Mol·la Sadrâ y Usûl Al-Kâfî

Extracto del Comentario de Mol·la Sadra al libro Usûl Al-Kâfî” de Muhammad Ibn Ia‘qûb Al-Kulaînî

Traducido del árabe por Shaij Feisal Morhell

 En el Nombre de Dios, El Compasivo, El Misericordioso, y a Él requerimos ayuda

Introducción del Comentador

La Alabanza sea para Dios, Cuya Majestad está infinitamente más allá de donde se exponen las luminarias del pensamiento, Cuya Perfección supera las luces de la visión. Las percepciones e intelectos son impotentes para comprender la esencia de la perfección de Su Sapiencia. Las lenguas de los instruidos son incapaces de describir la majestuosidad de Su Grandeza. Testimonio que no hay más divinidad sino Él, el Único, el Subyugador, el que hace Su voluntad, el Excelso, el Omnipotente, Quien dispuso a los ángeles, entre los cuales están los ejecutores de Sus mandatos, como medios para manifestar Su merced y generosidad. Envió a los Profetas y Mensajeros para que la gente se guiara hacia el conocimiento de Su Esencia y Generosidad. Es el sujeto en todo lo percibido y razonado. Es la meta de todo aquel que requiere y pide. Es Quien otorgó la vida al universo y organizó los Cielos sobre las Tierras. Regente de las causas y cuestiones. Delimitador del tiempo y las épocas. Conocedor de lo que ocultan los corazones. Resucitador de los que se encuentran en los sepulcros en el día en que sea tañida la trompeta y sea curvada la bóveda celestial. Disponedor de las tinieblas y las luces, y Revelador de la noche y el día. Movilizador de los astros en sus órbitas, y Ornamentador del cielo mediante la belleza de las lunas y las estrellas. Ha infundido en cada uno de los cielos su orden, mediante la inspiración, la iluminación, la glorificación y la representación de los puros ángeles, quienes están exentos de las pasiones de las almas y las bajezas de los perversos. (Esos ángeles son) quienes están en alabanza noche y día. Eso a pesar de que se encuentran por debajo de aquellos ángeles que actúan como velos (de la Presencia Divina) que son los más cercanos (a ella) y cuyo influjo está en la luz de la majestad del Señor del Universo. Entonces, ¿qué piensas respecto a formas que no admiten representación? ¿De dónde pueden provenir la eternidad y perpetuidad con las que están agraciadas?

Cuando los sabios se percataron de ese retorno (al más allá), desecharon la existencia de antagonismos en la pureza y la de materia en lo abstracto; y cuando observaron la puerta y explanada de la morada, intentaron estar situados en su patio y su pabellón en el día en que la gente sea congregada ante el Señor del Universo (Al-Mutaffifîn; 83:6) y sean divulgadas las páginas de las almas y sus registros.

Que las bendiciones sean sobre los elegidos de entre los siervos mensajeros de Dios, Sus sinceros delegados, Sus profetas elegidos y los perfectos de entre Sus íntimos, especialmente sobre el Señor de los Mensajeros, el polo de los íntimos de Dios, Muhammad el sello de los primeros y los últimos. Que estas bendiciones sean sobre el Príncipe de los Creyentes, el Imam de los temerosos, el más noble de los auxiliares y emigrados, el sucesor del Mensajero del Señor del universo, el padre de los Imames inmaculados, los excelentes y puros, los testimoniadores y virtuosos. Que Dios y Sus ángeles bendigan al Profeta y su familia, de una forma permanente y les otorgue abundante paz. Que ilumine copiosamente sus corazones y espíritus mediante la luz del amor y la wilâiah (supremacía otorgada divinamente), y purifique sobremanera sus almas y su ser de la impureza.

Dice el necesitado de Dios[1], el que más precisa del perdón de su majestuoso Señor, Muhammad Ibn Ibrahim Ash-Shirazî, conocido como Sadr Ad-Din[2] -que Dios le haga probar de la copa del Conocimiento y la fuente de la investigación y la certeza-: Sabed, mis hermanos creyentes y compañeros virtuosos -que Dios os guíe hacia el sendero de la certeza y la senda de los piadosos-, que tal vez pueda suponerse que la felicidad consiste en el logro de las delicias sensoriales y alcanzar las satisfacciones animales, y lo que yo quiero aclararle a quien investiga los asuntos, bebe de la fuente del conocimiento y la luz, repara en la degradación a causa del bienestar, y capta el estado de engreimiento y la situación de la gente de las tumbas a través de la sinceridad y el sometimiento, (quiero aclararle a ellos) que nada de eso constituye una felicidad real, sino que sólo conforman velos sombríos, alteraciones provocadas por lo material, sueños ilusorios e imágenes de un espejo imaginario... «como un espejismo en un desierto; el sediento cree que es agua, y cuando se acerca a ella, no encuentra nada... O como tinieblas... que se superponen unas sobre las otras; cuando se extiende la mano, apenas se la puede divisar. Mas aquel a quien Dios no ilumina jamás tendrá luz» (An-Nûr; 24: 40).

¡Oh tú que estás dotado de visión! ¿Acaso no ves como a aquel que se afana por esas cosas esmerándose por ellas, se le interrumpen las inspiraciones y asistencias divinas de su alrededor, los conceptos y conocimientos reales se abstienen de establecerse en él, le resulta casi imposible lograr una sincera intención divina, un propósito legítimo y la disposición para alguna forma de buena acción o acto devocional que pretenda realizar, o para alguna caridad u obediencia que hubiese prometido, sin que existiere el impedimento de una preocupación mundanal, o sin que ello entrara en conflicto con un requerimiento personal?

Incluso es como si entendiera la vida del más allá como si fuera la mundanal, por lo que en realidad no aspira sino a lo existente en esta última. No procura el encuentro con Dios y el acercamiento a Él y Su complacencia, a causa de su falta de intimidad con la Elevada Gracia, y por no estar vinculado con el Espíritu Divino que es precisamente el que aleja la ceguera del corazón espiritual y la sordera del oído intelectual. Esto es a causa de su reclusión en la morada inferior, a la obstrucción que existe para que el conocimiento (divino) acceda a sus oídos y su corazón, tal como (sucede con) el sordo y el ciego. Es a causa de su encierro en la prisión de la vida mundanal y su apego al más bajo nivel terrestre y a esta aldea cuya gente es inicua, que es la morada de la muerte, el albergue de las bestias e insectos, y la fuente del mal y las tinieblas.

De esa forma, ha dispuesto ante sí mismo velos que le impiden observar la perpetuidad y advertir la belleza de la eternidad. Es así puesto que son sordos, están privados del oído... Son ciegos y no ven... «Les da lo mismo que les amonestes como que no les amonestes, no creerán» (Iâ-Sîn; 36: 10)... «¡No! En verdad que en ese día estarán ocultos respecto a su Señor» (Al-Mutaffifîn; 83: 15)... «Cuanto habían cometido enmoheció sus corazones» (Al-Mutaffifîn; 83: 14).

Es indudable que lo más que cualquiera puede disponerse a considerar como felicidad y llegar a triunfar en lograr ello, es la perfección que le es pertinente y la conveniencia atribuida a su tipo y particularidad. Todo lo que esté por debajo de ello se contará como deficiencia para esa persona en particular, y como un infortunio en el que se encuentra y que le hace incompleto, aún cuando ello se cuente como perfección con relación a un estrato inferior y al que le antecede en los niveles de la existencia. Entonces, para cada género existe una perfección que le es particular y en lo cual está su felicidad.

