La Ética Religiosa
La comparación del concepto del amor en la ética Cristiana y en el Islam (I)
Mahnaz Heydarpoor
El Amor en la Ética Cristiana
Los pilares de la ética cristiana
La Ética Cristiana, al igual que cualquier sistema ético, se construye alrededor de una o más virtudes. En el caso del Cristianismo, las virtudes, convencionalmente, han sido enumeradas como siete, sobre la creencia de que estas siete, cuando se combinan con sus vicios opuestos, es decir, los siete pecados capitales, pueden explicar todo el rango de la conducta humana. Estas siete virtudes consisten de cuatro virtudes “naturales”, las cuales eran conocidas para el mundo pagano de la antigüedad, y las tres virtudes “teológicas”, las cuales fueron prescritas específicamente en el Cristianismo. Las virtudes naturales pueden adquirirse a través de los esfuerzos humanos, pero las teológicas surgen como dones especiales de Dios.[1]
Las virtudes naturales son la prudencia, la templanza, el valor, y la justicia. Se dice que esta lista data desde los tiempos de Sócrates y que realmente se encuentra en Platón y Aristóteles. Los moralistas cristianos como Agustín y Tomás de Aquino hallaron razonable esta lista. A estas cuatro virtudes, el Cristianismo añadió las tres virtudes teológicas, la fe, la esperanza y el amor.[2] Estas tres originalmente fueron introducidas por Pablo, quien no solamente distinguió a las mismas como virtudes específicamente cristianas, sino que individualizó el amor como la principal entre estas tres: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza, y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Cor. 13: 13).[3]
De esta forma, el amor en el Cristianismo se convierte en el patrón de reglamentación, y cuando existe un conflicto de deberes, debe dársele prioridad al amor.[4] El amor es tan importante que todo el viaje místico o espiritual es visto como un viaje de amor. Resumiendo lo que ha dicho en su libro acerca del misticismo, William Johnston escribió:
“El [misticismo] es la respuesta al llamado del amor; y cada etapa es iluminada y guiada por una llama viviente, una conmoción ciega, un amor que no tiene reserva o restricción. Éste es el amor el cual, dice Pablo, es superior a cualquier don carismático y no tiene limitaciones. “Soporta todo, cree en todas las cosas, supera todo… es un amor sin fin” ( 1 Cor. 13: 7-8).”[5]
El amor como base de la ética cristiana
Mateo informa que Jesús dijo, en el Sermón del Monte, que él no había venido a destruir la ley de los profetas sino a cumplirla:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo, 5: 17-20)
En Lucas 16: 17, encontramos:
“Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.”
De esta forma, cuando Jesús es considerado como un maestro de ética, es claro que fue más un reformador de la tradición hebrea que un innovador radical. La tradición hebrea tenía una tendencia a hacer gran énfasis conforme a la letra de la ley; el Evangelio muestra a Jesús como un predicador en contra de esta “rectitud de los escribas y los Fariseos”, desafiando al espíritu más que a la letra de la ley. Jesús estaba preparado para pasar por alto las obligaciones del sábado, si era necesario. Él dijo: “El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado.” (Marcos, 2: 27) Similarmente Pablo pudo comer alimento fuera Kosher o no, dependiendo de si, en la situación dada, era edificante para otros. (1 Cor. 10: 23-26)
Como explicaré con más detalle mas adelante, Jesús introdujo el espíritu de la ley, del cual “depende toda la ley y los profetas.” (Mateo, 22:40) como un espíritu de amor por Dios y por nuestro prójimo. Y puesto que obviamente él no estaba proponiendo que se descartaran las antiguas enseñanzas de “los profetas”, no vio la necesidad de desarrollar un sistema ético exhaustivo. Para el Cristianismo la moralidad sigue siendo un asunto de revelación y descubrimiento. El Cristianismo, por lo tanto, nunca rompió con la concepción judía de la moralidad, como un asunto de la ley divina para ser descubierta leyendo e interpretando la palabra de Dios como fue revelada en las escrituras. De esta forma, parece que no hay conflicto entre la posición de Jesús en Mateo 5: 17-20 y Lucas 16: 17 y el énfasis del resto del Evangelio y las cartas de Pablo sobre el espíritu de la ley.
