La Paz Sea Con Ibrahim (X)

(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)

El inicio de la guerra

Narrado por Taqí Mesgarha

Era la mañana del día lunes 31 de shahrivar de 1359. Vi a Ibrahim y a su hermano ocupados, cargando unos muebles: Estaban mudándose de casa.

Los saludé y les dije:

— Hoy en la tarde Qasem parte para Kurdistán con un camión de provisiones; unos chicos y yo lo acompañaremos. Sorprendido, me preguntó:

— ¿Pasa algo?

— Es posible que comience nuevamente un conflicto armado.

— Si puedo yo también los acompañaré. Yo te aviso.

Al mediodía, con el ataque realizado por la aviación iraquí dio comienzo la guerra. Toda la gente miraba hacia el cielo.

Eran las 4 p.m., estábamos en la calle cuando llegó Qasem Tashakkorí en un jeep con pertrechos. Lo acompañaba Alí Jorramdel; me subí al vehículo.

Cuando estábamos por arrancar llegó Ibrahim y también se subió. Le pregunté:

— ¿Qué no estabas mudándote de casa?

— Sí, pero apenas dejé los muebles en la nueva casa, me vine.

Era el segundo día de guerra. Antes del mediodía llegamos a Sarpol-e Zahab, después de atravesar con mucha dificultad varios caminos de tierra.

Nadie podía creer lo que veíamos, una gran multitud de personas estaba marchándose de la ciudad, huyendo del peligro.

Se escuchaba muy cerca el fuerte estruendo de los cañonazos y los proyectiles despedidos de los tubos de los morteros. ¡No sabíamos que hacer!

Al entrar en la ciudad tuvimos que pasar por un puerto de montaña. Después, vi a lo lejos a los jóvenes de los Guardianes de la Revolución que nos hacían señales con las manos. Les dije:

— ¡Rápido! ¡Rápido! Los Guardianes nos están indicando que nos apresuremos.

De repente, Ibrahim señalando en dirección contraria a donde estaban los guardianes, dijo:

— ¡Mirad hacia allá!

Entonces, pudimos ver muy bien cómo detrás de las colinas estaban los tanques iraquíes que disparaban sin detenerse. Algunos proyectiles y balas caían cerca de nuestro vehículo, pero gracias a Dios no nos causaron daño.

Cuando hubimos avanzado un poco más, uno de los Guardianes de la Revolución se acercó y nos preguntó:

— ¿Quiénes sois vosotros? He estado indicándoos que no avancéis más y en vez de ello habéis acelerado.

Qasem preguntó:

— ¿Cómo está todo? ¿Quién es el comandante aquí?

— El Sr. Boruyerdí, pero en estos momentos está en el interior de la ciudad con los jóvenes combatientes porque en la mañana los iraquíes se habían tomado la ciudad.

Nos marchamos, estacionamos el jeep en un lugar seguro dentro de la ciudad, ahí esperamos. Qasem hizo dos ciclos de oración en ese mismo lugar.

Cuando terminó, Ibrahim le preguntó:

— ¿Y esta oración?

— Cuando estuve combatiendo en el Kurdistán, siempre le pedía a Dios que no permitiese que los enemigos de la Revolución me hiciesen prisionero ni que quedase lisiado. Pero esta vez, le he pedido que me otorgue el martirio. ¡No soporto más! — Le contestó serenamente.

Ibrahim lo escuchó minuciosamente, pero no le dijo nada. Posteriormente, fuimos los tres a ver a Muhammad Boruyerdí, el comandante del lugar, quien al ver a Qasem se puso muy contento, pues ellos ya se conocían.

Tuvimos una conversación muy amena, luego nos mostró el lugar y dijo: «En las afueras de la ciudad hay dos grupos de soldados, no tienen comandante y bueno Qasem… me gustaría que los trajeses hasta aquí».

Acompañamos a Qasem en la misión, eran muchos soldados, estaban armados pero se habían asustado porque no estaban preparados para la clase de ataque que el ejército de Irak había emprendido.

Qasem e Ibrahim se adelantaron y empezaron a hablar con los soldados, de tal forma que muchos de ellos se sintieron muy motivados.

Aquella charla terminó con esta exhortación: «Aquel que sea valiente y que no quiera que su familia caiga en las manos de los baazistas, ¡que venga con nosotros!»

