La Paz Sea Con Ibrahim (IX)
(Anecdotario de la Vida del Mártir Ibrahim Hadí)
Hacer la oración justo después de escuchar el adhan
Narrado por algunos amigos del mártir
El núcleo de todas las actividades de Ibrahim era la oración. No le importaba en qué condiciones se encontrase, él simplemente hacía su oración justo después de escuchar el adhan. Casi siempre la hacía de forma colectiva y en la mezquita, y exhortaba a los demás a hacer lo mismo.
Sin duda practicaba este hadiz del Imam Alí (P):
«Quienquiera que frecuenta la Mezquita se beneficiará de lo siguiente: un hermano que será amigo de él en el camino de Dios, nuevos conocimientos, una bendición que estaba esperando, consejos que lo salvarán de la aniquilación, palabras que lo guiarán y lo harán evitar el pecado».[1]
Ibrahim desde antes de la Revolución Islámica hacía sus oraciones de esa manera.
Su conducta nos recuerda la famosa frase del expresidente de Irán mártir Rayaí: «No le digáis a la oración ''estoy ocupado'', sino a vuestra ocupación ''tengo que hacer la oración''».
El mejor ejemplo de ello es que si estando en plena práctica del deporte antiguo —en el centro del zurjaneh— escuchaba el adhan, interrumpía su entrenamiento y hacía la oración en forma colectiva.
Muchas veces yendo de viaje e incluso en el frente de guerra, cuando llegaba la hora de rezar hacía que el conductor se detuviese, él mismo recitaba el adhan e invitaba a los demás a acompañarlo en la oración.
A todos les agradaba su bella y potente voz, así como la forma en que hacía la llamada a la oración.
Sin duda, Ibrahim le ponía mucha atención a este hadiz del Profeta Muhammad (PB):
«Dios ha prometido que en el día de la Resurrección, se llevará al Paraíso al muecín, a quien hace la ablución adecuadamente y a quien realiza la oración colectiva en la mezquita».[2]
Ibrahim mismo en su juventud se había hecho amigo de todos los chicos que asistían a la mezquita de su barrio.
Además, en esa época se había comprado una capa de religioso, y casi siempre se la ponía para rezar.
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Era el año 1359, las actividades de los basīŷ se prolongaron hasta la madrugada. Los chicos habían terminado su trabajo y solo faltaban dos horas para la llamada a la oración del alba.
Ibrahim los reunió a todos y empezó a narrar las anécdotas vividas en Kurdistán, las cuales eran muy interesantes y graciosas. Así fue como logró mantenerlos despiertos hasta la llegada del adhan.
Después de realizar la oración colectiva los muchachos se marcharon a sus casas.
Entonces, Ibrahim le dijo al jefe de los basīŷ. Si estos chicos se hubiesen ido cuando terminamos las actividades, quien sabe si luego de dormirse en sus casas hubiesen podido levantarse para hacer la oración. Hay que tratar de terminar más temprano para evitar que los chicos se vayan a perder la oración del alba.
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En el día Ibrahim era una persona muy graciosa y hablaba de forma sencilla, pero normalmente en las noches se quedaba despierto hasta tarde. Despertaba en la madrugada para hacer la oración de la medianoche y luego esperaba la oración del alba. Trataba de que nadie se diese cuenta de ello. Parece que sabía que la tradición profética describe a los musulmanes chiitas como personas que despiertan al alba y hacen la oración de la medianoche.
Además de hacer las súplicas diarias, se dedicaba con ahínco a leer especialmente las de Kumayl, Nudbah y Tawassul, y diversas ziyarah, en especial la de Ashura, la cual recitaba todos los días.
Él siempre leía y repetía en voz baja la aleya:
«Y hemos puesto por delante de ellos una barrera y por detrás de ellos una barrera, de manera que les hemos cubierto totalmente y no pueden ver».[3]
Una vez le dije:
— ¡Ibrahim, esta aleya es para protegerse del enemigo, pero aquí no hay ningún enemigo!
Ibrahim se me quedó viendo y me preguntó:
— ¿Acaso hay un enemigo mayor que el demonio?
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Una vez estábamos hablando sobre los jóvenes y la importancia de la oración. Ibrahim me dijo:
— Cuando mi padre murió estaba muy triste. La primera noche después de su fallecimiento, al marcharse la gente que nos acompañó en nuestro dolor, me fui a acostar sin haber hecho la oración. ¿Sabes?, estaba molesto. Al poco tiempo me quedé dormido y soñé con mi padre. Vi como entraba en la casa, estaba enojado. Se dirigió directamente a mi habitación, se paró frente a mí mirándome a los ojos. En ese momento desperté. ¡Cuando mi padre me miraba de esa manera tenía mucho que decirme! Vi el reloj, aún era tiempo de rezar. Me levanté enseguida, hice la ablución y cumplí con el deber de la oración.
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Ibrahim también le daba mucha importancia a la oración colectiva del viernes. Aunque en esa época estaba en el Kurdistán o en el frente de guerra y le era imposible asistir. Pero, cuando estaba en Teherán siempre participaba en la oración colectiva del viernes, y nos decía: «No sabéis cuánta recompensa y bendiciones tiene la oración del viernes».
Al respecto, el Imam Sadiq (P) dijo:
«Dios prohíbe la entrada al fuego al pie que camina hacia la oración colectiva del viernes».[4]
Narrado por Abbás Hadí
Estábamos sentados dentro de la habitación, teníamos huéspedes. Escuchamos una voz que venía de fuera. Ibrahim rápidamente miró por la ventana. Un hombre se estaba escapando con la motocicleta de nuestro cuñado.
Escuchamos que gritaban «¡ladrón, ladrón! ¡detenedle!». Entonces Ibrahim corrió hacia la puerta, y uno de los chicos que se encontraba en el callejón hizo que el ladrón cayese al suelo en el momento que huía en la motocicleta.
Un pedazo de hierro le hizo un corte en la mano al ladrón, empezó a sangrar mucho. El ladrón estaba asustadísimo y se quejaba del dolor. Ibrahim levantó la motocicleta, la encendió. Y le dijo: «¡Sube, apresúrate!»
Se lo llevó al hospital donde lo vendaron, y después a la mezquita. Al terminar la oración, Ibrahim se sentó al lado del ladrón y le preguntó:
— ¿Por qué roba? ¿No sabe que el dinero ilícito no sirve de nada?
El ladrón empezó a llorar, y respondió:
— ¡Lo sé, lo sé pero no tengo trabajo! Tengo hijos y esposa que alimentar. He venido del interior, no sé qué hacer, no tuve otro remedio que….
Ibrahim reflexionó un poco. Luego se fue a hablar con una de las personas que rezaban en la mezquita. A los pocos minutos retornó con una gran sonrisa dibujada en sus labios. Dijo:
— Gracias a Dios, le acabo de conseguir un trabajo adecuado. Empieza mañana mismo. Tome este dinero y pídale a Dios que lo ayude. Siempre busque lo que es lícito. El dinero ilícito conduce a la perdición, pero el dinero lícito, aunque sea poco tiene bendición.
Extraído del libro La Paz Sea Con Ibrahim; Editorial Elhame Shargh
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