Por: Ricardo H. S. Elía
«Es en Oriente donde debemos buscar el romanticismo supremo».
Friedrich von Schlegel,
orientalista alemán.
El Orientalismo se ha definido como la ciencia que estudia la civilización de los pueblos orientales. Pero en la práctica, el orientalismo se ha dedicado exclusivamente a conocer el pensamiento y la cultura del mundo islámico, ya que los investigadores en otras regiones orientales han pasado a tener una denominación específica: indianistas, sinólogos, etc.
La pasión por la Egiptología hacia fines del siglo XVIII, la fundación de escuelas de estudios orientales y, principalmente, la expedición de Bonaparte a Egipto en 1798, hizo que el Oriente fuera conocido y admirado por el gran público europeo. Originalmente, el Orientalismo fue una tendencia romántica. Así, desde 1800, Friedrich von Schlegel (1772-1829) proclama la alianza de lo gótico y el orientalismo contra lo clásico. Paralelamente, los albums ilustrados del grabador Dominique Vivien Denon (1747-1825) sobre el antiguo y moderno Egipto y las pinturas de la campaña napoleónica en el país del Nilo a cargo de Girodet de Roucy-Trioson, llamado Anne-Louis Girodet (1767-1824), del barón Antoine Jean de Gros (1771-1835) y de muchos otros, posibilitó la fundación del movimiento pictórico orientalista.
No fue ninguna casualidad que Víctor Hugo (1802-1885), el memorable autor de «Los miserables» (1862), manifestara con convicción: «El orientalismo, bien como imagen o como pensamiento, se ha convertido en una especie de preocupación general».
Igualmente, cuando en 1888 el pintor impresionista neerlandés Vincent Van Gogh (1853-1890) se trasladó a Arles, al sentir por primera vez sobre su piel y sus ojos el sol de la Provenza francesa, exclamó: «¡Esto es el Oriente!» (allí pintaría más de 250 paisajes y retratos, entre los que se encuentran sus obras más importantes: «Autorretrato con la oreja cortada»; «La arlesiana», «El olivar»; «El puente del inglés en Arles», «El campo de trigo amarillo», etc.; véase Franck Elgar: Van Gogh, Hazan, París, 1996 —con CD). Con él, todavía Oriente obsesionaba apasionadamente a los europeos.
Es claro que no sólo el sol era Oriente para ellos. Oriente, o sea, el Islam y los musulmanes, era todo aquello de lo que tenían poco o nada: sol, calor, mística, altruismo; y muchas otras cosas que eran puras invenciones de la sinrazón del sentimiento, como «el exotismo» y «la voluptuosidad» de pueblos y tradiciones que a duras penas lograron percibir y casi nunca llegaron a comprender en su real dimensión (cfr. José Antonio González Alcantud: La extraña seducción. Variaciones sobre el imaginario exótico de Occidente, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1993).
En este contexto, se puede afirmar que «Europa se ha desplazado hacia el Islam, no de manera esporádica, sino planeando iniciativas y proyectos de largo alcance, en el contexto de dos fenómenos históricos concretos: las Cruzadas y el colonialismo. Esto fomenta ante todo el asentamiento de la presencia europea en el mundo musulmán, pero le permite traer también, como en camino «de vuelta», manifestaciones islámicas diversas que se propagan y aclimatan a su manera» (Martínez Montávez y Ruíz Bravo-Villasante: Europa Islámica. O. cit., p. 36).
Los pintores-viajeros que recorrieron durante el siglo XIX principalmente, grandes extensiones del Mundo Musulmán, de España, de Venecia y del Egeo (regiones localizadas por esta concepción dentro del mundo oriental), fueron muchas veces inspirados por obras literarias como «Las aventuras del último Abencerraje» de François René, vizconde Chateaubriand (1768-1848), «Cuentos de la Alhambra» de Washington Irving (1783-1859), «Sardanápalo» de Lord Byron (1788-1824), «Lala Rookh» de Thomas Moore (1779-1852), «Salammbó» de Gustave Flaubert (1821-1880), «La novela de la momia» de Théophile Gautier (1811-1872) y «Los orientales» de Victor Hugo (1802-1885).
