El Hombre Contemporáneo y el Islam
(Conjunto de preguntas formuladas al gran exégeta y filósofo Ayatolá Al-lamah S. M. H. Tabataba’i)
El camino de la naturaleza humana primordial (fitrah) (1)
Pregunta
¿Es razonable creer que el Islam pueda dirigir los asuntos de la humanidad y dar respuesta a sus necesidades a pesar de los asombrosos avances y progresos de la era moderna? ¿No debería el ser humano moderno, que se prevé viaje a las profundidades del universo y conquiste otras galaxias por medio de la ciencia, disponer de las anticuadas creencias religiosas para llevar una nueva forma de vida más acorde con sus logros, una forma de vida que le permitiría concentrar el poder de su mente y voluntad para incrementar plenamente sus loables logros?
Respuesta
Antes de embarcarnos en la respuesta a la pregunta anterior, hay que señalar que aunque por nuestra naturaleza amamos lo novedoso y preferimos sobre lo antiguo, hay excepciones a esta inclinación. No puede, por ejemplo, decirse que por el hecho de la gente haber afirmado por miles de años que “2 + 2 = 4”, esto sea obsoleto ahora y debe suprimirse. O bien, sería absurdo pretender que la estructura social de la vida humana, que hasta la fecha ha conservado la especie humana, es ya demasiado vieja y que de ahora en adelante los seres humanos deben vivir individualmente. La obediencia a la ley civil, que en gran medida restringe las libertades individuales, no puede ser abolida con la excusa de que sea obsoleta e irritante. Sería inaceptable si alguien afirmara que ya que en la época moderna el ser humano se ha embarcado en conquistar el universo viajando a nuevas galaxias en naves espaciales, haya que seguir una nueva ruta en la vida de este, la cual liberaría al individuo de la pesada carga de la ley, la legislación y los gobiernos.
La falsedad y lo absurdo de tales supuestos son bastante claros. El asunto de lo nuevo y lo arcaico es significativo donde haya espacio para la evolución, donde el objeto en cuestión permita la evolución y el cambio, fresco y nuevo un día, pero con el tiempo y después de encontrarse con las vicisitudes de la vida; débil y disminuido. Por lo tanto, las discusiones que tienen como propósito arrojar luz sobre la verdad (a diferencia de polémicas banales como debatir sobre los fenómenos naturales, los asuntos relacionados con el mundo de la creación y las leyes de la naturaleza) como la discusión que nos ocupa, declaraciones poéticas de la fábula de lo nuevo y lo viejo no tienen cabida: “Cada palabra corresponde a un determinado lugar y cada punto a cierta locación.”[1]
Volvamos ahora a nuestra pregunta: ¿Puede el Islam dirigir la sociedad humana, teniendo en cuenta las circunstancias de la época moderna? Por supuesto que esta pregunta parecerá superflua una vez que la realidad del Islam y el mensaje del Corán sean entendidos ya que el Islam señala la ruta a la cual apuntan la naturaleza humana y el orden cósmico. El Islam se ajusta a la naturaleza del ser humano. Como tal, proporciona y satisface las verdaderas necesidades humanas, no los deseos ilusorios o lo que dictan los sentimientos propios. Obviamente, siempre y cuando el ser humano sea lo que es, su naturaleza seguirá siendo la misma. A pesar del paso del tiempo, la diferencia en el hábitat, y las diversas circunstancias, los seres humanos comparten la misma naturaleza. Esta naturaleza exige una forma específica de vida, ya sea que los seres humanos estén dispuestos a seguirla o no.
En este sentido, la pregunta anterior puede reformularse: ¿Se alcanzarían la felicidad y la satisfacción de los deseos naturales si se sigue el camino que señala la naturaleza humana? Esto es similar a preguntar si un árbol alcanzaría su destino si creciera de manera natural, provisto de sus necesidades mediante su estructura inherente.
