EL PODER DE ATRACCIÓN EN ‘ALI (P) –I
SHIISMO; LA RELIGIÓN DEL AMOR
Por: Prof. Murtada Mutahhari
En la introducción al primer volumen de «El Sello de los Profetas» (Játim-e Paiambarán) se dice respecto al tema de los llamamientos o convocatorias (por parte de los Mensajeros divinos o de líderes del pensamiento o la política) al género humano:
«Las convocatorias que se han producido entre los hombres no han sido siempre las mismas, ni los influjos de su llamamiento han sido siempre del mismo tipo.»
«Algunas convocatorias y sistemas de pensamiento son unidimensionales pues se enfocan y apuntan en un solo sentido. Cuando aparecen aglutinan a un amplio espectro de personas, millones adhieren a ella, pero cuando pasa su tiempo llegan a un fin y desaparecen siendo relegadas al olvido.»
«Algunas son bi-dimensionales, sus influjos se esparcen en dos direcciones. Mientras atraen a un amplio espectro de personas y además progresan por algún tiempo, su ámbito de acción no queda confinado a la dimensión espacial sino que se extiende también a la temporal.»
«Y algunos otros progresan en una multitud de dimensiones. No sólo los vemos atraer a un amplio espectro de personas de diversas sociedades humanas, y notamos el efecto de su influencia en cada continente, sino que también percibimos que abarcan la dimensión temporal, es decir que no están confinados a una época o era. Rigen con todo su poder siglo tras siglo. Y además, echan raíces en las profundidades del espíritu humano, y la verdadera esencia del corazón del pueblo queda bajo su dominio. Gobiernan en la profundidad del alma y toman las riendas de las emociones en sus manos. Este tipo de convocatoria tri-dimensional es exclusiva de la cadena de los Profetas.»
«¿Qué escuelas de pensamiento, intelectuales o filosóficas, pueden hallarse que, como las grandes religiones mundiales, ejerzan su influencia sobre cientos de millones de personas durante treinta siglos, o veinte siglos (como el cristianismo), o al menos catorce siglos (como el Islam), asimilándose profundamente en la más íntima esencia de esos pueblos?»
Las fuerzas de atracción son, en resumen, de estas clases: se ejercen en una, dos y a veces tres dimensiones.
El poder de atracción de ‘Alí (P) fue de este último tipo. No sólo cautivó a un amplio espectro de la sociedad humana de su época, sino que no limitó su acción a uno o dos siglos; por el contrario ha seguido creciendo y extendiéndose a lo largo del tiempo. Es un hecho indudable que su poder ha iluminado las páginas de los siglos y las distintas eras habiendo accedido a lo más profundo de los corazones y las almas al punto que, después de cientos de años, cuando se mencionan y se escuchan sus virtudes se derraman lágrimas, y la memoria de sus sufrimientos se actualiza al punto que hace que aún sus enemigos se sientan afectados y vean llorar sus ojos. Esta es la más poderosa de las fuerzas de atracción.
De aquí se desprende que el vínculo entre el hombre y su religión no es de tipo material, sino de otra clase, en suma que ese vínculo se conecta en realidad con el espíritu del género humano.
Si ‘Alí (P) no hubiera sido animado por el espíritu de lo divino, y si no hubiera sido un hombre de Dios, habría sido olvidado. La historia humana registra a muchos grandes hombres, paladines de la retórica, del conocimiento y la filosofía, del poder y la autoridad, hombres imbatibles en el campo de batalla, pero todos fueron olvidados por la gente, y son casi completamente desconocidos hoy día. Pero ‘Alí no sólo no murió cuando fue martirizado, sino que se volvió más vivo aún. Dijo bien cuando expresó: «Son destruidos los que (sólo) amasan riquezas aunque sigan vivos, pero los sabios permanecen mientras dure el acontecer. Sus cuerpos pueden haber desaparecido, pero sus ejemplos continúan existiendo» (Nahÿu-l-Balaga, dicho 47).
Y respecto de su propio carácter dijo: «Mañana veréis mis días y se desvelarán para vosotros mis secretos, y cuando quede vacío mi lugar y otro lo ocupe entonces me conoceréis» (Nahÿu-l-Balaga, sermón 149)
Iqbal escribió:
Mi propia época no comprende mis profundos significados,
Mi José no es para este mercado.
Desespero por mis antiguos paladines,
Mi Sinaí arde a causa del Moisés que está viniendo.
