La Paz Sea Con Ibrahim (IV)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Narrado por un grupo de amigos del mártir
Fue en el primer año de secundaria que Ibrahim conoció el deporte antiguo. Por las noches iba al zurjaneh del hach Hasan.
El hach Hasan Tavakkol, conocido como «hach Hasan Nayyar», era un místico piadoso que tenía un zurjaneh cerca de la Escuela Secundaria Abu Rayhán. Ibrahim era también uno de los atletas que frecuentaban ese ambiente espiritual.
El hach Hasan siempre comenzaba las sesiones deportivas recitando algunas aleyas del Corán, posteriormente narraba un hadiz [en árabe] y lo traducía. La mayoría de las noches mandaba a Ibrahim al centro de la arena deportiva, a veces recitaba una sura del Corán, otras, la súplica Tawassul o entonaba himnos sobre Ahl ul-Bayt (P), y de esta manera ayudaba al director del zurjaneh.
Cuando sonaba la llamada a la oración del ocaso, los chicos interrumpían su entrenamiento deportivo, rezaban en forma colectiva, guiados por el hach Hasan; y esta era una de las actividades importantes de este establecimiento deportivo.
De esta forma, el hach Hasan instruía a los jóvenes en la fe, la moral, la educación y el deporte, en esos tiempos previos a la Revolución.
No olvido la vez en que los deportistas ya habiendo terminado su entrenamiento, se estaban vistiendo y se disponían a despedirse, cuando de repente entró un hombre afligido con un bebé en sus brazos.
Con rostro pálido y voz temblorosa, dijo: «¡Oh hach Hasan, ayúdeme! Mi hijo está enfermo y los médicos me han dicho que no pueden hacer nada por él, que no tiene cura. Estoy a punto de perderlo pero sé que usted puede ayudarme. ¡Por el amor de Dios: rece por él!»
Luego aquel hombre rompió en llanto.
En ese mismo momento, Ibrahim que era solo un jovenzuelo, dijo: «Chicos poneos de nuevo la ropa deportiva y volvamos a la arena».
Una vez se hubieron acomodado en la arena, empezaron su rutina deportiva, e Ibrahim les animó: «¡Acompañadme! Hagamos juntos la súplica Tawassul».
Ibrahim empezó a recitarla, y los demás la repetían al unísono.
Aquel padre yacía sentado en un rincón con su hijo en brazos, contemplaba la escena y lloraba inconteniblemente.
Dos semanas habían transcurrido ya, cuando el hach Hasan después de un entrenamiento, dijo:
— ¡Chicos! El próximo viernes estáis invitados a almorzar.
Pregunté de inmediato:
— ¿Dónde?
— Aquel siervo de Dios que vino con su hijo enfermo nos ha invitado a todos. Gracias a Dios el bebé está bien y el médico ha dicho que se encuentra completamente sano. En agradecimiento a Dios nos ha invitado a comer.
Después de esa explicación del hach Hasan, me le quedé viendo a Ibrahim que se preparaba para marcharse. Parecía como si no había escuchado nada, sin embargo, yo tenía certeza que la súplica Tawassul que recitó con total entrega a Dios, había hecho efecto.
***
Muchas veces veía cómo Ibrahim trababa amistad con jóvenes que aparentemente no eran muy practicantes de la religión, ni tampoco estaban interesados en los temas religiosos. A estos los atraía por medio del deporte y con el paso del tiempo los llevaba a la mezquita y a los grupos religiosos.
Uno de estos chicos era muy malo, el peor de todos, pues siempre hablaba de bebidas alcohólicas y malas obras. No sabía nada de religión, no rezaba ni ayunaba. No le importaba nada, incluso contaba que nunca había participado en ninguna reunión religiosa. Le pregunté a Ibrahim:
— ¿Quiénes son estos chicos a los que siempre acompañas?
Sorprendido, me dijo:
— ¿Qué pasó? ¿A qué viene la pregunta?
Le conté:
— Anoche «ese chico» entró a la reunión para buscarte y se sentó a mi lado. Cuando el sheij estaba hablando sobre la opresión que sufrió el Imam Husein (P) y del mal que hacía Yazid, el chico miraba y escuchaba atentamente. En el momento en que las luces fueron apagadas comenzó a llorar mientras profería insultos contra Yazid.
Ibrahim que me escuchaba sorprendido, empezó a reír. Y me dijo:
— ¡No hay ningún problema! Este chico hasta ahora no había participado en ninguna reunión religiosa ni mucho menos llorado [por el Imam Husein (P)]. Te aseguro que cuando se acerque al Imam, él lo hará cambiar. Si nosotros les enseñamos a estos jóvenes la religión y contribuimos a su cambio, habremos hecho algo muy bueno.