Por lo tanto, creo que el énfasis de Jesús en el amor de Dios y el amor al prójimo como los dos mandamientos principales no debe considerarse como un rechazo de la ley y de la necesidad de ser obediente a ella. Ciertamente, lo que parece que sugiere Jesús es que su pueblo debe cumplir todos los requerimientos legales, pero al mismo tiempo deben comprender que el punto central de todo esto y la única forma de alcanzar una verdadera piedad es amando a Dios y al prójimo. Conforme a la ley debe hacerse incondicionalmente y no superficialmente o solo como un asunto de formalidad. Como lo ha sugerido San Francisco de Sales,[6] algunos creen que la perfección consiste en la vida austera; otros creen que la perfección consiste en la oración; otros en cumplir los Sacramentos; otros en dar la caridad. Pero, dice él, se engañan ellos mismos. La perfección consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón. Una persona que ama a Dios nunca hace nada en contra de Su voluntad y nunca omite hacer algo que le complace a Dios. Por esto San Agustín dijo: “Ama a Dios y haz lo que te plazca”. Por lo tanto, no existe contradicción entre la centralidad del amor y la obediencia a la ley.
El Cristianismo recibió los primeros mandamientos de su moralidad a partir del Antiguo Testamento.[7] En Marcos 12: 28-31 se encuentra una historia muy importante:
“Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que le había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.”
Una historia similar se puede hallar en Mateo 22: 34-40 con la frase final “de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” En Lucas 20: 39-40 la historia finaliza con una pregunta y respuesta diferente. En Lucas 10: 25-28 se dice que:
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás”.
Habiendo reflexionado sobre estos pasajes del Evangelio y su relación con las partes relevantes del Antiguo Testamento, encontramos que Jesús, en respuesta a la pregunta hecha por los escribas, citó dos pasajes diferentes de las escrituras hebreas los cuales eran familiares para quienes lo escuchaban. Los colocó juntos como dos lados de la misma moneda. Él mencionó el mandamiento del amor por el prójimo junto con el mandamiento del amor hacia Dios, al nivel del mayor mandamiento y el más elevado, el mandamiento de amar a Dios.[8] Esas dos partes del Antiguo Testamento son:
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.
Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” (Deut. 6: 4-5)
“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado.
No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.” (Levítico 19: 17-18)
El amor y conceptos relacionados
Después de bosquejar la discusión acerca del mandamiento del amor, desempaquemos el concepto del “amor” y sus sinónimos. Diferentes definiciones se han dado para el concepto del “amor”. Cada grupo de pensadores ha enfatizado en algunos aspectos de este concepto. Algunas son más de tipo filosófico, como la siguiente, “un acuerdo o unión afectiva con lo que de alguna forma es agradable para uno.”[9]
Chervin en Church of Love (La Iglesia del Amor) destaca tres elementos del amor que parecen ser aceptados generalmente. Uno es que el amor es un acto de entrega propia. El amor no es solo dar algo al ser amado, requiere que tú te des al ser amado. Por ejemplo, si un joven le da muchos regalos a su esposa, pero él mismo se mantiene alejado de ella, ella será infeliz. Este aspecto del amor de Dios por la humanidad es conocido considerando el hecho de que Él les ha dado Su único Hijo a ellos. En otras palabras, Él Mismo se ha dado por medio de su Hijo. Con respecto a lo que enseña la Iglesia acerca del Dios Padre, el Catecismo de la Iglesia de Inglaterra dice: “La Iglesia enseña que Dios el Padre me creó y a toda la humanidad, y que en su amor envió a su Hijo para que el mundo se reconciliara con él”.[10]
El segundo es que el amor nunca es estático. El amante no simplemente se da él mismo y luego descansa, sino que, el amor tiende hacia una intimidad de unión cada vez mayor. Se ha sugerido que “por el amor uno se desprende de uno mismo, y uno llega a morar con el objeto amado.”[11]
El tercero es que el amor es transformador. El amor hace que el que ama viva de una forma que complazca al amado. El amor que uno siente por Dios lo transforma a uno en un verdadero creyente.[12]
