“...Y entonces fui guiado”
La Visita a Nayaf y un encuentro con los ‘Ulama
Por Muhammad At-Tiyani As-Samawi
Una noche mi amigo me dijo que el próximo día iríamos, si Allah así lo quería, a Nayaf. Le pregunté: “¿Qué es Nayaf?”. Dijo: “Es una ciudad de conocimiento; además, en ella se encuentra la tumba de Ali ibn Abi Talib”.
Yo me sorprendí, puesto que, ¿cómo es que es conocida la tumba del Imam Ali?, pues todos nuestros Shaij dicen que no se sabe dónde se encuentra la tumba de nuestro maestro Ali.
Tomamos un ómnibus hacia Kufa y allí nos detuvimos para visitar la Mezquita de Kufa, que es uno de los monumentos islámicos más famosos. Mi amigo me mostró todos los lugares históricos, me llevó al Santuario de Muslim ibn ‘Aqil y de Hani ibn Urwa, y me contó brevemente cómo fueron martirizados. Me llevó al mihrab (nicho en dirección a la qiblah), donde el Imam Ali fue martirizado; luego visitamos la casa donde el Imam vivía con sus dos hijos, nuestros maestros Al-Hasan y Al-Husain. En la casa todavía estaba el aljibe del cual ellos bebían y realizaban con su agua la ablución.
Viví algunos momentos espirituales que me hicieron olvidar del mundo y sus deleites, e imaginé el ascetismo y la humildad que tenía el Imam, a pesar del hecho de que era el Comandante de los Creyentes y el cuarto de los Califas Correctamente Guiados.
No debo olvidar mencionar la hospitalidad y modestia de la gente de Kufa, ya que por donde fuera que pasábamos, un grupo de gente se detenía y nos saludaba, como si mi amigo conociera a la mayoría de ellos. Uno de aquellos a los que encontramos era el director del Instituto de Kufa, quien nos invitó a su casa, donde conocimos a sus hijos y pasamos una noche agradable. Sentí como si estuviera entre mi familia y amigos.
Cuando me hablaban sobre los Sunnis siempre decían: “Nuestros hermanos de la Sunnah”, por lo tanto, me cautivaban sus conversaciones y les hacía algunas preguntas para probar su sinceridad.
Continuamos nuestro viaje hacia Nayaf, a unos diez kilómetros de Kufa, y apenas llegamos allí recordé la Mezquita Al-Kazimiiah, en Bagdad, puesto que había minaretes de oro circundando una cúpula construida de oro puro. Entramos al Mausoleo del Imam después de haber leído una súplica especial: un permiso para entrar al lugar, que es costumbre entre los visitantes Shi‘as.
Dentro del Mausoleo vi cosas más sorprendentes que en la Mezquita de Musa Al-Kazim, y como de costumbre, me puse de pie y leí Al-Fatihah, dudando si esa tumba en realidad contenía el cuerpo del Imam Ali, teniendo en cuenta la sencillez que había visto en la casa en la que vivía en Kufa, y que me había impresionado muchísimo. Me dije a mí mismo: “Lejos estaría el Imam Ali de estar complacido con toda esta decoración de oro y plata, cuando hay muchos musulmanes muriendo de hambre en todo el mundo”, especialmente cuando vi mucha gente pobre en las calles extendiendo su mano a los transeúntes pidiendo limosna.
Luego me dije interiormente: “¡Oh Shi‘as! Ustedes están equivocados. Al menos deberían admitir este error, ya que el Imam Ali fue enviado por el Mensajero de Allah a demoler los santuarios, por lo tanto, ¿qué son todas estas tumbas de oro y plata? Si esto no es politeísmo, entonces debe ser al menos un error que el Islam no perdona”.
