Monarquía Omeya
Por: Dr. Nazir Hasan Zaidi
Con la ausencia de Hasan, Mu’awiyah era el jefe absoluto del mundo musulmán. Los ingresos desde Egipto, Arabia y Kabul engrosaron el Tesoro de Siria, los cuales fueron utilizados profusamente por Mu’awiyah en la construcción de suntuosos palacios. Poetas, visitantes, políticos, trovadores, parientes, recibieron de sus manos grandes dádivas. Bien protegido por su guarda armada, desde su silla de gobernador en la mezquita escuchaba pacientemente las quejas y requerimientos de la gente. A pesar de su serenidad y generosidad, no olvidaba su antigua enemistad con los descendientes de Muhammad. Bajo su mando imperial, Alí y su casa eran maldecidos cada viernes desde todos los púlpitos de Siria.[1] Esta vil costumbre duró 60 años hasta ser abolida por Umar ibn Adul Aziz en 717 D.C.
Además, Mu’awiyah fundó una oficina desde donde se creaban falsas tradiciones (hadices) bajo la supervisión de personas como Amr ibn ‘Aās y Mughaira ibn Shuba.[2]
Al principio, estas invenciones pretendían mostrar que los padres de Muhammad, Abdul-lah y Amina, su abuelo Abdul Muttalib y su tío Abu Talib habían sido incrédulos. Después, comenzaron a aparecer hadices en los que se afirmaba que Alí decía sus oraciones ebrio. El turno fue luego para el Profeta. Se inventaron episodios en los que se mostraba a Muhammad como una persona común y corriente, iletrada, olvidadiza, que cometía omisiones, errores y pecados. Ni las esposas del sagrado Profeta escaparon a estas invenciones. Historias vergonzosas, demasiado indecentes para ser escritas, se fabricaron acerca de esas sagradas damas. Todo esto se hacía con la intención de rebajar al Profeta y a su familia al mismo nivel en que estaban los ancestros de Mu’awiyah. Existen libros de crónicas y hadices llenos con historias maliciosas inventadas por los agentes de Mu’awiyah. La religión, la historia y la jurisprudencia han sido mutiladas hasta distorsionarlas, tanto que hacen falta décadas de profundo estudio para distinguir lo verdadero de lo falso.
La mejor manera para destruir un movimiento honesto consiste en degradar la personalidad de su líder, de esta forma el movimiento se derrumbará automáticamente. Esto fue lo que hizo Mu’awiyah para mancillar la gracia del Islam.
Mu’awiyah también hizo ciertos cambios en las oraciones, los cuales fueron rechazados por la gente de Medina durante algún tiempo, pero con el transcurrir de los años fueron adoptados en todos los países. ‘Bismil-lah i-Rahmān ir-Rahim’, el versículo esencial con el que comienzan los Capítulos del Corán fue suprimido de las oraciones diarias durante su mandato. Esta costumbre pecaminosa todavía existe y ningún jurista se ha atrevido a rectificar tan vil error. Durante el reinado de Mu’awiyah (660-680) un gran número de verdaderos y piadosos compañeros del Profeta fueron asesinados por su consejero Amr ibn ‘Aās. Una de las venerables víctimas fue Muhammad el hijo de Abu Bakr quemado envuelto en la piel de un burro. A’isha, la esposa del profeta, oyó la atrocidad de la que fue víctima su hermano con mucho pesar. Luego de sus oraciones diarias siempre maldecía a Mu’awiyah y a Amr ibn ‘Aās.[3]
Aparte de la vileza de sus acciones políticas, Mu’awiyah fue un gobernante que otorgaba grandes cantidades de dinero a todas las personas que venían a su corte desde Medina.
Luego de veinte años de un exitoso mandato, Mu’awiyah murió en abril del 680.
Nombramiento de Yazid como Sucesor, Batalla de Karbalá
En sus últimos años de vida, Mu’awiyah había hecho que notables personalidades de Siria y Hiyaz, juraran lealtad a su hijo, pero Husain ibn Alí se había negado. Mu’awiyah consideró poco aconsejable presionarlo. Pero la sangre rencorosa de Mu’awiyah y Abu Sufiân que corría por las venas del imprudente Yazid, hizo que le pidiera al Imam Husain que se doblegara ante su impía autoridad. Lo primero que hizo después de su ascensión al poder fue escribirle a Walīd, el gobernador de Medina para que le tomara el juramento de obediencia al Imam Husain y si se negaba que le enviara su cabeza.
