Viajeros del Oriente y Occidente musulmán
Por: Ricardo H. S. Elía
«Hermosas son las cosas que se ven, más hermosas las que se saben y muchísimo más hermosas las que se ignoran»
Nicolás Stenonio (1638-1686)
«Mi alma me movió a abandonarla y a vagar errante, porque el agua es más pura en la nube que en el charco».
Al-A’ma al-Tutilí (m. 1126),
poeta andalusí.
Ibn Fadlan— Al-Mas’udí—Al-Muqaddasí—
Zheng He—Evliya Çelebi—
Rifa’a al-Tahtauí— Ibn Yaqub—Al-Garnatí—
Ibn Yubair— Ibn Battuta
Angelo Arioli (Nettuno, 1947), profesor de Lengua y Literatura Arabe en el Departamento de Estudios Orientales de la Facultad de Letras de la Universidad de Roma, especialista en onomástica y prosopografía islámica, es autor de estas significativas líneas: «En principio fue la Palabra; inmediatamente después llegaron los mercaderes. Mercaderes viajeros, una de las dos categorías, de las dos tipologías arcaicas, a las que se puede reducir el tropel de narradores, de aquellos que de plausibles experiencias personales extrajeron o proporcionaron, conscientes o no, materia de relato, desde que el mundo es mundo, o lo que es lo mismo, desde que el viaje es viaje, hasta este mundo nuestro donde se viaja frenéticamente, pero ya no se cuenta, ya no se fabula, sobre tierras o acontecimientos lejanos, unos y otros superficialmente cercanos en el cotidiano aplastamiento del espacio/tiempo perpetrado por los medios de comunicación, entendidos en el más amplio sentido. Antaño eran los mercaderes quienes narraban novedades y eventos: “narrar”, “novedades”, “eventos”, tres palabras que la lengua árabe hace derivar de la misma raíz, las dos primeras unidas en la misma palabra, como para sugerir que es el “evento”, lo que es “nuevo”, lo digno de “narración”, o, si se prefiere —por darle vueltas a un juego dialéctico contemporáneo —, que lo que es objeto de “narración” se postula implícitamente como “evento”, “novedad”.
Nota: Los primeros significados de la raíz h-d-th son “ser reciente, nuevo” y “acaecer, suceder, tener lugar”; una de las muchas flexiones de esta raíz, la palabra hadath, significa a un tiempo “novedad” y “acontecimiento”. Una flexión sucesiva de la misma raíz, con duplicación de la segunda radical, da vida al verbo haddatha que significa narrar”; una flexión ulterior produce los dos homógrafos y homófonos hadith, es decir una sola palabra, distinguible sólo en los respectivos y diferenciados plurales, con el significado de “nuevo” y de “narración”» (Angelo Arioli: Islario maravilloso. Periplo árabe medieval, Julio Ollero Editor, Madrid, 1992, p. 215).
El principio islámico de viajar, al menos una vez en la vida, a las ciudades santas de La Meca y Medina, sumado a la tradición de visitar lugares sagrados como Jerusalem, Nayaf y Karbalá, viajes que se realizaban desde zonas remotas como al-Ándalus o el Turquestán y que podían durar incluso años, entre la ida y la vuelta a su lugar de origen, junto con las necesidades propias de los comerciantes y también de los gobernantes, la geografía adquirió en el Islam una real importancia.
El Islam es, pues, por excelencia, una civilización de movimientos de tránsito, lo que supone lejanas navegaciones y una múltiple circulación caravanera, tendida, ante todo, entre el océano Indico y el Mediterráneo, lanzada generalmente desde el Mar Negro a China y a la India y, por último, eficaz desde el «país de los negros» (Bilad as-Sudán) a África del Norte. Este sistema caravanero tenía metas tanto culturales y religiosas como comerciales. El Islam tiene sus mercaderes musulmanes y no musulmanes. Se han conservado por casualidad las cartas de los mercaderes judíos de El Cairo desde la época de la primera cruzada (1095-1099); demuestran que los musulmanes conocían todos los instrumentos de crédito y de pago y todas las formas de asociación comercial (por consiguiente, no será Italia la inventora de ellos como se ha aceptado con demasiada facilidad).
Suleimán at-Tayir (es decir: “el mercader”), llevó hacia el año 840 sus mercancías a la China y la India desde el puerto iraní de Siraf en el Golfo Pérsico. Un autor anónimo de 851 escribió un relato del viaje de Suleimán; este relato es anterior en 425 años a los viajes de Marco Polo (cfr. J. O’Kane: The Ship of Suleiman, Londres, 1972).
A fines del siglo IX, Abu Zaid as-Sirafí compila su obra Silsilat at-Tawari (“Cadena de las crónicas”), recogiendo excelentes informes sobre la navegación en el océano Indico, la India y China. Igualmente, hacia el año 1000?, otro persa, el Capitán Bozorg, hijo de Shahriyar al-Ramhumurzí (relativo a la ciudad de Ramhumurz, en la provincia iraní de Juzistán), acopia relatos sobre el Lejano Oriente.
El primer gran geógrafo y viajero musulmán es Abu’l-Kasim Ubaidullah Ibn Abdallah Ibn Jurdãdhbih. El nombre persa de su abuelo se puede traducir tanto como Jurdãdhbih (“excelente regalo del sol”), o como Jurradadbih (“creado por el excelente sol”). Originalmente un zoroastriano, Ibn Jurdãdhbih se convirtió al Islam por su amistad con uno de los visires barmakíes de la corte abbasí, probablemente Yahya Ibn Jalid. De su padre sólo se sabe que hacia 816 fue el gobernador del Tabaristán durante el califato de al-Mamún (813-833). Parece que él nació en el Jorasán entre los años 820 y 825 y falleció entre 911-912. Creció y se educó en Bagdad y entre sus maestros se cuenta a Ishaq al-Mausilí (m. 949).