Uno debe tener en mente que históricamente ha existido una separación en el Nuevo Testamento del entendimiento helenístico del amor, expresado en el concepto platónico de Eros, para la interpretación Bíblica del amor, ágape. Aunque el amor erótico frecuentemente ha sido entendido principalmente como un deseo y una pasión sexual, su significado filosófico y religioso clásico fue “el predominante dinamismo del alma”[13] o “el deseo idealista de adquirir el más elevado bien intelectual y espiritual” (Británica, 1997). En sus inicios el Cristianismo tomó el Eros como la forma más sublime de egocentrismo y autoafirmación y por lo tanto el Nuevo Testamento Griego no utilizó la palabra Eros sino que utilizó la palabra ágape, relativamente poco común. Ágape fue traducido al latín como caritas y de esa forma apareció en el español como caridad y posteriormente, amor. En el Nuevo Testamento, ágape significa el amor mutuo de Dios y el hombre. El término necesariamente se extiende al amor hacia el prójimo — Ver 1 Juan 4: 19-21. Brett escribe:
“El amor Cristiano es lo que yo puramente te debo porque tú eres, al igual que yo, otra persona. Hay un elemento fundamental de igualdad implicado; debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.”[14]
Debe señalarse que ágape también fue utilizado con el sentido de “banquetes del amor”. Durante el primer siglo de la era cristiana, las comunidades cristianas se convirtieron en unidades independientes y comenzaron a verse ellas mismas como una iglesia. Al mismo tiempo sostenían dos clases de servicios separados: en primer lugar, reuniones a la manera de sinagoga que eran abiertas para los curiosos y los creyentes y consistían en lecturas de las escrituras judías y, en segundo lugar, el ágape, o “banquetes del amor”, solamente para los creyentes. Era una comida fraternal a la cual eran invitados los pobres. Esta última era una cena que los participantes compartían y durante la cual una breve ceremonia, rememorando la Última Cena, conmemoraba la Crucifixión. Ésta también era una ceremonia de acción de gracias; su nombre griego era Eucaristía, lo cual significa “el dar gracias”. Este sencillo alimento gradualmente se volvió impracticable a medida que crecían las comunidades cristianas, y la Cena del Señor de allí en adelante se practicó al final de la parte pública del servicio de la escritura.
Un concepto similar es “la caridad” (una traducción de la palabra griega ágape, la cual también significa “amor”). La caridad es la forma más elevada de amor, el amor recíproco entre Dios y el hombre que se hace manifiesto en el amor sin egoísmo de nuestro prójimo. En la teología y la ética cristiana, la caridad se manifiesta muy elocuentemente en la vida, las enseñanzas, y en la muerte de Jesucristo.
Acerca del pensamiento cristiano sobre la caridad, San Agustín dice: “La caridad es una virtud la cual, cuando nuestros afectos están perfectamente ordenados, nos une a Dios, porque por medio de ella Lo amamos”. Usando esta definición y otras extraídas de la tradición cristiana, los teólogos medievales, especialmente Santo Tomás, ubicaron a la caridad entre las virtudes teológicas (junto con la fe y la esperanza) y especificaron su papel como “el fundamento o la raíz” de todas las virtudes. Aunque las controversias de La Reforma tenían que ver más con la definición de fe que con la de caridad o esperanza, los Reformadores identificaron la singularidad del ágape de Dios para el hombre como el amor no merecido. Por consiguiente, exigían que la caridad, como el amor del hombre por el hombre, estuviera basada no en el atractivo de su objeto, sino en la transformación de su sujeto a través del poder del ágape divino.
La palabra de San Agustín para la valoración ética que influye en la conducta es el amor. El amor es la dinámica moral que impulsa al hombre hacia la acción. Todas las bondades menores serán usadas como medios o ayudas hacia lo más elevado; solamente se “disfrutará” lo más elevado como el último fin sobre el cual se coloca el corazón. El bien supremo en cuya realización únicamente el hombre alcanza su perfección es, para San Agustín, Dios, cuya naturaleza es el ágape, el amor mismo. Dios Mismo se habrá entregado a los hombres, y compartiendo Su amor los hombres se amarán unos a otros así como Él los ama, tomando de Él la fuerza para darse a otros.
El amor divino
A partir de lo que hemos dicho hasta ahora es obvio que en el Cristianismo el amor se atribuye tanto a Dios como a los seres humanos. Hay unas diferencias importantes entre el amor Divino y el amor humano. Una diferencia es que el amor Divino es sustantivo, una propiedad, mientras que el amor humano es solo un predicado. La razón de esto es el hecho de que Dios es amor, pero los seres humanos solamente pueden crear amor. Ellos pueden ser amados y amar, pero solamente Dios es amor. Este hecho se expresa claramente dos veces en el siguiente pasaje:
“El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.