Su mar es silencioso como el rocío,
pero mi rocío es brava tormenta, como el océano.
Mi canción es de otro mundo que el suyo:
Esta campaña llama a otros viajeros a tomar el camino.
Muchas veces un poeta ha nacido después de su muerte.
Abrió sus ojos cuando los suyos ya estaban cerrados,
y se alejó nuevamente de la nada,
como rosas floreciendo sobre la tierra de su tumba.
Ningún río contendrá mi Omán:
Mi corriente requiere todo el mar para que la contenga.
Resplandecen los relámpagos dentro de mi alma,
Sobrepasé la montaña y la planicie.
Me fue dado a beber de la Fuente de la Vida,
y fui hecho un adepto del misterio de la vida.
Nadie ha contado el secreto que contaré
o enhebrado una perla de pensamiento como la mía.
El cielo me ha enseñado este saber,
no lo puedo ocultar de mis camaradas[1].
Una de las más notables marcas distintivas del shiismo sobre otras doctrinas es que su fundamento y pilar es el amor. Desde la época misma del Profeta, que sentó las bases de esta escuela, ha estado infundiendo amor. Cuando escuchamos entre las palabras del Profeta (BPD) el dicho que dice: «‘Alí y sus seguidores (su shi’ah) serán los triunfadores»[2], vemos que ya había un grupo alrededor de ‘Alí que lo veneraba y tenía por él un enorme afecto y afición. Por esto decimos que el shiismo es la religión del amor y la devoción: tomar a ‘Alí como nuestro amigo íntimo es el camino del amor.
El amor es un elemento que se ha compenetrado completamente con el shiismo, y su historia está unida a una larga cadena de gente desconocida, devotos pletóricos de amor y espíritu de sacrificio.
Aunque ‘Alí administró a algunos los castigos que dispone la ley divina, aplicándoles latigazos y ocasionalmente ejecutando a alguno cuando correspondía por las normas del Islam[3], ellos no se apartaron de él ni su amor disminuyó en lo más mínimo. El mismo dijo: «Si golpeo la nariz de un creyente con esta mi espada para que se convierta en mi enemigo, ello no logrará despertar su hostilidad; y si pongo todo el mundo (con sus riquezas) en las manos de un hipócrita para que me aprecie, nunca me apreciará, porque esto ya está decretado y fue comunicado por el Profeta (BPD) cuando dijo: “¡’Alí!, el creyente jamás será tu enemigo y el hipócrita jamás te amará”.»[4]
‘Alí es entonces como un criterio básico para examinar la naturaleza y el temperamento humano: aquél que posea una naturaleza sana y un temperamento puro jamás se ofenderá con ‘Ali, aún cuando su espada haya caído sobre su cabeza; mientras que aquél que detenta una naturaleza enferma jamás mostrará ningún afecto por él, aunque reciba de su parte grandes favores, porque ‘Alí no es sino la corporización de la verdad.
Había entre los seguidores del Príncipe de los creyentes un hombre bueno y creyente que, desafortunadamente, cayó en el error y tuvo que ser castigado. El Príncipe de los creyentes cortó los dedos de su mano derecha. El hombre tomó su mano seccionada y se fue. Ibn Al-Kauuá’, un sedicioso jariyita, quiso sacar ventaja de este acontecimiento para su propio grupo en contra de ‘Alí, fue a ver al hombre en cuestión y, con aire de compasión, le preguntó: «¿Quién cortó tu mano?»
«El líder de los sucesores del Profeta», respondió, «el conductor de los piadosos el Día de la Resurrección, el más justo entre los creyentes, ‘Alí Ibn Abi Talib, el Imam de la buena guía, cortó los dedos de mi mano derecha... El es el primero en alcanzar los jardines de la delicia (el Paraíso), el paladín de la bravura, el combatiente contra los promotores de la ignorancia, el distribuidor del zakat... el líder del camino recto y perfecto, el que no profiere sino la verdad y lo apropiado, el paladín de La Meca, el de excelencia inmutable». «¡Pobre de tí!», exclamó Ibn Al-Kauuá’, «Cortó tu mano y lo exaltas de esta forma».
«¿No debería exaltarlo ahora», respondió, «porque su amistad está mezclada con carne y sangre? ¡Juro por Dios que no cortó mi mano sino por una obligación que Dios ha establecido!»[5]
Este afecto y amor que vemos así expresado en la historia de ‘Alí y sus seguidores nos obliga a ocuparnos un poco del tema del amor y sus resultados.
