El Profeta expulsó de Medina a los judíos de Banu Nadir debido a su violación del pacto suscripto entre ambas partes. Banu Nadir al emigrar se estableció parte en Jaibar y parte en Sham (DamascoSiria). Los líderes de Banu Nadir, en plan de venganza, se empeñaron en conspirar contra el Islam. Una delegación viajó a la Meca e instó a los quraishitas a emprender la guerra contra Muhammad, formando una gran coalición en su contra. Sucintamente digamos que en esta batalla se formó una poderosa coalición integrada por los inicuos árabes y los judíos que sitió la ciudad de Medina durante un mes. Los musulmanes, dado que debían enfrentar una alianza más amplia que las anteriores, se atrincheraron en la ciudad y cavaron un foso o zanja alrededor de la misma, y es por este motivo que esta guerra se conoce con uno de dos nombres: batalla de los confederados” (Al-Ahzab), o bien “batalla del foso” (Jandaq).
Uno de los más elevados objetivos del Profeta consistía en fomentar la unión entre la gente, en reunirlos bajo una nueva bandera, la de la moral, la devoción y el temor de Dios, y enseñarles que el único criterio para evaluar a una persona y su prestigio lo constituyen las virtudes morales y las cualidades humanas. Era preciso para ello enfrentar multitud de arraigadas tradiciones. Un ejemplo de ellas era que un aristócrata (miembro de un clan o tribu de prestigio), no podía contraer nupcias con una persona de bajo nivel económico y de filiación desconocida. Para erradicar esta costumbre nada mejor que comenzar por la propia familia. Por lo tanto el Profeta unió en matrimonio a su prima Zainab, nieta de Abdul Muttalib, con su ex esclavo Zaid, para que la gente supiera que los prejuicios irracionales y sus limitaciones debían ser abolidos, a partir de esta enseñanza del Profeta: el hombre y la mujer musulmanes son iguales, y la vara para medirlos es su piedad. Para conseguir este objetivo Muhammad se dirigió a casa de Zainab y pidió su mano para Zaid. En un principio tanto ella como su hermano no demostraron estar conformes, pues aún los influía el prejuicio de la época...
Tras el final de la batalla los efectos políticos de la derrota de los musulmanes quedaron a la vista. A pesar de mostrarse firmes y pacientes contra el enemigo victorioso, impidiendo una nueva ofensiva después de Uhud, las instigaciones internas y externas para exterminar el Islam se acrecentaron. Los hipócritas, los judíos medinenses, los inicuos de las afueras de la ciudad y las lejanas tribus impías, se llenaron de osadía y no cesaron de instigar, de tramar complots y reunir huestes y armas para derribar la fe naciente. Con gran habilidad el Profeta fue sorteando estos múltiples obstáculos. Sofocaba las sublevaciones internas y se imponía a las tribus, también internas, que intentaban atacar Medina. Le fue informado en cierto momento que la tribu de Banu Asad había planeado tomar Medina, realizar una matanza y saquear los bienes de los musulmanes. De inmediato el Profeta envió a un grupo de 15 personas, comandadas por Abu Salama, al lugar donde se encontraban los intrigantes. Muhammad le había ordenado al comandante ocultar el motivo principal de su viaje, y tomar un camino desconocido por el enemigo. Le ordenó a este fin descansar durante el día y viajar de noche.
Los hipócritas y los judíos de Medina, alegres y envalentonados por la derrota de los musulmanes en Uhud y por la masacre de las delegaciones para la difusión de la fe, buscaban una oportunidad propicia para sublevarse. Estaban empeñados en convencer a las tribus de que en Medina no había unidad y que los enemigos externos podían, en cualquier momento, derrocar al joven gobierno islámico. Para ponerse al tanto de las intenciones e ideas de los judíos de Banu Nadir, el Profeta y un grupo de sus compañeros se dirigieron a su fortaleza en la cual vivían. Su objetivo aparente era pedirles ayuda en el pago de la indemnización mencionada en el capítulo anterior, ya que ellos habían establecido una alianza tanto con los musulmanes como con la otra tribu, la de Banu Amer. En semejante circunstancia era un deber ayudarse mutuamente.