En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación para nuestros pecados.” (I Juan, 4: 8-10)
Se ha argumentado[15] que puesto que el amor es el propósito final de Su interacción con la humanidad, incluyendo la misma Revelación que Él ha hecho, y es un amor sin medida más allá de la comparación, el amor puede ser considerado como la característica más específica de Su ser. El amor es Su naturaleza y por lo tanto, un nombre apropiado para Él.[16]
Dios ha amado a los seres humanos “con un amor eterno” (cf. Jer. 31: 3). Dios fue el primero en amarnos. Ni siquiera existíamos, ni la palabra había sido creada, sin embargo, Él ya nos amaba. Él nos ha amado en tanto Él es Dios y en tanto Él se ha amado a Sí Mismo.
El amor de Dios por la humanidad está demostrado en toda la existencia e historia de los seres humanos: como individuos o como especie humana. Su amor se manifiesta en la creación de los seres humanos. Su amor se manifiesta en el llamado de Abraham para el Pacto de Sinaí, en todas Sus intervenciones en la historia de Israel, en Su constante presencia en medio de Su pueblo y en la continua congregación una y otra vez de su pueblo después de cada caída.
Dios ama a los seres humanos hasta tal punto, que no solamente les ha dado todo lo que tienen sino que también ha creado todo en el mundo para su beneficio. Como lo ha sugerido San Agustín, todo sobre la tierra o por encima de ella nos habla y nos exhorta a amarlo, porque todo nos asegura que Dios los ha creado por amor a nosotros. Ésta es una idea que se puede entender fácilmente a partir del siguiente pasaje de los Salmos en el Antiguo Testamento:
“Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos. Todo lo pusiste debajo de sus pies:
Ovejas y bueyes, todo ello, y así mismo las bestias del campo,
las aves de los cielos y los peces del mar. Todo cuanto pasa por los senderos del mar.” (Salmos, 8: 4-8)
El amor de Dios no está limitado a todas esas hermosas criaturas que Él le ha dado al hombre. Como lo mencioné anteriormente, la visión cristiana es que el amor de Dios en su punto máximo se demuestra al entregarse a través de Su Hijo. Según San Juan, “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3: 16)
En el Cristianismo, la noción del amor paternal de Dios es muy significativa: el amor de Dios por la humanidad se compara al de un padre por sus hijos. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento es llamado “Padre Nuestro que estás en los cielos” (Mateo, 6: 9) y ya que Jesús enseñó a sus discípulos que oraran de esta manera: “Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea Tu nombre”, este versículo es considerado como una buena razón para asumir que Dios puede ser y desea ser llamado “Padre”.[17] Es el Padre que está en los cielos quien “hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. (Mateo, 5: 45) El amor paternal de Dios se manifiesta en Su atención al necesitado (Mateo 6: 32), en Su gran interés por el cautivo y el oprimido (Lucas, 4: 18,19) y hasta en Su encuentro con los pecadores, sea buscándolos (Lucas, 15: 4-7) o con seguridad esperándolos para felizmente darle la bienvenida a su retorno (Lucas, 15: 11-32).
También existe una tendencia en el pensamiento cristiano a comparar el amor de Dios por los seres humanos individualmente o colectivamente con el de un novio por su futura esposa. Graham sugiere que tal comparación se justifica según las escrituras y también filosóficamente, cree que “ésta es la más parecida de las uniones terrenales”. También dice:
“Nuestro Señor, cuando estaba en la tierra, sugirió Él mismo tal relación y la idea se ha convertido en parte de la tradición católica. Uno solo tiene que recordar la influencia del Cantar de los Cantares de Salomón, con respecto al lenguaje de la espiritualidad para confirmar esto.”[18]
Es importante comprender que inclusive el amor que las criaturas sienten por Dios es indirectamente una deuda que se tiene con Dios. Como lo expresa Graham, “los preludios del gran matrimonio entre el cielo y la tierra pertenecen, como se debe esperar, solamente a Dios. Es parte del novio hacer los primeros acercamientos.”[19] Con respecto a cómo puede uno llevar a cabo los propios deberes (incluyendo amarlo) y vencer la tentación y el pecado, el Catequismo de la Iglesia Católica dice: “La preparación del hombre para la recepción de la gracia es ya una obra de la gracia.” (nº 2001). El Catequismo Revisado de la Iglesia de Inglaterra dice:
“Yo puedo hacer estas cosas solamente con la ayuda de Dios y a través de Su gracia. Por la gracia de Dios me refiero a que el mismo Dios actúa en Jesucristo para perdonar, inspirar, y fortalecerme por medio de su Espíritu Santo.” (Q. 26 y Q. 27)
En general, se puede decir que, diferente de nuestro amor, ya sea por Dios o por nuestro prójimo, que es una respuesta pasiva al ser amado, el amor Divino es tanto creativo como activo. Con Dios no sucede que Él discierna algo amoroso en el objeto amado; Él concede cualidades deseables a las cosas y “éste es precisamente Su amor hacia ellos.”[20] Como ha dicho Santo Tomás de Aquino, “El amor de Dios influye y crea la bondad, la cual está presente en las cosas”. Por lo tanto, Dios no nos ama porque Él haya encontrado algo de bondad en nosotros; porque nos ha amado es que poseemos bondad.
