La Paz Sea Con Ibrahim (III)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Narrado por Reza Hadí
Vivíamos en una casa pequeña alquilada, ubicada en las inmediaciones de la plaza Jorasán, en Teherán.
Eran los primeros días de ordibehesht del año 1336. Papá estaba muy contento desde hace varios días.
El uno de ese mes, Dios le había otorgado un hijo, por lo que no se cansaba de agradecerle.
Aunque en la casa ahora éramos cuatro hijos (tres chicos y una chica), papá estaba muy entusiasmado con el recién nacido.
Por supuesto que estaba en su derecho, porque el bebé era un encanto. También, había escogido ya un nombre para él: Ibrahim.
Nuestro padre le puso el nombre de un Profeta que es símbolo de la paciencia y paladín de la confianza en Dios y el monoteísmo; y ese nombre le quedaba realmente bien.
Cada vez que nuestros parientes y amigos lo veían, le decían sorprendidos:
— Husein, tú tienes tres hijos más, ¿por qué este niño te ha causado tanta alegría?
Papá respondía serenamente:
— ¡Este niño tiene algo especial! Estoy seguro que mi Ibrahim será un buen siervo de Dios, y también hará que se recuerde mi nombre.
Tenía razón. El amor de nuestro padre hacia Ibrahim, era asombroso.
Aunque después de él, Dios le otorgó a mi familia un niño y una niña, más; no disminuyó en nada el amor de nuestro padre hacia Ibrahim.
***
Ibrahim estudió la primaria en la Escuela Taleqaní, ubicada en la calle Ziba. Tenía un carácter especial. En esa época, a pesar de su corta edad realizaba siempre la oración.
Una vez, en esos mismos años de la primaria, le dijo a uno de sus amiguitos: «Mi papá es un hombre muy bueno, incluso ha visto —varias veces— en sueños al Imam Mahdi (que Dios apresure su aparición)».
También, una vez que tenía muchas ganas de peregrinar a Kerbala, soñó que hazrat Abbás (P) había venido a visitarlo y a hablar con él.
Cuando Ibrahim cursaba el último año de primaria, le dijo a sus compañeros:
— Mi papá dice que el señor Jomeini es un hombre muy bueno, ese mismo que desde hace varios años el sah mantiene en el exilio. Incluso me ha dicho que todos debemos actuar de acuerdo a sus instrucciones, porque equivalen a las órdenes del Imam de la Época (que Dios apresure su aparición).
Los amigos le dijeron:
— ¡Ibrahim, no vuelvas a decir eso, pues si llega a oídos del coordinador de la escuela, te expulsará!
Quizás a los compañeros de Ibrahim, les resultaban extrañas esas palabras. Pero él tenía mucha fe en lo que su padre decía.
Narrado por la hermana del mártir
Dijo el Profeta Muhammad (PB):
«Ayudad a vuestros hijos a ser buenas personas, porque cualquiera que lo desee puede extirpar la desobediencia de su hijo».[1]
Basándose en esto, mi padre nunca fue negligente respecto a la educación correcta de Ibrahim y la de sus otros hijos. Por supuesto que, mi padre era un hombre muy piadoso, asiduo de las mezquitas y las hey'at, y daba mucha importancia al sustento halal. Conocía bien el dicho del Profeta del Islam (PB):
«La adoración tiene diez partes, y nueve de ellas tienen que ver con obtener el sustento lícito».[2]
Por eso, cuando un grupo de bribones del barrio Amiriyeh (Shapur), lo fastidió y no lo dejaban que tuviese su pequeño negocio halal que había heredado de mi padre, vendió la tienda y comenzó a trabajar en una fábrica de terrones de azúcar.
Era obrero de la fábrica. Desde la mañana hasta la noche tenía que estar de pie frente a un horno. Después de un tiempo, pudo comprar una pequeña casa.
Ibrahim había dicho muchas veces: «Si mi padre educó buenos hijos, fue gracias a las dificultades que tuvo que aguantar para ganarse el sustento halal».
Siempre que se acordaba de su niñez, decía: «Mi padre me ayudaba a memorizar el Corán. Siempre me llevaba a la mezquita; la mayor parte de las veces íbamos a la mezquita del ayatolá Nurí en la intersección Sarcheshmeh.
Ahí se reunía la Hey'at Hazrat Alí Asghar (P), de la cual mi padre tenía la honra de ser miembro.
Recuerdo que en los últimos años de primaria, Ibrahim hizo algo que enfadó a mi padre, quien le ordenó: «¡Ibrahim sal de aquí y no vuelvas hasta la noche!».
Pero, llegó la noche e Ibrahim no aparecía. Toda la familia estaba preocupada pensando en si habría almorzado o no, pero nadie cuestionaba a mi padre.
Un par de horas después, Ibrahim regresó. Entró saludando respetuosamente a todos. Le pregunté de inmediato: «¿Almorzaste algo hermano?».
Aunque mi padre parecía todavía estar molesto, hizo silencio aguardando la respuesta de Ibrahim, que dijo en voz baja: «Caminaba por el callejón cuando vi que una anciana había comprado muchas cosas y no sabía qué hacer, ni cómo llevárselas a casa. Me acerqué y le ayudé. Le llevé las compras hasta su casa. La anciana me agradeció muchísimo y me regaló una moneda de 5 riales. No quería aceptarla, pero insistió tanto. Yo también tuve la certeza de que era dinero halal, porque me lo había ganado trabajando. Al mediodía, con esa misma moneda compré un poco de pan, y comí».
Cuando mi padre escuchó la historia, se le dibujó una sonrisa en los labios por la satisfacción y alegría de que Ibrahim había aprendido muy bien de él la lección de lo importante que es el sustento halal.
La amistad de mi padre con Ibrahim iba mucho más allá de una relación de padre e hijo. Había un amor singular entre ambos cuyo fruto se hizo evidente en el desarrollo de la personalidad de mi hermano. Sin embargo, esta amistad pura no duró mucho tiempo.
Ibrahim era un adolescente cuando perdió el dulce sabor del apoyo del padre.
Pudo sentir un crepúsculo entristecedor cubriéndolo con la pesada sombra de la orfandad. Desde ese momento continuó su vida como los grandes hombres. En esos años, la mayoría de sus amigos y conocidos le recomendaban que se dedicase al deporte. Algo, que él hizo.
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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