Por: Ricardo H. S. Elía
«En esplendor el Oriente cruzó el Mar Mediterráneo. Si conoces las rimas de Calderón, tu debes conocer y amar a Hafiz».
Johann Wolfgang Goethe
(1749-1832)
La poesía fue el primer desarrollo de la literatura árabe y la casida (qasida) su mejor forma de expresión de la era anterior al surgimiento del Islam, conocida como Yahiliyyah o “edad de la ignorancia”, el período de la antigua Arabia pagana que concluyó con la revelación del Profeta Muhammad. Casida significa “dirigirse a alguien” y en segunda acepción “atacar a alguien”, poéticamente se entiende. Consta de 30 a 120 versos de idéntico metro, acabados todos con la misma rima.
Esta época estuvo dominada por el tribalismo anárquico de los beduinos de la Arabia septentrional y central, cuyos valores basados en la virilidad, la generosidad y la hospitalidad fueron cantados en una poesía oral y después en célebres poemas escritos de los «Días de los árabes» (Ayyam al ‘Arab). Tal vez inspirada por los poemas y la vida del guerrero Antara Ibn Shaddad al-’Absí (siglo VI d. C.), la novela de caballería titulada la «Vida de Antar» (Sirat Antar) constituye antes que nada un canto a las virtudes caballerescas y viriles de las tribus beduinas preislámicas. Sus diez mil versos, escritos en prosa rimada, fueron redactados probablemente en el Irak abbasí del siglo XII, ya que se extiende a lo largo de 500 años, desde la edad de la ignorancia hasta la época de las cruzadas. La obra se basa en las incontables proezas de Antara o Antar, un mestizo de árabe y de africana (cfr. Gustave Rouger: El romance de Antar, Lautaro, Buenos Aires, 1943).
Nacida en Arabia y llevada a su apogeo por los poetas preislámicos, fue cultivada en la corte abbasí, aunque también las cortes provinciales, en Irán, donde influyó a la lengua persa en plena renovación, y en la España musulmana. Desde allí irradió hasta la Provenza y el Languedoc para inspirar la poesía de los trovadores. A partir de unos temas estrictamente definidos por la tradición, numerosos manuales de prosodia enseñaban como «cincelar» la casida (en árabe qasidah), que consta de de 30 a 120 versos de idéntico metro, acabados todos con la misma rima.
La poesía tuvo un gran auge durante la dinastía abbasí. Hasan Ibn Hani al-Hakamí (762-810), se ganó el apodo de Abu Nuwás (“Padre del bucle”) por sus abundantes rizos. Nacido en Ahwaz (Irán), de padre árabe y madre persa, fue uno de los poetas más célebres de Bagdad. En el fin de sus días, se convirtió en un asceta y adhirió al shiísmo. Abu al-Farayal Isfahaní (897-967), oriundo de Isfahán que vivió la mayor parte de su vida en Bagdad, recopiló la poesía de la época en su Kitab al-Aganí (“Libro de canciones”), compuesto de veinte tomos. Véase Régis Blachère: Histoire de littérature arabe, des origines jusqu’a la fin du XVe siècle, 3 vols., Maisonneuve et Larose, París, 1966.
Abu at-Tayyib Ahmad Ibn Husain al-Mutanabbí nació en Kufa (Irak), en 915. Ambicioso, sin escrúpulos, en su juventud, intentó, haciéndose pasar entre los beduinos de Siria por profeta (de aquí el apodo de “al-Mutanabbí” con el que se le conoce y que significa “el que se las da de profeta”), tallarse a punta de espada un feudo. El resultado de sus esfuerzos no pudo ser más deprimente y pasó un par de años encerrado en una mazmorra de la que saldría curado de toda ambición política. En 948 entró al servicio del gobernador de Siria Abu al-Hasan Ibn Hamdán (916-967), llamado Saif ud-Daula, poeta él mismo, mecenas de artistas y sabios como al-Farabí, y un guerrero que luchó constantemente contra los bizantinos. En Alepo, ciudad que constituía entonces uno de los mayores centros de atracción intelectual de la época, al-Mutanabbí compuso sus poemas más renombrados. Luego se embarcó en una serie de correrías y aventuras por Egipto, Irak e Irán. A su regreso a Bagdad fue atacado por una partida de salteadores. El poeta, en un primer momento y ante el número de atacantes, deseaba huir, pero su escudero le recordó inoportunamente estos versos heroicos compuestos en su juventud:
«¡Oh, cómo me conocen
la noche y el Desierto y mi corcel,
y la lanza y la batalla,
y la pluma y el papel!»
Al-Mutanabbí decidió portarse de acuerdo con ellos, combatió y murió de sus heridas en 965. Al lado de al-Mutanabbí encontramos la figura del príncipe-poeta Abu Firas al-Hamdaní (932-968), —no confundirlo con el geógrafo, poeta y erudito Abu Muhammad al-Hamdaní (893-945), llamado la «lengua del Arabia del sur»—, cuya vida transcurrió en continuas intrigas políticas y en la guerra contra los bizantinos (cfr. O. Petit y W. Voisin: Abu Firas, chevalier poète, Publisud, París, 1990). Al lado de estos grandes neoclásicos que ilustran la corte de Seif ud-Daula, encontramos a un modernista de valía, al-Sanaubarí (m. 945), creador de hecho de la poesía floral (nawriyyat, rawdiyyât), en la que describe batallas de flores en las cuales «la rosa, el lirio “de sonrisa vanidosa”, la violeta “en traje de luto” y el clavel que convoca al ejército, avanzan en flotantes corazas, bajo un velo de revuelto polvo, contra el narciso, “con párpados de alcanfor y ojos ribeteados de azafrán”».
Abu ‘Ala Ahmad Ibn Abdallah al-Ma’arrí (979-1058), nació en Ma’arrat an-Numán, a mitad de camino entre Alepo y Hama. La viruela lo dejó ciego a los cuatro años; sin embargo, emprendió la carrera de estudiante, se aprendió de memoria, en las bibliotecas, los manuscritos que le gustaban, hizo largos viajes para oír a famosos maestros y regresó a su aldea. En 1008 visitó Bagdad, fue honrado por poetas y eruditos y quizás adquirió entre los librepensadores de la capital algo del escepticismo que sazona sus versos. En 1010 regresó a Ma’arrat, se hizo rico con sus poesías, pero vivió hasta el fin con la simplicidad del sabio.