De esta forma, en el amor divino encontramos la cualidad de desinterés ideal y superior. Él no gana nada, ni de su amado, ni de su amor mismo. Dios tiene toda la vida y la bondad dentro de Sí mismo y, por lo tanto, Él no adquiere nada amándonos. Es imposible suponer que Él pueda compartir o ganar de lo que Él ya tiene.
Naturalmente, la pregunta que surge es: ¿Por qué creó Dios al mundo? Existe una respuesta unánime en la tradición cristiana. Dios creó los cielos y la tierra “para manifestar Su propia verdad, bondad y belleza.”[21] Encontramos en los proverbios que: “Todas las cosas ha hecho Jehová para Sí Mismo.” (Proverbios, 16: 4)[22] Graham añade que “equivaldría a un pecado mortal en Dios haber creado el mundo por cualquier otro propósito que no sea servir a la bondad absoluta que es Él Mismo.”[23] Él argumenta que es la naturaleza de lo que es bueno transmitirse a otros (Bonum est diffusivum sui). La experiencia también dice que, normalmente, la gente buena es generosa, desinteresada y capaz de penetrar los pensamientos y sentimientos de la gente que los rodea, mientras que la gente mala por lo general es egoísta, egocéntrica e incapaz de establecer amistades con otros y tener compasión por ellos.
El amor humano por Dios
El amor es una relación mutua entre Dios y los seres humanos y, realmente, es por esta relación que Él nos ha creado. Nosotros correspondemos el amor que tiene Dios por nosotros, lo cual se manifiesta en Sus bondades infinitas sobre nosotros, al menos, amándolo. En un pasaje muy profundo, dice San Bernardo:
“¿No debería ser correspondido en Su amor, cuando pensamos quien amó, a quien Él amó, y cuanto Él amó? Lo mismo de quien todo espíritu testifica: “Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de Ti.” (Salmos, 16: 2) ¿Y no es Su amor, esa caridad maravillosa que “no busca lo suyo”? (1 Cor. 13: 5) ¿Pero para quién se hizo manifiesto ese amor impronunciable? El apóstol nos dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.” (Rom. 5: 10) Y fue Dios Quien nos amó, nos amó desinteresadamente, y nos amó mientras que éramos enemigos. ¿Y cuán grande fue Su amor? San Juan responde: “Dios amó tanto al mundo que dio a Su único Hijo, para que quien creyera en Él no pereciera y tuviera vida eterna.” (Juan 3: 16).[24]
Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento Focolare ha escrito con respecto a su experiencia espiritual y la de sus compañeros lo siguiente:
“La dignidad a la cual él nos ha elevado nos parecía tan sublime, y la posibilidad de corresponder a su amor parecía tan elevada e inmerecida, que solíamos repetir: “No es que debamos decir: debemos amar a Dios, sino: “¡Oh, que podamos amarte, Señor... que podamos amarte con este pequeño corazón que tenemos.”[25]
El amor por Dios no tiene límites. Como dijo San Bernardo, “La cantidad de amor que se debe a Dios es un amor ilimitado.” La razón es que nuestro amor por Dios, quien es Infinito e Inmensurable, quien nos amó primero y sin ningún interés, no puede ser limitado.
Por supuesto, el amor humano por Dios tiene diferentes niveles. Como pudimos ver al comienzo, en varios pasajes bíblicos Jesús pidió amar al Señor tu Dios “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza.” Éste es el objetivo del viaje místico. El amor por Dios puede intensificarse hasta tal grado que ocupe todo el corazón del amante de manera que él ya no piense en sí mismo o en nada que no sea Dios.