Casi todos nos siguieron. Qasem reunió las tropas, pasó revista y después de ello entramos a la ciudad.

Al llegar, nuestra primera labor fue hacer trincheras. Algunos soldados dijeron que tenían municiones para cañón sin retroceso M40.

Qasem les mostró una buena zona y les ordenó trasladar la artillería ahí. Cuando se hubo hecho, disparó contra los tanques iraquíes.

Ante ello, los tanques retrocedieron considerablemente, algo que envalentonó a nuestros combatientes.

Antes del ocaso, Qasem eligió una de las casas que estaba cerca de las trincheras como sede de operaciones. Después me dijo: «Ve a decirle a Ibrahim que venga a leer la súplica Tawassul».

Era la noche del miércoles, empecé a caminar. Qasem comenzó a hacer la oración del ocaso. Habían pasado un par de minutos y aún estaba cerca cuando un proyectil de mortero impactó en la casa: nuestra sede. Yo pensé: «Gracias a Dios, que Qasem estaba dentro de la habitación rezando».

Me regresé, Ibrahim —que también había escuchado la explosión— llegó corriendo.

Entramos a la habitación, y era increíble: Una esquirla no más grande que una lenteja había impactado en el pecho de Qasem mientras este hacía la oración. ¡Qasem había recibido lo que pidió!

Cuando Muhammad Boruyerdí oyó la noticia, lo vimos notablemente triste. En la noche leímos la súplica Tawassul al lado del cadáver de Qasem.

En la mañana enviamos el cuerpo de Qasem a Teherán.

Al día siguiente fuimos a la sede de la comandancia, querían que algunos de nosotros nos hiciésemos responsables del almacén de armas. Aceptamos: ¡Nos entregaron una escuela llena de armas!

Un día, debido a la falta de seguridad sacamos el armamento de la ciudad. En el camino Ibrahim bromeó un poco. Cuando el almacén quedó completamente vacío nos fuimos al frente de guerra. Había muchas trincheras en el oeste de Sarpol-e Zahab.

Algunos comandantes experimentados como Asghar Vesalí y Alí Qorbaní fueron elegidos como responsables de las fuerzas combatientes.

Ellos tenían en la zona de Paveh una agrupación guerrillera llamada Dastmalha-ye Sorj[1] Ahora esas mismas fuerzas habían llegado a Sarpol-e Zahab.

Exploramos un poco la ciudad, incluso encontramos a algunos compañeros; entre ellos, Muhammad Shahrudí, Mayid Faridvand y otros. Después nos fuimos hacia el lugar donde se estaban trabando los combates contra las fuerzas iraquíes.

En una de las trincheras en las colinas, el comandante nos dijo: «En aquella colina es donde están apostados los iraquíes, por supuesto no es la única que está en su poder».

Algunos minutos después se asomó un soldado iraquí, y todos los combatientes empezaron a dispararle.

Ibrahim gritó:

— ¿Qué estáis haciendo? ¿Queréis terminaros todas las municiones?

Los chicos se quedaron en silencio. Ibrahim que hace un tiempo había estado en el Kurdistán había aprendido bien las técnicas militares. Les dijo: «Debéis esperar que el enemigo se acerque lo suficiente a vosotros, para atacar».

En ese momento, los iraquíes empezaron a dispararnos desde la colina con lanzacohetes y morteros.

Después empezaron a avanzar en dirección nuestra. Los combatientes que por primera vez estaban pisando el frente de guerra retrocedieron hacia las trincheras.

¡Nos habíamos asustado mucho!

El comandante gritaba: «¡Esperad no tengáis miedo!»

Unos momentos después los iraquíes bajaron la intensidad de su ataque. Estábamos en la trinchera, miré hacia fuera. ¡Los iraquíes se habían acercado aún más!

De repente Ibrahim y otros compañeros empezaron a atacarlos. Mientras salían de la trinchera y corrían, gritaban: ¡Al·lahu Akbar!

Algunos soldados iraquíes murieron en el ataque y otros cayeron heridos. Ibrahim y sus amigos hicieron prisioneros a once miembros de las fuerzas enemigas, el resto escapó.