Era vegetariano acérrimo y muy ascético. Murió a los ochenta y cuatro años; y un piadoso discípulo relata que 180 poetas lo siguieron en su entierro y 84 sabios recitaron elogios ante su tumba.
Lo conocemos ahora principalmente por sus 1592 poemas breves llamados Luzumiyyat (“Imperativos”), Saqt az-Zand (“La chispa del pedernal”), Du as-saqt (“Comentarios al precedente”, al-Fusul al-gaiat (“Partes y fines”), y también por su Risalat al-gufrán (“Epístola del perdón”), traducida por Vincent Monteil (L’Epître du pardon, Gallimard, París, 1984). En 1944 se celebró su milenario lunar y se renovó su tumba. He aquí una de sus composiciones:
«Temed a Dios, únicamente y por él
soporta las penas y haz el bien,
pues la abstinencia y la pureza de corazón
son los únicos medios para salvarse».
Uno de sus aforismos expresa su pesimismo sobre la condición humana: «La humanidad se divide en dos grupos de gentes: los que tienen cerebro y ninguna religión, y los que tienen religión y no tienen cerebro».
Cuarenta años después, el 11 de diciembre de 1097, un contingente de cruzados francos liderados por Raimundo de Saint-Gilles (1042-1105), conde de Tolosa, luego de quince días de sitio, penetró en Maarrat an-Numán pasando a cuchillo a todos sus habitantes, saqueando e incendiando todo a su paso. Y lo más revelador: los francos demostraron ser expertos caníbales, ya que la antropofagia era una práctica común en la Europa cristiana del siglo XI, asolada por el hambre y la falta de alimentos, como lo certifica el cronista borgonón Radulfus Glaber «El Calvo» (985-1050) en su Historiarum Sui Temporis (escrita en 1030-1035). Veamos los siguientes testimonios del historiador Radulfus de Caen (1080-1120): «Durante tres días pasaron a la gente a cuchillo, matando a más de diez mil personas y tomando muchos prisioneros» (Ibn al-Atir: Al-Kamil fil Tarij). «En Maarrat, los nuestros cocían a paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a los niños en espetones y se los comían asados» (Radulfus de Caen: Gesta Tancredi Siciliae Regis in Expeditione Hierosolymitana). Véase Amín Maalouf: Las cruzadas vistas por los árabes, Alianza, Madrid, 1996, Cap.III: Los caníbales de Maarrat, pp. 57-60); Mijail Zaborov: Las cruzadas, Akal, Madrid, 1988, págs 15-16.
Al-Maarrí señala el cenit de la poesía islámica en árabe y el comienzo del liderazgo poético persa que se extenderá hasta mediados del siglo XIX, a través de la India musulmana.
La poesía andalusí se plasmó mediante el zéjel y la moaxaja, relacionados con la música. La prosodia no clásica del zéjel (en árabe zayal “melodía”), que quebró la rígida estructura de la casida, constituye una contribución mayor de al-Andalus a la poesía islámica árabe. Su esquema más común se basa en un estribillo o jarcha (“salida”) asonantado, sin número de fijo de versos, y una mudanza de cuatro versos, el último de los cuales rima con el estribillo.
El más importante de los poetas hispanomusulmanes que cultivaron el zéjel fue Ibn Quzmán (m. 1159), que introdujo el árabe vulgar y dialectal en lo que hasta entonces era un bastión del árabe literario. El zéjel estuvo vinculado al canto y la música y fue utilizado en numerosas cantigas galaico-portuguesas. También en la poesía provenzal se han encontrado estrofas con el mismo esquema métrico, todo lo cual hace pensar en que muy probablemente el zéjel estimuló la aparición de una lírica escrita ya en las distintas lenguas románicas.
La moaxaja (en árabe muwashshahat) es un poema de cinco o más estrofas que comprende un estribillo inicial o refrán, al que siguen tres versos con su propia rima y dos más que reproducen las rimas del estribillo inicial.
Los maestros más grandes de la moaxaja fueron el cordobés Ibn Zaidún (1003-1070) y los granadinos Ibn al-Jatib (1333-1375) e Ibn Zamrak (1333-1392), este último llamado «el poeta de la Alhambra» (Véase Emilio García Gómez: Cinco poetas musulmanes. Biografías y Estudios, Espasa-Calpe, Madrid, 1959 y del mismo autor: Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Patronato de la Alhambra, Granada, 1975).
Al-Andalus tuvo una enorme influencia en la composición de los romances españoles de gesta de los siglos XV y XVI. El siguiente romance popular, impreso en el Romancero de 1550, nos presenta al rey Juan II de castilla (1405-1454), a la vista de Granada, tomando informes del moro Ibn Ammar sobre los hermosos edificios de la ciudad. Luego dice:
«Allí habla el rey don Juan;
Bien veréis lo que decía:
“Granada, si tú quisieses,
Contigo me casaría:
Daréte en arras y dote
A Córdoba y a Sevilla
Y a Jerez de la Frontera,
Que cabe si la tenía.
Granada, si más quisieses,
Mucho más yo te daría”.
Allí hablara Granada,
Al buen Rey le respondía:
—Casada soy, rey don Juan;
Casada, que no viuda;
El moro que a mí me tiene,
Bien defenderme querría”».
En la Edad Media (según la historia de Europa), la cultura musulmana —que entonces brillaba por el dinamismo y el prestigio de su filosofía, su literatura y sus ciencias— ejerció una gran influencia sobre la cultura judía.
En aquella época, sabios, eruditos, poetas y literatos judíos escribieron en árabe la mayoría de sus obras. También adaptaron en hebreo los modelos literarios árabes, muy especialmente en la España musulmana, que conoció el florecimiento de una espléndida cultura judeomusulmana.