En el Cristianismo, se cree que el amor por Dios es universal, es decir, practicado por todas las criaturas. Mientras se refería a Dios, San Agustín señalaba el mismo hecho. Él decía: “¡Oh Dios, que eres Amado consciente o inconscientemente por todo lo que es capaz de amar”. Explicando el mismo punto, Graham argumenta que todas las criaturas, incluyendo los seres humanos, dependen de Dios para poder existir, y por lo tanto, se debe concebir que aman a Dios, extendiendo sus manos hacia Él en “callado reconocimiento de Su acto de la Creación.”[26] Luego añade que hay otro sentido de amar a Dios, el cual es exclusivo para los seres humanos. Los seres humanos son capaces de amar a Dios explícita y conscientemente. Este amor, obviamente, surge luego de un entendimiento proporcional de Dios. Veremos en el próximo capítulo que existen otros puntos de vistas que pertenecen a aquellos musulmanes místicos y filósofos que reconocen algo de conciencia de amor hacia Dios en todos los seres, por supuesto, precedido por el entendimiento proporcional de Dios.
Amar a Dios no nos exige abandonar otras cosas. Es verdad que la cercanía a Dios en un sentido demanda que nos apartemos de las criaturas, incluso hasta de nosotros mismos, pero esto es solamente para darnos cuenta de que nada puede igualarse a Dios, independiente de Su Misericordia. Todo lo valioso vuelve a nosotros en Dios. En otras palabras, “nada noble o de buena reputación tiene que ser abandonado finalmente por la causa de la caridad.”[27] En su libro Confesiones, San Agustín recalca ello bellamente):
“Pero ¿qué amo, cuando te amo? No a la belleza de los cuerpos, no la armonía justa del tiempo, ni el brillo de la luz, tan gustoso a nuestros ojos, ni las dulces melodías de las diversas canciones, ni el fragante perfume de las flores, y los aromas, y las especias. Ninguno de estos amo, cuando amo a mi Dios; y, sin embargo, amo una clase de luz, y melodía y fragancia, y carne, y abrazo, cuando amo a mi Dios, la luz, melodía, fragancia, carne, abrazo de mi hombre interior: donde allí brilló en mi alma, lo que el espacio no puede contener... Esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios.” (X, vi, 8)
El amor humano por el prójimo
Como lo mencioné anteriormente, el amor humano por Dios se extiende hasta el prójimo. Este amor es universal e incluye hasta a los pecadores, no-cristianos y enemigos. Ahora estudiemos el amor por los pecadores, no-cristianos y enemigos en detalle.
Algunas de las frases importantes del Nuevo Testamento (1 Juan 4: 7 – 5: 4) hablan de la necesidad de amor hacia los hermanos cristianos. De hecho, la práctica del amor al prójimo dentro del círculo más íntimo de los discípulos era una característica notable de la antigua Iglesia. Las congregaciones cristianas y, sobre todo, las pequeñas fraternidades y sectas, se han mantenido a través de los siglos debido al hecho de que dentro de sus comunidades se desarrolló demasiado el amor hacia el prójimo en forma de cuidado pastoral personal, el bienestar social, y la ayuda en todas las situaciones de la vida.
El amor cristiano, sin embargo, no está limitado a ninguna clase o grupo de gente. Por el contrario, el nuevo factor en la ética cristiana fue que atravesó todas las barreras sociales y religiosas y vio a un prójimo en cada ser humano que sufría. El amor al prójimo tiene que realizarse sin “parcialidad” (James 2: 9). En la versión de Lucas de la famosa historia en la cual se describe el mandamiento del amor, el abogado pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”. En respuesta Jesús le narra la historia del Buen Samaritano. En esta historia el prójimo es un extraño, una persona inesperada (de hecho, alguien despreciado) que no pertenece a la misma comunidad. (Lucas, 10: 29-37)
Sobre la universalidad del amor, Chiara Lubich dice: “Es un amor que sabe como darle la bienvenida por su retorno al prójimo que se ha extraviado –ya sea que éste sea un amigo, un hermano, una hermana, o un extraño— y perdona a esta persona un número infinito de veces. Es un amor que regocija más a un pecador que se arrepiente que a miles de personas virtuosas”.[28] Añade que este amor “no mide y no será medido”. Este amor es “abundante”, “universal” y “activo”.
La universalidad del mandato cristiano de amar se expresa más fuertemente en su exigencia de amar a nuestros enemigos. Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, y haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo, 5: 43-45). También él dijo: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues” (Lucas, 6: 27-29).