Mi amigo me preguntó, mientras me extendía un pedazo de arcilla seca, si yo deseaba rezar. Le respondí en un tono fuerte: “Nosotros no rezamos alrededor de las tumbas”. Dijo: “Entonces espérame un momento hasta que rece dos rak‘ah (ciclos de oración)”. Mientras lo esperaba, leí la placa que estaba pegada en la tumba; además, miré dentro de ella, a través del enrejado de grabados de oro, y vi que estaba repleta de todo tipo de billetes, desde dirhames y riales hasta dinares y liras, arrojados por los visitantes como contribuciones para las organizaciones y obras benéficas que dependen del Santuario.
Pensé que todo eso debía haber estado allí por meses, pero mi amigo me dijo que las autoridades responsables de limpiar el lugar recolectaban el dinero cada día después de la oración de la noche (‘isha).
Salí tras mi amigo, asombrado por lo que acababa de ver y deseé que me tocara una parte de ese dinero, o que lo distribuyeran entre los pobres e indigentes que tantos había por allí. Miré hacia todos lados dentro de la gran valla que protege al Santuario, donde muchos grupos de gente estaban rezando aquí y allá, mientras otros se encontraban escuchando a disertantes situados sobre los púlpitos. Me pareció escuchar algunos llantos con voz temblorosa.
Vi a un grupo de gente llorando y golpeando sus pechos, y cuando quise preguntarle a mi amigo por qué aquellas personas se comportaban de esa manera, un cortejo fúnebre pasó junto a nosotros y observé que algunos hombres ponían un mármol en medio del patio, para colocar allí al fallecido. Por lo tanto, pensé que esas personas estaban llorando por un muerto muy querido por ellos.
Mi amigo me llevó a una mezquita, junto al Santuario, donde los pisos estaban cubiertos de alfombras y alrededor de sus mihrab había algunas aleyas coránicas grabadas con hermosa caligrafía. Vi que algunos jóvenes con turbantes estaban sentados cerca del mihrab estudiando, y cada uno de ellos tenía un libro en sus manos.
Quedé impresionado por esa agradable escena, ya que nunca antes había visto religiosos de esa edad, pues rondaban entre los trece y dieciséis años. Lo que los hacía más elegantes eran sus vestimentas.
Mi amigo les preguntó por el “Saiid”, y le dijeron que estaba rezando con la gente la oración comunitaria. No comprendí quién era el “Saiid” y pensé que debía ser uno de los ‘Ulama. Sólo después supe que era Saiid Al-Jo’i, uno de los líderes de las escuelas religiosas de la comunidad Shi‘a.
Es digno de mencionar aquí que el título “Saiid” en la Shi‘a es dado a aquellos que son los descendientes de la familia del Profeta (BP). El “Saiid”, ya sea él un sabio o un estudiante de ciencias religiosas, usa un turbante negro, y el resto de los ‘Ulama usa turbantes blancos y son llamados “Shaij”. Hay otros nobles de la descendencia del Profeta que no son ‘Ulama y usan un turbante verde.
Mi amigo les preguntó si yo podía sentarme con ellos mientras él iba a ver al Saiid. Me dieron la bienvenida y se sentaron alrededor mío en un semicírculo. Miré sus rostros y tuve la sensación de poder ver su inocencia y la pureza de sus pensamientos, y me vino a la mente el dicho del Profeta (BP): “El hombre nace en la fitrah (pureza original) y son sus padres los que lo hacen judío, cristiano o zoroastriano”. Me dije a mí mismo: “¡¡O lo hacen Shi‘a!!”.
Me preguntaron de qué país venía; yo respondí: “De Túnez”. Preguntaron: “¿Tienen ustedes escuelas religiosas?”. Respondí: “Tenemos universidades y escuelas”. Fui bombardeado con preguntas desde todos lados, y todas eran perspicaces y embarazosas. ¿Qué podía decirles a aquellos inocentes muchachos que a lo mejor pensaban que el mundo islámico estaba repleto de escuelas religiosas donde se enseñaba jurisprudencia, principios del Islam, ley islámica e interpretación del Corán? Ellos no sabían que en el mundo islámico y en nuestros países, que evolucionaron y se desarrollaron, hemos transformado las escuelas de Corán en jardines de infantes supervisados por monjas cristianas; por lo tanto, ¿debía decirles que continuaban siendo “atrasados” en relación a nosotros?