Muchos también viajaron buscando elementos y paisajes bíblicos para satisfacer a la Inglaterra victoriana, en la cual estaba en pleno auge un renacimiento religioso que privilegiaba los temas históricos, plasmados por pintores como Lord Leighton (1830-1896), Sir Lawrence Alma-Tadema (1836-1912) y Sir Edward John Poynter (1836-1919). Pero esos británicos, franceses, austriacos, alemanes e italianos, encontrarían un mundo bien distinto al de sus imaginaciones previas. Serían deslumbrados por la luz cegadora de los desiertos, los colores intensos y los olores fuertes de las ciudades del Magreb, Egipto y Andalucía (en contraste con sus lúgubres, grisáceas e inodoras ciudades industrializadas del norte de Europa), y por personajes y ámbitos desconocidos a lo que dieron sus invariables calificativos: «misterio», «fatalismo», «exótico», etc. Finalmente, descubrirían que detrás de todo ese universo estaba el Islam con su civilización milenaria, su cultura y su pensamiento, los que le provocó todo tipo de reacciones, no siempre negativas como veremos.
El pintar en los escenarios naturales orientales tenía sus dificultades. La lógica y natural hostilidad de la población musulmana hacia los europeos durante la época de mayor expansión imperialista, particularmente en lugares sagrados y remotos, el ataque de bandidos, el calor, que arruina las pinturas, y las bulliciosas y curiosas multitudes en calles estrechas hacían muy complicada la realización artística. Por eso, estos pintores-viajeros dibujaban de prisa con tiza, tinta o acuarela, ésta última una técnica que se desarrollo a principios del siglo XIX (la Sociedad de Acuarelistas de Inglaterra se fundó en 1804).
Sus obras serían expuestas con un éxito sensacional en los grandes salones europeos, como la Royal Academy de Londres y el Salón de París, más tarde llamado «Salón de la Sociedad de Artistas Franceses». Por su parte el pintor francés Prosper Marilhat (1811-1847) obtuvo el permiso para exhibir sus trabajos en Alejandría y su colega Jules Laurens (1825-1901) sería premiado por notables persas al exponer sus obras en Teherán.
Hemos tratado de seleccionar para esta breve relación, a los pintores orientalistas más representativos. Véase René Tavernier: Tentation de l’Orient, Albin Michel, parís, 1977; Auguste Botte: Lynne Thornton: The Orientalists. Painter-Travellers, ACR PocheCouleur, París, 1994; Lynne Thornton; Les Africanistes Peintres Voyageurs, ACR, 1994; Lynn Thornton: Women as Portrayed in Orientalist Painting, ACR PocheCouleur, París, 1994; Christine Peltre: Les Orientalistes, Hazan, París, 1997).
La pintura orientalista llegó a influir a artistas de otras escuelas, como el austriaco Gustav Klimt (1862-1918) —cfr. Frank Whitford: Gustav Klimt, Brockhampton Press, Londres, 1993—, el alemán August Macke (1887-1914) o el suizo Paul Klee (1879-1940).
Carl Werner (1808-1894) fue alumno en la Academia de Leipzig de Schnorr von Carolsfeld (1794-1872), un pintor histórico ligado a la Escuela nazarena, precursora de los prerrafaelistas del siglo XIX, junto a Cornelius, Overbeck, Schadow y Veit. Junto a sus frecuentes a Inglaterra, en 1856-57 realizó una exhaustiva gira por Andalucía seguida de un extenso viaje a Egipto y Palestina en 1862 y 1864. Sus obras más importantes son: «La Roca Sagrada de Jerusalén», «La Mezquita de Damasco», «La Puerta de la Justicia en El Cairo» y «El Jordán cerca de Jericó».