La respuesta a esta pregunta es obvia. El Islam es el camino de la naturaleza humana primordial. Por lo tanto, siempre es el camino correcto para el ser humano; permanece inalterable frente a diversas circunstancias; es la solución a nuestras necesidades reales. Las necesidades naturales e inherentes —no los deseos sentimentales y engañosos— son nuestras verdaderas necesidades. Es la satisfacción de estas necesidades inherentes la que genera la felicidad y la buena fortuna. En su libro, Dios dice:
“Levanta, pues, tu rostro hacia la religión, como un buscador de la fe pura, siguiendo la naturaleza esencial en la que Dios ha creado a los seres humanos, En la creación de Dios no hay cambios. Esta es la verdadera religión pero la mayoría de las personas no tienen conocimiento…” (Corán; 30: 30)
Expliquemos brevemente este asunto. Como es evidente, cada uno de los diversos tipos de criaturas que existen en el mundo de la creación persigue una forma específica de vida y subsistencia y sigue un camino único para su destino individual.[2] Cada criatura puede alcanzar la felicidad al recorrer la ruta hacia su propio destino evitando los obstáculos que pueda encontrar. En otras palabras, la felicidad se alcanza navegando por el camino de la vida y evitando los obstáculos potenciales con la ayuda del sistema innato, con el que toda criatura está equipada. El grano de trigo, por ejemplo, posee un camino único. En su estructura natural está incorporado un mecanismo específico que se activa cuando las circunstancias son propicias. Cuando se activa, el mecanismo inherente absorbe los elementos y los nutrientes necesarios en proporciones específicas necesarias para el crecimiento y subsistencia de la planta y los consume con el fin de conducir la planta hacia su destino específico. La planta de trigo no puede alterar los elementos internos y externos que participan en su crecimiento. No puede, por ejemplo, cambiar su rumbo repentinamente y convertirse en un manzano al crecerle un tronco, ramas, hojas y florecer.
Tampoco puede convertirse en un gorrión, y crecerle un pico y alas. Esta ley es válida para todas las especies, incluyendo al ser humano. El ser humano posee igualmente un camino natural e inherente para el perfeccionamiento de su vida, camino por el cual puede llegar a su destino, a la perfección y la felicidad. La naturaleza humana está equipada con el sistema especial que puede conducirnos por el camino innato y natural que nos lleva a cumplir nuestros verdaderos intereses. El libro de Dios afirma:
“Y por el alma y Quien la creó de forma armoniosa y equilibrada, Inspirándole lo que la corrompe y el temor que la mantiene a salvo, Ciertamente habrá triunfado quien la purifique y habrá fracasado quien la corrompa”. (Corán; 91:7-10)
Basándose en lo dicho hasta ahora, resulta claro que el verdadero camino de la humanidad que lleva a la felicidad, es aquel al cual conduce la naturaleza humana primordial, es aquel que asegura los verdaderos intereses del ser humano de acuerdo con los requisitos de la constitución humana y el mundo natural, independiente de si encontramos este camino aceptable o no, ya que son las emociones las que deben seguir las necesidades de la naturaleza humana y no al revés. Por lo tanto, la humanidad debe construir su vida sobre la base del realismo, no sobre las columnas temblorosas de la superstición y los ideales ilusorios fingidos por el sentimiento humano.
En esta verdad se encuentra la distinción entre la ley islámica y otras leyes. Las leyes predominantes que rigen las sociedades humanas siguen los deseos de la mayoría (es decir, el 51% de la población), mientras que la ley islámica se ajusta a la guía de la naturaleza humana primordial, la cual refleja la voluntad de Dios, el glorificado.
Es por esta razón que el Noble Corán declara la promulgación de leyes como privilegio de Dios:
“…En verdad, el juicio sólo pertenece a Dios.” (Corán; 12:40)
“Para quienes tienen certeza ¿Quién puede juzgar mejor que Dios?” (Corán; 5:50)
Los sistemas jurídicos que dominan las sociedades seculares se establecen ya sea por la mayoría o por un dictador, sin importar si se ajustan a la verdad y cumplen con los intereses colectivos de la sociedad humana. En la verdadera sociedad islámica, sin embargo, es la verdad la que dicta las normas; los deseos de los individuos ceden ante ella.