Uno de ellos me preguntó: “¿Qué madhhab (escuela religiosa) se sigue en Túnez?”. Dije: “La madhhab Maliki”. Y vi que algunos de ellos se sonrieron pero no les presté mucha atención. Me preguntó: “¿Conocen la madhhab Ya‘fari?”. Le dije: “¿Qué nuevo nombre es ese? No. Nosotros sólo conocemos las cuatro madhahib1, y aparte de ellas no hay otra dentro del Islam”.
El sonrió diciendo: “Perdón señor. La madhhab Ya‘fari es la esencia del Islam. ¿No sabes tú que el Imam Abu Hanifah estudió con el Imam Ya‘far As-Sadiq, y que por eso Abu Hanifah dijo: “Si no fuera por aquellos dos años (refiriéndose a los dos años en que fue alumno de Imam As-Sadiq (P), An-Numan Abu Hanifah habría perecido?”.
Permanecí en silencio sin que surgiera de mí una respuesta. Acababa de escuchar un nombre que nunca antes había oído, pero agradecí a Allah que él, es decir, el Imam Ya‘far As-Sadiq, no haya sido maestro del Imam Malik, y dije que nosotros éramos Maliki, no Hanafi.
Él dijo: “Las cuatro madhahib aprendieron cada una de la otra; Ahmad ibn Hanbal aprendió de Ash-Shafi‘i; Ash-Shafi‘i de Malik; Malik de Abu Hanifah, y Abu Hanifah aprendió de Ya‘far As-Sadiq (P). Por eso todos ellos fueron alumnos de Ya‘far ibn Muhammad, quien fue el primero en abrir una Universidad Islámica, en la mezquita de su abuelo, el Mensajero de Allah (BP), y con él estudiaron no menos de cuatro mil jurisprudentes y especialistas en Hadiz (Tradiciones Proféticas)”.
Yo estaba sorprendido por la inteligencia de aquel joven muchacho que parecía saber lo que estaba diciendo, de la misma manera en que uno de nosotros conoce una Surah del Corán. Quedé mucho más asombrado aún cuando comenzó a darme algunas referencias históricas de las que podía decirme el número de libros, tomos y capítulos en que se encontraban, y continuó conversando conmigo como si fuera un profesor enseñándole a su alumno.
En realidad me sentí impotente ante él y deseé haberme ido con mi amigo y no haberme quedado, pues fui incapaz de responder a cada pregunta relacionada con la jurisprudencia o la historia que cualquiera de ellos me hacía.
Me preguntó a cuál de los Imames yo seguía. Dije: “A Imam Malik”. Dijo: “¿Cómo sigues a un hombre que murió hace catorce siglos? Si desearas hacerle una pregunta sobre temas recientes, ¿él te respondería?”. Yo pensé un poco y dije: “¡Y tú, qué! Tu Ya‘far también murió hace catorce siglos atrás, ¿así que a quién sigues?”. Él y otros muchachos me respondieron rápidamente: “Nosotros seguimos al Saiid Al-Jo’i”.
Yo no entendía. ¿Acaso era Al-Jo’i más sabio que Ya‘far As-Sadiq? Intenté cambiar de tema, por lo tanto me mantuve haciéndoles preguntas. Por ejemplo, les preguntaba cuál era la población de Nayaf, a qué distancia está Nayaf de Bagdad, y si conocían otros países aparte de Irak... Y cada vez que respondían, yo preparaba otra pregunta para evitar que ellos me hicieran a una mí, ya que me sentía incapaz e impotente. Pero lejos estaba yo de admitirlo, a pesar del hecho de que en mis adentros bien lo sabía.