Los poetas persas llamaban al amor «elixir» (árabe: al-iksír). Los alquimistas, por su parte, creían que existía una substancia en el mundo a la que llamaban también elixir[6] o piedra filosofal, que podía obrar la transmutación de una substancia en otra, y la buscaron durante siglos. Los poetas hicieron uso de esta terminología y afirmaron que el verdadero elixir, el que tiene el poder de transformar, es el amor, porque es el amor lo único que puede transmutar el alma. El amor posee aquellas propiedades de la piedra filosofal que cambia una naturaleza en otra, y las personas son también de distintas naturalezas, como dice el dicho: «Las personas son minas, como las minas de oro y de plata».
Es el amor lo que hace de un corazón tan noble órgano, y si no hay amor no hay corazón, sino sólo arcilla y agua.
Todo corazón que no se inflama no es un corazón,
un corazón frío no es sino un puñado de tierra.
¡Dios! Dame un pecho que esté en llamas,
y en ese pecho un corazón,
y que tal corazón sea consumido por el fuego.[7]
Uno de los efectos del amor es el poder. Es el poder de la gloria, que hace valiente al cobarde.
Una gallina mantendrá sus alas plegadas a sus costados mientras esté sola. Se pavoneará tranquilamente buscando gusanos que engullir; y ante el menor ruido saldrá corriendo, aunque se trate de una débil criatura. Pero cuando la misma gallina tiene pollitos, el amor a ellos pasa a ser el centro de su ser y su carácter cambia completamente. Las alas que antes estaban prolijamente plegadas a los costados aparecen ahora bajas como un signo de que está preparada para la defensa. Asume una actitud agresiva, e inclusive el sonido de su cloqueo resulta más fuerte y corajudo. Antes escapaba ante el mínimo signo de peligro, ahora ataca cuando se presenta esta posibilidad, y lo hace con bravura. Tal es el amor que transforma a la temerosa gallina en un valiente animal.
El amor hace que alguien pesado y perezoso se vuelva vivaz y ágil, e incluso hace del poco perspicaz alguien astuto. Un muchacho y una chica, cualquiera de ellos, cuando están solteros, se ocupan de cualquier cosa excepto aquello que se refiere a sus propias personas; pero vemos que tan pronto se enamoran y establecen una familia comienzan por primera vez a sentirse preocupados por el destino de otro ser. El radio de sus necesidades se amplia, y cuando son padres su ser cambia completamente. Aquel pesado y perezoso adolescente se ha convertido ahora en un individuo activo y ágil, y aquella muchacha que se resistía a dejar la cama aún durante el día, corre como una luz cuando oye el llanto de su hijo desde la cuna. ¿Cuál es el poder que ha galvanizado así la languidez y fatiga en estos dos jóvenes? No es sino el amor.
Es el amor el que transforma al miserable en benefactor, y a la persona impaciente e intolerante en alguien perseverante y tolerante. Es el amor el que hace que el pájaro egoísta, que recogía el grano pensando sólo en sí mismo, se vuelva una criatura generosa que llama primero a sus pollitos cuando encuentra algo de alimento; y el que, por algún maravilloso poder, hace que la madre, que hasta ayer era como un niño que sólo comía y dormía, irritable e impaciente, se vuelva perseverante e indulgente cuando se enfrenta al hambre y la falta de sueño y tranquilidad, dándole paciencia para enfrentar las dificultades de la maternidad.
La aparición de la amabilidad y la remoción de la rudeza del alma o, puesto en otros términos: la purificación de los sentimientos y también la unificación, singularidad y concentración de objetivos y la desaparición de la distracción y la dispersión, son el fortalecimiento, y por último el poder que se produce como resultante de los efectos del amor.
En la lengua de la poesía y la literatura, cuando se habla del amor, encontramos un efecto al que se alude más que ningún otro, y es el poder del amor para provocar inspiración y su prodigalidad.
El ruiseñor aprendió su canción por la fineza de la rosa,
de otro modo no habría existido
nada de esta música y canción compuesta por su pico.[8]
Aunque la fineza de la rosa sea, si nos atenemos sólo a las palabras, un asunto exterior a la existencia del ruiseñor, no es de hecho sino la fuerza misma del amor.
¿Imaginas que Maÿnún se volvió loco (maÿnún) por sí mismo?
