit Ibn Amru, y había emigrado a Etiopía en la época en que los idólatras perseguían en la Meca a los musulmanes. Las enseñanzas del Islam y su contacto con los diferentes estratos de la sociedad lo habían convertido en un hombre sabio y valiente. Sorprendió e impresionó al gobernante de lamamah cuando dijo: “Grande es aquel que percibe el deleite de la fe y la devoción. Esfuérzate para que tu pueblo obtenga la felicidad durante tu gobierno. Te convoco a lo mejor y te exhorto a que te abstengas de lo ilícito, a adorar a un Único Dios y a no adorar a Satanás ni a tus pasiones. El resultado de mis dos primeras exhortaciones es el Paraíso, y el de las dos últimas, el Fuego infernal. Si no sigues mi exhortación espera entonces que el velo sea descubierto y aparezca el rostro de la verdad.” La expresión reflexiva del gobernante demostraba que las palabras del emisario estaban surtiendo efecto en su alma. Pidió luego un plazo para reflexionar en el mensaje. Afortunadamente en esos días uno de los obispos de Roma arribó a lamamah. El gobernador se comunicó con él y le habló del asunto. El obispo le preguntó: “¿Por qué te rehusaste a confirmarlo?”. “Porque temo la finalización de mi poder”, fue la respuesta. “Es conveniente que sigas sus pasos”, aseveró el sacerdote. “Este es el mismo profeta árabe anunciado por Jesús. En la Biblia está escrito que Muhammad es el Enviado de Dios”. Esta sugerencia del religioso fortaleció la decisión del gobernador. Muy pronto mandó por el emisario y le escribió al Profeta (B.P.) una carta que decía: “Me has convocado al más bello de los credos. Soy poeta y locutor de mi pueblo. Poseo una buena reputación entre los árabes, y estoy dispuesto a seguirte con la condición de que me hagas participar con algún nombramiento”. Envió también una delegación presidida por Mayahat Ibn Mararah con un comunicado que decía que si luego de su muerte (la del Profeta) el poder pasaba a sus manos, estaría dispuesto a adherir al Islam y a secundario. En caso contrario estaba decidido a entrar por la puerta de la lucha. La delegación visitó al Profeta y sus integrantes dieron testimonio de fe sin imponer ninguna condición. El Profeta (B.P.) dijo entonces respondiendo al mensaje de aquel gobernante: “Si su fe es condicionada no merece gobiernos ni jefaturas. Dios nos pondrá a salvo de su maldad”.

Otras cartas del Profeta (B.P.)

Las cartas que el Profeta (B.P.) envió a reyes, gobernadores y otras personalidades de su época fueron muchas más que las que aquí hemos mencionado. Actualmente los investigadores han llegado a reunir en sus obras 29 de ellas, pero en atención a la brevedad creemos suficiente lo que ya hemos expuesto.

Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com , Fundación Cultural Oriente


* Es decir: te dará la tuya y la de quienes se islamicen bajo tu poder.

** Los historiadores discrepan sobre el significado de esta palabra. Unos dicen que significa “grupo de cortesanos”, otros “agricultores o campesinos”, ya que la mayoría de. los habitantes del imperio por entonces se dedicaban a la agricultura; y una tercera opinión afirma que esa era la denominación de una tribu en especial.

* “Historia de Ia'qubí”, tomo n, página 62.

** “Al-Musnad”, de Ahmad Ibn Hanbal, página 96.

* “Futuhu-sh-sham”, tomo 11, Pág. 23.

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