La Paz Sea Con Ibrahim (VII)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Narrado por Mahdi Faridvand
Ya habían transcurrido algunos meses desde la victoria de la Revolución Islámica. Uno de mis amigos me dijo:
— Mañana ve con Ibrahim a la Organización de Educación Física, su director, el Sr. Davudí, quiere proponeros un trabajo.
Al día siguiente, con dirección en mano fuimos a dicha institución. El Sr. Davudí nos trató con mucha amabilidad. Él había sido maestro en la época en que Ibrahim era estudiante de secundaria.
Después, junto a otras personas que también habían sido invitadas, entramos a un salón de deportes. El director se dirigió a todos nosotros, diciéndonos: «Todos vosotros sois deportistas y revolucionarios. Os invito a formar parte de esta institución y asumir una responsabilidad». Un momento después, nos dijo a Ibrahim y a mí: «A vosotros quiero delegaros la inspectoría».
Tras unos minutos de conversación, nosotros aceptamos. Al día siguiente, comenzamos a trabajar ahí. Cualquier consulta que teníamos se la hacíamos directamente al Sr. Davudí.
No olvido una mañana en que Ibrahim entró a la oficina de recursos humanos y me preguntó:
— ¿Qué haces?
— Estoy escribiendo un reporte y una orden de destitución.
— ¿A quién van a despedir?
— Se nos ha informado que el jefe de una de las federaciones se presenta a su lugar de trabajo con un aspecto inadecuado. — Ibrahim me escuchaba atentamente, y continué: — Además, trata de forma impropia a sus subordinados, especialmente a las mujeres. Incluso me han dicho que tiene posturas antirrevolucionarias, y por si fuese poco su esposa no usa hiyab. — Seguí escribiendo, y agregué: — ¡Pienso enviar una copia al Consejo Revolucionario!
Ibrahim me preguntó:
— ¿Puedo ver tu reporte?
— ¡Helo aquí! … y esta es la orden de destitución.
Leyó el reporte minuciosamente, y me preguntó:
— ¿Has hablado con él?
— No es necesario, todos saben que este hombre es así.
— ¡Eso no es correcto! ¿No has escuchado el refrán que dice que «solo el mentiroso se cree lo que escucha sin haberlo corroborado»?
— He sido informado por la misma gente que trabaja con él en la federación.
— ¿Tienes la dirección de su casa?
— ¡Por supuesto!
— Hoy en la tarde iremos a su casa. Veremos cómo es en realidad.
— ¡De acuerdo! — Le dije luego de un breve silencio.
La tarde del día siguiente, después de la jornada de trabajo, fuimos —según lo convenido— en motocicleta.
Vivía en Teherán, cerca del puente Seyyed Jandán. Llegamos a la calle indicada en la dirección. En ese mismo momento, estaba llegando él, lo reconocí por la fotografía de su expediente.
Detuvo su Mercedes-Benz frente a su casa, bajó del auto una mujer casi sin hiyab que abrió el portón para que entrase el coche. Le dije a Ibrahim:
— ¿Has visto? ¡Este hombre está en problemas!
— Primero conversemos con él y después ya hablaremos nosotros.
Estacioné la motocicleta frente a la casa. Ibrahim tocó el timbre, y el mismo hombre nos abrió la puerta.
Era robusto, no usaba ni bigote ni barba, al vernos hizo un gesto de sorpresa, y nos dijo:
— ¿En qué puedo servirles?
Yo pensé: «Si yo fuese Ibrahim no lo trataba con tanta consideración, muy al contrario le echaría en cara muchas cosas». Sin embargo, Ibrahim no era como yo. Estaba tranquilo, sonriente, y le respondió:
— ¡As-salamu 'alaykum! Me llamo Ibrahim Hadí y me gustaría hacerle un par de preguntas, si no es mucha molestia.
— Sí, por supuesto… su nombre me es muy conocido. He escuchado hablar de usted en la organización. Si no me equivoco, usted es inspector, ¿correcto?
Ibrahim le respondió afirmativamente. El hombre parecía estar muy nervioso, e insistentemente nos invitaba a pasar. A lo que Ibrahim respondió:
— ¡Muchas gracias! ¡No es necesario! Solo tenemos un par de minutos, y después nos marcharemos.