Gustav Bauernfeind nació en Sulz-am-Neckar en 1848. Sus tempranos estudios de arquitectura le serían sumamente útiles para sus posteriores trabajos pictóricos de templos y mezquitas. Después de ganar un premio en una competencia de acuarelistas en la Opera de Bayreuth (Baviera), auspiciada por el soberano bávaro Ludwig II de Wittelsbach (1845-1886), protector de las artes, pudo realizar un viejo anhelo: conocer Egipto, Siria, Líbano y Palestina. Este viaje de 1880 lo inició en el orientalismo con pinturas como «Ruinas del Templo de Baalbeck», adquirida por la Neue Pinakothek de Munich. En posteriores trabajos, como «Escena callejera de Jaffa», «Puerta de la Gran Mezquita de Damasco», «Escena callejera de Jerusalén», «A la entrada del Templo del Monte» o «Jerusalén», Bauerfeind muestra su estilo sobrio que no busca tornar encantador el ambiente sino rescatar su esencia natural. Hacia 1898, este autor se radicó con su familia en Jerusalén, pero luego de un agotador viaje a Beirut, su débil corazón no resistió y falleció en 1904 cerca de su siempre añorada Cúpula de la Roca. Su colega y compatriota Carl Haag (1820-1915) realizó importantes obras durante su estadía en Egipto y Palestina.
Rudolf Ernst (1854-1932) fue hijo del pintor arquitectónico Leopold Ernst, miembro de la Academia de Viena. Viajó mucho por Andalucía, Marruecos y Turquía. Desde 1885, sus pinturas serán exclusivamente orientalistas, con temas marroquíes, turcos e hispanomusulmanes, como «Alumnos de una escuela coránica tomando un refrigerio», «Después de la oración», «La favorita», «Acumulando rosas», «Mujeres hilando, Marruecos», «El Hammam».
Ludwig Deutsch (1855-1935) es, sin lugar a dudas, el más importante de los orientalistas austriacos. Aunque poco se sabe de sus frecuentes viajes a Egipto, sus propios trabajos se encargan de disiparnos las dudas sobre sus conocimientos sobre la civilización islámica en el país del Nilo, dotados de una prestancia y una técnica pocas veces logradas: «La tumba del califa» (1884), «El Azhar, la universidad árabe de El Cairo» (1890), «La guardia del palacio» (1896), «Los eruditos» (1901) y «En la plegaria» (1923). Otros representantes de esta escuela son Leopold Carl Müller (1834-1892) y Charles Wilda (1854-1907).
John Frederick Lewis (1805-1876) fue hijo del grabador Frederick Christian Lewis y coincide con el gran pintor romántico y orientalista escocés David Roberts (1796-1864) en su recorrido por España en 1832. Este pintor inglés permanecería en la Península hasta 1834, realizando numerosas dibujos y acuarelas sobre la Alhambra y Granada. Por esta razón fue llamado «Spanish» («El español») Lewis. A pesar del comentario del influyente crítico francés Théophile Gautier, que lo definió como una combinación de «paciencia china y delicadeza persa», Lewis fue poco conocido fuera de su país. A diferencia de sus colegas-viajeros contemporáneos, nunca escribió libros ni cartas sobre sus viajes, a pesar de permanecer más de once años en el Oriente (Turquía y Egipto). Allí adoptó costumbres musulmanas y vistió ropas otomanas. Sus obras reflejan su carácter talentoso, introvertido y disciplinado: «La Alhambra y Sierra Nevada desde el peinador de la Reina» (1834), «La Alhambra desde la alameda del Darro» (1834), «El escribano público» (1852), «La tienda de kebab, Scutari, Asia menor» (1858), «Una escuela musulmana en un barrio de El Cairo» (1865), «En el jardín del bey, Asia menor» (1865), «Un Bey Mameluco, Egipto» (1868), «Interior de la Mezquita, después de la plegaria» (1870), «Una vista de la calle y la Mezquita de Ghureyah» (1876).
