La devoción y la oración (2)

Prof. Ayatola Murtada Mutahhari

 “Por cierto que la oración preserva de la indecencia y la iniquidad, pero el recuerdo de Dios es aún más grande” (29:44)

En el Islam los actos de devoción, además de su preeminencia, son parte de su programa educativo. La autenticidad y pureza son el objetivo de lo creado, con independencia de la cuestión de la vida humana a todo respecto. Dice el Sagrado Corán: “No he creado a los genios y a los hombres sino para que Me adoren” (51:59).

La adoración o devoción es un medio para que el ser humano se aproxime, se acerque a Dios, así como para obtener la verdadera perfección. La perfección del ser humano es entonces un fin en sí mismo. El Islam busca educar a los individuos tanto moral como socialmente, y por eso ha adoptado un medio que es el más efectivo sobre la ética y el alma humana. Ese medio (los actos de devoción) nos permite olvidar al ego y los intereses egoístas.

En los asuntos sociales, el principio básico es la justicia que es el respeto por los derechos de la gente. Esta es la principal dificultad de la humanidad, tanto en lo moral como en lo social. No hay nadie que sea totalmente ignorante de la moral y su necesidad, pero el problema reside en practicarla. Cuando un ser humano quiere poner estos principios éticos y sociales en práctica, ve que se enfrentan en él los intereses por un lado y la moral por el otro, o la veracidad con la ganancia, pues se da el caso de que uno debe recurrir a la falsedad y la traición para obtener ese beneficio, o sino decir la verdad y renunciar a él. Y en este último caso tendríamos a un hombre que habla de justicia y de ética, pero que en la práctica miente y traiciona.

La única cosa que actúa como un soporte para la moral del ser humano es la fe. ¿Fe en qué? En la justicia y en la moral en sí mismas. ¿Cuándo una persona cree en la justicia y la moral como algo sagrado? Cuando tiene fe en aquello que sustenta lo sagrado, o sea Dios. Así, una persona está ligada a la justicia y la moral como está ligada a Dios, y tiene fe en El.

Este es el problema de nuestro tiempo: que se supone que la ciencia, el conocimiento, son suficientes para el hombre. Es decir, que si reconocemos la justicia y la moral (es decir: el bien que entrañan) y estamos de acuerdo con ellas, podemos ser tan justos como éticos. Pero se ve actualmente que cuando el conocimiento se ha separado de la fe, no solamente no es útil para sustentar a la moral y la justicia, sino que llega a volverse perjudicial. Como dijo el poeta Sa‘di:

“Cuando un ladrón lleva una luz,

puede robar más objetos”.

Pero con fe tanto la moral como la justicia perdurarán. En el Islam la adoración a Dios, la devoción, no están establecidas como algo separado de la moral y la justicia.

Para ilustrar este punto he aquí un ejemplo. ¿Dónde habéis visto en el mundo que una persona culpable de algún delito se dirija voluntariamente a buscar el castigo? Una persona culpable por lo general escapa de la justicia. La única fuerza que puede hacer que un ser humano voluntariamente se someta al castigo es la fe. Hay muchos ejemplos de esto en las historias de los orígenes del Islam. El Islam ha dispuesto castigos para diversas faltas (de trascendencia social) como beber embriagantes, el adulterio, el robo, etc., pero al mismo tiempo dice: “Los castigos dejan de aplicarse ante la menor duda (sobre la culpabilidad del acusado)”. La ley islámica no obliga al juez o al gobernante que la aplica a buscar un culpable, sino que más bien coloca una urgencia en el interior de la persona culpable para que vaya en busca del castigo (para expiar su falta); y este tipo de cosas ocurrían a menudo, tanto en la época del Profeta, como de ‘Alí, con ambos sea la Paz.

Un hombre fue cierta vez a ver al Profeta (BPD) confesando haber cometido adulterio[1]. En tales cuestiones (por la magnitud de la pena) la confesión debe ser repetida cuatro veces para ser creída y aceptada. El Profeta (BPD) le preguntó al hombre: “¿Quieres decir que la has besado?”. Pero el hombre respondió: “No, fue adulterio”. El Profeta preguntó nuevamente: “Quizás tu sólo le diste un pellizco”, esperando que el hombre dijera que sí y se liberara del castigo, pero esta persona volvió a contestar que no, que había sido adulterio. Este diálogo siguió hasta que quedó completamente claro que se había cometido adulterio, y que el hombre estaba suplicando el castigo a fin de liberarse de él en el otro mundo.