Por lo tanto, la respuesta a otra crítica, —especialmente la que afirma que el Islam está en conflicto con la tendencia natural de las sociedades modernas que gozan de absoluta libertad y satisfacen todos sus deseos, siendo así que esta sociedad no sucumbirán a las numerosas restricciones impuestas por el Islam— también está aclarada. Sin lugar a dudas, comparando el estado oscuro del ser humano moderno —con la depravación, el libertinaje y la opresión que impregnan todos los aspectos de la vida humana, poniendo en peligro su propia existencia— con el luminoso Islam, se puede encontrar la falta de armonía absoluta entre los dos. Sin embargo, cuando se compara la divina naturaleza humana primordial con el Islam —la religión primordial— uno comprende su perfecta armonía. ¿Es concebible que la naturaleza humana pueda estar en desacuerdo con el camino al que conduce? Desafortunadamente, sin embargo, la corrupción y la ilusión han contaminado la naturaleza primordial del ser humano moderno de modo que ya no reconoce el camino al cual intrínsecamente apunta su esencia.
La solución racional a este dilema consiste en luchar para lograr el estado deseado, no en desesperar y sucumbir. El Islam tiene que ponerse al frente y tomar el lugar de las otras ideologías y visiones del mundo que se oponen a él. Esto sin duda será un proceso arduo y requerirá de mucho sacrificio. La historia testifica que los nuevos métodos y regímenes se enfrentan invariablemente a la oposición feroz del estatus quo. Ellos prevalecen sólo después de ganar innumerables batallas (muchas de ellas sangrientas). Aun cuando prevalecen, toma tiempo borrar el nombre del antiguo oponente. La Democracia, que según quienes la proclaman, es el método de gobierno más favorable para las necesidades humanas fue establecida sólo después de acontecimientos sangrientos tales como la Revolución Francesa e incidentes similares en otros países. Del mismo modo, el Comunismo (que según sus defensores, es la síntesis de los esfuerzos progresivos de la humanidad y la más gloriosa bendición de la historia), en su estado incipiente experimentó mucho derramamiento de sangre que ocasionó la perdida de millones de vidas en Rusia, Asia, Europa y América Latina, hasta que finalmente echó raíces. En este sentido, el argumento de que las personas pueden encontrar difícil de aceptar las restricciones islámicas no es suficiente para demostrar la incompatibilidad del Islam con la sociedad moderna. Al igual que los otros sistemas, obviamente el Islam necesita tiempo para establecerse firmemente.
El Islam y las verdaderas necesidades de cada época
Sin duda, la importancia y el verdadero valor de un problema científico determinado, presentado para su discusión y análisis depende de la importancia y el valor de la verdad incrustada en él y los resultados que producen su aplicación y utilización práctica en las fluctuaciones de la vida humana. Asuntos sencillos como beber agua y consumir alimentos tienen el mismo valor que la vida humana, la más valiosa bendición. La noción de vida social, la cual está arraigada en la mente humana, a pesar de ser un concepto aparentemente simple y mundano, tiene un valor inestimable ya que es la causa del magnífico mundo de la humanidad, en cuyo contexto millones de acciones interactúan cada segundo para producir innumerables resultados, algunos de los cuales son dignos de elogios apropiados y beneficiosos, mientras que otros no lo son.
Debe ser evidente, entonces, que las soluciones previstas en la fe pura del Islam para satisfacer todas las necesidades de las personas de todas las edades deben ser clasificadas como muy significativas, pues son iguales en valor a la existencia misma de la humanidad, la mayor bendición concebible. Cualquier musulmán consciente, incluso de lo básico del Islam, reconocería esta verdad. Este tema, sin embargo (como muchos otros artículos de fe establecidos por el Islam y arraigados en las mentes de sus adeptos, transmitidos tranquilamente, generación tras generación), no ha sido debidamente explorado, permaneciendo escondido en las mentes de los creyentes, sin sacar ventajas de él.