Ibrahim los llevó de inmediato a la ciudad. Lo sucedido motivó mucho a nuestros combatientes. Algunos se sacaban fotos con los prisioneros, otros con Ibrahim.

Una hora después entramos a la ciudad de Sarpol, ahí nos enteramos de que debido a que el camino estaba bloqueado, el cuerpo del mártir Qasem todavía estaba en el cuartel. El quinto día de la guerra, pudimos llevar su cadáver a Teherán. Lo transportamos en su propio vehículo.

El funeral se realizó ahí, en la capital. ¡Fue espléndido! Qasem se había convertido en el primer mártir de la Defensa Sagrada.

Miles de personas participaron en el funeral, habían venido para darle el último adiós, entre ellos su gran amigo Alí Jorramdel, que gritaba: «¡Oh comandante mártir, tu camino continuará!».

Segunda participación en la guerra

Narrado por Amir Monyer

El 8 de mehr partimos hacia la zona de guerra con los chicos de la Secretaría de Operaciones de los Guardianes de la Revolución. En el camino hicimos una breve estación en el cuartel de los Guardianes de la Revolución de Hamadán.

Era hora de la oración del mediodía. Ahí mismo nos encontramos con el hermano Boruyerdí, cuya misión era guiar a las fuerzas de los Guardianes de la Revolución hacia la zona de guerra.

Ibrahim comenzó a hacer el adhan y todos nos preparamos para hacer la oración. Se podía percibir el ambiente espiritual que Ibrahim había podido crear en pocos días de convivencia con los combatientes. Muhammad Boruyerdí me preguntó:

— Don Amir, ¿de dónde es este Ibrahim?

— Es uno de los chicos de nuestro barrio en Teherán. — Le respondí, y luego le especifiqué: — Vivimos cerca del bulevar 17 de Shahrivar y de la plaza Jorasán.

— ¡Qué buena voz tiene! Lo he visto dos veces en la zona. Es un joven muy activo y valiente. — Luego, con un tono más serio, me dijo: — Si le es posible, tráigalo a Kermanshah para que nos acompañe.

Hicimos la oración colectiva y después nos marchamos. Era la segunda vez que estábamos en Sarpol-e Zahab.

Al llegar, Asghar Vesalí había reunido las tropas, pasó revista. Parecían estar muy bien preparadas.

Asghar era un comandante muy experimentado y bravo. Ibrahim lo apreciaba mucho y cuando hablaba de él, solía decir: «Realmente, no he visto un combatiente tan valiente, dedicado y ordenado como Asghar».

Asghar incluso había traído al frente de guerra a su esposa, y se desplazaba hacia todas las zonas de combate en su propio automóvil, el cual ahora parecía un verdadero almacén de armas.

Asghar también admiraba a Ibrahim. Una vez quería saber la situación del enemigo y le pidió a Ibrahim que lo acompañase a hacer un reconocimiento de la zona.

Cuando regresaron, contó:

— Antes de la Revolución, combatí en Líbano. También estuve en el año 58 en Kurdistán y ahí participé en casi todas las operaciones. Pero este joven Ibrahim aunque no es militar de carrera, sabe mucho y entiende muy bien las cuestiones militares. Por eso para planificar las operaciones siempre le pido su opinión.

En uno de los ataques, en el cual no tuvieron ninguna baja, destruyeron ocho tanques del enemigo e hicieron prisioneros a muchos soldados iraquíes.

Asghar Vesalí era además un buen administrador, preparó parte de las instalaciones de la Guarnición Militar Abu Dharr para las fuerzas combatientes y los basīŷ. Registró los nombres y características de todos sus efectivos y los clasificó en base a estas. ¡Mantenía en orden la ciudad!

Cuando la situación se tranquilizó un poco. Ibrahim con otros combatientes establecieron un lugar para practicar el deporte antiguo.

Todas las mañanas Ibrahim hacía sonar una cacerola como sustituto del instrumento de percusión usado en el zurjaneh y con su linda voz interpretaba los himnos.

Asghar también participaba, utilizaba el G3 como sustituto de la porra de madera, el instrumento deportivo por excelencia del deporte antiguo.

Muchas personas que se habían quedado en la ciudad, el personal del hospital y —por supuesto— los combatientes, venían a ver las prácticas del deporte antiguo.