Fue el encanto de Laila el que lo transportó entre las estrellas.[9]
El amor despierta los poderes dormidos, y libera las fuerzas encadenadas y prisioneras, análogamente a la fisión del átomo y la energía nuclear que libera. Enciende las almas con la inspiración y hace héroes de hombres simples. ¡Cuántos poetas, filósofos y artistas fueron engendrados por un fuerte y poderoso amor!
El amor perfecciona el alma y hace emerger sorprendentes habilidades latentes. Desde el punto de vista de los poderes perceptivos, aumenta la inspiración, y desde la perspectiva de las emociones, fortalece la voluntad y la determinación, y cuando alcanza sus mayores niveles puede provocar milagros y hechos sobrenaturales. Purifica al espíritu de los temperamentos y humores corporales; o, dicho en otras palabras, es un purgante que elimina las cualidades inferiores que provienen del egotismo, o de la frialdad y la falta de ternura; vicios tales como la envidia, la avaricia, la cobardía, la pereza, la vanidad y autoglorificación. Remueve la inquina y la malevolencia, aunque es posible que la privación y la frustración en el amor produzcan, a su turno, complejos y aversiones.
Por el amor la amargura se vuelve dulce,
por el amor las piezas de cobre se convierten en oro.[10]
En el espíritu el efecto del amor es en términos de su desarrollo y florecimiento; en el cuerpo, en cambio, en términos de descomposición y desbaratamiento. El efecto del amor en el cuerpo es completamente opuesto al que tiene sobre el espíritu. En el cuerpo el amor es causa de ruina, y provoca en él palidez y delgadez, indisposición y desórdenes en el sistema digestivo y nervioso. Quizás todos los efectos que tiene sobre el cuerpo sean destructivos; pero en conexión con el espíritu no es así, depende todo en última instancia del objeto del amor y cómo la persona responde a lo amado. Dejando de lado sus efectos sociales, el amor es predominantemente perfeccionante del espíritu y del individuo porque produce en él fuerza, compasión, serenidad, unidad de propósito y determinación, aboliendo en su alma al mismo tiempo la debilidad, la mezquindad, el fastidio, la dispersión y la pereza. Elimina las confusiones que son llamadas dassá en el Sagrado Corán[11] (significando las adulteraciones de la pureza que corrompen y pervierten), destruye la falacia y así purifica de la mentira.
El camino del espíritu arruina el cuerpo,
y, después de haberlo arruinado, le devuelve la prosperidad:
¡Qué feliz es el alma que, por el amor y el éxtasis,
entregó casa y morada, riquezas y posesiones,
que arruinó su morada a causa del tesoro dorado,
y, con ese mismo tesoro la reconstruyó aún mejor;
que cortó el agua y purificó el lecho del río,
para permitir así que el agua potable fluyera por el lecho;
que hendió la piel y arrojó la punta de hierro,
y luego una nueva y fresca piel creció en el lugar.
Los perfectos que son conscientes del secreto de la realidad
están en éxtasis, aturdidos, intoxicados y enloquecidos de amor.
No tan aturdidos como para darle la espalda a Él,
pero si tan aturdidos como que están inmersos
e intoxicados con el Amado.[12]
El amor saca al hombre del egoísmo, no importa qué tipo de amor se trate (animal y sexual, animal y paternal, o humano), ni tampoco importan las cualidades y virtudes que el amado tiene, opera tanto si es audaz y valiente, artista o sabio, o si él o ella poseen delicadas cualidades morales, encanto u otros especiales atributos. El egoísmo es una limitación y una barrera defensiva; el amor derriba completamente esta barrera defensiva erigida contra otro que el ego.
El hombre es débil hasta que sale fuera de sí mismo, de su egoísmo; mientras no lo hace se muestra tímido, avaro, codicioso, misántropo, irascible, egoísta y arrogante. Su espíritu no posee brillo ni chispa, no demuestra vivacidad ni ánimo, está siempre frío y distante. Sin embargo, tan pronto como da un paso fuera de su ego y derriba las barreras defensivas que ha erigido, estas feas cualidades y hábitos desaparecen.
Cualquiera cuyo manto es rasgado por el amor
resulta completamente purificado de codicia y censura.[13]
El egoísmo, como algo que debe ser eliminado, no es sin embargo algo que realmente existe. Lo que queremos significar es que no existe una afición real por sí mismo que el hombre deba eliminar para así verse liberado del egoísmo. No tiene sentido para un ser humano que trate de no estimarse a sí mismo. La autoestima que podemos llamar «amor propio» no debe ser erróneamente desestimada al punto de querer destruirla. La reforma y la perfección del hombre no significa que, supongamos, una serie de cosas extrañas y humillantes han aparecido en su alma y que entonces tales cosas deben ser eliminadas. En otras palabras, la reforma del hombre no consiste en reducirlo, sino que reside en perfeccionarlo y aumentarlo. La responsabilidad con que el hombre ha sido cargado sigue la misma dirección que el curso de toda la creación, esto es: la perfección y el crecimiento, no el decrecimiento y la reducción.