Los sentimientos de gloria y de grandeza, y la supuesta sapiencia que me habían hecho sentir en Egipto, se habían disuelto y esfumado allí, especialmente después de encontrarme con aquellos jóvenes, y sólo entonces me di cuenta de la sabiduría de las siguientes palabras:
“Dile al que pretende tener conocimiento de Filosofía: Has aprendido una cosa, pero siguen ocultas muchas otras para ti”.
Llegué a creer que las mentes de aquellos jóvenes muchachos eran más grandes que las mentes de aquellos profesores que yo había conocido en Al-Azhar y que las de nuestros sabios de Túnez.
As-Saiid Al-Jo’i entró al lugar, y lo acompañaba un grupo de ‘Ulama; en ellos había modestia y dignidad. Todos los muchachos se pusieron de pie y yo con ellos; luego cada uno se acercó al Saiid para besar su mano y yo permanecí quieto en mi lugar. El Saiid no se sentó hasta que todos se sentaron, entonces comenzó a saludarlos diciendo: “Buenas Noches”, e hizo así con cada uno de ellos, quienes le contestaron de la misma manera, hasta que llegó mi turno, por lo tanto respondí de la misma forma en que había escuchado.
Después mi amigo, que había estado hablando en voz baja con el Saiid, me indicó que me aproximara al Saiid, quien me hizo sentar a su derecha. Tras los saludos mi amigo me dijo: “Dile al Saiid las cosas que escuchan en Túnez sobre la Shi‘a”. Yo dije: “Hermano, olvidemos las historias que escuchamos de aquí y allá; yo quiero saber por mí mismo lo que dice la Shi‘a, por lo tanto, quiero respuestas sinceras a algunas preguntas que quiero hacer”.
Mi amigo insistió en que yo debía relatar al Saiid lo que nosotros pensábamos de la Shi‘a. Dije: “Consideramos que los Shi‘as están más lejos del Islam que los judíos y los cristianos, pues ellos adoran a Allah y creen en el mensaje de Musa y de Jesús -la paz sea con ellos-, mientras que oímos que los Shi‘as adoran a Ali y lo consideran sagrado, y hay una secta de entre ellos que adora a Allah pero ponen a Ali en el mismo nivel que el Mensajero de Allah”. Además, narré la historia sobre cómo el ángel Gabriel habría traicionado la confianza puesta en él -según ellos dicen- y en lugar de darle el mensaje a Ali, se lo dio a Muhammad (BP).
El Saiid permaneció en silencio por un momento, cabizbajo, y luego me miró y dijo: “Nosotros creemos que no hay divinidad sino Allah, que Muhammad (BP) es el Mensajero de Allah, y que Ali fue solamente un siervo de Allah”. Él se dirigió a su audiencia y dijo señalándome: “Observen cómo esta gente inocente ha sido engañada por los falsos rumores, y esto no es sorprendente, pues yo he escuchado cosas peores de otras personas; por lo tanto digamos: No hay poder o fuerza salvo en Allah, el Altísimo y Majestuoso”.
Luego se volvió hacia mí y dijo: “¿Has leído el Corán?”. Respondí: “Podía recitar la mitad de él de memoria antes de cumplir los diez años”. Dijo: “¿Sabes que todos los grupos islámicos y sus diferentes escuelas concuerdan en el Sagrado Corán, y que el Corán que nosotros tenemos es el mismo que el de ustedes?”. Dije: “Sí, yo sé eso”. Dijo: “Entonces, ¿acaso no has leído las palabras de Allah, Alabado y Glorificado sea:
«Muhammad no es sino un Enviado, antes del cual han pasado otros enviados...» (Sagrado Corán; 3:144)
«Muhammad es el Enviado de Allah. Quienes están con él son severos con los infieles...» (Sagrado Corán; 43:29)
«Muhammad no es el padre de ninguno de vuestros varones, sino el Enviado de Allah y el sello de los profetas...» (Sagrado Corán; 33:40)
Dije: “Sí, conozco todas esas aleyas coránicas”. Él dijo: “Entonces, ¿dónde está Ali? Si nuestro Corán dice que Muhammad (BP) es el Mensajero de Allah, entonces, ¿de dónde salió esa calumnia?”.