Existe otro caso, el de una mujer que fue a verlo a ‘Alí (siendo este califa del Islam), y le dijo: “Príncipe de los creyentes, estoy casada y en ausencia de mi esposo he cometido adulterio, y ahora estoy embarazada. Deseo ser purificada de ese pecado”. ‘Alí (P) dijo: “Una confesión no es suficiente, debe ser repetida cuatro veces”. Y a continuación agregó: “El castigo por adulterio para una mujer casada es ser apedreada hasta morir. Si se aplica este castigo, ¿qué ocurrirá con el niño que llevas en tu seno? El niño no ha hecho nada malo y no debe morir. Vete hasta que tu hijo haya nacido”.

Luego de unos pocos meses la mujer volvió. Esta vez con un bebé en sus brazos y pidió ser purificada puesto que el niño ya había nacido. Esta fue su segunda confesión. Nuevamente ‘Alí (P) le dijo: “Debieras ser apedreada, pero este bebé no es culpable. Necesita de la leche y de una madre que lo cuide, luego vete ahora mientras el bebé te necesite.

La mujer volvió a su hogar muy molesta, y al cabo de dos años reapareció ante el Imam y le dijo: “Purifícame ahora, ya que el bebé ha sido destetado y está creciendo sano”. ‘Alí (P) le dijo: “Vete, este niño todavía necesita de una madre”. La mujer entonces lloró y dijo: “Dios mío, he confesado tres veces pero el Imam me hecho retirarme tres veces y rechazó apedrearme, no puedo soportar estar manchada con el pecado”. Cuando esto ocurría, un hipócrita llamado Amr Ibn Hariz vio a la mujer y le preguntó qué pasaba. Ella le explicó lo que había ocurrido y el hombre le dijo: “Yo solucionaré esto. Del niño permíteme ser su tutor”. Ella no comprendía que ‘Alí no quería que hiciera la cuarta confesión.

Fueron donde ‘Alí (P) y la mujer le pidió que la purificara dado que el hombre había acordado en cuidar al niño, he insistió en recibir el castigo. ‘Alí, la paz sea con él, se sintió incómodo ya que el asunto había llegado a un punto donde no le quedaba más alternativa que ordenar su castigo.

Estos son ejemplos de cómo la verdadera fe en la religión captura a la propia conciencia y la hace someterse a la justicia. El propósito de la adoración es revivificar la propia vida religiosa y darle frescura y fortaleza. Cuando mayor es la fe, más se vuelve uno hacia Dios y menos peca. El pecar o no pecar no tienen que ver con el conocimiento, pertenecen al ámbito de la fe y la negligencia en la fe es lo que conduce al pecado.

Permítanme explicar un asunto respecto de la impecabilidad[2] de los Profetas e Imames, con ellos sea la paz. ¿Qué significa exactamente esto? Ustedes pueden decir simplemente que ellos no pecan. Eso es verdad, pero existen dos respuestas a esto. Una es que Dios directa e intencionalmente los resguarda del pecado. Si este es el caso, entonces la ausencia de faltas en ellos no constituye ningún logro de su parte. Podría suponerse entonces que los Profetas e Imames no tienen superioridad sobre el resto de la gente (en cuanto a pureza), excepto por el trato especial que reciben de parte de Dios. La cuestión entonces no es sobre su deseo de pecar, sino sobre si son impedidos por Dios de hacerlo[3].

La pureza es un grado elevado de la fe en Dios y lleva a recordarlo constantemente. Una persona sin fe raramente o nunca piensa en Dios. Es un ser desatento y negligente. Hay otras personas que son ocasionalmente desatentas y cometen pecados en ese estado de descuido, pero cuando se vuelven a Dios naturalmente evitan el pecado. Pero si la fe alcanza el estado perfecto del recuerdo permanente de Dios, tal persona jamás estará desatenta y cada acto suyo estará basado en la fe.

