El Islam entrega confiada a la divinidad
Por Jalil Bárcena
Arabista. Director del Instituto de Estudios Sufís de Barcelona
Cada religión encarna una parte específica en el mapamundi de la espiritualidad. Muy probablemente, el Islam sea una de las pocas tradiciones espirituales –quizás la única- que, a diferencia del resto, no se define por el nombre de su fundador -como ahora el cristianismo o el budismo, por ejemplo-, ni tampoco por el grupo étnico del que surgió -como es el caso del judaísmo- o por el nombre del país de origen -como el hinduismo-, sino por la actitud y la vivencia interior. En efecto, la denominación de Islam, que deriva del verbo árabe àslama, quiere decir aceptación profunda de Dios, o lo que es lo mismo, entrega libre y confiada a Su poder y magnanimidad. Al mismo tiempo, el vasto campo semántico del término Islam incluye otras acepciones como «Paz» y hasta «Salud». Y es que, en cierta manera, podríamos afirmar que el musulmán es aquel que vive en salud y paz consigo mismo gracias a su actitud de entrega confiada -es decir, de Islam- a Dios. Hecha su definición, es evidente que el Islam, esta rendición amorosa e incondicional a Dios, no puede reducirse a un fenómeno únicamente histórico, tanto sus fundamentos inmutables como sus formas sagradas poseen un aspecto atemporal y eterno. El tiempo del Islam es siempre. En primer lugar, si entendemos la historia en tanto que hierohistoria, es decir, en su dimensión sagrada, como un diálogo permanente entre Dios y la humanidad a través de los profetas, podemos afirmar que, bajo la óptica islámica, está claro, siempre ha habido Islam –y siempre lo habrá-, desde el inicio mítico de los tiempos han existido hombres y mujeres libres con pasión a la vivencia de lo divino. Por otro lado, según la concepción islámica del ser humano, existe inherente a nuestra naturaleza primigenia (fitra) una aspiración inicial hacia Dios que aparece inscrita en nuestras fibras más íntimas como un derecho constitutivo de nuestra esencia. El hombre, todo hombre y mujer, nace, por tanto, musulmán, en el sentido más extenso y arquetípico del término.
RAÍCES ABRAHÁMICAS
Una vez irrumpe en la historia, el Islam no persigue erigirse en una nueva religión en ruptura con el pasado. Tampoco puede afirmarse que aparece de la nada o que no presente unas raíces bien sólidas. Al contrario, la tradición islámica ya se nos muestra entonces como una rama reverdecida del tronco ancestral de la espiritualidad abrahámica. En una palabra, el Islam es abrahámico, es decir, primordial. Desde su comienzo se presentará como un restaurador del legado espiritual, el del profeta Ibrahim, que se considera que ha estado distorsionado por los hombres, cuando no olvidado, con el paso de los tiempos. El Corán, núcleo vertebral del Islam, nos enseña que, después de Adam, todos los eslabones de la cadena profética abrahámica, de Ishaq (el Isaac bíblico) a Iaqub (Jacob) y de Musa (Moisés) a Iahia (Juan el Bautista) e Issa (Jesús), todos ellos, hasta llegar al mismísimo Muhammad, han sido enviados con la misión de recordarnos una única y misma verdad: la unicidad de Dios o tawhid. De Él venimos y volver a Él es nuestro destino final. La revelación coránica aporta la nueva luz sobre la profecía y la historia de la humanidad.
Leemos en el Corán:
«El Mensajero de Dios (Muhammad) cree firmemente en lo que le ha sido revelado, bajado del cielo, de su Señor. Lo mismo hacen los creyentes, los buenos musulmanes. Todos creen en Dios, Allah, en Sus ángeles, en Su Escritura, los libros sagrados, y en todos Sus mensajeros. No hacemos diferencia entre ninguno de ellos, entre ninguno de Sus Mensajeros» (2:285).
Así pues, el Islam es, ante todo, arquetípico y atemporal. Dicho esto, es evidente que el Islam también posee una dimensión estrictamente histórica, expresada a lo largo de quince siglos de fructífera irradiación espiritual. Desde el punto de vista puramente cronológico, el Islam entra en la historia en el comienzo del siglo VII, a las ciudades, hoy saudíes, de Meca y Medina. La revelación coránica, trasmitida por Allah al Profeta Muhammad tiene lugar a lo largo de 23 años discontinuos, entre el 609 y el 632. El mensaje, revelado en lengua árabe, constituye la esencia de la fe islámica, el corazón de la identidad musulmana.