La batalla contra el egoísmo es la lucha contra las limitaciones del ego. Este ego debe ser expandido. Esa estructura defensiva que ha sido colocada alrededor del ego y que ve a todo lo que no está conectado con él, cosa o persona, como algo «extraño», «no mío», ajeno de sí, debe ser derribada. La personalidad debe expandirse hasta incluir a cada ser humano, e incluso a todo lo creado. De esta forma la batalla contra el egoísmo es la lucha contra las limitaciones del ego, y por consiguiente el egoísmo no es más que una limitación del proceso conceptual y motivacional. El amor cambia los afectos del hombre y los dirige hacia lo exterior a su ego, amplía su existencia y cambia la focalización de su ser. Por la misma razón, el amor es un gran factor moral y educativo, a condición de que esté bien guiado y sea correctamente usado.
Cuando el afecto por un individuo o una cosa alcanza el summun de intensidad de manera tal que conquista la existencia del hombre y obtiene completo imperio sobre su ser, se lo llama amor. El amor es la cima del afecto y el sentimiento.
No debemos imaginar, no obstante, que aquello que se llama amor es de una única clase; es en realidad de dos tipos completamente opuestos. Aquellas cosas que se designan como sus efectos benéficos están conectados con una de sus clases, pero hay otra clase que tiene efectos completamente destructivos y opuestos.
Los sentimientos del hombre son de varios tipos y grados de intensidad. Algunos están en la categoría de pasiones, especialmente las sexuales, y se trata de aspectos que comparten por igual hombres y animales, con la diferencia de que en el hombre (por una razón particular que no podemos desarrollar apropiadamente ahora) alcanza su cima y adquiere una intensidad indescriptible; y es por esta razón que es llamado amor. Jamás toma esta forma entre los animales aunque, en algún caso, no es en su realidad y esencia sino un torrente, un incendio, una tempestad de pasiones. Se origina de la fuente de la sexualidad y alcanza allí también su fin. Su surgimiento y decaimiento están también conectados, en gran medida, con la fisiología de los órganos genitales; se incrementa naturalmente en el período juvenil, y eventualmente disminuye y cesa cuando aumenta la edad por un lado, y con la saciedad y la separación por el otro.
Un joven que siente que tiembla cuando contempla una cara hermosa, o que siente un estremecimiento cuando es tocado por una cálida mano, debe saber que lo único que está operando en él es un proceso material, fisiológico, animal. Este tipo de amor viene rápidamente y se va como vino. No se puede depender de él ni tampoco recomendarlo pues encierra peligros y termina aniquilando la virtud. Sólo con el auxilio de la modestia y la piedad, y no abandonándose a la pasión, es que el ser humano puede obtener un beneficio. En suma, no es una fuerza que conduzca al hombre a ninguna virtud; pero sí confiere una gran fuerza y perfección al espíritu si penetra en el ser del hombre y se encuentra allí con el poder de la modestia y la piedad, y si el espíritu tolera su presión y en tanto no sucumba a ella.
Los seres humanos poseen también otra variedad de sentimientos que, en esencia, difieren de las pasiones. Es mejor llamarlos nobles sentimientos, o en la lengua del Sagrado Corán «amor y misericordia» (mauaddah ua rahmah) (Cfr. 30:21).
En tanto el hombre está bajo el control de sus pasiones no ha salido de la influencia de su ego, busca sólo para sí a una persona o una cosa hacia la cual se siente atraído, y la quiere tiernamente. Si piensa acerca de un objeto amado es con la idea de cómo podría obtener un beneficio juntándose con él o, a lo sumo, del placer que obtendrá. Es obvio que tal estado no puede obrar como perfeccionante y depurador del espíritu humano.
Sin embargo, ocasionalmente, el hombre cae bajo la influencia de esos sentimientos humanos superiores; entonces su amado recibe el mayor respeto y devoción de su parte, y él sólo busca la felicidad de esa persona. Esta dispuesto a sacrificarse por los deseos de tal persona. Este tipo de sentimiento trae a la vida pureza, sinceridad, ternura, compasión y altruismo, en contraposición al primer tipo que origina crudeza, salvajismo y criminalidad.