Ibn Jurdãdhbih es autor de una obra cuyo título se repetirá abundantemente en este género, a lo largo de varios siglos: Kitab al-masalik wa al-mamalik (“Libro de los caminos y los reinos”), aparecido en 846 y nuevamente, revisado, hacia 885 (traducido por M. J. de Goeje, Leiden, 1967). En él se hace abstracción de la parte astronómica o matemática para extenderse en la descripción de los países, señalando cuidadosamente los itinerarios, indicando lo más aproximadamente posible las distancias entre dos puntos, de forma que el caminante pudiera en todo momento conocer la dirección a seguir. También encontramos el curioso relato del viaje del intérprete Sallam a «la muralla de Gog y Magog», denominación con que el autor parece indicar la Gran Muralla china (cfr. F.E. Peters: Allah’s Commonwealth. Ibn Khurdadhbih, Nueva York, 1973).
Otra importante obra de este tipo es el Kitab al-Buldán (“Libro de las comarcas”), publicado hacia 891 (traducido por M.J. de Goeje, Leiden, 1976) por un shií, Abu l-’Abbás Ahmad al-Yaqubí (m. 897), autor también de una gran historia universal (edit. por M.T. Houtsma, Historiae, Leiden, 1969).
Abu Zaid Ahmad ben Sahl al-Baljí, muerto en 934, escribió un Kitab suwar al-aqalim (“Libro de los visitantes de las regiones”), donde se describen los distintos territorios del mundo islámico. El número de mapas será siempre de veintiuno, a partir de este momento. El primero, responde a la totalidad del mundo habitado, conocido hasta el momento por los geógrafos islámicos. Otros tres nos muestran los tres mares más importantes para los musulmanes: el Mediterráneo, el Caspio y el «cuasi mar» Golfo Pérsico. Los diecisiete restantes representarán las diversas regiones en el que los geógrafos dividían el mundo islámico. La característica común a todos estos mapas es la de ser extraordinariamente esquemáticos, usando figuras geométricas. Por ejemplo: representan las islas como círculos, lo que permitía ser consultados por personas de no gran formación en la materia. como podían ser lo viajeros y peregrinos.
Una de las primeras grandes travesías que tuvo como protagonistas a viajeros musulmanes del Oriente se refiere a aquella embajada enviada por el abbasí Harún ar-Rashíd (766-809) a la coronación del Emperador de Occidente, Carlomagno (742-814), en Aquisgrán (hoy Aachen, Alemania). Esta arribó a destino el 30 de noviembre del año 800 (la ceremonia estaba prevista para la Navidad a cargo del Papa León III), luego de recorrer varios miles de kilómetros desde Bagdad.
Los embajadores del Islam le llevaron al rey de los francos como prueba de buena voluntad, un elefante, animal que no se veía en esas latitudes desde los tiempos del estratega cartaginés Aníbal (247-183 a.C.). El paquidermo desfiló por las calles camino de palacio aclamado por una alborozada multitud. Carlomagno quedó encantado con este obsequio y otros magníficos presentes cedidos por el califa bagdadí, como un juego de ajedrez, camellos, especias y perfumes, un reloj hecho por sus relojeros que tañía una campanada cada hora, y un órgano musical neumático, el primero de su clase que entraba en Europa. Y lo que parece increíble: «las llaves del Santo Sepulcro y el estandarte de Jerusalén». Véase Travellers and Explorers. An Elephant for Charlemagne, Iqra Trust, Londres, 1992, pp. 8-11; Sigrid Hunke: Kamele auf dem Kaisermantel —deutsche-arabische Begegnungen seit Karl dem Grossen, Stuttgart, 1976; Francis William Buckler: Harun al-Rashid and Charles the Great, Ams Press, Nueva York, 1978.
Abu Alí Ahmad Ibn Umar, conocido como Ibn Rustah o Rustih (m. c.913), fue un sabio de origen persa del que se sabe muy poco de su vida, salvo que nació en Isfahãn y viajó por el Hiyaz hacia 903. Es el autor de una monumental enciclopedia escrita entre 903-913 y llamada «El Libro de los atavíos preciosos» (Kitab al-a’laq an-nafisa), de la que sobrevivió un solo volumen. Ésta sorprende por sus datos sobre geografía y cosmografía: «En la parte norte del océano hay doce islas llamadas las Islas de Baratiniya (Islas Británicas). Después de este punto, se acaba la tierra habitada y nadie sabe lo que hay más allá» (cfr. Ibn Rusteh: Kitab al-a’laq al-nafisa, ed. M.J. de Goeje, Leiden, 1892, p. 85; G. Wiet: Les Atours Precieux, El Cairo, 1958, p. 94).
El 21 de junio del 921 (Safar 309), un grupo de viajeros partió desde Bagdad. Esta nueva embajada era encabezada por Nadir al-Haramí que portaba mensajes amistosos del abbasí al-Muqtadir (califa entre 908-932) para ser entregados al rey de la Rusia vikinga, Igor (877-945), hijo de Rurik (m. 879), fundador de la dinastía homónima. La embajada llegó a destino en mayo de 922 (Muharram 310). En realidad se trataba de una delicada misión diplomática destinada a lograr una alianza contra un enemigo común: Bizancio. Igor lideraría una fracasada expedición contra Constantinopla en 941-944 que contó con el apoyo del califa al-Mutaqqí (cfr. Frank R. Donovan: Los Vikingos, Editorial Timun Mas, Barcelona, 1965, pp. 62-77).