La amistad de Ibrahim con este chico llegó a tal punto que abandonó todas sus malas obras y se convirtió en un buen deportista. Algunos meses después, en una de las festividades islámicas lo volví a ver. Después de haber terminado sus prácticas deportivas compró una caja de pastelillos de dulce, que luego repartió entre varias personas, diciéndoles: «Amigos, yo estoy en deuda con todos vosotros; yo estoy en deuda con Ibrahim. Si no os hubiese conocido, solo Dios sabe dónde estaría hoy».
Lo miramos sorprendidos; salimos del zurjaneh; en el camino reflexioné en lo que hacía Ibrahim.
¡Qué lindo el hecho de que atrajese a estos chicos —uno por uno— hacia el deporte, después los llevase a la mezquita y a los grupos religiosos; y como él mismo decía: «los arrojaba al regazo de Imam Husein (P)».
Recordé las palabras del Profeta Muhammad (PB) al Imam Alí (P):
«¡Oh Alí! La guía de una persona a través de ti, es mejor que la luz del sol que la alumbra».[1]
***
Otra de las cosas que promovía el establecimiento deportivo era la visita en grupo a otros zurjaneh para practicar el deporte antiguo. Una noche fuimos a un zurjaneh en Karaj.
Aún lo recuerdo bien: Aquella noche Ibrahim estaba recitando súplicas, entonando himnos, haciendo deporte. Ya había pasado un buen tiempo, entraban unos chicos a la arena, salían otros, pero Ibrahim continuaba inmutable, sin reparar en los demás.
Un hombre muy mayor estaba sentado en la parte de arriba observando a los deportistas, vino hacia mí y un tanto irritado apuntó su dedo hacia Ibrahim y me dijo:
— ¿Quién es ese joven?
Con una sonrisa en los labios, le pregunté:
— ¿Qué sucede?
— Este chico ha estado haciendo flexiones de codo, las he contado casi todas con mi tasbih y ya lleva más de setecientas. Dile que salga de la arena y que suba, porque si sigue se terminará desmayando.
Cuando Ibrahim se detuvo, no sentía nada de cansancio, ¡no parecía que hubiese estado haciendo flexiones de codo durante cuatro horas!
Eso es lo que Ibrahim hacía para fortalecerse, y siempre nos decía: «Debemos tener un cuerpo fuerte para servir a Dios».
Ibrahim siempre hacía súplicas, pidiendo: «¡Oh Dios mío hazme fuerte para servirte!»
En esos días, Ibrahim consiguió un par de porras de madera y un escudo de metal muy pesado para practicar deporte antiguo y lo hacía contento ante todos, pero después de un tiempo dejó de hacerlo, pues decía que ello podía ensoberbecerlo, y reiteraba: «Muchas personas compiten para sentirse más fuertes que las demás. Si hago deportes pesados frente a mis compañeros, eso los podría hacer sentir mal. Yo mismo me he promovido de esa forma. ¡Es una conducta muy errónea!»
Después de algún tiempo, cuando el establecimiento estaba a su cargo y veía que alguien estaba cansado y no podía continuar, rápidamente cambiaba la dinámica deportiva.
Pero una vez, el cuerpo de Ibrahim dejó en evidencia su poderío; fue en la época en que Husein Tahamí, uno de los devotos del hach Hasan, era campeón mundial de lucha.
Narrado por Husein Allahkaram
El Seyyed Husein Tahamí, campeón mundial de lucha, llegó a nuestro zurjaneh y estuvo entrenándose con los chicos.
Aunque hacía un tiempo que el seyyed no competía aún estaba en forma y su fuerza y habilidad eran extraordinarias. Cuando terminó su entrenamiento le preguntó al hach Hasan:
— ¿Hay alguien que quiera luchar conmigo?
El hach Hasan se les quedó viendo a los chicos y dijo:
— Ibrahim.
Después hizo una señal indicándole a Ibrahim que entrase en la arena.
Normalmente en este deporte, el ganador es quien derriba a su contrincante; es decir que el que cae: pierde. Comenzó la pelea, todos mirábamos atentamente. Los dos luchadores hacían esfuerzos por derribar a su contendiente, pero ninguno lo lograba. La contienda se prolongó. Había mucha presión sobre los dos luchadores, pero ninguno pudo vencer al otro: Fue una pelea que no tuvo ganador.
Cuando se dio por finalizado el combate, el Seyyed Husein repetía en voz alta: «¡Barak Al.lah! ¡Barak Al.lah! ¡Qué chico más valiente! ¡Mashā Al.lah campeón!»
***
La jornada deportiva había finalizado y el hach Hasan contemplaba el rostro de Ibrahim con mucha admiración. Creo que Ibrahim lo percibió, pues le preguntó:
— ¿Pasa algo, señor?
