La Paz Sea Con Ibrahim (VIII)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Maestro ejemplar
Narrado por Abbás Hadí
Ibrahim solía decir: «Si queremos que esta revolución se mantenga firme y las generaciones venideras sean revolucionarias, debemos trabajar en las escuelas, porque el futuro del país estará en manos de personas que no han vivido la época del sah dictador».
Cuando se topaba con algunos maestros que tenían posturas antirrevolucionarias, se molestaba. Decía: «Los mejores y más destacados elementos revolucionarios deberían ser los maestros de las escuelas, especialmente los de secundaria».
Fue por ello que Ibrahim dejó su puesto como inspector —donde estaba muy bien— y buscó un empleo lleno de dificultades, en el que ganaba un sueldo más bajo.
Sin embargo, a él no le interesaban las cosas materiales y siempre decía: «El sustento lo proporciona Dios. El dinero es importante, pero cualquier trabajo que uno haga por Dios siempre obtiene Su recompensa».
Ibrahim empezó a trabajar como docente en dos escuelas. Era maestro de educación física en la Escuela Secundaria Abu Rayhán, en el distrito 14 de Teherán, y de árabe en un instituto de enseñanza secundaria del distrito 15, una zona pobre de esa ciudad.
Su empleo como profesor de árabe fue breve, en mitad del año lectivo dejó de trabajar ahí. Ni siquiera nos contó el motivo.
Un día me encontré en la calle al director del instituto donde Ibrahim había enseñado árabe. Cuando me vio se detuvo, y me dijo:
— Tú que eres hermano del Sr. Hadí, ¡por Dios hazme el favor de hablar con él para que regrese al instituto!
Le pregunté qué había pasado, y me contó:
— La verdad es que el Sr. Ibrahim de su propio bolsillo le daba dinero todos los días a uno de los alumnos, para que a primera hora comprase pan y queso. De acuerdo a él, los chicos por ser de un barrio pobre no comían lo suficiente y pues, un chico con hambre no pone atención ni entiende las clases… Yo discutí con el Sr. Hadí y le dije que había infringido el reglamento del instituto. Sin embargo, lo que él hacía no representaba un problema. Aun así, un día le llamé fuertemente la atención y le dije que no podía continuar haciendo eso… Y bueno, su reacción no me la esperaba: ¡Se marchó del instituto! Su puesto fue suplido por otro maestro, pero hoy todos los alumnos y sus padres me están pidiendo que haga algo para que regrese. ¡Elogian su forma de ser y calidad como maestro! En un breve tiempo se había informado de la situación de varios estudiantes y buscaba la forma de ayudarles cuando a mí ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
Escuché atentamente al director, le dije que haría lo posible por convencer a mi hermano. Nos despedimos.
Hablé con Ibrahim y le conté lo sucedido, pero no sirvió de nada porque ya se había comprometido a dar clases en otra escuela.
Por otra parte, Ibrahim en la Escuela Secundaria Abu Rayhán no era solo el maestro de educación física sino también de moral y conducta.
Los estudiantes que habían escuchado que era «campeón de campeones» estaban fascinados con él.
En aquel tiempo, los jóvenes revolucionarios no le daban mucha importancia a su apariencia, sin embargo Ibrahim llegaba al trabajo de traje y muy pulcro.
Su rostro radiante, retórica y conducta intachable lo habían convertido en un «maestro perfecto».
Era muy hábil dando clases, sabía cuándo reír y cuándo ser serio. En los recreos se le veía en el patio de la escuela.
La mayoría de estudiantes querían hacerle compañía. Era la primera persona en llegar a la escuela y la última en marcharse.
En una época en que las corrientes políticas estaban activas, Ibrahim había elegido el mejor lugar para servirle a la Revolución.
Una noche, Ibrahim invitó a la mezquita a unos jóvenes que habían sido influenciados por diversas agrupaciones políticas.
