Historia del Islam en el IV año de la hégira - la batalla de Banu Nadir
Un análisis de la vida del Profeta del Islam; Mahoma (Muhammad) (PB)
Por: Aiatollah Yafar Sobhani
Los hipócritas y los judíos de Medina, alegres y envalentonados por la derrota de los musulmanes en Uhud y por la masacre de las delegaciones para la difusión de la fe, buscaban una oportunidad propicia para sublevarse. Estaban empeñados en convencer a las tribus de que en Medina no había unidad y que los enemigos externos podían, en cualquier momento, derrocar al joven gobierno islámico. Para ponerse al tanto de las intenciones e ideas de los judíos de Banu Nadir, el Profeta y un grupo de sus compañeros se dirigieron a su fortaleza en la cual vivían. Su objetivo aparente era pedirles ayuda en el pago de la indemnización mencionada en el capítulo anterior, ya que ellos habían establecido una alianza tanto con los musulmanes como con la otra tribu, la de Banu Amer. En semejante circunstancia era un deber ayudarse mutuamente.
Tras su arribo el Enviado de Dios comunicó su propósito a los jefes de la tribu. Ellos lo recibieron con los brazos abiertos y prometieron colaborar en el asunto. Más tarde, llamando al Profeta por su apodo de Abul Qasim, le pidieron que entrara a la fortaleza y pasara allí el día. El Profeta (B.P.) no aceptó la invitación. Sólo accedió a sentarse, con sus comandantes y los jefes judíos, junto a los muros de la ciudadela.
El Profeta (B.P.) percibió junto a los lisonjeros halagos de los jefes judíos una serie de movimientos misteriosos. Se hablaban mucho en secreto, lo cual movía a duda y escepticismo. En realidad, estos jefes de los judíos habían decidido sorprender al Enviado de Dios. Uno de ellos, Amr Hayyash, se había preparado para ubicarse en las terrazas del fuerte y tirar una gran piedra sobre la cabeza de Muhammad. Afortunadamente su complot fue desbaratado. Sus planes quedaron al descubierto por sus misteriosos movimientos, y según refiere el historiador Uaqidí, el ángel Gabriel fue quien puso al tanto al Profeta de sus maquinaciones. Súbitamente el Enviado de Dios se puso de pie y comenzó a caminar. Todos pensaron que regresaría enseguida, pero no fue así. No se detuvo hasta llegar a Medina. Lo extraño era que no había avisado a sus compañeros de su determinación. Todos aguardaban su regreso, pero la espera se dilataba y nada ocurría. Los judíos de Banu Nadir estaban desconcertados. Por un lado pensaban que el Profeta (B.P.) había descubierto su plan, y que si así era les castigaría; por otra parte pensaban que, ya que él se había alejado del lugar, igual podían tomar venganza con sus acompañantes. Pero reflexionaron en que si procedían de esta forma la venganza del Profeta podía ser aún peor. Llegado este estado de cosas, los que habían acompañado al Profeta decidieron ir en su busca. A poco de su partida se encontraron con un hombre que había salido de Medina y que les comentó que Muhammad se encontraba allí. De inmediato prosiguieron el viaje y al llegar a Medina se enteraron del complot que Gabriel, el Fiel ángel de la Revelación, había comunicado al Profeta.
¿Cómo responder a una traición semejante?
¿Cuál debía ser el proceder del Profeta (B.P.) frente a este grupo traidor; grupo que gozaba de protección y privilegios ante el gobierno islámico? ¿Cómo se debía responder a este pueblo, al que defendían los soldados del Islam y que era testigo de la Profecía de Muhammad, que estaba anunciado en sus mismas escrituras? Este pueblo, en vez de recibirlo hospitalariamente, planeó cobardemente asesinarlo. ¿Qué exigía la justicia para que estos hechos no se volvieran a repetir?
El Profeta (B.P.) tomó la resolución más justa y honorable. Dio la orden de preparar un ejército y luego envió a Muhammad Ibn Maslama Al-Ausí con un mensaje para los jefes de Banu Nadir, a saber: “El Profeta del Islam los conmina a abandonar este territorio lo más pronto posible. El plazo es de diez días. Ustedes han quebrantado el pacto utilizando la senda del engaño y la traición. Si no lo abandonan dentro del plazo estipulado vuestra sangre no será respetada”. Este mensaje suscitó una gran desazón en el pueblo judío. Se culpaban unos a otros por lo acontecido. Uno de sus jefes sugirió que todos adhirieran al Islam pero la impertinencia de la mayoría cercenó la propuesta. El desconcierto aumentaba. Finalmente inquirieron del enviado: “¡Muhammad! Tú que perteneces a la tribu de Aus, ¿por qué luchas contra nosotros, sabiendo que previamente a la llegada del Islam tu tribu y la nuestra eran aliadas?” El respondió: “Eso ya pasó. Ahora nuestros corazones han dado un vuelco en cuanto a nuestras ideas”.
Esta decisión no era injusta pues se basaba en el pacto establecido entre musulmanes y judíos a poco del arribo del Profeta a Medina, y el cual había sido suscripto por Huií Ibn Ajtab, miembro de Banu Nadir. Ya hemos reproducido el texto del pacto, no obstante repetimos aquí uno de sus parágrafos: “El Profeta establece un pacto con las tribus de Banu Nadir, Banu Qanuqa y Banu Quraida. Por el mismo estas tribus jamás podrán dar un paso en contra de Muhammad y sus seguidores, ni perjudicarlo con la lengua ni con la mano... Si alguna de ellas procediera contra el texto, el Profeta tendrá derecho a derramar su sangre, apoderarse de sus bienes y tomar prisioneras a sus mujeres y sus niños”.
