Al-Andalus y su importancia actual

Por el sheij Abdulkarim Paz

El valor del legado andalusí se multiplica por su inagotable proyección presente y futura. Al-Andalus, o los ochocientos años de civilización islámica en España, brilla con esplendor propio en el marco de la civilización islámica universal, es cierto, pero no menos cierto es que el enriquecimiento y desarrollo de su sociedad, producto de la interrelación de culturas diversas es una característica del espíritu del islam.

La herencia andalusí está ahí para suplir nuestra pobreza actual en materia de diálogo, tolerancia, pacífica convivencia, interrelación, apertura, avidez intelectual, unidad del ser, unidad del saber, equilibrio, visión integral del hombre y del universo y también para conocer al Islam, sin falsos prejuicios.

Al-Andalus fueron 8 ó 9 siglos de esplendor civilizador. Mas allá de si la Edad Media fue o no una edad oscura para el resto de Europa, para el Islam y para España fue, sin dudas, una época de luz. Destruye con su rigor fáctico la tenebrosa pseudo-idea de la supuesta incompatibilidad de civilizaciones y culturas, especialmente, la occidental y la islámica. La historia nos evidencia la falsedad de esta incompatibilidad, máxime, cuando en la conformación de la propia civilización occidental, el Islam, especialmente a través de Al-Andalus, ha cumplido un rol tan significativo.

Blanco Ibañez, el gran escritor español, en su obra «A la sombra de la catedral», pp. 201-204, dice: «En España, la regeneración no llegó con las hordas bárbaras que vinieron del Norte: vino del mediodía, con los árabes conquistadores... Y fue una expedición civilizadora más que una conquista... A través de ella llegó a nuestro suelo aquella cultura joven, robusta, alerta, cargada de innovaciones sorpren-dentemente rápidas; una civilización que, apenas nacida, triunfaba por todos los lugares por donde pasaba. Una civilización, que habiendo sido creada por el entusiasmo del Profeta, había sido capaz de asimilar lo mejor del judaísmo y de la ciencia bizantina y que tenía la ventaja de que nos traía igualmente las tradiciones hindúes, las reliquias de Persia e infinidad de conocimientos tomados de la China misteriosa. Era Oriente el que penetraba en Europa, no como los Darios o Jerjes, a través de la Grecia que les rechazaba para salvar su libertad, sino por el otro extremo, a través de España que, esclava de los reyes teólogos y de obispos guerreros, recibía con los brazos abiertos a sus invasores.

«En dos años tomaron lo que fueron necesarios siete siglos para arrancarles. No fue una invasión que se impusiera por las armas, fue una sociedad nueva que introducía por todos los lugares sus poderosas raíces. Para ellos era muy importante el principio de la libertad de conciencia, piedra angular sobre la que reposa la verdadera grandeza de las naciones. En cualquier sitio donde estuvieran como señores aceptaban tanto la iglesia del cristiano como la sinagoga del judío».

«...Del siglo VIII al siglo XV nacerá y se desarrollará la más bella y la más opulenta civilización conocida en Europa durante la Edad Media. Mientras que los pueblos del Norte se diezmaban a causa de las guerras de religión y se comportaban como bárbaros sedientos de sangre, la población en España superaba los 30 millones de habitantes, y en esta cifra colosal para aquellos tiempos, se agitaban y confundían todas las razas y todas las creencias, en una variedad infinita que daba lugar a la más profunda e intensa pulsación social... En esta fecunda amalgama de pueblos y de razas coexistían todas las ideas, todas las costumbres, todos los descubrimientos que se habían producido en la tierra hasta entonces; todas las artes, todas las ciencias, todas las industrias, todas las invenciones, todas las disciplinas antiguas y del choque entre tanta diversidad de elementos brotaban nuevos descubrimientos y nuevas energías creadoras. La seda, el algodón, el café, el limón, la naranja, la granada, llegaban de oriente con los extranjeros que acudían; lo mismo que los tapices, los tejidos, los tules, los damasquinados y la pólvora. Con ellos llegaron la numeración decimal y el álgebra, la alquimia, la química, la medicina, la cosmología y la poesía rítmica. Los filosofos griegos, a punto de ser sepultados para siempre en el olvido, encontraban su salvación al seguir a los árabes en sus conquistas: Aristóteles reinaba en la famosa Universidad de Córdoba...» (citado de «El Islam en Occidente,» Roger Garaudy).