La noticia del triunfo islámico en Badr fue adelantada en Medina por dos soldados musulmanes. Aún el ejército triunfante no había regresado a la ciudad cuando un hábil y elocuente poeta llamado Ka‘b Ashraf, de madre judía, enfurecido por la noticia, había comenzado a difundir informaciones falsas por todos lados. Ya era conocida su inclinación a componer poesías contra el Profeta y en elogio y estímulo de sus adversarios. Cuando se enteró del éxito de los musulmanes dijo: “Sin duda que debajo de la tierra se está mejor que sobre ella”. Seguidamente partió hacia la Meca y allí comenzó a recitar y difundir poemas instigadores. A su regreso a Medina sus incitaciones insidiosas no tenían límite. Era tal su furia que en muchas de sus diatribas llega hasta a ofender a las mujeres musulmanas. Un hombre así era el ejemplo vivo del “corruptor de la tierra”: “El único castigo para quienes luchan contra Dios y Su Mensajero y siembran la corrupción en la tierra consiste en que se le ajusticie o se le amputen la mano y pie opuestos, o se les destierre. Tal será para ellos una afrenta en este mundo y en el otro sufrirán un severo castigo.” (5:33)
La batalla Uhud se abatió como un huracán en el corazón de la península arábiga. Un huracán que arrancó de cuajo una parte de las profundas raíces de la incredulidad y la idolatría.
En esa batalla habían encontrado la muerte un grupo de los principales jefes de Quraish, otros tantos fueron hechos prisioneros y el resto había escapado humillado. La noticia: de este fracaso de Quraish corrió de boca en boca por toda Arabia. Al huracán siguieron el miedo y el desconcierto. Las tribus idólatras, los ricos judíos de Medina y los judíos de Jaibar y Uadiul Qura, quedaron pasmados del creciente avance y poder del joven gobierno islámico. Veían su propia situación al borde del abismo; nunca creyeron que la fuerza del Islam podía crecer tan rápidamente, y mucho menos que venciera al arraigado poder de Quraish.
El mejor escudo para resguardar la decencia y la pureza del alma es el casamiento. El Islam, refrendando una exigencia de la naturaleza humana, ha incentivado la concreción del matrimonio. Dijo el Profeta (B.P.): “Quien quiera enfrentar a Dios con un alma pura, debe casarse”. Y dijo también: “Será un honor para mí en el Día del Juicio Final ver que mi comunidad es numerosa”.
El alcohol y los embriagantes en general constituyen uno de los mayores azotes de las sociedades humanas. Para justificar nuestro rechazo a este mortal veneno es suficiente decir que atenta contra el mayor capital que posee el hombre: su razón. La felicidad del hombre está garantizada por el intelecto. Todos sabemos que en el intelecto radica la diferencia entre el ser humano y los otros seres vivos. Y el embriagante es justamente su anulador. Esta prohibición se encuentra en los mandatos de todos los Mensajeros y Profetas enviados por Dios y tiene vigencia en todas las religiones sin excepción.
Una de las grandes y más conocidas batallas libradas por el Islam (y la primera) fue la de Badr. Los que participaron en la misma gozaron posteriormente de un especial privilegio y distinción. Los sucesos en que participaban quienes combatieron en Badr y el testimonio que daban en cualquier asunto eran considerados de mucho valor. A los que intervinieron en Badr se los llamaba Badrí.
El objetivo de este capítulo es dilucidar las claves de una serie de expediciones bélicas que comenzaron en el octavo mes del primer año de la Hégira y continuaron hasta el mes de Ramadán del segundo año.
El primer año de la Hégira transcurrió con dulzuras y amarguras. El honorable Profeta y sus seguidores entraron en el segundo año de su estancia: en Medina. El segundo año de la Hégira contiene acontecimientos de mucha importancia, siendo dos los más destacables: el cambio de la qiblah (orientación para la oración) y la batalla de Badr.
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