UNO ES EL ESPÍRITU Y MUCHAS SUS MANIFESTACIONES HUMANAS
PENSAMIENTOS DE LA CONDICIÓN HUMANA HOY
«La necesidad de la Ciencia Sagrada»
Por Seyed Husein Nasr
Para hablar de las Ciencias Sagradas o de la Metafísica tradicional, la cual provee del necesario y esencial historial para la cultivación de la Ciencia Sagrada, se necesita discutir la cuestión de la multiplicidad de las formas sagradas así como la negación de esas formas por el hombre secularizado. Mientras que la Verdad es una, sus expresiones son muchas, especialmente para el hombre moderno quien vive en un mundo en donde la homogeneidad del ambiente tradicional está destruido y en el cual está, por un lado, la aceptación y de hecho la «absolutización» del hombre secular y el humanismo basado sobre el hombre concebido de tal forma y, por otro lado, la presencia de diversas tradiciones sagradas cuya realidad no puede por más tiempo ser desatendida.
Consecuentemente, si uno tiene hoy que dirigirse a la condición humana, uno debe, no sólo hacer valer la unidad de la Verdad y la unicidad del Espíritu, sino también los múltiples reflejos del mundo del Espíritu en el ámbito humano. Además, esta tarea debe ser llevada a cabo con total conocimiento y crítica valoración de este proceso de secularización el cual ha pretendido destruir la realidad del mundo del Espíritu mientras alaba al espíritu humano con todas las ambigüedades y deficiencias que este último acarrea y reemplazando el concepto tradicional del hombre con uno que lo divorcia de su Divino Arquetipo del cual él es la personificación terrenal.
Durante muchos siglos, y de hecho desde el Renacimiento, el hombre en Occidente ha ensalzado al espíritu humano mientras «sacrilegiaba» el cosmos entero en nombre de la supremacía del hombre, sólo para terminar ahora en una situación que, por primera vez en la historia, amenaza llevar al hombre a unas condiciones infrahumanas, a un nivel antes jamás soñado. Claramente, el humanismo clásico que declaró hablar para el hombre ha fallado (1), y si ha de haber un futuro para el hombre, debe haber un profundo cambio en el concepto de lo que es el hombre y una minuciosa reexaminación del humanismo secular de los últimos siglos a la luz de las vastas tradiciones espirituales universales y eternas de la Humanidad, que este humanismo ha barrido a un lado con la pretensión de dar libertad al ser humano. Hoy la gente habla con pasión de la familia humana y de la unidad de la Humanidad, pero si ha de haber una familia humana, sus miembros deben primero ser ellos mismos humanos. Uno no puede llorar con compasión por la familia humana mientras deshumaniza a los seres humanos en nombre de los bienes puramente terrenales. De hecho, la experiencia del pasado reciente nos ha demostrado que, incluso en el nivel de preservar la cualidad de una vida humana terrenal, la civilización moderna se está enfrentando a graves problemas al decir lo mínimo y, lejos de liberar al hombre, lo ha esclavizado como nunca anteriormente. Al hombre le debe ser devuelta su humanidad nuevamente, si ha de haber esperanza para continuar la existencia de la humanidad, y esto sólo puede conseguirlo a través del renacimiento del concepto tradicional del hombre que, la revolución de Prometean del mundo moderno, ha puesto en el olvido (2), y tener un entendimiento de otros seres humanos cuyas vidas y cultura revelan otras reflexiones del Espíritu -único- que reside en el centro del ser de todos los hombres y mujeres, sean del Este o del Oeste. El actual concepto de hombre como una criatura egocéntrica, no responsable, no plegada a ninguna autoridad por encima de él y manejando un infinito poder sobre el desarrollo de la naturaleza, no puede terminar sino en agresión del hombre contra sí mismo y el mundo de la naturaleza en una escala que ahora amenaza su propia existencia.