Walīd citó a Husain a su palacio en la noche y le transmitió la orden real cortésmente. El Imam Husain le dijo que un asunto de esa importancia debía dirimirse a la vista de todos en la Mezquita. Marwan, quien se hallaba presente, le dijo a Walīd que resolviera el asunto inmediatamente y que si Husain no obedecía que lo ejecutara. La rudeza de Marwan despertó la ira de Husain e hizo que sus allegados, quienes estaban afuera, irrumpieran al palacio. Ante esta situación, Walīd se vio obligado a dejar marchar a los beligerantes Hachemitas.
Ya en su casa, Husain se dio cuenta claramente que vivir en Medina con dignidad ya no era posible para él. No le gustaban ni las batallas ni el derramamiento de sangre que había en esa ciudad sagrada. Entonces dejó su ciudad Natal y el 4 de mayo del 680 se trasladó a la Meca junto con su familia y sus parientes más leales; en total eran cuarenta personas. Luego de cuatro meses de permanencia en La Meca, se enteró que estaba en la mira de asesinos enviados por el gobierno. Para salvaguardar la santidad de la Kaaba, marchó a Kufa, un cuartel provincial cuyos habitantes le habían enviado cartas pidiéndole que tomara el mando para luchar contra la tiranía de su gobernante. Cuando se dirigía hacia allá fue interceptado por Hurr, el jefe de un destacamento militar, quien tenía órdenes de arrestarlo, pero éste le permitió continuar su viaje. En la orilla occidental del Éufrates, cuyas aguas todavía fluyen con un murmullo melancólico, Husain se apeó de su cabalgadura; en estos momentos estaba acompañado por casi 100 de sus seguidores. Enseguida fueron rodeados por el ejército tirano. Luego de infructuosas negociaciones, se decidió al fin que una fiera batalla decidiría el asunto al día siguiente. El Imam Husain y sus compañeros pasaron la noche orándole sinceramente a Dios.
El día fatal del 12 de octubre de 680 llegó. Luego de decir sus oraciones matutinas, los seguidores de Husain se enfrentaron a sus enemigos según la costumbre árabe, en combates personales. Entre sus seguidores estaban Abbas, Muslim ibn Ausāya, Zuhair ibn Qain, Nāfe ibn Hilāl, Habib ibn Muzāhir, Sa’ad y Hurr. Sabiendo que la muerte les esperaba, cada uno de estos fieles devotos murió luego de asesinar a varios de sus adversarios. Los enfrentamientos continuaron hasta el mediodía, cargando el aire del desierto con el olor de sangre inocente. El sol comenzaba a declinar y ya era la hora de la oración del mediodía. Los que quedaban de ese resuelto grupo se postraron en adoración sin importarles las flechas que eran lanzadas por 4000 arqueros.
Estas valientes personas, entre las cuales se hallaban 17 ancianos compañeros del Profeta, lucharon fieramente contra sus enemigos. Luego de ser martirizados, 18 miembros de la casa del Profeta se dirigieron al campo de batalla y cayeron también; todavía sostenían temblorosamente sus espadas al momento de morir; entre ellos podemos mencionar a Qāsim, Ali Akbar, Abdu-llah y Abbas con sus tres hermanos. Finalmente, como el capitán de un barco que se hunde, intervino Husain, el más valiente entre los valientes. Dándole una mirada de adiós a los cuerpos de sus incondicionales compañeros esparcidos en la arena de ese campo sangriento, desenfundó su implacable espada para aniquilar a los adversarios. Flechas, espadas y lanzas habían afectado su bien construida armadura. Adentrándose en las filas hostiles, arremetió y eliminó a algunos sirios sanguinarios, a quienes se les había enseñado a considerar a la progenie del Profeta como ‘rebeldes infieles’. La historia no nos muestra un héroe que haya luchado tan valientemente a pesar de sufrir la conmoción de la muerte de sus seres queridos. Por último, con grandes heridas Husain cae y hace su última oración. Su cabeza, que siempre mantuvo en alto contra la monarquía Omeya fue cortada rápidamente por Shimr y puesta en alto de nuevo, ¡en la punta de una lanza!
El saqueo de Medina en 683 D.C.
La masacre de Husain y su casa creó un caos general en el mundo islámico, especialmente en Medina donde sus indignados ciudadanos establecieron un gobierno paralelo regido por Abdul-lah ibn Hanzala. Para sofocar esta revolución, Yazid comisionó un fiero ejército al mando de Muait ibn Uqba. Horrible fue la devastación en la vida de los ciudadanos y en la castidad de las mujeres provocada por los sirios. Destruyeron todas las instituciones de beneficencia, derribaron las escuelas y convirtieron la Mezquita del Profeta en ¡establo para sus caballos![4] El historiador musulmán o no, se estremece al describir estos sucesos y se detiene un momento para meditar; reflexiona y se pregunta si Abu Bakr y Umar, cuando otorgaban la provincia de Siria a la casa de Mu’awiyah, ¿se imaginaron la ruina que estas personas causarían en la religión y en la casa de Muhammad?
