La devoción y la oración (1)

Prof. Ayatola Murtada Mutahhari

Encontramos a veces puntos en las enseñanzas islámicas que destacan muchas cuestiones que se conectan con los actos de devoción. Por ejemplo, respecto de la oración, se cita que tanto el Profeta como los Imames han expresado: “La oración es el la base de la religión”, y si pensamos la religión como una tienda, se ha dicho también: “La oración es el pilar que la mantiene parada”. Y se narra también esta tradición, atribuida al Profeta (BPD): “El requisito para que se acepten los otros actos humanos, es que primero se acepte la plegaria”. En otras palabras, las acciones del hombre (incluso sus buenas acciones), son nulas y vacías si la plegaria que realiza es incorrecta y entonces no es aceptada.

Otra tradición dice: “La oración es un medio para aproximarse a Dios”. Y otra tradición incluso afirma que Satanás está siempre molesto y rehuye a un creyente que se entrega devotamente a la oración. También el Sagrado Corán destaca la importancia de la oración en muchos de sus versículos.

Pero algunos han sostenido que todas estas tradiciones acerca de la plegaria pueden ser inventadas y que son poco confiables, y que no fueron proferidas por el Profeta o los Imames, sino por alguna gente devota[1] deseosa de tener más seguidores, particularmente en los siglos II y III de la Héjira, cuando la cuestión de la devoción se había manifestado con tal exceso que había más o menos desembocado en el monasticismo y el sufismo.

Vemos que algunas personas concentran todos sus esfuerzos en los actos de devoción, al punto que llegan a olvidar e ignorar otros deberes religiosos. Por ejemplo había entre los compañeros de ‘Alí (P) un hombre llamado Rabi' Ibn Husain, que fue más tarde conocido como Juayah Husain y cuya tumba está en Mashhad. Es famoso como uno de los ocho mayores ascetas del mundo islámico, y fue tan lejos en su despojamiento del mundo y su devoción, que había cavado su propia tumba mucho antes de su muerte. Y se dice también que durante veinte años jamás pronunció ni una sola palabra sobre asuntos mundanos. A veces iba y se recostaba en la tumba que había cavado para sí, a fin de recordarse que ella sería su hogar postrero. Las únicas palabras que se le escucharon proferir, aparte de las necesarias para los actos de devoción (como la oración, o la lectura del Corán), fue cuando se enteró del martirio del Imam Husain en Karbalá a manos de los tiranos opresores. Dijo en esa ocasión: “La vergüenza caiga sobre aquellos que asesinaron al amado nieto del Profeta”. Y se narra también que posteriormente se arrepintió de haber pronunciado siquiera estas palabras no dedicadas al recuerdo de Dios.

El había sido un gran guerrero en épocas de ‘Alí, y se cuenta que un día fue a verlo y le dijo: “Tengo dudas sobre estas guerras”[2], pues le parecían ilícitas ya que se luchaba contra hombres que realizaban sus oraciones de cara a La Meca y pronunciaban también las fórmulas de la fe islámica.

‘Alí (P) estuvo de acuerdo, y lo envió a una de las fronteras, también como soldado, pero para enfrentarse allí con los no musulmanes o los idólatras. Este hombre fue un gran asceta, ¿pero qué valor tenía su ascetismo? Es inútil ser seguidor de un hombre como ‘Alí y, al mismo tiempo tener dudas acerca del camino que él señaló como una lucha sagrada. En sentido análogo, hay gente que a veces argumenta: “¿Por qué debe uno observar el ayuno en la duda, y sin tener certeza (de la verdad de la religión)? ¡Es inútil y carece de valor!”. Pero el Islam requiere de discernimiento y visión combinados con la acción y la práctica, pero Juayah Rabi‘ no tenía ese discernimiento o visión. Vivió en la época de Mu‘auiah y su hijo Yazid (dos grandes tiranos opresores). No le interesaban en absoluto los problemas de los musulmanes y de la comunidad islámica, y solía retirarse a un rincón a orar día y noche, no pronunciando más que el Nombre de Dios, y arrepintiéndose de lo que había dicho condenando la muerte del Imam Husain (P).

Esto no corresponde en absoluto a las verdaderas enseñanzas islámicas, y como reza sabiamente el dicho: “Una persona ignorante es la que va demasiado rápido o demasiado lento”.

