La Paz Sea Con Ibrahim (VI)

(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)

Lazos con Dios

Narrado por Reza Hadí

Era de tarde, Ibrahim volvía a casa después de su jornada laboral. Cuando entró al callejón, se le quedó viendo al hijo del vecino que estaba hablando con una chica. Cuando el muchacho notó la presencia de Ibrahim, se despidió apresuradamente y tanto él como la chica se marcharon por rumbos diferentes. Había evitado el encuentro con Ibrahim.

Unos días después, se repitió la escena. Esta vez, cuando el muchacho quiso despedirse de la chica, percibió que Ibrahim se estaba aproximando. La joven emprendió la marcha y en un santiamén ya estaba al otro lado del callejón, e Ibrahim se encontró cara a cara con su vecino.

Ibrahim lo saludó con un apretón de manos y su sonrisa habitual. Antes de soltarle la mano empezó a hablarle calmadamente:

— ¡Oye! En este vecindario la gente es tranquila, creyente y no está acostumbrada a ver a dos chicos —que no son parientes entre sí— hablando… como tú lo haces. Es más, nunca había sucedido. Te conozco bien a ti y a tu familia; si realmente quieres a esa chica yo puedo hablar con tu padre...

— ¡No, por Dios! ¡No le digas nada a mi padre! — Interrumpió el joven, asustado, y continuó: — ¡He cometido un error, discúlpame! No debí hablar con ella.

— ¡No, no has entendido mi objetivo! — Le dijo Ibrahim, y luego le explicó: — ¡Oye!, tu padre tiene una casa grande, y tú estás trabajando en su negocio. Yo puedo hablar esta noche con tu padre en la mezquita, sobre la posibilidad de que te cases con esta chica, que después de todo es lo que quieres. ¿Cierto?

El joven miraba hacia abajo, estaba muy avergonzado. Finalmente dijo:

— Si mi padre se da cuenta, se va a enojar mucho.

— No te preocupes, yo sé cómo hablarle a tu padre. Lo conozco y sé que es una buena persona, y muy razonable.

— No sé qué decir. ¡Bueno, don Ibrahim! Haga lo que crea conveniente.

Ambos se despidieron.

Esa noche después de la oración, Ibrahim habló con el padre de este joven en la mezquita. Comenzó abordando de manera general el tema del matrimonio, sus virtudes, y después enfatizó: «Si alguien tiene las condiciones necesarias para casarse, debe hacerlo cuando encuentra a la persona adecuada. Y si no lo hace e incurre en algún acto ilícito, pues deberá responder ante Dios. Ahora, en este sentido, les corresponde a los mayores ayudar a los jóvenes».

El padre asentía las palabras de Ibrahim, pero cuando le habló de su hijo, frunció el ceño. Ibrahim le dijo:

— ¡Querido! Si tu propio hijo quiere cuidarse a sí mismo y no incurrir en pecado. ¿Acaso es eso malo?

— ¡No! —Terminó aceptando el viejo.

Al día siguiente, la madre de Ibrahim habló con la madre del joven, y después con la madre de la chica…

Había pasado un mes, Ibrahim volvía del bazar, era de noche y pudo ver que el final del callejón estaba adornado con luces de muchos colores. Ibrahim sonrió...

Estaba satisfecho porque había transformado una amistad negativa en una unión divina.

Esta pareja continúa casada hasta nuestros días, y confiesa que Ibrahim jugó un rol trascendental en la concreción de su boda.

Los días de la Revolución

Narrado por Amir Rabi'y

Desde pequeño, Ibrahim sentía una devoción especial hacia el imam Jomeini. Este amor aumentaba a medida que crecía hasta que llegó a su auge en los años previos a la Revolución.

Era la mañana de un viernes del año 1356, aún no se oía hablar de enfrentamientos ni de la Revolución. Volvíamos de una reunión religiosa que se había celebrado en la plaza Jhaleh (hoy plaza Shohadá). Nos dirigíamos a nuestra casa.

Aún no estábamos lejos de la plaza, cuando algunos amigos nos alcanzaron. Ibrahim comenzó a hablarnos sobre el imam Jomeini.