Permanecí en silencio y no puede encontrar una respuesta. Añadió: “En cuanto a la traición de Gabriel, lejos está él de cometer una acción como esa; esto es peor que lo anterior, porque cuando Allah envió a Gabriel (P) hacia Muhammad (BP), éste tenía entonces cuarenta años y Ali no era más que un niño de seis o siete años, así que ¿cómo podría pretender Gabriel simular un error y no diferenciar entre Muhammad (BP), el hombre, y Ali (P), el niño?”.
Luego permaneció en silencio por un largo tiempo en el cual comencé a reflexionar y a analizar minuciosamente lo que él había dicho, pues me pareció un razonamiento lógico que penetró hasta el fondo de mi alma y quitó el velo de mis ojos. Me pregunté a mí mismo, ¿por qué nosotros no basamos nuestro análisis en razonamientos tan lógicos?
El Saiid Al-Jo’i añadió: “Además, te informo que la Shi‘a es el único grupo, entre todos los grupos islámicos, que cree en la infalibilidad de los Profetas y de los Imames; por lo tanto, si nuestros Imames -con ellos sea la paz- son infalibles y son seres humanos como nosotros, entonces, imagínate Gabriel, que es un ángel cercano a Allah, al que el Señor de la Grandeza llamó “el espíritu fiel”.
Pregunté: “¿De dónde salieron todos estos rumores?”. Respondió: “De los enemigos del Islam, que quieren dividir a los musulmanes en grupos que luchen entre sí, a pesar de que los musulmanes son hermanos, ya sean Shi‘as o Sunnis, pues todos adoran a Allah solamente, y no le asocian ninguna otra divinidad; su Corán es el mismo, su Profeta es el mismo y su qiblah (dirección a la cual se orientan los musulmanes en las oraciones), es la misma. Los Shi‘as y los Sunnis sólo difieren en temas de jurisprudencia, de la misma manera en que difieren las escuelas sunnis entre sí, pues Malik discrepa con Abu Hanifah y éste con Ash-Shafi‘i... etc.”
Dije: “¿Entonces todas las cosas que se han dicho sobre ustedes son sólo mentiras?”. Respondió: “Tú, gracias a Dios, eres un hombre inteligente y entiendes las cosas; además, has visto el país de los Shi‘as y caminaste en medio de ellos. ¿Acaso viste o escuchaste alguna cosa relacionada a estas mentiras?”. Dije: “No, no he visto ni oído sino cosas buenas, y agradezco a Allah por haberme dado la oportunidad de encontrarme con el profesor Mun’im en el buque, ya que es gracias a él que vine a Irak y he aprendido muchas cosas que ignoraba”.
Mi amigo Mun’im dijo, con una sonrisa: “Incluyendo la existencia de la tumba del Imam Ali (P)”. Le guiñé un ojo y dije: “Incluso he aprendido cosas nuevas hasta de aquellos jóvenes”. Y acoté: “Y desearía haber tenido la oportunidad de aprender como ellos en esta Escuela Religiosa”.
El Saiid dijo: “Bienvenido. Si quieres estudiar aquí, la escuela está a tu disposición y nosotros a tu servicio...” A los presentes les pareció muy buena esta sugerencia, especialmente a mi amigo Mun’im cuyo rostro expresaba gran alegría.
Le dije: “Soy un hombre casado y tengo dos hijos”. Respondió: “Nosotros nos hacemos cargo de todas las necesidades de vivienda y sustento y de todo lo que necesiten, pero lo importante es aprender”.
Pensé un poco y me dije a mí mismo: “No me parece lógico convertirme en un estudiante después de haber pasado cinco años practicando la docencia y educando jóvenes. No es fácil tomar una decisión tan rápido”.