Algunos suelen decir que la tradición: “La oración es el pilar de la religión” no está en armonía con las enseñanzas islámicas dado que el Islam presta más atención a las cuestiones sociales que a ninguna otra. Pues dice el Corán: “Dios os ordena la justicia y la benevolencia” (16:92); y dice también: “Ya hemos enviado a Nuestros mensajeros con las evidencias y hemos revelado con ellos la Escritura y la Balanza para establecer la equidad entre los hombres” (57:25). El Corán además sienta un precepto religioso de gran importancia social cuando ordena a la gente que convoque al bien y prohiba el mal. (Cfr. 3:110). Y los que así piensan agregan que como el Islam es una gran religión, la suya es una doctrina de actividad y trabajo, y que los hábitos de la devoción y la oración no son significativos. Según tales personas uno debería abandonar los actos de devoción y seguir solamente las enseñanzas sociales, dejando esas devociones para gente ociosa que no tiene otra cosa que hacer.

Pero tales opiniones y pensamientos son erróneos y muy peligrosos. El Islam debe ser reconocido tal cual es. Recalco este punto dado que siento que nuestra sociedad está sufriendo en esto una seria enfermedad. Desafortunadamente, aquellos que tienen vocación religiosa están divididos en dos grupos: un grupo, que sigue el camino de Rabi‘, piensa que el Islam es solamente una doctrina que impone la oración, los himnos y la peregrinación, y se guían recurriendo a ciertos libros standard sobre teología. Son gente que piensa que ellos no tienen nada que ver con el mundo, o las leyes sociales, o los principios islámicos y la educación.

Y como reacción a la “lentitud” de este grupo, aparece un segundo que se mueve demasiado rápido y cae en consecuencia en el exceso. Estos son los que prestan más atención a las cuestiones sociales, lo cual es algo valioso, pero ignoran por completo los actos de devoción. Me he encontrado con gente que puede perfectamente cumplir con la obligación religiosa de la peregrinación, pero no lo hace[3]. E incluso desatienden las oraciones obligatorias, y no les importa el tema de la imitación de muytahid sabio en las cuestiones de la fe y la religión. Opinan que los problemas vinculados con los actos de devoción deben ser resueltos por uno mismo, sin la necesidad de la guía de otros. Así, cada uno asume ser un experto en cuestiones religiosas o en jurisprudencia islámica. Cada uno es como si se convirtiera así en su propio médico y ya no tiene necesidad de consultar a un doctor o un especialista. Hay algunos que son negligentes en la realización del ayuno, y en observar sus condiciones cuando se está de viaje o de residencia, y que no creen en la necesidad de realizar compensaciones por los actos de devoción no cumplidos en tiempo y forma[4].

Ambos grupos se consideran a sí mismos musulmanes, pero no lo son totalmente. El Islam condena claramente aquello de tomar una parte y dejar otra, cuando anatemiza el Sagrado Corán la afirmación de algunos hipócritas: “Creemos en una parte y rechazamos otra” (4:150). No se puede aceptar la devoción unida al rechazo de ciertas obligaciones morales o sociales, o viceversa. Ustedes pueden ver, por ejemplo, que casi en todo lugar donde el Sagrado Corán ordena “haced la oración” añade inmediatamente a continuación “y pagad la zakat (caridad o impuesto para purificar la riqueza)”. La primera disposición (es decir la oración) concierne a la relación de la criatura con Dios, y la segunda muestra la relación entre una criatura y los demás (la zakat o caridad). Así un musulmán tiene permanentemente una responsabilidad doble: Hacia Dios por una parte, y hacia los seres humanos y su sociedad por otra. Ninguna sociedad islámica puede construirse sin devoción, oración, ayuno y recuerdo de Dios. Y de la misma forma, ninguna sociedad piadosa puede existir verdaderamente sin ordenar el bien y vedar el mal y sin relaciones amables entre los individuos, aunque cada persona sea piadosa.

Vemos en ‘Alí al más piadoso de los hombres, al punto que sus actos de devoción son proverbiales. Una devoción que él iba acompañada de temor de Dios, amor y lágrimas. Después de su muerte un hombre llamado Zirar, compañero y discípulo suyo, se encontró con Mu‘auiah quien le pidió que le describiera a ‘Alí (P). Dijo entonces Zirar: “Cierta noche lo ví en su retiro especial entregado a la devoción y la oración. Temblaba por el temor de Dios como un hombre picado por una serpiente, y sollozaba con profunda tristeza diciendo: ‘¡Oh, el fuego del Infierno!’”. Se dice que Mu‘auiah lloró al escuchar esto.

Después de la muerte de ‘Alí (P), Mu‘auiah se encontró con Adas ibn Hatam y trató de provocarlo en contra del Imam, y lo hizo preguntándole por sus tres hijos que habían muerto luchando contra ‘Alí. Deseaba escuchar de Adas una maldición contra el Imam, y por ello le preguntó: “¿Fue digno de él privarte de tus tres hijos, mientras ponía a salvo a los suyos del rigor de la batalla?” A lo que Adas respondió: “Yo fui el infiel con él. No debería estar vivo mientras él se encuentra en su tumba bajo tierra”. Viendo frustrada su intención, Mu‘auiah le solicitó entonces Adas que le describiera a ‘Alí. Este lo hizo y cuando finalizó la narración, notó que las lágrimas fluían entre la barba de Mu‘auiah, quien mientras se secaba con la manga decía: “¡Qué va! El tiempo es demasiado estéril para producir otro hombre como ‘Alí”. Ya ven ustedes como la verdad sale a la luz por sí misma.