Muchos historiadores en este siglo han comenzado a descubrir que en la España musulmana del siglo octavo tuvo lugar el verdadero renacimiento europeo. Un renacimiento mucho más integral, más próspero, más armónico y equilibrado, en definitiva mucho más plenamente humano o humanista que el posterior renacimiento italiano del siglo XVI. No solamente lo antecedió sino que incluso, en gran parte provocó el renacimiento italiano como lo muestran las múltiples influencias que recibieron los europeos por vía de la España musulmana.

Al-Andalus fue una civilización donde dominó una concepción global del universo y del ser humano, una auténtica globalización- que desgraciadamente se perdió con la expulsión de los musulmanes. Al excluir al Islam, las ciencias y la filosofía se separaron de la fe en la Europa cristiana, y con posterioridad el saber no pudo evitar una continua y progresiva fragmentación que sumergió a Occidente en la crisis actual de extrema desintegración y vacío espiritual y moral.

Es cierto que Al-Andalus se debe al Islam, pero no menos cierto es que en su esplendor se halla presente la particularidad de la simbiosis con la cultura europea y judeocristiana. Es el producto del encuentro positivo entre el Islam y Occidente. Este encuentro tan fecundo se dio nada menos que en nuestra llamada «madre patria», España, aunque a ella le cueste tanto asumirlo. Toda esa insustituible condición de puente y lugar de encuentro intercivilizador está latente tanto en la Península Ibérica como en toda Latinoamérica. ¿Podrá Iberoamérica intervenir en esta hora crucial donde desde el Norte de Occidente algunos promueven o auguran un inevitable y suicida enfrentamiento con el Islam?

Quiero hacer referencia aquí a las sabias palabras del escritor español Juan Goytisolo en el prólogo de la obra de Manuel Acién Almansa, Rafael López Guzmán, María Jesús Viguera Molíns y otros, «La arquitectura del Islam occidental», el Legado Andalusí/Lunwerg, Barcelona 1995:

«Digámoslo bien alto: el complejo de inferioridad acerca del retraso histórico y nuestro pasado árabe ha perdido su razón de ser. En la Europa Comunitaria a la que nos hemos incorporado, nuestra diferencia no ha de ser ya un recordatorio penoso ni causa de frustración: la huella musulmana en nuestro suelo, visible en todos sus ámbitos, es expresión, al contrario, de una riqueza y originalidad únicas. Ningún país europeo cuenta con un patrimonio como el legado por Al-Andalus y ello no redunda en mengua de nuestro europeísmo. Somos europeos distintos, europeos en más».

El extraordinario patrimonio artístico y cultural de Al-Andalus formó parte durante centurias del mundo occidental antes de ser desalojado de él por la nueva idea de Europa, devuelta a sus raíces helénicas sin intermediario de los árabes, forjada en el Renacimiento. Esa Europa inventada a fines del siglo XV separó brutalmente las dos orillas del Mediterráneo y repudió como ajena la realidad cultural que la alimentó durante la Edad Media. Es hora ya, próximos a entrar en el nuevo milenio, de que reincorporemos dicho patrimonio al lugar que le corresponde: como expresión de una «occidentalidad distinta», representada por Al-Andalus en el terreno de la arquitectura, filosofía, ciencia y literatura (Extraído del Mensaje del Islam nº 12).

Tanto en la entrada de los musulmanes arabo-bereberes como durante el período de dominio de las distintas dinastías que gobernaron la península, España vivió momentos de un pluralismo, apertura y tolerancia sin precedentes.

Extraído de la revista «El Mensaje de Az-Zaqalain nº 14 - Noviembre 1999.

www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente

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