El tipo de hombre-Prometean quien se concibe a sí mismo como estando en rebelión contra Dios, siendo completamente dueño de sí mismo y otros destinos y poseyendo una ilimitada energía y poder sobre la tierra, que es usada para sofocar sus insaciables pasiones en el más alto grado, no puede sino alcanzar un estado de desequilibrio y caos que es exactamente a lo que el hombre moderno se enfrenta hoy a cada coyuntura de su vida.
Este desequilibrio lleva ocasionalmente a la guerra, que es el síntoma más obvio y amenazador. En este punto un intento es hecho para vencer este indicio y establecer algún tipo de paz. Pero este es llevado a cabo no con la esperanza de corregir ese desequilibrio y de cambiar el caos en orden sino en permitir al estado de cosas innatamente inestables a continuar por más tiempo sin excesivas perturbaciones. Son pocos incluso los que cuestionan si el hombre moderno merece vivir en paz mientras él está en guerra interiormente con el hombre interno, quien a pesar de todo continua viviendo dentro de él y exteriormente con el orden cósmico y la Realidad metacósmica, que continua estando presente y tendrá la última palabra de si el hombre presta atención a la llamada de lo Real o no. Al apoyar el desequilibrio que lleva dentro de sí mismo, el hombre moderno ha sacrificado todo lo que hay a su disposición. Ha aceptado renunciar a la certeza de la metafísica y la doctrina religiosa e incluso acepta que dos y dos hacen tres para comprometerse con alguien que ha insistido que suman dos.
Él ha destruido la naturaleza con ferocidad sin parangón para satisfacer siempre a sus «necesidades» crecientes que a su vez le capacitan, tanto como pueda, a olvidarse de sí mismo, su final y el propósito de la vida. (3). Él ha convertido el entorno urbano en un auténtico infierno en su camino a establecer un paraíso en la Tierra. Nada se ha escapado a ser sacrificado para sostener el desequilibrio contenido de forma innata en el concepto moderno del hombre, nada -desde la religión a la naturaleza virgen-, y finalmente al sacrosanto carácter de la persona humana misma. Pero todo esto es inútil porque el desequilibrio continua y amenaza a cada momento con causar la destrucción del mundo a aquellos que frívola y tan persistentemente defendieron el concepto de hombre como el señor de la tierra, poseedor de un poder ilimitado para hacer su voluntad e incluso con pretensiones de erradicar toda forma de mal de la vida humana, como si otro que Dios Absoluto pudiese ser absolutamente bueno y otro que el Ser Perfecto pudiese ser desprovisto de la marca de la imperfección. Hablar de la posibilidad de un futuro feliz o simplemente de un futuro para la Humanidad sin un cambio fundamental en el concepto sostenido en la actualidad de lo que el hombre es, no es más que un sentimental y fugaz sueño. Los hombres quieren vivir juntos y ellos deben literalmente vivir juntos más que nunca gracias a la destrucción del equilibrio ecológico y la explosión de la población que son los frutos del propio hacer del hombre moderno y que no puede ser culpado sobre las civilizaciones tradicionales, en las cuales el hombre fue visto como el ser teomórfico que es. Y para vivir juntos, los hombres hablan de un espíritu humano, una única familia humana o aldea global. Pero están forzados a permanecer contentos de sólo hablar sobre tales ideales. El espíritu único, por alguna razón, elude al hombre moderno, dejando atrás una multitud de egos contenidos, de familias enemistadas y una general desintegración social. Sin embargo, la gente continua hablando en estos términos, viendo la necesidad de vivir juntos en un planeta que sus recursos no pueden resistir por más tiempo más agresiones contra otras naciones o contra el orden natural. La unidad que la gente con buena intención busca, no puede, sin embargo, ser alcanzada excepto a través del contacto con el Espíritu, que es uno en sí mismo y muchos en las manifestaciones (reflejos) terrenales. El noble Corán menciona respecto al Espíritu que es «de la orden de mi Señor» (qul al-ruh min amr rabbi) (17:85). Ningún contacto con el Espíritu es posible salvo a través de la dimensión de la transcendencia, que se queda siempre ante el hombre y que lo conecta con la Realidad Última sea llamado Señor o Bhahman o sunyata. Olvidar el Espíritu y sólo conformarse con las manifestaciones terrenales es estar condenado al mundo de la multiplicidad, a la separación, división y finalmente a la agresión y guerra.