Entre los viajeros se contaba un sagaz y observador secretario, Ahmad Ibn Abbás Ibn Fadlan quien recorrería enormes extensiones de Escandinavia, Rusia central, el mar Negro y el Caspio. Al retornar llevó a la madurez un diario de ruta llamado en árabe Risala (“Tratado”), también conocido como «Viaje al país de los búlgaros del Volga» (trad francesa de M. Canard, en Annales de l’Institut d’etudes orientales de la faculté des lettres de l’Université d’Alger, t. XVI, Argel, 1958). Sus observaciones, caracterizadas por un afán de objetividad, son muy valiosas, pese a que de vez en cuando se manifieste en ellas la indignación por las costumbres de pueblos no musulmanes como los eslavos y los turcos paganos (cfr. A. Ibn Fadlan: Voyages chez les Bulgares de la Volga, Sindbad, París, 1988).
Reproducimos a continuación un famoso fragmento del relato de Ibn Fadlan, en el que describe los prolegómenos y ceremonias de los funerales de un jefe vikingo:
«Un día murió uno de los jefes de la expedición vikinga y el embajador pudo seguir los ritos funerarios desde su comienzo hasta su final. Para empezar colocaron el cadáver en una tumba provisional sobre la que instalaron un tosco tejado y allí estuvo durante diez días mientras le confeccionaban el vestuario mortuorio.
Si el difunto era un hombre pobre construían una rudimentaria barca en la que le colocaban y le quemaban después. Pero si era un hombre rico, de su fortuna hacían tres partes: una para su familia, otra para los vestidos mortuorios y otra para preparar una bebida muy fuerte, llamada nabidh, que los deudos y amistades del difunto bebían sin descanso hasta el día de la incineración del cadáver.
Cuando un gran personaje muere los familiares preguntan a sus esclavos, hombres y mujeres, quién quiere morir con él y acompañar al difunto a ultratumba. Si alguien dice “yo”, ya no puede volverse atrás. La esclava, porque generalmente son mujeres las que se ofrecen para el sacrificio, se ve separada de la familia y confiada a dos jóvenes muchachas que cuidan de ella, la acompañan adondequiera que va y la lavan cuidadosamente.
Mientras tanto se confeccionan los vestidos que ha de llevar el cadáver y la esclava bebe y canta continuamente sin perder la alegría.
Cuando llegó el día en que el hombre tenía que ser incinerado y la muchacha con él, los asistentes tomaron una barca, la colocaron sobre las arenas de la playa y a su alrededor pusieron gran cantidad de madera.
Sobre la barca depositaron la cama en que había dormido el difunto y la cubrieron con colchones y almohadas de brocado. Llegó en esto una vieja, a la que llamaban el Ángel de la Muerte, encargada de arreglar todo el paramento que se había preparado y de matar a la esclava.
Fueron luego todos a la tumba en que habían sepultado al muerto, al que desenterraron junto con unas botellas de nabidh, frutas y otros alimentos. Vistieron el cadáver con pantalones, botas, una túnica y un caftán de brocado con botones de oro y colocaron sobre su cabeza una gorra de brocado y pieles de marta. Le llevaron a la barca, le sentaron sobre el colchón y lo sostuvieron con cojines y almohadas. Colocaron junto a él el imprescindible nabidh, frutas, plantas olorosas, pan, carne y cebolla. Después partieron en dos a un perro y lo dejaron a sus pies. Mataron dos caballos a los que previamente habían hecho correr hasta que estuvieron sudados, los cortaron a trozos con los sables y su carne fue colocada sobre la barca; lo mismo hicieron con dos vacas, un gallo y una gallina.
Mientras esto sucedía la esclava que debía morir visitaba a los diversos jefes del campamento y se unía sexualmente con ellos, que, cuando terminaban la agradable ceremonia, le decían: “Di a tu amo que lo hemos hecho por amor a él”.
Cuando llegó el momento de la oración del viernes pusieron los hombres a la esclava sobre una ancha tabla y la levantaron tres veces lo más arriba que podían mientras ella pronunciaba unas palabras. Cuando terminó la ceremonia le presentaron una gallina a la que cortó la cabeza y que fue depositada en la barca como se había hecho con los otros animales.
El viajero que narra esta ceremonia preguntó a un intérprete qué había dicho la muchacha mientras la elevaban sobre la tabla. La primera vez había dicho: “He aquí que veo a mi padre y a mi madre”. La segunda vez: “He aquí que veo sentados a todos mis parientes muertos”. Y la tercera: “He aquí que veo a mi amo sentado en el paraíso y el paraíso es hermoso y verde. Con él hay hombres y muchachas y me llama. Llevadme hacia él”.
La llevaron a la barca, en donde ella se quitó dos brazaletes y los entregó a la mujer llamada el Ángel de la Muerte. Dio otras joyas a las muchachas y subió inmediatamente a la barca funeraria.
Después los hombres la rodearon con escudos y bastones. Le entregaron una copa de nabidh que bebió de un trago. Después cantó la joven unas estrofas con las que se despedía de sus compañeras. Le entregaron una segunda copa y varias más, tras lo cual entró en el lugar que ocupaba el cadáver de su amo.
Los hombres golpeaban sus escudos para que no se oyesen los gritos de la esclava y uno tras otro, hasta seis, cohabitaron con ella. A continuación la acostaron al lado de su amo. Dos la tomaron por los pies y otros dos por las manos. El Ángel de la Muerte le colocó una cuerda en el cuello dándole una vuelta y entregó las extremidades a dos hombres para que tirasen de ella. Se acercó a la muchacha y con un puñal le atravesó el corazón mientras los dos hombres la estrangulaban.
A continuación el más joven de los parientes del muerto tomó una antorcha y completamente desnudo, con una mano cubriendo el orificio de su ano, prendió fuego a los maderos que rodeaban la barca. Después todos, con teas y leños, ayudaron a propagar el incendio, que destruyó la barca y todo lo que contenía».
La película The Thirteenth Warrior (títulada en castellano “13 Guerreros”), dirigida por John McTiernan y protagonizada por Antonio Banderas y Omar Sharif (EE.UU., color, 99 m, 1999), narra la historia de Ibn Fadlan y su legendario viaje según el guión del novelista Michael Crichton basado en su obra Devoradores de cadáveres (Plaza & Janés, Barcelona, 1993).