Ibrahim entonaba los cantos en aquel salón de deportes improvisado y Asghar dirigía las prácticas. Así mantenían viva la esperanza de los combatientes. ¡Ibrahim era una persona asombrosa!

***

Dijo el Imam Sadiq (P):

«Para todas las buenas acciones que un siervo hace se ha determinado una recompensa en el Corán, a excepción de la oración de la medianoche. Esto se debe a que esta es tan importante que Dios no ha especificado su recompensa, y ha dicho: Sus costados abandonan los lechos para invocar a su Señor con temor y esperanza».[2]

Durante nuestra breve estancia en Sarpol-e Zahab, Ibrahim normalmente se levantaba unas dos horas antes del adhan e iba a ver cómo estaban sus compañeros, luego salía del dormitorio.

Yo estaba seguro de que levantarse en la madrugada para hacer la oración de la medianoche, lo regocijaba.

Una vez vi cómo una hora antes del adhan de la oración del alba, Ibrahim con mucha dificultad consiguió un recipiente con agua para hacer el baño ritual y posteriormente realizó la oración de la medianoche.

Las alabanzas

Narrado por Amir Sepehrneyad

Era el día 12 de mehr de 1359. ¡Ibrahim llevaba dos días perdido! Fui al cuartel general para preguntar si tenían alguna noticia de él, pero no sabían nada.

Me mantuve despierto hasta la medianoche y preocupado por el más sincero de mis amigos.

Después de la oración del alba salí al patio, reinaba un silencio profundo dentro de la Guarnición Militar Abu Dharr.

Me senté ahí, en el suelo. Veía pasar por mi mente cada recuerdo que tenía de Ibrahim.

Aún no había amanecido cuando escuché un gran ruido. Vi como «se abría» la puerta de la guarnición y entraban algunas personas. Me les quedé viendo pero no las reconocí.

¡Me puse rápidamente de pie, cuando vi que uno de ellos era Ibrahim! Corrí hacia él y lo recibí con un fuerte abrazo.

Sentí un alivio y alegría indescriptibles. Una hora después, nos reunimos todos, e Ibrahim comenzó a contar lo sucedido durante estos tres días:

«Fuimos hasta el frente de guerra en un vehículo blindado, pues queríamos ver hasta donde habían llegando las tropas iraquíes.

Unos cien iraquíes nos acorralaron al pie de una colina, nos disparaban desde lo alto. Nosotros éramos solo cinco, y nos atrincheramos en un pozo desde donde disparábamos. Pudimos resistir hasta el ocaso.

Cuando oscureció, los iraquíes retrocedieron. Los dos compañeros que conocían bien el camino fueron martirizados. Salimos de la trinchera, no había nadie alrededor. Fuimos a la parte trasera de la colina y nos ocultamos entre los árboles. Ahí, escondimos los cuerpos de los mártires.

Estábamos hambrientos y exhaustos. Me guié por la puesta del sol para ubicar la alquibla. Hicimos la oración. Después, le dije a los demás: ''Para acabar de una vez por todas con este problema digan con total entrega a Dios las alabanzas del tasbih de Fátima (P). Recordad que fue el propio Profeta (PB) quien le enseñó a su hija (P) estas alabanzas, en un momento en que ella estaba atravesando muchas dificultades''.

Al terminar de decir las alabanzas, volvimos a la trinchera. Ya casi no nos quedaban municiones, sin embargo, no había ninguna señal de los iraquíes.

Repentinamente, vi a un lado de la colina algunos cadáveres de los iraquíes. Decidimos acercarnos, recogimos sus armas y municiones. Las trajimos con nosotros.

También encontramos alimentos. Así fue como pudimos tomar fuerzas para regresar. El problema era que no conocíamos el camino. ¡Estábamos prácticamente perdidos!

Estaba muy oscuro; llegamos a un valle. Traía un tasbih con el que venía haciendo alabanzas a Dios por todo el camino. A pesar del enemigo, el cansancio y la obscuridad, me había inundado una gran serenidad.

A medianoche encontramos un camino de tierra. Nos vinimos por ahí. Después de unas horas llegamos a una zona militar equipada con radares. Había varios guardias alrededor de estos. También se podían ver las trincheras.