En noviembre de 683 muere Yazid. Su sucesor, Mu’awiyah II renunció luego de cuatro meses, diciendo que las acciones llevadas a cabo por sus parientes eran abominables, y que él no conduciría más los asuntos del estado. Marwan, el maldito, quien había buscado el califato durante cincuenta años, y se había casado recientemente con la viuda de Yazid, vio esto como una oportunidad. Al ser apoyado por los nobles ascendió al poder. Es sorprendente ver como los campeones de la idolatría, heredaron la religión y el estado de Muhammad. Muy poco tiempo después, sin embargo, Marwan fue estrangulado por su esposa y fue sucedido por su hijo Adul Mālik.
Abdul Mālik, una persona educada, era docto en poesía y jurisprudencia. Muy pronto tuvo que hacer frente a los Tawwabin (arrepentidos) “quienes se habían levantado para vengar la masacre de Karbalá. Los Ĵariyitas también se habían revelado. Muĵtār Saqafi, un experimentado comandante, alzado en armas igualmente, acumulaba dos victorias sobre el ejército real. No obstante, Hayyāy, el lugarteniente de Abdul Mālik, derrotó a todos los opositores del gobierno, excepto a Abdul-lah ibn Zubair, quien había demostrado ser un enemigo tenaz. La gran fuerza de los ejércitos recientes hizo colapsar el gobierno paralelo establecido en Hiyaz por parte de Abdul-lah el cual se vio obligado a refugiarse en la Kaaba, el sagrado santuario. Abdul-lah ibn Zubair murió luchando y él despiadado comandante colgó su cuerpo en la entrada de la ciudad. Su apesadumbrada madre, Asmā, al pasar por ese sitio tiempo después, dijo con tono gallardo: “Todavía no ha llegado el momento en que a este jinete se le permita desmontarse de su cabalgadura”.
Con excepción de estos eventos sangrientos, Abdul Mālik era un buen administrador. Mejoró el servicio postal, construyó hospitales, dispensarios, hogares para los inválidos; e incremento el poderío naval. Instruyó a Hayyāy para que cesaran las persecuciones a la familia del Profeta. Tal como se lo había sugerido el Imam Muhammad Bāqir creó la casa de la moneda, la cual independizó al imperio de las monedas romanas o persas que circulaban en esa época. Al morir en el año 705 fue sucedido por su hermano Walīd, un príncipe caprichoso y sin educación. Intrépidos y valientes comandantes, sin embargo, continuaron realizando conquistas. Qutaiba ibn Muslim añadió a Balĵ, Buĵārá y Talkan al reino islámico. El dominio de Samarcanda y Ferganá, extendió las fronteras nacionales hasta Mongolia. La espléndida monarquía China recibió en audiencia al embajador musulmán, y firmó con este un tratado en términos amigables. En 707, Muhammad ibn Qāsim, el sobrino y yerno de Hayyay, restableció el gobierno musulmán en el lejano territorio de Sind. Musa ibn Nusair gobernó el noroeste de África. Tāriq, uno de sus comandantes cruzó el estrecho de Gibraltar, derrotó a Rodrigo, el rey Godo del sur de España y por primera vez, el llamado a la oración se escuchó en los valles de ese hermoso país.
En el reinado de Sulaiman, hijo de Abdul Mālik, no hubo agitación política; con la excepción de que despidió a los funcionarios del tiempo de su padre deshonrosamente. Sólo Hayyāy escapó a su venganza, debido a que había muerto antes de la ascensión de Sulaiman. Aun así, el vengativo gobernante, desplegó su maldad en contra de su sobrino, el talentoso Muhammad ibn Qāsim, quien fue traído encadenado desde Sind a Siria.
Sulaiman fue sucedido por su primo, el piadoso Umar ibn Abdul Aziz, cuyo breve reinado recordaba la simplicidad y sabia frugalidad de los tiempos del Profeta. Educado en Medina por doctos eruditos, evitaba la ostentación y el lujo. Disminuyó el alto salario que se hacía a los miembros de la familia real. Confiscó las vastas tierras de estos, y las distribuyó entre los granjeros. Detuvo la arbitraria transgresión que los musulmanes hacían en las iglesias cristianas y las sinagogas judías. Durante su reinado se construyeron hospitales, dispensarios, hogares para los inválidos, casas de descanso en los caminos, donde había alimento para el viajero y pasto para sus animales. Pero esta luz de la fe fue apagada por un complot de príncipes quienes envenenaron a Umar con la ayuda de un esclavo. Su sucesor, Yazid II, reinó durante cuatro años, ganándose una odiosa reputación debido a su gran desenfreno.