Estaban presentes también algunos amigos revolucionarios que dominaban los temas políticos. Organizó un conversatorio con preguntas y respuestas. Fue una reunión amena donde se trataron distintos asuntos. Todas las preguntas de los chicos fueron respondidas y sus argumentos rebatidos. Fue muy interesante, terminamos casi a las 2 a.m.
Ibrahim fue elegido como «el maestro ejemplar» del año lectivo 58 –59, aunque era el primer año en que daba clases, y también el último…
El 1 de mehr de 1359, fue contratado oficialmente como maestro del Distrito Educativo Nº 12 de Teherán, pero no logró asumir su puesto debido a la guerra.
En ese año, Ibrahim tuvo muchas ocupaciones: Dar clases en las escuelas, participar en actividades deportivas y religiosas, y en los grupos revolucionarios. Fue como si se hubiese multiplicado porque para hacer todo eso se necesitaban —en verdad— varias personas.
Narrado por el mártir Reza Huryar
Estábamos en ordibehesht de 1359, yo era el profesor de educación física del Instituto de Enseñanza Secundaria Shohadá. Al lado estaba la Escuela Secundaria Abu Rayhán donde Ibrahim tenía el mismo cargo que yo. Fui a verlo, conversamos sobre diversos tópicos. Me fascinaba su conducta y su moral.
Ya estábamos por salir cuando me propuso que jugásemos voleibol. Me puse a reír porque yo había sido miembro de la Selección Nacional de Voleibol y participado en competencias internacionales. Además yo tenía un estilo propio de juego, por el que era conocido. ¡Ahora Ibrahim prácticamente me estaba retando a jugar un partido! Le dije: «No hay problema, vamos a jugar… pero que sea en mi instituto».
Luego pensé: «Jugaré moderadamente para no hacerlo ver demasiado mal ante los demás. ¡Pobrecito!»
Comenzamos el partido. ¡Su primer servicio tuvo tanta potencia que no pude interceptarlo! El segundo y el tercero fueron iguales. Me puse pálido por la gran presión que sentí, pues estaba siendo derrotado ante mis alumnos.
Ibrahim golpeaba el balón de manera magistral, interceptar o rematar sus servicios era muy difícil. Mis alumnos seguían emocionados el partido.
Ibrahim se me quedó viendo e inmediatamente hizo un saque suave, el cual rematé pudiendo anotar mi primer punto. Luego otro punto, y otro y otro...
Él quería que yo no pasase vergüenza frente a los estudiantes, por lo que —a propósito— estaba jugando mal.
Conseguí empatarle, de esta forma había protegido mi reputación… Le di el balón para que reanudase el juego.
Lo tomó, lo levantó para hacer el saque pero en ese momento empezó a sonar la llamada a la oración del mediodía.
Colocó el balón en el suelo, se paró frente a la alquibla y en voz alta empezó a hacer el adhan. Su voz se escuchaba por todo el instituto.
La mayoría de estudiantes se fue a hacer la ablución, el resto a casa.
Ibrahim era una persona práctica, empezó a hacer la oración en el mismo lugar donde hace unos minutos habíamos estado jugando voleibol. Los chicos y yo nos colocamos detrás de él para realizar la oración de forma colectiva.
Cuando terminamos se me acercó, me estrechó la mano y me dijo: «Don Reza, una competencia cuando se lleva a cabo con amistad es realmente hermosa».[1]
Kurdistán
Narrado por Mahdi Faridvand
Era el verano de 1358, después de la oración del mediodía y la tarde nos quedamos conversando frente a la Mezquita Salmán cuando uno de nuestros amigos vino y nos dijo:
— ¿Habéis escuchado el mensaje del imam Jomeini?
— ¡No! ¿Qué mensaje?
— El imam ha ordenado que viajemos al Kurdistán y ayudemos a terminar con el bloqueo en que se encuentran los jóvenes y combatientes de esa región.