Desde que los orientales podemos narrar la historia de nuestros ancestros, la cual data de miles de años atrás, las instituciones sociales dominantes que gobiernan nuestros asuntos nunca nos han permitido la libertad de pensamiento, especialmente en temas sociales. La breve oportunidad que se nos dio cuando surgía el Islam, la cual como una mañana brillante presagiaba un futuro promisorio, no duró mucho. Fue interrumpida por los oscuros incidentes y turbulencias fomentadas por un grupo de oportunistas egotistas. Una vez más fuimos cautivos y esclavos; una vez más tuvimos que soportar la fuerza de los látigos, las espadas, los ahorcamientos y la soledad de las celdas de la prisión — torturas infernales y ambientes mortales— una vez más fuimos forzados a regresar a la antigua obligación del “Sí señor”.
Bajo tales circunstancias, lo mejor que podía hacer un creyente era preservar su fe intacta. De hecho, eso fue exactamente lo que los dirigentes y gobernadores de la época favorecieron con el fin de destruir la posibilidad de la libre discusión. Lo que deseaban era que las personas se ocuparan de sus asuntos personales y no interfirieran con los asuntos sociales. Los asuntos sociales y políticos eran regidos por los gobiernos y los gobernadores. Los gobernantes no temían a la inofensiva convicción de las personas en los relativamente simples asuntos de la fe.
Su preocupación era el que la gente no participara en un debate libre e inquisitivo, y para el logro de este fin, se impusieron a las masas como la mente colectiva de la sociedad, ya que ellos se habían dado cuenta correctamente que el factor más eficaz en la vida social era controlar la voluntad individual de las personas con sus pensamientos. Así, al someter las mentes de las masas, los gobernantes encadenaban sus voluntades. Por lo tanto la principal preocupación de los estadistas era controlar la mente de su pueblo, lo cual hicieron al proclamarse como la mente colectiva de la sociedad. Estas son verdades que cualquiera puede comprobar, más allá de cualquier duda, mediante el estudio de los anales de la historia aun con la más mínima atención.
Y ahora, la libertad “europea”, luego de saciar al oeste, se ha dirigido hacia nosotros los orientales con todo su atractivo. Al principio se presentó como un invitado querido. Con el tiempo sin embargo, se volvió contra su anfitrión imponiéndose como un dueño incondicional.
Haciendo un llamado a la libertad, el imperialismo occidental arrancó de raíz el sistema que reprimía el libre pensamiento —aportando los mejores medios y las circunstancias más favorables para recuperar ese tesoro perdido y forjar una vida diferente iluminada por el conocimiento— pero sólo para reemplazarla como la nueva mente colectiva de la sociedad.
A principio no comprendíamos lo que estaba pasando. Cuando despertamos de nuestro sueño nos dimos cuenta que los días en que teníamos que ceder a las órdenes de los antiguos gobernantes se habían instalado, ya no teníamos que someternos a los señores feudales, a las órdenes de los todopoderosos amos, “los reyes de todo el universo” —en cambio, ahora teníamos que vivir como nuestros benefactores europeos nos ordenaban y seguir el camino que habían trazado para nosotros.
Han transcurrido cientos de años desde que Avicena pisó esta tierra, sus libros de filosofía y medicina impregnan nuestras bibliotecas y sus pensamientos nuestras conversaciones eruditas, una bendición que siempre hemos dado por hecha. Hemos vivido durante 700 años con los libros de matemáticas de Jāyeh Nasir ud-Din at-Tūsi entre nosotros. Nuestro único reconocimiento de estas grandes figuras han sido las recientes conferencias celebradas en sus aniversarios, e incluso en eso estamos imitando a los estudiosos europeos.