De esta manera, para los cuerpos inanimados estará en la obtención de una ubicación y un espacio. Para las plantas estará en la alimentación y el crecimiento. Para los animales estará en su vitalidad consistente en su respiración y movimiento voluntario e instintivo. Para los astros en sus movimientos rotacional y de traslación. Para un ángel está en su alabanza, glorificación y circunvalación alrededor del Trono Divino en exaltación. Para Satanás está en seducir y descarriar junto a sus compañeros y auxiliares. No hay bestia, ni nada que se encuentra por encima o por debajo de ella sin que en su naturaleza esté la capacidad de alcanzar el punto más elevado de la perfección que le es propia, mientras no se lo impida algún obstáculo.

Para el género humano también existe un estado de perfección particular en el cual se encuentra su felicidad y sin el cual sólo está su desdicha. Si (el ser humano) llega a ese punto, ningún impedimento se le interpondrá, ni nadie le precederá. Es mediante ello que se concreta la sucesión de Dios en la Tierra y en el Cielo, si bien participa junto a las demás criaturas en relación con los medios, facultades, servicios y extremidades que Dios ha depositado en él, por lo cual ostenta niveles en la existencia, estadios e integración, que van desde los asuntos más ínfimos hasta los más lejanos que puede alcanzar en la existencia. Como dice el Altísimo: «Os ha creado en estadios» (Nûh; 71: 14) de tinieblas y de luz.

Su perfección particular contenida en la sustancia de su esencia, está en dominar las ciencias, abstraerse de las cuestiones materiales y desentenderse de las maldades e iniquidades. Si se ubicase en una situación inferior a la perfección que le es particular, estaría anulando su disposición para el día de su retorno y suprimiendo su capital mediante la supresión de su primera vida y la pérdida de sus esperanzas; entonces se encontrará más extraviado que los animales e insectos, peor aún que las bestias y los seres inanimados, por ser de los confinados a lo más bajo de lo bajo, luego de la capacidad que tenía de elevarse a lo más alto de lo alto, hasta la vecindad de los más cercanos a Dios. Eso es lo que constituye la terrible pérdida y el ignominioso castigo.

Puesto que la sana razón lo infiere, y está corroborado por la transmisión inobjetable, es necesario que toda persona que Dios haya creado de una forma completa, libre de defectos innatos y anomalías anatómicas, a la que haya dotado de una capacidad mediante la cual percibiera las realidades de la fe y las aleyas del Corán, y mediante ello conociera la Primera Verdad, los ángeles, los Mensajeros, el Libro sagrado, la equidad, el cómputo (de las acciones), el retorno al más allá, la resurrección, el paraíso, la recompensa, el castigo y los fuegos (del infierno)..., que no deje de realizar (buenas) acciones, ni le embargue la apatía, en lo relacionado a conseguir el conocimiento y la espiritualidad, y a librarse de la perfidia contenida en esas almas y cuerpos.

Debe realizar eso mediante el estudio de los signos de Dios y las ciencias descendidas con la revelación y la inspiración sobre el Profeta (BP) y su familia (P), quienes son los depositarios de los secretos de la revelación y la iluminación, los yacimientos de las joyas del conocimiento y la hermenéutica, los custodios de los secretos de la certeza y la fe, los guardianes de las luces de la sabiduría y la argumentación. Es así puesto que ellos -que las bendiciones de Dios sean sobre todos ellos- son infalibles respecto al error y el olvido, están purificados de la distracción y la deficiencia, por cuanto Dios alejó de ellos la vileza de la desobediencia, y les purificó de la degradación de la ignorancia y de la seducción de Satanás. De esa forma, Dios les dispuso como velos para la humanidad y auxiliadores de Su religión, como recipientes de los secretos de Su conocimiento, depositarios de las luces de Su sabiduría, pilares de Su unicidad y Su guía, y como señales de su camino y sendero. Sus espíritus y luces constituyen uno sólo sucesivamente. Sus naturalezas y espíritus se encuentran unidos uno tras otro, de padre a hijo. Dios les creó de lo más eminente y les dispuso rodeando Su Trono, «en casas en las que Dios ha permitido que se eleve y mencione Su Nombre» (An-Nûr; 24: 36). Por su wilâiah se dirige el camino hacia el paraíso y la benevolencia, y sobre quien rechaza su luz recae la ira del Misericordiosísimo y el castigo del Fuego. Ellos son los sabios celestiales y divinos, los íntimos perfectos de Dios, los siervos ennoblecidos y amados de Dios, la gente del Recuerdo a quienes se debe preguntar, ya que así lo dicen las palabras del Altísimo: «Preguntad a la gente del recuerdo, si es que no sabéis» (An-Nahl; 16: 43).

Luego, en verdad que los más sublimes hadices mencionados que de ellos nos fueron narrados, las palabras más brillantes pronunciadas que de ellos nos han sido transmitidas, las que al pronunciarlas se percibe la dulzura de las perlas de sus realidades, las que se manifiestan al ser humano en las flores de sus jardines, son los hadices del libro Al-Kafi que fue compilado y ordenado por aquel que merecidamente recibió la denominación de Amîn-ul Islam (el Fiel del Islam) y Ziqat-ul Islam (Confianza del Islam), el sabio e íntegro Shaij y Muytahid, el virtuoso Muhammad Ibn Ia‘qub Al-Kulaini -que Dios enaltezca su posición, y que su sol ilumine el firmamento del conocimiento-.

En verdad que Dios ha dirigido las dulces y excelentes aguas del conocimiento desde los ríos de Su Libro y los arroyos de sus capítulos y secciones, hacia las tierras de los corazones castos y puros, para de esa forma extraer los resultados que consisten en esos usûl: los principios que alimentan los corazones y los espíritus, y esos furû‘: las ramas que acopian los frutos de los intelectos y las razones, «los que son regados por una misma agua y los que al consumirlos preferimos a unos sobre otros» (Ar-Ra‘d; 13: 4). Pero tal vez pueda ser que por lo abundante de la misericordia de Dios y la extensión de Su gracia, esa agua caiga sobre una ciénaga reseca, sobre rocas ásperas o terrenos salinos. Si el conocimiento recae sobre quien no es de su gente, ni lo merece, al contarse entre aquellos cuyos corazones están obstruidos y sus puertas clausuradas, «tornará su pecho constreñido y estrecho de una forma tal que será como si se estuviera elevando hacia el cielo» (Al-An ‘âm; 6: 125), y eso será una prueba en su contra en el día de la Resurrección, cuando Dios impugne sus falsedades, le cierre el camino y tranque sus puertas. Tal vez éste reniegue de su disponedor e injurie a quien le objeta y requiere. «De esa forma Dios les mostrará sus acciones, lo que causará sus lamentos, y jamás saldrán del Fuego» (Al-Baqarah; 2: 167), (entre los que estarán) el fuego de la envidia y la soberbia, la maldad del desprecio y el desdeño, y el castigo de la ignorancia y la porfía. «Su ejemplo es como el de aquellos que encendieron fuego, más cuando éste alumbró cuanto le rodeaba, Dios extinguió su luz y les dejó en tinieblas sin ver. Son sordos, mudos, ciegos. No retornarán» (Al-Baqarah; 2: 17 y 18).

Hemos visto a muchos poseedores de conocimiento y sabiduría, y estudiantes del hadiz y el Corán, que primeramente se vuelcan a ellos con toda seriedad y afán, luego de un tiempo se saturan de cualquier disciplina con rapidez, y se contentan con un sólo sorbo de cada tinaja, por no haber encontrado aquello a lo que los propósitos pervertidos y fines engañosos le han estimulado. Por eso, el conocimiento no alcanza a corresponderles y el desdichado de entre ellos no encuentra la felicidad y la visión. «Con ello se extravían muchos y se guían muchos. Mas con ello no se extravían sino los corruptos» (Al-Baqarah; 2: 26). Incluso vemos entre aquellos que están ocupados en ello a quien se pasa la vida estudiando, repitiendo (las lecciones) durante la noche y en los extremos del día y terminan frustrados, y ello se convierte en objeto de vergüenza y deshonor. Son aquellos mencionados en las palabras del Altísimo que dicen: «Di: ¿Acaso os informaremos de aquellos cuyas acciones son las más vanas? Son quienes malograron sus esfuerzos en la vida mundanal, mientras suponen que obraron correctamente» (Al-Kahf; 18: 103 y 104). En Dios nos refugiamos de la seducción y la necedad, y nos amparamos en Su luz respecto al mal de lo que nos extravía del camino de la guía. Aferrándome en Su protección y magnanimidad, y agradeciendo sus gracias y generosidad, digo:

Yo me he enfrentado a estos hadices de una forma científica en un mar de conocimiento y sabiduría, repleto de las joyas brillantes de las realidades de la fe, cubierto de las perlas de los significados del Corán y consolidado con los pilares de las reglas del razonamiento.