Después vino Muhammad Shahrudí, otro de nuestros amigos y nos dijo:
— Estoy yendo al Kurdistán con Qasem Tashakkorí y Naser Kermaní.
Ibrahim entusiasmado, señaló:
— ¡Nosotros también estamos dispuestos a ir!
Nos fuimos a preparar para la partida.
El reloj marcaba las 16 horas, éramos once hombres camino al Kurdistán en un auto Blazer. Llevábamos una escopeta ZH-3, cuatro pistolas y unas cuantas granadas de mano. ¡Nada más!
Muchas de las zonas y calles estaban cerradas, por lo que nos incorporamos a un camino de tierra, y con la ayuda de Dios, llegamos a Sanandaj en la mañana. No habíamos escuchado noticias; por tanto, desconocíamos cómo estaba a esa hora la situación. Entramos a la ciudad, nos detuvimos frente a un quiosco de diarios.
Ibrahim bajó del auto para preguntar la dirección del cuartel de los Guardianes de la Revolución. De repente lo oímos gritar: «¿Qué es lo que estás vendiendo incrédulo?»
Traté de saber qué pasaba y me sorprendí al ver fuera del quiosco varias botellas de licor a la venta. Ibrahim no perdió el tiempo, sacó su arma y empezó a dispararles. Las que sobrevivieron, las cogió y las estrelló contra el piso. Ibrahim estaba realmente enojado. Después se fue a buscar al dueño del negocio que asustado se había escondido en un rincón del quiosco.
Ibrahim entró al quiosco y encaró nuevamente al propietario, era un joven. Ya calmado, le dijo:
— ¡Dime! ¿Acaso no eres musulmán? ¿Por qué estás vendiendo estas porquerías, estas impurezas? ¿No sabes que Dios ha dicho en el Corán: «Estas son cosas abominables hechas por Satanás. Por tanto, absteneos de ellas»?[2]
El joven decía «¡sí!» a todo lo que Ibrahim le decía, y pedía perdón. Ibrahim no habló mucho con él. Ambos salieron del quiosco.
El joven nos indicó el camino hacia el cuartel, y nosotros emprendimos la marcha. El silencio de la ciudad se había interrumpido por el sonido de las balas de escopeta. La gente se nos quedaba viendo a medida que avanzábamos por aquellas calles. Finalmente llegamos al cuartel de los Guardianes de la Revolución, en Sanandaj.
La entrada estaba protegida por espaldones de sacos de tierra, colocados por capas y ordenados alternativamente formando troneras. Era una verdadera fortaleza, que incluso impedía ver el cuartel.
Llamamos insistentemente a la puerta pero fue inútil: Nadie abrió. Desde adentro alguien nos dijo que la ciudad había sido tomada por los antirrevolucionarios, y luego agregó:
— No os quedéis aquí. ¡Marchaos hacia el aeropuerto!
— Hemos venido para ayudaros... por lo menos díganos dónde está el aeropuerto.
De pronto, uno de los soldados se asomó por la parte de arriba de la pared, y nos dijo:
— ¡Aquí no es seguro! ¡Tened mucho cuidado que pueden atacaros! ¡Salid de la ciudad lo más rápido posible! ¡Unos kilómetros hacia adelante está el aeropuerto, ahí encontraréis a las fuerzas revolucionarias. ¡Marchaos!
Subimos al auto y nos dirigimos hacia el aeropuerto. Finalmente pudimos comprender lo que sucedía en Sanandaj: Todo —excepto el cuartel de los Guardianes de la Revolución y el aeropuerto— estaba en manos de los antirrevolucionarios.
Había tres batallones del Ejército y uno de las fuerzas de los Guardianes de la Revolución en el aeropuerto. Los proyectiles de los morteros, disparados desde la ciudad caían en las pistas de aterrizaje.
En ese momento vimos por primera vez al Sr. Muhammad Boruyerdí. Tenía buena presencia; era castaño, barbado, sonriente.