Después empezó a gritar:

— ¡Bendito sea Jomeini! ¡Bendito sea Jomeini!

Nosotros lo seguimos y algunas personas se nos unieron y gritábamos también otras consignas; llegamos cerca de la intersección Shams, continuamos caminando. Algunos minutos después, varias patrullas de la Policía se estacionaron frente a nosotros. Ibrahim, rápidamente dispersó a los chicos. Corrimos hacia distintos callejones.

Pasaron dos semanas, salíamos de la misma reunión que teníamos los viernes por la mañana. Ibrahim se paró en una esquina de la plaza frente al cine y empezó a gritar consignas y nosotros lo secundamos. La gente que nos miraba también empezó a repetir las consignas. ¡Fue una escena muy hermosa!

Minutos después, Ibrahim dispersó a la gente antes de que llegase la Policía; y nos subimos enseguida a un taxi rumbo a la plaza Jorasán.

Poco habíamos avanzado, cuando me di cuenta que había un retén policial revisando a los conductores y los pasajeros de los autos. Algunos vehículos de la SAVAK y unos diez agentes estaban parados al lado de la calle. El rostro del agente que inspeccionaba los autos me era conocido: ¡Había estado en la plaza entre la gente!

Le hice una señal a Ibrahim, y se dio cuenta de lo que estaba pasando. Ibrahim abrió la puerta y corrió antes de que el agente llegase a nuestro taxi. El agente, que en ese momento inspeccionaba otro auto, levantó la cabeza, vio a Ibrahim y gritó:

— ¡Ese es! ¡Capturadle!

Los agentes perseguían a Ibrahim que corría velozmente. Lo vi entrar a un callejón mientras pagaba y salía del taxi. Aproveché el momento para atravesar la calle y continuar mi camino.

Al mediodía volví a casa, pero nadie tenía noticias de Ibrahim. Llegó la noche y seguíamos sin saber de él. Llamé a algunos compañeros, pero nada….

El reloj marcaba las 11 p.m., estaba muy preocupado. Aguardaba sentado en el patio. De repente, escuché una voz en la calle. Corrí hacia la puerta, abrí: ¡Era Ibrahim!

Sonreía como de costumbre. Estaba parado frente a la puerta. Lo abracé y me puse muy contento. ¡No sabía cómo expresarle mi alegría! Le pregunté:

— ¿Cómo estás Ibrahim?

Respiró profundamente, y respondió:

— ¡Bien, gracias a Dios! Ya ves, estoy sano y salvo.

— ¿Ya cenaste?

— No, pero no importa.

Entré a la casa rápidamente, traje un poco de comida. Después de comer un poco me contó que cuando los agentes lo perseguían pudo llegar hasta la plaza Ghiasí (en la actualidad, plaza Shahid Sa'idí). Y continuó:

— Es en esos momentos que sirve tener un cuerpo fuerte. ¡Dios nos ayudó! Aunque eran varios agentes, pude escapar de ellos.

Aquella noche hablamos mucho sobre la Revolución, el imam Jomeini y otros asuntos. Además, nos pusimos de acuerdo para ir todas las noches a la Mezquita Lorzadeh para escuchar al clérigo hach Chavoshí.

Una noche fui con Ibrahim y otros tres compañeros a dicha mezquita. El clérigo hach Chavoshí[1] era un hombre muy valiente. Desde el mimbar decía muchas cosas que otras personas no tenían coraje de decir.

Leyó un hadiz del Imam Musa al-Kazim (P) que dice:

«Un hombre de la ciudad de Qom invita a la gente a la verdad. Un grupo fuerte, cuyos miembros son como trozos de hierro, se reúne a su alrededor».[2]

Todos nos habíamos quedado asombrados con su discurso revolucionario. El clérigo hach Chavoshí continuó hablando, pero de repente las personas empezaron a moverse y a hacer barullo, me volví y vi a los agentes de la SAVAK golpeando a la gente que trataba de salir de la mezquita.