Salomón Ibn Gabirol (1022-1070), latinizado Avicenbrón o Abencebrol, fue un renombrado poeta y filósofo judío andalusí nacido en la ciudad de Málaga, que durante años estuvo al servicio de Samuel Ibn Nagrila (993-1055), visir (ministro) de los soberanos bereberes ziríes de Granada Habús Ibn Maksán (1025-1038) y Badís Ibn Habús (1038-1077). Neoplatónico, mantuvo fuertes controversias con los sectores opuestos al pensamiento filosófico, autor del primer tratado sistemático de ética, dentro del mundo judío y musulmán de al-Ándalus: «La corrección de los caracteres», obra compuesta en árabe en Zaragoza en 1045 (traducción de Joaquín Lomba Fuentes, Universidad de Zaragoza, 1990). Su trabajo poético más destacado es «Corona Real» (en hebreo Kéter Maljút). Allí afirma su profunda convicción monoteísta, tan cara a judíos y musulmanes:
«Eres Uno, el principio de toda enumeración,
y la base de todo edificio.
Eres uno, y, por el misterio de tu Unidad,
la razón de los sabios queda estupefacta,
porque de ello no conocen nada...
En efecto, no se concibe en Tí
ni multiplicación ni modificación...
Eres Uno. Tu sublimidad y tu trascendencia
no pueden disminuir ni descender.
¿Podría existir el Uno que decae?».
Su obra por excelencia, escrita en árabe, es Yanbu al-hayat «La fuente de la vida» (en hebreo Mekor jáim), traducida al latín con el título de Fons vitae por el clérigo español Domingo Gundisalvo en 1150, influenció en los cabalistas e inspiró al filósofo holandés descendiente de judíos andalusíes, Baruj Spinoza (1632-1677).
Véase Shlomó Ibn Gabirol: La Fuente de la Vida. Corona Real, Editorial S. Sigal, Buenos Aires, 1961; J. Schlanger: La philosophie de Salomon ibn Gabirol. Etude d’un néoplatonisme, Brill, Leiden, 1968; María José Cano: Ibn Gabirol: poesía religiosa, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1992; José María Millás Vallicrosa: Selomoh Ibn Gabirol. Como poeta y filósofo. Ed. Universidad de Granada, Granada, 1993.
El apologista hebraico-andalusí Yehuda ha-Leví (1075-1141) escribió el Libro de la prueba y de la demostración en defensa de la religión menospreciada, más conocido con el título de «El Cuzarí». Los argumentos de esta obra apologética partían del hecho histórico de la conversión al judaísmo del Jan de los jazares turcos (instalados en las estepas de Rusia meridional). Conviene subrayar que una obra como «El Cuzarí» jamás habría visto la luz si no hubieran servido de ejemplo otros tratados polémicos surgidos en el seno de la religión musulmana (cfr. El Cuzarí, Editorial S. Sigal, Buenos Aires, 1961; Arthur Koestler: El imperio kazaro y su herencia, Aymá, Barcelona, 1980).
En el siglo XII el escritor Yehuda al-Harizí 1170-1235) adoptó en la literatura judeoandalusí las reglas y las imágenes de la poesía islámica, y fue autor de una colección de maqamat titulada «Tahkemoni».
El granadino Moshé Ibn Ezra(1060-1139) escribió el más importante tratado de teoría poética judía en árabe, llamado Kitab al-muhadarah ua al-mudhakarah (cfr. Angeles Navarro Peiró: El tiempo y la muerte. Las elegías de Moseh ibn Ezra, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1994; Paul B. Fenton: Philosophie et exégese dans le jardin de la métaphore de Moïse Ibn Ezra, philosophe et poète andalou du XIIe Siècle, Leiden, 1996).
Siempre en al-Ándalus, el filósofo y moralista judío zaragozano Bahya Ibn Paquda (segunda mitad del siglo XI), influenciado por las corrientes gnósticas islámicas y neoplatónicas, escribió en árabe la «Doctrina de los deberes de los corazones» (al-Hidaya ila fara’id al-qulub), (Editorial S. Sigal, Buenos Aires, 1958) una de las obras maestras de la literatura ascética. Conviene resaltar que algunas de estas obras se han conservado hasta hoy gracias a su traducción en hebreo (habiéndose perdido la traducción árabe, o a la traducción latina a partir del hebreo).
El sevillano Abu Ishaq Ibrahim Ben Sahl (1212-1251, de origen judío, fue un notable poeta que se convirtió al Islam destacándose en el estudio de las ciencias coránicas, y llegando a ser secretario del gobernador musulmán de Ceuta (cfr. Ben Sahl de Sevilla: Poemas, Hiperión, Madrid, 1984).
Abd al-Yabbar Ibn Abi Bakr Ibn Hamdís nació en Siracusa en 1056. Cuando su patria fue invadida por los normandos en 1078, se vio obligado a exilarse en la corte del régulo de la taifa de Sevilla Muhammad Ibn Abbad al-Mutamid (1040-1095). Este, que también era un afamado poeta, lo tomó a su servicio por su facilidad en improvisar versos. Como también era un experimentado soldado, Ibn Hamdís participó de varias campañas guerreras en favor de los sevillanos.
Al-Mutamid era un monarca desviado del Islam, abandonado a las frivolidades del mundo. Sin embargo, cuando comprobó que al-Andalus estaba en peligro de ser sometido por los castellanos, solicitó el socorro de los almorávides, musulmanes ejemplares que dominaban una vasta región que se extendía del estrecho de Gibraltar a las orillas del Níger. Su hijo al-Rashid le advirtió que si llamaba a los rigurosos morabitos africanos, éstos no le perdonarían sus transgresiones y excesos pasados en contra de la religión. Al-Mutamid respondió: «Todo eso es verdad, pero no quiero que en las edades futuras me acusen de haber sido la causa de que al-Ándalus caiga en poder de los infieles; no quiero que mi nombre sea maldito en todos los púlpitos musulmanes. Si es menester elegir, prefiero ser camellero en África que porquerizo en Castilla». Luego que el caudillo Yusuf Ibn Tashfín (m. 1106) derrotó a Alfonso VI de Castilla en la batalla de Zalaca (23 de octubre de 1086), ordenó el apresamiento de al-Mutamid que fue conducido a Agmat (Marruecos) donde fue encarcelado hasta su muerte.