A pesar de lo delicado de la situación, el hermano Boruyerdí dirigía muy bien las operaciones. Después supimos que era el comandante de los de los Guardianes de la Revolución en el sur del país.
Al día siguiente nos reunimos con él, los comandantes del Ejército también participaron. El hermano Boruyerdí nos dijo: «Gracias al mensaje del imam Jomeini —acerca de romper el bloqueo de Kurdistán— han venido muchos combatientes y muchos otros están en camino. Los contrarrevolucionarios están asustados. Ellos están concentrados en dos lugares importantes al interior de la ciudad. Debemos hacer un plan para atacar esos dos lugares».
El hermano Boruyerdí también se refirió a otros temas importantes. Por su parte, Ibrahim dijo: «Según he podido ver en la ciudad, la gente —aparentemente— no los apoya. Sería mejor que atacásemos primero uno de esos bastiones y luego, si tenemos éxito atacamos el otro».
Todos concordaron con Ibrahim, y se delineó el plan de ataque en el que participarían todas las fuerzas. Pero al mismo tiempo, los Guardianes de la Revolución fueron enviados a Paveh, por lo que solo se contaba con las fuerzas del Ejército para ejecutar el plan.
Ibrahim y otros compañeros visitaron cada una de las trincheras. Hablaban con los combatientes, les infundían ánimo. Después consiguieron una camioneta llena de sandías que distribuyeron entre los soldados. Así lograron un mayor acercamiento con ellos, y a través de diversas maniobras aumentó su compañerismo, valentía y preparación.
Una mañana, el Sr. Jaljalí se unió a las fuerzas. También otro grupo de chicos combatientes provenientes de diferentes ciudades, llegó al aeropuerto de Sanandaj. Después de la preparación necesaria, se distribuyeron las armas entre los combatientes y antes del mediodía ya habíamos atacado uno de los bastiones de los antirrevolucionarios. Fueron derrotados más rápido de lo que pensamos, y los capturamos.
Se encontró una gran cantidad de armas, dólares, pasaportes y otros documentos de identidad falsos. Ibrahim echó el dinero y los documentos falsos en un saco y se los entregó al comandante.
El segundo bastión de los antirrevolucionarios se rindió sin combatir. La ciudad volvió a ser controlada por las fuerzas revolucionarias. El comandante muy alegre decía: «Incluso si nos hubiésemos esperado un par de años preparándonos mis soldados no habrían tenido valor de realizar esta operación. Esta victoria se la debemos al hermano Ibrahim Hadí y sus amigos combatientes. Han sido ellos quienes con su compañerismo, elevaron el espíritu de los soldados y obtuvieron este triunfo».
En esa época, Ibrahim y sus compañeros aprendieron técnicas de combate llegando a convertirse en verdaderos expertos, algo que se volvió evidente en el periodo de la Defensa Sagrada.
La aventura de Sanandaj no se prolongó por mucho tiempo, aunque en otras ciudades de Kurdistán continuaban los combates esporádicos contra los rebeldes antirrevolucionarios.
En el mes de shahrivar de 1358 volvimos a Teherán, pero el Sr. Qasem y algunos de nuestros hermanos se quedaron en Kurdistán y se unieron a las fuerzas del mártir Chamrán.
Después de su regreso, Ibrahim renunció a su cargo como inspector en la Organización de Educación Física y comenzó a trabajar en el Ministerio de Educación.
Al principio la institución no quería aceptar su renuncia, pero ante su insistencia tuvo que hacerlo. Ibrahim ingresó a un grupo donde se necesitaban personas como él.
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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[1] Aunque no tenía ninguna discapacidad, el comandante y deportista Reza Huryar participó —antes de la Revolución— como refuerzo de la Selección Nacional de Voleibol para Sordos en una competencia mundial en la que dicho equipo se coronó campeón. Reza se unió a sus amigos mártires en la Operación Kerbala 5.
[2] Corán 5:90.