Ninguna cantidad de alabanzas al espíritu humano puede llenar el vacío creado por el olvido del Espíritu que enciende el alma humana pero no es en sí mismo humano. Es necesario comprender la identidad del Espíritu detrás de la multiplicidad de las formas religiosas para alcanzar la paz que los seres humanos buscan. El espíritu humano, entendido en el sentido humanista, no es suficiente en sí mismo para servir como base para la unidad de la humanidad y el entendimiento humano a través de las fronteras culturales y religiosas. Lo que es esencial es la ciencia sagrada de las formas religiosas y símbolos que transforman factores opacos en símbolos transparentes y aparentes obstáculos en puentes a otro mundo de discurso. En el pensamiento islámico, y siguiendo el lenguaje del Corán, la dimensión espiritual del hombre es identificada con «la faz de Allah» (wajh Allah) que es además el aspecto de la Divinidad vuelta hacia el mundo. Hablar del espíritu humano sin consideración del Espíritu en su realidad transhumana es hablar esencialmente de una humanidad sin rostro que es reducida entonces por la fuerza a la animalidad y a la tediosa uniformidad que se encuentra en la verdadera antípoda de la Unidad (4). Los problemas a los que se encara el hombre moderno apuntan todos a la misma causa, o sea, el hombre viviendo por debajo de sus propias posibilidades y no recordar quién es. Hoy en día, aquellos que han meditado sobre la condición humana y el futuro del hombre con algún grado de profundidad afirman al unísono que ciertas nuevas y, al mismo tiempo, viejas cualidades deben ser cultivadas por el hombre si ha de sobrevivir. Cualidades tales como autocontrol, humildad, caridad hacia el vecino, incluido el mundo de la Naturaleza, magnanimidad, justicia, etc. Pero dejar caer una roca pesada y después alabar la manera que se acelera en la caída, es una cosa, pero moverse en contra de la gravedad es otra muy distinta. ¿Qué es lo que induce a los hombres y mujeres, -a quienes todas las fuerzas externas de la sociedad humana han estado empujando a un mayor grado de exteriorización- , de auto-engrandecimiento, y más en los siglos recientes, a de pronto volverse hacia el polo interno y a transmutarse, del estado de una roca cayendo, en esa otra de una encumbrada águila? ¿Qué fuerza es capaz de desviar el interés de los hombres desde el crecimiento puramente cuantitativo hacia el cualitativo, a lo que tantos observadores de la crisis ecológica sugieren como la única esperanza para prevenir una mayor catástrofe? Si algunos piensan que, declaraciones sentimentales o resoluciones políticas, podrán conseguir tales fines, están equivocados porque desatienden completamente el poder de las pasiones humanas, del dragón que hay dentro, el cual sólo un San Jorge puede matar. El reverso de todas las tendencias que ahora están amenazando el conjunto de la vida en la tierra y están haciendo la existencia misma incierta para el futuro del hombre, en medio de toda su futurología, no puede venir excepto a través del reverso del polo de atracción. Solamente el contacto con el Espíritu puede proveer un impulso desde lo alto y revertir la poderosa gravitación que arrastra a los hombres, mucho más rápido en declive, lejos de la Unidad que caracteriza al Espíritu. Hablar de una familia humana sin recurrir a este polo celestial no es nada más que un sueño, sin garantía de que este sueño no se vuelva una pesadilla. Los hombres hablan con gran confidencia sobre crear el futuro y dibujan planes en los que aparecen perfectamente lógicos en el nivel de anteproyectos, pero los cuales son pronto viciados por toda clase de imperfecciones no previstas en la planificación. La razón es que los seres humanos que son considerados a ser agentes para la ejecución de esos planes no son vistos tal como son, es decir, criaturas con imperfecciones y con una falta del necesario conocimiento de la naturaleza de las cosas. Ellos están impregnados con una imperfección que afecta todas las cosas que hacen y que vienen a ser más peligrosas hasta el punto que su existencia es negada. Se ha olvidado que no puede haber ninguna condición mejor que el estado imperfecto de aquellos que actúan causándolo. La visión moderna de rehacer el mundo para