Allí lo siguió Ibn Hamdís y le dedicó algunas elegías. Entonces nuestro poeta se dirigió a la corte de los hamudíes de Bugía (hoy Constantina, Argelia) donde encontró protección. Allí siempre continuó expresando a través de la poesía su amor nostálgico por la Sicilia perdida.
En el fin de sus días, Ibn Hamdís se quedó ciego y murió en 1133, según unos en la isla de Mallorca, y en Bugía según otros en 1136.
Véase Adolf Friedrich von Schack: Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Hiperión, Madrid, 1988, pp. 227-239).
La formación de diversos estados iranios independientes entre los siglos IX-XI auspició el renacimiento del «persa medio» —pahlaví— bajo la forma de una lengua persa revitalizada por medio de numerosos préstamos léxicos y sintácticos del árabe, y en lo sucesivo transcrita en el alfabeto árabe. El persa o zabán-i farsí, el idioma de la provincia de Fars, o Pars, de la cual los griegos y demás occidentales tomaron el nombre para denominar a todo el país —un error similar a aquel de denominar Inglaterra a las Islas Británicas— era escrito y hablado en Irán o Arián (“la tierra de los arios”), y en una vasta región que ahora incluye Afganistán y la República de Tayikistán. El tayik e incluso el darí, uno de los dos idiomas oficiales de Afganistán (el otro es el pashtú, también de la familia irania), son variantes del persa (cfr. Bernard Lewis: The Middle East. A brief history of the last 2,000 years, A Touchstone Book, Nueva York, 1997, p. 247).
En este renacimiento cultural auspiciado y contenido por el Islam, la poesía surgida de la gran tradición épica de la antigua Persia, desempeñó un papel central. Véase Antonino Pagliaro y Alessandro Bausani: Storia della Letteratura Persiana, Nuova Academia Editrice, Milán, 1960; G. Morrison: History of Persian Literature from the Beginning of the Islamic Period to the Present Day, E.J. Brill, Leiden, 1981.Z. Safa: Anthologie de la poèsie persane (XIe XXe s.), Gallimard, París, 1987.
Abu Abdallah Ya’far Ibn Muhammad (859-940), llamado Rudakí, fue el «padre» de la recuperación de la antigua épica irania. Estuvo al servicio de Nasr II(m. 943), emir samaní de Bujará, y en los últimos años de su vida fue condenado a la ceguera, sin duda a causa de sus convicciones shiíes. Fue autor de cien mil dísticos, de los cuales sólo se conservan menos de mil. Se destacó especialmente en el panegírico y la elegía fúnebre. También llevó a cabo la versificación en persa de Calila y Dimna, la famosa colección de fábulas de origen indio, que había de convertirse en un clásico de la lengua árabe.
A Rudakí se le ha considerado como el verdadero primer poeta del Irán islámico, y ha sido llamado, a veces, «el Chaucer de Irán».
Abu-l-Qasim Mansur Ibn Hasan al-Firdusí (940-1020), hijo de un jardinero de Tus, nació en Baj, cerca de la actual Mashhad, provincia de Jorasán (Irán). En la Plaza Firdusí de Teherán, la capital de la República Islámica del Irán, hay una estatua de este poeta que tiene en la mano su obra cumbre, el «Libro de los Reyes» (Shah Nameh) y parece contemplar los picos nevados de la cordillera Elbruz que se recorta en el horizonte.
El inmenso poema (cerca de sesenta mil dísticos) fue compuesto por Firdusí durante más de treinta años y tuvo como recompensa material una escasa suma del indiferente, cruel e ingrato Mahmud de Gazna(971-1030), monarca a quien servía. Además, sus simpatías shiíes le acarrearon problemas. Firdusí compuso asimismo una serie de poemas líricos y versificó el Yusuf-u-Zuleija, basado en la historia del Profeta José. El «Libro de los Reyes» nunca ha dejado de enseñarse ni de recitarse (incluso en las casas de té) en el Irán, que continúa considerando este inmenso poema como su milenaria epopeya nacional. Véase A.M. Piemontese: Nuova Luce su Firdawsi: suo Sahnama datato 614 H./1217 a Firenze, en A.I.O.N. (Annali dell’Istituto orientali di Napoli, vol. X, Nápoles, 1980.
Un contemporáneo de Firdusí y poeta oficial de la corte de Mahmud de Gazna y la de su hijo Mas’ud, fue Onsorí (m. 1049), que escribió numerosos poemas líricos y casidas.
Nasir Josrou al-Marvazí al-Qubadiyaní (1004-1088) fue un poeta y teólogo persa que viajó hacia 1045 a La Meca, Palestina y Egipto. A su retorno al hogar, se vio obligado a exilarse en Badajshán (hoy Afganistán oriental), por ser adherente de la escuela shií de pensamiento. Es autor de un género llamado Safarnameh (poesía de viajes), un «Libro de la felicidad» (Sa’adat-nameh) y de composiciones filosóficas y teológicas como Raushana’i-nameh y Yami’ al-hikmatain (cfr. Henry Corbin: Etude préliminaire pour le Livre rèunissant les deux sagesses de Nasir-e Khosraw, Teherán, 1953). Su Safarnameh fue traducido al francés y editado por Charles Schefer, París, 1881.
Ilias Nizamuddín Abu Yusuf Ganyaví (1140-1203), más conocido como Nizamí Ganyaví, nacido en la ciudad santa de Qum, fue el mayor poeta iraní del género narrativo del siglo XII. Escribió cinco poemas o masnavíes, ciclo conocido como «el Quinteto» (Jamseh en árabe), inspirados en la épica preislámica persa: Majzán ul-Asrar (1179) o «Tesoro de los misterios», Josrou va Shirín (1180), sobre el rey sasánida Cosroes II y una princesa armenia, el popular Maynūn ua Laila o «Laila y Maynún» (de la cual Dante se inspiró para su historia de “Paolo y Francesca”), Haft Peikar o «Las siete bellezas» (su obra maestra) y el IskandarNameh o «Libro de Alejandro» (Véase la traducción al inglés de H.W. Clarke: The Sikander Nama, Londres, 1881), acerca del estratega macedonio, considerado un profeta por el Sagrado Corán, en donde recibe el nombre de Dulqarnain (cfr. Sura 18, Aleyas 83 y 98).