Después de un breve silencio, el hach Hasan habló:
— Hace mucho tiempo, había dos campeones aquí en Teherán. Uno era el Seyyed Hasan Razzaz, y el otro, el hach Sadiq Bolurforush. Ambos eran muy amigos. En las competencias, no tenían rivales. ¡Todos eran derrotados! Lo más importante, es que eran verdaderos siervos de Dios. Antes de cualquier contienda o entrenamiento, siempre recitaban algunas aleyas del Corán y un breve himno para los mártires de Kerbala. Así, con los ojos impregnados de lágrimas comenzaban sus actividades deportivas. Con esta devoción, ellos incluso —gracias al favor de Dios— tenían el don de sanar a los enfermos.
Después le dijo a Ibrahim:
— Yo te considero un campeón como ellos.
— ¡No señor! — replicó Ibrahim sonriendo, y agregó: — No se puede comparar.
Algunos de los chicos se molestaron por la forma en que el hach Hasan había descrito a Ibrahim.
A la mañana siguiente, nos visitaron cinco campeones de otro zurjaneh de Teherán. Se había convenido que después de nuestra rutina, estos se enfrentarían a los chicos. Todos concordaron en que el hach Hasan fuese el árbitro. La lucha comenzó.
Se realizaron cuatro contiendas; dos las ganaron nuestros chicos y las otras dos los visitantes. Durante la última pelea hubo un poco de desorden.
Los visitantes gritaban cosas en contra del hach Hasan, a quien ya se le veía muy molesto.
Reparé que según lo acordado, la siguiente pelea era entre Ibrahim y uno de los visitantes. Ellos conocían bien a Ibrahim, y sabían que le ganaría fácilmente a su representante. Entonces, entendí que ese era el motivo por el cual estaban provocando semejante desorden: para poder después culpar al árbitro por la derrota.
Todos estaban nerviosos, un momento después Ibrahim entró con su sonrisa habitual y les dio la mano a todos los visitantes. Así, la tranquilidad volvió al lugar.
Después anunció:
— ¡No voy a luchar!
— ¿Por qué? — Preguntamos, estupefactos.
Ibrahim guardó un breve silencio, después del cual dijo serenamente:
— Nuestra amistad y compañerismo son más valiosos que todo lo que se diga o se haga.
Luego besó la mano del hach Hasan, y diciendo un salawat informó el final de las competencias. Quizás ese día no tuvimos ganador ni perdedor en la lucha. Pero, en realidad el verdadero ganador había sido Ibrahim.
Cuando quisimos vestirnos para marcharnos. El hach Hasan nos llamó, y nos cuestionó: «¿Ahora entendéis por qué dije que Ibrahim es un campeón?»
Nosotros guardamos silencio, y el hach Hasan continuó: «Hoy habéis visto lo que en realidad significa ser campeón. Ibrahim luchó contra su ego y salió vencedor... Por amor a Dios, Ibrahim no luchó con estos chicos, y con ello venció el rencor y la discordia. Eso es lo que suele hacer un verdadero campeón».
***
La historia sobre el heroísmo de Ibrahim continuó hasta que llegó la victoria de la Revolución Islámica.
En ese tiempo la mayoría de los chicos estaban involucrados en los asuntos de la Revolución y su participación en el deporte antiguo había disminuido considerablemente hasta que Ibrahim propuso hacer juntos la oración del alba y al acabar, hacer un poco de deporte en el lugar de siempre.
Todos aceptamos su propuesta.
A partir de ese día, nos reuníamos cada mañana en el zurjaneh, rezábamos en forma colectiva, realizábamos nuestras prácticas deportivas, comíamos algo y luego nos marchábamos para ocuparnos de nuestros asuntos.
Por su parte, Ibrahim estaba muy contento porque de esta manera los chicos rezaban juntos y podían continuar con sus prácticas deportivas.
Asimismo, siempre hablaba del noble hadiz del Profeta Muhammad (PB) que dice:
«Para mí es más importante hacer la oración del alba en forma colectiva, que quedarme despierto toda la noche orando».
Con el comienzo de la Guerra Impuesta las actividades del zurjaneh disminuyeron mucho porque la mayoría de los chicos estaban presentes en el frente.
Ibrahim venía muy poco a Teherán, una de esas veces se llevó sus instrumentos deportivos a la zona de guerra y ahí mismo practicaba deporte antiguo.
El zurjaneh del hach Hasan Tavakkol tenía la reputación de educar a verdaderos campeones, porque muchos de los jóvenes que asistían —como Ibrahim— habían demostrado su heroísmo ante Dios.
Protegieron con su propia sangre su fe y no hay duda de que son verdaderos campeones.
La bella época espiritual del zurjaneh del hach Hasan terminó en los primeros años de la Defensa Sagrada con el martirio de su entrenador principal, Hasan Shahabí, y de Asghar Ranŷbaran (comandante de la Brigada Ammar); el Seyyed Salehí, Muhammad Shahrudí, Alí Jorramdel, Hasan Zahedí, el Seyyed Muhammad Sobhaní, el Seyyed Yavad Maŷdpur, Reza Pand, Hamdallah Moradí, Reza Huryar, Mayid Faridvand, Qasem Kazemí, Ibrahim Hadí, y otros queridos chicos. Además, el hach Alí Nasrallah, Mustafa Harandí y Alí Moqaddam quedaron lisiados durante la guerra; y falleció el hach Hasan Tavakkol.