Nosotros no sabíamos dónde estábamos y pensamos que había llegado nuestro fin, pues era obvio que se trataba de una base iraquí. ¡Nos encontrábamos en extraña situación! Tuve que hacer una istijara. Le pedí a Dios que me ayudase a tomar una decisión. Hice el dhikr con el tasbih, y la respuesta fue buena. Así que empezamos el ataque disparando y lanzando granadas. Alteramos por completo el orden de esta base militar.

Cuando ya habíamos dañado los radares, nos alejamos del lugar. Una hora después emprendimos la marcha. Cerca de la mañana encontramos un lugar seguro y descansamos ahí todo el día. Disfrutamos de una tranquilidad sin igual.

Cuando hubo oscurecido, continuamos nuestro camino y con la ayuda de Dios finalmente encontramos un campamento de nuestros propios combatientes.

Todo esto que les cuento no es más que una muestra de la ayuda de Dios. ¡Las alabanzas de Fátima az-Zahra (P) desataron el nudo de nuestras dificultades!

El enemigo no tiene fe y por eso nos teme. Nosotros debemos aumentar el número de nuestras unidades para poder luchar contra el enemigo y resistir sus embates».

Colonia al-Mahdi

Narrado por Alí Moqaddam y Husein Yahanbajsh

La guerra tenía un mes de haber comenzado. Ibrahim acompañó a don Husein y a un grupo de amigos a la Colonia al-Mahdi, en los alrededores de Sarpol-e Zahab. En ese lugar hicieron trincheras defensivas.

Acabábamos de terminar la oración del alba, cuando vi que algunos combatientes estaban buscando a Ibrahim. Les pregunté, qué sucedía.

Dijeron que desde la medianoche no habían visto a Ibrahim. Enterarme de eso, me inquietó. Así que me les uní en la búsqueda. Fuimos a las torres de vigilancia y a las trincheras pero tampoco ahí sabían de él.

Una hora después, uno de los vigilantes nos avisó que había visto que algunas personas venían desplazándose desde el soto de enfrente.

Fuimos a una torre de vigilancia para ver si las divisábamos.

¡Eran trece iraquíes caminando en fila, con las manos atadas. Atrás de ellos, venía Ibrahim y otro de los combatientes. Traían una buena cantidad de armas.

¡Era increíble que Ibrahim y el otro joven combatiente hubiesen sido protagonistas de semejante acto heroico!

Sobre todo cuando en la Colonia al-Mahdi había pocos pertrechos, incluso algunos combatientes no tenían armas.

Al ver a los prisioneros, uno de nuestros jóvenes combatientes se entusiasmó demasiado y se acercó. Abofeteó al que venía adelante, diciéndole: «¡Iraquí mercenario!»

Guardamos silencio, pero Ibrahim que estaba atrás de los prisioneros, corrió al frente y encaró al joven, puso en el suelo las armas que cargaba sobre su hombro, y le gritó:

— ¿Por qué le pegas?

El joven se aturdió un poco, y dijo justificándose:

— ¿Qué tiene de malo? ¡Es un enemigo!

— Antes era un «enemigo», ahora es un «prisionero» Además, esta gente no sabe por qué está luchando contra nosotros. —Respondió Ibrahim, de forma contundente; y luego agregó: — ¡Entonces no tienes por qué tratarlo de esa forma!

— ¡Perdón! ¡Apenas me emocioné un poco!

Tras decir esto, el joven besó la frente del prisionero iraquí y le pidió perdón.

El prisionero iraquí parecía estar más desconcertado que nosotros, observaba cada uno de nuestros movimientos, y miraba a Ibrahim de tal forma que le hablaba con su mirada.

***

Dos meses después de haber empezado la guerra, Ibrahim solicitó licencia.

Mis amigos y yo fuimos a verlo, Ibrahim nos contó muchas cosas sobre la guerra, pero no nos decía nada sobre él mismo hasta que habló de la oración. De repente empezó a reír, y dijo:

«En la zona de al-Mahdi se nos unieron cinco jóvenes que querían ser combatientes, todos provenientes de un mismo pueblo.

Pasaron algunos días... Yo había reparado en que ninguno de ellos hacía la oración.