El Sagrado Corán se refiere, por ejemplo, a aquellos que están ocupados en el comercio pero que jamás olvidan a Dios[4]. No habla de evitar las transacciones ni el comercio. El Islam no prohibe esto. Por el contrario, incita a trabajar y a comerciar, y al mismo tiempo espera que uno recuerde a Dios y que así jamás se peque.

Demos otro ejemplo: ¿Les ha ocurrido alguna vez que pusieran las manos sobre el fuego a sabiendas? Esto es difícil que ocurra a menos que ustedes deseen quemarse. ¿Por qué evitamos el fuego? Porque nuestro conocimiento y experiencia nos dicen que es peligroso, y estamos seguros, tenemos certeza de ese conocimiento. De esta manera permanecemos a salvo en relación con el fuego, y nuestra certeza y creencia acerca de él (e.d.: de su poder para quemar y dañar), nos sirve como restricción.

También los amigos de Dios (e.d.: los Profetas y los Imames) son inocentes puesto que tienen la certeza del castigo abrasador de los pecados y así, recordando a Dios y permaneciendo firmemente adheridos a la moral, la justicia y los derechos, recapacitan para evitar el pecado.

En el Islam la vida de ambos mundos está interrelacionada. En el cristianismo, por el contrario, se separan el reconocimiento de cada mundo. Por ejemplo, el aspecto que se refiere al más allá de la oración es el recuerdo constante de Dios y el temerLe, de lo contrario ¿para qué son necesarios tantos ritos? Estar limpio o tener el cuerpo limpio no hacen diferencia en la proximidad a Dios, porque El dice: “Creyentes cuando os dispongáis a hacer la oración, laváos el rostro y los brazos hasta el codo” (5:6)[5].

La limpieza ha sido combinada con los actos de devoción. De acuerdo con la disposición: “Cuando tu cuerpo esté impuro deberás lavarlo completamente”. Incluso el lugar en que se realizan las devociones y oraciones debe estar limpio y puro y ser lícito, no usurpado. Lo mismo ocurre con la alfombra que se utiliza en la oración, y con los vestidos que se usan mientras se la realiza. Si aquello con que nos cubrimos fue obtenido ilícitamente, nuestra oración es nula y carece de valor. La devoción también debe estar combinada con el respeto del derecho ajeno. Si una casa es ocupada por la fuerza, la oración es inválida para aquél que habiendo violado los derechos del propietario la realiza allí. En tal caso primero debería comprar esa casa, y satisfacer cumplidamente a su propietario, y recién entonces serán válidas sus devociones. Lo mismo se aplicaría a los vestidos y la alfombra utilizados en la oración (si fueron arrebatados, o robados). Y más aún, el impuesto que establece la religión como una obligación[6] debe estar pago para que se acepten las devociones.

Se nos dice que debemos orientarnos hacia la Ka‘bah (en La Meca) para realizar la oración. ¿Qué es la Ka‘bah? Es el primer templo erigido para la oración al Dios Uno[7]. Todos debemos realizar la oración parados mirando en dirección a esa primera mezquita, la que fue construída por Abraham e Ismael. ¿Por qué debemos orientarnos hacia ella? ¿Está Dios allí? Dice el Sagrado Corán: “Hacia cualquier lugar que te tornes, he ahí el Rostro de Dios” (2:115). ¿Por qué debemos entonces orientarnos hacia la Ka‘bah? Porque actúa como una suerte de educación social y comunitaria el que todos se orienten en una única dirección, ya que si cada uno se orientara donde quisiera eso provocaría la distracción, la confusión y la dispersión. Orientarse hacia ese primer templo es un acto de unidad y unificación y es verdadera devoción.

Se nos dice además que existe un momento definido para hacer cada oración, incluso determinado al minuto. El momento de la oración obligatoria de la mañana es entre el alba y la salida del sol, y realizarla un minuto antes del alba o un minuto después de la salida del sol la vuelve inválida. No podemos ofrecer la excusa de estar dormidos a esa hora, porque esto no tiene sentido para Dios, para Quien todas las horas son lo mismo. El sentido de tomar en cuenta especialmente el tiempo es para educar a los seres humanos. La misma puntualidad se aplica también a las oraciones del mediodía, media tarde, ocaso y noche.