Un párrafo especial merecen los artistas británicos que viajaron a la India en los siglos XVII, XVIII y XIX. Entre los numerosos nombres sobresalen los de Robert Home (1752-1834), llegado a Madrás en 1791, famoso por sus trabajos sobre el sultanato de Mysore, y George Chinnery (1774-1852), que visitó Madrás, Dacca, Calcuta y China (cfr. Pheroza Godrej y Pauline Rohatgi: Scenic Splendours. India through the printed image, The British Library, Londres, 1989; Patrick Conner: George Chinnery 1774-1852. Artist of India and the China Coast, Antique Collectors’ Club Ltd., Suffolk, 1993).
Sir William Allan (1782-1850), William Wyld (1806-1889), Edward Lear (1812-1888), Thomas Seddon (1821-1856), Frank Dillon (1823-1909), Charles Robertson (1844-1891), Sir Frank Dicksee (1853-1928), Arthur Melville (1855-1904), Robert Talbot Kelly (1861-1934), Augustus Osborne Lamplough (1877-1930), Sir Francis Brangwyn (1867-1956) y Edmund Dulac (1882-1953) —famoso por sus ilustraciones de «The Arabian Nights» (1907), «The Rubaiyat of Omar Khayyam» (1909) y «Sinbad the Sailor» (1914)—, son otros destacados representantes de esta escuela (cfr. Gerald M. Akerman: Les Orientalistes de l’ecole britannique, ACR, París, 1991).
Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854) será el primer gran pintor orientalista y paisajista romántico español, célebre por su colección de litografías «España artística y monumental» y óleos como «Gargantas de las Alpujarras»
Mariano Fortuny y Marsal (Reus, Cataluña, 1838-Roma, 1874) tuvo una sólida educación estudiando en Barcelona, París y Roma. Viaja a menudo por Andalucía y Marruecos y hacia 1870 pasa una larga temporada con su familia en Granada donde se reúne con intelectuales llegados de toda España y Europa. Su concepto del orientalismo pictórico influirá decisivamente en todos los artistas europeos de la época: «Fantasía árabe» (1867), «Una justicia en la Alhambra» (1871). Otros pintores importantes de esta escuela fueron Francisco Lameyer (1825-1877), Antonio María Fabrés y Costa (Gracia, Barcelona, 1855-Roma 1938), José Gallegos y Arnosa (Jerez de la Frontera, 1859-Anzio 1917), Manuel Gómez-Moreno González (1834-1918) y José Larrocha (1850-1933), un académico granadino que en 1916 se traslada a Buenos Aires, donde ejerce la docencia hasta su muerte (cfr. Pintura orientalista española 1830-1930, Fundación Banco Exterior, Madrid, 1988).
Los miembros de la escuela francesa son los más numerosos y los más ricos en producción y calidad artística. Esta fue la escuela pionera en la materia. Ya desde fines del siglo XVII, numerosos pintores como Jean Baptiste Van Mour (1671-1737), Nicolas Lancret (1690-1747); Jean-Etienne Liotard (1702-1789), Jacques André Joseph Aved (1702-1766); François Boucher (1703-1770); Carle André Van Loo (1705-1765), Antoine de Favray (1706-1798), Joseph-Marie Vien (1716-1809) y Jean-Honoré Fragonard (1730-1806) sucumbieron ante la fiebre de la turcomanía, tan en boga en Francia durante todo el siglo XVIII, y plasmaron todo tipo de turqueries (cfr. Auguste Boppe: Les Peintres du Bosphore au XVIIIe Siècle, ACR, París, 1989).
León Belly (1827-1877), por ejemplo, realizó una de las más famosas obras maestras de la pintura orientalista, la titulada «Peregrinos camino de La Meca» (1861), la cual fue comprada por el Estado francés, colgada en el Museo de Luxemburgo hasta 1881, y actualmente exhibida en el Museo d’Orsay, a la vera del Sena.