El Islam es, en primer lugar, una fe en Dios, con quien los musulmanes se sienten íntimamente vinculados gracias a una vida espiritual permanente. En realidad, la vida del musulmán es una manifestación total de su fe. Para el musulmán, la vida espiritual constituye la esencia misma del estar en el mundo. Pero también, no lo olvidemos, el Islam constituye una civilización –con notables aportaciones al conjunto de la humanidad- y una comunidad o umma articulada alrededor de un referente espiritual común que es este texto fundamental y fundacional, el Corán, el título del cual hace referencia no al contenido sino a la forma pausada y rítmica –más bien musical, podríamos decir- en que se ha de recitar. Lo que importa, en el hecho de leer el Libro, no es únicamente la comprensión literal del texto, sino también la asimilación de su encanto, ya sea por elocución o por la audición, con el objetivo de impregnarse de la Palabra divina.
Como muy bien ha señalado el reformista indio Muhammad Iqbal: «El objetivo principal del Corán es desvelar dentro del hombre una conciencia más elevada de sus múltiples relaciones con Dios y el Universo ». Por lo tanto, el Corán, no es ni un manual de piedad religiosa ni tampoco un manifiesto político –como pretenden los que utilizan el Islam con finalidades políticas- , ni mucho menos se simplifica en un código penal restrictivo. La legislación coránica es predominantemente ética. Al fin y al cabo, de los 6.236 versículos o aleyas que forman el Libro, nada más unas 200, es decir, poco más del tres por ciento, muestran un lado explícitamente jurídico y la mayor parte responde a problemas puntuales planteados por la primera comunidad musulmana durante la época de la revelación.
FIELES A LA ESENCIA
El Islam, emanado del texto coránico y del ejemplo del profeta Muhammad (sunna), comprende un número considerable de principios inmutables, alrededor básicamente de la unicidad de Dios, y un gran número de prescripciones susceptibles de modificación. De hecho, existe un Islam absoluto, vinculado a la quinta esencia del Corán y de la sunna, y otro de contingente. Después de la muerte del Profeta Muhammad, en el año 632 y el período de los cuatro primeros califas, los sabios y hombres de conocimiento del Islam han estado íntimamente conectados a los principios fundamentales para formular con justicia las diversas prescripciones normativas. No hay duda que este cuerpo de sabiduría práctica, cristalizados en los siglos VII y IX en las cinco escuelas jurídicas islámicas todavía hoy vigentes (hanafita, malikita, shafiita y hanbalita dentro del Islam sunnita y yafarita en el Islam shiíta), ha facilitado como ser musulmán en cada momento de la historia, al menos cuando ha sido sujeto a una lectura constantemente reflexiva, dinámica y selectiva. Esto, desafortunadamente, no siempre ha sido así. Seleccionar y elegir aquello más sobresaliente de cada época y contexto, manteniendo la fidelidad al espíritu del Islam, constituye no tan solo un imperativo sino también un deber islámico, como bien recordaba el gran jurista egipcio Muhammad Abduh, a los finales del siglo XIX. Los musulmanes han de mantener una reflexión permanente que vaya a sus fuentes - el Corán y la Sunna- a la realidad y de la realidad a las fuentes, gracias a una dinámica constante de adaptación. El ijtihad o esfuerzo interpretativo es el instrumento de que se dispone para hacer frente a los desafíos de cada época y cada contexto. El ijtihad exige que la razón humana esté constantemente activa para poder generar respuestas islámicas -es decir, fieles a las fuentes- a los desafíos de los tiempos, más aún, si es posible, en unos momentos tan convulsos como los actuales. Una vivencia espiritual intensa y apasionada no ha de significar un déficit de inteligencia. El Imam Ali decía: «Dios ha capacitado a sus siervos con lo más estimable, que es la inteligencia». La inteligencia nada más es bella cuando no destruye el halo espiritual de la fe y la fe tan sólo es bella cuando no rechaza a la inteligencia. El ser musulmán viene determinado por lo que denominamos la Shari’a, sin dudas uno de los términos islámicos más maltratados por los medios de comunicación occidentales. La Shari’a, que quiere decir ‘camino hacia la Fuente’, constituye una concepción unitaria y totalizadora de la creación, de la existencia, de la muerte y de la manera de vivir. Una concepción que nace de la comprensión íntima del mensaje coránico y que se basa en cuatro elementos: De la Shari’a dimana una manera de ser, hacer y estar en el mundo que, como dice Tariq Ramadán, abarca «desde el cumplimiento de las oraciones cotidianas hasta la defensa de la justicia social, desde el estudio hasta la sonrisa ofrecida a un ser humano, desde el respeto a la Naturaleza a la protección otorgada a un animal».