A cualquier persona que atravesaba la puerta la golpeaban brutalmente con porras, sin importar su sexo ni edad: Incluso los niños fueron atacados.

Ibrahim estaba muy enfadado, corrió hacia la puerta y empezó a pelear con los agentes. ¡Era Ibrahim contra todos! Los agentes lo golpeaban. El ajetreo permitió que muchas mujeres y niños pudiesen salir de la mezquita.

Ibrahim continuaba peleando heroicamente con los malvados agentes, logró darles su merecido a algunos de ellos y finalmente escapó. Nosotros también salimos. Nos fuimos tras de él. Más tarde escuchamos la noticia sobre la captura del clérigo hach Chavoshí. Hubo muchos heridos y varios mártires.

Los golpes que esa noche aguantó Ibrahim, le provocaron un desgarrador dolor de espalda que lo acompañó hasta el final de la vida y que le impidió continuar practicando con normalidad la lucha, un deporte que tanto le gustaba.

Con el comienzo de los acontecimientos del año 57, todo el pensamiento de Ibrahim estaba concentrado en el imam Jomeini y la Revolución.

Distribuía casetes, declaraciones, etc. Él hacía estas cosas muy valientemente. A mediados del mes de shahrivar, llevó a muchos de los niños a las colinas Qaytariah y participó en la oración colectiva de la Fiesta del Fin del Ayuno de ramadán que fue dirigida por el mártir Mofatteh. Después de la oración, se anunció que el viernes se realizaría una marcha hacia la plaza Jhaleh.

17 de shahrivar

Narrado por Amir Monyer

Era el 17 de shahrivar, en la mañana fui en motocicleta a buscar a Ibrahim. Luego, nos marchamos juntos a la reunión religiosa de la plaza Jhaleh (hoy, plaza Shohadá).

Cuando el evento terminó, escuchamos mucho ruido a lo lejos. A partir de la medianoche del día anterior había sido anunciado el toque de queda, pero muchas personas no lo sabían. Había muchos soldados y agentes del gobierno apostados en los alrededores de la plaza.

La multitud se dirigía hacia la plaza y se podían escuchar por los altavoces a los agentes exhortando a la gente a dispersarse. Ibrahim me dijo: «Amir, ¡vamos a ver qué pasa!»

Dimos unos cuantos pasos, y miramos a las personas viniendo de todas las direcciones hacia la plaza, y gritando consignas. Al comienzo decían «¡Salve Jomeini!», pero después cambiaron a «¡Muerte al sah!».

La multitud no se detuvo ante las advertencias de los agentes. La gente decía: ¡La SAVAK ha rodeado la plaza!

Unos minutos después sucedió lo inesperado: Se escuchaban los disparos viniendo de todas partes, hasta del helicóptero que sobrevolaba el lugar.

En un cerrar y abrir de ojos corrí hasta donde había dejado estacionada la motocicleta y volví por Ibrahim. Nos escabullimos por una calle que estaba despejada. Ibrahim trajo a uno de los heridos, lo llevamos al Hospital Sevom-e Sha'bán.

Volvimos rápido al lugar… Cuando llegó el mediodía ya habíamos llevado al hospital a unos ocho heridos, regresando una y otra vez al escenario de los hechos.

Casi todo el cuerpo de Ibrahim estaba lleno de sangre.

Uno de los heridos había caído cerca de una gasolinera. Los agentes lo miraban de lejos, nadie tenía valor de levantarlo.

Ibrahim quería ir a auxiliarlo, no se lo permití.

— ¡Es una trampa! —Le dije, y continué: — Si te acercas a él, te van a disparar.

Ibrahim me miró y me dijo:

— Si fuese tu hermano, ¿me dirías lo mismo?

No sabía qué decirle, apenas balbucí: «Ten cuidado».

La intensidad del tiroteo había disminuido, los agentes habían retrocedido, todavía se veía a la gente corriendo de un lado a otro. Ibrahim caminó un poco, se tiró al piso y avanzó arrastrándose hasta llegar a él. Estuvo un par de minutos a su lado, sin moverse. Luego tomó su mano, y sin levantarse del piso se lo echó a la espalda. Regresó de la misma manera en que se había ido: ¡Arrastrándose!, pero esta vez cargando al joven herido. ¡Fue un acto muy valiente!

