Primavera
Todo el mundo, con una especie de alegría, nos anuncia hoy que ha llegado la primavera. Al escuchar hablar tanto de ello se me ha venido a la cabeza otra primavera, esa de la que se lleva hablando tanto tiempo sin que de momento hayamos podido percibir el olor ni el color de sus flores.
Eso que se dio en llamar “Primavera árabe” tenía desde un principio cierto tufillo sospechoso que hacía recordar esas revoluciones de colores que a través de la CIA, la Fundación Soros, la organización USAID, o el National Endowmentfor Democracy, son fomentadas desde la primera década de este siglo para intentar acabar con gobiernos o dirigentes poco amigos, consiguiéndolo como en algunos casos del este de Europa, o fracasando estrepitosamente como por ejemplo las veces que se ha intentado en Irán.
Es indudable, que desde el principio, en buena parte de los países dónde han surgido protestas, estas se han visto acompañadas de verdaderos movimientos de masas que de manera sincera exigían reformas de mínima justicia a sus regímenes, todos corruptos por igual; recordemos los casos de Túnez, Egipto, Yemen o Bahrein. Pero también parece cada vez más cierto que junto a estos casos de lo que podríamos llamar espontaneidad popular se han dado otros, flagrantemente en Libia y en Siria, de artificiales levantamientos populares incapaces de esconder las verdaderas conspiraciones internacionales que estaban tras ellos.
Incluso en los del primer caso, es cada vez más evidente que estas masas fueron utilizadas, donde convenía (Túnez o Egipto), como herramientas para luchas internas por el poder en los propios regímenes, en los que una vez derrocados los jefes de estado de turno poco o nada ha cambiado para ese pueblo manifestante cuyas ilusiones se difuminan día a día, quedando sólo el ascenso de una nueva casta de políticos a los que se les ha invitado a unirse en el festín. Esto se ve muy claro en Egipto, donde la élite gobernante, o lo que es lo mismo, la élite de las fuerzas armadas quería deshacerse de Mubarak al no compartir la idea de este de convertir Egipto en una de esas repúblicas hereditarias al estilo coreano, sobre todo, porque el hijo a elegido por Mubarak no es militar. Hoy vemos como en Egipto el poder sigue siendo detentado por el ejército, y nada apunta que realmente vaya a dejar de ser así en un futuro más o menos cercano.
En los casos donde el objetivo de las masas no convenía a la “política internacional”, o lo que es lo mismo, a la política americano-sionista, estas masas y sus revoluciones simplemente han sido olvidadas por todos; en Yemen intentando que se derrumbaran por extenuación, con más de un año de multitudinarias manifestaciones diarias y represión, que lo único que han logrado es el retiro dorado del Presidente ‘Ali Abdullah Saleh y su sustitución por el número dos de su régimen, y en Bahrein simplemente eliminada de las calles a golpe de fuego, con intervención extranjera incluida y las mayores bendiciones de los EE.UU.
El comportamiento cínico de eso que, repugnantemente, se ha dado en llamar “comunidad internacional” no ha ayudado en nada a alejar ese tufillo que la “Primavera árabe” deja a su paso, pues al tiempo que deja caer sus lágrimas de cocodrilo ante el sufrimiento -real o inventado- de algunos, es decir, de los que conviene a la política americano-sionista, poniendo todo su aparato diplomático, mediático e incluso militar al servicio de estas revueltas (véase por ejemplo Libia o ahora Siria), son absolutamente insensibles ante del sufrimiento de otros, es decir, de los que no conviene a la política americano-sionista.
A este respecto podemos hacer una comparación del comportamiento de esta supuesta “comunidad internacional” y la realidad sobre el terreno, en dos países en los que actualmente existen movimientos de protesta -Bahrein y Siria- y en los que esta “comunidad” se ha volcado a favor del derrocamiento del presidente Bashar Assad y del mantenimiento al ultranza del régimen del rey Hamad ibn ‘Isa al Jalifa.
Vemos que, según la prensa y algunas organizaciones humanitarias internacionales, la mayoría de la población siria apoya al Presidente Assad, mientras que por el contrario, la mayoría de la población Bahrein se opone al rey Al Jalifa.
Vemos como, y siempre según las mismas fuentes, casi la mitad de la población, el 44% , participa en las movilizaciones contra el rey de Bahrein, mientras que sólo un máximo del 2’5% lo hacen en contra del presidente sirio.
Vemos como en el caso sirio existe una oposición armada que practica el terrorismo compuesta en buena parte por mercenarios extranjeros, mientras que la oposición de Bahrein siempre ha utilizado métodos pacíficos.
Vemos como en el caso de Bahrein se ha utilizado a fuerzas extranjeras para reprimir a su población, mientras que en el caso sirio el elemento extranjero está únicamente en el campo de los grupos armados que se oponen al gobierno.
Vemos como el reino de Bahrein practica una política de división sectaria de su población, mientras que el gobierno sirio siempre ha favorecido la unidad nacional por encima del sectarismo religioso, siendo tal vez Siria el país árabe donde exista una mayor libertad religiosa real.
Vemos como, resultado de los reclamos de su población, el gobierno sirio emprendió incluso una reforma constitucional apoyada en referéndum por la mayoría de la población siria, mientras que el rey bahreiní no ha cedido a la más mínima e insignificante demanda popular.
A pesar de todo, vemos como Siria está sometida a graves sanciones diplomáticas y económicas por esa “comunidad internacional”, (o lo que es lo mismo, EE.UU. y sus países cómplices), mientras que respecto a Bahrein es como si este país, y su población oprimida, no existiese.
Todavía no hemos podido oler ninguna fragancia de esa primavera marchita. Lo único que hasta el momento ha mostrado es un ascenso regional del poder de la diplomacia saudí y qatarí -para mayor alegría de los EE.UU y el ente sionista de Israel-, quienes directamente o a través de interpuestos controlan todos los países donde supuestamente esta primavera debía haber florecido. No obstante, Dios así lo quiera, todo esto ha podido ser un primer paso para un futuro en el que el despertar islámico de los pueblos árabes, lleve al florecimiento de una verdadera primavera que expulse de la faz de la tierra a todos esos gobiernos traidores, corruptos y entreguistas que hoy siguen dominando esas tierras. Insha Allah.
Mikail Alvarez Ruiz
Fundación Cultural Oriente