El legado filosófico de Mul-la Sadrā Shirazi ha estado con nosotros los iraníes durante los últimos 300 años, siendo una gran fuente de iluminación. La Universidad de Teherán fue fundada hace muchos años. La filosofía ha sido enseñada allí, con todos los recursos de la academia desde su mismo comienzo. Nuestra herencia filosófica, sin embargo, sólo ha recibido un tratamiento superficial. Pero esto cambió repentinamente hace unos años, cuando un orientalista europeo en una conferencia en la Universidad de Teherán elogió a Mul-la Sadrā y su escuela filosófica. Su reconocimiento trajo un interés sin precedentes en el estudio de la personalidad y la filosofía de Mul-la Sadrā.
Estos y otros casos similares sirven para explicar nuestra situación social y global, arrojando luz sobre la degradada situación de la identidad intelectual de nuestros sabios. Aquellos, en cambio, que han conseguido mantener un cierto grado de independencia intelectual, asegurando que parte de su patrimonio científico no se pierda por completo, son presa de una doble personalidad; están encaprichados con los conceptos occidentales, pero también sienten gran apego a su herencia oriental. Ellos tratan en vano de forzar una unión entre estas dos culturas que se excluyen mutuamente. Cierto instruido escritor lucha por aplicar el Islam al concepto de democracia en su libro: “La democracia islámica”, otro, bajo títulos como “comunismo islámico” y “socialismo islámico”, interpreta el Islam a la luz del comunismo y la abolición de las diferencias de clase. ¡Qué historia tan extraña! Si el Realismo Islámico es verdaderamente manifiesto sólo cuando está de acuerdo con la democracia o el comunismo (que han entrado en nuestras vidas con sus atracciones más fascinantes), ¿porque no nos deshacemos del Islam y nos evitamos el problema de reconciliar un montón de conceptos obsoletos de hace 1400 años con estos conceptos “de vivo interés”? Sin embargo, si el Islam es dueño de una identidad distinta e independiente —la cual así es— y ofrece una verdad viva y valiosa, entonces ¿cuál es la necesidad de cubrir su belleza divina con un traje prestado y revelarlo con una apariencia falsa? En años recientes, en particular desde el fin de la segunda guerra mundial, los estudiosos occidentales se han comprometido con gran entusiasmo en discusiones y análisis con respecto a la religión y han publicado sus estudios con un ritmo creciente. Cuando un estudioso asume un problema, su primer intento es el de analizarlo con base en los principios que él sigue. Luego, él se pronuncia con respecto a la solución del problema. Siendo así, los estudiosos occidentales ven a la religión sólo como un fenómeno social que es el producto, como lo es la sociedad también, de ciertos fenómenos naturales. Todas las religiones, incluyendo al Islam, desde el punto de vista de los estudiosos occidentales son el fruto de las mentes de genios quienes por la pureza de su alma, la profundidad de su conocimiento y una voluntad indómita lograron promulgar normas que tenían el propósito de reformar los valores y el comportamiento de sus sociedades, y de esta forma las condujeron por el camino de la felicidad.
Estas normas van evolucionando en el transcurso del progreso gradual de las sociedades. La evidencia empírica confirma que la civilización humana va gradualmente camino a la perfección, todos los días da un nuevo paso hacia el progreso. Esta conclusión es corroborada por argumentos psicológicos, legales, sociales y hasta filosóficos, sobre todo los que se refieren al materialismo dialéctico, el cual sostiene que las sociedades no permanecen estáticas y por consecuencia las normas sociales necesitan del cambio. Las normas que eran capaces de asegurar la felicidad de los seres humanos prehistóricos, los cuales subsistían de las frutas que cogían de los árboles y residían en cavernas, no pueden satisfacer las innumerables necesidades de la sociedad moderna. La era de las ojivas nucleares no puede gobernarse con las normas que existían cuando el armamento consistía en palos y hachas. Las normas de los días en que los caballos y burros eran el único medio de transporte ya no son efectivas en los momentos actuales, donde los jets y los submarinos nucleares son medios de transporte. En una palabra, la edad moderna no se somete a las normas de las edades anteriores. Las normas obligatorias de la sociedad humana están inevitablemente sujetas a una constante alteración para amoldarse al desarrollo de la sociedad. La alteración de las leyes que rigen la conducta social lleva a un cambio de valores, puesto que los valores no son más que hábitos y estados psicológicos arraigados, que son el resultado de una práctica repetida.