Después otra persona y yo lo llevamos en la motocicleta al hospital. Al regreso, vi que los agentes habían cerrado la calle. El estado de sitio se hacía sentir aún más. No sabía qué había sido de Ibrahim, traté de volver a casa. Lo conseguí.

Por la tarde fui a casa de Ibrahim, su madre estaba muy preocupada, nadie sabía nada de él. Yo mismo, me puse nervioso. Al final de la noche nos avisaron que Ibrahim había vuelto. Me puse muy contento.

Su condición física le permitió escapar de las garras de los agentes. Al día siguiente fuimos al cementerio de Behesht-e Zahra (P) y ayudamos a enterrar a los mártires. Después del 17 de shahrivar, comenzamos a reunirnos con los jóvenes para coordinar varias actividades.

Durante un tiempo estas reuniones las realizamos en la terraza de la casa de Ibrahim. Un tiempo después, en la casa de Mahdi y luego en otros lugares. En estas reuniones discutíamos sobre varios asuntos, especialmente sobre religión y el acontecer político del país, hasta que un día escuchamos que el imam Jomeini iba a volver muy pronto a Irán.

Era el comienzo del mes de bahmán. Se estaba organizando el recibimiento del imam Jomeini y coordinando los detalles. Nosotros éramos parte de uno de los equipos armados responsables de garantizar la seguridad del imam. El 12 de bahmán estuvimos apostados justo al final de la avenida Azadí que conduce al Aeropuerto Internacional de Mehrabad, en Teherán.

No me olvido de aquella escena: Cuando vi aparecer el automóvil que conducía al imam Jomeini. Ibrahim parecía una polilla revoloteando alrededor de una vela. Cuando hubo pasado el auto, nos reunimos con Ibrahim y los demás, y nos fuimos hacia el cementerio de Behesht-e Zahra (P).[3]

La seguridad de la puerta principal del camposanto que da hacia la carretera a Qom nos correspondía a nosotros. Ibrahim se paró a un lado de la puerta, pero todo su ser estaba allá donde el imam estaba pronunciando su discurso. Ibrahim decía: «Ha venido el líder de esta revolución y nosotros le obedecemos. Haremos todo lo que nos diga».

Desde ese día, a Ibrahim no le importaba ni dormir, ni comer; y durante la Década del Alba no se supo nada de él. Fue hasta el 22 de bahmán que lo volví a ver. Le dije:

— ¿Dónde has estado? Tu madre está muy preocupada.

No respondió de inmediato, sino hasta pasados algunos segundos:

— En estos días he andado con uno de mis compañeros, tratando de ayudar a identificar a varios mártires desconocidos; pues en la oficina del forense no había quien lo hiciese.

Era La noche del 22 de bahmán. Ibrahim, algunos jóvenes revolucionarios y yo decidimos tomarnos la comisaría del barrio. Después de haberlo logrado, empezamos a patrullar la zona.

Al día siguiente, la noticia de la victoria de la Revolución se escuchó en todas las radios del país.

Algunos días Ibrahim iba con Amir a la Escuela Refah, donde el imam estaba hospedado. Durante un tiempo fue parte del equipo de seguridad del imam. Después estuvo destacado en la prisión de Qasr, donde fungió como vigilante. En ese periodo colaboró mucho con los chicos del Comité,[4] sin ser un miembro oficial del mismo.

Salto espiritual

Narrado por Yabbar Sotudeh y Husein Allahkaram

Muchas veces se ha visto cómo algunas de las grandes personalidades han abandonado —o evitado cometer— un pecado, lo cual ha sido motivo de su rápida evolución espiritual. Este control del ego ocurre más frecuentemente en las cuestiones sexuales. Incluso, en la historia del Profeta José (P), Dios dice:

«En verdad, si uno es temeroso y paciente, Dios no permite que se pierda la recompensa de quienes hacen el bien».[5]

Esta aleya habla de un tema general para todos los seres humanos y no solamente para el Profeta José (P).

