ARQUITECTURA (I)
Por: Ricardo H. S. Elía
«En ningún momento, ni Roma ni París, las dos ciudades más pobladas del Occidente cristiano, se acercaron al esplendor de Córdoba, el mayor núcleo urbano de la Europa árabe-islámica» (“La vida cotidiana de los árabes en la Europa medieval”).
Charles-Emmanuel Dufourcq,
medievalista francés.
Muchas veces el arte y la arquitectura islámica han sido objeto de estudio de investigaciones que han pretendido develar su alcance e influencia abarcando toda su larga historia y su maravillosa y variada producción. No menores son los estudios que han caído, consciente o inconscientemente, en el afán de desvirtuar los resultados de sus investigaciones, producto del lente deformante de las cruzadas y del dogmatismo religioso a través del cual ha sido presenciado, desde Occidente, el fenómeno del Islam, con el objeto de desconocer su influencia, asumiendo algunas manifestaciones, el carácter de engendros espontáneos sin influencias reconocidas.
Sin embargo, es menester destacar que este fenómeno tan lejano, que para algunos historiadores fue una brutal invasión que desgarró a Europa, arrasando con todo lo que en ella existía, fue para otros una influencia que dio a Oriente y a Occidente su mejor época de convivencia pacífica y florecimiento artístico y literario.
Ahora bien, América Latina recibió los influjos del Islam precisamente de quienes pretendían hacerlo desaparecer de su propia historia luego de siglos de absoluto predominio filosófico sobre sus propias vidas cotidianas, y por lo mismo pretendió negarse a aceptar su procedencia, dando muestras, una vez más, de la incomprensión profunda de la discusión filosófica que se escondía tras las construcciones materiales que no eran más que el fiel reflejo de construcciones filosóficas que gozaron de mayor autoridad durante varios siglos, sin necesidad del recurso a la violencia.
La filosofía del Islam ha modelado las construcciones y el paisaje urbano de numerosas regiones de tan diversas culturas y tradiciones, tanto artísticas como técnicas. Pretendemos entregar a través de este curso los elementos necesarios para acercarse desprejuiciadamente , no a las obras de arte ni a la arquitectura, sino más bien a la causa última de esa introversión esencial que existe en el espacio islámico y que ha quedado de manifiesto en numerosos trabajos que pretendiendo limitar los alcances del Islam, nunca incorporaron en ellos a la arquitectura colonial latinoamericana. La intención es demostrar que para analizar la influencia islámica no es lo más importante reconocer las formas que pueden o no repetirse de un lugar a otro, sino más bien cómo el eclecticismo islámico fue capaz de entregar una unidad estética formal que trascendió todas las fronteras de las distintas culturas que el Islam fusionó; cómo fue capaz de partir desde un vacío arquitectónico casi perfecto hasta entregar a la humanidad una de las mejores muestras de tolerancia, integración y respeto por todas las culturas unificándolas en un producto de unidad estética formal tan profunda sin la necesidad de destruir o deshechar nada de lo valioso que existía en las distintas culturas que el Islam unificó en su camino reivindicatorio del monoteísmo abrahámico.
Los musulmanes, que en el transcurso de media centuria avanzaron del desierto desde el Hiyaz en Arabia hasta las columnas de Hércules en Occidente y hasta los confines de la India en Oriente, conquistaron países ya civilizados. Sus dominios alcanzaron un área mayor que la del Imperio Romano en la época de su máxima extensión y abarcaron varias naciones cuya arquitectura era diferente de la de Roma y en muchos casos bastante más antigua.
La fe del Islam fue el factor que transformó y unió tan diversas normas de construcción en un solo estilo que poseía características individuales; porque los edificios levantados por los musulmanes durante los primeros años fueron principalmente mezquitas y palacios, y la mayor parte de las obras arquitectónicas importantes en las siguientes centurias continuaron siendo mezquitas u otros edificios religiosos, como madrasas, conventos y mausoleos, con las correspondientes mezquitas.
La arquitectura islámica de todos los períodos y de todas las regiones tiene un rasgo distintivo: la armonía y la belleza. El dicho del Mensajero de Dios, Muhammad: «Dios es Bello y Ama la Belleza», habla de la fuerte ligazón que existe en el Islam entre arte y espiritualidad.
La mezquita fue el edificio tipo principal, cuya forma variaba bastante según las diferentes localidades, aunque conservando su estructura fundamental. La peregrinación anual a La Meca desde los cuatro puntos cardinales del mundo islámico contribuyó indudablemente a la uniformidad adoptada por la mezquita; así, en cada una de las ciudades por que pasaba el peregrino durante su largo viaje, haría sus oraciones en la mezquita local, y si, por casualidad, sucedía que el peregrino era un artífice o un alarife (al-’arif: “el conocedor”, en este caso de la arquitectura), en seguida se daría cuenta de la disposición de su estructura.
La primera mezquita del Islam fue la casa del Profeta Muhammad en Medina y fue construida por él mismo en 622 (año primero de la Hégira). Esta fue el prototipo de todas las demás. Era un recinto cuadrangular, rodeado por muros de piedra y ladrillo; una parte del mismo, el sector norte, donde el Santo Profeta hacía sus oraciones, estaba cubierta con hojas de palma y barro, apoyada sobre troncos de palmera. Los fieles se prosternaban en dirección Norte, en el sentido de la ciudad santa de Jerusalem, y esta dirección, al-Quibla, estaba marcada en alguna parte. El año 624, dicha orientación para los fieles se cambió por mandato divino en el sentido de La Meca; es decir, que la misma varió de Norte a Sur.