causar paz y armonía a la «familia humana» está otra vez basada sobre una falacia relatada a una falsa concepción del hombre que ha crecido dentro de la civilización moderna desde el Renacimiento, un concepto que propone una perfección para el hombre en su estado presente, una supuesta perfección que simplemente no está ahí. El resultado de esta falsificación de la naturaleza real del hombre, quien vive por debajo de sus posibilidades, no reconociendo sus propios males, es que la reforma en el mundo moderno es llevado a cabo en cada campo excepto en el que concierne al hombre en sí mismo. Incluso las Normas Divinas que pueden solo juzgar al hombre y guiarle hacia la perfección están deformadas para fijar sus estados cambiantes. Nadie toma esto con seriedad suficiente sobre sí mismo para preguntar si el hombre moderno no debería comenzar a rehacer su futuro, reformándose a sí mismo y viéndose así mismo tal como realmente es, o sea, viceregente de Dios en la Tierra, dotado de poderes excepcionales pero también con grandes responsabilidades hacia todas las criaturas, una responsabilidad que él no puede rehuir a ningún precio excepto a través de su propia destrucción.
El mayor papel de las religiones hoy debería ser no el de apaciguar la debilidad del hombre moderno, por reducirse a un «ism» más o hacia una ideología para competir con otras muchas ideologías existentes en las que el hombre ha envuelto alrededor suyo durante los últimos siglos. Más bien, su tarea es sostener ante el hombre la norma y el modelo de perfección de la que ellos son capaces y proveer los canales para ese contacto con el Espíritu que solo puede enseñar la miríada de colores y tonos del espíritu humano a ser, no una pura multiplicidad y división sino muchos reflejos de la Unidad. Su tarea es también presentar al mundo contemporáneo la ciencia sagrada y la sabiduría que ellos han guardado en su pecho y dentro de su dimensión interior durante el milenio. El espíritu humano es solamente Uno en la cima del alma humana. Por ello, deben ser encontrados por los hombres los medios para escalar a esa cumbre de su propio ser. Sino, en el nivel de las formas externas, del aspecto terrenal del alma humana, allí reina solo la multiplicidad, destacando la división y la pelea, y ahora gracias a nuevas formas de destrucción, existe la posibilidad de una total aniquilación. El incomparable poeta persa sufi Yalal-ul Din Rumi cantó hace siete siglos atrás esto:
«La diferencia entre las criaturas está en la forma externa: Cuando la intención (literalmente el Espíritu) es alcanzada ahí está la paz». El hombre sólo vive en armonía si vive en el nivel de todas las posibilidades de la condición humana, que significa centralidad y autoridad en el plano terrenal combinado con responsabilidad, pero que es también inseparable de la receptividad hacia el Cielo y de sumisión a la Norma Divina que determina al hombre desde las alturas lo quiera él o no. El hombre puede hablar de un espíritu humano a condición de que él prevé el espíritu humano como una extensión y reflejo del Espíritu Divino y busque su integridad en la cima donde la montaña terrenal toca la extensión infinita del cielo, donde el hombre deja la atmósfera humana para entrar en la Divina Estratosfera donde solo reside la armonía entre las diferentes formas y manifestaciones del Espíritu. Uno puede hablar de una humanidad singular siempre que el carácter sacrosanto del hombre esté preservado así como la jerarquía que reside en la naturaleza de las cosas. Es posible hablar de una familia humana siempre que el origen sagrado de la familia sea entendido. En casi todas las religiones siempre han habido una familia santa o sagrada que ha servido como modelo de la vida familiar en sí misma. Por ejemplo, la familia del Profeta del Islam ha servido no solo como una función puramente religiosa sino también ha sido el modelo para cada familia musulmana desde el punto de vista social. A través del último milenio, durante todo el tiempo que la religión se mantuvo fuerte, los hombres no se enfrentaron con ningún problema para preservar la institución de la familia. Pero uno no puede romper la norma causando un eclipse del arquetipo y a la vez esperar preservar su manifestación terrenal.