Estuve durante un espacio de tiempo reflexionando en los secretos de sus significados, profundizando en los mares de sus fundamentos, extrayendo mediante la fuerza del razonamiento y la argumentación singulares joyas entre sus perlas, testimoniando mediante la luz de la percepción y la mística, los rostros de esas “doncellas vírgenes”, «que antes que ellos nunca tocó hombre ni genio» (Ar-Rahmân; 55: 56).

Consultaba con mi propia alma y reflexionaba si debía desmenuzar para los virtuosos hermanos esas gruesas ostras y extraer sus preciadas perlas para los aventurados al peregrinaje espiritual y brindar sobre ellas una explicación tal que permitiera superar sus dificultades y distinguir la cáscara de la pulpa, depurar mediante las cribas del pensamiento los residuos de lo original, cernir con el tamiz del intelecto la pulpa de la cáscara, analizar las joyas de sus significados e inferir las realidades de sus fundamentos, de forma que ello conforme un libro que comprenda los diferentes principios de la religión y descubra detalles de los secretos de la certeza. Un libro en el que se encuentre un resumen de las palabras de los ‘ulamâ’ arraigados en la ciencia, y lo mejor de los talentos de los sabios divinos. En el que hubiera secretos de las aleyas del Corán, tesoros de las luces del Libro Sagrado, exégesis de los hadices proféticos y secretos de las palabras de Ahlul-Bait (P), la gente de la casa del Profeta (BP) y los poseedores de la wilâiah o supremacía. Que la Paz sea sobre ellos desde el principio hasta el final de los tiempos.

Pero los obstáculos impedían lo procurado y las vicisitudes del tiempo golpeaban sin que llegara la esperanza de la oportunidad. Cuando observé la deficiencia en las disposiciones y las mentes, y la apatía de los lúcidos respecto a lo escuchado de sus pares e iguales, prestigiosos de la época y autoridades, y además de ello la costumbre de estos días que observamos de instruir a los viles, la proliferación de los ignorantes y miserables, el resplandor de los fuegos de la ignorancia y el extravío, y que se engrandece a los enemigos del conocimiento y la mística y a los vampiros de las luces de la sapiencia y el razonamiento, en verdad que nos hemos visto afligidos con un grupo que considera bid‘ah (o alteración en la religión) a la profundización en los asuntos divinos, y traición a la reflexión en las aleyas celestiales. Son como los hanbalitas[3] en relación a los libros del hadîz, quienes han confundido entre La Verdad y la creación, y entre lo sempiterno y lo creado, cuyos límites no sobrepasan a los de los cuerpos, y cuya visión no supera las formas y la materia. Es por esa razón que rechazaron las ciencias divinas y los inmensos secretos celestiales que trajeron los profetas, siendo que es por ellos que descendieron los Libros celestiales, y que Dios los enaltece, así como pondera a quienes los disponen como objeto de su reflexión, en muchas oportunidades a lo largo de Su sagrado Libro, el cual proviene del Grandísimo y Loable.

Permanecí en ese estado sosteniendo las riendas de la consagración a ello, hasta que un grupo de hermanos e íntimos amigos me instó a poner al descubierto las palabras de quienes estaban iluminados por la luz de los elevados estados. Cuando más aumentaban mis evasivas, las cuantiosas sugerencias se incrementaban, y cada vez que me negaba, ellos se negaban a hacerse atrás en el camino de requerir el logro de su propósito, de forma que doblegaron mi determinación a denegarme y lograron que prevaleciera mi afán por la asistencia, sabiendo que la misericordia divina implica que no se actúe negligentemente respecto a un asunto primordial que las personas necesitan de acuerdo a las capacidades, y que la atención divina no mezquina aquello que es beneficioso para los intereses de los siervos, y conforma una provisión para el día del Retorno. Tal vez, Su misericordia implique que no permanezcan en las entrañas de lo oculto estos conocimientos surgidos del mundo de los secretos, y que estas luces conferidas a partir de Quien es la Luz de luces no permanezcan encubiertas y veladas.

La profusión de lo que bebimos de la ciencia del Corán y del hadiz y de lo que nos hemos emborrachado de entre la hermenéutica de los hadices, me inspiró para poder ofrecer un sorbo a los sedientos demandantes y un destello a los corazones de los peregrinos espirituales, de forma que con ello reviva el alma de quien beba un sorbo de ello, y se ilumine el corazón de quien en eso encuentre una luz.

De esa forma, opiné que debía comenzar una explicación de las narraciones, procurando la ayuda de Dios y amparándome en Él de la maldad de todo contumaz y perverso, y que debía sacar esos conceptos de su condición de “en potencia” y traerlos a la condición de “en acto” y complementarlos, haciéndolos asomar desde lo ignoto (de su condición) hacia la existencia y disponiéndolos al alcance. Así, puse en marcha mis pensamientos en ello y me consagré a reunir las expresiones inusuales (de esas narraciones), y rogué a Dios que me auxiliara y que con Su magnanimidad aminorara mi carga y dilatara mi pecho, de forma que pudiera llevar eso a cabo. Puse en marcha mi determinación después de haber estado detenida, y apresté mi voluntad después de haber estado estancada. Mis energías inactivas se estremecieron, se agitó mi sosegado dinamismo, y me dije a mí mismo: “Este es el momento de comenzar a explicar los principios de los cuales se extraen las ramas (del Islam), y de sosegar los oídos mediante las joyas de los elevados significados, y manifestar la verdad en su forma prodigiosa y trasparente, sin considerar el rechazo de los impugnantes y la reprobación de los que desmienten y son arrogantes”. De esta manera me encomendé a Dios y procuré de Su parte el auxilio (que brinda) a los perseverantes, el amparo (que otorga) a los apesadumbrados, el alejamiento de la maldad de los perversos, y el rechazo de las artimañas de los envidiosos. Como dice el Altísimo: «Diles: “¡Dios!”. Luego déjalos entregados a su discusión» (Al-An‘âm; 6: 91). «Di: “La Verdad dimana de vuestro Señor; entonces, quien lo desee que crea y quien quiera que no crea...”» (Al-Kahf; 18: 29).