Eugène Flandin (1803-1876) fue enviado por el Instituto de Civilizaciones Orientales a Teherán en 1840, acompañando a la misión diplomática francesa ante el shah qayar Muhammad (g. 1835-1848). Flandin tuvo la oportunidad de visitar ciudades desconocidas para los europeos decimonónicos, como Hamadán, Isfahán, Kermanshah, Persépolis y Shiraz. En su viaje de retorno a Francia visitó Mosul, Alepo y Estambul. Estos periplos se tradujeron en obras significativas: «Isfahán», «Entrada a la Gran Mezquita de la Plaza del Shah Abbás» y «En las cercanías de la Gran Mezquita de Constantinopla», que fueron presentadas en el Salón de París en 1853.
El más importante miembro de esta escuela fue Jean-Léon Gerome (1824-1904). Comenzó estudiando en las Escuela de Bellas Artes de París y en el atelier del pintor histórico y muralista Paul Delaroche (1797-1856). Gerome fue a Egipto en 1856, donde realizaría un viaje por el Nilo con unos amigos que duraría cuatro meses, permaneciendo otros cuatro en El Cairo donde quedaría fascinado con su arquitectura islámica. Gerome, gran viajero, haría más tarde visitas a Turquía, Grecia, Palestina, España, Argelia, Italia y Mesopotamia. Uno de sus trabajos más interesantes es el titulado «La tumba del sultán», realizado en Karbalá, Irak (conservado hoy día en la Sociedad de Bellas Artes de Londres), en el santuario de Husain Ibn Alí, mártir del Islam y nieto del Profeta Muhammad. En la vigorosa escena plasmada por el pintor francés impactan la devoción de los peregrinos musulmanes que rinden homenaje al héroe del shiísmo y la intensidad de los colores —rojo, amarillo y verde—. Otras realizaciones como: «Mercader de pieles de El Cairo» y «Saliendo de la mezquita» demuestran que Gerome no sólo fue uno de los más famosos pintores orientalistas sino también uno de los plásticos más importantes del siglo XIX (cfr. Gerald M. Ackerman: Jean-Léon Gerome, sa vie, son oeuvre, ACR, París, 1997.
Jules Laurens (1825-1901) estudió en la escuela de Bellas Artes de Montpellier. Hacia 1846 tuvo la buena suerte de ser invitado a acompañar al geógrafo Xavier Hommaire de Hell (1812-1848) a una misión diplomática a Turquía y Persia. Ambos partieron en septiembre de ese año, pasando por Malta, Esmirna y Estambul, donde Laurens dibujó mezquitas, fuentes, costumbres y retratos. Recién en julio de 1847 (luego de haber visitado Bulgaria, Moldavia y Brusa), partieron para Persia, atravesando Trebisonda, Erzurum y Tabriz hasta Teherán, donde llegaron en febrero de 1848. Luego de recorrer Mazandarán, Jorasán e Isfahán, Hommaire de Hell, muy debilitado por el viaje y casi ciego por el sol, murió en Nueva volfá, el barrio armenio de Isfahán. Laurens volvió a París en 1850 con una gran cantidad de magníficos trabajos: «Ruinas del palacio Ashraf, provincia de Mazandarán», «Invierno en Persia», «Lago Van y fortaleza, Armenia», etc.,, que ilustraron revistas como «L’Ilustration» y «Le Tour du Monde» y engrosaron las colecciones de la Escuela de Bellas Artes de París y de los museos de Carpentras y Avignon.
Por su parte, Etienne Dinet (1861-1929) viajó intensamente por Argelia desde 1884. En 1904 se radicó en la población argelina de Bou-Saada. Aprendió a escribir y hablar fluídamente el árabe y en 1913 se convirtió al Islam, adoptando el nombre de Hayy Naseruddín Dinet luego de realizar la peregrinación a La Meca en 1929, poco antes de su muerte. Uno de sus alumnos fue el gran miniaturista argelino Muhammad Racim (1896-1975). Sus trabajos reflejan las características de la civilización musulmana argelina y el hondo misticismo del Islam. Muchas de sus pinturas ilustraron sus propios libros, como «La vida de Muhammad, profeta de Allah» y «Peregrinación a la Casa Sagrada de Allah», su obra póstuma publicada en 1930 (cfr. Denise Brahimi y Koudir Benchikou: La Vie et l’Oeuvre d’Etienne Dinet, ACR, París, 1994).