Un día conversé con ellos; eran personas muy sencillas. Nunca fueron a la escuela y tampoco sabían cómo hacer la oración. Se habían unido a las fuerzas combatientes solo por amor al imam Jomeini, y en verdad querían aprender a hacer la oración.

Les enseñé cómo se hace la ablución, llamé a uno de los soldados y les dije: ''Este señor va a ser el guía de la oración. Vosotros colocaos detrás de él, y haced todo lo que él haga. Yo también estaré en la fila con vosotros, repitiendo en vos alta lo que se dice en el rezo para que aprendáis bien''.

Cuando Ibrahim llegó a esta parte de su anécdota, empezó a reír. Cuando se logró calmar, continuó:

En el primer ciclo de la oración, a la mitad de la sura Al-Fatiha, el guía de la oración se rascó brevemente la cabeza, y de repente vi que los cinco jóvenes también se rascaron la cabeza. Tenía muchas ganas de reírme, pero me controlé.

En el momento de la prosternación, cuando el guía de la oración se levantó, la turbah quedó pegada en su frente y después de unos segundos cayó al piso. Entonces, se inclinó hacia la izquierda para alcanzarla, y los cinco 5 jóvenes también se inclinaron y extendieron su mano… y ya no pude soportar la risa».

El solucionador de problemas

Narrado por un amigo del mártir

Le preguntaron al Profeta Muhammad (PB) cuál de los creyentes tiene más fe, y respondió:

«La persona que lucha en el camino de Dios con su cuerpo, alma y bienes»..[3]

Muhammad Kozarí, excomandante de la División Militar Hazrat-e Rasul (PB) estaba contando algunas anécdotas sobre Ibrahim.

«En los primeros días de la guerra, en la región de Sarpol-e Zahab, le dije a Ibrahim:

— Hermano Hadí, puede pasar a cobrar su salario cuando quiera.

Me preguntó casi entre susurros:

— ¿Cuándo irá usted a Teherán?

— El fin de semana.

— Entonces, le voy a dar la dirección de tres familias, y por favor al llegar a Teherán entrégueles mi salario.

Al llegar a Teherán lo primero que hice fue cumplir con la encomienda de Ibrahim. Entonces, comprendí que en las tres casas vivían familias pobres, pero con mucha dignidad».

***

Venía del frente de guerra, iba para mi casa en Teherán. Cuando llegué a la Plaza de Jorasán, vi que no tenía nada de dinero en mis bolsillos. Estaba muy preocupado porque qué le iba a decir a mi mujer, a mis hijos, que seguramente querían que les comprase algo. Además tenía que pagar el alquiler de la casa.

¿A quién podría pedirle ayuda? ¿Con quién podría hablar? Quería ir a la casa de mi hermano pero sabía que él tampoco estaba atravesando por una buena situación económica.

Estaba parado frente a la intersección Aref. Entonces me dije: «Solo Dios me puede ayudar». ¡En verdad, no sabía qué hacer!

En aquel momento de incertidumbre fue que de repente vi a Ibrahim en su motocicleta, venía en mi dirección. ¡Me puse muy contento!

Se detuvo cuando me vio y bajó de la motocicleta. Me dio un fuerte abrazo. Charlamos algunos minutos. Cuando me quise despedir, para continuar mi camino, me preguntó:

— ¿Recibiste tu salario?

— No. Todavía no, pero no hay problema. — Le respondí, haciéndome el indiferente.

Entonces, metió su mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes. Me lo ofreció. Le dije:

— No por favor. Tú mismo necesitas este dinero, de ningún modo podría aceptarlo.

— Tómalo en calidad de préstamo. Un préstamo para algo bueno... y cuando recibas tu sueldo me los devuelves.

Metió el dinero en el bolsillo de mi camisa, subió a la motocicleta y se marchó.

Ese dinero tenía mucha bendición, resolvía muchos de mis problemas y aún me sobraba para que —durante un tiempo— mi familia no pasase dificultades.

Rogué a Dios mucho para que recompensase a Ibrahim. Yo sabía que Dios mismo hizo que me cruzase en el camino con Ibrahim, quien siempre resolvía los problemas de los demás.

Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com  Fundación Cultural Oriente


[1] Pañuelos Rojos.

[2] Mizan al-Hikmah, hadiz 3665.

[3] Al-Hokm az-Zāhirah, t. 2, pág. 280.

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