El hombre creyente que tiene certeza de la Verdad revelada y que «tiene una evidencia de su señor» (Hûd; 11: 17), no toma en cuenta lo que es más conocido (por el sólo hecho de serlo), ni se inmuta si es que da con la verdad contradiciendo a la mayoría, puesto que (los que integran) la mayoría habitan en la morada de sus velos, situados al comienzo de su formación y condición, mientras que éste es un viajero que, a partir de su posición, emigra hacia Dios y a Su Mensajero -con él sean las bendiciones y la paz-, y necesariamente, el viajero presenta aspectos diferentes al (que permanece en su condición de) residente. Si llega a darse que ello concuerda con la opinión de los hijos de esa época y la de los estudiosos, entonces eso será lo que anhelamos y deseamos de ellos; y si no concuerda con su opinión, ni tampoco se dejan guiar por ello, entonces será evidente que la Verdad no armoniza con los intelectos de la gente cuyos talentos se han corrompido con enfermedades y anomalías que los médicos de las almas son incapaces de curar, de forma que el Profeta guiador fue objeto de las siguientes palabras: «Tú no guías a quien deseas» (Al-Qasas; 28: 56), por lo que si (esas personas) comienzan a adquirir conocimiento y a extraer de él la luz, de seguro veremos que ello «No les incrementó sino su aversión y arrogancia en la Tierra y la conspiración del mal; siendo que la conspiración del mal sólo asedia a quienes son sus autores» (Fâtir; 35: 42 y 43). Con esos y sus semejantes nosotros no tenemos palabras, ni escritos que dirigir, ni discusión, ni respuesta que brindar, ni invocación, ni discurso, desde que el Altísimo dice: «Aun cuando ven cada signo no creen en él» (Al-An‘âm: 6: 25).

Un hadiz del Profeta (BP) expresa: “De entre el conocimiento hay un carácter oculto, que no conocen sino los arraigados (en la ciencia), quienes cuando lo exhiben no lo niegan sino aquellos que se ensoberbecen ante Dios”.

Luego debéis saber, ¡oh hermanos creyentes!, que la ciencia del hadiz, al igual que la ciencia del Corán, contiene lo manifiesto y lo oculto, lo generalizado y lo específico, lo que conforma explicación y hermenéutica, lo determinante y lo alegórico, y lo abrogante y lo abrogado.

En el Corán hay conocimientos que permiten alcanzar las realidades divinas, cuya comprensión es particular de las gentes de Dios, que son las gentes del Corán, y que conforman las partes ocultas de la ciencia del taûhîd (unicidad divina), de la ciencia de los ángeles, de los libros sagrados, de los mensajeros divinos, de la ciencia del más allá y de la congregación de las almas y los cuerpos, y así como en el Corán existen estos conocimientos, asimismo también contiene historias, normas, conocimiento de lo permitido y lo ilícito, de los acuerdos (entre la gente) y lo referente al matrimonio, de la venta y las transacciones, la herencia, la ley del talión, los precios de sangre, cuya comprensión es general y de lo cual se beneficia el común de la gente; esto último es referente a la vida mundanal, mientras que lo primero se refiere a la vida del más allá, lo último se relaciona a los cuerpos y lo primero a los espíritus: «Para vuestro provecho y el de vuestros ganados» (An-Nâzi‘ât; 79: 33).

Igual es el caso del hadiz, desde que también contiene los dos aspectos: el conocimiento referente a la vida mundanal y el relacionado a la vida del más allá: el conocimiento de los intercambios sociales y el de las realidades divinas, cuya comprensión es particular de las gentes de Dios, que son a quienes se refieren las palabras del Altísimo que dicen: «Y a quien tiene el conocimiento del Libro» (Ar-Ra‘d; 13: 43), y «los arraigados en la ciencia» (Âl ‘Imrân; 3: 7). Es a este conocimiento que se refiere al decir: «En cuanto a quien se le haya conferido la Sapiencia, en verdad que habrá sido dotado con un bien abundante» (Al-Baqarah; 2: 269), y al decir: «Esa es la gracia de Dios que concede a quien quiere, y en verdad que Dios es el Majestuoso Otorgador de las gracias» (Al-Yumu‘ah; 62: 4). Ese es el conocimiento elogiado en el Libro (el Corán) y la Tradición del Profeta (BP) con diferentes formas de alabanza y encomios de diversos tipos, y todo lo que existe en los Cielos y en la Tierra, ya sean ángeles como la totalidad del resto de las criaturas, suplican por la remisión de aquel que lo posee, que es por lo cual en la balanza de la vida del más allá las plumas de los sabios pesarán más que la sangre de los mártires. Y al igual que éste otros elogios y encomios los cuales son innumerables. No es (el conocimiento) al que se dedica la mayoría y mediante el cual procuran acercarse a Dios aquellos que se sumergen en la memorización de los dichos y las narraciones, en el registro de la condición de las personas (que integran las cadenas de transmisiones de las narraciones), y luego en la dedicación a conocer las inusuales derivaciones, a requerir sus pruebas y causas, a acrecentar las palabras respecto a ello y a memorizar las cuestiones que son objeto de discrepancia, de modo que aquel que más se ha sumergido en ello y más lo ha tratado y utilizado, es el más sabio para ellos. Tal vez suceda que a tal (persona) le preguntes acerca del conocimiento de alguno de los pilares de la fe, que son señalados por aleyas concluyentes del Corán y los hadices del Mensajero de los hombres y los genios, y de los Imames, sobre ellos sean las bendiciones de Dios, el Misericordioso; como la ciencia de la unicidad divina, la ciencia del más allá, la ciencia de los ángeles, el modo en que descendió la revelación y el Libro de Dios, el conocimiento del alma, sus grados y origen, el inicio de la vida del más allá y sus emplazamientos en la tumba, la resurrección, el sirât o puente hacia el paraíso, la balanza y el cómputo de las acciones, el mawqif o sitial de congregación de los resucitados, el ‘arad o exposición de las acciones, el paraíso, el infierno, la recompensa y el castigo; pero no encontrarás con él más información que aquellos vocablos usuales y repetidos, equiparándose su estado al del resto de la gente. Asimismo, no le encuentras vigilando los estados de su corazón cuidándose de lo que perturba su sinceridad y resguardándole de lo que lo corrompe, aniquila, enferma, o ensombrece sus objetivos interiores y pasiones mundanales; en cambio, lo ves cargado de enfermedades aniquiladoras y actitudes morales engañosas y dudosas, sin que él encuentre que sean un menoscabo para su conocimiento y estado, ni un impedimento para su bienestar en  su vida futura en el más allá; es como si no hubiera leído las palabras del Altísimo que dicen: «...excepto aquel que llegue a Dios con un corazón sano» (Ash-Shu‘arâ; 26: 89), ni tampoco hubiera escuchado aquellas que expresan: «Por cierto que ha triunfado quien la hubiera purificado, y ha caído en la miseria quien la hubiera corrompido» (Ash-Shams; 91: 9 y 10).

El resultado es que el conocimiento se divide en dos: el conocimiento de develamiento y la ciencia de las transacciones. El primero es requerido por sí mismo y no por otra cosa, puesto que es el conocimiento de Dios, Sus atributos y efectos, mientras que el segundo es requerido para actuar según él, por lo que su objetivo es la acción sobre la base del mismo, y el objetivo de la acción a su vez es la purificación del interior, salvaguardar el alma de los apegos (mundanales) y pulir el espejo del corazón de lo que lo enturbia, envilece y mancilla. Esa pureza y salvaguarda también conforman una cuestión fuera del plano de la existencia real, puesto que no es lo propuesto originalmente, sino que sólo es requerido como medio hacia lo que es el propósito original, que es bosquejar las imágenes de las realidades contenidas en ello, o manifestar la verdad y sus atributos y efectos sobre ello. Quien suponga que su conocimiento sobre el modo de (realizar) las acciones le basta para salvaguardar su destino final y porvenir y librarse del castigo, y que con ello alcanzará el grado de las gentes de la virtud y la perfección, en verdad que será igual que aquel que tiene una fuerte enfermedad, que conoce la forma de curarla y la composición de los remedios, y cree que eso le basta para librarse de su enfermedad corporal y curarse sin llegar a actuar basándose en lo que sabe; es por eso que su enfermedad se agrava hasta aniquilarle. Ciertamente que nos han sido transmitidas severas advertencias contra el sabio que no actúa según su conocimiento:

Se narró de Amîr Al-Mu’minîn, con él sea la paz: “Los sabios son dos tipos de hombres: un hombre sabio que se ha asido de su conocimiento. Éste es el triunfador. Y un hombre que ha abandonado su conocimiento. Éste es el aniquilado. Ciertamente que la gente del fuego se fastidiará del olor que emanará del sabio que ha abandonado su conocimiento.” También se ha transmitido de él, con él sea la paz: “Quien procure el hadiz por un beneficio mundano, no tendrá (por ello) parte en el mas allá.” También dijo: “Si veis al sabio anhelando su vida mundanal, sospechad de él en lo referente a vuestra religión, puesto que todo aquel que anhela algo se encuentra ceñido por aquello que anhela.” También dijo, con él sea la paz: “Dios reveló a David, con él sea la paz: No dispongas entre tú y Yo a un sabio tentado por la vida mundanal, puesto que te alejará del camino de Mi aprecio. Esos son los salteadores de caminos de aquellos de entre Mis siervos que aspiran a Mí. Lo menos que hago con ellos es privarles de su corazón la dulzura de dirigirme letanías.” También dijo, con él sea la paz: “Quien procure el conocimiento para, por medio del mismo polemizar con los sabios, argüir contra los necios, o hacer que la atención de la gente se le dirija, que vaya tomando su sitial en el Fuego.” Así también hay muchos otros hadices y narraciones que contienen el reproche para los ‘ulama’ de la vida mundanal, que aspiran de ésta riqueza y posición.

Es realmente notable lo mencionado a este respecto y que fue transmitido por el virtuoso y activo, el que ha transitado por el sendero de la piedad y la certeza, el arquetipo de los muytahidîn, el ornamento de la doctrina, la realidad y la religión, Zaîn Ad-Dîn Al-‘Âmilî, benditas sean sus ofrendas, quien en algunos de sus tratados citó de cierto sabio investigador que dijo: Los sabios son de tres tipos: uno es el sabio en Dios que no es sabio en el mandato de Dios, otro es el sabio en el mandato de Dios que no es un sabio en (lo concerniente a) Dios, y otro es el sabio en las dos cosas juntas. En cuanto al primero, es el siervo cuyo corazón ha alcanzado el conocimiento de lo divino de forma que ha llegado a embeberse de la presencia de la luz de la majestuosidad y la opulencia, pero no se dedica a aprender la ciencia de las normas excepto aquello que es indispensable. En cuanto al segundo, es aquel que conoce lo lícito, lo prohibido y los detalles de las leyes, sólo que no comprende los secretos de la majestuosidad de Dios. En cuanto al tercero, es aquel que se ubica en el límite común al sabio de los conocimientos palpables y al sabio de los conocimientos intelectivos; éste a veces se encuentra junto a Dios mediante su amor, y otras veces se encuentra con las criaturas mediante la cordialidad y la compasión; si luego de estar con su Señor vuelve hacia las criaturas, marcha entre las mismas como si fuera una más de ellas, como si no tuviera ese conocimiento de su Señor. Éste es el sendero de los veraces, y es a lo que se refieren las palabras del Mensajero de Dios (BP) que dicen: “… que pregunta a los ‘ulamâ, se mezcla con los hukamâ y se reúne con los kubarâ.” También es a lo que se refiere cuando dice: “...que pregunta a los ulamâ, los sabios en la orden de Dios que no saben de Dios. Fue ordenado preguntar a éstos cuando se necesita de un dictamen religioso. En cuanto a los hukamâ, esos son los sabios en Dios que no conocen la orden de Dios, y fue ordenado entremezclarse con los mismos. En cuanto a los kubarâ, son los sabios en los dos aspectos, y fue ordenado reunirse con éstos, puesto que en sus reuniones se encuentra lo bueno de este mundo y el más allá.”

Cada uno de estos tres tiene tres señales: El sabio en la orden de Dios tiene el recuerdo de Dios en su boca pero no en su corazón, teme de las criaturas sin llegar a temer al Señor y en apariencia se avergüenza ante la gente siendo que no se avergüenza ante Dios en la intimidad. El sabio en Dios recuerda a Dios, le teme y se avergüenza ante Él, en cuanto al recuerdo de Dios, lo realiza en su corazón y no con su boca, en cuanto al temor a Dios, es un temor de esperanza y no de caer en la desobediencia, y en cuanto al pudor, se avergüenza de lo que puede acceder a su corazón y no de lo que es manifiesto. En cuanto al sabio que es sabio en Dios y sabio en la orden de Dios, éste tiene seis características: las tres mencionadas para el sabio en Dios junto a (las siguientes) otras tres: se ubica en el punto común al sabio de lo oculto y al sabio de lo manifiesto, es un maestro para los musulmanes, y es de tal forma que los dos primeros grupos necesitan de él, mientras que él no tiene necesidad de ellos. El ejemplo del sabio en Dios y sabio en la orden de Dios es como el del sol: nada le es incrementado ni le es mermado. El ejemplo del sabio en Dios es como el de la luna: a veces está completa y otras veces merma. Y el ejemplo del sabio en la orden de Dios es como el del candil: se quema a sí mismo y alumbra o otros.

Pido disculpas a mis hermanos, los miembros de la facción triunfante, por el hecho de que durante el comentario y la investigación de las palabras y la explicación de los propósitos, cito como testimonio las palabras de algunos maestros famosos ante la gente, a pesar de que el estado personal de algunos no sea complaciente, habiendo hecho así considerando las palabras de nuestro Imam Amîr Al-Mu’minîn, con él sea la paz, que expresan: “No mires a quien haya dicho algo, sino mira qué es lo que dijo.”

He ahí que comienzo lo que me he propuesto, procurando el auxilio del Dotador del conocimiento y Proporcionador de la existencia, Extendedor del bien y la generosidad, comenzando con el comentario de la introducción del libro puesto que contiene grandes beneficios y sutiles gemas acompañadas de buena explicación y proporcionado discurso. De esta forma digo: de Dios proviene el éxito y la guía, y en Él nos amparamos de la necedad y el extravío.

***

Introducción del Autor

Dijo el Shaij -que Dios esté complacido de él-:

La alabanza

Se dice que es atribuir lo bello de una forma que expresa veneración y que es particular de la lengua hablada. Hay lugar para la discusión a este respecto. Se dice que: es en realidad una acción que advierte el engrandecimiento del Agraciador, por su condición de tal, por lo que su caso abarca la lengua, los pilares y el corazón.

Algunos estudiosos dijeron que: Al-hamd significa manifestar los atributos de perfección de alguien, lo cual incluye tanto a la alabanza de un ser humano como la de otro ente existente. La alabanza que Dios, Exaltado Sea en Su enaltecimiento, realiza de Sí mismo está en conformidad a esto, desde que ha otorgado la existencia a tantas entidades contingentes como no es factible enumerar, y extendió en base a la misma las mesas de Su Generosidad la cual es infinita. En verdad que ha puesto al descubierto los atributos de Su Perfección mediante innumerables indicios concluyentes y detallados. Ciertamente que cada una de las partículas existentes indica Su existencia. Tal indicación no puede ser expresada mediante las palabras. Es por eso que el Profeta (BP) dijo: “No puedo (por mí mismo) concluir la manera de enaltecerte. Tú eres como te has enaltecido a Ti mismo”. 

Sea para Dios,

 (En la expresión al-hamdu lil·lah: La Alabanza sea para Dios), la partícula lam (de lil·lah) tiene aquí el sentido de ijtisâs o particularización (es decir, particulariza el nombre adjuntado a la preposición a la cual el mismo se vincula). El artículo al de la palabra al-hamd es lam-ul yins (artículo que expresa generalidad y no necesariamente la determinación), y no sería remoto que su sentido fuera que el género alabanza en su totalidad es exclusivo de Dios, Exaltado Sea, ya que todos lo calificativos de perfección retornan a Él, al ser su causante y objetivo, como se verifica en Su Entidad, y al ser el existente auténtico[4], como lo definen los místicos, y al desprenderse la consolidación de un atributo de la materialización de su objeto de atribución. Es por eso que ellos ven que todo poder está contenido en el Poder por esencia, que todo conocimiento está contenido en el Conocimiento por esencia, y asimismo ocurre con todo atributo de perfección.