En el 723, el trono fue ocupado por Hishām, hijo de Abdul Mālik. Era educado y un administrador ortodoxo. Acabó con la práctica injusta de exigirles el yizyah (impuesto de defensa) a los musulmanes recién convertidos a la Fe; aumento la fastuosidad de la corte y manejó bien el reino. El antiguo rencor hacia la progenie del Profeta, sin embargo, lo impulsó a asesinar en una batalla a Zayd, otro hijo del Imam Zain ul-Abidin (Imam Sayyad)
Hishām fue sucedido por Walīd II, tristemente célebre por su amor a la parranda. El descuido de los asuntos del estado condujo a rebeliones que fueron aplastadas tiranamente. ¿Quién puede juzgar la tonta vanidad de este dizque llamados reyes musulmanes, quienes mientras practicaban tiro al arco, usaban al Corán como el blanco? Hishām fue víctima de la rivalidad con los de su casa y fue sucedido por Yazid III. Este gobernante, aunque buen administrador, no pudo mostrar su talento. Muy pronto, Marwan II, el príncipe-gobernador de Armenia, invadió Damasco.
Marwan II era un gobernante esmerado y trabajador; también era un talentoso comandante. Pero era imposible corregir la mala administración y el caos provocado por una serie de gobernantes poco dignos. Levantamientos y revueltas surgían en todas las provincias del gran imperio. Debido a la lentitud de los medios de comunicación de la época, los refuerzos o las órdenes no llegaban rápido. Las continuas atrocidades infligidas a la casa del Profeta y Abbas habían provocado revueltas en toda Jorasán, en Irán y otras provincias apartadas. Abu Muslim Ĵurasani organizó un decidido ejército, el cual vestido de negro en su totalidad, y gritando el eslogan: “Derechos de la casa del Profeta”, derrotó a los ejércitos de la provincia de Jorasán. En el 749, Abu Muslim era el verdadero gobernante de todos los territorios del este. En Noviembre del 749, Kufa, la capital de Irak, fue invadida por sus lugartenientes. Abu Salma, el comandante del ejército le pidió al Imam Ya’far as-Sādiq, descendiente directo del Profeta, que fuera el gobernante del reino, pero el estudioso santo prefería propagar las enseñanzas del Islam. Ante la negativa de Ya’far, Abu Salma le ofreció el gobierno a Abul Abbas Saffah, el biznieto del tío del Profeta, a quien toda la nación había jurado lealtad.
Al enterarse de estas noticias, Marwan supo que su caída estaba cerca; pero el valiente gobernante se dispuso a luchar contra el destino. Reunió sus fuerzas y avanzó hacia Irak. En una orilla del Rio Zab, el Waterloo de la Dinastía Omeya, se enfrentó a su terrible enemigo el 25 de enero del 750. El ala derecha de su ejército, comandada por él, atacó violentamente y derrotó el ala izquierda del ejército enemigo. Pero el resto de su ejército no pudo resistir los furiosos ataques de sus (vestidos de negro) enemigos, motivados por el espíritu de venganza y el deseo de reinstaurar a la familia del Profeta en el trono. Una bandada de cuervos voló sobre sus cabezas; desalentados por este amenazador augurio, se dieron a la fuga. El infortunado monarca huyó a Mosul, allí, el guardián le cerró las puertas del fuerte; así son las vicisitudes de la vida. Completamente abatido, Marwan se dirigió a Harrān, a Homs y luego a Egipto, siendo perseguido de cerca. Sus enemigos lo cercaron en la iglesia de Busair, donde se había detenido a descansar. Decidido a vender cara su derrota salió corriendo armado con su espada, pero fue traspasado por una lanza. Así quedó el destino de la casa Omeya: degradado, roto, manchado.
Ese fue el final de la próspera Dinastía Omeya. Su caída nos deja una lección: el lujo (tan agradable a los sentidos, tan placentero su disfrute), al final sólo produce letargo; el desenfreno destruye el vigor masculino. El Islam condena seriamente el lujo excesivo y el desenfreno. Censura el baile y la música vana por la sencilla razón que estas actividades, las cuales hacen parte de la cultura, son el origen del afeminamiento, perturbadora depravación, tan dañino para las personas y las naciones. Hay que tener en cuenta que las generaciones futuras tendrán que pagar por los pecados cometidos por sus ancestros. ¡Que Dios nos dé el coraje para seguir el camino del hombre recto en nuestra lucha diaria!