Pero, ¿fue ‘Alí solamente un hombre piadoso, siempre en la mezquita? No. Lo vemos además como el hombre más preocupado por los asuntos sociales, como una persona siempre bien al tanto de la situación de los pobres y los desamparados, así como de todos aquellos que le hacían llegar su queja. Aunque era el califa, caminaba entre la gente, recorría los mercados, se interiorizaba de los asuntos de todos. Cierta vez se encontró con unos mercaderes y les gritó: “Id primero, y aprended las disposiciones islámicas sobre el comercio”. En otras palabras, que antes de ocuparse del comercio ellos debían conocer las disposiciones divinas que lo regulan, y que establecen lo que es lícito e ilícito en esta actividad. Se narra también que acostumbraba decir algo a quien le pedía una limosna, cuando veía que esa persona era capaz de trabajar y en cambio había elegido mendigar como actividad. Le decía: “Sigue tu honor y dignidad”. Porque el trabajo es honor y dignidad.

‘Alí es entonces el ejemplo de un verdadero musulmán: piadoso en la devoción, un juez justo en la corte, un bravo y valiente soldado y comandante en el campo de batalla, un profundo, sabio y elocuente orador en el púlpito de la mezquita, notable maestro dando cátedra, y un ejemplo maravilloso en toda actividad y momento.

El Islam jamás ha aprobado una aceptación a medias de sus disposiciones y leyes, tomando unas y dejando otras. Este es un camino erróneo que han tomado algunos ascetas que consideran que el Islam se compone únicamente de plegarias; y también es el error de aquellos que desatienden totalmente y niegan la devoción y su importancia.

Dice el Sagrado Corán: “Muhammad es el Mensajero de Dios y quienes están con él son tenaces contra los impíos y compasivos entre sí.” (48:29). En este versículo se retratan fielmente las características de una comunidad islámica. En la primera parte se destaca la importancia de la fe y de seguir al Profeta (BPD), y en la segunda la cuestión de permanecer firmes contra los impíos. En suma, esos aparentes devotos que hacen de la mezquita su hogar y que no dicen ninguna palabra cuando son empujados por un soldado, no son musulmanes. La cualidad más importante de un musulmán según el Sagrado Corán es mostrar firmeza y fortaleza contra el enemigo.

Dice el Sagrado Corán: “No os desaniméis ni os aflijáis, ya que seréis vosotros los que prevaleceréis si sois creyentes” (3:13). El Islam no permite la debilidad en la religión. Will Durant dice en su Historia de la Civilización que ninguna religión excepto el Islam solicita de sus seguidores que sean tan fuertes y firmes.

Inclinar el cuello con impotencia, vestirse pobremente y de una manera sucia, caminar con lasitud y pretendiendo ser indiferente y estar lejos de todo lo que lo rodea y suspirar y gemir, todo eso es contrario al Islam. Dice el Sagrado Corán: “Y en cuanto a las mercedes (que has recibido) de tu Señor, ¡anúncialas!” (93:11). Dios nos ha dado bendiciones como salud y fuerza. ¿Por qué entonces debemos mostrarnos desvalidos? Eso es ingratitud. ‘Alí (P), con él sea la paz, jamás fue un hombre así. El se plantó firme y hábilmente contra los enemigos.

¿Y qué hay acerca de ser amable y compasivo con los demás? Encontramos a veces a algunos de esos devotos que jamás son amables y que por lo general son insociables y hoscos. Jamás ríen y rara vez sonríen, como si toda la humanidad estuviera en deuda con ellos, quienes encima suponen estar firmemente de acuerdo con el Islam. ¿Es suficiente con ser firmes contra los enemigos y amables y compasivos con los musulmanes? La respuesta es no. Pues el pasaje antes citado sigue diciendo: “Los verás inclinados y prosternados, procurando el Favor de Dios y Su Complacencia. Tienen la marca sobre sus rostros como señal de la prosternación” (48:29). Y esto habla a las claras de que quienes tienen esa tenacidad contra la impiedad y compasividad con los creyentes, también son gente de oración, a la que se entregan tan profundamente y con tanto ahínco que puede apreciarse en sus rostros el signo de su virtud y devoción.