La vida simple de épocas anteriores no demandaba las sensibles medidas que se requieren para dirigir la vida en el complicado camino de la edad actual. ¿Cómo podrían las mujeres de la sociedad moderna practicar la castidad de las mujeres de tiempos antiguos?
No debe esperarse que el obrero y el agricultor de las clases oprimidas de hoy muestren la tolerancia que fue tan característica de las clases oprimidas del pasado. Intimidaciones como los eclipses lunares y solares ya no son efectivos; las mentes revolucionarias que han conquistado el espacio exterior no pueden ser forzadas a creer en supersticiones como la creencia en Dios y el sometimiento a Su voluntad. Estos ejemplos ilustran la afirmación de los proponentes de este punto de vista; las sociedades de cada época requieren normas y éticas apropiadas al entorno de esa época en particular.
Conforme con ese sentido de imitación y sumisión presente en círculos de intelectuales orientales, como se ha mencionado arriba, los pensadores musulmanes han seguido los pasos de sus pares occidentales al aplicar la misma curiosidad a asuntos relacionados con la sagrada religión del Islam. El pensador musulmán “iluminado” afirma que el Islam es en esencia el cuerpo de normas que garantiza la felicidad humana en forma más eficaz. En sí mismas, las manifestaciones del Islam varían dependiendo de las circunstancias de cada época. La forma de vida predicad por el profeta Muhammad fue sólo una de estas manifestaciones. En este sentido, el Islam está en concordancia con las normas más eficaces y piadosas que conducen a la felicidad humana en cada época. Así es como el pensador moderno occidentalizado interpreta la atemporalidad del Islam, basado en el criterio “en definitiva científico” del cual presume.
Pero ahora volvamos al noble Corán —el libro sagrado del Islam y el mejor locutor de esta fe pura— para ver lo que tiene que decir sobre este asunto. ¿El Corán concuerda con el punto de vista expuesto arriba o establece ciertas doctrinas, principios morales y normas inmutables las cuales deben ser seguidas por la humanidad? Si esto último es correcto, ¿cómo resuelve el dilema de ser aplicado a las siempre cambiantes necesidades de cada época?¿El Islam promueve la inmovilidad de la sociedad humana, cierra la puerta al progreso de las civilizaciones y pone un pare a la progresiva actividad humana?
¿Cómo puede el Islam rehusarse a adaptarse al flujo inherente del orden natural, en el cual la sociedad humana no es la excepción?
La verdad indudable es que el noble Corán, con su profundo lenguaje, expone conceptos religiosos—derivaciones islámicas de lo no visto y relacionados con el orden de la creación y el mundo visible y cambiante, la mutabilidad y la inmutabilidad de las doctrinas religiosas, las virtudes humanas y la felicidad social e individual— de una manera que es fundamentalmente distinta a la de la mentalidad occidental. El noble Corán considera estos temas desde una perspectiva que va más allá del ámbito del análisis materialista.
El Corán describe el Islam como el conjunto de doctrinas y normas al cual guían el orden de la creación y específicamente la naturaleza evolutiva y progresiva del ser humano, que es miembro del mundo natural el cual está en constante flujo. En otras palabras, el Islam, de acuerdo con la descripción coránica, comprende un grupo de normas que son requisitos necesarios del orden de la creación. Como su fuente (el orden de la creación), las normas de la ley islámica (Sharia) son inmutables, no están sujetas al capricho humano. El Islam es la personificación de la verdad; él no cambia para calmar los antojos de los tiranos (como en los estados autoritarios) o para satisfacer los deseos de la mayoría (como en los estados socialistas y en los democráticos). Sus normas siguen sólo los decretos del orden de la creación, es decir, la voluntad de Dios.
Fuente: El Hombre Contemporáneo y el Islam; (Conjunto de preguntas realizadas a Al-lamah Tabātabā’i)
Editorial Elhame Shargh
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