Haft Peikar narra la historia de Bahram Gur y sus siete esposas, princesas de diversas regiones del mundo. Cada día de la semana Bahram visita a una de sus consortes, que le cuenta una historia. Cada una de las siete historias tiene un tono y unas connotaciones diferentes, e ilustra un determinado aspecto del destino humano. Sin embargo, Haft Peikar no es sólo una colección de cuentos: es una una obra de ingenio, y de gran riqueza simbólica. En palabras del especialista Rudolf Gelpke, Nizamí «crea la imagen artística de un orden cósmico global de complicada simbología, que puede encontrarse en muchas civilizaciones». Es evidente que la ópera Turandot, última partitura del célebre compositor italiano Giacomo Puccini (1858-1924), está inspirada en el cuento de la princesa rusa Turandujt.
Guiazudín Abulfaz Omar Ibrahim al-Jaiamí (1048-1125), conocido en Occidente como Omar Jaiám (en árabe el epíteto al-jaiám significa “el fabricante de tiendas” e indicaría la profesión de su padre) nació en la ciudad de Nishabur, en Jorasán. Durante su juventud viajó por su provincia natal, y las vecinas ciudades de Balj (Afganistán y Samarkanda (Uzbekistán). Filósofo de la escuela de Avicena, fue además médico, astrónomo y matemático. Ni Jaiám se consideraba poeta de oficio, ni fue reconocido como tal por sus contemporáneos, como revela el hecho de que prácticamente todas las referencias que nos ha llegado sobre él lo definen como astrónomo o geómetra. Una de las causas de que su obra poética no trascendiera en su tiempo es, sin duda, no haber escrito un diván, requisito sine qua non para ser considerado poeta en aquella época. Como sabemos, Omar Jaiám se limitó a la composición de rubaiatas, cuya estructura se adaptaba mejor a la expresión de sus concepciones sobre la vida, probablemente como simple pasatiempo y sin el más mínimo propósito de trascendencia.
Su celebridad universal se debe a sus composiciones poéticas denominadas en persa Rubaiat (cuartetas), percibidas como epicúreas, pero en realidad completamente consubstanciadas con el gnosticismo islámico. Las versiones de las Rubaiat (plural de rubai) dadas a conocer en occidente a partir de 1859 por el inglés Edward FitzGerald (1809-1883) y otros europeos y norteamericanos, son, en su mayor parte, apócrifas y adulteradas, expresando un sentido que Omar Jaiám jamás manifestó. Un ejemplo es el simbolismo del vino, acompañado de palabras como taberna, embriaguez, etc.
Los poetas musulmanes del Irán como Jaiám, Sa’adi o Hafiz cuando en sus rimas se refieren a la embriaguez no aluden, como los occidentales pretenden o creen entender, a la borrachera del intoxicado por el alcohol sino al respeto y humildad de un alma piadosa, llena de amor a Dios, que liberándose de su ataraxia (imperturbabilidad, estado de indiferencia del hombre ante los problemas del mundo exterior), se pone en comunicación con la naturaleza y su Creador divino. El vino es un simbolismo místico en la poesía islámica por el cual se logra la embriaguez divina.
El sheij naqshbandí Abdel Ghani al-Nabulsí (1641-1731), polígrafo y místico de Palestina que vivió en Nablus y Damasco, que luchó por una teología y un sufismo reformados y fue un akbarí (seguidor de Ibn al-Arabi), dice: «El vino significa la bebida del amor divino que resulta de la contemplación de los rasgos de sus Bellos Nombres. Pues este amor engendra la embriaguez y el olvido completo de todo cuanto existe en el mundo» (cfr.Varios autores: Los escritores célebres, Gustavo Gili, Barcelona, 3 vols., 1966, Vol. I, p. 208).
Para la atribulada concepción de los occidentales, atada al materialismo y al hedonismo, el gnosticismo poético de los musulmanes resulta por su profundo contenido espiritual una perspectiva muchas veces inimaginable (cfr. E.G. Browne: A literary history of Persia, 4 vols., Cambridge, 1951-1953; Arthur J. Arberry: Clasical Persian Literature, Londres, 1958).
En realidad, este pensador iraní brilló en su ámbito más como científico que como poeta. Omar Jaiám está considerado como uno de los sabios más grandes del Islam. Entre la docena de tratados científicos suyos que se conservan, destaca su “Álgebra”, una obra maestra de la matemática medieval, en la que resolvió ecuaciones de segundo grado por medio de soluciones algebraicas y geométricas. Invitado por el sultán selyukí Yalaluddín Malik Sha (1055-1092), trabajó con los matemáticos del observatorio de Isfahán en la elaboración del calendario «Yalalí» (en honor del sultán). Este calendario solar se basó en unos fundamentos astronómicos más fiables que los del calendario gregoriano (ordenado por el Papa Gregorio XIII en 1582 para reemplazar al juliano del año 46 a.C.) y, según afirman los especialistas, presentaba tan sólo la desviación de un día ¡sobre 3.700 años! Actualmente, es el calendario vigente en la República Islámica del Irán. Véase Seyyed Hossein Nasr: Islamic Science. An Illustrated Study, World of Islam Festival Publishing Company Ltd., Kent, 1976, pp. 82 a 86, 96 y 143.
Fariduddín Muhammad Ibn Ibrahim Attar (1142-1225) fue un poeta místico shií y uno de los más trascendentes del Islam. Es escasa la información sobre «el perfumero» (attar en árabe), que pasó la mayor parte de su vida en Nishabur (Jorasán, Irán), y que murió durante las invasiones de los mongoles.
De los cien mil a doscientos mil versos que se le atribuyen, sólo han podido confirmarse como suyos los correspondientes a cuatro obras que por lo demás constituyen cuatro títulos fundamentales de la mística islámica.