Abu al-Hasan Alí Ibn al-Husain Ibn Alí al-Mas’udí, nacido hacia el año 900 en Bagdad en el seno de una familia shií, y fallecido en El Cairo en 957, es el autor de la monumental obra Muruw ad-dahab wa ma’adin al-yawahir (“Praderas de oro y minas preciosas”), generalmente citado en Occidente como “Las praderas de oro” (traducida al francés en 9 tomos por Charles Barbier de Meynard y Pavet de Courteille, París, 1861-1877, y 1962). Escrita hacia 947, y revisada y publicada nuevamente en 957, es una enciclopedia monumental de treinta tomos sobre historia y biografías, pero su mayor interés reside todavía en sus noticias y descripciones geográficas y en los innumerables datos sobre historia natural y sobre descripciones de usos prácticos y de procedimientos técnicos.
Por ejemplo, en ella se encuentra la primera mención conocida de una colección de cuentos de origen persa llamada Hezar efsaneh (“Mil cuentos”) cuyo fondo es de procedencia india, que luego formaron «Las mil y una noches». Por esto los historiadores e islamólogos occidentales acostumbran llamarlo «el Plinio, además del Herodoto, del mundo musulmán».
Gran cosmógrafo, redactó el Kitab al-Tanbih ua-l-ishraf (“Libro de la advertencia y de la revisión”), un tratado de ciencia, filosofía, mineralogía y botánica que fue traducido por M.J. de Goeje (E.J. Brill, Leiden, 1967), con traducción al francés por Carrá de Vaux: Macoudi, le livre de l’avertissement et de la révision (París, 1897). También escribió una «Historia de Alí y del imamato». Viajero incansable e insaciable, recorrió grandes extensiones de Siria, Palestina, Arabia, la costa oriental de África, Irán, Asia central, la India, Ceilán y el mar de la China. Perspicaz educador, no comprimía su materia hasta la aridez, sino que escribía a veces con una amable despaciosidad que no evitaba dar, de vez en cuando, una historia divertida.
Al-Mas’udí es una de las fuentes más ricas, de más confianza y más variadas acerca del estado del mundo islámico en su época. En las cuarenta obras de al-Mas’udí, así como las de sus contemporáneos.
«La historia cautiva el oído del sabio y el del ignorante; el simple y el inteligente se encantan con sus relatos y los solicitan. La historia comprende todas clases de temas.. Su superioridad sobre las otras ciencias es evidente, y todos los ingenios le conceden la supremacía. Con razón dicen los sabios que el amigo más seguro es un libro... Te ofrece al mismo tiempo el comienzo y el fin, poco o mucho; reúne lo lejano a lo que está cerca de ti, el pasado al presente; combina las formas más diversas, las especies más distintas. Es un muerto que te habla en nombre de los muertos, y que te hace accesible el lenguaje de los vivos. Es una persona íntima que se alegra con tu alegría, que duerme con tu sueño y que sólo te habla de lo que gustas» (“Praderas de oro y minas preciosas”).
Sobre Abu l-Qasim Muhammad Ibn Hauqal se puede agregar que estuvo al servicio fatimí y fue comerciante. Pasó su adolescencia en Irak y luego viajó por el Egipto, norte de África, al-Ándalus, Ghana, Sicilia, Armenia, Azerbayãn e Irán. Ibn Hauqal (hacia 975) describe una especie de pagaré por 42.000 dinares dirigido a un mercader de Marruecos, con la palabra árabe saqq; correspondiente a esta forma de crédito deriva la palabra cheque. Escribió el Kitab Surat al-ard «Libro de la configuración de la tierra» (traduc. J.H. Kramers, Leiden, 1938), y el Kitab al-masalik wa al-mamalik «Libro de los caminos y de los reinos» (traducido por M.J. de Goeje, Leiden, 1967, 2ª ed.). En Ibn Hauqal y Abu Ishaq Ibrahim al-Istahrí (floreció hacia 950), es donde encontramos las primeras menciones de los molinos de viento, la cual fue una invención islámica (véase Barón Carra de Vaux: Les penseurs de l’Islam, 5 vols., París, 1921).
Por la misma época descolló el geógrafo Abu Abdallah Muhammad al-Muqaddasí (946-1000), natural, como se ve por su apodo, de Jerusalem (en árabe: Baitul Muqaddás). Su principal trabajo es Kitab Ahsan al-taqasim fi ma’rifat al-aqalim (“La mejor de las divisiones para el conocimiento de las regiones”), publicado en 985, y traducido por primera vez en Leiden en 1906.