¿Cómo puede uno hablar de una familia humana, en una generación en donde los elementos masculino y femenino, dentro de la primera unidad familiar, están en constante lucha en vez de en armonía y equilibrio, donde todo sentido de autoridad, que está basada en la jerarquía que está en a naturaleza de las cosas, está olvidada y donde la familia nuclear es el blanco de la agresión llevándolo a su rotura con el mismo éxito que el hombre ha sido capaz de romper el átomo? Si por familia se entiende el penoso caos que tantos jóvenes tienen que experimentar en los centros urbanos por todo el mundo durante las pasadas últimas décadas, entonces es mejor no tener del todo una familia humana. Vivir dentro de la familia humana en el sentido positivo de familia, hablar del espíritu humano, esperar la paz y la armonía, significa primero y antes que nada, que el hombre debe despertar a su propia condición, que debe someterse a sí mismo a una profunda autocrítica y restablecer la paz y equilibrio dentro de él y con respecto a la Norma Divina. No hay esperanza de un futuro pacífico para una criatura que está usurpando su posición y que está viviendo de tal forma en total desequilibrio con respecto a dos cosas: el desarrollo de la naturaleza y los miembros de esas culturas que están todavía ancladas en las enseñanzas que han descendido del mundo del Espíritu. No hay esperanza para el hombre a preservar su humanidad a menos que él alcance lo trascendente más allá de sí mismo. Buscar ser meramente humano es en última instancia, caer en un estado infrahumano, como cerca de cinco siglos de historia occidental ha demostrado ampliamente por todo el mundo. La condición del mundo debería detenernos y considerar no solamente lo que debemos de hacer en el futuro sino más que nada lo que debemos SER, pues solo aquel que es quien debe ser, de acuerdo a las profundas demandas del estado humano, puede también actuar correctamente y de acuerdo a las normas que por necesidad gobiernan todas las cosas. Solamente una persona así puede vivir en paz consigo misma, con otros seres humanos y con el entorno natural. Solamente una persona así puede llegar a poseer esta ciencia sagrada de las formas que solo puede capacitar a los hombres a comprender la diversidad de las formas sagradas religiosas y la unidad que están veladas y reveladas para esta diversidad y también para comprender el significado del cosmos y la posición del hombre en él. Y por último está, por encima del conocimiento, palabras, actos y más que nada la presencia de tales personas, más que ninguna forma de planificación socio-económica, que la posibilidad de la realización de la Unidad del Espíritu y de armonía entre los seres humanos viviendo en medio de la diversidad y la multiplicidad de formas. Estar preocupado por la humanidad en profundidad no puede sino llevar al deseo y ruego por la continuidad e incluso creciente presencia, en todas las sociedades humanas, de personas en armonía con lo Real y en posesión de esta ciencia sagrada que ha sido casi completamente eclipsada por el cielo intelectual del hombre moderno desde el advenimiento del modernismo.
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NOTAS
1) Tenemos aquí en mente el humanismo como es entendido usualmente y asociado con las tendencias secularizadas del Renacimiento y no lo que algunos autores han llamado Cristiano, Judío o humanismo islámico. Humanismo usado en el contexto moderno significa en última instancia sustituyendo el «Reino del Hombre» por el del «Reino de Dios», Ver T.Lindbom,«The Tares and the Good Grain», trans. A. Moore (Macon, GA, 1988) y F. Schuon, «Light on the Ancient World».
2) Ver Nasr, «Knowledge and de Sacred», capítulo 5, F. Schuon ha escrito también muchos trabajos sobre el concepto tradicional del hombre, ver por ejemplo «From de Divine to the Human». Nasr «The Essential Writings of Frithjof Schuon» (Rockport, Mass., 1991)
3) Ver Nasr, «Man and Nature - The Spiritual Crisis of Modern Man» (London, 1989)
4) Ver H. Corbin, «Face de Dieu, face de l’homme» (Paris, 1983) Traducción del inglés: C. Gómiz y A. Leslie.