Por lo tanto, un verdadero cristiano ama a sus enemigos. Realmente, como lo sugiere Clément,[29] el criterio de la profundidad, del progreso espiritual propio no es nada más que la capacidad de amar a los enemigos. La siguiente historia muestra la importancia del amor (en este caso, el amor por los enemigos) y su superioridad por sobre el temor y la esperanza. John Climacus en The Ladder of Divine Perfection, escribe:
“Un día vi a tres monjes ofendidos y humillados de la misma manera y en el mismo momento. El primero sentía que había sido cruelmente herido; estaba molesto pero se esforzó por no decir nada. El segundo se sentía feliz de sí mismo pero molesto por aquel que lo había insultado. El tercero pensó solamente en el daño sufrido por su prójimo, y lloró con la más ardiente compasión. El primero fue impulsado por el temor; el segundo se animó por la esperanza de recompensa, el tercero fue movido por el amor.”[30]
El amor por el prójimo en el Cristianismo tiene ciertas características típicas, como la igualdad, una actitud corpórea y una naturaleza cooperativa.
Esta característica de igualdad está bien expresada en lo que ya se ha citado de Brett. “El amor cristiano es lo que te debo puramente porque tú eres otra persona como yo”. Debido a este elemento fundamental de igualdad, la ética cristiana no basa sus normas en las diferencias y niveles sociales, biológicos, psicológicos, fisiológicos, intelectuales o educacionales sino en el entendimiento y tratamiento de los seres humanos como seres creados a imagen de Dios.
El nuevo elemento de la ética cristiana es el establecimiento de la ética individual en una ética corpórea, en el entendimiento de la fraternidad de los cristianos como el cuerpo de Cristo. No se concibe al creyente individual como un individuo separado que ha hallado una nueva relación moral y espiritual con Dios sino como una “piedra viviente”, como una célula viva en el cuerpo de Cristo en el cual ya están trabajando los poderes del Reino de Dios. San Pedro escribió a los exiliados de la Dispersión en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1 Pedro, 2: 4-5)
Y en su naturaleza cooperativa vemos en el entendimiento que el amor cristiano no es solo un sentimiento; debería estar acompañado de actos benevolentes y pasos que nos lleven a poner un fin al sufrimiento del otro grupo. El amor no es solo buena voluntad o sentimiento cálido. El amor es práctico, consume tiempo y es costoso. Gilleman dice: “El amor de Cristo adopta el alma y el cuerpo del hombre. Nuestra caridad espiritual debe corporizarse en acciones, en obras corpóreas de misericordia (Mateo, 25: 35-45) y servicio social (Hechos, 4: 32-37; 6: 1)”[31] En otras palabras, la espiritualidad cristiana no es solo un vistazo al interior o un vistazo hacia arriba. Como lo expresa Brett: “Debe ser un vistazo hacia el exterior con respecto al prójimo, si se quiere que sea completa.”[32] En la carta de las doce tribus en la Dispersión, San James escribió:
“¿Qué se gana, mis hermanos, si un hombre dice que tiene fe pero no tiene obras? ¿Puede su fe salvarlo? Si un hermano o hermana está enfermo y carece de alimento diario, y uno de vosotros les dice, “Vayan en paz, siéntanse cálidos”, sin darles las cosas que necesitan para su cuerpo, ¿qué se gana? Entonces la fe por sí sola, si no va acompañada de acciones, está muerta.” (James 2: 14-17)
Por lo tanto, el amor cristiano tiene que ser expresado tanto en las actitudes como en las acciones. Las acciones deben estar fundamentadas en el amor y el amor debe expresarse en la acción. La realización del amor cristiano lleva al intercambio peculiar de dones y sufrimientos, de exaltación y humillaciones, de derrota y victoria; el individuo es capaz, a través del sacrificio y sufrimiento personal, de contribuir al desarrollo del todo. Todas las formas de comunidades eclesiásticas, políticas y sociales del Cristianismo están fundamentadas en esta idea básica de la fraternidad de los creyentes como el cuerpo de Cristo.
De esta forma, en el Cristianismo el amor representa un papel esencial y crucial tanto en la teología como en la ética. Dios Mismo es amor y crea al mundo por amor. Dios, que es amor, envía a Su hijo a redimir al hombre y a llamar al hombre, hecho a Su imagen, a compartir Su vida. El Padre muestra Su único amor por el Hijo, transmitiéndole Su propia gloria y el Hijo demuestra su amor por el Padre obedeciendo Sus órdenes para demostrar el amor supremo por los discípulos por medio de su Resurrección. Estos discípulos muestran su amor por el Hijo obedeciendo su orden de amarse unos a otros auto-sacrificándose como el Mismo Hijo. En general, la tarea fundamental del hombre es ejercitar el amor generoso, ágape, y promover el reino de Dios en la Tierra. El hombre tiene que trabajar por una presencia completa y eterna de Dios en el mundo que Él creó.