Entonces, todas las alabanzas retornan a Él, Exaltado Sea, y es por ello que es el Nombre de Dios (Al·lah) y no alguno de Sus atributos el que es mencionado como sujeto de la alabanza, y ello es a causa de que (Su nombre) señala claramente la totalidad de los atributos de belleza y majestuosidad, así como el señorío sobre toda clase de cosas. Cualquier otro nombre indicaría un sólo atributo y el señorío sobre una sola clase de cosas. Luego, desde que la alabanza es una acción voluntaria y eventual, debe necesariamente tener cuatro causas, algunas de las cuales son indicadas por inferencia:

Una de ellas es el sujeto: que aquí es el que realiza la alabanza, el cual se sobrentiende por inferencia.

La segunda es el receptor: que es la lengua según la primera definición de hamd, las tres cosas que abarca[5] según el segundo significado, y todas las cosas existentes según el tercer significado.

La tercera es la forma: que es la expresión mediante la cual el que alaba realiza la alabanza y la manifiesta como uno de los atributos de perfección y los calificativos de majestuosidad, siempre para cada alabado según su propio estado y perfección.

La cuarta es el objetivo: que es sobre el que recae la alabanza, y es precisamente a él que se refieren sus palabras que dicen: 

El alabado por sus gracias,

 Pero cuando se establece en las ciencias intelectuales que: la causa que a la vez es objetivo tiene una existencia en la mente y es mediante ella que se convirtió en causa para el ejecutante en su ejecución, ésta también tiene existencia en el exterior y es mediante ello que es llamada objetivo. El objetivo es en realidad aquello que se adjunta al ejecutor y culmina en él. La división clásica es que el objetivo puede encontrarse en el mismo ejecutor, como en el caso de la alegría, y otras veces puede encontrarse en el receptor como en el caso de la forma de la casa en su materia. Otras veces puede no estar en ninguno de los dos, como en el caso de quien realiza una acción para complacencia indirecta de fulano, a menos que se pretenda con ello la culminación del movimiento y no el objetivo real, ya que el que construye una edificación o el que logra la satisfacción de fulano, no construye, ni logra excepto por una conveniencia que vuelve hacia sí mismo. Así, las dos últimas divisiones vuelven hacia la primera, y en ésta se apoyan.

Quien alaba a Dios no lo hace sino por un objetivo que vuelve a su propia persona, que es el acercamiento a Él mediante la adoración, ya que no hay objetivo superior, ni perfección más elevada para un siervo. Es por eso que la misma precede al testimonio de la profecía del Profeta[6], y porque no es factible la adoración sino mediante el conocimiento de Él, de Su condición divina, de Sus sublimes atributos y Sus más bellos Nombres. Por eso dice: 

El Adorado por Su poder,

 La partícula li de li qudratih (por su poder), es de ta‘lîl (para indicar la causa), o sea, los adoradores Le adoran por Su condición de Poderoso sobre las cosas, que hace de ellos lo que Le place. Por ello, Le adoran ya sea por temor o ambición, o bien por engrandecimiento y exaltación. 

El Obedecido en Su imposición,

 Le obedecen las criaturas y lo que hay en las Tierras y los Cielos, como dice el Altísimo citando a éstos dos: «Dijeron: hemos comparecido obedientemente» (Fussilat; 41: 11). Y al decir: «A Dios se prosternan quienes están en los Cielos y en la Tierra, de grado o por fuerza, así como sus sombras al amanecer y al atardecer» (Ar-Ra‘d; 13: 15). 

El Temido por Su Majestad, el Anhelado por lo que tiene ante Sí,

 El temor y el anhelo son necesarios en quien ostenta la extrema grandeza y majestad, y la ilimitada bondad y belleza. Es más, no hay majestad desprovista de belleza, ni belleza desprovista de majestad. En cuanto al temor, éste se encuentra en la belleza y proviene del enamoramiento engendrado por la belleza divina, la subyugación del intelecto ante la misma, y la estupefacción de éste ante aquella. En cuanto al anhelo, éste se encuentra en la majestad y proviene de la benevolencia contenida en la hegemonía divina, como cuando dice, Elevado Sea: «Y en el talión tenéis vida ¡oh gente que razona!» (Al-Baqarah; 2: 179). Dice Amir Al-Mu’minin ‘Alî -con él sea la Paz-, según se narra de él: “Glorificado sea quien expande Su misericordia sobre Sus siervos consagrados mientras éstos se encuentran en la dureza de su calamidad, e intensifica las calamidades sobre sus contumaces mientras éstos se encuentran en la amplitud de Su misericordia”. Y es de aquí que se comprende el dicho del Profeta (BP) que dice: “Temí al Paraíso por las calamidades y temí al Fuego por los placeres”. 

Cuya orden se hace efectiva para toda Su creación.

 Con ello se quiere significar la orden (sobre los elementos) en el mundo de la existencia y no en el de la legislación, ya que Dios, Exaltado Sea, posee dos órdenes: Una orden existencial que es originada sin intermediario alguno, y una orden legislativa que se realiza por intermedio de los Libros divinos y los Mensajeros -con ellos sea la Paz-. La primera es efectiva sobre toda la Creación, la cual no puede sino obedecer. Como dice el Altísimo: «Ciertamente que Su orden es tal que cuando quiere algo, dice solamente: “Sé”, y es» (Iâ Sîn; 36: 82). La (evidenciación de) la segunda es particular de az-zaqalain (esto es aquí, los hombres y los genios), entre quienes están los que obedecen y los que no lo hacen. 

Es Elevado

Por sobre todos los niveles.

Y se dispone en una situación elevada.

 O sea, se desentiende de los atributos de las criaturas. 

Se ha aproximado y mantenido sublime.

 En cuanto a Su acercamiento, es considerando que es el más cercano a las cosas que cualquier otra cosa, ya que no hay partícula de la existencia que no esté abarcada por la luz de las luces y sometida por ella. En cuanto a Su condición de Sublime, es considerando que está por encima de los atributos de las creaciones y las características de los fenómenos. Es el Elevadísimo en Su cercanía, y el Cercano en su infinita elevación. 

Está más allá de cualquier observación.

O sea, que no le alcanza la mirada de los observantes, ni le vislumbran las vías del razonamiento. 

En Su condición de Primero no tiene comienzo, ni linde en Su condición eterna sin principio.

 Esto es a causa de estar fuera de los límites del tiempo y la temporalidad, así como se encuentra fuera de los límites del lugar y el espacio. Desde que no está limitado por la espacialidad, su relación a cualquier lugar es una sola, y desde que no está limitado por la temporalidad su relación a cualquier tiempo es una. Es por ello que para Él es igual el comienzo como el final, y la eternidad sin principio como la eternidad sin final. En relación al tiempo, Su eternidad sin principio está a un mismo nivel que Su eternidad sin final. Asimismo, según el espacio, Su infinita elevación es idéntica a Su cercanía. De esa forma «Es el Primero y el Último, el Manifiesto y el Oculto» (Al-Hadîd 57: 3). 

Es el Sustentador antes de (la existencia de) las cosas, y el Permanente en el cual (esas cosas) se sustentan,

 O sea, que Dios Exaltado Sea, se constituye y sustenta por Sí mismo y no por otro, ya que es la “Existencia Necesaria”. Si Su existencia se sustentara en otro, sería un ser contingente necesitado de esa otra cosa y eso implicaría también un círculo vicioso.