Oración, adoración y devoción son inseparables. Durante la oración ustedes no son libres de hacer lo que quieran, como llorar por el recuerdo de algo desagradable, o reírse por el recuerdo de un incidente gracioso. La oración es el control de los sentimientos. Uno no puede volverse hacia los lados sino mirar al frente, ni tampoco andar mirando cualquier cosa que atraiga nuestra atención. No nos está permitido comer ni beber durante la plegaria. Todas estas distracciones son contrarias al espíritu de la devoción que requiere total autocontrol, atención y conciencia de lo que se hace.

Otro punto es el control del cuerpo. Movimientos innecesarios de los miembros en la posición de parado, o durante la inclinación o la prosternación, no están permitidos. Todo el cuerpo debe estar calmo y estable antes de que se pronuncie la frase Alláhu Akbar (que da comienzo formal a la oración). Si ustedes sienten dolor en alguna parte del cuerpo, descansen por un rato antes de comenzar la oración.

Luego nos dirigimos a otras partes de la oración que implican estar atentos sólo a Dios, hasta que pronunciamos la frase: “La paz sea con vosotros y con los justos siervos de Dios” (con lo cual se clausura la plegaria). Esta es una declaración de paz y de buena voluntad dirigida a todos los seres virtuosos.

Todo esto es ver la devoción a Dios como algo educativo y formador. En los asuntos del espíritu cuanto más uno se olvida de su ego, mejor es, pero desde un punto de vista social uno jamás debe olvidar a los demás.

En el primer capítulo del Sagrado Corán (la surah Al-Fatihah), que pronunciamos obligatoriamente en cada oración, leemos: “Sólo a Tí (Dios) adoramos, y sólo a Tí imploramos ayuda” (1:4). Nótese que no usamos aquí el pronombre “yo” sino “nosotros”, para indicar que todos los musulmanes están interrelacionados en una comunidad islámica. En el Islam “yo” es siempre reemplazado por “nosotros”. Todas estas son lecciones para aprender. Cuando decimos Alláhu Akbar (Dios es el Más Grande, para iniciar la oración), ¿estamos expresando nuestro temor a Dios? Es natural para el ser humano sentir temor de algo que es grande, sea una montaña, o el mar, o una persona poderosa. Pero cuando decimos “Dios es el Más Grande”, ya nada ni nadie puede atemorizarnos con su grandeza, porque Dios es Más Grande que cualquier cosa que podamos imaginar, todo es insignificante comparado con El.

Dijo el Imam ‘Alí (P) (comentando el significado de esta expresión en la oración): “Se ha magnificado el Creador en sus almas, y se ha empequeñecido todo otro que El ante sus ojos”.

La pequeñez y la grandeza son, desde luego, relativas. Si ustedes estaban en un lugar pequeño antes de venir aquí, este salón les parecerá muy amplio y grande, y lo contrario también es cierto. De la misma forma, aquellos que están bien al tanto de la Grandeza incomparable de Dios, ven insignificantes todas las cosas. Sa‘di dice que para los místicos nada existe salvo Dios, y que sólo aquellos que comprenden la verdad realizan el significado de sus palabras, mientras que los demás los critican por ellas. El entonces pregunta: “Si nada existe excepto Dios, entonces ¿qué son los cielos y la tierra, los hombres y los animales?” Y él mismo responde a esta pregunta diciendo que todas estas cosas son demasiado pequeñas para decir que existen cuando se las compara con la Existencia divina, y compara entonces la situación de todas las cosas como la de una gota frente al océano, o de una mota polvo en aire con el sol que la ilumina.

Cuando ustedes pronuncian la frase “Dios es el Más Grande” con toda sinceridad, Su Grandeza se personifica delante vuestro y entonces ninguna cosa adquiere ya significancia como para ser temida o elogiada. De esta forma es que la devoción a Dios nos conduce a la libertad; nos convertimos en siervos de Dios, y al hacerlo nos liberamos de cualquier otra servidumbre y esclavitud. Cada una de estas frases: “Glorificado sea Dios. La alabanza sea con Dios. Glorificado sea Dios y en Su alabanza. Dios es el Más Grande”, que se pronuncian durante la oración poseen un significado que ilustra sobre la Grandeza divina. Y lo mismo con otras muchas frases utilizadas en la plegaria.