Allí brinda este testimonio incomparable: «Sabe que muchos hombres de ciencia y visires han compuesto obras sobre este tema, pero la mayor parte, si no la totalidad de sus escritos, se basa en lo oído decir; mientras que en nuestro caso no ha habido país en que no hayamos entrado, sin descuidar por ello el estudio y el examen en los libros de lo que permaneció desconocido directamente para nosotros. Así este nuestro librito ha llegado a formarse en tres partes: una, lo que hemos visto directamente; la segunda, lo que hemos oído de boca de personas dignas de fe, y la tercera, que es cuanto hemos hallado en los libros compuestos sobre éste y otros temas. No ha habido biblioteca de rey a la que yo no haya concurrido, ni obras de determinada secta que no haya ojeado, ni creencias de un pueblo que no haya conocido, ni gente devota con la cual no me haya mezclado, ni sagrados oratorios a los que no haya asistido, hasta conocer cuanto deseaba sobre este tema. Con treinta y seis nombres distintos he sido llamado y apostrofado: jerosolimitano (muqaddasí), palestino, egipcio, magrebí, jorasanio, faqih, sufí, santo, devoto, asceta, viajero, papelero, etcétera, en los distintos países donde me detuve y en los diferentes lugares que visité... Muchas veces he estado a punto de ahogarme, he sufrido asaltos de ladrones, he servido a cadíes y a grandes, he hablado a sultanes y visires; he andado por las calles con malvivientes, he vendido mercancías en los mercados, he sido encarcelado, tomado por espía. He visto la guerra de los Rum (bizantinos) con las galeras, he oído el nocturno tañido de los badajos de iglesia, he encuadernado volúmenes por dinero, he caminado entre el viento tórrido y las nieves... Y todo esto lo hemos dicho para que el lector de nuestro libro sepa que no lo hemos compuesto de cualquier manera, ni digerido por interpósita persona, y sepa distinguirlos de los otros. ¡Cuánta diferencia entre quien ha sufrido estas dificultades, y quien ha compuesto su obra en la comodidad, por oído decir! He gastado en estos viajes más de diez mil dirham... No ha habido permiso concedido por una de las escuelas de jurisprudencia, que yo no haya utilizado..., sólo sin salir nunca de los preceptos de sus sabios, ni retrasar nunca la oración canónica más allá de su tiempo prescrito».
Al-Muqaddasí fue un verdadero trotamundos que visitó todas las regiones del Islam excepto al-Ándalus y sufrió incontables aventuras y vicisitudes. Véase muy especialmente, Al-Muqadassi: The Best Divisions For Knowledge Of The Regions, Ahsan al-Taqãsim fi Ma’rifat al-Aqãlim, traducida del árabe al inglés por Basil Collins, Garnet Publishing, Reading, 2001.
Nasir Josrou al-Marvazí al-Qubadiyaní (1004-1088) fue un poeta y teólogo persa que viajó hacia 1045 a La Meca, Palestina y Egipto. El viaje lo hizo como penitencia por su afición al vino. A su retorno al hogar, se vio obligado a exilarse en Badajshán (hoy Afganistán oriental), por ser adherente de la escuela islámica shií de pensamiento. Es autor de un género llamado Safarnameh (libro de viajes), un «Libro de la felicidad» (Sa’adat-nameh) y de composiciones filosóficas y teológicas como Raushana’i-nameh y Yami’ al-hikmatain (cfr. Henry Corbin: Etude préliminaire pour le Livre rèunissant les deux sagesses de Nasir-e Khosraw, Teherán, 1953). Su Safarnameh fue traducido al francés y editado por Charles Schefer, París, 1881. Véase también Nasir-i-Khusraw: Diary of a Journey Through Syria and Palestine (trad. inglesa y edición a cargo de Guy Le Strange), Palestine Pilgrims’ Text Society, vol. 4, Londres, 1896; Nueva York, 1971.
En 1047, Nasir Josrou llegó en peregrinación al Jerusalén de los califas fatimíes. «Nasir describió con admiración las hermosas alfombras, las losas de mármol, las 280 columnas de mármol y los esmaltes exquisitos de la cúpula... Nasir sugiere que en la ciudad vivían unas 20.000 familias, con lo que la población total sería de unos 100.000 habitantes. Estaba impresionado por los excelentes mercados y los altos edificios de Jerusalén. Cada oficio tenía su propio suq (zoco), la ciudad tenía muchos artesanos excelentes y las mercancías eran abundantes y baratas. Nasir mencionó también un gran hospital, generosamente dotado, donde se enseñaba medicina, y dos colegios sufíes (jawaniq) junto a la mezquita donde vivían y oraban. Una comunidad sufí había construido un oratorio en el claustro junto al muro septentrional del Haram. Nasir paseó meditativo por los santuarios y oratorios de la plataforma del Haram, yendo de una “estación” a otra y recordando las oraciones y las luchas de los profetas. Se imaginaba al profeta Mahoma orando junto a la Roca antes de su mi’raj, poniendo su mano sobre ella para que se elevara, creando la cueva inferior. También conversó con otros profetas, pensó especialmente en el rey David en la Puerta del Arrepentimiento y pidió perdón por sus pecados» (Karen Armstrong: Jerusalén. Una ciudad y tres religiones, Ediciones Paidós Ibérica/Editorial Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1997, p. 321).
Yakut Abdillah ar-Rumí (1179-1229) fue junto al-Idrisí, uno de los más grandes geógrafos de la Edad Media. Griego del Asia Menor, donde había nacido, fue educado por un mercader de Bagdad y gracias a su buen trato y orientación se convirtió al Islam. Viajó mucho, primero como mercader, luego como geógrafo.
En Merv (una ciudad al norte de la actual Mashhad, en Irán, hoy desaparecida) encontró diez bibliotecas, una de ellas con doce mil libros. Los bibliotecarios, que sabían distinguir quien amaba la sabiduría, le permitieron llevar hasta 200 volúmenes de una vez a su aposento. Luego pasó a Jiva (Uzbekistán) y a Balj (Afganistán). Allí los mongoles casi lo atraparon en su avance destructor y asesino; huyó, pero sin soltar sus manuscritos de viaje, a través de Irán hasta Mosul (Irak). Mientras comía el pan de la pobreza trabajando como copista, hacia 1228 completó su Muyam al-buldán (“Diccionario de las comarcas”), vasta enciclopedia geográfica que reunía casi todos los conocimientos geográficos de la época. Otra de sus obras es el Muyam al-udaba (traducido por David Samuel Margoliuth en 6 volúmenes, Leiden, 1907-1931). Al año siguiente fallecería en Alepo, Siria. Yakut lo abarcó todo: astronomía, física, arqueología, teología, historia. Su Muyam al-buldán fue publicado en árabe en diez volúmenes por M. Al-Janiwi, El Cairo, 1906-1907; también hay una traducción parcial al inglés por W. Jwaideh: The Introductory Chapters of Yakut’s Mu’jam al-buldan, Brill, Leiden, 1959.
