En los primeros años del Islam, debido a ciertas circunstancias, era permitida la esclavitud. Pero luego, considerando que el progreso de la razón humana forzaría un día al hombre a renunciar a esta práctica de los seres humanos en contra de otros seres al considerarla inhumana e irracional, ¿por qué se le permitió que continuara?Si la razón para aprobar el sometimiento de los infieles en cautiverio era convertir sus almas a la comunidad musulmana, entonces ¿por qué sus hijos, aunque musulmanes, fueron reducidos al cautiverio? La repuesta de que el Islam había tomado una serie de medidas para facilitar su libertad no justifica la aprobación de la esclavitud en primer lugar, ni el sometimiento de muchos de los asuntos religiosos de los esclavos a la discreción de su amo.
En la jurisprudencia Islámica, Taqlîd es “el que una persona que no es conocedora de la jurisprudencia recurra a un jurista especializado en busca de su opinión en asuntos legales”. Recurrir a los expertos de esta manera es un proceder lógico. De hecho, el argumento más sólido que avala la legalidad del Taqlîd es la sabiduría convencional, que dice que los que no saben deben siempre recurrir a los conocedores y especialistas en los asuntos concernientes al campo de especialidad. Cualquier evidencia textual que pueda citarse del Corán, como la aleya que dice:“Preguntad a la gente del recuerdo (gente sabia e informada en la religión) si no sabéis.”
Una de las particularidades psicológicas del hombre es el deseo y la aspiración innata por conocer la verdad e informarse sobre la realidad. Surge en cada hombre en su misma infancia y se extiende hasta el fin de su vida.Esta búsqueda innata de la verdad, que a veces se denomina sentido de curiosidad, puede incentivar al hombre a pensar en los asuntos religiosos, y proponerse conocer la verdad sobre ellos. Por ejemplo: ¿Existe, acaso un ser oculto, no sensible, inmaterial? En caso de que efectivamente exista, ¿hay comunicación entre ese mundo oculto y el mundo material y sensible?
Estamos unidos a las esperanzas de la humanidad y estamos atrapados entre los opresores. Por tanto nuestra vista está completamente entrenada en el adviento del gran salvador que vendrá para establecer el gobierno divino, de modo que para nadie haya necesidades y para que no haya injusticia en el mismo.Estamos convencidos de la llegada de la era de justicia en la cual la injusticia, la opresión y la esclavitud serán erradicadas y se extenderán el amor, las cualidades morales elevadas, la igualdad y el sacrificio entre la gente, y a la sombra de dicho gobierno los poderes que juegan con la vida humana y expanden la destrucción sobre la tierra serán destruidos y suprimidos.
En realidad, la historia misma del Islam, se inicia el día en que Muhammad es designado profeta. A partir de ese acontecimiento se suceden multitud de eventos que, en muy pocos años, cambiaron la faz del mundo. Ese día, en el que Muhammad fue elegido para guiar y albriciar a la humanidad y en el que oyó la voz del ángel que le decía: “Ciertamente eres el Mensajero de Dios”, asumió una gran responsabilidad. La misma gran responsabilidad que cupo a todos los profetas que le precedieron.
La doctrina islámica, que mejor que ninguna otra garantiza y protege la felicidad humana en la vida, se presenta a los musulmanes a través del Sagrado Corán. Las cuestiones religiosas del Islam, que consisten en una serie de creencias y leyes morales y prácticas, tienen su origen en el Libro revelado. Dios Altísimo dice en el Corán :“Ciertamente esteCoránguía hacia lo más justo (recto)”. (17:9)
Contenido: El Significado de Din, Fundamentos y ramas del Din, Cosmovisión e Ideología, La Cosmovisión divina y materialista, Las Religiones celestiales y sus principiosTal como se explica en lógica, el origen de los conceptos, ideas o sus deben anteceder a las demás consideraciones.La palabra Din, es una palabra árabe que significa obedecer y retribuir, y en un uso técnico se emplea para designar la creencia en un Creador para el mundo y el hombre, así como las disposiciones prácticas correspondientes a esta creencia...
El Gran Profeta Muham­mad (BP) falleció en los comienzos del año XI de la héjira lunar, luego de veintitrés años de esfuerzo en el camino de anunciar la sharî‘ah o ley islámica.Con el fallecimiento del Gran Profeta (BP), concluyó la Revela­ción, y se selló la profecía, y de esa manera no hubo ni habrá más profeta después de él, ni otra ley divina después de la suya; sin embargo, los debe­res y obligaciones que pesaban sobre los hombros del Profeta Muhammad (BP), a excepción de lo concerniente a recibir Reve­lación y su anunciación, ob­viamente no concluyeron.
La naturaleza primigenia de la humanidad juzga que el ser humano no acepte sin pruebas ninguna afirmación. Aquél que acepta algo o lo pre­supone sin pruebas, está contrariando su naturaleza humana. La afirmación de ser pro­feta es la mayor invocación que puede realizar una per­sona. Es evidente que para de­mostrar tremenda preten­sión debe exponer pruebas con­tundentes al respecto. Esa prueba puede ser una de las tres cuestiones siguientes: 1- Que haya sido estipu­lado claramente por un pro­feta anterior cuya profecía haya sido categóricamente es­tablecida, así como el Profeta Jesús (P) anunció y dio albri­cias de la profecía de Muham­mad, el Sello de los Profetas...
Dios, el Prudente, eli­gió a al­gunos hombres probos para guiar y orientar a la humani­dad, haciéndolos responsa­bles de hacer llegar Su Men­saje a to­dos los miembros de la espe­cie humana. Estos hom­bres son los Profetas y Mensajeros por cuyo medio fluyó la gracia de la guía de parte de Dios, Glorificado Sea, a Sus sier­vos. Esa gracia bendita co­menzó con la Revelación de parte de Dios, desde que el gé­nero humano llegó a estar preparado para aprovecharse de ella, y continuó hasta la época del Gran Mensajero del Islam (BP).Debemos saber que la reli­gión de cada uno de los profe­tas se considera como la más completa en relación a su época, y su legislación como la más íntegra. Si esa gracia divina no se hubiera prolon­gado, la humanidad no hubiera alcanzado su nivel de perfec­ción.