Otros grandes pintores orientalistas franceses fueron Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867), Horace Vernet (1789-1863), Eugène Delacroix (1798-1863), Alexandre-Gabriel Decamps (1803-1860), Adrien Dauzats (1804-1868), Charles-Emile Vacher de Tournemine (1812-1872), Théodore Frere (1814-1888), Hippolyte Lazerges (1817-1887), Théodore Chasseriau (1819-1856), Eugène-Samuel-Auguste Fromentin (1820-1876), Emile Vernet-Lecomte (1821-1900), Alfred Dehodencq (1822-1882), Gustave Boulanger (1824-1888), Victor Huguet (1835-1902), Georges Clairin (1843-1919), Jean Lecomte du Nouw (1842-1923), Benjamin-Constant (1845-1902), Eugène Girardet (1853-1907) y Henri Regnault (1843-1871), autor del óleo conservado en el Museo del Louvre: «Ejecución sumaria bajo los reyes moros de Granada (1870), que vivió fascinado por la Alhambra y los temas andalusíes, y murió combatiendo en la batalla de Buzenval (19 de enero de 1871), en la postrimería de la guerra franco-alemana.
Véase E. Delacroix: Viaje a Marruecos y Andalucía, acuarelas y dibujos publicados con una introducción y notas de André Joubin, Olañeta, Barcelona, 1984; Félix Marcilhac: Les Orientalistes: Jacques Majorelle, ACR, París, 1987; James Thompson y Barbara Wright: Les Orientalistes: Eugène Fromentin, ACR, París, 1987; Jean-Claude Berchet: Le Voyage en Orient. Anthologie des voyageurs français dans le levant au XIX siècle, Robert Laffont, París, 1994; Alain Daguerre de Hureaux y Stéphane Guégan: l’ABCdaire de Delacroix et l’Orient, Flammarion/Institut du Monde Arabe, París, 1994).
Arthur von Ferraris nacido en Galkovitz en 1856 fue alumno en Viena del famoso retratista Jospeh Matthaus y luego en París bajo la dirección de Jean-Léon Gerome. Sus numerosos trabajos reflejan un depurado estilo y las influencias de las escuelas alemana y austríaca en cuanto a luminosidad y perfección figurativa: «En la Mezquita al-Azhar de El Cairo» (1889), «Recitando el Corán» (1889), «Bazar de El Cairo» (1890), Visita al Gran Sheij de la Universidad de El Cairo» (1890), «Un descendiente del Profeta» (1891), «El Beduino y el Vendedor de Armas» (1893). Desde 1894, este artista expuso sus obras en Berlín, y entre 1904 y 1908 las envió a Düsseldorf y Munich.
Alberto Pasini (1826-1899) se educó en Parma y París. En la capital gala Pasini entablaría una fructífera amistad con el pintor orientalista Théodore Chassériau quien lo recomendó al diplomático Prosper Bourée, que estaba listo para partir hacia Persia en una misión especial relacionada con la Guerra de Crimea. Pasini fue invitado a acompañar la delegación como pintor oficial de la misma junto al célebre diplomático y orientalista Joseph-Arthur, conde de Gobineau (1816-1882). En marzo de 1855, Pasini cruzó Egipto, Arabia, Yemen y el Golfo Pérsico, llegando finalmente a Irán donde permaneció durante un año y medio. Pasini continuó viajando: Estambul en 1868-69, Asia menor, Siria y Líbano en 1873, frecuentes visitas a Venecia, y dos giras por España, una en companía de Jean-Léon Gerome y Albert Aublet. Sus óleos son un fiel espejo de sus viajes: «La llegada del Pashá», «Mercado de Constantinopla», «Jinetes Sirios descansando a la entrada del Bazar».