El «Memorial de los santos» (en prosa) en árabe Tadhkirat al-Auliya’, en el cual se relata la experiencia mística de 72 sufíes, es una obra que pone al alcance del lector la significación profunda del misticismo islámico. De entre sus grandes composiciones poéticas (maznawí), «El Coloquio de los Pájaros» (Mantiq al-taír) es la más universalmente conocida. En esta obra, se relata el viaje iniciático y alegórico de treinta pájaros (símbolo de los peregrinos). Conducidos por una abubilla —en el Sagrado Corán, esta ave es mensajera entre el Profeta Salomón y la reina de los saba (Sura 27, Aleyas 20 a 29)—, que, tras muchos peligros y abatimientos, los lleva hasta la presencia del pájaro fabuloso conocido como Simurg, el ave que representa a Dios. Al término del viaje, y después de atravesar siete valles —cuyos nombres son Búsqueda, Amor, Confianza, Conocimiento, Independencia, Unicidad divina, del Asombro, y de la Indigencia y de la Muerte—, los pájaros peregrinos descubren su Yo profundo. Otras de sus obras, son «El libro divino» (Ilahí Nameh), donde demuestra en términos místicos la superioridad de lo espiritual sobre lo material a través de un diálogo entre un rey sabio y sus seis hijos, ávidos de poder y de riquezas, y «El libro de los secretos» (Asrar Nameh), un tratado sobre sufismo. La obra de Attar, al igual que la de ar-Rumí, ha ejercido una influencia considerable en todo el mundo musulmán, sobre todo en Irán. Véase Fariduddín Attar: The Ilahi-Nama or Book of God, trad. J.A.Boyle, Manchester University Press, manchester, 1976; Muslim Saints and Mystics (Memorial of the Saints), trad. Arthur J. Arberry, Routledge, Londres, 1979; Le Livre des secrets (Asrar-Nama), trad. C. Tortel, París, 1985; El Coloquio de los Pájaros, Manuel Aguiar, Montevideo, 1994.
Yalaluddín ar-Rumí (1207-1273) nació en la ciudad de Balj (Afganistán). Su padre, Bahauddín Ualad, fue un distinguido místico, escritor y maestro. Por la amenaza del acercamiento de los invasores mongoles, Bahauddín y su familia abandonaron su ciudad natal en 1218 trasladándose a Nishabur (Jorasán), donde encontraron a Fariduddín Attar, el cual regaló al joven Yalaluddín un libro de filosofía y lo encandeció en el amor a los estudios teológicos. Tras sendas estancias en Bagdad y Damasco, y luego de peregrinar a La Meca, Bahauddín y su familia llegaron a Anatolia, llamada Rum por los musulmanes (de ahí el nombre de ar-Rumí), por haber pertenecido a los bizantinos, herederos de los romanos o rumíes. Fue así que se instalaron en Konya (hoy Turquía) en 1228.
Hacia 1240, durante un viaje a Siria, Yalaluddín se encontró con el místico Ibn al-Arabi de Murcia (ver aparte). Un discípulo de este sabio andalusí, Sadruddín al-Qunauí, era colega y amigo de ar-Rumí en Konia. Pero el momento más decisivo en la vida de Yalaluddín ocurriría en 1244, cuando en la calle encontró a un piadoso sabio llamado Shamsuddín al-Tabrizí(de la ciudad de Tabriz, Irán), quien con su misticismo y generosidad influiría en ar-Rumí de tal modo que lo convertiría en uno de los más grandes místicos y poetas del Islam.
A partir de entonces, surgieron sus grandes obras: el «Diván de Shams», dedicado a su maestro Shamsuddín, el Maznaví con sus cuarenta y cinco mil coplas, compuesto bajo la influencia de otro sabio llamado Hesamuddín Çelebi, y una pequeña colección llamada Fihi ma fihi (“hay en ello lo que hay en ello”), donde expone sus ideas fundamentales sobre la filosofía y mística del Islam.
Ar-Rumí fundó en Konia la cofradía mística de los Mawlawiyya, de la que fue su sheij o maestro. Precisamente, del título que se le atribuyó en honor a sus méritos, Maulana (en árabe “nuestro maestro”), Mulaví en persa, Mevlana en turco, deriva el nombre de esta organización que luego fue conducida por su hijo Sultán Ualad, asimismo poeta místico.
Véase A. Reza Arasteh: Rumi, el persa, el sufi: Prefacio de Erich Fromm, Paidós Orientalia, Barcelona, 1985; Rumi: 150 cuentos sufíes. Extraídos del Mathnawi, Paidós Orientalia, Barcelona, 1996; Fihi-ma-fihi. El libro interior. Los secretos de Yalal al-Din, Paidós Orientalia, Barcelona, 1996; Djalal ud Din Rumi: Rubayats. Odas de la embriaguez divina, Obelisco, Barcelona, 1996; Shemsud-d-din El Eflaki: Los sufíes. Historia de la vida de Rumi. Selección de James Redhouse, Edaf, Madrid, 1997.
Musharifuddín Ibn Muslih, llamado Sa’adi (1213-1283), nació en el seno de una familia de teólogos de Shiraz (Irán) y se formó como místico en la famosa madrasa Nizamiyya de Bagdad, donde conoció la obra de Suhrawardi (ver aparte). Después de realizar diversas peregrinaciones a La Meca, viajó a Asia central, India, el Cercano Oriente, Yemen, Etiopía y Marruecos. En Palestina fue prisionero de los cruzados.
Luego regresó a su nativa Shiraz e ingresó en una cofradía mística. Considerado como uno de los tres grandes poetas clásicos del Irán y como el precursor de Hafiz, llevó a su apogeo el arte del gazal, composición poética afín a la casida.
En el Bustán (“El vergel fragante”), entreverado de anécdotas, reflexiona a lo largo de diez capítulos sobre la justicia, la equidad de los príncipes, el dominio de sí mismo, la meditación piadosa y el amor físico y místico. Su Gulistán (“La rosaleda”), escrita hacia 1258, es una obra extremadamente popular de la literatura persa en prosa, que sirvió de modelo a numerosos poetas persas, turcos e indios y que fue traducida en Europa en el siglo XVIII (cfr. Saadi: Gulistan. Le jardin des roses, Albin Michel, París, 1991). Otras de sus obras son Gazaliyat (“Líricas”) y Qusaid (“Casidas u Odas”), donde se lamenta de la caída de Bagdad y la opresión sufrida por los musulmanes luego de la invasión de los mongoles. Sa’adi tomó su apodo del nombre del atabeg (del turco: ata “padre”, y beg «señor») local, Sa’ad Ibn Zenguí.