Fuente: El concepto del Amor en el Cristianismo y el Islam; Editorial Elhame Shargh
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[1] Según la enseñanza cristiana, las virtudes teológicas no se originan del hombre natural. Son impartidas por Dios por medio de Cristo y luego practicadas por los creyentes. Ver Británica 1997.
[2] Debe señalarse que Santo Tomás en la Suma Teológica añade tres virtudes intelectuales a la lista de las virtudes: sabiduría, conocimiento e intuición. Ver también Brett, 1992, p. 9.
[3] Para las citas de la Biblia se ha utilizado la antigua versión de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602); revisión de 1960. (N. del T.)
[4] Vincent MacNamara (1989, p.62) sostiene que ha habido un cambio en la teología moral católica sobre el estatus del amor. Él cree que no siempre el amor ha tenido esta posición singular en el pasado; hubo una época en la que el amor (o la caridad) era considerado como solo uno de los muchos requisitos morales.
[5] Johnston, 1978, p. 135.
[6] MacNamara, 1989, p.11.
[7] Se debe tener en cuenta que, a pesar del hecho de que la ética cristiana está arraigada en el Antiguo Testamento y Jesús en principio fue leal a la tradición hebrea con respecto al amor, no hay mucho énfasis en la noción de amor, sea del lado Divino o del lado humano, en el Antiguo Testamento. Se ha sugerido que (T. Barrosse, 1968, pp. 1043, 1044) la Biblia Hebrea prefiere usar otras nociones, tales como la unión leal, la fidelidad, la ternura y el favor activo para describir la relación de Dios con el hombre. Por otro lado, la relación de los israelitas con Dios (Yahvé) está descrita por nociones tales como el temor, el servicio y la unión leal. En ambos casos, ocasionalmente se habla del amor. El amor por el prójimo como un deber religioso aparece solamente tres veces en toda la Biblia. En el Nuevo Testamento, el amor representa una noción central acerca de las relaciones Divino-humana. La noción del pacto da lugar a la de la paternidad.
[8] Pablo reduce toda la ley a amar al prójimo. Dice: “El que ama al prójimo, ha cumplido la ley, porque “No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás”, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. (Romanos, 13: 8-10).
“Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Gal, 5: 14).
[9] Johann, 1967, p. 1039.
[10] El Catequismo Revisado, 1996, Q.9.
[11] Graham, 1939, p.22.
[12] Ver Chervin, 1973, pp. 9, 10, 19, 62.
[13] Johann, 1967, p. 1040.
[14] Brett, 1992, p. 3.
[15] Cerini, 1992, p. 9.
[16] Barrosse (1967, p.1044) hace una comparación importante entre las diferentes partes de N.T., es decir, los Evangelios Sinópticos, las Epístolas Paulinas y los Escritos de Juan. Yo creo que su comparación muestra que sucesivamente el énfasis sobre el concepto del amor en esas tres partes del Nuevo Testamento se intensifica. Alcanza su ápice en los escritos de San Juan quien nunca utiliza otro término diferente al amor para describir la beneficencia de Dios para con el hombre. La Resurrección-Pasión de Cristo en los escritos de San Pablo se toman para manifestar el amor de Jesús y de su Padre, mientras que en los escritos de San Juan éste revela que Dios es amor.
[17] Por ejemplo, ver Cerini, 1992, p. 21. Lubich escribe: “¡Jesús, así es como tú lo revelaste! ¡Es así como anuncias la realidad de que yo tengo un Padre!” Ibíd., citado de C. Lubich, Diary 1964/65 (Nueva York, 1987) pp. 72 y 73.
[18] Graham, 1939, p. 34.
[19] Graham, 1939, p. 36.
[20] Ibíd.
[21] Graham, 1939, p. 37.
[22] Esto es cierto según la traducción de la frase mencionada por Graham. El patrón de la traducción parece ser “El Señor ha hecho todo con su propósito”.
[23] Graham, 1939, p. 38.
[24] Bernard, 1937, capítulo 1.
[25] C. Lubich, May They all be One, p. 24. Citado en Cerini, 1992, p. 38.
[26] Graham, 1939, p.16.
[27] Graham, 1939, p.60.
[28] C. Lubich, Meditations (Londres, 1989), pp. 66, 67.
[29] O. Clément 1993, p. 271.
[30] Citado en Clément, 1993, p. 271.
[31] Gilleman, 1967, p. 1045.
[32] Brett, 1992, p. 3.