Tal atributo es calificado como “antes de las cosas” por la necesidad que éstas tienen de Él, ya sea directa o indirectamente, puesto que son contingentes y su cadena de causalidad termina en Él, Elevado Sea, para evitar el círculo vicioso o la cadena infinita (de causas y efectos).

Esta “anterioridad” es esencial a causa de no estar sujeta al tiempo, por lo que es “el Permanente en el cual se sustentan las criaturas”, y es “el que se sustenta en Sí mismo y sustenta a lo demás”. Este es el significado de al-Qaiiûm (el sustentador). 

El Dominador a Quien no le agobia la custodia de los Cielos y la Tierra,

 La îa’ûduhu (no le agobia), es decir no Le pesa ni Le desborda la custodia de las cosas. El verbo es: auadahu (lo agobió) ia’uduhu (le agobia)[7], y se usa para expresar que le pesa y le hace esforzarse. Se dice auadta-l-‘uda audan (torciste la vara arqueándola), cuando te apoyas en ella hasta que la flexionas.

La alusión aquí a Su atributo de Dominador, es una indicación de que no se cansa, ni le fatiga la custodia de las cosas, puesto que Su originación (de las mismas) y continuidad, es sobre la base de la asistencia y la generosidad, y no en base a la reacción y la procura de perfeccionamiento, como es el caso de cualquier otro que realiza una acción. Así es, fuera de Él, no hay nadie que no realice las acciones sino por un propósito externo a su entidad, y con cuya realización procura para su perfeccionamiento un objetivo que vuelve a sí mismo y con el cual reacciona. La reacción implica el agobio, la extenuación y el desplazamiento de un estado a otro. 

Es el Poderosísimo, Quien con Su Majestad se ha singularizado en Su reino, y con cuyo poder se ha distinguido en Su omnipotencia.

 Al-malakût (reino) viene de milk (posesión o propiedad), y tiene el sentido de “jefatura”, así como mulk que también tiene el sentido de “dominio”. La utilización del término es particular del reino de lo oculto, y se le contrapone mulk, que es el reino aparente.

En cuanto a (la palabra) yabarût (omnipotencia) sigue así también (al igual que malakût) el modelo (gramatical) de fa‘alût (aplicado) en la raíz yabr (coacción). Dios, Glorificado Sea, es yabbâr (Omnipotente) porque compensa las carencias de los contingentes al otorgarles de Su gracia, y reviste a los elementos de formas compuestas y compensa sus carencias. La aplicación (de este término) se restringe al mundo de la divinidad. Se dice que: el yabarût está por encima del malakût, así como el malakût está por encima del mulk. El significado de esto es que la potestad sobre las cosas Le es privativa, tanto la aparente como la oculta, ya que “el dominio” representa en realidad la autosuficiencia absoluta. Él es Aquel de quien precisan todas las cosas. Es Quien posee la esencia de todas las cosas, ya que todas ellas surgieron, o bien de Él, o bien de lo que ha surgido de Él. Así, cualquier cosa fuera de Él Le pertenece, y sólo posee insuficiencia. 

Mediante Su prudencia ha manifestado Sus pruebas a Su creación.

 El hakîm es el que crea las cosas sobre la base de la prudencia. El ihkâm (ejecución exacta) consiste en la consolidación del planeamiento y la buena representación y evaluación. El hakîm es también el que no realiza lo improcedente, ni deja de realizar lo obligatorio, y el que dispone las cosas en el lugar que les corresponde. Hakîm es también el sabio, al derivarse de hukm que incluye el significado de confirmación, o al derivarse de hikmah, término que incluye el significado de sabiduría. Es precisamente a esa acepción (de hikmah) a la que se refieren las palabras del Altísimo que dicen: «Otorga la hikmah (sabiduría) a quien le place» (Al-Baqarah 2: 269).

Se transmitió de Ibn ‘Abbas: “Hakîm es aquel que ha perfeccionado su sapiencia y el ‘alîm es aquel que se ha perfeccionado en su conocimiento”.

Huyay (pruebas) es el plural de huyyah (prueba) y etimológicamente tiene varias acepciones, la primera de las cuales tiene el significado de “objetivo” o “destino”. Es considerando esta acepción que se emplea mahayyah para denominar la ruta del camino. Luego este sentido fue generalizado para considerar como destino la Ka‘bah en las ceremonias de la peregrinación. Huyyah también tiene el sentido de “victoria”. Así, hayyahu significa “le venció”, y el mahyûy es “el vencido”. Luego el término fue utilizado con el sentido de “argumento”, ya que mediante ello se consigue la victoria sobre el antagonista. Como dicen las palabras del Altísimo: «No has reparado en aquel que argüía (hayya) contra Abraham...» (Al-Baqarah; 2: 258). También: «Tal fue el argumento que proporcionamos a Abraham contra su pueblo. Nosotros elevamos sobre los niveles a quien nos place» (Al-An‘am; 6: 83). Luego fue utilizado el término con el sentido de Mensajero o Imam, ya sea por generalización, como cuando decimos en árabe “Fulano es justicia” (por decir que es justo), o bien porque en sus naturalezas son indicadores de la Verdad, y es por ello que son “pruebas” (huyay) sobre la Creación. Por ello el significado es: Su sapiencia, Elevado Sea, concluyó la evidenciación de pruebas sobre las criaturas, lo que se materializó con el envío de los profetas y la designación de sus sucesores para perfeccionar a Su creación y completar Sus gracias. Si no hubiera sido así, el sistema no se hubiera arraigado y hubiera imperado el caos, la confusión, la ignominia y la ruina, como se explica en su lugar correspondiente. 

Ideó las cosas produciéndolas y las innovó originándolas. Ello mediante Su poder y sapiencia, y no a partir de otra cosa, lo que hubiera anulado la (condición de) idea (original), ni a partir de causa alguna, lo que hubiera hecho incorrecta la (condición de) generación.

 Ijtirâ‘ (idear) e ibtidâ ‘ (innovar) son vocablos que se acercan en su significado, que es el de producir una cosa sin que sea a partir de otra cosa, ni de un modelo. Entre los nombres del Altísimo están: Al-Badî‘, que sigue el modelo de fa‘îl que tiene el sentido de participio activo, como alîm que tiene el sentido de mu’lim (doliente). A veces badî‘ viene con el significado del participio pasivo.

El badî‘ es el que es primero en su género. De ahí las palabras del Altísimo que dicen: «Di: no soy un innovador (bid‘an) entre los Enviados...» (Al-Ahqâf; 46: 9). O sea, “no soy el primero enviado”.

El sentido de ello es que Dios, Elevado Sea, originó las cosas con Su sólo poder, y no a partir de una materia previa, y lo hizo por Su pura sapiencia y no en procura de un fin (para Sí mismo). Esto es así ya que si las hubiera originado por medio de una materia o elemento de base, para su acción hubiera necesitado de esa otra causa promotora de esa base, por lo que no hubiera sido un mujtari‘ (ideador) perfecto en su obra. Si las hubiera originado impulsado por un fin u objetivo ajeno a Su esencia, sería imperfecto en Su accionar y no sería un mubtadi‘ (innovador), ya que el objetivo o causa final es lo que hace que el ejecutante se movilice para ser tal. De esa forma, el primero de los términos hace referencia a la ausencia de una causa material para Su acción, mientras que el segundo señala la inexistencia de una causa final (u objetivo que retorne a Su esencia). 

Crea lo que quiere y como le place

 Luego de excluir de Su acción el objetivo, puede llegar a suponerse que Él no actúa por propia voluntad (irâdah), pero ello se descarta por el hecho de que: hace las cosas como lo desea, por lo que ello se realiza por Su designio (mashîiah). O sea, por Su voluntad origina la Creación, pero su designio, al igual que Su poder, no es algo exterior a Su esencia de forma que otro influyera en Su acción, ya que quien realiza una acción por una voluntad exterior a su propia esencia, necesita en su poder y voluntad, de una disimilitud que haga prevalecer uno de los dos extremos “potenciales” para que la voluntad alcance al mismo, y para que su esencia procure su complementación mediante esa disimilitud que proporcione la prioridad (a tal extremo). Si no es así, no llegará a realizar su acción.