Zakariyya Ibn Muhammad Ibn Mahmud al-Qazviní, nacido en Qazvín (hoy capital de la provincia de Zanyan, Irán) en 1203, estudió en Siria, y en su capital Damasco. Se formó con los más prestigiosos maestros de la época, entre los cuales se encontraba el famoso místico murciano Ibn al-‘Arabi (1165-1240), al que conoció hacia el año 1232. Al-Qazviní ocupó el puesto de cadí en Wasit y en Hilla (Bajo Irak) falleció en el año 1283. Murió a los ochenta años de edad tras una intensa vida profesional e intelectual. En la época de al-Qazviní fueron numerosos los geógrafos que viajaban con finalidad exclusivamente erudita. El género geográfico, totalmente aceptado y en su apogeo, se convirtió en una actividad literaria sedentaria, compuesta en su mayor parte sobre fuente anteriores, enriquecida con experiencias personales y narraciones orales de segundas personas y, en la mayoría de las ocasiones, con la inclusión de países desconocidos para la persona que redactaba. A esta tarea, paralela a la ya mencionada actividad profesional como cadí, dedicó al-Qazviní su vida y en ese ámbito, el literario, conocemos dos obras fundamentales: ‘Aya’ib al-majluqat wa gara’ ib al-mawyudat (“Maravillas de la creación y enigmas de las criaturas”), obra cosmográfica (obra fue traducida y publicada por el islamólogo alemán Heinrich Ferdinand Wüstenfeld (1809-1899), con el título: El-Cazwini’s Kosmographie, Göttingen, 1849), y Atar al-bilad wa ajbar al-‘ibad (“Vestigios de los países y noticias de los siervos de Dios”), obra geográfica. Ambas ofrecen una variedad de temas estimable, tanto descripciones físicas de ciudades y territorios como fenómenos sobrenaturales y hechos sorprendentes, además de menciones a literatos y acontecimientos históricos. Su labor responde al escritor tipo de su época, en la que la decadencia política impulsa el proceso de redacción de obras de recopilación y enciclopedias.
Al-QazvinÍ fue llamado por algunos especialistas el Heródoto de la Edad Media y el Plinio de los árabes.
El géografo al-Qazviní no debe confundirse con sus conciudadanos Yamaluddín al-Qazviní que en 1132 redactó en árabe una enciclopedia científica, y con el astrónomo y filósofo que perteneció al observatorio de Maraga llamado Naymuddín al-Qazviní (m. 1277), autor del Kitab ain-qawaid fi al-mantiq ua al-híkma (Libro sobre la fuente de los principios de la lógica y la sabiduría).
Un aspecto destacable de la tradición náutica musulmana es la de la navegación astronómica. A este respecto, no hemos de olvidar la larga experiencia acumulada por los musulmanes en el océano Indico y que culminó en los siglos XV y XVI con el piloto Shihabuddín Ahmad Ibn Mayid al-Naydí (1437?-1501?).
Este celebérrimo navegante, que compuso un gran tratado de náutica, el más importante del Islam, llamado Kitab al-Fawa’ id fi usul al-bahr ua-l-qawa’id (“El Libro de los Beneficios relativo a los Principios y Fundamentos de la Ciencia del Mar”, traducido y comentado por el catedrático inglés Gerald R. Tibbetts con el título Arab navigation in the Indian Ocean before the coming of the Portuguese, The Royal Asiatic Society, Londres, 1981), es de quien se ha dicho que fue el piloto coaccionado a guiar a Vasco de Gama (1469-1524) desde Malindi (en la costa oriental de África) hasta Calicut (en la costa sudoeste de la India) en 1498 (cfr. Auguste Toussaint: Historia del Océano Indico, FCE, México, 1984
Ibn Mayid, que era hijo y nieto de marinos, y quien según el investigador francés Gabriel Ferrand (1864-1935) pertenecía a la escuela shií de pensamiento (ver G. R. Tibbetts, O. cit., p. 17), se refiere en repetidas ocasiones a los pilotos que le habían precedido y a las guías (rahmani) que éstos habían escrito mucho antes que él.
Gracias al cronista portugués João de Barros (1496-1570), que lo cita en su Década I, Libro IV, Capítulo VI, sabemos que Ibn Mayid le mostró a Vasco de Gama un instrumento que era desconocido en Occidente. Se trataba del kamâl, constituído por un pequeño cuadrado de madera o de cuerno, de cuyo centro salía un hilo graduado con un nudo que correspondía (en cada uno dos kamâl) a un determinado ángulo. Su práctica era simple: una vez que el observador había escogido el kamâl adecuado, tomaba entre los dientes el hilo a la altura del nudo y con el hilo tenso hacía coincidir la estrella que había elegido con la arista superior del referido cuadrado de madera, mientras que la arista inferior rozaba el horizonte. Según la descripción de Barros, parece que había un kamâl para cada altura utilizada. Más adelante, el kamâl evolucionó y llegó a disponer de un hilo graduado con varios nudos, lo que permitía observar las estrellas en varias alturas con el mismo instrumento.
Vasco de Gama trajo este instrumento de la India y en Lisboa se calculó, para su uso, una tabla con una graduación en pulgadas, posiblemente con la participación de dos pilotos musulmanes. El navegante Pedro Alvares Cabral (1467-1520) llevó un ejemplar, por lo menos, de este instrumento en el viaje en el que se dice haber descubierto el Brasil en 1500 (aunque es muy probable que los portugueses hayan alcanzado ese “descubrimiento” mucho antes).