Alguien le preguntó cierta vez a ‘Alí (P): “¿Por qué en cada ciclo de la oración obligatoria hay dos prosternaciones y solamente una inclinación?” Y como ustedes desde luego saben, la prosternación indica mejor la humildad que la inclinación, pues en ella la cabeza, que es la parte más noble del cuerpo, queda colocada en el lugar más bajo, apoyada en el suelo, como signo claro de humildad y devoción.

Como respuesta ‘Alí (P) le dijo: “En la primera prosternación os estáis recordando a vosotros mismos que estáis hechos de tierra y polvo, y en la segunda que vais a morir y retornar al polvo, y levantando vuestra cabeza una vez más pensaréis en el Día (de la Resurrección) en que seréis resucitados para la vida futura”.

Déjenme decir también en conexión con la importancia de las oraciones diarias obligatorias, que cada uno de vosotros es responsable no sólo por la realización de sus propios actos de devoción, sino también por los de otros miembros de su familia. Esta recomendación fue dirigida al Profeta (BPD): “Ordena a tu familia a orar y sé perseverante en ello” (20:132). Esta orden no es solamente para el Profeta, todos nosotros estamos obligados por ella.

¿Qué hay acerca de los niños? Se los debe instruir para realizar la oración ritual desde la niñez? El mandato (de la ley islámica) es que a los niños se les debe enseñar a ejecutar la oración desde la edad de siete años. Ellos no pueden, desde luego, pronunciar todas las frases todavía con corrección, pero pueden ser educados a observar las formas de la plegaria como un hábito cuando se inicia su educación elemental. Y es preciso recordar, sin embargo, que no se debe usar la fuerza en este asunto, sino que se les debe alentar a ello y darles la oportunidad de realizarla voluntariamente. Hay muchas formas de estimulación, tales como el elogio, la recompensa, mostrarles mayor afecto y proveerles además de un ambiente que los dirija a tal comportamiento.

Llevar a un niño a la oración colectiva en la mezquita es una forma de estímulo y educación religiosa. Incluso los adultos se ven grandemente influenciados por el espíritu de la adoración en grupo. La negligencia en realizar visitas habituales a los lugares de devoción provocan una frecuente falta de inclinación hacia la oración. Y esto es especialmente cierto en el caso de los niños que no han sido educados para considerarlo un deber religioso, y que cuando alcanzan la madurez permanecen en una total indiferencia hacia ello. Si la objeción que se plantea a esto es que las mezquitas no están a menudo lo suficientemente limpias como para atraer a la gente, o que los sermones son a veces aburridos, estos son asuntos que pueden ser remediados y no son una razón válida para ignorar el deber religioso. Dice el Sagrado Corán: “¿Qué es lo que os ha conducido al Infierno? Responderán: ‘No éramos de los que orábamos, no dábamos de comer a los pobres, y parloteábamos vanidades con los charlatanes’” (74:43-46)

Ahora ustedes pueden comprender por qué en el Islam la oración ha sido llamada “pilar de la religión” por el Profeta: porque todo será aceptado del creyente sólo cuando la oración sea correctamente realizada. En el último momento de su vida, ‘Alí (P) invitó a la gente a tomar muy en serio esta recomendación del Profeta (BPD). Ustedes habrán escuchado que el día de Ashura (10 del mes de Muharram), el martirio del Imam Husain (P) tuvo lugar por la tarde, por lo que al mediodía la mayoría de los parientes del Imam y sus compañeros estaban todavía vivos, y sólo unos treinta de ellos habían muerto antes del mediodía de esa jornada. Uno de los compañeros del Imam notó de repente que era el mediodía y que había llegado el momento de realizar la oración de ese momento. Rogó entonces al Imam la realización de una oración colectiva por última vez. El Imam estuvo de acuerdo y dijo: “Tú has recordado tu oración obligatoria, quiera Dios hacerte por ello un hombre devoto en la plegaria”.

Convenía a la situación que el Imam le hablara a este guerrero de este modo. Rápidamente ellos realizaron la oración obligatoria en conjunto en el campo de batalla, una oración que se llama en la jurisprudencia islámica “la oración del temor” (por el acecho del enemigo) y que se compone de sólo dos ciclos en lugar de los cuatro habituales, puesto que debe abreviarse para mantener la defensa contra el enemigo. La mitad del ejército ora y la otra mitad permanece alerta ante la posibilidad de un ataque del enemigo. Luego ambos grupos intercambian sus lugares cumpliendo así el deber militar y el religioso.