Le agradecí al Saiid al-Jo’i su oferta y le dije que pensaría sobre el asunto seriamente después de que regresara de la ‘Umrah, con la anuencia de Allah, pero que necesitaba algunos libros. El Saiid dijo: “Dénle los libros”. Un grupo de personas sabias se puso de pie y fue a su gabinete de libros, y después de unos pocos minutos, había ante mí más de setenta, pues cada uno volvió con varios libros. Y dijo el Saiid: “Esto es regalo mío”.
Me di cuenta de que no podría llevar todos estos libros conmigo, especialmente porque me dirigía a Arabia Saudita, donde las autoridades prohiben la entrada de cualquier libro a su país, pues temen que se extiendan algunas creencias que no concuerden con las suyas.
Pero yo no quería perder la oportunidad de tener todos esos libros a los que nunca había visto en toda mi vida. Le dije a mi amigo y al resto de los presentes que me esperaba un largo viaje por delante; que pasaría por Damasco, Jordania y desde allí a Arabia Saudita, y en el camino de regreso, mi itinerario sería aún más largo, ya que viajaría a través de Egipto y Libia hasta llegar a Túnez, y que los libros pesaban mucho, además de que la mayoría de los países prohiben la entrada de esos libros a sus territorios.
El Saiid dijo: “Déjanos tu dirección, pues nosotros nos encargaremos de enviártelos”. Me agradó esta idea y le di mi tarjeta personal con mi dirección en Túnez. Además, le agradecí por su generosidad y cuando me despedí y me levantaba para salir, se puso de pie junto conmigo y me dijo: “Ruego Allah que te salvaguarde, y si te detienes junto a la tumba de mi abuelo, el Mensajero de Allah, por favor dale mis saludos”.
Todos, incluyéndome a mí, nos emocionamos por lo que el Saiid había dicho, y vi que sus ojos lagrimaban, entonces me dije a mí mismo: “Dios no permita que tal hombre pudiera estar equivocado o que fuera un mentiroso; su dignidad, su grandeza y su modestia manifiestan que él verdaderamente es de una descendencia noble”. No pude sino tomar su mano y besarla, a pesar de su resistencia.
Todos se pusieron de pie cuando yo lo hice, y algunos de los jóvenes con los que polemicé, me siguieron y me pidieron mi dirección para futuras correspondencias, la cual les di.
Regresamos a Kufa después de una invitación de un amigo de Mun’im que se encontraba en la reunión con Saiid Al-Jo’i, cuyo nombre era Abu Shubbar, y permanecimos en su casa donde pasamos la noche entera con un grupo de jóvenes intelectuales. Entre aquellas personas había algunos alumnos de Saiid Muhammad Baquir As-Sadr, que me sugirieron que debería encontrarme con él, y prometieron que arreglarían una entrevista al día siguiente.
A mi amigo Mun’im le agradó la idea pero lamentó no poder estar presente en el encuentro porque debía ocuparse de un asunto en Bagdad donde su presencia era indispensable. Estuvimos de acuerdo en que yo permanecería en la casa de Abu Shubbar por tres o cuatro días hasta que Mun’im regresara.
Mun’im nos dejó poco después de las oraciones del alba y fuimos a dormir. Saqué mucho provecho de estos estudiantes con quienes estuve toda la noche. Estaba sorprendido por la variedad de temas que estudian en la Escuela Religiosa, ya que, además de los estudios islámicos que incluyen Jurisprudencia, Shari‘ah (Ley Islámica), Teología, etc., también estudian Ciencias Sociales y Políticas, Historia, Idiomas, Astronomía, y muchas otras materias.
- 1. Se refiere a las cuatro madhahib de los Sunnis, que son: la Hanafi, la Maliki, la Shafi‘i y la Hanbali.
Fuente: Libro “...Y entonces fui guiado”; Escrito por Muhammad At-Tiyani As-Samawi; Traductora: Lic. Sumeya Younes
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