Un tiempo después, en el lugar donde funcionaba el zurjaneh se construyó un edificio residencial, y de este modo la época del deporte antiguo pasó a ser solo un bello recuerdo.
Narrado por un grupo de amigos del mártir
Los brazos fuertes de Ibrahim demostraron que era un campeón en varios deportes desde que empezó a estudiar la secundaria. Cuando hacíamos deporte en la escuela siempre jugaba voleibol, ninguno de los chicos quería enfrentarse a él.
¡Una vez jugó él solo contra seis personas!, y por supuesto como en todo partido solamente le era posible dar como mucho tres toques antes de mandar el balón al equipo contrario.
Todos nosotros — incluyendo nuestro profesor de educación física — fuimos testigos de su triunfo. Desde aquel día Ibrahim jugaba voleibol de forma individual.
La mayoría de los días libres jugábamos atrás de la estación de bomberos del bulevar 17 de Shahrivar y muchos de los que pretendían ser todos unos deportistas, no eran rivales para Ibrahim.
Pero la mejor anécdota sobre los juegos de voleibol de Ibrahim pertenece a la época de la guerra y la ciudad de Guilan-e Gharb. Ahí había una cancha de voleibol donde los combatientes solían jugar.
Un día vinieron algunos supervisores a la zona de guerra de Guilan-e Gharb. El responsable de ellos era el Sr. Davudí, director del Instituto de Educación Física. El Sr. Davudí había sido maestro de educación física de Ibrahim en la secundaria, y lo conocía perfectamente.
El Sr. Davudí le entregó algunos implementos deportivos a Ibrahim y le dijo: «Puedes utilizarlos como quieras». Y agregó: «Estos amigos son deportistas de varias ramas deportivas y han venido en calidad de supervisores».
Ibrahim dirigió unas palabras a los deportistas y posteriormente les mostró las diferentes zonas de la ciudad, hasta que llegamos a la cancha de voleibol.
El Sr. Davudí le preguntó: «¿Qué te parece si jugamos un partido pues nos acompañan algunos miembros del Club de Voleibol de Teherán?»
A las 3 p.m. comenzó el partido: Un equipo de cinco jugadores — tres de ellos profesionales de este deporte — contra Ibrahim. Mucha gente se acercó a ver el juego.
Ibrahim como de costumbre jugaba descalzo, de camiseta y pantalones enrollados hasta las rodillas. Jugaba muy bien, y era increíble que se estuviese enfrentando solo contra un equipo de cinco personas.
El partido terminó en poco tiempo con una diferencia de 10 puntos a favor de Ibrahim. Después, el grupo completo de deportistas se sacó una foto con Ibrahim.
Nadie podía creía que un combatiente sencillo jugase como el más profesional de los voleibolistas.
Una vez en la Guarnición Militar Dokuheh, les conté a los combatientes la forma en que Ibrahim jugaba voleibol. Uno de los chicos consiguió un balón, después hicieron dos equipos e invitaron a Ibrahim.
Ibrahim al principio no quería jugar pero después de nuestra insistencia, accedió. Dijo: «Entonces haced un equipo y yo me enfrentaré solo contra él».
Cuando terminó el partido algunos de los comandantes decían: «Nunca nos habíamos reído tanto, porque cuando Ibrahim les mandaba el balón, varios jugadores en su intento de rematarlo chocaban entre sí y caían al suelo».
Ibrahim ganó el juego, logrando muchos puntos de diferencia.
Narrado por Mahdi Faridvand y Sa'id Saleh Tash
Era casi el año 1354. Un viernes por la mañana estábamos jugando cuando de repente tres jóvenes desconocidos se nos acercaron, y nos dijeron: «Somos de la zona oeste de Teherán. ¿Quién de ustedes es Ibrahim?»
Una vez vieron a Ibrahim, le dijeron: «Bueno, vamos a jugar y a hacer una apuesta de 200 tomanes».
Unos minutos después comenzó el juego. Ibrahim jugaba solo contra los tres, y les ganó.
El mismo día viajamos a uno de los barrios del sur de la ciudad para jugar. Apostamos 700 tomanes. Fue un buen juego y ganamos fácilmente. Unos minutos después, Ibrahim notó que los jugadores del equipo perdedor estaban tratando de pedir prestado esa cantidad a otras personas para poder pagarnos.
Consciente de la situación, Ibrahim les dijo: «Que venga uno de vosotros a jugar conmigo de forma individual, si me gana se dan por saldados los 700 tomanes».
Uno de ellos se aproximó y empezó el partido. Ibrahim jugaba muy mal, tan mal jugó que perdió.