Narró el Profeta (BPD) que los discípulos (apóstoles) de Jesús le preguntaron a quién debían frecuentar, y él respondió: “Sentáos con aquellos que, al mirarlos, os recuerden a Dios, y que al escuchar sus palabras se incremente vuestro conocimiento, y cuya conducta os persuada de hacer el bien”. El versículo anterior continúa: “Tal es su ejemplo en la Torá y en el Evangelio, como el de una semilla que (germinando) se yergue firme sobre tallo para maravilla del sembrador y para envidia de los impíos” (48:29).

Una nación, una comunidad que posea todos los atributos aquí mencionados, será sin duda notable. Ahora, díganme, ¿por qué se han vuelto los musulmanes tan decadentes, dóciles y miserables? ¿Cuáles de las cualidades mencionadas en estos versículos poseemos realmente? ¿Qué debemos esperar? Aunque admitamos que el Islam es una doctrina social, ¿por qué debemos menospreciar la adoración, la oración y la comunión con Dios? Y les aseguro que tomar la oración a la ligera es una falta tan grave como ignorarla.

Cuando murió el Imam Ya‘far As-Sadiq (P), la paz sea con él, Abu Bassir fue a ofrecerles sus condolencias a Umm Al-Hanida. Esta última lloró y así lo hizo también el visitante. Umm Al-Hanida entonces le narró lo que había ocurrido en los últimos momentos de la vida del Imam. Le dijo que él había entrado en un trance y que entonces abrió los ojos y pidió que todos sus parientes estuvieran presentes. Cuando todos se hubieron reunido allí, el Imam les dirigió la siguiente recomendación y luego murió: “Aquellos que tomen la oración a la ligera, jamás tendrán nuestra intercesión”. Observen que él no habló de aquellos que ignoran en absoluto las oraciones, pues la consecuencia de ello es obvio. ¿Qué significa tomar las plegarias a la ligera? significa que a pesar de tener tiempo y oportunidad, uno las pospone hasta el tiempo justo que resta para hacerlas, por lo cual las realiza apresuradamente y sin atención. Sin tener la mente con la suficiente tranquilidad y concentración antes de realizar la oración.

La experiencia muestra que en una casa donde las oraciones prescriptas se realizan a la ligera, sus moradores no muestran interés por orar, o por hacerlo debidamente. Uno debiera reservar un sitio en la casa dedicado a los actos de devoción como la oración, o si es posible una habitación especial separada para tal fin; y entrar a allí con la ablución, sin apuro, y extender una alfombra limpia, y acompañar todos los actos preliminares con el recuerdo de Dios. ‘Alí, con él sea la Paz, comenzaba diciendo: “En el Nombre de Dios y con Dios. ¡Dios mío, hazme de los arrepentidos y hazme de los purificados”.

(ver la continuacón en archivo pdf)

 

 

 

Fuente: DISCURSOS ESPIRITUALES

Conferencias sobre la dimensión espiritual del Islam

Editorial Elhame Shargh

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Fundación Cultural Oriente

[1] Las tradiciones del Profeta del Islam y de los Imames se han sometido en todas las épocas a un examen crítico exhaustivo. Es sabido que se introdujeron algunas tradiciones falsas, y entre ellas algunas fabricadas con lo que podría llamarse buena intención, para inducir a la gente la devoción, o a la lectura del Corán o a alguna de las virtudes éticas. Esto es un hecho comprobado. Pero hay tradiciones que son muy firmes y seguras, como el caso del famoso dicho “La oración es el pilar de la religión”. (Nota del Traductor al español)

[2] Alí (P) debió librar durante su califato distintas batallas contra grupos de musulmanes que, sea por ambición y codicia del mundo, o por fanatismo religioso, o por simple afán de poder, se le opusieron y sembraron el desorden en la comunidad islámica. Tal el caso de Mu‘auiah que se apoderó de Siria y no lo reconoció como califa y lo acusó falsamente, o de Talhah y Zubair que se alzaron con pretensiones al califato, o de los jariyitas, un grupo extremista que creía poseer toda la verdad sobre la religión. (Nota del Traductor al español)

[3] La peregrinación a La Meca es una obligación religiosa al menos una vez en la vida, si la persona tiene los medios económicos y de salud para emprenderla. Estando en condiciones de hacerla, es conveniente realizarla cuanto antes. (Nota del Traductor al español)

[4] Este párrafo se refiere a varias cuestiones de índole práctica en el Islam. Todo musulmán debe elegir a un especialista a quien consultar y seguir en lo atinente a sus obligaciones religiosas, a menos que el mismo sea un especialista en el tema. Tiene obligación además de seguir al especialista o faqíh más sabio. El ayuno del mes de Ramadán es obligatorio, pero debe interrumpirse estando de viaje bajo ciertas condiciones. En cuanto a los actos de devoción no realizados (oraciones, ayunos u otros), deben compensarse según una manera estipulada. (Nota del Traductor al español)

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