Muhammad Shamsuddín (1325-1389), apodado Hafiz o «memorizador», por ser de esos creyentes que conocen todo el Sagrado Corán de memoria, nació y murió en Shiraz, ciudad a la que cantó en sus versos. Hafiz es el poeta más popular del Irán. Su Diván (“antología poética”) continúa siendo aprendido, leído y citado por todos los hablantes del persa. Fue un sheij piadoso y condujo a la comunidad musulmana de Shiraz durante el reinado de la dinastía de los muzafáridas (1313-1393). Hafiz ha dicho: «Si algo acerté a realizar, débolo todo al Corán». Goethe no se equivocó cuando le rindió homenaje en su «Diván de Oriente y Occidente».
Maulana Nuruddín Abderrahmán Ibn Ahmad, llamado Yami (1414-1492), estuvo relacionado con la brillante corte timurí de Herat, y en particular con su soberano y mecenas Husain Baiqara que gobernó el Jorasán a partir de 1470. Yami también fue amigo del visir y poeta turcófono Mir Alí Sir Nawa’í. De su fecunda obra destacan el diccionario biográfico de los místicos titulado «Céfiros de la calma», tres divanes poéticos —poemas de la juventud, de la madurez y de la decadencia—, la alegoría de «Las siete estrellas de la Osa Mayor» (Haft Ourang), en la que sobresale la conocida «Lamentación por la muerte de Alejandro», y, sobre todo, el Baharistán (“Morada de la primavera”). Uno de sus poemas más representativos es el dedicado a cantar la historia de Yusuf y Zulaija, —es decir, José y la mujer de Putifar— inspirándose en el pasaje correspondiente del Sagrado Corán (Sura 12, Aleyas 21 a 34). Véase Abderrahmán al-Jami: Los hálitos de la intimidad. Nafahât al-uns,Olañeta, Palma de Mallorca, 1987.
En el curso de sus tres mil años de vivencias en tierra iraní, los judíos de Irán han producido una magnífica literatura. Uno de sus más ilustres representantes es Emraní (1454-1536). Su principal trabajo es el Gany-Nameh, escrito en el estilo clásico persa. Este es un comentario versificado de un tratado que forma parte de la Mishná (Compilación jurídica del Judaísmo, que forma parte del Talmud), conocido en hebreo como Pirqé Abot («Capítulos de los Antepasados»). Véase David Yeroushalmi: Emrani’s Ganj-Name, a Versified Commentary on the Mishnaic Tractate Abot, E.J. Brill, Leiden, 1995.
La influencia de la prosodia persa se hizo sentir en la poesía escrita por los turcos desde el siglo XI. La literatura turca en lengua chagatay contó con el terreno de la prosa con las notables «Memorias de Babur» (Babur Nameh), cuyo verdadero nombre era Zahiruddín Muhammad (1483-1530), el primero de los Grandes Mogoles, y en cuanto a la poesía se desarrolló en la corte timurí de Herat en el siglo XV.
En el ámbito otomano, el persa fue durante mucho tiempo la lengua de la administración y de las buenas letras de los sultanatos turcos —los selyukíes, entre otros—, y después en el Imperio otomano. La poesía otomana culta del diván, que siguió las pautas de la prosodia persa —gazal, maznaví—, fue cultivada por numerosos poetas desde el siglo XIV al XVIII.
Yunus Emré (1238?-1320), místico que formó parte de los derviches errantes, es uno de los grandes poetas musulmanes turcos. Fue un cantor de la fraternidad y del amor místico en la época del reagrupamiento de los pueblos turcos en Asia Menor. Autodidacto, dominó el árabe y el persa. Su obra máxima es «El Libro de los preceptos», de gran religiosidad, donde evoca el sucederse de las alegrías humanas, de la duda y el dolor, junto al sentimiento de la nada y la eternidad. Algunos de sus poemas hablan con elocuencia de tolerancia y universalidad:
«Nuestro único enemigo
es el resentimiento.
No guardemos rencor a nadie;
para nosotros la humanidad es indivisible».
Su obra evoca el éxtasis de la comunión con la naturaleza y con Dios. Así escribió estos versos memorables:
«Cualquiera que posea una gota de amor
posee la existencia de Dios».
Su preocupación por el destino de todos los hombres, y en particular de los más desfavorecidos, da a su poesía una intensa emotividad. Yunús Emré afirma la existencia del amor universal, proclamando su fe en la fraternidad que trasciende todas las barreras y todos los sectarismos:
«No nos oponemos a ninguna religión.
El verdadero amor nace cuando todas
las creencias se unen».
Hombre del pueblo que escribió para el pueblo, adalid de la justicia social, Yunus Emré se rebeló valientemente contra todos aquellos gobernantes, propietarios, dignatarios políticos y seudorreligiosos que oprimen a los débiles y humildes. Su mensaje poético en favor de la paz y la fraternidad universal fue proclamando desde el Islam, hace más de setecientos años, cuando en el mundo occidental no existían derechos humanos, convenciones como las de Ginebra ni organizaciones como las Naciones Unidas:
«Venid, seamos amigos siquiera una vez.
Hagamos la vida más fácil.
Amemos y seamos amados.
Cuando surge el amor
desaparecen deseos y defectos».
La obra de Yunus Emré fue traducida por un transilvano que fue prisionero de los turcos durante un largo tiempo (1438-1458) e influyó notablemente en el pensamiento de tres prominentes humanistas occidentales, como el católico holandés Desiderio Erasmo (1466?-1536) y los reformistas alemanes Martín Lutero (1483-1546) y Sebastian Franck (1499-1542).