La escuela italiana tuvo importantes cultores como Francesco Giuseppe Casanova (Londres, 1727-Bruhl, Austria, 1802), Gaspare Fossati (1809-1883), Amadeo Preziosi (La Valetta, Malta, 1816-Estambul, 1882), Felice Cerruti-Beauduc (1817-1896), Stefano Ussi (1822-1901), Domenico Morelli (1826-1901), Cesare Maccari (1840-1919), Cesare Biseo (1843-1909), Hermann David Salomon Corrodi (1844-1905), Gustavo Simoni (1846-1926), Enrico Tarenghi (1848-?), Francesco Coleman (1851-1913), Giuseppe Signorini (1857-1932), Giuseppe Aureli (1858-1929), Giulio Rosati (1858-1917), Alberto Rossi (1858-1936), Fabio Fabbi (1861-1946), Francesco Ballesio (1861-1923), Maria Martinetti (1864-?), Filippo Baratti (en actividad entre 1868-1901), Filippo Bartolini (activo en Roma entre 1861-1908), Umberto Cacciarelli (activo en Roma entre 1880-1909), Paolino Pavesi-Bulbi (activo en Roma a fines del siglo XIX), Ettore Simonetti (activo en Roma a fines del siglo XIX), Annibale Scognamiglio (activo en Nápoles y Alejandría a fines del siglo XIX), Amedeo Momo Simonetti (1874-1922), Roberto Raimondi (1877-1957), Alberto Rosati (1893-1971).
Véase: Caroline Juler: Les Orientalistes de l’Ecole Italienne, ACR PocheCouleur, París, 1994.
Frederick Arthur Bridgman (1847-1928), nacido en Tuskegee (Alabama), fue el pionero de la pintura orientalista norteamericana y realizó varios viajes a Egipto y Argelia entre 1870 y 1880. También escribió un libro, Winter in Algiers («Invierno en Argel»), —publicado por Harper Brothers, Nueva York, 1890—, que fue ilustrado con sus pinturas. En París, Bridgman se instaló en el Boulevard Malesherbes, un poco más arriba del Parque Monceau, área de artistas y académicos, donde realizó muchos de sus trabajos sobre la vida cotidiana en Argelia: «En la terraza», En el patio, El Biar»,«Villa morisca en El Biar», «Bey de Constantina recibiendo a los invitados», etc. Participó con sus obras en las Exposiciones Universales de 1878, 1889 y 1900 y se radicó definitivamente en Francia, falleciendo en la ciudad de Rouen (la antigua Rotomagus).
Su compatriota John Singer Sargent (1856-1925), nacido en Florencia (Italia), vivió la mayor parte del tiempo en París y Londres. Fue también un pintor muralista que pintó escenas victorianas y temas bélicos de la primera guerra mundial. Su inquietud orientalista se hizo conocida a través del óleo «Humo de ámbar gris», realizado en Tánger (Marruecos) hacia 1880 (cfr. Gerald M. Akerman: Les Orientalistes de l’Ecole Américaine, ACR, París, 1994).
Stanislas von Chlebowski (1835-1884) estudió en San Petersburgo, Munich y París. Luego de viajar por Europa, recibió el raro privilegio de pintar para la corte del sultán otomano Abdul Aziz (g. 1861-1876), durante doce años a partir de 1864. Pintó episodios de la historia otomana como «El sultán Ahmad III cazando» y «Muhammad II entrando en Estambul» (Museo de Cracovia). En 1866, retrató al líder musulmán argelino Abd al-Qadir (ver aparte) en su exilio de Damasco.
Rudolf Weisse, nacido en Usti, Bohemia, en 1869 (sin datos sobre su deceso), recibió una fuerte influencia de los austriacos Rudolf Ernst y Ludwig Deutsch. Su obra más conocida es «Rezando en la Mezquita». Weisse no debe ser confundido con su homónimo, el artista suizo Rudolf Weiss (1846-1933), que viajó por el Imperio otomano.
Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh
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