El Imam Husain (P) realizó la oración obligatoria de esta manera, no demasiado lejos de la línea del enemigo. El desvergonzado contrincante no los dejó tranquilos ni en ese momento, y continuaron su asedio con flechas y lanzas, y hasta con improperios, escarneciendo a estos devotos combatientes. Dos de los hombres que flanqueaban al Imam fueron abatidos por las flechas enemigas. Uno de ellos fue Sa‘íd ibn Abdullah Al-Hanafi que agonizaba cuando el Imam terminó la oración. El Imam se acercó a él y Sa‘íd le dijo: “Abu Abdallah, ¿he cumplido con mi deber?”, significando que no deseaba nada más de este mundo.

Esta fue la oración del Imam Husain (P) en Karbalá. Luego en el campo de batalla, él estaba inclinado hacia adelante cuando recibió una flecha en el pecho que le atravesó hasta salir por la espalda. En su abatimiento, con el costado derecho de su cara sobre la tierra, porque no podía apoyar su frente sobre el piso por como había caído de su caballo, en ese momento dijo: “En el Nombre de Dios y por Dios, y en la religión del Mensajero de Dios. No hay poder ni fuerza sino en Dios, el Altísimo, el Infinito. Bendiga Dios a Muhammad y a su descendencia purificada y ennoblecida.

Para terminar, ruego a Dios que nos conceda un final feliz, y la gracia de adorarlo y servirle, que nos haga verdaderos cumplidores de la oración prescripta, que purifique nuestras intenciones, que nos proteja de los genios y los hombres, y dé la salvación a nuestros muertos.

Fuente: DISCURSOS ESPIRITUALES; Conferencias sobre la dimensión espiritual del Islam; Editorial Elhame Shargh

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         [1] La palabra adulterio, en árabe zina, se refiere en la ley islámica a la cohabitación del hombre con la mujer sin estar casados. La misma palabra designa al adulterio, que es el caso en que una o ambas de las partes están a su vez casados con otra persona, como a la fornicación, que es cuando no lo están. Esta última tiene una pena más leve, pero el adulterio se castiga con la muerte tanto del hombre como de la mujer. (Nota del traductor al español)

         [2] Es doctrina en el Islam que los Profetas y sus sucesores los Imames, como ejemplos vivos para el género humano de una conducta pura y del beneficio de la fe y de seguir el Mensaje divino, no cometen ninguna falta o pecado, ni grande ni pequeño. Si lo hicieran ello ensombrecería su misión. (Nota del traductor al español)

         [3] Aquí no se menciona la otra respuesta, aunque se la va desarrollando en lo que sigue, y ésta es la importante para el caso. Los Profetas e Imames están exentos de cometer faltas porque ellos poseen el más elevado grado de conciencia y de fe, y si bien son hombres con impulsos y deseos como los demás, su perfecta visión de la realidad les permite ver las consecuencias de la falta y los apartan de ella. Ellos deciden así libremente, por su fe, pureza y conciencia, apartarse de toda falta. (Nota del traductor al español)

[4] “Hombres a quienes el comercio y la venta no lo distraen del recuerdo de Dios” (25:37).

[5] Lo que quiere decir aquí es que la purificación de la ablución es una preparación para la oración, que es el vínculo con Dios; pero que el recuerdo constante de Dios y el temerLe (taqua), constituyen el grado más perfecto de la oración, y la mayor proximidad a Dios. (Nota del traductor al español)

[6] El zakat o el jumus son los impuestos sobre la riqueza de las personas que se utilizan para la caridad, el beneficio de la comunidad o la expansión de la verdad, según está prescripto por la ley islámica. Todos los actos de devoción forman una unidad, si se falta a uno de ellos, la unidad es incompleta y no sirve. Si no se cumple con la caridad obligatoria (zakat) según las posibilidades, las oraciones pierden su valor. (Nota del traductor al español)

[7] “Por cierto que el primer templo erigido para la humanidad es el del valle de Bakkah, lugar de bendición y guía para la humanidad” (3:96).

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