La tradición de la rihla prosiguió en diversas partes del mundo musulmán y, bajo los otomanos, fue cultivada por Ibn Darwish Mehmed Zilli, conocido como Evliya Çelebi (1611-c.1682). Tras terminar sus estudios primarios, estudió en una madrasa (escuela teológica) durante siete años. Durante ese tiempo aprendió de su padre (que moriría en 1648 a los 117 años de edad) las artes tradicionales como hat (caligrafía), nakis (decoración de las paredes y del techo con pinturas) y tezhip (dorado de los márgenes de las páginas). En 1635, cuando tenía 24 años, su tío Melek Ahmet Pashá le presentó al sultán Murat IV y éste le otorgó su ingreso al Enderun (escuela del Palacio de Topkapi) donde permaneció cuatro años recibiendo clases de caligrafía, música, gramática árabe y lectura del Corán hasta que fue agregado en 1639 al cuerpo militar de los spahis con un sueldo de 40 akças (monedas de plata). Su interés por conocer el mundo fue a partir del año 1630 cuando empezó a asistir a las tertulias de los amigos de su padre, pues las narraciones referentes a diversos países despertaban la curiosidad del joven que las escuchaba con extrema atención.
El motivo de sus interminables viajes, según afirma el mismo Evliya, fue un sueño: una noche soñó con el Profeta Muhammad, mientras se encontraba descansando en la mezquita de Alí Çelebi, cerca del muelle de frutos en el Cuerno de Oro (Estambul). Evliya, al encontrarse ante el Profeta sintió tanta emoción que, en lugar de pedirle sefaat (intercesión del Profeta a favor de alguien ante Dios para que perdone sus pecados), se le trabó la lengua y pronunció seyahat (viaje) oh Enviado de Dios. Pero el Profeta, comprendió lo que intentaba decir y le concedió ambas cosas. Así terminó el sueño. Al día siguiente lo primero que hizo Evliya fue contar ese sueño a Abdullah Dede, sheij (maestro) de los Mevlevi (cofradía de los derviches giróvagos, seguidores de Mevlana) en Kasimpasha, quien lo interpretó y aconsejó al futuro viajero que describiese primero la ciudad de Estambul. Así empezó la tarea este viajero incansable que duraría hasta su muerte. Como consecuencia de sus largos viajes nos dejó su Seyahatname,también llamado Tarihi seyyah, en diez libros de incalculable valor histórico y etnográfico. El primer libro abarca las descripciones de la sede del Imperio otomano y sus acontecimientos históricos, y es considerado una breve historia de Estambul; su redacción llevó diez años.
A partir de 1640, Evliya viajó por el mar Negro, Crimea (1642), Creta (1645), Azerbaiyán y Georgia (1646), Siria y Palestina (1648-1650), Bulgaria (1652) y Transilvania (1661). En la primavera de 1663 llegó a Hungría y se integró a la embajada de Kara Mehmet Pashá en Austria, llegando a la esplendorosa ciudad de Viena (la antigua Vindobona, “la ciudad blanca”) el 9 de junio de 1665, «con el ojo avizor de un guerrero de frontera». Durante su estancia allí se recompuso cuatro dientes rotos en 1647 cuando jugaba un partido de cirit (un deporte parecido al juego de cañas de los gauchos argentinos) en Erzurum. En Viena recibió un salvoconducto del emperador Leopoldo I (1640-1705) y recorrió las cercanías. El 29 de junio partió de la ciudad a orillas del Danubio y retornó a Hungría. El siglo XVII se caracterizó por los enfrentamientos entre otomanos y austríacos que culminó con el infructuoso segundo sitio (el primero fue entre el 27 de septiembre y el 15 de octubre de 1529) de la capital a orillas del Danubio entre el 17 de julio y el 12 de septiembre 1683 por parte del ejército del visir Kara Mustafá (1634-1683), el cual se dejó sorprender por la columna aliada franco-germana-polaca de socorro al mando de Carlos de Lorena (1643-1690) y Juan III Sobieski (1629-1696) —véase sobre el particular M. Smets: Wien in und aus der Türken Bedrängis, 1529-1683, Viena, 1893; Richard Kreutal: Kara Mustafa vor Wien: Das Turkische Tagebüch der Belägerung Wiens 1683, verfasst von Zeremonienmeister des Hohen Pforte, Graz, 1960; David G. Chandler: Atlas of Military Strategy. The Art, Theory and Practice of War, Islam versus Christianity, Arms and Armour Press, Londres, 1996, pp. 54-59.
Sus viajes continuaron por Creta (1668), Grecia y Albania (1670). Finalmente, Evliya Çelebi hizo la peregrinación a La Meca en 1671. Luego pasó a Sudán y Egipto donde vivió cerca de 8 o 9 años. A partir de entonces no es posible tener noticias sobre su vida y sus recorridos, tampoco se sabe dónde y cuándo murió. En su última obra aunque nos habla del visirato de Kara Mustafá Pashá, no da información referente de su expedición militar contra Viena. Como pasa por alto este acontecimiento importante, se puede deducir que vivió hasta el año 1682.
Evliya Çelebi fue sin duda un gran viajero y un gran romántico, a veces fantasioso cuando se refiere a una obvia mítica expedición de cuarenta mil jinetes tátaros a través de Austria, Alemania, y Holanda hacia el Mar del Norte. Evliya en su narración deja correr a veces su imaginación, como por ejemplo cuando se encontraba en Viena afirma haber recibido un salvoconducto del Emperador y haber visto mediante el mismo países como España, Dinamarca, Alemania y Francia, afirmación que sin duda carece de fundamento. Otro defecto de la obra es la inexactitud de las cifras en las que el autor a veces exagera al enumerar las cosas. Lo mismo sucede en las atribuciones históricas en la que nuestro viajero al informar sobre un acontecimiento histórico ocurrido en pasado, comete de vez en cuando algún disparate. Según el especialista turco Nihat Atsiz, esto se debe al conocimiento superficial de Evliya de la historiografía, ya que su formación de siete años en una madrasa no equivalía a una educación universitaria. Sin embargo, su estilo literario es excelente y destacan la minuciosidad y precisión de sus descripciones geográficas, de personas y grupos sociales. Por ejemplo, sobre la Casa Real de Austria opina lo siguiente: «Por la Voluntad de Dios Todopoderoso, todos los emperadores de esta casa son igualmente repulsivos en su aspecto. Y en todas las iglesias y casas, así como en las monedas, el emperador es representado con su feo rostro, y ciertamente, si cualquier artista osara retratarlo con un bello semblante sería ejecutado, pues él considera que así lo desfiguran. Estos emperadores están orgullosos de su fealdad».