Nuevamente, ante este acontecimiento de la historia del Islam, no faltan los orientalistas que derraman lágrimas de cocodrilo condoliendose por la suerte de estos traidores de Banu Nadir, considerando no acorde a justicia el proceder del Enviado de Dios (B.P.).
A esta objeción se debe responder recurriendo al texto mismo del pacto suscripto entre la tribu y el Profeta (B.P.), y del cual se desprende que el castigo fijado por éste fue mucho más liviano al estipulado en el acuerdo. Hoy día se emprenden cientos de crímenes ordenados por los patrones de estos orientalistas, ideólogos de la falsedad, y ninguno de ellos objeta nada. No obstante cuando un Profeta intenta castigar a un puñado de traidores con una pena menor a la estipulada, de inmediato se alza la voz de todo un grupo de autores para juzgar el hecho con diversas intenciones.
EL PAPEL QUE DESEMPEÑABA EL PARTIDO HIPOCRITA
El peligro que acechaba a los musulmanes del lado del partido hipócrita era mayor aún que el que corrían por el accionar de los judíos. Y esto porque los hipócritas, desde la misma trinchera de la amistad, atacan desde atrás con su puñal. Los jefes de este partido en Medina eran Abdullah Ibn Ubai, Malik Ibn Ubai y otros.
De inmediato estos líderes de la hipocresía se comunicaron con los jefes de Banu Nadir y les prometieron que los auxiliarían con 2000 soldados. Además contarían con la ayuda de las tribus de Banu Quraida y Gaftán. Esta engañosa promesa aumentó la osadía de los judíos y, si en un primer momento pensaron en rendirse y abandonar la ciudad, ahora ya no pensaban lo mismo. Cerraron las puertas de su fortaleza y se proveyeron de vituallas y armamento. Decidieron defenderse y no dejar sus territorios bajo el dominio islámico. Uno de sus jefes, Salam Ibn Mushkam, consideró vana la promesa de Abdullah, y consideró entonces conveniente la partida. No obstante, Huií Ibn Ajtab llamó a la resistencia.
El Enviado de Dios (B.P.) supo de la promesa hecha por Abdullah Ibn Ubai. Nombró entonces a Ibn Umm Maktum su delegado en Medina y partió exclamando: “¡Dios es el Más Grande!” Iba a sitiar la fortaleza. Acampó en un sitio ubicado entre Banu Quraida y Banu Nadir, de ese modo cortaba la posible comunicación entre ambas tribus. Según el relato de Ibn Hisham (“Sirat”, tomo 11, Pág. 191), estuvieron allí seis días, y según otros historiadores 15 días. A pesar de todo, los judíos continuaban resistiéndose. El Profeta ordenó cortar las palmeras de los alrededores de la fortaleza para que, al ver sus campos destruidos, los judíos desistieran.
Al ver la escena se alzó el grito de los judíos, que exclamaban: “¡Abul Qasim!, tú siempre impediste a tus soldados cortar los árboles, ¿por qué ahora lo están haciendo?” Finalmente los judíos de Banu Nadir se rindieron dispuestos a abandonar el territorio a condición de que se les dejara llevar todos sus bienes muebles. El Enviado de Dios (B.P.) aceptó a medias la propuesta pues no les permitió llevar sus armas.
En su avaricia los judíos se llevaban hasta las puertas de sus casas, e incluso destruyeron sus viviendas. Un grupo se dirigió a Jaibar y otro a Sham. Sólo dos judíos ingresaron al Islam. En represalia, abandonaron Medina al son de tambores y cantando himnos, con lo cual intentaban demostrar que no los apenaba abandonar sus dominios.
División de los campos de Banu Nadir entre los emigrados.
De acuerdo a lo que establece el Sagrado Corán, el botín que se obtiene sin luchar pertenece al Profeta (Cfr. Corán 59:6 y 7). El es quien tiene derecho a utilizarlo en lo que crea más conveniente. En este caso, el Profeta creyó indispensable repartir los campos entre los inmigrantes de la Meca, ya que no poseían bienes y estaban hospedados en las casas de los ansár. Saad Ibn Ma‘ad y Saad Ibn Ibadah estuvieron de acuerdo con el Profeta. Los terrenos fueron destinados a los muhayirún, y a dos de los ansár que estaban en la misma situación que aquellos. Sus nombres eran Sahl Ibn Hanif y Abu Dayyana. De ese modo la comunidad islámica pudo vivir un poco más confortablemente. La valiosa espada de uno de los jefes de Banu Nadir fue entregada a Saad Ibn Ma‘ad.
Estos acontecimientos tuvieron lugar en el mes de Rabi‘ I del cuarto año de la Hégira. La sura Hashr (el destierro) fue revelada ese mismo año. En haras de la brevedad no expondremos aquí sus versículos ni su interpretación. La mayoría de los historiadores creen que en este acontecimiento no medió ningún derramamiento de sangre, pero el sabio Sheij AI-Mufid (en su obra Kitab AI-Irshad, Pág. 47 y 48) afirma: “En la noche del triunfo tuvo lugar un pequeño enfrentamiento que dejó como saldo diez judíos muertos. Este fue el motivo que los llevó inmediatamente a considerar la rendición”.
Extraído del libro La Historia de Mahoma (PB); Vida del Profeta Muhammad (PB) e historia de los orígenes del Islam
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