Un error frecuente, sin embargo, consiste en confundir la Shari’a con el fiqh o jurisprudencia islámica. Mientras la Shari’a tiene un carácter absoluto e inmutable, el fiqh, que rige tanto la esfera de las prácticas de adoración como todo aquello que tiene que ver con las acciones sociales, no es sino fruto de la acción del hombre, en un momento y en un contexto determinado.
El ejemplo de Muhammad constituye una forma de explicación práctica y vivencial del mensaje coránico
Lo cierto es que el Islam posee en esencia un carácter positivo, confiado, constructivo, muy alejado de cualquier formalismo que pueda asfixiar el dinamismo espiritual inherente al hecho de ser musulmán. Así pues, la permisividad es aquello fundamental del cual depende un buen número de importantes prescripciones islámicas. El Corán afirma al respecto: «Es Él quien creó para vosotros toda la tierra» (2:29). Sobre los asuntos sociales, por ejemplo, o el gozo de los recursos naturales, todo está permitido, absolutamente todo, excluido aquello que expresamente está prohibido.
Cabe decir, sin embargo, que el ámbito vedado está muy restringido en comparación con el amplio horizonte de las posibilidades. En el Libro de Allah, el Corán, se añade la praxis del Profeta Muhammad. El segundo pilar sobre el que reposa el edificio del Islam es la que se conoce con el nombre árabe ya mencionada de Sunna o tradición profética muhammadiana. La Sunna recoge el conjunto verificado de dichos, hechos, reflexiones, consejos... del profeta Muhammad, que es, primero de todo, un hombre como los demás, aunque, eso sí, llamado para llevar a término una misión sublime: la de Mensajero de Dios. En último término, el ejemplo de Muhammad constituye una forma de explicación práctica y vivencial del mensaje coránico. El Profeta del Islam. Se sobreentiende, con justicia, cual es la naturaleza exacta de Muhammad. Ya entre las primeras revelaciones del Corán encontramos los tres aspectos que perfilan su personalidad. En primer lugar, la condición de enviado a la humanidad con la misión de recordar a los hombres la presencia de Dios único y al mismo tiempo, depósito de la revelación coránica. Muhammad no es sino el hombre a través del cual nos llega la palabra de Dios. La tradición islámica lo considera el último profeta, la síntesis de la Profecía. Muhammad es todos los profetas. En segundo lugar, encontramos la condición de ser humano y de guía y, por último, la condición de modelo dotado de las más nobles virtudes morales.
LA PLURALIDAD DEL ISLAM
Con el ejemplo del profeta Muhammad, el Islam se convierte en una Fe, un derecho y una mística. A lo largo de quince siglos, los musulmanes y las musulmanas de cada época han sabido encontrar en ambas Fuentes; el Corán y la Sunna, las respuestas a los dos núcleos fundamentales del Islam: Ser musulmán y cómo ser musulmán. El Islam es uno. Así y todo, son muchas las maneras de vivir la propia identidad musulmana. Hay que decir, que son muchos los rostros que del Islam se presentan. En este sentido, lo que podríamos llamar islam mediático, es aquel que nos presentan cada día los diferentes medios de comunicación, un Islam mostrado siempre en un tono conflictivo y amenazador, no es sino una caricatura grotesca y simplista que ni de lejos hace justicia a la compleja, rica y fértil realidad de este amplio mosaico que, al fin y al cabo, es el Islam. Pero esto no excluye que los musulmanes asumamos nuestras responsabilidades. El diálogo intercomunitario es, en este sentido, más urgente que nunca. Nuestra firme convicción en Dios y Su profeta nos lleva a proponer soluciones, desde el punto de vista de estas referencias espirituales, para quitar toda legitimidad a la gente (violenta) que pretende actuar en nombre del Islam.
- Extraído de la revista DIALOGAL nº 5. - Traducción: C. Gómiz
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