Por su parte, los contrincantes estaban alegres y así se marcharon. Yo en cambio, estaba muy nervioso y le pregunté:
— ¿Por qué jugaste mal?
Me miró un tanto sorprendido, y me explicó:
— Esos chicos aún juntando todo su dinero no llegaban ni a los 100 tomanes, y no quise que pasasen vergüenza.
A la semana siguiente, los jóvenes del oeste de Teherán volvieron. Esta vez acompañados de otros dos de sus amigos. Los cinco jugarían contra Ibrahim por 500 tomanes.
Ibrahim se quitó los zapatos, se enrolló el pantalón y empezó a jugar. ¡Él golpeaba el balón de tal manera que nadie podía rematarlo!
Ese día Ibrahim les ganó con una abultada diferencia de puntos.
Al anochecer, fuimos a la mezquita para hacer la oración colectiva. Después de rezar, el guía de la oración habló sobre las normas islámicas y uno de los temas que abordó fue: Las apuestas y el dinero ilícito.
El religioso manifestó: «Dijo el Profeta Muhammad (PB): ''Todo aquel que obtenga dinero de manera ilícita, lo perderá absurda y duramente''.[2] Y también dijo: ''A aquel que se trague un bocado ilícito, Dios no le aceptará su oración por 40 noches ni sus súplicas por 40 días''».[3]
Ibrahim escuchaba atónitamente. Al concluir, nos acercamos al guía de la oración. Ibrahim le dijo:
— Hoy jugué voleibol con una apuesta de 500 tomanes y gané. Después le regalé ese dinero a una familia pobre…
El religioso le respondió:
— De ahora en adelante, ten cuidado: Juega pero no apuestes.
Una semana después volvieron los mismos jóvenes, acompañados de otros que parecían ser más fuertes y habilidosos. Uno de ellos dijo:
— ¡Esta vez queremos jugar apostando mil tomanes!
Ibrahim respondió:
— Puedo jugar pero sin apostar.
Ellos empezaron a burlarse de él y a molestarlo. Decían cosas como:
— Tiene miedo, sabe que va a perder.
— ¡No! Lo que sucede es que no tiene dinero...
Ibrahim les dijo:
— Hacer apuestas es ilícito, si yo lo hubiese sabido no lo habría hecho. Ahora bien, el dinero que les gané se los di a los pobres. Si queréis podemos jugar pero sin apuestas.
Al final, después de tantas palabras y burlas el juego no se llevó a cabo.
***
Un amigo suyo decía: Ibrahim nos aconsejó que cuando jugásemos no apostásemos, pese a ello, una vez jugamos con los chicos del Barrio Nazi Abad y habíamos apostado: ¡Perdimos una gran cantidad de dinero!
El juego ya estaba por finalizar cuando Ibrahim llegó y al enterarse de que habíamos hecho una apuesta, se enojó mucho.
Por otra parte, nosotros no teníamos dinero suficiente para pagar la apuesta. Cuando terminó el partido, Ibrahim se acercó y tomó el balón, diciendo: «¿Alguien quiere jugar conmigo? Uno contra uno, nadie más».
Uno de los jóvenes del Barrio Nazi Abad, que era el capitán del equipo Barq y miembro de la Selección Nacional de Voleibol, se aproximó arrogantemente y le preguntó:
— ¿Y cuál es la apuesta?
Ibrahim, le respondió:
— Si pierdes, no le cobrarás el dinero de la apuesta a estos chicos.
Algo, que el joven aceptó.
Ibrahim jugó tan bien que todos nos quedamos sorprendidos. Derrotó a su rival fácilmente, pero después la agarró contra nosotros, por apostar y peor aún: ¡Sin tener dinero!
***
Además del voleibol, Ibrahim practicaba con habilidad otras ramas del deporte. Era un experto alpinista. Casi tres años antes del triunfo de la Revolución, comenzó a ir todos los días viernes por la mañana al barrio de Tajrish con otros jóvenes deportistas. Hacían la oración del alba en el santuario del Imam Zadeh Saleh y después escalaban la montaña, corrían gran parte del trayecto, al llegar desayunaban y después de unas horas regresaban.
No olvido una vez que Ibrahim estaba entrenándose en la lucha, quería fortalecer sus piernas; para ello cargó a uno de los chicos sobre sus hombros desde la plaza Darband hasta la cascada Doqolu, en lo alto de la montaña.
El montañismo en las áreas de Darband y Kolakchal continuó hasta los primeros días de la victoria de la Revolución.
Ibrahim era también muy buen futbolista y jugador de tenis de mesa, en este último deporte era extremadamente habilidoso, jugaba con dos raquetas —una en cada mano— y nunca perdía.
Narrado por los hermanos del mártir
No había pasado mucho tiempo de las hazañas de Ibrahim en el deporte antiguo cuando por consejo de unos amigos y el hach Hasan, comenzó a practicar la lucha.