Visión General del gobierno Omeya
El gobierno de la Dinastía Omeya (640-750 d.C.), con la excepción de los dos años de reinado de Umar ibn Adul Aziz, se caracterizó por la crueldad de su monarquía, durante la cual diez tiranos doblegaron al pueblo con la ayuda de ministros despiadados como Hayyay, Amr ibn ‘Aās e Ibn Zyad. El primero de sus gobernantes, Mu’awiyah, quien había sido testigo de la época del Profeta, asumió el lujo y la pompa de los emperadores romanos y persas. Durante su reinado fueron asesinados muchos compañeros del Mensajero de Dios y sus descendientes. Instauró la costumbre de maldecir a Alí desde el púlpito, costumbre que duró 60 años. Las generaciones nacidas en esta época fueron instruidas erróneamente para que fueran enemigos de la Familia del Profeta.
Sin haber recibido una educación islámica, algunos de estos llamados Califas Musulmanes eran herejes infieles. A estos jóvenes príncipes no se les instruía ni académica ni militarmente, y su juventud sin control, los conducía normalmente a apasionarse por la maldad. Bajo estas circunstancias es difícil esperar que haya justicia o buena administración. La mala administración dio pie a revueltas que fueron sofocadas brutalmente.
En Irak y Egipto, las personas se dedicaban mayoritariamente a la agricultura; Basora y Yemen eran centros comerciales, aunque el comercio era poco dinámico. La mayoría de jóvenes se unían al ejército por la atracción que les causaba el salario, el botín y un futuro promisorio. No se promovió el estudio de la religión ni de otras ciencias. La oficina establecida por Marwan en Damasco donde se falsificaban hadices (narraciones) distorsionó los hechos de la historia y la religión. A pesar de esto, Medina era el centro de aprendizaje islámico, donde el Imam Mālik enseñaba tradiciones con gran esmero. Abu Hanifa, además de enseñar religión y jurisprudencia, participaba en actividades políticas. Le dio ayuda militar y financiera a Zayd, hijo del cuarto Imam Zain al-Abidin, hijo del Imam Husain, quien se levantó contra el gobierno Omeya, aunque sin éxito. El imam Bāqir y el Imam Ya’far as-Sādiq de la casa del Profeta difundieron las enseñanzas originales de su Abuelo al igual que la ley islámica. Visitar a los Imames de la progenie de Muhammad era sin embargo un acto peligroso, ya que causaba el descontento del jefe de gobierno. Los estudiosos chiitas, de todas formas los seguían fielmente.
Sería injusto no mencionar las buenas cualidades de algunos gobernantes de la dinastía. Abdul Mālik y Hishām, hijos de Marwan, eran buenos administradores que buscaban el bienestar público y construyeron instituciones de caridad. Sulaiman y Hishām, patrocinaron a poetas, algunos de ellos se atrevían a cantarle a la belleza de las señoras de la casa real. La hija de Abdul Mālik escuchó con gran atención los versos compuestos para ella por Umar ibn Rabi’a, recitados por una doncella a la cual recompensó con diez piezas de oro por cada dos versos pareados que recitaba.[5] Muchas de las casas de Damasco, con sus flores, árboles frutales y manantiales parecían jardines sonrientes. Las personas llevaban una vida sencilla pero satisfecha con la ideología islámica, de algún modo subestimaban los Atributos Abstractos de Alá, y la excelencia moral del Profeta y su sagrada Ahl al-Bayt. Las personas de Persia sentían gran devoción hacia la familia del Profeta y los buscaban para que les dieran orientación religiosa. Amaban a la progenie del Apóstol ya que una princesa de su antigua casa real, la hija del derrotado emperador Yazdgerd III, se había casado con el nieto del Profeta, el Imam Husain.
Fuente: Libro “UNA BREVE HISTORIA DEL ISLAM (Desde sus inicios hasta 1995)”; Editorial Elhame Shargh
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[1] Tabari, III, 525; Tirmiḍi, II, 792.
[2] Ver Bukhāri, Kitab al-Haiz, Capítulo 207, comentado por Ibn Abil Hadeed, IV, 314.
[3] Aasam Kufi, 338, Ibn Abil Hadeed, IV, 195; Ibn Athir, Kamil, III, 142; Tabari, III, 384.
[4] Tabari, IV, 351, Abul Fida, 191; Kamil, IV, 149.
[5] Ibn Qutaiba, Kitāb ash-She’r, pág. 190.