La mezquita que se construyó después en Kufa (Irak), en el año 639, tenía la techumbre colocada sobre columnas de mármol llevadas del primitivo palacio de los reyes persas de Hirah; también era cuadrada, pero en lugar de un muro circundante estaba rodeada por un foso. En 642 se fundó en Fustat (ciudad ampliada por los fatimíes a partir de 969, a la que llamaron al-Qahira, «la Victoriosa», luego occidentalizada El Cairo), por el general Amr Ibn al-’As (m. 663), una mezquita más pequeña; era de planta cuadra, no tenía patio (sahn) y encerraba un elemento nuevo, el alto púlpito (minbar). Al final del siglo VII aparecieron los alminares donde se situaban los muecines para proclamar las alabanzas a Dios y los llamados a las cinco oraciones diarias en los tiempos convenientes, y también el mihrab, nicho u hornacina indicando en el muro la Quibla (orientación a La Meca).
Los musulmanes árabes, tan recientemente nómadas o mercaderes, no tenían experiencia en arte y arquitectura; reconocían sus limitaciones y llevando a la práctica los sapientísimos dichos del Profeta del Islam, como «¡Id en busca de la ciencia a todas partes, hasta la China!», y «¡Echad mano de la sabiduría y no mires el recipiente que la encierra!», emplearon en un principio los artistas y artesanos de Bizancio, Egipto, Siria, Irak, Irán y la India y adoptaron sus formas y tradiciones artísticas.
Hacia 742, se fundó la mezquita de Tsi o Xi nan, que fue un símbolo de los contactos entre el Islam y China. Situada al suroeste de Beijing, Tsi nan fue frecuentada por numerosos viajeros y comerciantes musulmanes entre los siglos X y XVIII.
La Cúpula de la Roca de Jerusalem (como veremos), y la Mezquita que el califa al-Walid Ibn Abd al-Malik hizo construir en Damasco en 708, eran puramente bizantinas, aún en su decoración. Más al este, fueron adoptadas la decoración de azulejos de los antiguos asirios y babilonios y las formas corrientes de las iglesias armenias y nestorianas.
En Samarra, otrora capital musulmana de Irak, fundada por al-Mu’tasim en 838, se construyó un hermoso y singular minarete (torre de la mezquita desde donde el muecín anuncia llama a la oración), llamado Malwiya (“caracol”), de 55 metros de altura, para la gran mezquita edificada entre 848 y 852. Lo sorprendente de la arquitectura de este alminar helicoidal es su semejanza a esos elevados edificios en espiral llamados zigurats que los musulmanes encontraron entre las ruinas de las antiguas ciudades mesopotámicas (cfr. Henri Stierlin: ElIslam. Desde Bagdad hasta Córdoba. Las edificaciones de los siglos VII al XIII, Taschen, Köln, 1997, pp. 117-135).
En Irán, el Islam vio las ventajas del grupo de columnas, arco apuntado, bóveda y esos estilos de ornamento floral y geométrico que finalmente floreció en el arabesco. El resultado no fue una mera imitación, sino una brillante síntesis artística y una simbiosis cultural sin antecedentes hasta ese momento.
Mientras que en la Europa cristiana eran raras las aglomeraciones de diez mil habitantes, el mundo islámico contaba con ciudades densamente pobladas. En el siglo X, una quincena de capitales musulmanas contenían a centenares de miles de almas. Córdoba tenía casi un millón de habitantes y Bagdad, alrededor de los dos millones. Samarra se extendió a lo largo de 35 kilómetros y Bagdad llegó a tener 100 kilómetros cuadrados. Ahmad Ibn Alí Yaqub, llamado al-Yaqu’bi, un historiador y géografo del siglo IX, describió el zoco (suq y éste de suqqa, “sendero”) o bazar del Bagdad como: «Un mercado grande, de unos doce kilómetros de largo por seis de ancho. Cada tipo de comercio se encuentra en unas avenidas... de manera que no se mezclen ni las profesiones ni los géneros»(Al-Yaqu’bi: Tarij, ed. M.Th. Houtsma, 2 vols., Leiden, 1883).
Desde la hispánica Alhambra al Taÿ Mahal de la India, la arquitectura como el arte islámico en general, cruzó todos los límites de lugar y tiempo, despreció las distinciones de raza y sangre, creóse un carácter único y, sin embargo, variado, y expresó el espíritu humano con una profesa delicadeza jamás superada.
Véase John D. Hoag: Arquitectura islámica, Aguilar, Madrid, 1976; Oleg Grabar: La formación del Arte Islámico, Cátedra, Madrid, 1981; George Marçais: El arte musulmán, Cátedra, Madrid, 1983; George Michell, Oleg Grabar, Ernst J. Grube, James Dickie (Yaqub Zaki), Eleanor Sims, Dalu Jones y otros: La arquitectura del mundo islámico. Su historia y significado social, Alianza, Madrid, 1985; Titus Burckhardt: El Arte del Islam, Olañeta, Palma de Mallorca, 1988; Umberto Scerrato: Islam. Grandes Civilizaciones, Grupo Libro 88, Madrid, 1992; Yves Korbendau: L’architecture sacrée de l’Islam, ACR, París, 1997.
Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh
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