La ternura y el amor de una madre por su hijo es de este segundo tipo. La devoción y el amor a los purificados, los hombres de Dios, así como el patriotismo y el amor a los principios justos, es también de la misma categoría.
Es este tipo de sentimiento el que, si alcanza su cima y perfección, provoca todos los benéficos efectos antes mencionados, y es él el que confiere dignidad, distinción y grandeza al espíritu, en contraste con el primer tipo que sólo provoca vileza. De manera análoga es este tipo superior de amor el que es permanente, volviéndose más fuerte y entusiasta con la unión, a diferencia del otro tipo que no es permanente y para el cual la unión es el fin.
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Fuente: POLARIZACION EN TORNO DEL CARACTER DE ‘ALI IBN ABI TALIB; Editorial Elhame Shargh
Todos derechos reservados. Se permite copiar citando la referencia.
www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente
[1] Muhammad Iqbal, «Los secretos del yo», 2da. edición, Lahore 1940. Trad. al inglés R. Nicholson.
[2] En Al-Durr Al-Manzúr («Perlas esparcidas», famosa exégesis coránica de la escuela sunnita), al explicar el versículo séptimo de la sura Al-Baíinah (90), Al-Suiúti narra de Ibn ‘Asakir que Ÿabir Ibn Abdallah Al-Ansari dijo que estaba en presencia del Profeta (BPD) cuando llegó también ‘Alí. El Profeta dijo entonces: «Juro por Aquel que tiene mi vida en Sus Manos que este hombre y sus seguidores (shi’ah) serán salvos en el Día de la Resurrección». Al-Manaui relata esto mismo en dos tradiciones en la obra Kunúzu-l-haqa’iq (Tesoros de las Realidades), y tanto Al-Haizami en Maÿma‘u-z-zauá‘id, como Ibn Haÿar en As-Sauá‘iqu-l-muhriqah, relatan el mismo significado substancial en distinta forma.
[3] La ley islámica comprende un derecho penal y ‘Alí, como califa del Islam, la máxima autoridad política y religiosa, lo hizo cumplir. En ese derecho penal se contempla la latigación en algunos delitos que atentan contra la moral pública y, por ende, difunden el mal en la sociedad, como el caso de la fornicación. (N. del T. al Español)
[4] Nahÿu-l-Balaga, dicho 42.
[5] Bihár Al-Anuár, Vol. 40, págs. 281-2.
[6] En el diccionario en persa Burhán-e qati, se encuentra lo siguiente acerca del elixir: «Es una substancia que se mezcla (impregna), se amalgama y perfecciona. Se dice que permite obtener oro del cobre (o plomo) y medicinas muy beneficiosas. A veces esa perfección es también llamada ‘el elixir’ metafóricamente». Ocurre asimismo que en el amor están también presente las tres cualidades: el «impregna», «amalgama» o «combina», y «perfecciona», pero el aspecto más famoso y conocido es el tercero, su poder perfeccionante. Por eso los poetas han llamado al amor «el médico» o «la medicina», y también «Platón» y «Galeno». En el prólogo del Maznawi, Rumi escribe:
¡Salve, amor, que nos trajiste nuevamente el bien,
Tú, doctor de todas nuestras enfermedades,
Remedio de nuestro orgullo y vanagloria,
Nuestro Platón y nuestro Galeno!
[7] De Vahshi Kirmáni, poeta iraní (? - 991 /1583)
[8] Del famoso poeta clásico iraní Háfiz.
[9] Del Allámah Tabataba’i. [El tema de Maÿnún (el loco) y Laila (la noche, símbolo de la sabiduría) es muy reiterado en la poesía mística islámica, al punto de que no hay poeta ni sabio, como en el caso del gran filósofo y exégeta del Corán, ‘Allámah Tabataba’i, que no le haya dedicado algunos versos o incluso todo un diwán (poemario). El alma del que anhela la Verdad y la sabiduría debe estar enloquecida de amor como el alma de Maÿnún, pues sólo de ese anhelo exclusivo e imperioso florece el fruto del amor. (Nota del Traductor al Español)]
[10] Rumi, Maznawi.
[11] Alusión al pasaje coránico: «Tendrá éxito quien la purifique (al alma). Y fracasará quien la pervierta (dassáha)» (91:9-10)
[12] Rumi, Maznawi, libro I.
[13] Rumi, Maznawi, libro I.