Véase Poèmes de Younous Emre, trad. G. Dino y M. Delouse, P.O.F., París, 1973; T. Halman: Yunus Emre and his Mystical Poetry, Indiana University, Indiana, 1981; M. Bozdemir: Yunus Emre, message universel, I.N.A.L.C.O., París, 1992.
Mir Alí Sir Nava’í (1441-1501), que nació y murió en Herat (hoy Afganistán), es una de las figuras más polifacéticas de la historia del Asia central. En su ciudad natal fue visir del sultán timurí Husain Baiqara (que gobernó entre 1470 y 1506), mecenas cuya brillante corte amparó a escritores y artistas como el poeta persa Yami y el miniaturista Behzad. Mir Alí Sir Nava’í es autor de cuarenta mil coplas, en las que trató de las leyenda amorosas preislámicas. Árabes (Laila y Maynún) y persas (Farhad y Shirín). Su obra ejerció una profunda influencia en el desarrollo ulterior de las literaturas turcófonas: azerí, uigur, tátara y otomana, y es el exponente por excelencia de la literatura turca chagatai. Sus obras incluyen una versión del romance islámico de Farhad y Shirín, y la prosa de Muhakamat al-lugatain, Mayalis an-nafais y Mizán al-Awzán.
Turco de origen azerí y de confesión shií, Mehmet Suleimán Fuzuli (1495-1556), que era hijo de un ulema, nació en Karbalá (Irak) y murió a consecuencia de la peste en la misma ciudad. Simple guardián de la tumba de Alí Ibn Abi Talib en al-Nayaf, fue el más destacado poeta otomano de su tiempo, junto con Baki, y también uno de los más grandes versificadores, tanto en turco como en persa, lenguas que dominó además del árabe. Su diván en persa, denota una inspiración personal, pero en la que verdaderamente se distinguió fue en la lengua turca, que utilizó para cantar el amor místico a la manera sufí. Sus obras principales son «Diván» y «Laila y Maynun».
Mahmud Abdul Baki (1526-1600) pese a que era hijo de un modesto muecín. Logró estudiar y, tras aprender el persa y el árabe, pasó a formar parte del cuerpo de los ulemas. En 1553, a raíz de una oda a Suleimán el Magnífico, se hizo amigo de este sultán que también cultivaba la poesía. Al morir Suleimán en 1566, escribió una «Oda fúnebre», la más vigorosa de sus composiciones. Conocido ya en vida como «el sultán de los poetas», Baki ha pasado a la posteridad como el más grande de los poetas otomanos clásicos. Dentro de esta escuela, también sobresalieron Newati (m. 1509) y Omer Nef’i (m. 1635). Más tarde, con la boga del florido estilo indopersa, destacaron Ahmad Nedim (1681-1730) y Mehmed Es’ad, más conocido como Galib Dede (1757-1799).
En los siglos XV y XVI, cuando una gran parte de la India era musulmana, se inició una simbiosis popular entre el misticismo islámico de origen persa y la corriente hinduista llamada bhaktí (culto personal directo, sin la mediación de sacerdotes ni ritos). El poeta y místico musulmán Kabir (1440-1518) fue el representante más importante de esta tendencia sincrética a través de la cual se preconizó la igualdad y hermandad de los seres humanos en general, sin distinción de raza, de casta y de creencia.
El soberano mogol Abu-l-Faz Yalaluddín Muhammad, más conocido como Akbar (1542-1605), fue un genio militar y mecenas de arquitectos, calígrafos, miniaturistas, pintores y poetas. Su tolerancia y convivencia con los hindúes se extendió a los misioneros jesuitas, con quienes discutió en un plano de igualdad sobre los más diversos tópicos (cfr. L. Frédéric: Akbar: le Grand Moghol, Denoël, París, 1986; Sri Ram Sharma: The Religious Policy of the Mughal Emperors, Coronet Books, Filadelfia (Pennsylvania), 1989.
Su consejero y primer ministro Abu l-Fazl al-Alamí (1551-1602) redactó el Akbar Nameh, biografía-panegírico del emperador. Junto a los libros de historia, las obras literarias constituyeron el segundo polo de atracción de Akbar. En el primer rango de este tipo de literatura figura el Hamza Nameh, relato épico sobre las hazañas de Amir Hamza, el tío del Profeta Muhammad. Según Abu Fadl, este manuscrito contenía en su versión original más de 1400 miniaturas de gran formato (hasta 75 x 60 ctms.), pertenecientes por entero a la tradición timúrida y ejecutadas a la aguada por dos pintores persas: Mir Seied Alí y Abd al-Samad. Sin embargo, los grandes poetas mogoles comenzarán a aparecer en la decadencia de la dinastía y con la llegada de los invasores ingleses.
Bahadur Shah II (1775-1862) fue el último emperador musulmán de la India que fue depuesto por los británicos a raíz de la insurrección de 1857 y, posteriormente, exilado en Birmania. Fue un talentoso poeta en lengua persa y una de sus poemas, rescatado por el historiador musulmán indio Mahdi Husain en su obra Bahadur Shah II and the War of 1857 (Delhi, 1958), reflejan la patética hora que le tocó sufrir al pueblo indomusulmán:
«Violadas las gentes de Hind
nadie envidiará su suerte.
A quienes halló justos y libres
pasó por la espada
el amo del día presente».
Ullah Jan es conocido como Galib (1797-1869). Nacido en Agra, de temperamento aristócrata, bondadoso y tolerante —sus amistades fueron tanto hindúes como musulmanas—, Galib, que vivió en la última época de la India mogola, está considerado como el gran poeta de la lengua urdu, la oficial en la actual República Islámica del Pakistán. Virtuoso de la rima y del ritmo, fue uno de los más conspicuos representantes del gazal cultivado por la escuela de Delhi (ciudad en la que fijó su residencia). Poeta de fácil inspiración, utilizó elementos autobiográficos para cantar con bellas imágenes la angustia, la frustración y el éxtasis del amor. La mayoría de sus poemarios se publicaron póstumamente.
El último gran poeta de esta escuela será Juawa Altaf Husain Hali (1837-1914), adherente al movimiento panislámico, quien escribirá con amargura sobre la decadencia del Islam en la India.
Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh
Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.
www.islamoriente.com Fundación Cultural Oriente