Los confederados y la tribu de Banu Quraida fueron derrotados antes de terminar el V año de la Hégira. Medina y sus alrededores estaban en manos de los musulmanes. Las bases del novel gobierno islámico se fortalecieron y una relativa tranquilidad reinaba en todo el territorio. Pero era una paz transitoria. El Enviado de Dios (B.P.) debía vigilar de continuo a sus enemigos y desbaratar cualquier complot justo en el momento de su inicio. La tranquilidad del medio ambiente le permitió eliminar a algunos de los grupos que habían participado en la guerra de los confederados y que habían huido tras los árabes. Huai Ibn Ajtab fue ejecutado, pero su ayudante Sallam Ibn Abil Huqaiq permanecía en Jaibar, y era obvio que este peligroso elemento jamás dejaría de trabajar en la incitación de la lucha contra el Islam, especialmente si se tiene en cuenta que el enemigo idólatra estaba dispuesto para luchar, y más aún si se lo patrocinaba, lo cual daría lugar a una nueva coalición. Basado en tales cálculos el Profeta encomendó a un grupo de valientes de la tribu de Jazray (*) eliminar a este sedicioso.
Estábamos en las alturas de Anar, el cielo se había despejado por completo. El enfermero vendó la herida de Ibrahim, y empezamos a dividir las tropas mientras hablábamos por el transceptor de radio. De repente, uno de los chicos vino corriendo y me dijo: — ¡Señor! ¡Señor! Un grupo de iraquíes con las manos entrelazadas detrás de la cabeza en señal de rendición se dirige hacia acá. — ¿Dónde? — Le pregunté sorprendido y después nos fuimos hacia una trinchera que estaba frente a la colina. Eran casi veinte personas en la colina de enfrente, mostraban un pañuelo blanco. Les dije a los combatientes que se preparasen, que podía ser una trampa. Momentos después, dieciocho iraquíes —entre ellos un oficial y un comandante— se rendían ante nosotros. Me alegré mucho porque además del triunfo de nuestra operación, llevaríamos prisioneros.
Fuimos juntos a la casa de mi amigo. Al llegar le dije: «A quien debes agradecer es a don Ibrahim, no a mí, porque yo no tengo la capacidad de cargar y llevar ocho kilómetros a una persona sobre mis hombros. Especialmente sobre un terreno montañoso. ¡No he sido yo quien te ha rescatado!» Hice una pausa, y continué explicándole: «… es por eso que entendí que quien te cargó ese día fue alguien que habla poco, tiene la misma estatura que yo y una fuerza física superior a la mía. ¡Entendí que solo pudo haber sido Ibrahim!» Me le quedé viendo a Ibrahim que no decía ni una palabra. Lo insté: «¡Te juro por mi ancestro [el Profeta] que si no dices nada me enfadaré contigo!» Pero Ibrahim seguía callado, parecía nervioso. Finalmente me preguntó: — ¿Qué quieres que diga? — Hizo una pausa, y relató: — Ese día yo ya me retiraba del campo de batalla cuando vi que él estaba tirado. Ya no había nadie más, era tal vez la última persona… Estaba muy obscuro, le vendé el pie que sangraba mucho. En el camino me llamaba continuamente «seyyed», por lo que entendí que era uno de tus amigos, y no le dije nada… Lo dejé con el personal de enfermería...
El primer año de la emigración a Medina el Profeta elaboró un documento para poner fin a las divisiones internas que sacudían esa ciudad. En conjunto, tanto los ausíes como los jazrayíes y los judíos se comprometieron por igual a defender la ciudad la en un capítulo anterior nos hemos referido detalladamente a ello. Además el Profeta (B.P.) estableció un pacto exclusivo con los judíos de Medina por el cual éstos serían ejecutados y despojados de sus pertenencias, mujeres e hijos si perjudicaban al Profeta o a sus seguidores o si proveían de armas o monturas a sus enemigos. Las tres tribus judías quebrantaron, este pacto. Banu Qanuqa lo hizo al matar a un musulmán; Banu Nadir al planear el asesinato del Profeta, quien los obligó por ello a abandonar el territorio de Medina y Banu Quraida quebró el convenio colaborando íntimamente con el ejército árabe confederado. Veamos ahora cual fue el proceder del Mensajero de Dios para con ellos...
El Profeta expulsó de Medina a los judíos de Banu Nadir debido a su violación del pacto suscripto entre ambas partes. Banu Nadir al emigrar se estableció parte en Jaibar y parte en Sham (DamascoSiria). Los líderes de Banu Nadir, en plan de venganza, se empeñaron en conspirar contra el Islam. Una delegación viajó a la Meca e instó a los quraishitas a emprender la guerra contra Muhammad, formando una gran coalición en su contra. Sucintamente digamos que en esta batalla se formó una poderosa coalición integrada por los inicuos árabes y los judíos que sitió la ciudad de Medina durante un mes. Los musulmanes, dado que debían enfrentar una alianza más amplia que las anteriores, se atrincheraron en la ciudad y cavaron un foso o zanja alrededor de la misma, y es por este motivo que esta guerra se conoce con uno de dos nombres: batalla de los confederados” (Al-Ahzab), o bien “batalla del foso” (Jandaq).