Todo aquello que para su perfeccionamiento necesita de otro, es esencialmente insuficiente, y Dios está exento de cualquier insuficiencia. Así también, si Su designio le fuera exterior, ello implicaría en Su elevada esencia los dos aspectos de “en potencia” y “en acto”, y las dos consideraciones de “contingente” y “necesario”, por lo que ninguno (de los extremos) se verificaría.

Indicando esa inexistencia de (aspectos) exteriores (a Su Esencia), dice: 

Siendo único al realizar ello, (y lo hizo) para evidenciar Su sapiencia y la realidad de Su señorío.

 O sea, creó lo que quiso, realizándolo en su condición de unicidad en esencia y atributos, ya que no creó sino para evidenciar Su conocimiento del sistema más perfecto, lo cual representa la realidad de su divinidad y señorío, y no por otro motivo, ni otra exigencia que le atrajera hacia la creación y la originación. 

No le determinan los intelectos, ni se le aproximan las imaginaciones, ni le perciben las miradas,

 La percepción (idrâk) se divide en tres partes: puesto que consiste en la comparecencia de algo ante el perceptor (mudrik), y eso se da, o bien en forma corporal, o en forma incorpórea. La forma incorpórea es a su vez, o bien incorpórea totalmente, o bien mantiene una relación con los cuerpos y se anexiona a ellos. En cuanto a la primera de ellas, es lo sensible que se percibe mediante los sentidos, de los cuales el más fuerte y exponente es la vista. En cuanto a la segunda, es el (razonamiento) lógico (ma‘qûl) que se advierte mediante el intelecto. La tercera forma consiste en lo conjeturado (mauhûm) que se desprende de la imaginación.

Lo que (el autor) se propone, es negar que Dios, Elevado Sea, pueda ser percibido por otro además de Él mismo de alguna de las tres formas mencionadas. El argumento para ello es el siguiente: todo aquello que presenta una forma equivalente a su realidad, es factible de estar asociado a muchos otros (que también presenten esa característica), y Dios está exento de cualquier semejante o asociado. Como dice el hadiz: “Por cierto que Dios se ha ocultado de los intelectos, así como se ha ocultado de las miradas, y los ángeles (al-mala’ul-a‘la) le requieren de la misma manera en que vosotros lo hacéis”. Además, lo percibido mediante los sentidos no está exento de circunscripción y magnitud. Es a ello que se refiere al decir: 

Ni le contiene magnitud alguna.

 De esa manera señala que Él está exento de la corporización y sus implicancias. 

Fuera de (lo revelado por) Él, las expresiones de los elocuentes son inútiles (para denominarle), y fuera de la Suya, desfallecen las miradas de los contempladores.

 O sea, fuera de como Él se ha descrito a Sí mismo, las palabras de los elocuentes son deficientes, y las miradas de los observantes languidecen sin poder llegar a percibirle. 

En Él se pierden (las diferentes configuraciones de) los adjetivos.

 O sea, al calificarle, los adjetivos y atributos de los calificadores se pierden en el procedimiento de adjetivación y los diversos modos de sus expresiones; o sea, a pesar de que intentaron describirle, Elevado Sea, con las más sublimes formas de entre los atributos de perfección que atisbaban, y los conceptos de los calificativos de belleza más elevados que concluían en sus intelectos, cuando dirigieron sus miradas hacia Él y se les elucidó la cuestión a Su respecto, se les hizo evidente que todo ello se encontraba por debajo de la atribución (congruente con) Su majestad y reverencia, y de Sus calificativos de Su belleza y glorificación.

No le describieron como realmente es, ni le calificaron como Se merece, sino que todo ello retornaba a la atribución que realizaron (tomando como referente) a sus propios símiles y equivalentes de entre los entes contingentes. Es esto lo que nos señala el conocido hadiz del Imam Al-Bâqir (P) que dice: “Todo lo que habéis concebido mediante vuestra imaginación, aun en sus significados más precisos, no es más que algo creado, al igual que vosotros mismos...” Ese es el sentido de lo que nos llega en las súplicas del Imam Zain Al-‘Abidîn (P) cuando dice: “En Ti se pierden los adjetivos y fuera de Tus propios calificativos se anulan los demás (que pretenden describirte)”. 

Se ha ocultado sin necesidad de velos que le oculten, y se ha encubierto sin cortinas que le cubran,

 O sea, el que se encuentre encubierto respecto a las miradas y la observación, y oculto con relación a los intelectos y la apreciación, no es por el hecho que sea (una particularidad Suya el estar) en Sí mismo oculto, puesto que Él es la más evidente de las entidades y lo más manifiesto entre lo existente; ni tampoco por el hecho de que exista un impedimento que le oculte y encubra, ya que entre Él y Su creación no hay más velo que la insuficiencia de las naturalezas (implícitas en ella) y el defecto de las percepciones y los intelectos. Incluso Su mayor manifestación es causa de su ocultación, y la culminación de su evidenciación origina su encubrimiento. Está oculto en Su condición de manifiesto, expuesto en Su condición de encubierto, y escondido en Su condición de conocido. En cuanto a la expresión hiyâb mahyûb: la palabra hiyâb está brindando una rección gramatical (idâfah) (a la palabra que le sigue) por lo que tiene el significado de “velos que ocultan” y no “velos ocultos”, como sería el caso si es que la palabra mahyûb actuara como un mero adjetivo. Lo mismo ocurre con la expresión satr mastûr (cortinas que cubren).  

Es conocido sin (necesidad de) cavilación.

 Se ha establecido en las ciencias intelectuales que todo aquello que no tenga causa, ni partes (que lo compongan) no puede ser conocido mediante el razonamiento argumentativo, por lo que:

O bien permanecerá ignorado absolutamente, sin que haya esperanzas de que sea conocido.

O bien (su existencia) será argumentada a través de sus efectos y accionar. El conocimiento obtenido por esta forma será incompleto y no contendrá detalles de lo que se ha llegado a conocer, incluso, en una aspecto general, será común a otro (obtenido de una forma) diferente, ya que la huella y el efecto implican (la existencia de) una causa y un origen sólo en forma genérica.

O bien será conocido mediante la contemplación presencial (al-mushâhadah al-hudurîiah), y no a través de una forma (factible de ser) complementada, como es el caso de los místicos consumados, como sucede con los profetas y próximos a Dios, que la Paz sea sobre nuestro Profeta, sobre su familia, y sobre ellos, cuando se liberan de este mundo físico. Aun así, (ese conocimiento) no es de una manera íntegra y substancial, puesto que, como ya se explicó, ello es imposible, sino que es de una manera general y fragmentada.

En algunos manuscritos viene la palabra ru’iah (observación), en lugar de rauîiah (cavilación y reflexión), queriendo en forma evidente significar la negación de que se le pueda observar.

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[1] Frase que utilizan los sabios en árabe cuando desean referirse a sí mismos con modestia.

[2] Conocido actualmente como Mol·la Sadra.

[3] Tendencia de la escuela sunnita que se aferra solo a lo aparente y literal del Corán y los hadices.

[4] Siendo que todo lo demás no tiene existencia en realidad, sino una mera vinculación con Su Hacedor.

[5] La lengua, los pilares y el corazón.

[6] En la shahâdah o testimonio donde se dice: Testimonio que no hay divinidad sino Dios, y testimonio que Muhammad es su Profeta y Mensajero.

[7] En árabe, para conocer la conjugación de los verbos trilíteros simples se debe dar la forma en pasado más su correspondiente forma en presente.

 

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