Se inscribió en el Gimnasio Abu Moslem, en los alrededores de la plaza Jorasán. Comenzó este deporte pesando 53 kilos.
Los señores Gudarzí y Muhammadí eran los entrenadores de Ibrahim, y ambos lo querían mucho por su decencia y comportamiento en general. El Sr. Gudarzí trató de enseñarle muy bien todas las técnicas de ese deporte.
Él solía decir: «Este chico es muy tranquilo, pero cuando está luchando ataca como un tigre, porque tiene muy buena estatura y sus manos son anchas y fuertes. Mientras el árbitro no le otorga un punto, no deja tranquilo a su contrincante».
Por eso mismo le había puesto a Ibrahim, el sobrenombre de «tigre durmiente». Y muchas veces decía: «Un día veréis a este chico en las competencias mundiales. ¡Os lo aseguro!»
En los primeros años de la década de los 50, Ibrahim participó en el Campeonato Juvenil de Lucha de Teherán. Durante el certamen derrotó contundentemente a sus rivales, por lo que fue elegido para participar en las competiciones a nivel nacional, siendo que aún no cumplía los 15 años.
Las competencias se realizaron en los primeros días de abān, pero Ibrahim no participó.
Por ese motivo, los entrenadores se molestaron mucho con él. Un tiempo después entendimos que Ibrahim no quiso participar debido a que el certamen contaría con la presencia del príncipe heredero, y los premios también serían entregados por él.
Al año siguiente, Ibrahim participó en el campeonato escolar, y quedó en primer lugar. Ese mismo año compitió en el Campeonato de Lucha de Clubes de Teherán, en la categoría de 68 kilos.
Un año más tarde se hizo nuevamente presente en el campeonato escolar. Cuando supo que uno de sus mejores amigos competiría en su misma categoría, es decir, los 68 kilos, hizo el esfuerzo de subir de peso y lo consiguió. Así pudo participar en la categoría de los 74 kilos.
En aquel año Ibrahim brilló de forma abrumadora; era ya un joven de 18 años y campeón del Certamen Escolar de Lucha en la categoría de 74 kilos.
La capacidad especial de Ibrahim en el arte de derribar al contrincante y su habilidad para usar sus fuertes y anchas manos, lo habían convertido en un gran luchador.
***
Temprano por la mañana, Ibrahim salió de casa con sus implementos de lucha, mi hermano y yo nos preparamos para ir tras de él. Dondequiera que iba, lo seguíamos.
Continuó su camino, hasta que llegó a un gimnasio en las inmediaciones de la plaza Haft-e Tir. Entró; nosotros también entramos —sin que nos viese— y nos sentamos entre los espectadores. El lugar estaba lleno, una hora después comenzaron las competencias de lucha.
Ese día Ibrahim participó en varias contiendas, y las ganó todas. Pero, de repente notó que lo apoyábamos desde el público; se detuvo y se dirigió visiblemente enojado hasta donde nosotros estábamos. Nos dijo:
— ¿Qué estáis haciendo aquí?
— ¡Nada! — Le dijimos confundidos, y agregamos: — Te hemos seguido para ver en qué andas.
— ¿Qué? — Preguntó asombrado, y luego nos dijo: — No tenéis nada que hacer aquí. Este no es lugar para vosotros. ¡Daos prisa! Nos vamos a casa.
— ¿Por qué? — Quisimos saber, pero no nos respondió, y volvió a decirnos:
— ¡Vámonos a casa! ¡Levantaos!
Mientras tanto, se anunció por los altavoces:
— Ahora la semifinal de la categoría de 74 kilos. La lucha entre el Sr. Hadí y el Sr. Teheraní.
Ibrahim volvió su mirada hacia la arena y luego hacia nosotros. Guardó silencio y después de unos segundos se dirigió a la arena.
Nosotros gritábamos alentándolo.
Su entrenador también le gritaba, diciéndole: — ¡Ibrahim! ¡Haz algo!
Pero Ibrahim solo se defendía, y de vez en cuando nos veía de reojo. Su entrenador parecía estar ya muy enfadado, le gritaba:
— ¿Por qué no luchas? ¡Ataca!
Ibrahim con una técnica magistral levantó a su rival, logró que cayese al suelo, y lo sometió completamente con una llave. Todavía el árbitro no levantaba su brazo para declararlo ganador, cuando se levantó y salió de la arena.
Aquel día Ibrahim estaba muy enojado con nosotros. Creímos que era por haberlo seguido a escondidas. En el camino, conversábamos con él. Nos dijo:
— Uno debe hacer deporte para fortalecer su cuerpo y no para ser «un campeón». — Luego agregó: —Yo participo en estas competencias porque quiero aprender las diversas técnicas de este deporte y no tengo otro objetivo.
— ¿Acaso es malo ser campeón y que todo el mundo te conozca? — Le pregunté, a lo que me respondió:
— No toda persona tiene la capacidad de ser famosa, y mejor que ser famoso y más importante aún es: Ser una buena persona.