Ibrahim comenzó a hablarle. Casi una hora habló, y en ningún momento percibimos que había pasado tanto tiempo. Ibrahim fue sincero con él, no le ocultó nada. Hablaba de las quejas en su contra. ¡De todo! Por ejemplo, le explicó: «Escuche querido amigo, su esposa es para usted… no para exhibirla ante otras personas. ¿Se ha dado cuenta que los jóvenes al notar que no porta hiyab cometen el pecado de quedársele viendo?»
Además, le dijo: «Usted es responsable del personal que trabaja bajo sus órdenes. No debe decir palabras soeces ni contar chistes indecentes. Peor, habiendo mujeres en su institución, es una gran falta de respeto».
Y también: «Usted fue un gran deportista, todo un ganador, pero debe saber que un verdadero campeón es aquel que acepta sus errores».
Luego, Ibrahim le habló de la Revolución Islámica, sobre la sangre de los mártires, el imam Jomeini y los enemigos de Irán. El hombre asentía con la cabeza.
Finalmente le dijo: «Vea querido amigo, esta es la orden de su destitución».
El director se quedó pálido, lo vi como tragó saliva y se nos quedó viendo con los ojos agrandados.
Ibrahim sonrió y rompió la orden de destitución. Le dijo: «¡Querido amigo, piense en mis palabras!»
Después nos despedimos de él, nos subimos a la motocicleta, y nos marchamos.
Cuando nos habíamos alejado un poco me volví, y pude observar que el hombre todavía estaba en la calle, viendo cómo nos alejábamos.
Le dije a Ibrahim:
— Hablaste muy bien, tus palabras me han calado.
Con una sonrisa en los labios, me dijo:
— ¡No hombre! ¿Quién soy yo? Ha sido Dios quien ha puesto esas palabras en mi boca. Ojalá tengan su efecto. — Hizo una pausa, y continuó: — Puedes estar seguro que no hay nada más efectivo que una buena charla… ¿Es que no has leído la aleya del Sagrado Corán donde Dios le dice a Su Mensajero:
«...si hubieses sido seco y duro de corazón, rápidamente se hubieran apartado de ti».[1]
Entonces, debemos aprender a tratar a la gente como lo hacía el Profeta (P).
***
Pasados unos dos meses, llegó un nuevo informe de la misma federación. El director había cambiado muchísimo. Sus maneras, su moral, su trato hacia los demás. Hasta su esposa estaba usando la vestimenta islámica.
Vi a Ibrahim y le mostré el informe. Quería ver su reacción. Lo leyó, y lo único que me dijo fue: «Gracias a Dios». Luego cambió el tema de conversación.
Pero yo no tenía ninguna duda que las palabras sinceras de Ibrahim habían tenido un profundo efecto en el director de la federación.
Atendiendo las necesidades de la gente
Narrado por un grupo de amigos del mártir
«Los siervos [de Dios] son mi familia, entonces las personas más amadas para mí son aquellas que las tratan bien, y luchan por atender sus necesidades».[2]
¡Era extraño!, se habían reunido varias personas al comienzo de la avenida Shahid Sa'idí. Fuimos con Ibrahim para ver qué pasaba.
Alguien nos contó que «había un chico con retraso mental que todos los días llenaba una cubeta con el agua sucia de la canaleta y luego se la echaba a los transeúntes, principalmente a los que veía bien vestidos».
La gente poco a poco se dispersó. Un hombre de traje trataba de limpiarse y secarse: Había sido víctima del chico. El hombre decía: «¡No sé qué hacer con este, pues es un retardado!».
Finalmente, desistió y se marchó. Nosotros nos quedamos con el muchacho revoltoso. Ibrahim le preguntó:
— ¿Por qué mojas a la gente?
El chico sonrió y respondió:
— ¡Me gusta!
— ¿Hay alguien que te dice que lo hagas?
El muchacho señaló a tres jóvenes con aspecto de vagos que estaban al otro lado de la calle, diciendo:
— Ellos me pagan 5 riales y me dicen a quién debo mojar.
Ibrahim vio cómo los jóvenes se reían. Tuvo el impulso de ir adonde estaban y decirles algo, pero se contuvo. Después le preguntó al chico:
— ¿Dónde vives? — El muchacho le respondió. Ibrahim pensó un poco y le propuso: — Si prometes no molestar más a la gente yo te pagaré 10 riales todos los días. ¿Aceptas?
— ¡Claro que sí!
Después nos condujo a su casa. Ibrahim habló con la madre del chico, y de esta forma solucionó algo que se había convertido en un problema para la gente.