Uno de los más elevados objetivos del Profeta consistía en fomentar la unión entre la gente, en reunirlos bajo una nueva bandera, la de la moral, la devoción y el temor de Dios, y enseñarles que el único criterio para evaluar a una persona y su prestigio lo constituyen las virtudes morales y las cualidades humanas. Era preciso para ello enfrentar multitud de arraigadas tradiciones. Un ejemplo de ellas era que un aristócrata (miembro de un clan o tribu de prestigio), no podía contraer nupcias con una persona de bajo nivel económico y de filiación desconocida. Para erradicar esta costumbre nada mejor que comenzar por la propia familia. Por lo tanto el Profeta unió en matrimonio a su prima Zainab, nieta de Abdul Muttalib, con su ex esclavo Zaid, para que la gente supiera que los prejuicios irracionales y sus limitaciones debían ser abolidos, a partir de esta enseñanza del Profeta: el hombre y la mujer musulmanes son iguales, y la vara para medirlos es su piedad. Para conseguir este objetivo Muhammad se dirigió a casa de Zainab y pidió su mano para Zaid. En un principio tanto ella como su hermano no demostraron estar conformes, pues aún los influía el prejuicio de la época...
Tras el final de la batalla los efectos políticos de la derrota de los musulmanes quedaron a la vista. A pesar de mostrarse firmes y pacientes contra el enemigo victorioso, impidiendo una nueva ofensiva después de Uhud, las instigaciones internas y externas para exterminar el Islam se acrecentaron. Los hipócritas, los judíos medinenses, los inicuos de las afueras de la ciudad y las lejanas tribus impías, se llenaron de osadía y no cesaron de instigar, de tramar complots y reunir huestes y armas para derribar la fe naciente. Con gran habilidad el Profeta fue sorteando estos múltiples obstáculos. Sofocaba las sublevaciones internas y se imponía a las tribus, también internas, que intentaban atacar Medina. Le fue informado en cierto momento que la tribu de Banu Asad había planeado tomar Medina, realizar una matanza y saquear los bienes de los musulmanes. De inmediato el Profeta envió a un grupo de 15 personas, comandadas por Abu Salama, al lugar donde se encontraban los intrigantes. Muhammad le había ordenado al comandante ocultar el motivo principal de su viaje, y tomar un camino desconocido por el enemigo. Le ordenó a este fin descansar durante el día y viajar de noche.
Los hipócritas y los judíos de Medina, alegres y envalentonados por la derrota de los musulmanes en Uhud y por la masacre de las delegaciones para la difusión de la fe, buscaban una oportunidad propicia para sublevarse. Estaban empeñados en convencer a las tribus de que en Medina no había unidad y que los enemigos externos podían, en cualquier momento, derrocar al joven gobierno islámico. Para ponerse al tanto de las intenciones e ideas de los judíos de Banu Nadir, el Profeta y un grupo de sus compañeros se dirigieron a su fortaleza en la cual vivían. Su objetivo aparente era pedirles ayuda en el pago de la indemnización mencionada en el capítulo anterior, ya que ellos habían establecido una alianza tanto con los musulmanes como con la otra tribu, la de Banu Amer. En semejante circunstancia era un deber ayudarse mutuamente.
La noticia del triunfo islámico en Badr fue adelantada en Medina por dos soldados musulmanes. Aún el ejército triunfante no había regresado a la ciudad cuando un hábil y elocuente poeta llamado Ka‘b Ashraf, de madre judía, enfurecido por la noticia, había comenzado a difundir informaciones falsas por todos lados. Ya era conocida su inclinación a componer poesías contra el Profeta y en elogio y estímulo de sus adversarios. Cuando se enteró del éxito de los musulmanes dijo: “Sin duda que debajo de la tierra se está mejor que sobre ella”. Seguidamente partió hacia la Meca y allí comenzó a recitar y difundir poemas instigadores. A su regreso a Medina sus incitaciones insidiosas no tenían límite. Era tal su furia que en muchas de sus diatribas llega hasta a ofender a las mujeres musulmanas. Un hombre así era el ejemplo vivo del “corruptor de la tierra”: “El único castigo para quienes luchan contra Dios y Su Mensajero y siembran la corrupción en la tierra consiste en que se le ajusticie o se le amputen la mano y pie opuestos, o se les destierre. Tal será para ellos una afrenta en este mundo y en el otro sufrirán un severo castigo.” (5:33)
“Estudié filosofía con el célebre pensador Sayed Husain Bad¬kubei a lo largo de seis años, durante los cuales seguí los cursos de este gran sabio; aprendí y comprendí los escritos de Sabze¬vari, los dos de Mul-lâ Sadrā Shirazi, la serie de la obra “Shifâ” de Avicena, los libros de Ibn Tarké de la gnosis y de Ibn Maskuyé de la moral… Fue con este matemático que aprendí geometría plana y en el espacio, algebra deductiva y cálculo infinitesimal.”