Aquel día Ibrahim llegó a la final, pero no quiso participar en ese último combate. Volvió con nosotros a casa. Nos demostró que los títulos, grados y posiciones no le importaban. Ibrahim siempre nos recordaba las hermosas palabras del imam Jomeini: «El deporte no debe convertirse en la razón de nuestras vidas».
Narrado por Husein Allahkaram
Se desarrollaban las competencias de la categoría de 74 kilos del Campeonato de Lucha de Clubes. Ibrahim derrotó a todos los adversarios y llegó a las semifinales. Ese año había entrenado mucho, así que derrotó a la mayoría de los adversarios con gran habilidad.
Si ganaba la siguiente lucha no cabía la menor duda que también ganaría la final. Pero Ibrahim luchó muy mal en la semifinal, y terminó perdiendo.
Ese año obtuvo el tercer lugar. Unos años después, aquel joven que derrotó a Ibrahim en la semifinal vino a visitarlo.
Nos contaba sus anécdotas con Ibrahim, y todos lo escuchábamos atentamente. Luego llegó a la historia de cómo lo conoció: « Yo conocí a Ibrahim en el mismo Campeonato de Lucha de Clubes, fue mi contrincante en la pelea semifinal de la categoría de 74 kilos en el club…»
Cuando quiso empezar a contar lo sucedido en la pelea, Ibrahim cambió el tema de la conversación y al final no pudo hacerlo. Al día siguiente volví a verlo y le dije:
— ¡Cuénteme por favor, sobre su lucha con Ibrahim en las semifinales!
Se me quedó viendo unos segundos, respiró profundamente y comenzó a narrar:
— Esa vez, me tocaba luchar contra Ibrahim en la semifinal, uno de mis pies estaba severamente lesionado. Hasta ese momento yo no conocía bien a Ibrahim, sin embargo le dije: «¡Compañero, tengo este pie muy lesionado, por favor tenga cuidado!» Ibrahim me respondió: «Está bien hermano, no se preocupe».
El joven siguió narrando:
— Yo había visto un par de luchas suyas, era muy bueno. Aunque Ibrahim era habilidoso y conocía las técnicas para golpear los pies del rival, en ningún momento se acercó a mis pies, pero yo, traicioneramente, lo derribé y clasifiqué a la final. ¡Yo estaba muy feliz! La verdad es que Ibrahim pudo derrotarme fácilmente y quedar campeón, pero no quiso.
Después continuó relatando:
— Yo pienso que lo hizo intencionalmente para que yo ganase. Y no estaba molesto por haber perdido. Y es que parece que para él, «el ser campeón» tiene otro significado. Yo, por mi parte, estaba muy contento y parte de mi alegría era que mi adversario en la final iba a ser uno de mis amigos del barrio donde vivo... ¡Creí que todos sabían esta historia! Bueno, en la final volví a hacer lo mismo, le dije a mi amigo que mi pie estaba lesionado y que —por favor— tuviese cuidado. Pese a ello, al comienzo de la pelea, lo primero que hizo fue tomarme del pie, y empecé a gritar del dolor… Luego, me derribó. Terminé mucho más lesionado y derrotado. Quedé en segundo lugar, Ibrahim en tercero; pero no tenía dudas que era Ibrahim quien merecía ganar. Desde ese día hasta hoy, somos amigos, todo este tiempo he podido ver muchas cosas asombrosas de él, tanto así que estoy muy agradecido con Dios, por haberlo conocido.
Cuando terminó, nos despedimos y se marchó. Empecé a andar y no podía dejar de pensar en sus palabras.
Recordé que en el cuartel de los Guardianes de la Revolución de Guilan-e Gharb, habían escrito en una pared una frase para cada combatiente. La de Ibrahim, decía: «Ibrahim Hadí es un combatiente que posee las virtudes de Pourya-ye Valí».
Narrado por Iraŷ Gueraiy
Se estaba realizando el Campeonato de Lucha de Clubes del año 1355, el primer lugar recibiría un premio en efectivo y participaría en el Torneo de Selección Nacional. Ibrahim estaba plenamente preparado.
Cualquier persona que lo veía entrenar o luchar, se daba cuenta de ello. Incluso, los entrenadores decían: «Este año no hay nadie que pueda ser un verdadero rival para Ibrahim en la categoría de los 74 kilos».
Comenzó el campeonato e Ibrahim derrotaba uno tras otro a sus contrincantes. Después de cuatro peleas, ya estaba en la semifinal. Las luchas las ganaba con una puntuación alta.
Le dije a mis compañeros: «Podéis estar seguros de que este año habrá un luchador de nuestro club en la Selección Nacional».
En el encuentro de la semifinal, aunque su rival era muy conocido y muchos decían que iba a ganar, no fue así. Ibrahim lo derrotó y llegó a la final.