***
Estuvimos trabajando en la inspectoría. Era día de pago. Al final de la jornada, Ibrahim me preguntó:
— ¿Trajiste tu moto?
— ¡Sí! ¿Por qué?
— Si no tienes qué hacer algo urgente, acompáñame al supermercado. Tengo que comprar un par de cosas.
Ibrahim casi se gastó todo su sueldo. Compró arroz, carne, jabón, etc. ¡Compró muchas cosas! Parecía que alguien le había dado una lista. Después fuimos a Mayidieh. Entramos en un callejón, Ibrahim me dijo que me detuviese, se bajó y tocó la puerta de una casa.
Abrió una anciana que llevaba mal puesto el hiyab. Ibrahim le entregó toda la compra. La mujer llevaba un crucifijo en el cuello. ¡Me quedé muy sorprendido! ¡Me irrité! En el camino de regreso, le dije:
— ¡Ibrahim esa señora es cristiana!
— ¡Sí! ¿Cuál es el problema?
Al oírlo, me hice a un lado de la calle, paré, y le dije:
— ¡Hay tantos musulmanes pobres y tú ayudándole a los cristianos!
Ni él ni yo nos habíamos bajado de la motocicleta. Luego de unos segundos, me respondió:
— Los musulmanes tienen quien les ayude. Además han fundado el Comité Emdad[3] y tienen al imam. Pero estos siervos de Dios —los cristianos— no tienen a nadie. Con esta contribución, sus problemas disminuirán. Además, su corazón se volcará con el imam y la Revolución.
***
26 años habían pasado desde el martirio de Ibrahim, logré recopilar muchas anécdotas que ordené para su impresión. Estaba en la mezquita, uno de los orantes me llamó y me dijo:
— Puede contar conmigo para todo lo que tenga que ver con la ceremonia en recuerdo de Ibrahim. ¡Estoy a sus órdenes!
— ¿Y usted conoció al mártir Ibrahim? — Le pregunté, sorprendido.
— ¡No! Apenas lo conocí el año pasado justo en la misma ceremonia. Hasta ese día no sabía nada de Ibrahim. Sin embargo, estoy en deuda con él.
Tenía, prisa, pero no podía irme sin preguntarle:
— ¿De qué deuda habla?
— El año pasado durante la ceremonia en recuerdo suyo, repartieron llaveros con la fotografía de Ibrahim. Yo tomé uno y lo usé para las llaves de mi coche. Hace unos días volvía de un viaje junto con mi familia, nos detuvimos en un restaurante.
Al regreso, cuando quisimos subirnos, vi que había dejado las llaves en el auto y no había forma de entrar en él. Le pregunté a mi esposa
— ¿Traes contigo la copia de la llave?
— ¡Está en mi bolso, dentro del auto!
Me puse muy nervioso. Hice varios intentos, pero no pude abrir ninguna de las puertas. Hacía mucho frío. Estaba pensando en romper una de las ventanillas, pero me puse a pensar que el camino que nos esperaba era largo y el clima no nos favorecía.
De repente mi mirada se posó en la foto de Ibrahim que estaba en el llavero. Parecía que era él quien me miraba. Me le quedé viendo fijamente y le dije:
— Don Ibrahim, he escuchado que a usted le encantaba resolver los problemas de la gente. De acuerdo al Corán, los mártires están vivos... — Después le rogué a Dios: «¡Oh Señor por la posición que le has otorgado al mártir Ibrahim Hadí resuelve mi problema!»
En ese estado de súplica, sin pensarlo metí la mano en el bolsillo de mi saco y saqué un manojo de llaves de la casa, metí una en la cerradura del coche y tras un movimiento suave la puerta se abrió.
Con mucha alegría entré y le di gracias a Dios. Después, me le quedé viendo a la fotografía de don Ibrahim. También le agradecí y le dije: «¡Que Dios te lo pague!». Todavía no habíamos emprendido la marcha cuando mi señora me preguntó:
— ¿Qué llave usaste para abrir?
— ¡Déjame ver cuál de estas llaves era! — Le dije, desconcertado.
Baje del auto y empecé a probar las llaves una por una pero ninguna entró en la cerradura. Me detuve, aspiré profundamente y dije: «¡Muchas gracias don Ibrahim! Después de su martirio continúa resolviendo los problemas de la gente».
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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