Sin embargo, otros juicios de Evliya Çelebi sobre la sociedad austriaca son altamente favorables e incluso halagadores. Sobre las mujeres vienesas dice que «gracias a la pureza del agua y al buen aire son hermosas, altas, de esbelta figura y rasgos nobles». También pondera las excelencias de la vasta y bien cuidada biblioteca de la catedral de San Esteban.
Evliya en sus narraciones, a diferencia de otros viajeros y escritores musulmanes, evita cuidadosamente cualquier comparación explícita entre aquello que vio en Austria y lo que él y sus lectores conocen en casa. En las historias magistrales con las cuales entretiene a su público, importantes y detallados señalamientos pueden apreciarse acerca del ejército, el sistema judicial, la agricultura, así como sobre las características topográficas y edilicias de la ciudad capital. Un libro de Evliya llamado Sakaname (libro de bromas) no ha llegado hasta nosotros.
Véase Evliya Çelebi: Narrative of Travels in Europe, Asia and África, (2 vols.). traducción parcial de J. von Hammer, Londres, 1834; Evliya Çelebi: Viajes, (10 vols.), Editado por N. Asím, Kilisli Rifat y H.N. Orkun, Estambul, 1896-1938 (en turco); A.A. Pallis: In the Days of the Janissaires, Selections from Evliya Çelebi, Londres, 1951; R.F. Kreutel: Im reiche des Goldenen Apfels, Graz, 1957; K. Teply: Evliya Çelebi in Wien, Der Islam, Viena, 1975; Martin Van Bruinessen y Hendrik Boeschoten: Evliya Çelebi in Diyarbakir, E.J. Brill, Leiden, 1988; Evliya Çelebi: Evliya Çelebi Seyahatnamesinden Seçmeler (Selecciones del itinerario de Evliya Çelebi), Preparación de Nihat Atsiz, Kültur Bakanligi Yayinlari, Ankara, 1991; Evliya Çelebi: [Seyahatname, Selecciones en inglés] The intimate life of an Ottoman statesman : Melek Ahmed Pasha (1588-1662): as portrayed in Evliya Celebi’s Book of travels (Seyahat-name), traducción y comentario de Robert Dankoff; con una introducción histórica de Rhoads Murphey, State University of New York, Albany, 1991; Korkut M. Bugday: Evliya Çelebis Anatolienreise aus dem dritten Band des Seyahatname, Leiden, 1996.
Desde los comienzos del Islam, miembros de las minorías cristianas y judías viajaron desde el mundo musulmán hacia los cuatro puntos cardinales del planeta con una libertad inimaginable en nuestros días presentes de pasaportes, visas, controles electrónicos y restricciones migratorias. Un ejemplo es el sacerdote cristiano caldeo Ilias Ibn Hanna de Mosul.
En 1668 viajó a Italia, Francia y España, y desde allí abordó un navío que lo llevó a la América española, donde visitó México, Panamá y Perú. Sin lugar a dudas, se trata del primer oriental en visitar y describir el «Nuevo Mundo», por lo menos oficialmente (cfr. Ilyas b. Hanna: Le plus ancien voyage d’un oriental en Amerique, 1668-1683, A. Rabbath, Beirut, 1906).
Mirzá Abu Talib Jan nació en Lucknow en 1752, en el seno de una familia shií. Entre 1799 y 1803 viajó extensamente por Europa, y a su vuelta a la India escribió un libro describiendo sus aventuras y descubrimientos (cfr. C. Stewart: Travels of Mirza Abu Talib Khan, Londres, 1814; Masir-i Talibi ya Safarname-i Mirza Abu Talib Khan, ed. H. Khadiv Jam, Teherán, 1974).
Abu Talib Jan comenzó su itinerario europeo en Irlanda y pasó la mayor parte del tiempo en Londres. El retorno a su tierra natal lo hizo vía Francia, Italia y Oriente Medio. Este viajero indomusulmán señala, muy sorprendido, que en Dublín había sólo dos casas de baño, ambas muy pequeñas y mal equipadas, destinadas exclusivamente para enfermos. «En verano —explica— la gente de Dublín se baña solamente en el mar, y en invierno no se bañan para nada».
Abu Talib Jan encontró a las mujeres inglesas en un estado social lamentable respecto de sus hermanas musulmanas. «Las inglesas se mantienen ocupadas en tiendas y diversos puestos de trabajo —una situación que Abu Talib atribuye a la sabiduría de los legisladores y filósofos ingleses en la búsqueda del mejor camino para mantenerlas alejadas de la malicia—, pero, sin embargo, están sujetas a fuertes restricciones. Por ejemplo, ellas no salen después de oscurecer y no pasan la noche en ninguna otra casa que la propia sin la companía de sus maridos. Una vez casadas, carecen de derecho de propiedad y están completamente a merced de sus maridos, quienes podrían despojarlas a voluntad. Las mujeres musulmanas, por el contrario, están muchísimo mejor. Su posición legal y derechos de propiedad, incluso contra sus propios esposos, están establecidos y defendidos por la ley. Y tienen otras muchas ventajas. Ellas pueden salir de sus moradas a visitar a sus familias, a sus relaciones o a sus amigas, y al mismo tiempo, permanecer fuera de sus hogares por varios días y noches» (cfr. Stewart, pp. 135-37; Masir, p. 268).
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Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh
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