En la final se enfrentaría al Sr. Mahmud K., quien ese mismo año había ganado el Campeonato Mundial de Lucha de Militares.
Antes de comenzar la final fui a los vestidores para ver a Ibrahim. Le dije: «He visto las peleas de tu rival, es muy débil. ¡Por Dios, querido amigo, solo tienes que concentrarte y luchar muy bien! Estoy seguro que este año te convocarán a la selección nacional».
Mientras Ibrahim se ataba los cordones de las zapatillas, su entrenador le dio las últimas indicaciones. Después partieron juntos hacia la arena.
Yo me apresuré a sentarme entre los espectadores. Ibrahim ya estaba en la arena cuando su rival hizo su ingreso. El árbitro todavía no llegaba. Ibrahim se acercó sonriente a su contrincante y le dio la mano.
Vi que su rival le decía algo, Ibrahim movió su cabeza como en señal de aceptación. Después su rival señaló a alguien del público, yo me volví y vi que era una anciana que estaba sentada en lo alto del graderío; pude notar que tenía un tasbih en sus manos.
La pelea comenzó, Ibrahim empezó muy mal la lucha. Se defendía, pero no atacaba. Su pobre entrenador le gritaba tanto dándole indicaciones que ya se había quedado afónico. Parecía que Ibrahim no escuchaba ni los gritos de su entrenador, ni los míos. ¡Solo estaba dejando pasar el tiempo!
Aunque el rival de Ibrahim en un comienzo se había mantenido al margen, comenzó a atacar insistentemente. Ibrahim continuaba solo defendiéndose.
El árbitro le dio la primera amonestación a Ibrahim, después hubo una segunda y una tercera, y así fue descalificado: ¡Perdió!
¡El rival de Ibrahim fue coronado campeón de la categoría de 74 kilos!
Cuando el árbitro levantó la mano de su contrincante, Ibrahim estaba muy contento como si él mismo hubiese sido el ganador. Después, los dos luchadores se dieron un abrazo.
El rival de Ibrahim mientras lloraba de alegría se inclinó para besar la mano de Ibrahim. Ambos salían del salón. Bajé rápidamente del graderío y lo alcancé. Yo estaba muy enojado.
Le reclamé en voz alta:
— ¡Hombre! ¿Qué forma de luchar ha sido esa? — Tan enojado estaba que le di un puñetazo en el hombro, le dije: —Si no querías luchar, no tenías que hacernos esperar tanto.
Pero Ibrahim muy tranquilo y con su sonrisa de siempre, me dijo:
— No tienes por qué lamentarte.
Luego, entró rápidamente a los vestidores, se cambió de ropa, y salió. Miraba hacia el piso. Por mi parte, estaba tan furioso que golpeaba las paredes, las puertas, después me senté en un rincón. Había pasado media hora, estaba ya un poco tranquilo. Empecé a caminar, quería salir.
Afuera había aún mucha gente, el campeón estaba ahí con sus familiares y amigos. Todos se veían muy contentos. De repente él mismo me llamó, me acerqué a él, y molesto, le pregunté:
— ¿En qué puedo servirle?
Sin mediar palabra alguna, me dijo:
— ¡Qué clase de amigo tiene usted! Antes de empezar la lucha le dije a Ibrahim: «No dudo que me vas a ganar, pero por favor no me hagas ver tan débil. Mi madre y mis hermanos están sentados ahí, viéndome. ¡Su amigo es un verdadero caballero! Usted no sabe lo feliz que ha hecho a mi madre.
Después, el campeón empezó a llorar, y continuó:
— Por otra parte, me acabo de casar y necesitaba mucho el dinero del premio. ¡Realmente estoy muy feliz!
No sabía qué decirle, guardé silencio mirando su rostro. Recién entendía lo sucedido entre ellos. Después le dije:
— Querido compañero si yo hubiese sido Ibrahim, con todo lo que había entrenado y las dificultades que había pasado para llegar a la final, jamás habría hecho lo que él hizo. Sin embargo, tanto usted como yo sabemos que esta clase de cosas solo lo hacen los grandes hombres como Ibrahim.
Me despedí del campeón, de reojo vi a la anciana que estaba feliz y empecé a caminar. Durante el trayecto pensaba en lo que Ibrahim había hecho, y me decía: «¡No me parece lógico olvidarse de uno mismo para hacer feliz a otra persona!».
Me acordé de Pourya-ye Valí, uno de los grandes luchadores iraníes de todos los tiempos que cuando se dio cuenta que su rival necesitaba ser campeón, y que el gobernador de su ciudad incluso lo había amedrentado, decidió dejarse ganar.
Recordé el duro entrenamiento que Ibrahim tuvo para poder ganar el campeonato, y no lo hizo. Recordé las sonrisas de la anciana y alegría del joven campeón. ¡Todo era maravilloso! Entonces empecé a llorar, diciéndome: ¡Qué extraordinario hombre es Ibrahim!
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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