Había pasado un mes desde la victoria de la Revolución Islámica de Irán y la cara y la apariencia de Ibrahim habían cambiado. Ibrahim usaba traje en su nuevo empleo, en el norte de Teherán. Un día lo vi muy tenso y molesto, estaba callado, ensimismado. Fui a hablar con él:

— ¡Ibrahim! ¿Qué te ocurre?

— No es nada importante.

Pese a su respuesta, era evidente que tenía un problema. Le dije:

— Si algo te pasa, no dudes en decírmelo, tal vez pueda ayudarte.

Guardó silencio, pero luego me dijo en voz baja:

— Desde hace algunos días, suelo encontrarme en esta zona a una chica que no usa hiyab y me coquetea.

Al oírlo, hice como que reflexionaba, pero luego no soporté y empecé a reírme.

— ¡Eh! ¿De qué te ríes?

— Ibrahim, ¡yo estaba asustado, pensé que te había pasado algo! — Le respondí. Después me le quedé viendo. Ibrahim era musculoso, tenía notable estatura y buena presencia. Entonces, le dije: — ¡Mírate! Eres alto, fornido y vistes bien. ¿Piensas que es extraño lo que te ha sucedido?

— ¿Qué quieres decir? ¿Crees que es por mi apariencia que esta chica…?

— ¡No lo dudes!

El día siguiente vi a Ibrahim y me dio tanta risa. Había venido al trabajo con el pelo muy recortado y sin saco. Otro día, vino con una camisa larga —casi andrajosa— y con un pantalón muy flojo, en vez de zapatos estaba usando sandalias. Así continuó por un buen tiempo, finalmente la tentación dejó de perseguirlo.

***

Percibir los pequeños detalles y la minuciosidad en diversas cuestiones eran algunas de las características de Ibrahim, algo que lo diferenciaba de sus amigos.

Era farvardīn de 1358, fuimos con Ibrahim a realizar una operación del Comité. Habíamos sido informados que una persona que antes de la Revolución se dedicaba a las actividades militares y que era buscado por las nuevas autoridades, había sido visto en uno de los vecindarios de Teherán. Teníamos su dirección, llegamos en dos autos al edificio.

Ingresamos al apartamento donde se escondía y lo capturamos. Él no opuso resistencia. Cuando quisimos salir del edificio, había mucha gente curiosa queriendo ver quién era la persona que habíamos arrestado. La mayoría de ellas eran habitantes del lugar. Al ver la situación, Ibrahim volvió al apartamento y nos ordenó:

— ¡Esperad!

— ¿Qué sucede?

— Nada en especial.

Cuando regresó traía un pañuelo largo con el que cubrió el rostro del detenido. Le pregunté:

— ¿Para qué haces eso?

Mientras cubría el rostro del preso, explicó:

— Nosotros hemos detenido a este señor porque recibimos una llamada denunciándolo, pero imagínense que si lo que nos han dicho de él no es correcto, su honor se verá empañado, y ya no podría vivir tranquilo en este lugar, porque toda la gente lo señalaría como «culpable». Al cubrirlo, nadie sabrá quién es y si mañana es liberado, pues, no tendrá problemas en el vecindario.

Cuando salimos del edificio nadie pudo saber la identidad del detenido. Reflexioné sobre la meticulosidad de Ibrahim. ¡Lo sucedido era una muestra de cuán importante era para Ibrahim el respeto a los demás!

Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh

Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.

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[1] El clérigo hach Chavoshí fue uno de los tantos eruditos revolucionarios asesinados por el grupo terrorista conocido como «Los monafiqiin».

[2] Bihar al-Anwār, t. 60, pág. 216.

[3] Tras su regreso a Irán de su exilio en París, lo primero que el imam Jomeini hizo fue dirigirse a este cementerio para dar su primer discurso al pueblo iraní.

[4] El Comité fue responsable de mantener la seguridad de la sociedad después de la Revolución.

[5] Corán 12:90.

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